El terror, el más perjudicado Ésta es una de esas películas de terror que nos llevan a listar los defectos habituales de los subproductos más chapuceros: registro de hechos con cámaras dentro de la narración (diegéticas), porque en algún momento estuvo de moda, uso de computadoras para vulgarizar todo lo posible el relato y usar atajos narrativos de haraganería evidente, actuaciones inenarrables, vueltas de tuerca inadmisible, iluminación tosca, y diversos etcéteras que hunden esta propuesta acerca de un estudiante de teología y de exorcismos que quiere hacer un trabajo realmente práctico. Lo viral y lo banal, lo oculto y un culto, el miedo y el tedio, el odio y el bodrio del demonio se mezclan en este film que usa el género para despreciarlo.
Mejor perderlo que encontrarlo Es una suma de atrocidades, por momentos un bodrio, pero con buenos efectos. En la adolescencia hay tiempo para todo. Y hay gente para todo. Como Brandon, que no sabe sobre qué basar su trabajo de estudios, y decide que será sobre posesiones demoníacas. La película abre fuerte, con el caso de exorcismo que después estos chicos -el personaje del sidekick podría haberlo protagonizado Jonah Hill hace diez años- van a descubrir que sucedió hace unos años en una casa ahora abandonada, no muy lejos de allí. Y Brandon decide que él mismo quiere experimentar eso de estar poseído. De ahí el título en la Argentina y, en parte, el original (The Possession Experiment). Contar el resto sería para desmotivar a posibles espectadores, tanto sea por aguarles la fiesta relatando qué va a pasar -aunque todos saben qué va a pasar con ese título-, o avisándoles que es un bodrio con buenos efectos. Pero no es la clásica película con atrocidades cada cinco minutos. No. Tiene atrocidades cada diez, quince minutos, hasta que cuando se aproxime el final, el director Scott B. Hansen aglutinará todo como un fin de fiesta con carnaval carioca lleno de sangre, muertes y posesiones. Si llevan pochoclo, buen provecho.
MALA DEL PEOR MONTON Lo sabemos, cualquier elemento característico, ya sea formal, temático o argumental, puede ser eje de un subgénero en el redituable universo del cine de terror. Buscando al demonio forma parte de uno de estos subgéneros, uno particularmente repetitivo pero también exitoso, el de las posesiones demoníacas que fue inaugurado, en su forma moderna, por la gigantesca El exorcista (1973, William Friedkin). Dicho esto, sabemos que estamos ante una película donde alguien será poseído y un exorcista intentará disolver dicha posesión. Ahora, lo curioso del argumento de este film en particular es que el protagonista Brandon (interpretado pobremente por Chris Minor) busca ser poseído para probar “científicamente” que dicho fenómeno espiritual existe. Menos curioso es que ya se hizo recientemente un film con la misma premisa, Invocando al demonio (2014, David Jung) que era bastante floja aunque no llega a las cotas de mediocridad de Buscando al demonio. El director Scott B. Hansen se encuentra con algunos problemas fundamentales: tiene poco presupuesto, y carece de imaginación, inventiva y pericia como para subsanarlo, por lo tanto, su película es escuálida, sin relieve y con carencias demasiado evidentes. No nos detendremos demasiado en describir las penosas actuaciones, lo ridículo del guión, o hasta la iluminación poco sutil que parece hecha con una linterna con papel celofán de colores primarios. Para sumar al combo, el director no sabe dosificar los momentos de miedo, y es incapaz de sostener cierto ritmo, es un film que aburre muchísimo al principio, y luego nos aturde con un encadenado de acciones apuradas que intentan darle una conclusión a una trama que hacia el final es incomprensible. No mencionaremos la absoluta falta de timing que Hansen tiene para el humor porque nos parece demasiado. Buscando al demonio es una del montón, del peor montón, una de esas películas que nos habla de cierto estado de las cosas con respecto al cine de terror, ese que quiere maximizar ganancias haciendo más cantidad con menos recursos, y cuyos resultados son peores a la sumas de sus partes.
Mezclemos los tópicos mas usados del cine de terror, inculquemos referencias culturales y extrememos los recursos del género lo mayor posible. Se obtiene por resultado The Possession Experiment, que encara con ingenuidad y una desmedida ambición el miedo y el tabú más sobresaliente de la religión: el exorcismo.
Satanismo autodidacta. Como cada obra de arte/ producto está conformada por una colección de ingredientes que obedecen a su coherencia interna en tanto representante del campo cultural y en lo que respecta a su carácter de mercancía destinada a la venta, dos rubros que asimismo se subdividen en nuevas y vastas dimensiones, las paradojas son moneda corriente en el ámbito del cine y aquello que suele leerse como positivo bajo determinadas condiciones puede funcionar a la par de otros rasgos considerados negativos y/ o contraproducentes dentro del andamiaje en cuestión. Pensemos por ejemplo en Buscando al Demonio (The Possession Experiment, 2016), una película en la que se unifican una idea interesante, una ejecución pésima y una serie de inconvenientes que terminan promediando hacia abajo lo que podría haber sido una clase B amena, que honre su bajo presupuesto y lo dignifique. Hace rato que no llegaba a la cartelera argentina una propuesta decididamente amateur como la presente, circunstancia que de por sí no implica mediocridad porque ya sabemos que el subsuelo del espectro cualitativo lo suele hegemonizar el propio mainstream, incluso de manera colateral como en estos casos: de hecho, este trabajo del director y guionista Scott B. Hansen trata de copiar lo peor de la industria y podríamos decir que tiene “éxito” debido a que el resultado final combina los protagonistas bobos de siempre, un collage de citas sin pies ni cabeza y cierta precariedad en lo que atañe a los apartados técnicos. Quizás la característica más molesta es esa pretensión de seriedad -otro ítem tomado prestado de Hollywood- que enmarca al proyecto en general, como si volcar la trama hacia la comedia le restase impulso en taquilla a la película o coartase su capacidad de asustar/ entretener. Ya el título original nos aclara que estamos frente a otro exploitation de El Exorcista (The Exorcist, 1973), a lo que se suman alusiones risibles a El Bebé de Rosemary (Rosemary's Baby, 1968) y Pesadilla en lo Profundo de la Noche (A Nightmare on Elm Street, 1984). La premisa, como dijimos anteriormente, sí es loable porque aporta una vuelta de tuerca y está mejor aprovechada -por lo menos en la primera mitad- que en la obra que la patentó, la también fallida Invocando al Demonio (The Possession of Michael King, 2014): aquí es Brandon Jensen (Chris Minor) el obsesionado con dejarse poseer por la entidad maléfica de turno, hoy asistido por Clay Harper (Jake Brinn) y Leda Morgan (Nicky Jasper). Desde ya que son todos jovenzuelos y que el asunto se debate entre ser un proyecto académico o la “investigación” de unos homicidios alrededor de un misterioso exorcismo de 20 años atrás. Los mejores momentos de Buscando al Demonio son las simpáticas carnicerías del prólogo y el desenlace, lamentablemente el resto es un desfile de errores técnicos, clichés, caprichos narrativos, actores de muy pocas luces y secuencias oníricas que dejan mucho que desear. El amateurismo del film no es excusa porque bien se podrían haber obviado las referencias al mainstream para acercarnos al terreno del delirio o la hipérbole, en especial sin caer en una “complementación” estética facilista símil found footage, algo totalmente innecesario en este contexto (así las cosas, y a pesar de que la historia responde a una lógica tradicional en tercera persona, nos encontramos con videoblogs, registros varios de la faena de Jensen y cámaras de seguridad hogareñas). En síntesis, la realización no puede superar su propia torpeza y nos condena a un caso de satanismo autodidacta que hace agua por todos lados…
Ya hemos hablado muchas veces sobre el retorno que el género de terror le da a productores y distribuidores. Cintas baratas (por su costo), que llevan bastante gente a sala, más allá de su calidad. Eso invita a que toda compañía tenga en su catálogo... material para los fans. Y en épocas como esta, hay que hablar del hecho que son muy rentables. ¿Por qué hablo de esto? Sencillamente porque esa es la explicación de que se estrenen películas como "Buscando al demonio". Hay un público ávido por consumir este tipo de productos y está bien. Es válido. Scott B. Hansen dirige entonces un film... que es bastante particular. La idea de salida, no me disgustaba para nada. Pensar en un adolescente inquieto y curioso que quiere ir más allá en el tema de la exploración sobre el fenómeno de la posesión. Brandon (Chris Minor), el pibe en cuestión, decide iniciar una mostrar desde lo científico que el fenómeno de la posesión existe. Y tiene un par de ideas, violentas desde lo visual, por supuesto, para desgranar su idea. Eso sí, hay muchos elementos que ya se vienen usando con frecuencia en todo este tiempo y que juntos, no muestran sorpresas. Demasiado espacio para la creación, no abunda. "Buscando al demonio" transita ofreciendo un clima habitual en las películas de bajo presupuesto, donde los golpes de efecto intentan disimular las carencias del guión. No hay un ritmo adecuado, todo parece que transcurre en forma espasmódica y si bien hay cosas que me gustaron a priori (esta cosa de lo viral que presenta, por ejemplo), quedan solo en promesas porque no son explotadas como podrían serlo. Hansen, se ve que llenó su storyboard de ideas ya trilladas a la hora de asustar. Y lo peor, es que en la última hora pasan demasiadas cosas de manera muy rápida para que el público las procese. No mucho más. Discreta y... exclusiva para encarnizados fans del género. Pero ojo, ir solo si la sangre llama. Say no more.
Un joven decide hacer una tesis sobre exorcismos a ver si encuentra una “cura para la posesión”. Termina como sujeto del experimento posesivo. Desgraciadamente, parece que Satán no inventó más nada después de El Exorcista y sus clones, y mantiene los mismos trucos. La película también: nuevamente una seguidilla de golpes de efecto a las que le falta lo fundamental en un proyecto así, el humor. Con eso solo y dos pesos, Sam Raimi hizo la joyita de Evil Dead. Aquí hay más plata y menos riesgo.