Luego de co-dirigir junto a Federico Godfrid esa pequeña gran película llamada La Tigra, Chaco, Juan Sasiaín se lanza en solitario con un film en donde los arrobadores paisajes de Río Negro ocupan un rol central en el diseño de la ficción, a tal punto que en muchos momentos el bordado de las acciones parecería importar menos que la forma en que los rayos del sol rebotan sobre el lente de la cámara. Por esta geografía de lagos, puentes y gozosos verdores corretea y se escabulle Coco (Lautaro Murray), a quien todavía le cuesta aceptar que papá (Leonardo Sbaraglia) no regresará nunca más con mamá (que tiene peso en el drama, aunque permanece siempre fuera de campo). Para colmo, papá ahora tiene una novia muy joven y bella (Guadalupe Docampo) por la cual Coco siente celos y fascinación. “No andes enamorándote así, a lo loco”, le dice al chico un carnicero del pueblo, un personaje que con su dicción y singularidad logra recuperar provisoriamente esa autenticidad artesanal que enaltecía La Tigra, Chaco y que no es tan fácil de hallar en el nuevo trabajo de Sasiaín. Porque Choele es un film esencialmente convencional, con intenciones nobles y un buen ritmo narrativo pero condicionado por su ostensible voluntad de agradar, con una música tan almibarada como invasiva y con clips ilustrativos del clásico candor infantil que se acercan más al efecto publicitario que a la emoción real que debería nacer naturalmente del devenir cinematográfico.
El fin de la inocencia Primer film realizado en soledad por Juan Sasiaín (había codirigido junto a Federico Godfrid la notable La Tigra, Chaco, premio FIPRESCI en Mar del Plata 2009), Choele se apropia del punto de vista de su protagonista de 11 años para expandirlo a toda su narración, convirtiéndose así en un digno exponente de una tendencia del cine argentina de contar historias desde una mirada inocente. Y es justamente allí, en esa pátina infantil sin un ápice de condescendencia, donde radica el principal mérito de la película. Estrenada en el Festival de Mar del Plata de 2013, Choele sigue a Coco (notable Lautaro Murray), quien pasa los últimos días en su Choele Choel natal con su padre (Leonardo Sbaraglia) mientras espera que la madre venga a buscarlo para mudarse con ella. Sasiaín alterna entre un retrato de lo cotidiano (los juegos con un amigo, el vagabundeo vacacional) y las consecuencias de la presencia de una ocasional inquilina (Guadalupe Docampo), encarnando en su figura la ebullición hormonal del protagonista, la curiosidad del amor y la certeza de una adolescencia próxima propias de la pubertad. Y lo hace con la misma firmeza y sensibilidad de La Tigra, Chaco, aunque con algo más de cálculo y una cuota de preciosismo que terminan restándole puntos al resultado final.
Tres personajes y una obsesión Juan Sasiaín, tras dirigir La Tigra, Chaco (2008) junto a Federico Godfrid, continúa con las búsquedas estéticas y narrativas experimentadas en su antecesora. En Choele (2013) vuelve a centrar la historia en un pequeño pueblo, ahora en el sur argentino, para explorar la relación vincular entre un padre y un hijo preadolescente marcada por la presencia de una mujer. En la ciudad rionegrina de Choele Choel vive Coco con su padre. Hijo de padres separados, Coco fue criado por el hombre de la familia y la ausencia materna se siente cada día más. Entre ambos hay un vínculo especial y muchas complicidades. Pero la rutina se verá alterada cuando una joven muchacha, mucho menor que el padre y algo mayor que el hijo, irrumpa en sus vidas y ponga a Coco en un lugar no experimentado: El nacimiento del amor y la primera decepción. Choele es una película de iniciación que narra, en ese duro pasaje de la niñez a la adultez, lo que pasa entre un padre y su hijo cuando una mujer aparece de repente en sus vidas para movilizarlas. Pero también es una película sobre la obsesión. Al principio del relato, el personaje de Leonardo Sbaraglia le contará a Coco una historia sobre una obsesión y esa palabra será la que marcará a los personajes durante todo el metraje. Diferentes obsesiones irán dando sutilmente forma a la historia, pero que a su vez serán las desencadenantes de cada una de las problemáticas que la atravesarán. Protagonizada por Leonardo Sbaraglia, Guadalupe Docampo y Lautaro Murray, Choele explora sobre los vínculos de manera intimista pero también genuina. Tal vez el mayor problema sea el de apelar a ciertos recursos plásticos, como la música, para remarcar situaciones que narrativamente están bien construidas, sin la necesidad de tener que recurrir a subrayados que terminan jugándole en contra al resultado final. Choele es un film que sigue la línea impuesta por su director en La Tigra, Chaco, y que más allá del recurso del nombre de una ciudad, bien podría funcionar como una secuela o precuela de su antecesora, en donde alguno de sus personajes atraviesan transversalmente la historia para pasar de una a la otra.
Dirigida por Juan Sasiaín, la película tiene virtudes y algunos defectos. Como siempre, brilla Leonardo Sbaraglia, bien acompañado, integrado a la quietud del lugar como un personaje más. Falla en las situaciones de los niños, que suenan artificiosas. Pero se deja ver.
La nueva película de Juan Sasiaín, director de “La Tigra, Chaco”, cuenta la historia de Coco (Lautaro Murray), un niño que se crió con su padre (Leonardo Sbaraglia) en Choele Choel, pero que está a punto de abandonar dicho lugar para irse a vivir con su madre. Es así como la película se va a centrar en las vivencias y en los cambios de Coco, pero no solo el hecho de abandonar su lugar y despedirse de las personas que lo rodean (su padre, su mejor amigo y una vecina que está enamorada de él), sino en el traspaso de la niñez a la adolescencia o incluso a la adultez, el darse cuenta que la vida adulta no es tal como él creía o el encontrarse con ciertas desilusiones de su gente cercana, entre otras cosas. Y la llegada de Kimey (Guadalupe Docampo) a Choele Choel va a profundizar esta necesidad de cambio en Coco, como también acrecentar una especie de competencia con su padre. El vínculo entre ambos, el cual está muy trabajado, va a cambiar con la llegada de esta mujer, formando una especie de triángulo amoroso. La trama es simple, pero “Choele” es de esas lindas historias en las cuales no ocurre ningún hecho en particular, sino que se limita a contar las vivencias de un chico, profundizando sobre sus sensaciones y formas de ver el mundo, sobre todo, su mundo. Es una película cálida, con buenas actuaciones, en la cual nos encontramos con Lautaro Murray como revelación y vemos a Leonardo Sbaraglia encarnando a un padre atento y que se preocupa por su hijo, pero que a la vez no ve que con sus acciones lo está lastimando. El ritmo del film condice con su historia y fotografía (los paisajes rionegrinos se pueden disfrutar constantemente): “Choele” nos transmite calma, paz, armonía. En síntesis, “Choele” es una película para quienes disfrutan de historias más profundas y basadas en las emociones internas, que buscan un ritmo más lento en su trama y disfrutar de los paisajes naturales. Samantha Schuster
La educación sentimental Daniel y Coco, padre e hijo, transcurren sus días en Choele Choel entre charlas, consejos y miradas. Mientras el chico espera que su madre lo busque, una joven ingresa a sus vidas. Coco (Lautaro Murray) disfruta del verano en contacto con la naturaleza, juega con un amigo en el río, hace los mandados, fuma sus primeros cigarrillos con gesto experto, es un chico como muchos otros en tránsito hacia la adolescencia. Pero mientras pasa los días en compañía de su papá Daniel (Leonardo Sbaraglia), con el que tiene charlas de padre e hijo y a veces de hombre a hombre –por ahí hay una chica que quiere ser la novia de Coco y el despertar sexual es tema de conversación–, el presente de Coco es inestable porque está esperando que su madre lo venga a buscar a Choele Choel para ir a vivir con ella a otra ciudad. Y para agregar una cuota de inquietud, Daniel ingresa a sus vidas a Kimey (Guadalupe Docampo), una chica joven a la que después de algún reparo acepta y con la que poco a poco y de manera confusa, empieza a fantasear con una posible relación. Este inesperado triángulo amoroso es el centro de Choele, primer largo de Juan Sasiaín solo, que había dirigido La tigra, Chaco junto a Federico Godfrid y donde la historia también se desarrollaba en un pueblo, con jóvenes contrariados por amores no consumados. La sensibilidad de la puesta se apoya en la mirada del chico sobre su entorno y los aprendizajes que va recorriendo en compañía de su padre –el modelo a seguir, en la vida y sobre todo en los recursos del amor–, los consejos cómplices del carnicero y el deseo, que lo impulsa a tomar decisiones deliciosamente torpes, inocentes y por eso mismo, genuinas e irrepetibles. Murray cumple con la regla no escrita de actor joven que resulta una revelación deslumbrante, Sbaraglia se luce como un padre cómplice mientras intenta ordenar su vida y se desgarra por dentro por la pronta partida de su hijo y Docampo compone desde un amplio abanico de recursos un personaje enamorado, joven, tierno y que entiende los conflictos del chico. Choele entonces tiene un tono intimista, se toma su tiempo para ir marcando los cambios sutiles y dramáticos del destino de los tres protagonistas y, sobre todo, no es condescendiente con sus criaturas que respiran una serena tensión, antes de que sus vidas cambien para siempre.
Lejos de las convenciones En la relación del niño y su hijo, se eligió alejarse de los lugares comunes, de que el chico hable como adulto o tenga una inocencia desmedida. Las películas que están contadas desde el punto de vista de un niño, o como aquí, entrando a la adolescencia, suelen tener sus complicaciones. O el libretista lo hace tener y/o decir razonamientos impropios para su edad, o se cae en una inocencia desmedida. Por suerte, y lo que valoriza a esta primera película en solitario de Juan Sasiaín (codirector junto a Federico Godfrid de La Tigra, Chaco), es que el realizador se aleja de ambas convenciones. Y eso que la historia daba lugar para ellas. Coco tiene 11 años y está pasando unos días con su padre en su casa/taller en Choele Choel. Coco no entiende, o mejor no quiere comprender por qué sus padres están separados, y vería con muy buenos ojos que estuvieran juntos. Coco está en una etapa madurativa -acercándose a la pubertad- y con una carga hormonal que empieza a hacer sus explosiones, por lo que la joven “inquilina” con que se encuentra en la casa del padre (Kimey) le motiva sentimientos. Un primer amor. Sasiaín va mostrando al protagonista, más -o mejor que solo- en sus relaciones. Tanto sea con su padre como con un amiguito, o con Kimey, allí es donde Coco puede ganar la empatía del espectador, o directamente perderla. Sucede lo primero. También ayuda a ello que los tres intérpretes logran que sus personajes sean creíbles. Lejos de cualquier macchietta, tanto Lautaro Murray (el pequeño Coco) como Leonardo Sbaraglia y Guadalupe Docampo hablan, no recitan; andan, no actúan. Es el relato de un niño y su entorno, sus preocupaciones. Que sea en el interior, en el Sur, puede o no ser anecdótico. Probablemente si en vez del río los chicos fueran al club, o se quedaran encerrados con la computadora, otra sería la historia. Por suerte es ésta.
Un tierno cuento de verano Un chico se siente atraído por la nueva novia de su padre. Esa sola línea podría inspirar decenas de historias terribles, tortuosas, de parricidio simbólico y quién sabe cuántas otras macanas. Subiendo un poco la edad y variando el tipo de compromiso, ya tenemos "Los caranchos de la Florida", fuerte novela de Benito Lynch bien llevada al cine por Alberto de Zavalía, 1938, con una jovencita Amelia Bence como la dama en discusión. Ni hablar de "La mujer de mi padre", con el trío Bo-Sarli-Bo, 1968. ¿Pero si le bajamos la edad, y el chico es realmente un chico? Ah, entonces ahí tenemos "Choele", simplemente una ternura. No podía esperarse otra cosa de su autor, Juan Sasiain, que ya había hecho con Federico Godfrid ese otro deleite llamado "La Tigra, Chaco". Ambientado en Choele-Choel, Río Negro, el de ahora es un leve cuento de verano sobre un muchachito normal de unos 11 años, hijo de padres separados a los que quisiera ver nuevamente juntos. Es la pintura de tardes chapoteando en el río con el amigo, de vagabundeos infantiles por las afueras, de lecturas iniciales (Herman Melville, Gustavo Roldán), y de empeños muy serios, como lavar la camioneta. Es también la incomodidad ante la nena que lo busca para ponerse de novios, la confusión ante una jovencita despabilada que se instala en la casa, con la que tímidamente habla de besos, y que seguramente se besa con el padre. Y es, en el fondo, la descripción de un camino hacia el entendimiento y el cariño entre ese padre y su hijo, que ya empieza la pubertad, y ya está viendo que sus padres no se van a juntar de nuevo. Todo eso, contado con delicadeza, con soltura, y con un pibe de mucha naturalidad, Lautaro Murray. Lo acompañan Leo Sbaraglia, Guadalupe Docampo, el chico Ian Ñancufil, también muy natural, Milka Kloster, Lela Ruiz. Y el rio calmo, y la paz provinciana. Y Lucía Moller, directora de actores, porque el realizador es humilde y quiere avanzar paso a paso junto a los que saben. Linda película, placentera.
La fórmula de la felicidad "Choele" es una película sencilla y agradable sobre un chico, su padre y su novia. Hace cinco años se estrenó en el MALBA una ópera prima pequeña que obtuvo un también pequeño pero intenso éxito en el circuito indie del cine argentino, incluyendo dos premios en el Festival de Mar del Plata de 2008 y un entusiasmo apacible pero firme en la crítica. Se llamaba La Tigra, Chaco, la dirigieron dos treinteañeros (Federico Godfrid y Juan Sasiaín) y era una comedia romántica aparentemente sencilla ambientada en un pueblo (el del título, claro) con un trabajo de dirección de actores muy poco frecuente y una sensibilidad a la que el cine argentino no está tan acostumbrado. Ahora llega la segunda película de uno de esos dos directores (Sasiaín), que también pasó por el Festival de Mar del Plata (en 2013, aunque “apenas” se llevó un premio no oficial) y que también tiene el nombre de un pueblo como título: se trata de Choele, que transcurre bastante más al sur que la otra, en Choele Choel, Río Negro. También está Guadalupe Docampo, que de alguna manera surgió en el cine argentino a partir de La Tigra, Chaco, y también es una película pequeña y placentera, bien actuada y construida a partir de escenas con dos actores interactuando con una naturalidad muy lograda. Pero en este caso no se trata de una comedia romántica clásica al estilo “chico conoce chica”, sino que es más bien una película de coming of age, de pérdida de la inocencia, de esas típicas películas que transcurren un verano, protagonizadas por un preadolescente, con un erotismo contenido, con silencios y sobreentendidos. El protagonista es Coco (Lautaro Murray, un chico que logra la combinación exacta de timidez y travesura), que viaja a Choele Choel a pasar unos días con su padre. Su padre es Leonardo Sbaraglia, un actor que ya tiene una seguidilla de trabajos brillantes en cine (Sin retorno, El campo y Aire libre son tres laburos de una sutileza y amplitud de matices deslumbrantes) y que acá directamente la rompe: su Daniel es un padre compinche y un poco irresponsable, amoroso e inmaduro. La relación entre padre e hijo es lo mejor de la película. Pero hay mujeres, por supuesto. Por un lado, la madre ausente de Coco (y ex mujer de Daniel), que nunca aparece. Por el otro, Kimey (que interpreta Docampo sin las exigencias de su chaqueña en La Tigra, Chaco), la novia más joven de Daniel, que ejerce en Coco una fascinación que no llega a ser del todo sexual pero se acerca bastante. Choele es una película agradable, tal vez demasiado agradable y prolija. Está claro que Sasiaín encontró una fórmula con La Tigra, Chaco con la que se siente cómodo y en Choele de alguna manera la perfeccionó. Se podría recriminar esto a Sasiaín, pero sería injusto. Ver Choele en el contexto de un festival de cine (como la ví yo hace casi dos años en Mar del Plata) deja sabor a poco, es cierto; uno ahí busca propuestas un poco más originales y audaces. Pero para ser una película argentina independiente que se estrena en unas dieciséis salas de CABA y el GBA, está muy bien y puede incluso llegar a un público más amplio al que llegó La Tigra, Chaco, que se había estrenado sólo en el MALBA, aunque tampoco alberguemos demasiadas esperanzas en ese sentido. Pero también hay que decir que Choele, aún con sus enormes virtudes, no hace más que revalorizar una película como El acto en cuestión -que permanece en cartel esta semana en el Village Recoleta, el BAMA Cine Arte y el Artemultiplex, además del Cine del Centro de Rosario- por su desmesura, su originalidad, su desprolijidad y su riesgo aún teniendo más de veinte años. La película de Alejandro Agresti nos recuerda que no está mal ser exigente y pedirle todavía más a un cine argentino que ya no padece anemia y puede defenderse solo.
Cuando el cálculo le gana a la espontaneidad Para Juan Sasiaín, Choele representa un paso atrás respecto de La Tigra, Chaco, película codirigida con Federico Godfrid. El relato ofrece un engranaje reparador a partir del seguimiento de tres personajes: un padre separado (Leonardo Sbaraglia), un simpático niño en plena edad de autodescubrimiento sexual y la bella inquilina y novia (Guadalupte Docampo), que viene a interferir entre ellos, en un entramado marcado por secretos paulatinamente revelados y crecimientos no exentos de unos cuantos tropezones. La cámara capta momentos claves y transmite una vitalidad luminosa cuando mira a sus criaturas con un cariño que no puede disimular nunca. Ahora bien, si las imágenes trasuntan humanidad, la innecesaria música omnipresente entorpece bastante ese acercamiento y se transforma en un mecanismo un tanto manipulador y redundante. El film es correcto pero parece muy calculado, como llevado de la mano por las necesidades de obedecer más a pautas industriales o manuales de escuela de cine que a riesgos personales. Todo aquello que funcionaba bien en La Tigra, Chaco, por su espontaneidad, en Choele se diluye. La gracia y el humor pretenden ser naturales pero las pequeñas situaciones y líneas de diálogo que los promueven no logran ocultar su origen: puro cálculo y seguimiento de un plan esquemático que no da lugar a sorpresas. Choele no está mal, es un buen antídoto frente a tanta historia argentina de “Palermo Hollywood”, pero resta cuando se la piensa en función de la carrera de Sasiaín, que igual recién ha concretado su primer largometraje en solitario. Eso sí, la modulación de los personajes es casi ilegible y apenas se escucha, un signo llamativo dentro de un esquema cauteloso.
Piensen en un domingo a la tarde, en verano, en un pueblo que tiene tan solo 10 mil habitantes... Todo lo que puede pasar en un domingo así es lo que pasa en Choele. Para bien y para mal. La del pibe que se hace hombre Choele parte de la típica historia del pibe que tiene su despertar tanto amoroso como sexual durante un verano en un pueblito recóndito. Donde el tranco de la historia es cansino y hasta medio apacible en su manera de transitar. Coco va a visitar a su padre, Daniel, interpretado por el versátil Leonardo Sbaraglia. Cuando llega a su casa se llevará una sorpresa, ya que ahí encuentra a Kimey (que en mapuche quiere decir lindo o bello), una joven muchacha que se está hospedando con su padre. Kimey ademas tiene la particularidad de no contar con ropa, ni equipaje, ni nada, ya que le usa la ropa a Daniel, y hasta el cepillo de dientes a Coco... en fin. Kimey se pasea medio en bolas delante de Coco, que no tardara ni un segundo en enamorarse perdidamente de ella. Al mismo tiempo, dos amigos del pueblo serán confidentes de Coco, en especial uno de ellos, que será quien más lo banque. La otra amiguita, será quien desde la inocencia quiera ser novia de Coco. Pero poco tiene para competir contra Kimey, y su bikini omnipresente. Dale gas! Como dije, el transcurrir de la peli tiene un tranco a paso de hombre. Lento, tranquilo y por momentos hasta aburrido. Si bien hay una historia de trasfondo, donde se nombra a la madre de Coco quien esta llegando al pueblo para firmar unos papeles con Daniel (de divorcio), pero esta nunca aparece. Esto no le impide estar presente todo el tiempo y a toda hora. Coco de a poco se animara a ir con todo por el amor de Kimey, quien obviamente en realidad está con su padre, en lo que devendrá en el primer desengaño amoroso de Coco, con borrachera galopante incluida. Aun así, Coco aprenderá (demasiado rápido) que no debía ser, y que estaba bien para su padre (un tipo maduro este Coco, yo a su edad hubiera estado llorando mínimo 2 años). Igual, hay que restarle puntos a Kimey, que le histeriqueó a un pobre pendex de 10 o 12 años. No pasa mucho más en Choele, como podrán imaginarse. Todo va por dentro, por el arco de los tres personajes nodales. El resto de la película transcurrirá entre paseos en la F-100 de Daniel, juegos de niños entre Coco y su amigo, escenas de histeriqueo de Kimey y nada mas. Pero qué bien se te ve Hay que destacar la fotografía y el arte de Choele, que son realmente buenos. Todo se ve de maravilla y realmente es un apartado muy trabajado y pulido. Las puestas naturales de pueblito, que ya de por si, en cualquier pueblo argentino no necesita demasiado retoque, son realmente bellas en si mismas, y suman para lo que se quiere mostrar y contar. La casa de Daniel parece haberse encontrado así, y solo haberle puesto las cámaras para filmar, ya que se siente organicamente como una casa de clase media-baja de mecánico de pueblo. Y esto suma muchísimo a la construcción del personaje de Sbaraglia. Por otro lado las actuaciones están más que bien. Sobre todo la de Lautaro Murray (Coco), quien debe llevar la película adelante. Sbaraglia suma desde su experiencia y contraposición paternal, tanto actoralmente como desde su personaje para con Lautaro Murray. Y Kimey, compuesta por Guadalupe Docampo, es muy linda. Conclusión Choele es la típica película para cierto público argentino. Público que disfrutara enormemente de la historia que narra Juan Sasiain. Se regodearan en las tomas y la fotografia. En Coco y su historia. Y estallaran de orgullo al ver un nombre mapuche en pantalla. Y otro cierto publico se pegará el embole de su vida, ya que para mucha gente, en Choele no pasara nada. Pero la belleza esta en el ojo del que mira. Y aquí esa regla se aplica a rajatabla. Están avisado y advertidos, a disfrutarla enormemente o dormirse una siesta en el cine, va a depender tan solo de ustedes.
Esperando la lluvia Captar la naturaleza y la vida a su alrededor no es fácil. Se necesita cierta sensibilidad, cierta mirada sobre el mundo y una relación corporal y visceral con el paisaje bucólico. Para generar este imaginario sensible, la película se sitúa y toma el nombre de la ciudad y localidad de Choele Choel; un oasis agrícola que, regado por las aguas del río negro, forma un conjunto de islas de gran belleza natural.
Regreso a la patria de la infancia Relato de iniciación y de ingreso a la adolescencia, el nuevo film del codirector de La Tigra, Chaco decide no correr riesgos formales para concentrarse en un preciso registro de lugares y personajes, siempre interesantes. Sensatez y sentimientos es lo que prima en el primer largometraje en solitario de Juan Sasiaín (codirector, junto a Federico Godfrid, de La Tigra, Chaco). Relato de iniciación y de ingreso a la adolescencia –como corresponde, a los tumbos–, Choele decide conscientemente no correr riesgos narrativos o formales excesivos para, en cambio, concentrarse en una precisa estructuración de lugares y registros que no por habituales resultan menos interesantes. Coco (el debutante Lautaro Murray, impecable como el resto del reparto infantil) regresa a su lugar de nacimiento y crianza temprana en Choele Choel, en la provincia de Río Negro, para pasar unos días junto a su padre (Leonardo Sbaraglia), separado de su mujer hace algún tiempo y con nueva novia viviendo bajo el mismo techo (Guadalupe Docampo).El arranque no admite preámbulos y la primera escena, que hace las veces de presentación de los personajes principales, no deja ningún lugar a dudas respecto del tono que adoptará el film de principio a fin: un naturalismo amable y sin demasiados sobresaltos –ni de los buenos ni de los malos–, acompañado de un cuidado en los encuadres y la fotografía que destacan ampliamente la belleza natural de las locaciones, aunque sin caer en pintoresquismos. A partir de un punto de vista que nunca se aleja demasiado de la mirada de Coco, los conflictos resultan tan transparentes como el agua del río que corre por ahí cerca: la llegada de la efervescencia hormonal, la separación de los padres, los anhelos enfrentados a la realidad de los adultos, los celos ante la nueva compañía del padre, complicados aún más por la juventud de la muchacha. Sasiaín evita el posible efecto Verano azul, que pudo haber empantanado la película en escarceos sensibleros, concentrando la atención en los detalles de la relación padre-hijo y también entre ambos y la joven, objeto a la vez de recelos y deseos. En un segundo plano –aunque no por ello menos relevantes– la descripción de algunas escapadas y juegos junto a un amigo y la posible relación sentimental con una vecinita del pueblo.La mirada de Choele nunca es condescendiente con los personajes, en particular con el joven protagonista, y ello hace que los diálogos y situaciones se sientan usualmente creíbles y honestos. No es un logro menor que la película no pueda ser descripta como “otra sobre el primer amor”. Si algo resiente en parte los resultados del film es cierto miedo al vacío dramático, lo cual hace que algunas de las escenas se encadenen atolondradamente, sin pausas aparentes. Algo similar ocurre con la banda de sonido que, horror vacui musical mediante, repite dos o tres leitmotiv incluso en momentos en los cuales una posible ausencia hubiera aportado bastante más que su evidente omnipresencia. Son los riesgos de ese pulido profesional que a veces se pone demasiado enfático y termina relegando sutilezas.
Una travesía emocional Después de codirigir con Federico Godfrid la elogiada La Tigra, Chaco, Juan Sasiaín reaparece en escena con esta película sencilla y emotiva, estrenada en el festival de Mar del Plata en 2013. El foco está puesto en la relación entre un padre (Leonardo Sbaraglia, otra vez muy sólido en su rol) y su hijo preadolescente (Lautaro Murray, también de buen desempeño). Juntos pasarán una temporada veraniega plagada de revelaciones y pequeños ritos iniciáticos, antes de una partida obligada. El chico deberá irse con su madre -que después de divorciarse decide abandonar Choele Choel, en la provincia de Río Negro- y de ese modo tomará conciencia del final inevitable de una etapa clave de su vida. Sasiaín narra ese pasaje crucial con sobriedad y delicadeza, aunque a veces el exceso de candidez que tiñe a la película la edulcore por demás.
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El primer amor El segundo opus de Juan Sasiaín hace referencia a la historia de Moby Dick, a la obsesión del capitán Ajak por cazar a la enorme ballena, esa obsesión se traslada a la mirada inocente de Coco (Lautaro Murray) en su primera etapa de enamoramiento de la novia de su padre, Kimey (Guadalupe Ocampo), separado y distanciado de su hijo, alejado desde su vida en Capital Federal, en comparación a la tranquilidad de Río Negro, en la casa modesta de su padre Daniel (Leonardo Sbaraglia), más precisamente en Choele Choel. La llegada de Coco a la casa del padre recrea entre ellos el vínculo, es decir, la relación padre e hijo se afianza durante su estadía, en ese aprendizaje necesario para que el muchachito asimile, por ejemplo, las técnicas de seducción para encarar a cualquier chica o perfección en el uso de la camioneta -siempre bajo la supervisión paternal-, entre otras cosas. Pero el director de La Tigra, Chaco (2008) no se olvida nunca que el punto de vista de este relato es el de un niño enfrentándose al mundo adulto, atravesado de tristezas, aunque sin volverse solemne y mucho más conectadas con las emociones de cada personaje. Ese es el mayor mérito de Choele, un film que sabe encontrar en cada personaje la emoción adecuada para la situación, sin grandilocuencia y adoptando, desde lo narrativo, una naturalidad que se mezcla con la espontaneidad de todo el elenco. Desde los niños que participan en la película –son tres y de edades parecidas- con una revelación como Lautaro Murray, quien entrega junto a Leonardo Sbaraglia y Guadalupe Docampo, las mejores escenas tanto en lo dramático como en aquel espacio lúdico que el director Juan Sasiaín abre con absoluta generosidad. Hay muchas ideas detrás de Choele que toma, por ejemplo, la estructura de film iniciático y de aprendizaje en un doble sentido: hacia la madurez por parte de Coco, pero también por parte de Daniel, para quien el fracaso del matrimonio no significa solamente la pérdida de la pareja sino la de su propio hijo. La austeridad y la calidez en los diálogos, donde no se percibe ampulosidad alguna, sino todo lo contrario, austeridad en el decir y respeto por esa manera de decir que lo vuelve mucho más verosímil por la diferencia de léxicos y tonos de voz, reflejan en Choele una película diáfana y honesta desde lo que quiere contar y hasta dónde quiere llegar.
Como un pequeño relato contemplativo, pero que va sumando tensión dramática a medida que los protagonistas terminan por demostrar su verdadera identidad e intenciones es que “Choele” (Argentina, 2013) de Juan Siasaín, con el protagonismo excluyente de un joven actor (Lautaro Murray), va generando empatía con el espectador hasta el punto de envolverlo completamente en la historia. Coco (Murray) llega a Choele Choel para pasar unos días con su padre (Leonardo Sbaraglia), entusiasmado, feliz, con todo el futuro de los días porvenir y sabiendo que en ese lugar la libertad es uno de sus principales armas para disfrutar. Pero cuando llega se encuentra con la novedad que su padre, recientemente separado de la madre de Coco, introdujo en la vivienda a una joven (Guadalupe Docampo), desestructurada, simple, espontánea, algo a lo que él no estuvo nunca acostumbrado. El primer encuentro entre ambos será de contrastes, Coco le reclama el estar en su habitación, el usar su ropa, el leer sus libros, pero la joven no se da por aludida, todo lo contrario, y se muestra más cómoda que nunca en la casa. Coco comenzará a deambular por el pueblo con sus amigos para ver si de alguna manera puede superar esa intrusión en su domicilio y también para definirse amorosamente. Porque si bien candidatas no le faltan, en la extraña que invadió el espacio ocupado hasta hace muy poco por su madre, encontrará su objeto de deseo y proyección. Siasaín maneja con gran holgura la creación de espacios y atmósferas que trabajan sobre algunos tópicos ya vistos en el cine que toma como protagonista a un niño en su transición a la adultez. Coco decidirá conquistar a la joven, sin saber que en realidad ella ya está en una relación con su padre. En el fondo lo sabe, pero decide hacer lo que sus sentimientos le mandan hasta, claro está, que la revelación de la verdad llegue. Además de narrar con oficio la historia de Coco y su viaje iniciático lleno de alegría, sorpresas y también decepciones, “Choele” trabaja con una tragedia que ocurrió hace tiempo y que nos es presentada desde la anécdota simple, pero que en el fondo marcó a fuego a cada uno de los protagonistas. Película que busca a través de un gran trabajo actoral, principalmente de Murray, una revelación y un hallazgo, pero también de Sbaraglia como ese padre de pocas palabras, pero de mucho conocimiento originado en la experiencia, es también una oportunidad para disfrutar de un relato simple y lineal que no busca más que contar una historia y eso es ya un logro. En momentos donde la ampuloso, la exageración, y los relatos inmensos que terminan siendo recortados todos desde la misma factoría “Choele” es una brisa fresca que renueva la esperanza en la mirada de un niño que tiene todo un mundo por descubrir.
EL ÉXITO DE LA SIMPLICIDAD _ Y la pausa, fundamental la pausa. _ ¿Vos decís que funciona? –le pregunta el hijo. _ Sí. _ ¿Quién te lo dice? _ Los años –explica Daniel. Coco (Lautaro Murray) toma los consejos de su padre (Leonardo Sbaraglia) como leyes y trata de ponerlos en práctica con la chica en cuestión. Pero el inconveniente no es la técnica de seducción propiamente dicha ni tampoco el hecho de que sea inexperto en las cuestiones amorosas, sino que el chico se siente atraído por Kimey (Guadalupe Docampo), la novia del padre, mientras que, al mismo tiempo, ignora a una chica de su edad que le pide ser la novia. De esta forma, los primeros matices del amor se plasman en sus dos formas más características: la idealización y la realidad, respectivamente. El despertar de los sentimientos funciona como el germen que da inicio, de forma paulatina, al pasaje de la infancia hacia la adolescencia. Por tal motivo, Coco aún se divierte con su amigo Maxi (Ian Ñancufil) en un lago o hace guerra en una casa abandonada y, al mismo tiempo, habla de cuántos besos dio o usa el perfume de Daniel. Pero en Choele, el director Juan Sasiaín busca no sólo evidenciar la convivencia de ambos mundos, sino que hace particular hincapié en la simbiosis entre ellos: Coco necesita ser mayor en presencia de su amigo o de las chicas pero mantenerse como un niño frente a su padre, no como capricho, sino más bien como afianzamiento del vínculo. En consecuencia, Coco tiende a buscar sus consejos, protección o anécdotas y sólo se rebelará contra él en ocasiones puntuales, sobre todo, en algunas donde intervenga Kimey. El director trabaja las relaciones de los personajes y su propio accionar desde lo cotidiano y, para ello, se ayuda del paisaje como un elemento fundamental. De esta manera, se exhiben lagos, casas en ruinas, el pueblo o diferentes negocios, los lugares alejados o escondites que refuerzan la idea de la rutina y lo natural. Entonces, si bien Sasiaín emplea lo simple y habitual como marco para las relaciones humanas, dichos rasgos permiten indagar un poco más hacia los orígenes de esas conexiones y sacar a la luz sus formas más puras. Allí radica la esencia de Choele, en la tímida propuesta de un noviazgo o en compartir un secreto con un ser querido, en esos momentos sencillos, cotidianos y casi imperceptibles de la desaforada vida moderna. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
The Devil’s Hand mixes slasher vibes, satanic notions, fundamentalism in recipe for failure Not knowing what genre the film you’re making belongs to cannot be any good — except if you’re a gifted auteur defying conventions and deliberately fusing genres. But if you are a regular film director making a mainstream PG-13 horror film that soon turns into a run-of-the-mill thriller, which eventually aims to be a serious drama only to later on become a shy horror film with a sort of a sinister ending, then you’re in trouble. You just can’t have those many films in one — especially when none of the genres has been tackled skilfully, to say the least. Such is the case of Christian E. Christiansen’s The Devil’s Hand (also known as Where the Devil Hides), which mixes a slasher plot (with little, if any, gore, and unimpressive kills), some satanic notions that are never firmly rooted, a drama about religious fundamentalism in a small Amish town and how much it affects families in general, and young women in particular. Exactly 18 years ago, six baby girls were born on a fatidic date: the sixth day of the sixth month. The town’s fearful religious leader wants to kill the girls to fend off or avert a prophecy that says one of them will be the Drommelkind, a satanic demon (or something like that) when she is 18. But the father of one of the girls confronts him and saves the girls — except for one who’s killed by her own mother who then kills herself as well. Now 18 years have gone by and a mysterious unknown killer — thriller alert — is keen on slaying the 5 remaining girls. Apart from the genre confusion, most of the performances bring to mind those of low-budget, formulaic horror movies from the 1970s and the 1980s — which were likable at the time, but are pitiful in a different context — beginning with the cartoonish Colm Meaney as the town’s leader. Some tension is achieved from time to time, but overall The Devil’s Hand is pretty dull. And while the cinematography is technically well executed, it fails to create a menacing atmosphere. The ending, however, while trite, reveals there was a potentially effective (albeit standard) horror feature to be made provided director and screenwriter had stuck to the genre and fully exploited it. When and where The Devil’s Hand (US, 2014). Directed by Christian E. Christiansen. Written by Karl Mueller. With Rufus Sewell, Alycia Debnam-Carey, Thomas McDonell, Adelaide Kane, Leah Pipes, Jennifer Carpenter, Jim McKeny, Katie Garfield. Cinematography: Frank Godwin. Running time: 86 minutes
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