Crónicas de un affair es una película fresca, suave y delicada sobre los vínculos, la rutina y el adulterio; un hipnótico relato conducido magistralmente por la alquimia comunicativa de Sandrine Kiberlain y Vincent Macaigne, la dupla protagónica.
Una delicada y memorable seducción a la francesa El film de Emmanuel Mouret narra la relación de una irrefrenable madre soltera con un reprimido hombre casado; la enorme química de sus protagonistas y la sensibilidad no exenta de humor con la que se cuenta la historia refrendan las virtudes que el director había mostrado en su película Las cosas que decimos, las cosas que hacemos Todo comienza un viernes 28 de febrero cuando en un bar, un hombre y una mujer se encuentran y conversan sobre un beso fugaz que ocurrió en una fiesta y el deseo irresistible que los envolvía entonces y en ese reencuentro furtivo. Él es un hombre casado y ella, una madre soltera que no reprime sus deseos cuando se produce la atracción y la “sincronía” -como dice ella- y que para él, llamado Simon no deja de ser un salto al vacío. Pese a todos los reparos y devaneos, Simon acompaña a Charlotte a su casa. AD Así comienza el vínculo entre ellos y una historia que pareciera solo ser un instante fugaz, pero la inteligencia del cine de Emmanuel Mouret –conocido en nuestro país recientemente por Las cosas que decimos, las cosas que hacemos– es expandir lo trivial a un análisis de las relaciones afectivas desde la óptica de la inteligente comedia romántica. Aquella que Eric Rohmer o Woody Allen cultivaron con infinita sensibilidad, humor y claridad conceptual. La relación de la irrefrenable Charlotte y del acomplejado -y complejo- Simon sirve al director para desarrollar un guion brillante que se explicita en los largos parlamentos que -en otras manos- pudieran ser un pasaporte al tedio y aquí resultan una hermosa experiencia sustentada en la química y la extraordinaria solvencia actoral del dúo protagónico. Ella separada hace años, él casado hace dos décadas. Mouret continúa explorando los vínculos sentimentales que son la base de su filmografia de la mano de sus actores-fetiche y el resultado -mientras avanza el calendario de esta relación de sexo ocasional hasta que todo se complica- es, si bien esperable, sencillamente encantador. Consigue como pocos realizar una película “tan a la francesa” del affaire amoroso pero, sin embargo, tan personal, tan lúdica y entusiasta, que así se permite una nueva marca muy personal dentro del nutrido universo de este tipo de historias para el cine de su país AD ¿El amor puede sobrevivir a la dicha? parece preguntarse Emmanuel Mouret en clave “proustiana” frente al fracaso sentimental y al vacío de la existencia. Pero la reflexión, de naturaleza filosófica, se encuentra presentada en sutiles metáforas, en simpáticas situaciones, y en conversaciones que nutren el pensamiento, a veces luminoso y otras melancólico, sobre la verdadera naturaleza del amor. Así, regala al espectador un momento donde todo se va develando de manera sensible -sin efectismos ni golpes bajos- para quien esta sentado en la butaca, en sintonía con esos personajes que juegan una coreografía verbal propia de la labor de aquellos grandes maestros de la pantalla.
El director de Vénus et Fleur, Cambio de dirección, Enredos de amor, Romance a la francesa y Las cosas que decimos, las cosas que hacemos concibió una fluida y ligera comedia romántica que llega a los cines argentinos luego de su paso por el Festival de Cannes 2022. Estrenada en el Festival de Cannes de este año, Crónica de un Affair es una película igual de transparente que su título. No hay grandes giros narrativos ni picos dramáticos en esta leve y fresca comedia romántica centrada en el amorío que sostienen un hombre y una mujer durante varios meses y que el realizador Emmanuel Mouret muestra a través de una estructura similar a la de un diario, esto es, deteniéndose en un puñado de encuentros sostenidos a lo largo de varios meses. Ella se llama Charlotte (Sandrine Kiberlain), hace poco que está separada y ahora disfruta su soltería abrazando la idea de tener relaciones casuales sin hacerse demasiado problema. Simon (Vincent Macaigne), en cambio, está casado hace veinte años, jamás engañó a su esposa y todo lo vive con partes iguales de placer y culpa. Dos opuestos que, como suele ocurrir en el cine, están destinados atraerse. La película los encuentra durante la primera “cita”. Allí queda claro que se conocieron en un evento social y que los dos saben muy bien que el deseo y la afinidad son recíprocas. A partir de allí, Mouret mostrará varios encuentros en los que compartirán experiencias de todo tipo, desde algunas lujuriosas hasta otras puramente lúdicas, durante las que irán construyendo una intimidad cómplice basada en las coincidencias y las afinidades. No hay mucho más detrás de esta historia que asienta sus méritos en la indudable química entre sus protagonistas y una batería de diálogos construidos con naturalidad y fluidez. Película igual de luminosa que esos días al aire libre que comparten Charlotte y Simon, Crónica de un Affair vacía la aventura de toda interpretación moral, limitándose a acompañar a esos adultos que, en el fondo, solo quieren divertirse como niños.
Una comedia sensible y trascendente de innegable raíz francesa La nueva película de Emmanuel Mouret ("Las cosas que decimos, las cosas que hacemos") aborda una temática que el cine francés retrató hasta el hartazgo, pero con una perspectiva fresca y actual. La historia entre Charlotte (Sandrine Kiberlain) y Simon (Vincent Macaigne) comienza de una manera algo torpe, casi por casualidad. A pesar de la impronta de lo pasajero que marca sus encuentros desde el inicio (desde el título mismo de la película), cada uno de ellos se va a ir transformando en una parte fundamental de la vida del otro. Mouret construye una película con pocos actores, en la que los escenarios ocupan un lugar vital: un parque, un museo, una sala de exposiciones, algún hotel, algún paisaje fuera de la ciudad, e incluso una sala en la cual se proyecta Escenas de la vida conyugal (Scener ur ett äktenskap, 1973) de Ingmar Bergman se vuelven importantes tanto para la pareja como para los espectadores. Es inesperada pero fundamental la química entre Kiberlain y Macaigne, dos intérpretes de gran talla en el cine francés actual que sostienen y vuelven creíble e interesante esta historia. El guión, de Mouret y Pierre Giraud, se inscribe naturalmente en una larga tradición del cine nacional. La herencia de la filmografía de Rohmer en su escritura es rotunda, al igual que en Las cosas que decimos, las cosas que hacemos (Les choses qu'on dit, les choses qu'on fait, 2020). Los debates sobre la naturaleza de los vínculos y sobre la moral, el ejercicio de definir la identidad a través de la palabra y la transición entre el otro imaginado y el otro de carne y hueso están presentes, aunque en esta oportunidad su tratamiento no es grave ni parsimonioso: está marcado por la complicidad, la honestidad y el humor. En el vínculo entre los personajes hay también una leve marca de las parejas de Woody Allen, especialmente en la escritura del personaje de Macaigne. Crónicas de un affair (Chronique d'une liaison passagère, 2022) no es, al menos inicialmente, una película sobre las relaciones extramatrimoniales: su tema principal son los vínculos adultos y las dificultades que se presentan al conocer a alguien en cierto punto de la vida. Podría decirse incluso que es una película sobre las expectativas y sobre el deseo adulto cuando se lo despoja del ropaje excesivo del desgarramiento pasional. La temática es abordada de manera delicada desde el guión, desde lo visual, desde las interpretaciones y desde la música, y el resultado es una película muy bella que, en su tradición y en su género, funciona sin grieta alguna.
"Crónicas de un affair": amor a la francesa. convincente; el regordete y barbudo Vicente Macaigne está bastante irritante, ya que no hay una sola escena en la que no dude, hesite, vacile, tartamudee. Un poco está bien; tanto, cansa. A propósito, Chronique d’une liason passagère, tal el título original, es como una de Rohmer, pero con Diane Keaton y una caricatura de Woody Allen en el medio. En un momento dado, Charlotte y Simon deciden probar un trío. Lo ensayan y allí surge un sentimiento más fijo, más estable, que hace asomar el melodrama. Se verá como lo resuelven. Un último detalle: en tres momentos de callada emotividad (el exceso de sentimiento puede hacer tambalear la relación), la cámara hace sendos travellings hacia las nucas de los personajes, ratificando que en cine, un travelling y una nuca bastan para transmitir pura emoción.
Es una comedia deliciosa, inteligente, romántica a pesar de las convicciones de los personajes. El realizador Emmanuel Mouret demuestra un gusto refinado, con inteligentes observaciones tanto en la realización como en el guión. Se trata de la historia de una relación pasajera como indica su tÍtulo original: Para retratar los vaivenes de un amor efímero se basa en la personalidad de la mujer protagonista, segura de sus deseos, independiente, gustosa de disfrutar de una relación sin compromisos, destinada a ser sexual, apasionada y sin futuro. Para la personalidad del hombre, eligió a alguien que de entrada aclara que no va a dejar a su esposa y que se deja llevar por el ímpetu de ella, que tomó la iniciativa. Lo cierto es que aunque marcaron cuidadosamente los límites de lo que los une, se los ve cada vez más íntimos, cómodos, compartiendo no solo el mejor sexo, sino también paseos, películas, libros, los mismos intereses. Todo el tiempo que pueden, esta madre soltera y este hombre con familia, la pasan juntos. Lo notable es que se niegan a comprender que están enamorados y que el deseo de independencia, especialmente de ella, los condena a no tener futuro. Así de ciegos pueden ser los humanos. Los actores son geniales, Sandrine Kiberlain se deja llevar por el tono de comedia y Vincent Macaigne es un galán melancólico, el seductor menos pensado, entre ellos una química perfecta que hace llegar su magia al espectador.
La grandeza y calidad del capitán de cualquier embarcación reside en llegar a puerto en tiempo y forma. Ya sea con un crucero de lujo o con una balsa corroída a la que le reemplazó la vela por su ropa tendida. Emmanuel Mouret llega a los cines argentinos más con la segunda descripción que con la primera. Un rejunte de piezas inconexas de dudosa procedencia que en el cuadro final se vuelve bello a los sentidos. El tema es el amor; su acierto, la forma en que lo muestra. Charlotte y Simon son dos amantes que desde el inicio dejan en claro los rieles por los cuales transitará la relación. El es torpe, culposo y tímido en la práctica pero curioso en la teoría. Ella, madre soltera, pragmática, concreta y sincera. Él no sabe qué está haciendo con una mujer que no es la madre de sus hijos; ella se asume amante por esencia, sin prioridad ni derechos. El amor para ella se reduce a encuentros furtivos y apasionados; para él, no lo sabemos. Y así, bajo estos axiomas, 'Crónicas de una affair' se cuenta a modo de calendario, encuentro tras encuentro, fecha tras fecha. Ellos lo niegan pero lo cierto es que es la historia de un romance inesperado y expansivo. El autor y director tampoco lo reconoce, al menos desde la forma clásica. Desde el tópico. El cliché. Desde esa belleza de las simples cosas y, sobre todo, desde la sutileza. Entonces ella es mayor, ronda los 50 y algo. Él es menor pero con barba y petiso. No son el uno para el otro en lo visual, pero sí en el plano discursivo. ASPERA POESIA El filme se refleja en la filmografía de Woody Allen y con la trilogía de Richard Linklater ('Antes del amanecer', '...del atardecer' y '...de la medianoche'). Diálogos extenuantes y fríos, poca acción epidérmica, fotografía y banda de sonido de altos valores de glucosa pero de esencia desabrida. Así es la dicotomía con la que se juega en todo momento. ¿Es creíble? Absolutamente sí. Ella es nada menos que Sandrine Kiberlain, a quien podríamos ver en loop y quedar hipnotizados de su suavidad actoral, y él es Vincent Macaigne, quien endiosa en todo momento la figura de Charlotte y así rubrica la decisión del director de unirlos en esta crónica sentimental que desde su inorganicidad, conquista. Los conflictos, los giros en la historia y lo claro de esta sinuosa y áspera poesía del corazón quedan para la sorpresa del espectador. Lo único que hay que destacar es que termina como tiene que terminar.
A partir de la libertad que les genera su affair sin compromisos, Charlotte y Simón no podrán dejar de sorprenderse por su comprensión mutua, su complicidad y el bienestar que experimentarán poco a poco juntos. ¿Se tratará acaso de una relación sin futuro? Quizás si, quizás no. Solo lo descubriremos hacia el final. “Chronique d’une liaison passagèreaka” (título original en francés) nos recuerda que las relaciones verdaderas y el amor puro tienen su origen en el deseo pero que verdaderamente nacen de la libertad. Más allá del amor, tema recurrente en el cine francés, será la libertad el verdadero tópico que abordará todo el film en cada una de sus escenas, para irse plasmando en diferentes escenarios y situaciones que vivirán les protagonistas.
EL AMOR DURANTE EL TIEMPO DE LAS PALABRAS En la hora cuarenta del décimo segundo largometraje de Emmanuel Mouret los personajes (en especial, la pareja central) no paran de hablar, de relacionase a través de las palabras, de interiorizarse en las idas y vueltas de una historia de amor acotada en el tiempo, pautada a través de carteles con fechas y días y sometida a la felicidad inicial, al disfrute posterior y al final abierto en cuanto a una segunda oportunidad. La palabra impera en el desarrollo narrativo de Crónicas de un affair y no está mal que así sea pero, al mismo tiempo, ese esqueleto argumental que describe la relación (¿infiel?) de Charlotte y Simon (ella más liberal, él introvertido y algo insoportable; ella madre soltera, él casado y con hijos) queda supeditada al guion, al texto declamatorio, importante o banal (o las dos cosas al mismo tiempo), a la elección de una puesta en escena en donde la imagen en sí misma y los silencios poco importan. El fantasma de Eric Rohmer sobrevuela en los tonos y climas de Crónicas de un affair, con especial énfasis en esas parejas de los 60 y 70 que hablaban sobre y desde el amor citando a Pascal mientras comían una ensalada dentro de un paisaje bucólico. Acá no hay mañanas campestres para disertar sobre filosofía y menos preguntarse por ese rayo verde sino el recorrido de una relación afectiva con sus momentos de intimidad pero, eso sí, construido a través de la palabra. Interesa el cigarrillo posterior (bueno, perdón, ya casi no se fuma…) más que el placer en la intimidad y los encuentros “teóricos” de Charlotte y Simon más que la exhibición de la piel y de un par de cuerpos. En la película de Mouret se manifiesta abiertamente el hecho de planificar un posterior encuentro casual o no de la pareja en el futuro que la exhibición de dos cuerpos felices entre cuatro paredes. Hace unos años se estrenó otro film francés (de 1999), Una relación privada (Une liason pornographique) de Frédéric Fonteyne, que de porno no tenía nada, pero sí una potencia afectiva que anclaba en la intimidad de la pareja (Nathalie Baye y Sergi López) y no en los aspectos teóricos de esa relación, un poco en la vereda opuesta de aquello que propone Mouret a través de la flacucha Sandrine Kiberlain y del verborrágico que tartamudea cada dos por tres interpretado por Vincent Macaigne. Cabría plantearse, por lo tanto, si el cine de Mouret (con su película anterior, Las cosas que decimos, las cosas que hacemos ocurría algo similar) tiene vida propia o siempre necesitará verse reflejado en el espejo rohmeriano de décadas atrás. Y también, vale preguntarse, si este prolífico director francés de la última década (también actor) descansa en una cómoda zona narrativa donde ese cine anterior al que refiere de manera transparente lo inclina a someterse a la mera copia, a la cercanía del plagio, a la imposibilidad de construir un universo propio y personal.
El amor más audaz y prohibido. El realizador, actor y guionista francés Emmanuel Mouret es un especialista en las llamadas comedias románticas, ese subgénero donde los enredos, los amores imposibles, junto con los finales felices son su esencia y razón de ser. Mouret tambien es algo así como la versión moderna o contemporánea de Eric Rohmer, el director por excelencia en su país de la comedia romántica, pero que siempre llevó a cabo con un toque de ironía y osadía. Rohmer formó parte del movimiento cinematográfico Nouvelle vague y también fue editor de la importantísima revista de cine Cahiers du Cinema, por lo que su influencia en otros futuros realizadores es vital y lógica, como es el caso de Emmanuel Mouret. Sus películas más recientes Caprice (2015), Señorita J (2018) y Las cosas que decimos, las cosas que hacemos (2020) se destacan por su gran sensibilidad, su sentido del humor y por la magnética seducción que rodea a su pareja protagonista y, justamente, romántica. Crónicas de un affair es la nueva realización de Mouret y narra la relación (supuestamente prohibida) entre una enérgica madre soltera y un caprichoso hombre casado. Charlotte (Sandrine Kiberlain) se reencuentra con Simón (Vincent Macaigne) en una reunión de índole social. Ellos hace un tiempo compartieron un apasionado beso en una fiesta y una fuerte atracción física quedó trunca. Pero esta vez las cosas parecen que se concretan: ella, decidida, le pide que la acompañe a su departamento y no piensa dejar reprimir sus deseos. Él, accede, pero el problema es que ahora esta casado y tiene una familia. El vínculo entre ambos empezará con el pie izquierdo, pero esto no será impedimento para seguir adelante con su pasión, a pesar de los problemas que tendrá que afrontar esta relación. Crónicas de un affair es una película delicada y lúdica. La excelente química de la pareja protagonista es tanto envidiable como irreal. Charlotte, una mujer libre y mandada, parece llevar por el mal camino al débil y acomplejado Simón, un hombre que no sabe decir que no a casi nada en su vida, en pareja hace más de 20 años y con dos hijos adolescentes. Será este paralelismo de personalidades tan dispares, más una narración que se apoya fuertemente en el humor, lo más atractivo de este especie de cuento europeo y moderno de amor. Algunos diálogos rozan entre el más intenso psicoanálisis y un tipo de pensamiento muy regional, muy francés. Acá el problema no es el affair. Al contrario todo se resume en seguir mintiendo o no. Si continuar una relación sin futuro ni perspectiva. De las consecuencias del riesgo por lo clandestino. Mouret, así como su colega neoyorquino Woody Allen, sabe y entiende como presentar una inteligente historia de amor. Esta Crónicas de un affair, adulta y deliciosa, es una muestra de sobra de su talento y oficio. Charlotte y Simón son dos seres humanos personales y universales. Culposos, pecadores, pero principalmente que solo desean amar y ser amados.
Del mismo director de “Las Cosas Que Decimos, Las Cosas que Hacemos”, se estrena este filme que vuelve a encuadrarse dentro del genero de la comedia romántica. La traducción del titulo original “Chronique d´une Liaison Passagere” sería algo así como “Crónica de un Enlace Pasajero” o el subtitulo que aparece en la copia que se proyecto “Crónica de una Aventura Fugaz”. Todo esto es para anticipar que desde nada hay de sorpresivo respecto del desenlace, todo esta jugado en la presentación y desarrollo de los personajes. A Charlotte (Sandrine Kiberlain) y Simon (Vincent Macaigne) nos los presentan en un bar, es su primer encuentro programado, enseguida sabremos que incitado por ella. Charlotte es una mujer separada con
Ni la invencible institución del matrimonio ni la invención de prácticas amorosas recientes bajo el rótulo poliamortienen que ver con la pequeña historia separada por meses (y dos años) de Crónicas de un affair. La inteligencia sensible que permea la película es refractaria a la definición. Que un hombre casado se encuentre esporádicamente con una mujer separada y madre de dos hijos y disfruten del sexo, la conversación y el compañerismo puede estimular el juicio del moralista y la aprobación del libertario. No es la vía elegida por Emannuel Mouret, quien parece interesarse por la fluidez de la vida sentimental y elude explorar emociones abigarradas a merced de un pacto o una promesa. ¿Cómo filmar un sentimiento libre de atributos?
Aunque algo del punto de partida (hombre y mujer que inician una relación que declaran puramente sexual) ya estaba en "Una relación particular" hace más de una década, hay algo en el tono de este film que lo vuelve más interesante y más humano: el humor y la mecánica entre los dos personajes a la hora de conversar y volverse más que un cuerpo para el otro. Eso le otorga a la película un aura distinta.
Esta comedia romántica del realizador francés se centra en un affaire amoroso entre un nervioso hombre casado y una más desprejuiciada mujer separada. Como Hong Sangsoo, Woody Allen o Eric Rohmer –que lo han hecho en muchas de sus películas–, aunque con menos prensa y prestigio que ellos por motivos un tanto inexplicables, el francés Emmanuel Mouret viene perfeccionando el arte de la comedia romántica, ese género tan extraordinario como semi-abandonado por el cine contemporáneo, quizás seducido por propuestas que priorizan el shock o el impacto. No hay nada shockeante ni demasiado revelador –al menos en ese sentido– en CRÓNICA DE UNA RELACIÓN PASAJERA. Salvo por el algún detalle (o la incógnita de qué es lo que Mouret considera pasajero), no hay sorpresas en esta película: casi todo lo spoilea su propio título. A modo de diario que empieza en febrero y termina un tiempo después, la película empieza con una cita entre Charlotte (Sandrine Kiberlain) y Simon (Vincent Macaigne) en un bar. Ambos se habían conocido un poco antes en un evento social y se encontraban ahí a solas por primera vez. En una extraordinaria secuencia de coreografía del deseo (cuerpos, palabras, movimientos) va quedando en claro cómo vendrá la cuestión. Charlotte está separada (muy de a poco irá dando más información acerca de su familia) y le gusta la idea de un tener un affaire, o varios quizás, siempre casuales, sin hacerse dramas ni tragedias ni complicar las vidas de los involucrados. Simon es muy distinto, casi opuesto: está casado hace casi 20 años, tiene dos hijos adolescentes y vive todo con miedo y culpa. Es que, además, es su primera vez jugando este juego de encuentros, para él al menos, prohibidos. La relajada Charlotte y el nervioso Simon van encontrándose a lo largo del tiempo, con mayor o menor premura, en la casa de ella, en lugares públicos (cafés, restaurantes, museo, parques) o tomándose algunas veces vacaciones cuando la situación de él las permite. Pese a sus enormes diferencias de carácter y personalidad parecen llevarse bien y la película, repleta de diálogos que logran ser inteligentes y naturales a la vez –y que no llaman la atención por su excesivo ingenio o aparente profundidad– va avanzando de forma amable y ligera. Uno sabe, promediando los 100 minutos que dura la cuestión, que la relación tendrá alguna complicación o giro. Ya verán cuál o cuáles son. Lo cierto es que hay un momento en el que sostener lo pasajero y «poco importante» que debería ser la relación les resulta muy complicado. Pero ninguno quiere quebrar el pacto de ligereza planteado de entrada (por motivos distintos) y, lo sabemos, es difícil mantener las emociones afuera de una relación, por más «intrascendente» que se pretenda que sea. En la película del director de LAS COSAS QUE DECIMOS, LAS COSAS QUE HACEMOS todo funciona a la perfección. La química entre ambos extraordinarios actores hace creíble que dos personas tan distintas puedan estar juntas (sus diferencias dan lugar a circunstancias muy graciosas) y todo fluye como debe hacerlo en estos casos, pasando de la colección de anécdotas simpáticas a lidiar con momentos más incómodos y, sí, dolorosos, con alguna sorpresa final incluida. Mouret ya tiene una docena de películas en su carrera, casi todas de similar estilo y temática, más allá de sus diferencias puntuales. De todos modos sigue sin ser un nombre que esté en la boca de los cinéfilos como lo están otros que observan o analizan situaciones, personajes y relaciones parecidas. Quizás sus películas no tengan ese plus (de guión, de estructura o de puesta en escena) que llama la atención en el cine de sus pares más reconocidos. Pero eso, que le quita «fama» y sentido de «club privado» a sus películas, es también lo que las hace universales. Las emociones que viven los personajes las entendemos todos, hayamos pasado por algo similar o lo veamos solo en las películas románticas.
La nueva película del director y guionista francés Emmanuel Mouret es una delicada comedia romántica que gira en torno a la infidelidad pero la aborda de un modo diferente al que se acostumbra. Sin lugares comunes, con sorpresas y una impresionante química entre sus dos protagonistas, Crónicas de un affair es una exquisita propuesta de la cartelera. Charlotte y Simon acaban de conocerse y ella no vacila en hacerle saber que está interesada en él. Pero él está casado hace veinte años y nunca le fue infiel a su mujer. Aun así decide irse aquella noche al departamento de Charlotte y pasan una agradable velada. Simon no le promete nada y ella no parece esperar que él lo haga, entiende muy bien las reglas del juego. A partir de ese momento, seguirán viéndose y la película, como el título lo indica, se encarga de mostrarnos cada uno de estos encuentros, a veces muy seguidos entre sí, otros con varias semanas de por medio. Con una puesta en escena tradicional, sin grandes artilugios pero un cuidado uso de los planos, tanto abiertos como los más cerrados, algún travelling imprescindible en el momento adecuado le aporta un estilo naturalista. Los talentosos Sandrine Kiberlain y Vincent Macaigne dan vida a dos personas que encuentran en el otro algo que les hace bien. Entre escenas muy dialogadas pero también miradas o gestos silenciosos, ellos dos debaten sobre las relaciones, las ideas de infidelidad, las vidas armadas. Pero todos estos temas se abordan de un modo natural y sin apelar a lugares comunes. Cuando un triángulo cobra forma para desestabilizar la relación que sentían tan agradable, no es para nada del tipo de triángulo que una podría haberse imaginado al empezar la película, con la historia entre una madre soltera y el hombre casado. Charlotte se presenta como una mujer frontal, directa, sin temor a rodeos y también muy segura de lo que quiere. Y no le importa que el hombre con el que pasa tantos momentos agradables luego vuelva a la casa de su mujer. Es más, bromea con que a la larga es mejor ser amante porque así una sabe que es la más deseada. En cambio, Simon es el que duda muchas veces, se hace preguntas que no siempre se anima a verbalizar y sin embargo se deja llevar por lo que Charlotte propone, porque le abre las puertas a un mundo que antes no parecía ser para él. La confianza y libertad de Charlotte contra la ternura, introversión y hasta los miedos de Simon, se complementan muy bien en esta seguidilla de escenas que no hacen más que retratar una relación amorosa. Porque una historia de amor no necesariamente tiene que incluir grandes promesas, actos heroicos, ni mucho menos anillos de bodas y promesas de embarazo. La historia de amor que se nos impregna es la que creció a partir de pequeños detalles: de una caricia en el momento adecuado, de las manos que se agarran y transmiten seguridad, de una cabeza apoyada sobre un hombro. En fin, la intimidad. Claro que la película se nota muy influenciada por el cine de Eric Rohmer. También es difícil no pensar en Woody Allen, en especial con su nervioso protagonista masculino. En el medio, Mouret consigue hacer sentir a su película honesta, transparente. Y todo esto con un tratamiento de la infidelidad fresco y lejos de juicios que a esta altura suenan anticuados, porque en realidad lo que interesa es el modo de vincularnos entre adultos. Porque acá estamos ante una historia de amor pero también de deseo, dos sentimientos que no siempre van de la mano y que son igual de poderosos por sí mismos. Crónicas de un affair resulta en una divertida y encantadora historia de amor, de esas a las que no se le suelen dedicar demasiado espacio. Y lo hace con cierto aura lúdico que le termina de impregnar su magia.
Destacada película francesa, de la mano de un interesantísimo autor contemporáneo: Emmanuel Mourat. Una atracción repentina convierte a dos extraños en amantes. Sus realidades difieren. Ella es una madre soltera, él un hombre casado. La aventura de una noche deviene en una relación que acaba consolidándose, pero de modo completamente inesperado. Vincent Macaigne y Sandrine Kiberlain actúan de manera brillante la furtiva aventura nacida en la casualidad. Del bistró a la cama, una fuertísima conexión contrarresta la suposición de que el encuentro será efímero e intrascendente. Es simple, se gustan y no crean castillos en el aire. Porque él ama a su mujer, pero con su amante se ve para otras cosas. El pacto es en común, ‘aprovechar el tiempo que les queda, hacerse bien, sin pensar en el futuro’. Concuerdan. Comprometidos a verse solo por diversión sexual, sin sentimiento romántico algún…pero, cuidado, la regla pronto será quebrada. A medida que avanza la historia, ambos se irán descubriendo y nace un verdadero sentimiento. La complicidad va en aumento y lo irresistible, a pura velocidad. Presentada en numerosos festivales a nivel internacional, “Crónica de un affair” es un relato audaz y tierno, marca de identidad que conduce una narrativa eficaz en capturar el aroma de la alegría y del dolor. Influenciado estilísticamente por cineastas como Ozú o Almodóvar, Mourat, sutil, arroja líneas de diálogo que son una delicia. “¿Querés tomar una ducha?”, propone él. “No, quiero conservar tu olor”, le dice ella. Esta es una cita con el cine francés que no debemos dejar esperando.