Hernán Sosa rastrea su nombre en el tablero de fichas para marcar horario. Encuentra la cartulina, la imprime, la vuelve a colocar en el tablero, y allí se queda detenido durante unos segundos, absolutamente embelesado, como si estuviera observando la octava maravilla del mundo. Es su primer trabajo. Es lo que vino a buscar desde su pueblo a Buenos Aires: la oportunidad de trabajar y estudiar. Todo indica que finalmente, después de haberse entrenado como pasante, lo han incorporado a la plantilla de empleados del correo. Hernán está tan contento que casi parece bailar por la calle mientras desliza las cartas por debajo de las puertas. Pero alrededor muchas cosas están cambiando, y muchas de ellas ya no tienen retorno. De a poco advertimos que esta historia transcurre a fines de los ‘90, los años de las privatizaciones y la flexibilización laboral, la década en la que la expansión de Internet y otras nuevas tecnologías terminarían reconfigurando para siempre la forma en que nos comunicamos. Hernán -al que Tomás Raimondi aporta un aire inocentón adorable- apenas se está iniciando en su vida independiente y ya se ve obligado a interpretar una catarata de signos cruzados y confusos. Pronto surgen las tensiones entre compañeros de trabajo, ya que muchos increpan abiertamente a Hernán postulando que él y los de su generación quieren arruinar a los veteranos. En verdad todos conocen las precarias condiciones que deben soportar los jóvenes ingresantes, que tienen contratos renovables cada tres meses y cobran “mitad en cheque y mitad en ticket-canasta”, pero la solidaridad no cunde. Al contrario, aumentan las dudas y las agresiones entre quienes deberían aliarse para defenderse contra el mismo enemigo. No recuerdo muchas otras películas argentinas recientes que describan con tanta agudeza ese desgarro insalvable que el neoliberalismo criminal produjo dentro la misma clase trabajadora. Además estamos hablando del Correo Argentino, nada menos, con todo lo que eso representa en la trayectoria del actual presidente del país. Hay un humus oscuro debajo de los cimientos de este relato, una angustia rocosa que por momentos queda disimulada detrás de la subtrama romántica y los trazos de comedia. Cartero es el primer largometraje de ficción de Emiliano Serra, que tiene una amplia experiencia como editor en el cine local. Uno de los placeres que ofrece el film consiste en imaginar posibles hermandades con otras películas emblemáticas estrenadas en aquellos años de consolidación del Nuevo Cine Argentino, sin que esta veta cinéfila nos distraiga del drama central, ni que estas asociaciones impliquen que el film de Serra pretenda alcanzar esas consagradas alturas. Más allá de las alusiones nostálgicas a Fellini y a Favio, allí está Jorge Sesán en el elenco de Cartero, que nos remite a Pizza, birra, faso y a la necesidad imperiosa de Caetano y Stagnaro de mostrar el desamparo de los jóvenes marginados en la ciudad de la furia; y también surge el recuerdo de “El Zapa” en El bonaerese, ya que Hernán sigue un periplo similar, apoyado en una estructura narrativa en la que Trapero supo lucirse: adentrarnos en las reglas de un oficio o institución a través de un personaje-guía que va descubriendo ese ámbito junto con el espectador. En términos de afinidad estilística, el guiño cinéfilo más claro en Cartero es ese negocio que se llama “9 reinas”, film del cual Serra parece heredar el pulso clásico y cierta destreza para capturar el perfume del paisaje porteño. Eso sí: Serra tiene veinte años de perspectiva para pensar e ilustrar aquella época, mientras que el maestro Bielinsky no sólo contó el cuento en ese mismo momento, sino que además se anticipó al estallido por venir. No todo funciona con fluidez en el film, como la secuencia dedicada al reparto de telegramas de despido, que pierde efecto porque quizás se la preanuncia en exceso. Y es cierto que las escenas en las que el protagonista se obsesiona con un amor de la infancia pueden sentirse algo anodinas, más aún cuando todo en su entorno se vuelve cada día más denso. En la última parte del film hay un vaivén en su tono que nos descoloca un poco, hasta que llegamos al final. Ahí entendemos las intenciones del director y confirmamos que el retrato que hace Cartero del derrumbe social -y moral- es mucho más complejo de lo que podíamos sospechar.
Mensajeros olvidados. Crítica de “Cartero” de Emiliano Serra. Ambientada en los noventa, en pleno auge de las privatizaciones. Hernán, un joven estudiante del interior consigue empleo en el Correo Argentino. Allí aprenderá los códigos del oficio y la dura realidad que enfrentan los trabajadores del sector. Por Bruno Calabrese. El avance tecnológico en las formas de comunicarse entre los seres humanos ha hecho que algunos oficios hayan quedado degradados, el de cartero es uno de ellos. Mientras que en otros tiempos el enviarse cartas era moneda corriente, en la actualidad casi ni se usa. Internet ha globalizado las comunicaciones, con lo cual uno puede estar conectado de manera permanente con un familiar que está en otra parte del planeta. Aun así el oficio existe y sobrevive a esos avatares. En la Argentina mucha polémica ha girado alrededor de las empresas encargadas del correo. Hoy se sigue hablando de las consecuencias de la privatización del Correo Central a manos de la familia Macri. No solo por su venta, sino por las consecuencias sobre los trabajadores, muchos de los cuales han sido obligados al retiro voluntario. De ellos habla esta película. Con una excelente ambientación de época, hasta en los pequeños detalles (la referencia a José Luis Cabezas en los carteles de la facultad) la película nos sitúa a finales de los noventa, en pleno proceso de privatización del correo y el avance de nuevas tecnologías. Cuando el recurso humano comenzaba a ser dejado de lado por el “track and trace” en los servicios de correspondencia. Hernán (Tomás Raimondi) ingresa a trabajar, por lo cual es mirado con malos ojos por los antiguos empleados, que ven al joven como esa tecnología que los va a dejar sin trabajo. Inmerso en su felicidad por el trabajo nuevo, se mantiene calmo ante el permanente hostigamiento de sus compañeros. Ayudado por su jefe, Sánchez (interpretado magistralmente por Germán de Silva) aprende los códigos del oficio, pero la dura realidad a la que se enfrenta lo obligará a romperlos. La construcción del entorno laboral está muy bien desarrollada. Así como los distintos personajes de la oficina: el cartero silbador, el desconfiado; hasta los llamados “Susanos” que nos entregarán un momento maravilloso dentro del film. Una película costumbrista que nos saca una risa por momentos y por otros, nos muestra una realidad que duele, pero sirve para reivindicar a ese mensajero olvidado, el cartero. PUNTAJE: 75. *Crítica hecha para el BAFICI 2019
Cartero: Los códigos de la calle. La promesa de narrar una historia que transcurre a finales de los noventa, estando también en el momento económico en el que estamos, es una apuesta enorme del director Emiliano Serra. Ya la simple idea le dispara a uno emociones muy variadas y difíciles de controlar. ¿Es Cartero (2019) una obra calma? ¿O la historia que cuenta es la de la crisis y el desequilibrio? Cartero (2019) cuenta la historia de Hernán Sosa, un joven que a finales de los 90 decide mudarse del pueblo donde vive hacia capital federal para trabajar como cartero en Correo Argentino. A partir de allí, veremos como Hernán conoce la calle de la gran ciudad y al mismo tiempo cómo la calle lo transforma a él. Una buena forma de comenzar a comprender esta obra es su total argentinidad. No estamos hablando de esas películas argentinas que podrían transcurrir en Capital Federal como en Luxemburgo o Nueva York. Elementos como el fútbol, la mal llamada picardía criolla o el humor clásico nacional son elementos claves para ir marcando el tono del film. Gracias a eso se encuentra con muchos elementos en común del célebre «Nuevo cine argentino» que nacía justamente por los 90 y que venía a cambiar la forma de contar historias en nuestro país. Pero no es solo el tono elegido o el estilo replicando algo a analizar y apreciar de esta película, sino que a la vez, tenemos una historia bastante bien cuidada. A diferencia de aquel cine de los 90, donde el guion solía ser el punto menos sólido del film en algunas ocasiones, nos encontramos en este caso con una estructura y una dirección de la acción ejecutada de forma muy efectiva. Los diálogos suelen estar bien logrados y sobre todo tendremos un gran elenco, con figuras nacionales de nuestro cine como Jorge Sesán (Pizza, birra y faso), Germán de Silva (Las Acacias) y Marta Lubos (La niña santa) destacándose especialmente en roles secundarios. Estos personajes, sumados a otros también muy pintorescos, son quizás el mayor éxito del film, que van motorizandolo al mismo tiempo que dándole dinamismo y frescura a la historia. A pesar de todo esto, es también adecuado decir que el ritmo de la película tiene sus decaídas. Esto se debe principalmente a un muy fluctuante tono, que se plantea como una representación del viaje del protagonista, pero que termina funcionando negativamente, sobre todo por la mitad del metraje. Eso sí, los dos polos opuestos funcionan muy bien. Es decir, cuando la película realmente busca hacerte reír, lo hace bien, al igual que los momentos más dramáticos y tensos funcionan a la perfección. Es en ese espacio generado entre los dos polos que la historia no termina de definirse y se tropieza durante algunos momentos. Aún así, en líneas generales el film funciona muy bien y tiene muchas más cosas positivas que negativas. Una de ellas es la música de uno de los mejores compositores del mundo me animaría a decir, que es el señor Gustavo Santaolalla. Esta banda sonora nunca está en primer plano ni es una herramienta extremadamente principal, pero los pocos momentos que aparece y logra robarse la atención del espectador son deliciosos y dignos del prestigio del compositor. También tenemos una buena interpretación protagónica de Tomás Raimondi, quien carga con todo el peso de la película apareciendo en todas las escenas y siendo el único protagonista del film. Pese a la responsabilidad, su trabajo es muy correcto y nunca desentona. En conclusión, Cartero es una buena película, que logra entretener y narrar una historia profunda e interesante al mismo tiempo. Lo que plantea no es fácil, y vale la pena aclarar que no siempre lo logra, pero cuando Cartero encuentra el equilibrio entre sus dos polos y logra transmitir la crisis de los 90 al mismo tiempo que vemos una simple película, es cuando su existencia se justifica muchísimo más. Claramente recomendable y un muy buen comienzo en la ficción para el prometedor Emiliano Serra.
Mr. Postman Cartero (2019), dirigido por Emiliano Serra, es un drama ambientado en los años 90 que mezcla cierto margen de documental urbano y otro mucho más oscuro y melancólico propio de la ficción misma, con todos sus gestos y referencias cinematográficas. De igual forma posee tintes literarios con una historia de aires kafkianos y un final de Dickens. Dentro de todo se encuentra su propia voz a través de un personaje solitario que se encumbra hacia la nueva era del siglo XX. Hernán Sosa (Tomás Raimondi) es un muchacho oriundo de Los Tordillos, provincia de Buenos Aires. Está en Capital Federal-Buenos Aires y consigue el trabajo de cartero. En realidad, es la historia del muchacho que consigue su primer empleo mientras estudia y así va ganándose la vida. Pero ahí conoce a Sánchez (Germán de Silva) que le introduce en el mundo desconocido y rutinario de los carteros. Hernán se adentra con alegría y, en su forma silenciosa, descubrirá que también hay códigos, elementos burocráticos y comportamientos que encierran un juego propio de todo sistema laboral. No obstante, Hernán tiene sus propios secretos que lo empujan hacia adelante hasta descubrir su propio crecimiento. Es interesante encontrarse con un film adaptado en una era ya lejana para el espectador. Sin celular, sin lo efímero de las noticias, nada del trajín de la comunicación y con una convulsión diferente a la actual. Hay un aire fantasmal que nos recuerda a las películas de Krzysztof Kieslowski, con una textura de aquellos emblemáticos films de los años 90, con la cámara en mano y que siguen a su personaje por una realidad ajena. Y es que Cartero también se puede ver como un documental sobre el mundo “desaparecido” de los carteros. Con su propia oscuridad inentendible, la de un trabajo que tenía el valor que hoy ya casi ha perdido con el surgimiento del Internet. Entonces la película consigue hacer una mirada de un oficio perdido y que tenía en sus manos las vías de la comunicación Y ahí vuelve a conectarse con Kieslowski (quien también fue un gran documentalista): la comunicación es un ente que hace a los personajes movilizarse a tomar decisiones. Hernán lleva a cabo sus decisiones por una mujer y el no poder hablarle verbalmente lo empuja al mundo escrito. Así mismo es una película sobre la ciudad. Buenos Aires queda de fondo y fuera de foco en un esbozo de sombras y grandes edificios, puertas, bares con personajes extraños sin rostro. Todo difuminado, siempre desde la mirada de Hernán como testigo privilegiado. Una técnica que nunca falla para atrapar al espectador. Y ahí empiezan las referencias a películas como Biutiful (2010) o cualquiera de Jim Jarmusch, donde los protagonistas quedan pegados a una ciudad oscura y desconocida que parece consumirlos y a la vez hacerlos crecer. Desde luego que sus virtudes también podrían jugarle en contra porque la imagen del joven Travis Bickle que entra en un rubro desconocido, dejan escenas que al priorizar su papel de testigo no hacen que se trasforme en sí (recién hacia el final). Es cierto que es lejana la idea de caer en el personaje de Taxi Driver (1976) así como no hacer un cliché del sufrimiento laboral, pero es un punto que deja que pensar. No obstante, lo mejor es que es concreta y emotiva: Al final Hernán es como un personaje de las novelas de Kafka, donde no importa su pasado, salvo detalles puntuales. Un presente donde pasan cosas que no entiende y así descubre que el sistema camina solo y obtiene golpes y heridas que parecen venir de la nada e igualmente llegan. Claro que también hay ternura y detalles de comedia negra y filmnoir, hasta la escena final de un tono a lo Dickens con su novela “Grandes esperanzas”, donde una historia de amor empuja la narración.
Cuando nos preguntamos cómo el cine argentino ha reflejado el neoliberalismo en la ópera prima de Emiliano Serra, tenemos una respuesta concreta a partir del relato de la vida de un joven (Tomás Raimonidi) que comienza a trabajar en el Correo Argentino, en medio de la crisis que desembocó en exceso de privatizaciones y aumento del sector privado, como así también en la mecanización de procesos y el estallido de 2001. Potente propuesta que tuvo su estreno en el 21 BAFICI y luego transitó un largo recorrido por festivales y muestras hasta su llegada a los cines.
Conseguir el primer trabajo cuando la mayoría lo está perdiendo es extraño, y resulta más contradictorio aún cuando ese trabajo consiste en repartir telegramas de despidos. En esta situación se encuentra Sosa, un pibe de un pueblo del interior bonaerense que, recién llegado a Buenos Aires, entra a un Correo Central en pleno proceso de desmembramiento. Espejo de la situación socioeconómica actual, Cartero transcurre en esa Argentina de los años ’90 que empezaba a ser demolida por el neoliberalismo menemista. Es una película de iniciación, con ese pibe pajuerano aprendiendo simultáneamente porteñidad, los yeites de un oficio y los sinsabores de la vida adulta. Una inquieta cámara en mano lo sigue en sus repartos por las calles y también en los recovecos del Correo mientras su mentor, Sánchez (el siempre rendidor Germán de Silva), le enseña los códigos postales: “Un cartero no es cheto. Nunca”. Las marcas de época son constantes pero sutiles: la mención a un tren que ya no pasa por un pueblo (“ramal que para, ramal que cierra”), los retiros voluntarios, los tickets canasta, los contratos basura, en un paisaje de locutorios y manifestaciones de resistencia al ajuste. La alegría, la ingenuidad y la fascinación de Sosa por el mundo que está descubriendo lo mantienen lejano a los escombros sociales que caen a su alrededor. Donde la opera prima de Emiliano Serra se queda corta es en la potencia de sus resortes dramáticos: a ese marco, tan eficazmente construido, le falta el desarrollo de una historia intensa. Hay insinuaciones que mantienen el interés, pero que no encuentran el cauce narrativo más adecuado. Valen, de todos modos, algunas escenas (como la de Germán Palacios) que son postales de una época y funcionan como microficciones cerradas en sí mismas.
La cámara sigue de cerca a Hernán Sosa (Tomás Raimondi) en su entrada a un mundo nuevo. Estamos en los años 90 y el correo se convierte en el retrato de una Argentina que se transforma bajo el imperio de la flexibilización económica y los masivos despidos. El oficio de cartero, casi como síntoma de una agonía, le brinda al joven Sosa el secreto pulso de las calles, ese que descubre mientras sube por Tucumán y baja por Viamonte repartiendo sobres y telegramas. El director Emiliano Serra conjuga su experiencia personal en la construcción de un personaje que experimenta la ciudad con fascinación y extrañeza. Y es en ese retrato tan íntimo que encuentra un hallazgo: el vínculo entre Hernán y su inesperado mentor, el veterano Sánchez (Germán Da Silva), conocedor de las trampas del oficio, de los vericuetos de ese mundo en extinción. Pese a cierta dispersión que empantana a la película hacia el final, en la que algunas escenas se intuyen como fruto de un anecdotario antes que necesarias para la solidez narrativa, el fresco de Serra consigue hacer presente aquella ciudad ajena y convulsa a través de los ojos de Hernán, cuyo pueblo natal late con su calidez en un rincón de la memoria. Casi sin quererlo, el Sánchez de Germán Da Silva es el mejor termómetro de aquella época de crisis, consciente de su recorrido moral fronterizo entre la traición y la supervivencia. Sus apariciones dotan a la película de profundidad y precisión, el mejor prisma para avistar un tiempo cuyos ecos siguen presentes.
Emiliano Serra, que había presentados sus primeros trabajos con los documentales “Ecce Homo” (2004), “La Raulito, Golpes bajos” (2009) y “Operación Cóndor” (2018) abandona el formato documental para pasar a dirigir su primer largometraje de ficción, «Cartero» (2019), contándonos una historia donde él mismo reconoce su etapa adolescente, que tiene múltiples rasgos autobiográficos, los que han sido justamente el motor para que la historia gane cuerpo en el guion que él mismo firma junto a Santiago Hadida. Es el retrato de Hernán Sosa (un protagónico absoluto para Tomás Raimondi, jugando en cierto modo a ser un alter ego del director y sus vivencias de aquel momento) que accede, mediante los contratos típicos de la década del ’90 en pleno menemismo, a un trabajo en el Correo Central con un salario mucho más bajo que los operarios de planta permanente. Serra, claramente conocedor del tema por su historia personal, durante toda la primera parte del filme, describirá acertadamente ese microcosmos tan particular, describiendo el oficio, las tareas y la cotidianeidad de los carteros que son los compañeros de trabajo de Hernán (entre los que vale destacar el trabajo de Jorge Sesán, a quien vimos en “Pizza, birra, faso”). Así aparecerá la figura del veterano, profundo conocedor del oficio en la figura de Sánchez, un cartero de vasta trayectoria, sindicalista y que ya está a punto de jubilarse. Sanchez –un personaje que crece enormemente en la brillante actuación de Germán de Silva- primeramente presentará una fuerte resistencia ante el novato. Ellos cuentan con pocas referencias, no saben si viene recomendado por alguien o cómo es que accedió a ese puesto en medio de la crisis laboral que atraviesan y desconfían y reniegan de estos nuevos trabajadores que en cierto modo, como mano de obra más económica, vienen a “quitarles” sus puestos de trabajo. Pero poco a poco, va cediendo posiciones y con un aire paternal y contenedor, le irá enseñando el oficio y de esta forma, se generará un vínculo que es pura química en la pantalla y es, indudablemente, uno de los mayores aciertos del filme. De esta manera “Cartero” presenta como uno de sus ejes narrativos, el hecho de ir aprendiendo un oficio que, en este caso, implicará además comenzar a conocer la calle: una geografía que para Hernán, un chico de provincia, primeramente se muestra hostil y algo peligroso y que luego él mismo logrará “camuflarse” entre la gente y logrará formar parte de una ciudad que en un principio se presentaba como un territorio desconocido. Pero Serra no solamente presenta este mundo del Correo sino apenas Hernán salga a la calle, aparecerán dos líneas argumentales que se van alimentando una a la otra para ir potenciando la historia. En su recorrido habitual por los edificios de oficina, Hernán se siente fuertemente atraído por una chica que trabaja para una empresa que no está estrictamente dentro de su zona de reparto, situación que provocará ciertos conflictos secundarios, cuando con el objetivo de tratar de verla se inmiscuya –fuera de todos los códigos del oficio- en una zona que no le pertenece. Por otra parte, esa presencia omnisciente de la calle hace que el guion trabaje sutilmente pero con una fuerte presencia a lo largo de todo el filme, del escenario político en el que se desarrolla la historia -finales de los ’90- un periodo de escasez laboral, de retiros voluntarios, de achicamiento del Estado y feroces privatizaciones. Por lo que algo de ese clima que se respira en la calle, hace que “Cartero” invite transversalmente a trazar una comparación de aquella crisis con la actual, de una época con aristas que parecen repetirse en el hoy y que justamente nuestra propia ciudad, el centro porteño, el Bajo y la zona de Plaza San Martín –en un excelente trabajo de búsqueda de locaciones- tiene zonas en donde prácticamente parece haber quedado detenida en ese momento. Es decir, que si no fuese por la ausencia de tecnología, celulares y computadoras, que cuidadosamente la producción ha evitado, perfectamente Hernán podría estar recorriendo esas calles hoy, cruzándose con la gente durmiendo a la intemperie y vivenciando los problemas económicos y laborales de algunos de los personajes satélites a los que les entrega correspondencia (excelente participación de Germán Palacios, un delicioso personaje a cargo de Marta Lubos y un guiño cómplice con la presencia de Edda Bustamante). El director va buscando anclar en lo simple, en describir ese cotidiano en el que lo iremos acompañando al protagonista, su proceso de crecimiento tanto en lo laboral, en la supervivencia en la ciudad, en sus aspiraciones de progreso –los vemos además cursando en la Universidad-, sin dejar de lado la presencia de la historia romántica que irá cerrando hacia el final del filme –con una pequeña escena que es un cortometraje en sí mismo y que redefinirá gran parte de la historia-. Emiliano Serra en su debut en la ficción logra crear climas a través de una mirada que conjuga lo humano, lo laboral, lo sentimental y sobre todo, nutrido de un particular contexto político. Vale destacar la hermosa música de Gustavo Santaolalla que acompaña y cierra generosamente la película y un trabajo muy homogéneo del elenco que acompaña en pequeños secundarios a Tomás Raimondi, quien sostiene un protagónico absoluto por el que ha obtenido una mención en el BAFICI y ha ganado el premio Carlos Carella en la Competencia de Operas Primas en el MAFICI. POR QUE SI: » Emiliano Serra en su debut en la ficción logra crear climas a través de una mirada que conjuga lo humano, lo laboral, lo sentimental y sobre todo, nutrido de un particular contexto político «
Ni la lluvia, ni la nieve El marco de sus eventos (la Argentina de fines de los 90) está presente en Cartero, pero siempre sutil, nunca atrayendo la atención sobre si mismo. La trama aporta momentos de gracia tales como la codificación mediante palabras soeces del correo para un programa de televisión, o momentos desgarradores como el protagonista haciéndole llegar un telegrama de despido a un hombre que -naturalmente- pone el grito en el cielo y le cierra la puerta en la cara. Del mismo modo que en Rocky, hay una clara intención de que conozcamos ese universo del correo en profundidad, donde reinan tanto la camaradería como la corrupción. Y es esa búsqueda casi documental la que nos lleva orgánicamente al objetivo dramático y el motor emocional del protagonista, haciendo que el espectador se preocupe por su destino. Tomás Raimondi entrega una interpretación llena de inocencia y pureza, esas que hacen que se gane nuestro cariño casi inmediatamente. Tanto en los momentos de interacción con los desconfiados colegas de su personaje, como en sus momentos de soledad. Por ejemplo, cuando ve en un cine prácticamente abandonado la película Soñar, Soñar de Leonardo Favio y luego se ve impulsado a repetir el “antes muerto que vencido” de Gianfranco Pagliaro. Si bien es al italiano a quien imita, uno no puede dejar de pensar que su travesía tiene puntos de contacto con la que realizó el personaje de Carlos Monzón en aquel film.
Una muy interesante película de Emiliano Serra que cuenta con un protagonista fresco, joven, que descubre un mundo nuevo, el de la gran ciudad y el laboral, nada menos que en el correo. Fines de los 90, con la ciudad empapelada con el rostro de José Luis Cabezas, y un adolescente pueblerino que está feliz frente a su primer trabajo. Es el rostro de la inocencia en un mundo cruel: el de la precarización laboral, contrato por tres meses renovable, cobrar mitad en efectivo y mitad en tickets canasta. Pronto en el ambiente de trabajo aparece la hostilidad de los veteranos que ven en esa generación de chicos nuevos, la amenaza a su estabilidad. No se equivocan, es tiempo de cambios, no solo en su ámbito, también en las formas de comunicación. El film protagonizado por Tomás Raimondi que le otorga el toque justo de inocencia y perplejidad ante todo novedad, muestra con destreza lo ocurre en esa época del país y sus consecuencias. Desde los actos de corrupción a los ritos divertidos del recorrido. El telón de fondo de un país en crisis, el espacio para la historia individual, los toques de humor, alguna digresión no muy lograda, pero con una intensidad constante.
"Cartero": un relato de iniciación "Anotá esto, pibe, es muy importante", le avisa el veterano Sánchez a Sosa durante su primer día como repartidor postal en el Correo Nacional. Luego recita: "Un cartero es un laburante que patea la calle siempre. No importa si llueve, nieva o truena, el correo se entrega igual, por eso la gente nos quiere". En ese ambiente de sabiduría callejera, donde la práctica se impone por sobre la teoría, debe manejarse este chico durante el que probablemente sea su primer contacto directo con el mundo del trabajo. No le será nada fácil relacionarse con esos compañeros que tienen mil mañas encima y, para colmo, interpretan su contratación como una amenaza. ¿Qué puede tener de amenazante alguien recién salido del secundario y con pinta de ser más bueno que el pan? En principio, nada. Pero en Cartero, a diferencia de una porción importante del cine nacional, el contexto es un factor condicionante de las acciones. Promedian los años '90 y, con las privatizaciones de empresas estatales avanzando a paso redoblado, Hernán Sosa (un Tomás Raimondi que con su caminar desgarbado y ojos redondos de sorpresa constante da perfecto con el physique du rôle) tranquilamente podría ser un buchón de ese nuevo gerente que, para sorpresa de todos, mecha un anglicismo cada cinco o seis palabras. Pero él sabe que está ahí de paso, que se trata de un trabajo ganapanes para hacer mientras estudia en la facultad, que lo laboral puede ser muchas cosas pero no un escenario estanco ni algo para quedarse "toda la vida". Primera diferencia imposible de saldar con sus colegas, todos ellos con décadas encima recorriendo los pasillos lúgubres y húmedos del correo y estableciendo varios "kiosquitos" paralelos al reparto de sobres. Los clientes preferenciales, los paquetes con contenido dudoso y los favores diarios son negocios con los que más vale que Sosa no se meta, tal como le advierte Sánchez (Germán de Silva). La otra gran diferencia es la distancia para con ese contexto apremiante, de puestos laborales al filo del abismo. Sosa parece siempre ajeno a todo, incluso a los telegramas de despido que debe entregar, y prefiere dedicarse a disfrutar los pequeños placeres cotidianos del oficio, desde algunas propinas hasta cine y comida gratis. También a seguir solapadamente a esa conocida de su pueblo natal con la que se cruza durante uno de sus recorridos y que evidentemente le gusta, marcando así el carácter definitivo de relato de iniciación de la trama. Basada en las experiencias personales del director Emiliano Serra, cuyo primer trabajo fue como pasante repartiendo correspondencia de una AFJP, Cartero puede leerse como un complemento de Así habló el cambista, que seguía a un comprador y vendedor de divisas extranjeras durante los '70. Más allá de los diferentes tonos, formas y estilos, ambas proponen un viaje por un submundo en cuyos puntos oscuros radica buena parte de las explicaciones de la realidad económica y laboral de las últimas décadas. Pero si en la película del uruguayo Federico Veiroj la búsqueda del lucro a como dé lugar ponía en aprietos al cambista del título, ubicando al espectador en un lugar incómodo y ambivalente, aquí se aborda la compleja relación entre lo público y lo privado de manera más tangencial, en tanto el punto de vista corresponde al de alguien que mira todo lo que hay a su alrededor con la fascinación de una primera vez. Hasta fichar o probarse el uniforme se vuelve una experiencia trascendental para él. El resultado es una rareza: una película luminosa e inocente, por momentos feliz -la escena de las puteadas a los sobres de concursos televisivos es un ejemplo- sobre un país al borde del estallido.
Una de las fortalezas que tiene el primer largometraje de ficción de Emiliano Serra, es que invita a tener en cuenta aquellas películas argentinas que centran su historia en los años 90. Sacando algunos documentales, la ficción argentina no se ocupó todavía lo suficiente de aquella deblace del neoliberalismo, y tal vez Cartero tiene más similitud con: A la Cantábrica (Ezequiel Erriquez, 2013) que sigue la historia de cuatros niños a traves de su pasaje hacia la adolescencia, un film interesante poco tenido en cuenta. La màs reciente Las buenas intenciones que està circulando por festivales internacionales y se estrena en Argentina en el marco del Festival de Mar del Plata tal vez sea una señal de este saludable revisionismo hacia una época que linkea con ésta de fines de la década del 10, por el contexto económico y político, pero además por esa dimensión moral putrefacta que tiene su momento final en el 2001. Es muy claro y muy obvia la relación entre los años 90 y la crisis que Cartero plantea, pero vale la pena ingresar. Es verdad que si se lo hace de forma desprevenida podría tratarse de los albores del 2001: es que la tensión que el guión de Serra tiene por debajo de lo que explicita produce una espera de algo que no se sabe muy bien qué es. El espectador mira con los ojos de ese joven, del que la cámara de Manuel Rebella difícilmente se separa, que tiene su primer empleo formal nada menos que en el Correo Argentino: su ilusión y su desencanto serán las dos caras de la misma cosa. A eso se irá entrando en una morosa presentación de situaciones, en el choque con los mayores, en algunas atisbos de corrupción que la historia sugiere de forma interesante, la corrupción de aquellos que son víctimas de una corrupción mayor. Antes de la tecnología, del whatsapp, del pensar colectivamente, este Hernán Sosa podría ser un chico Rappi o call center, precarizado en modo sálvese quién pueda que también forma parte del espíritu de época.
La historia de Hernán Sosa (Tomás Raimondi, ganador de una mención en el BAFICI y Ganador del Premio Carlos Carella en el MAFICI) se sitúa en la década del 9o’ . Llegado de un pueblo llamado Los Tordillos, en la Provincia de Buenos Aires, entra al Correo Argentino en Buenos Aires en plena crisis, con una mezcla de emoción y orgullo, aunque su contrato se renueve cada tres meses y el sueldo sea mitad efectivo, mitad tickets-canasta, algo impensado hoy. Por eso le cuenta a su abuela, quien lo educó, que “va a fichar y va a tener un uniforme”, algo común en cualquier trabajo pero que él vive como algo que lo distingue. La persona que lo entrena en su nuevo trabajo es Sánchez (Germán de Silva) quien le enseña todos los secretos del oficio, desde encasillar hasta cómo hacer el reparto por sus calles, Tucumán y Viamonte, desde la 9 de Julio hasta Alem. El está a punto de jubilarse, o mejor dicho, le piden el retiro voluntario, hecho que lo tiene angustiado. A Sosa le enseña lo legal y Sánchez le ofrece “changas”, también le habla de códigos, que no deben romperse, ya que su ingreso provoca que los más antiguos desconfíen de los nuevos, entre los que está el inocente Hernán. En el medio de sus recorridas descubre que en una de las oficinas trabaja Yanina, una joven de su pueblo que le gusta y pasa a formar parte de un interés casi obsesivo que le trae problemas con un compañero, el menos amigable, porque la oficina no está en su zona, sino en la del colega que lo increpa, luego el guión depara algunas sorpresas. Dentro del relato hay pequeñas participaciones de actores de vasta trayectoria como Germán Palacios, Edda Bustamante y Marta Lubos, que aportan una cuota de color y forman parte del anecdotario de su trabajo. La década mencionada está bien representada mediante locutorios, ya que no se muestran celulares y una dirección de arte precisa. El film de Emiliano Serra es simple, pero en su simpleza y en la muy buena actuación de su protagonista, está el disfrute. https://www.youtube.com/watch?v=1WYHtTgO-2M DIRECCIÓN: Emiliano Serra. ACTORES: Tomás Raimondi, Germán De Silva, Ivan Masliah. GUION: Santiago Hadida. FOTOGRAFIA: Manuel Rebella. MÚSICA: Gustavo Santaolalla. GENERO: Drama . ORIGEN: Argentina. DURACION: 80 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años DISTRIBUIDORA: Independiente FORMATOS: 2D. ESTRENO: 07 de Noviembre de 2019
Una historia de aprendizaje y de amor, casi una película de misterio. Aunque en principio esta historia de un joven cartero tratando de aprender el oficio en plenos noventa privatizados puede pensarse como una película social o política, solo lo es en parte. En otro sentido, es una historia de aprendizaje y de amor, casi una película de misterio que se vuelve cada vez más abstracta y, por supuesto, universal.
Un solitario joven, en la Buenos Aires de los ´90, es el empleado del correo que da nombre a esta mezcla de drama urbano e historia triste de la vida ordinaria. La intención de Emiliano Serra en su primer largometraje, es mostrar el retorcido universo del correo en Argentina, a través de las vivencias del protagonista, quedando como resultado un ejemplo del Nuevo Cine Argentino de aquellos años. Hernán Sosa (Tomás Raimondi) es un adorable chico de la localidad de Los Tordillos, en la provincia de Buenos Aires, que llega a Capital Federal y consigue su primer trabajo en el Correo Argentino, donde queda embelesado con sus procesos. Después de pasar por la etapa de pasante, deja la duda y queda efectivo, lo que le permite estudiar y mantenerse, que no es poco. Ahí conoce a Sánchez (Germán Da Silva), un veterano cartero que le hace conocer ese particular mundo, los códigos, la burocracia, la corrupción. Con precarias condiciones laborales donde, por ejemplo, los empleados cobran “mitad en cheque y mitad en ticket-canasta” surgen tensiones entre ellos, sobre todo por la amenaza de los pibes frente a los más antiguos, a quienes van descartando. Hernán juega ese juego y va por más. Tomás Raimondi logra una excelente interpretación como el inocente y joven cartero que se hace un lugar en ese mundillo, lidiando con los mayores, pero también que genera empatía con sus momentos de introspección en soledad. Con un prolijo guion y buenas actuaciones, se relata el mundo del correo como algo novedoso dentro de lo cotidiano. Uno de los puntos interesantes es que es una película en una época que se da por olvidada y que Serra la trae al aquí y ahora para narrar, casi como un documental, la vida del cartero argentino de la década del ´90, ya que hoy en día esa forma de comunicación fue suplida, en su mayoría, por la llegada de Internet. Buenos Aires se ve como un monstruo que se come al protagonista en una ruidosa soledad a la que se va acostumbrando poco a poco. Todo su pasado no importa en este presente donde los golpes se curan solos y el amor nace en formato epistolar. “Cartero” (2019) no es una película a la que el espectador se entregue fácilmente, con escenas disonantes entre ellas, con intensidades diferentes que hacen que las que no funcionen con fluidez, quedan algo anodinas en comparación. Sobre el final, se entiende que el caos es tanto social como personal. Y eso ninguna carta lo preavisa.
Cómo atrapar a una audiencia grande hablando de un oficio que lo que menos hace hoy en día es trabajar de lo que le da nombre a su profesión: cartero. Se podría decir que el cartero es el eslabón perdido en la evolución de las redes sociales con la salvedad de que las actuales mensajerías digitales adolescen del suspenso de la llegada de una misiva, del soporte material (sobre, contenido, estampillas). Ese suspenso es el elemento de la atmósfera que más predomina en este buen filme que pasó por el último BAFICI y que es la primera ficción que Emiliano Serra estrena en cartelera porteña. Cabe aclarar que la carrera de Serra acumula su mayor cantidad de horas en las mesas de edición aunque ya tiene 2 documentales de su factoría, uno de ellos "La Raulito, Golpes Bajos", con una positiva acogida en el Festival de Mar del Plata en 2009 donde fue nominado para un premio. Hernán es un muchacho de pueblo y consigue trabajo de repartidor de cartas en el mítico Correo Central, edificio que hoy alberga el CCK. Vamos a viajar a la época de los '90 y el comienzo de las privatizaciones, una de ellas, la del servicio de correo. Esto parece no importarle en principio a Hernán que se convierte en discípulo de un viejo cartero, ése que conoce cómo hacer el reparto en tiempo y en forma pero también el que tiene todas las mañas y el que digita los códigos del grupo, que deben respetarse a rajatablas o atenerse a las consecuencias. Poco a poco, el joven va ganando su espacio y la confianza de los que lo miran con recelo porque saben que puede arruinarles sus planes para nada santos. Durante el recorrido, encuentra en la gran ciudad a una chica del pueblo, que siempre le gustó aunque ella parecía no registrarlo, un amor imposible. Con las posibilidades que le brinda el conocer dónde vive la gente, tratará de rastrearla violando los códigos de Sánchez, el mandamás de la cuadrilla. Resulta muy adecuada la contextualización por los uniformes, la elipsis del proceso hacia la privatización, la inclusión del escaneo de barras en los envíos para el sistema del "track & trace", los contratos basura para los jóvenes y las internas gremiales. Desde ya, no podía faltar el cuarto rebosando de cartas para el concurso del millón de Susana Giménez del que se muestran algunos pantallazos y el trabajo de los carteros para que la ilusión llegue a la pileta del canal donde otras miles de cartas aguardan el destino ganador y los susanos las mezclan tirándolas por los aires. Germán Palacio y Edda Bustamante hacen sendos cameos en situaciones un poco inusuales poniendo una cuota de color. Sólida actuación de Tomás Raimondi, como el atribulado aprendiz de cartero y de Germán Da Silva como el capataz. La música es del consagrado Gustavo Santaolalla y el guión de Santiago Hadida (Aballay).
Hay un impecable trabajo formal en esta película pequeña, que se dedica a seguir a un caminante urbano. El joven del interior que estrena su trabajo como cartero y al que, por tanto, casi como derecho de piso, le dan tareas para patear la ciudad. Hernán Sosa (Tomás Raimondi) cuida su trabajo y acepta lo que le digan, desde las condiciones precarizadas que incluyen cobrar parte del sueldo con tickets canasta a sumarse a tareas que no le corresponden. Y, por supuesto, no preguntar cuando le piden que entregue sobres a determinadas personas en mano, nunca a otras. Su jefe, y suerte de mentor, es Sánchez (Germán de Silva, estupendo), un tipo rudo que conoce el oficio. En esas vueltas, Hernán se cruza con distintos personajes. Hasta con Yanina, a la que conoce (y en secreto ama) desde la infancia compartida en el pueblo. El director, Emiliano Serra, se basó en su propia experiencia como cartero, y ciertamente logró comunicar cuánto puede contar, esa red de mensajeros, de la sociedad en crisis en la que viven. Cartero es una película seca, con pocos y justos diálogos, que cuenta su historia mínima con un logrado registro casi documental (buen trabajo de fotografía de Manuel Rebella) que termina por transmitir una suerte de poética de la selva urbana.
AYER, HOY Y SIEMPRE Situado en pleno gobierno menemista como telón de fondo y centrándose en las vicisitudes labores de aquella época, el film nacional Cartero exhibe varias circunstancias que reflejan lo vivido por esos años pero que tranquilamente pueden repetirse en la actualidad. La película dirigida por Emiliano Serra cuenta la historia de Hernán Sosa, un joven que empieza a trabajar en el Correo, en momentos de privatizaciones, retiros voluntarios y pobreza creciente. En este contexto, aprenderá a caminar la calle, los secretos del oficio y conocerá a los personajes que viven en ese mundo. El film es simple y sencillo de principio a fin, ganando en potencia narrativa durante su desarrollo, al presentar a este muchacho que ve todo el mundo laboral de color de rosa al comenzar con su tarea y que a lo largo del relato va tomando consciencia de cómo ese contexto no es tan bonito como suponía. En la historia se reflejan en forma perfecta los diferentes aspectos que posee un ámbito laboral como el del Correo, pero que tranquilamente pueden trasladarse a cualquier profesión. El jefe del lugar que conoce todos los puntos oscuros y tiene ascendencia sindicalista; el gerente que pretende revolucionar la tarea a realizar a costa del esfuerzo de los trabajadores; los celos y rispideces entre laburantes; y las variables que suceden día a día en la labor. Todos estos puntos son abordados de manera común, como hechos que va viviendo el protagonista pero que permiten exhibir el mundo laboral en todos sus matices. En esto último es donde la película se destaca, mostrando cada circunstancia sin subrayados o remarcaciones, aportándole naturalidad y frescura al relato. A todo esto se suma una correcta y precisa labor de su protagonista, Tomás Raimondi, que lleva adelante su personaje cargando en sus hombros todo el peso de la narración, resultando solvente en su tarea. Con una simple pero acertada contextualización de la época, Cartero es un trabajo pequeño, quizás íntimo, pero que refleja perfectamente una época, con todos los contrastes necesarios para lograr interpretarla y observar lo cíclica y repetitiva que es la historia argentina en materia laboral y política.
Cartero, la película de Emiliano Serra, sirve como una especie de autobiografía y al mismo tiempo como retrato del pasado y del presente neoliberal.
Telegramas indeseables ¿Otro país, otra Argentina?, Cartero transita los ’90 desde el punto de vista de un joven (Gran revelación de este Bafici) Tomás Raimondi, cuyo personaje lleva consigo la carga de haber llegado de provincia a la urbe en busca del primer empleo en el correo central. La idea del primer sueldo entre rumores de privatización, el retiro voluntario y forzado de empleados públicos con años de antigüedad y vocación, contrastan con los negocios de la supervivencia y los recorridos para ganar algo más de dinero en aquel chiste llamado revolución productiva. Cobrar con un cheque o vales para comprarle remedios a su abuela, los primeros roces con un oficio que para sus compañeros arrastra vocación y servicio al darle verdadera importancia a la entrega de cartas a la gente hablan de una Argentina distinta pero lamentablemente igual a la de esta época, con los mismos jóvenes desilusionados de antes, los mismos excluidos de los trabajos y ese cine luminoso que nos mira tan de cerca que a veces duele. Una ópera prima frontal y tan vigente que sacude la melancolía noventista cuando aquella Buenos Aires parece una postal no del pasado sino del presente.
El mundo es rudo y la Argentina complicada. Dentro de ese convulsionado clima económico y social de los años menemistas, donde las privatizaciones asolaban a los trabajadores de cualquier especialización, provocando despidos y cierres de empresas, llega de un pueblo Hernán Sosa (Tomás Raimondi), un joven con intenciones de abrirse paso dentro de la sociedad y del mundo laboral. Viene a estudiar en la universidad pública y, gracias a una recomendación, entra a trabajar al Correo Argentino. Esa es la historia que presenciamos en el film, y que es una especie de espejo de lo que transitó por esa época el realizador Emiliano Serra. Gracias a su experiencia podemos observar la trastienda de un correo. Cómo trabajan, se esfuerzan, manejan códigos internos que hay que respetar, y los celos, que obnubilan las mentes de los compañeros. Porque cuando arriba Hernán, con su sangre joven, lleno de energía, dispuesto a aceptar contratos precarios, ellos ven peligrar sus puestos de trabajo. Lo aceptan como uno más a regañadientes. Sánchez (Germán de Silva) es su maestro y tutor, aunque no le guste. Es un veterano que se las sabe todas y tiene mucha calle. La película se centra exclusivamente en la vida de Hernán, cómo aprende el reparto, y se hace conocido en las dos calles que le toca caminar diariamente. También lo vemos estudiando y yendo a la facultad. Él vive solo en una pieza derruida de una humilde pensión. Pero tiene un deseo, que se convierte en una obsesión: Yanina (Macarena Suárez), una chica de su pueblo que, como él, vino a probar suerte en la gran ciudad. Ella trabaja en un edificio cerca del recorrido que le toca hacer, la sigue siempre que puede, pero no se anima a encararla. La narración es corta. Bien actuada. Hay pocos diálogos, muchas acciones. De algún modo, por las buenas o por las malas, siempre le enseñan algo al novato. El elenco cumple con lo que se pretende de ellos, dentro de los cuales, hay unas caras famosas que participan en breves escenas. En un par de ocasiones suena una música incidental, recién al final se escucha una canción cantada que reafirma lo visto. Lo importante pasa por las imágenes y transmitir lo más fielmente posible, los sentimientos y experiencias de Hernán. El protagonista se adaptó rápido a las exigencias. El empeño y el cansancio se van acumulando, pero eso no es un problema sino su anhelo, que no lo hace razonar con la debida inteligencia.
Ciudad de Buenos Aires, año 1997. Hernán (Tomás Raimondi) es un estudiante de Imagen y Sonido -en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU)- que se muda al barrio de Once, bien lejos de su familia rural, y también renuncia a su puesto de trabajo en una administradora privada de jubilaciones para aceptar otro como cartero en el Correo Central. En su nuevo asentamiento laboral solo hay descontento por los despidos encubiertos a los más veteranos y, asesorado por Sánchez (Germán de Silva), su superior, se esforzará por vislumbrar cuáles son los códigos de supuesta fraternidad con los que operan sus compañeros más hostiles a la hora de ganarse la vida, con sueldos cada vez más ajustados y changas que no siempre serán monetarias. Durante un junket de prensa en la Asociación DAC (Directores Argentinos Cinematográficos), el realizador Emiliano Serra nos confió que ‘Cartero’ opera como una suerte de autobiografía cifrada, comenzando por las simetrías establecidas entre sus primeros años de universitario y los de su protagonista ficticio: ante la ausencia de una industria laboral firme, solo se consigue trabajo en actividades que no guardan ninguna relación con su formación, pero cada tanto se encuentra un instante para visitar una sala de cine. Aun así, es más importante destacar que la película avanza sin enfatizar tales paralelismos –ni dentro de su propia historia, ni en los paratextos de la misma-, en otras palabras, lo que prima en ella son los elementos universales que dialogan con los contextos de crisis económica y desempleos masivos que tienden a manifestarse en determinadas circunstancias de todo país insertado en el sistema capitalista.
Dirigida por Emiliano Serra y coescrita junto a Santiago Hadida, Cartero es una película ambientada en pleno auge de las privatizaciones de la década del 90, en la que un joven estudiante del interior consigue su primer trabajo en el Correo Argentino. Hernán Sosa (Tomás Raimondi) llega del interior, con 18 años, para estudiar y trabajar, y poder mandarle dinero a su abuela. Después de unas pasantías, consigue entrar al Correo y allí Sánchez (Germán de Silva), un viejo experto del oficio, le enseña los códigos con los cuales manejarse. Lo que no se esperaba era cruzarse a Yanina, una joven que conoció durante su infancia y de quien se siente enamorado. Ese hecho que parece simple e inocente lo lleva a introducirse en un submundo que se percibe raro y peligroso. Era otra época, y todavía la totalidad del correo se movía de manera analógica: no hay celulares, todo se manda por carta. Al mismo tiempo, todo parece tan actual. La ambientación de época es sutil, se va develando a través de detalles. El tono también contrasta entre ligeros toques de comedia y el romanticismo y el drama social, que se va tornando cada vez más denso. La película está contada desde el punto de vista de Sosa. Lo vemos escuchar y aprender, para luego trabajar siguiendo cada una de las reglas a medida que las va aprendiendo. Pero también se cruza con la desconfianza de los antiguos trabajadores, personas que tras años y décadas de trabajo ven que estos jóvenes que entran, inexpertos y con un salario mucho menor, empiezan a reemplazarlos. El film funciona como un preciso retrato sobre el auge de las privatizaciones y la precarización laboral, pero no elige quedarse sólo en esa capa de crítica social. Sus guionistas le permiten a Sosa desarrollarse como personaje, sin necesidad de tener que conocer mucho de su vida anterior, sino con la presencia de una motivación clara reflejada en esta misteriosa muchacha a la que él intenta acercarse sin mucho éxito. Primero, porque lo domina la timidez y el miedo, luego porque se ve inmerso en algo que no termina de comprender, desde que le prohíben entrar al edificio hasta que le hacen llegar el mensaje de maneras menos amables. Cartero es un film que consigue retratar una época y espejarla con la actual y, al mismo tiempo, contar una especie de historia de iniciación sobre un muchacho del interior que se inserta en el mundo laboral. La interpretación de Tomás Raimondi con su frescura e inocencia y la música original de Santaolalla terminan de hacer de Cartero algo más que un retrato social.
En la década del noventa, en la Ciudad de Buenos Aires, el joven Hernán Sosa empieza a trabajar en el correo. Son épocas de crisis económica en una profesión que a su vez está entrando en crisis. En este contexto, Sánchez, un viejo cartero, le enseña los secretos del oficio y sus personajes. Durante una de sus rutinas, Hernán se cruza con Yanina, una chica de su pueblo. Trata de encontrarla en su recorrido y, sin buscarlo, se interpone en los planes misteriosos de un grupo de carteros que, al sorprenderlo, le prohíben volver al edificio. La película de Emiliano Serra tiene un pulso narrativo exacto y eficiente. Tropieza solo cuando subraya la bajada de línea política pero con mayor sutileza, o tal vez sin saberlo, denuncia también la corrupción de los trabajadores que están metidos en un negocio turbio. El resentimiento pero también la ilusión de los personajes, las historias desconocidas, el retrato de época. Las capas secretas de un oficio, los vericuetos menos observados y la humanidad de su protagonista conforman una película interesante y
Sosa (Tomás Raimondi) es el nuevo cartero del Correo Central. Su sonrisa de recién llegado se distingue entre los rostros de los antiguos trabajadores que lo miran de reojo, con desconfianza pensando que viene en el papel de “buche” o a “serrucharle” el piso a alguien. Desconfianza, pero también amargura y frustración por el hecho de que su llegada coincida con un momento en que están forzando a varios compañeros a tomar el retiro voluntario en plena ola de crecimiento de las privatizaciones. Pero al joven no parece afectarle en gran medida tal asunto, tampoco los negocios que ocurren a su alrededor. Él está satisfecho con el hecho de haber conseguido un trabajo en Capital Federal y que el mismo le permita mantenerse mientras comienza a cursar su carrera universitaria en la universidad pública de Buenos Aires.