Cuatreros: el cine como imposible Una película sobre la imposibilidad de hacer otra película. Ése pudo haber sido el punto de partida del sofisticado sistema narrativo de este sexto largo de Albertina Carri, que luego termina abriendo unas cuantas líneas más, relacionadas con la construcción de un mito, la militancia revolucionaria, su propio pasado y su manera de entender el cine, cada más entregada a la experimentación y el cruce de lenguajes. Con material de archivo, imágenes de una videoinstalación enfocada en la preservación de la memoria y una voz en off que guía un relato deliberadamente sinuoso, Carri consigue armar un film original, emotivo y alejado de las convenciones que vincula los vericuetos de la intimidad con la reflexión política a mayor escala. La investigación alrededor de un libro sobre Isidro Velázquez que el padre de la cineasta, Roberto Carri -secuestrado y desaparecido durante la última dictadura militar-, publicó a fines de los 60 despertó en ella la inquietud por encontrar una película basada en ese texto que filmó Pablo Szir, también víctima del terrorismo de Estado. Así como su padre proponía en aquel libro la posibilidad de ampliar el terreno de la acción política fuera de los límites de los partidos, ella ensancha las fronteras del cine con una película que exhibe desprejuiciadamente y sin pausa convicciones, interrogantes y conflictos profesionales y existenciales. En esa profunda exploración, las huellas de la trágica historia de un país se superponen con las de su propia vida.
La directora de No quiero volver a casa, Los rubios, Géminis y La rabia vuelve a bucear en los terrenos más incómodos de la historia argentina. Tras su exhibición en el Festival de Mar del Plata y antes de su estreno internacional en el Forum de la Berlinale, se estrena en dos salas porteñas y en la plataforma de VOD Odeón. Road movie, western, documental, ensayo autobiográfico, instalación audiovisual, film experimental a base de found footage y, sobre todo, cine político. Eso (y bastante más) hay en los 84 agobiantes, demoledores, angustiantes y abrumadores minutos de Cuatreros. Perdonen la catarata de adjetivos calificativos, pero la experiencia de apreciar la nueva película de la directora de Géminis, Los rubios y La rabia genera todas esas sensaciones porque hay tantas búsquedas, tantas ideas, tanta carga emocional concentradas en el film que el espectador pendula todo el tiempo entre la fascinación y la irritación. El disparador de Cuatreros fue la idea de hacer una película sobre Isidro Velázquez (1928-1967), el último gaucho rebelde y violento de la Argentina. Carri no era la primera en internarlo: Pablo Szir dejó un film inconcluso y hasta Mariano Llinás coqueteó con reconstruir esa existencia llena de matices (dio golpes llenos de audacia, sobrevivió muchos años en condiciones increíbles y se convirtió en mito popular). Pero Carri nunca avanzó demasiado en el guión y con el tiempo esa historia terminó siendo el germen para un análisis sobre la violencia en Argentina. Apelando a muchísimo y valioso material de archivos públicos y privados, con anécdotas de viajes a lugares tan disímiles como Cuba o el Chaco e incluyendo elementos y reflexiones muy íntimas (desde la historia de su padre desaparecido hasta su propia maternidad en una familia nada convencional), la directora construye un ensayo-collage con dos, tres y hasta cinco pantallas simultáneas en la que se confunde su verborrágica (casi como un vómito) voz en off con testimonios (sobre todo tomados en distintas épocas por los medios de comunicación) que de alguna manera describen la represión institucional a los sectores más combativos que se produjo en los años '60 y '70. Más allá de que la voz de Carri no deja casi nunca de escucharse (sus textos son lúcidos, desgarradores, viscerales, desafiantes y a veces demasiado enrevesados para una película), el dispositivo visual con la pantalla partida y la multiplicidad de imágenes de tantas fuentes diversas y disímiles le dan al film una dimensión muy particular. No es una propuesta fácil (diría que en muchos sentidos es incómoda) y está predestinada al debate, incluso a la controversia acalorada. En estos tiempos no es poco. Una película hecha con la cabeza, sí, pero sobre todo con el corazón.
EL IMPOSIBLE OLVIDO Verborrágica y audaz, Albertina Carri vuelve al cine con Cuatreros, vista en premiére mundial en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, después de haber hecho películas como Los rubios, La rabia, No quiero volver a casa y Géminis. Devastadora, la película genera capas y capas de sentido que producen efectos conmovedores: la angustia, la desolación, la reflexión. El dolor que no cesa por la pérdida del padre es el ancla que hace que Carri vuelva y vuelva incansablemente a reconstruir fragmentes, retazos de su memoria, que la de sus padres, que la es la cine, que es la del país. Es un western y es una road movie, es una autobiografía y también es una instalación audiovisual; pero sobre todo es una película, un documento, rabiosamente política, abierta y sincera. La historia que intenta contar es de un cuatrero Isidro Velázquez , tal vez el último gaucho rebelde de la Argentina del que existe un libro escrito por el padre de Carri y una película perdida de manera inexplicable. Quizá, esa historia es casi una excusa para desnudarse nuevamente en pantalla. La voz de Carri, apresurada, cuenta y cuenta sin parar gérmenes de relatos posibles: la historia inhallable del cuatrero, su pareja, sus charlas con Lita Stantic, sus conversaciones con Mariano Llinás, su maternidad, su familia, su viaje a Cuba con Fernando Peña, el cine. La idea del archivo (en relación con la memoria y el olvido) está presente en toda la película, en la recuperación de esas imágenes que partidas en tres muestran constantemente fragmentos de la época que incomodan, que molestan, que duelen mientras su voz, desmesurada, rebosante de información va contando y contándose el proyecto de hacer la película. La voz, la palabra. Las imágenes y el archivo. El cuerpo propio y el social. El texto del cine. La memoria que conmovedoramente nos devuelve la imagen de una narradora que, a la manera de una novela, cuenta sus peripecias; casi a la manera de un relato clásico. La performance, la historieta, la literatura, el cine y la vida atravesados por la política en un gesto que resalta por su audacia y su honestidad. La Historia política de un país y la historia personal se conjugan, se desangran, se confrontan para dar cuenta de una imposibilidad. Aquella que tal vez sea la más dolorosamente conmovedora, la más devastadora; la imposibilidad de olvidar. Publicada originalmente durante el Festival de Mar del Plata 2016. CUATREROS Cuatreros. Argentina, 2016. Guión y Dirección: Albertina Carri. Cámara: Alejo Maglio, Federico Bracken, Tamara Ajzensztat, Bruno Constancio. Investigación y recopilación de material de archivo: Leandro Listorti. Edición: Lautaro Colace. Diseño de sonido: Martín Grignaschi. Duración: 84 minutos. Se exhibe en el Gaumont y en el Malba.
Senderos de historias Es difícil ver Cuatreros y no sentirse abrumado. La cantidad de información, de anécdotas, registros, archivos e imágenes avasallan la pantalla. Cuatreros tiene como protagonista a su directora (Albertina Carri) narrando (entre muchas cosas) el proyecto de filmar una película sobre Isidro Velázquez (1928-1967), el último gaucho rebelde de la Argentina. Retoma así el material que su padre, el sociologo Roberto Carri, ha escrito sobre este personaje de nuestra historia. No fue el único proyecto fílmico alrededor de este personaje, Albertina Carri también muestra su relación con el material previo que encontró. Pero sobretodo muestra su relación con sus padres, con la política y con su visión de la vida. Se trata de un ensayo, un monólogo visual, una descarga visceral y muy personal que nos mete de lleno en su propio mundo y su intimidad alrededor de una búsqueda que comienza con un objetivo pero nos mete en otro: reflexionar, desde la propia historia que retoma, sobre nuestras vidas en el país, el continente, la modernidad y el capitalismo también. La voz de Albertina se escucha en casi todo momento, con una pantalla dividida en varias secuencias de imágenes simultáneas, extraídas de material de archivo (nacional e internacional) de publicidades, películas, noticieros y diverso material audiovisual coordinado con sus palabras. No se trata de un film apto para todo público, al tratarse de una historia no lineal. Se trata de una narración con idas y vueltas. Tampoco se trata de un film apto para personas con ideologías cerradas. De más está mencionar su fuerte contenido político, y al vivir en un momento en el cual el timeline de las redes sociales provee de contenido cómodo a nuestros ojos para que las endorfinas del placer nos hagan hacer click, Cuatreros irrumpe con un pastiche que descoloca gratamente aquellos que buscan alinearse con una forma de ver la vida. Se trata de un trabajo que invita a pensar junto con él. Baja línea, obvio. Pero permite, y nos invita desde su carácter personal, a tomar distancia y a reflexionar. El salto de un tema al otro, la recurrente vuelta a la vida de Velázquez, Cuba, las charlas con su esposa, con Llinás, con Peña, la burguesía y la vida de sus padres, los setentas. Todo eso da muestra de un relato caótico pero auténtico. Esa reflexión sobre el pasado, presente y futuro tiene mucho de actual en relación con la sobreinformación en la cual estamos inmersos. Tiene más de personal que de experimental. Este film es más que la deconstrucción de una película que no fue, es la reconstrucción de una intención humana y de la ambición de lograr un objetivo, tanto de los personajes históricos como de la narradora. En lo práctico, se trata de la pura identidad nacional: arreglarse con lo que hay y llenarla de la creatividad.
Ensayo archivista y familiar Lo nuevo de la directora Albertina Carri se llama Cuatreros (2016), y como suele ser costumbre en la mayoría de los trabajos de la autora, es una obra cuyo mayor peso reside en sus propias reflexiones, en este caso rescatando al mítico gaucho Isidro Velázquez conocido como “el último gauchillo alzado de la Argentina” al mismo tiempo que indaga sobre la obra de su padre -desaparecido junto a su esposa durante la última dictadura militar de nuestro país- y su propia experiencia, acompañada por un sinfín de material de archivo. Carente de una estructura narrativa diagramada de forma convencional, el film va enhebrando el mito del popular Isidro Velázquez, visto también como un asaltante y secuestrador, quien fuera un personaje notorio del norte de nuestro país en la década del ’60, junto con pasajes del libro que el propio padre de Carri había escrito sobre Velázquez durante el mismo período de los hechos. Apropiándonos de las palabras de la autora, la película es una “no película” y la lectura performática llevada con su propia voz en off acompaña el viaje autobiográfico ficcional interior que se construye desde el relato. Las más de 200 horas de material de archivo utilizado dan una impronta muy particular a aquello que se expone, potenciado por los pensamientos y reflexiones de Carri. Y hablando de dicha impronta, la disposición visual del material también plantea un desafío poco usual para el espectador. Durante gran parte del film vemos al unísono tres “pantallas” a través de las cuales se presentan distintas imágenes que acompañan al componente oral. El hecho de exponer estas tres pantallas al mismo tiempo obligan al espectador a tomar una decisión respecto de qué elegirá ver y cómo. Una obra que, definitivamente, tendrá otro sabor para los más inmersos en el cine de Albertina Carri y esas temáticas tanto históricas como de su background familiar, elementos fundamentales y primordiales de su estilo cinematográfico que aquí nuevamente se ponen en evidencia.
Albertina Carri nunca fue una directora convencional y aquí reafirma su audacia y sus convicciones en un documental difícil de clasificar pero realmente llamativo por distintas razones. Es un trabajo que relaciona la historia de los hermanos Velazquez, cuatreros y justicieros, un libro escrito por su padre sobre ellos, material periodístico, la búsqueda de una película desaparecida, igual que sus padres, sobre Velazquez, la aparición del guión original, sus conversaciones con la productora Lita Stantic y por sobre todo los interrogantes que marcan su vida, la construcción de su familia, la maternidad, llegar a una edad que superó la de sus padres, sus convicciones, sus angustias y sus verdades. Con todo ese bagaje, con mucho material que ella no filmo, hace del montaje en multipantallas con su relato en off una creación que fascina y por momentos puede irritar y siempre provocara polémica. Como ocurre con los que son verdaderamente originales, en este caso de un lenguaje creativo.
El cine como una necesidad. A partir de la figura de una suerte de Robin Hood del Chaco, Albertina Carri enhebra historias, relatos políticos sobre sus personajes y su propia vida, con un correlato entre la abundancia de líneas narrativas y la división de la imagen en varias pantallas. Cine y política: esos son los caminos que parecen cruzarse de manera inevitable y recurrente en la obra de Albertina Carri. Una obra que, tal vez como en ningún otro cineasta argentino, representa además una permanente búsqueda de orden personal, que no sólo debe ser entendida desde lo estético sino, sobre todo, en el campo de lo estrictamente íntimo. Como ocurría con su película Los rubios y también con La rabia, su nuevo trabajo, Cuatreros, vuelve a tener como origen una explosión catártica que la directora de nuevo consigue transformar en algo más. Consciente de él, Carri no reniega ni se opone a este mecanismo repetido, sino que se deja arrastrar (aunque en su caso quizá la palabra más adecuada sea “arrasar”) por ese torrente caudaloso, excesivo y a veces ingobernable, que ella misma derrama en borbotones de imágenes y palabras, como si nunca alcanzara a decir o mostrar todo lo que necesita expresar en cada una de sus películas. Así es Cuatreros: un tsunami de discursos que con aparente falta de filtro Carri va arrojando sin pausa desde la pantalla y demandarán del espectador ser un nadador diestro para atravesar esas aguas turbulentas. Porque si no se es capaz de seguir el ritmo que la directora propone, la película puede volverse laberíntica. Sin embargo, Carri se las arregla para que sus relatos puedan ser retomados si alguien extravía el rumbo en medio del trayecto. La directora va enhebrando historias, relatos políticos y teorías sobre sus personajes o sobre su propia vida, a partir de la figura de Isidro Velázquez, un hombre que en la década de 1960 se convirtió en una leyenda en la provincia del Chaco. Delincuente para algunos, líder revolucionario o una suerte de Robin Hood de los páramos chaqueños para otros, Velázquez es una obsesión que Carri decidió convertir en película. Cuatreros es entonces el relato de esa y otras obsesiones que se van haciendo presentes a medida que el documental avanza. El film comienza hablando de Velázquez con la cita literal de un párrafo de Formas pre revolucionarias de la violencia, libro de 1968 escrito por Roberto Carri, padre de la cineasta, para enseguida desdoblarse en diferentes relatos, muchos de ellos en primera persona, que si de algo dan cuenta es de lo que el cine representa para la directora: una necesidad. Como si se tratara de un dique roto, Carri va desbordando su propia narración por acumulación: de palabras, por un lado; de imágenes por el otro. Su voz en off habla de la vida de Velázquez y sus compañeros; de su padre y de ese libro que posiblemente le haya costado su desaparición y la de su mujer durante la dictadura; del film que proyecta hacer sobre el personaje y sobre las varias películas truncas basadas en él que otros cineastas intentaron antes que ella; de la forma en que su matrimonio se deteriora mientras el proyecto de filmar la historia de Velázquez se va convirtiendo en una imposibilidad; de las dificultades de querer ser madre sin dejar de ser mujer. La abundancia de líneas narrativas tiene un correlato de imágenes que se multiplican en una pantalla que en ocasiones llega a dividirse en dos, tres y hasta cinco pantallas, que van presentando un abundante material de archivo de manera simultánea. Cuatreros es la suma de todos esos desbordes. Si algo identifica a las películas de Carri, y esta no es la excepción, es su carácter de viaje personal. Como en toda odisea, el protagonista –que está claro no es Velázquez, sino la propia directora– debe llegar al final del camino siendo otro. Tal vez sin respuesta para ninguna de las preguntas con las que comenzó su recorrido, pero habiendo aprendido algo. Si es posible pensar a Cuatreros como el relato de muchos fracasos (el de la película que no se pudo filmar; el de un matrimonio que se acaba; el de la búsqueda de una película perdida que nunca aparece; el de la hija que sigue sin encontrar a sus padres), también es cierto que Carri ha elegido un final en el que se permite dejar de mirar al pasado en busca de respuestas, para ver hacia el futuro, que también es una incógnita. Un final en el que la directora se saca de una vez los zapatitos de hija, para calzarse las botas de madre y cumplir junto a su hijo con el destino que sus propios padres nunca tuvieron la oportunidad de ver realizado, porque alguien decidió que estaba bien arrebatárselos con violencia en el rincón más oscuro de su historia.
Un ensayo atípico Con notables imágenes de archivo, Albertina Carri explora su propia historia a partir del relato de una película frustrada. Ante todo, una advertencia. Para ver Cuatreros hay que superar un gran obstáculo: la voz en off –incesante, exasperante- de Albertina Carri, que eligió hacerse cargo del relato de su película. Puede argumentarse que es una decisión lógica: cuenta una historia personal, autobiográfica. Pero un narrador profesional, con mejor dicción y entonación, habría hecho lucir al texto en lugar de opacarlo. Entre la profundidad y la irrelevancia, Carri habla en primera persona de su imposibilidad de concretar una película sobre Isidro Velázquez, pero también de sus padres desaparecidos, su maternidad, la militancia, el derrumbe de su matrimonio, los ideales revolucionarios. Es un discurso para iniciados, que menciona –sin aclaraciones- a personajes desconocidos para el gran público y tampoco explica quién fue Velázquez. Sus palabras son ilustradas con imágenes de archivo yuxtapuestas, de las que tampoco se dan mayores datos contextuales, pero que en parte compensan el martirio auditivo. Muchas de ellas, de los años ’60 y ’70, son notables: el robo a un negocio de pelucas, la toma de un colegio, el Cordobazo, la receta para preparar una molotov. Varias tienen inquietantes resonancias actuales: una propaganda de la dictadura sobre la necesidad de cuidar las fronteras, Galtieri hablando del “cambio”. Ahí está el verdadero valor de este ensayo inclasificable.
Carri desde Carri, por Carri La fuga puede ser hacia adelante o hacia atrás, lo importante es la necesidad del movimiento y no saber hacia dónde deja las chances de que el camino se arme y desarme cuantas veces el cuerpo lo pueda soportar. El cuerpo soporta, la mente soporta. El cuerpo siente, la mente también. Y el cine propone el viaje hacia lo desconocido, o mejor dicho trasnforma lo conocido al servicio de una nueva mirada. Para Albertina Carri el pasado viene impregnado de relatos, de preguntas sin respuestas y de muchos “supongo que” para llenar espacios vacíos. Ni siquiera la historia con mayúsculas acalla las sensaciones y los interrogantes que, de alguna manera, la determinan. La aventura de la imposibilidad de concretar una película sobre Isidro Velázquez, según palabras de la propio directora “uno de los últimos gauchillos que se enfrentó a la justicia burguesa” tienden uno de los puentes con el legado inconcluso de su padre desaparecido, Roberto Carri. Rápidamente, Cuatreros (2016) inicia con una voz en off de la propia directora de Los Rubios (2003) para fundirse con el fragmento del texto Formas pre revolucionarias de la violencia (1968), escrito por Roberto Carri, y hacer de esa voz de la ausencia un posible acompañante en el viaje. El texto, la palabra y las reflexiones que se desprenden de cada uno de los conceptos de Roberto Carri sobre Velázquez y su gesta robinhoodeana en el Chaco, trazan un surco invisible con una supuesta película sobre Velázquez, arraigada en una de las tantas historias de la resistencia en la clandestinidad y del cine como herramienta política. En ese nexo, donde el tiempo se cuela y acumula hojas del calendario, directores desaparecidos y archivos perdidos, se mueve Albertina Carri cineasta. Se mueve la descarriada Albertina que sabe encontrar en el viaje y la búsqueda lo que en primera instancia permanece oculto. Es su necesidad de llenar los espacios vacíos de su propia historia, aquello que la mantiene en estado de alerta constante, entre la memoria y el olvido. En alguna parte de Los rubios Albertina dice: “al omitir, recuerda” y el mecanismo de la construcción de memoria se adueña de la ficción para no anquilosar esa “memoria” que estanca, que ata y que no deja avanzar. En Cuatreros, la verborragia y la catarsis exclaman que a veces hay que olvidar para sobrevivir. ¿Sobrevivir a qué? ¿sobrevivir cómo? En la imagen que establece desde la dialéctica del contrapunto el discurso interior y la confrontación con la propia vida se teje el entramado dialéctico y sensible que hace de Cuatreros un film bello, en el sentido estético del término. La pantalla se divide en tres o cinco, de manera alternada, la voz en off hace culto de la desmesura entremezclada con emoción y con lógica implacable en el análisis del contexto histórico atravesado de política, interpretaciones, utopías que se desvanecen y nuevos intentos por no perder el espíritu revolucionario desde la transformación artística. Las pantallas divididas, donde el contrapunto entre el discurso en off y la meticulosa elección de material de archivo para retratar un clima donde la violencia era parte del propio discurso dominante, son la representación más acabada de la Albertina Carri que se desdobla en el proceso de concretar una película que jamás se filmó. Ese pensamiento y la acción son los eslabones perdidos de una larga cadena atravesada por muertos, cuerpos que ya no están y ausencias cada vez más presentes. ¿Cómo conviven Albertina Carri cineasta con la Albertina Carri madre, portadora de una historia distinta y de otro legado? Algo de eso marca el rumbo laberíntico de Cuatreros, la catarsis como elemento transformador y no como vehículo de repetición del pasado. En Los rubios (2003) la discusión se daba en el ámbito de la forma más que del contenido, el equipo que acompañaba a la directora de Géminis (2005) buscaba, igual que ella, contar una sola historia. Ahora en Cuatreros esa historia no alcanza, no completa y es la propia Albertina Carri la que decide salir en su búsqueda a riesgo de no encontrar nada.
Por su parte, Albertina Carri, que en "Los rubios" ya había hablado de ella, sus padres desaparecidos y el proceso creativo, ahora en "Cuatreros" se extiende sobre esos mismos temas y agrega otros, como la figura del asaltante y secuestrador Isidro Velázquez, cuya fama se mantiene en un puñado de chamamés y un libro de Roberto Carri sobre "formas prerrevolucionarias de la violencia", usado en su momento para la prédica de Montoneros. Hay todavía más temas, que obligan al uso de pantalla dividida en farragosa conjunción de imágenes y textos, donde la autora vuelca enérgicamente su interpretación del país y la sociedad. El resultado es apabullante, agotador, también inspirador, y algo contraproducente: solo convence a los convencidos. Rodaje en Cuba y el Chaco.
Ensayo en Pentagrama Hacía ocho años que la realizadora Albertina Carri no presentaba un largometraje. Abocada a múltiples tareas, el cine había quedado postergado ante la falta de un proyecto atractivo que la llevara a ponerse detrás de cámaras. Pero Carri, lo ha dicho en más de una oportunidad, deseaba profundamente volver al ruedo y decide hacerlo con el personalísimo Cuatreros (2016), un ensayo que juega con el cine y ofrece una mirada lúcida sobre el mismo y en el camino deja algunas reflexiones sobre la profesión y su propia vida. Cuatreros surge como la posibilidad de retomar un proyecto maldito como lo fue el de llevar a la pantalla la épica de la familia Velázquez, últimos exponentes de gauchos revolucionarios, que sirven para comparar y contrastar su propia historia y la de otros. Si la elección de la narración en off constante, podría perturbar la calma necesaria para poder absorber y procesar la multiplicidad de información que Carri coloca en la narración, a los pocos minutos y en ese diálogo imaginario vemos como no solo funciona como guía para poder adentrarnos en el laberinto que construye, sino que, principalmente, permite que la conexión con el relato sea efectiva. El archivo es resemantizado, pero no en un sentido ilustrativo, la incorporación de la directora con anécdotas y sentimientos, los nombres que dispara, y la directa mención al dispositivo y la industria, terminan por configurar el diferencial del film. Además, y para complejizar aún mas todo, pero en el buen sentido, la utilización de autores para poder construir su relato son nombrados para también dar cuenta que estamos asistiendo a un ensayo personalísimo sobre ella, su vida y el cine. Así y todo, por momentos la duda sobre las anécdotas y comentarios, permiten aún más el juego por parte del espectador, que seguramente se preguntará si aquello que está escuchando son verdades sobre la directora y su entorno o si tal vez (no lo sabemos) son recreaciones imaginadas sólo con el fin de potenciar sus ideas. Y más allá de la ubicación de Carri en el primerísimo lugar que se coloca, hay una posibilidad de deslumbrarse con el juego que realiza con cada uno de los materiales, ya que el archivo dispara un sinfín de expresiones asociadas a la decisión de dividir la pantalla en dos, tres y hasta en cinco, lo que requiere una elección particular para ver en dónde se depositará la mirada. La directora revisa el pasado, analiza hechos que finalmente no le permiten construir una historia sobre la misma, entonces se va hacia otro lugar, un espacio en donde el errabundeo y la construcción permiten que avance en un universo particular como el que crea. El quinto largometraje de la directora linda la ficción y el documental, y si en el arranque ella dice “voy tras los pasos de Isidro Velázquez, el último gauchillo alzado de la Argentina”, en realidad lo que manifiesta es justamente esa impronta de búsqueda, de pesquisa, porque justamente allí es en donde el film se potencia y ella como realizadora se introduce en el relato, generando una obra principalmente provocadora, que requiere de un espectador activo sin inhibiciones.
La directora de Los Rubios, Albertina Carri, vuelve a contar en primera persona las idas y vueltas sobre la idea de hacer una película, esta película, de enunciado complejo. Basada en un libro de su padre, Roberto Carri sobre la figura de Isidro Velázquez (Formas prerrevolucionarias de la violencia), último gaucho alzado de la argentina. Y sobre la película que nadie vio realizada sobre el personaje. Carri lo pone así: "¿voy realmente tras los pasos de ese fugitivo de la justicia burguesa? ¿O es que voy tras mis pasos, tras mi herencia? Viajo a Chaco, a Cuba, busco una película desaparecida, busco en archivos fílmicos cuerpos en movimientos que me devuelvan algo de lo que se fue muy temprano. ¿Qué busco? Busco películas, también una familia, una de vivos, una de muertos; busco una revolución, sus cuerpos, algo de justicia; busco a mi madre y a mi padre desaparecidos, sus restos, sus nombres, lo que dejaron en mí. Hago un western con mi propia vida. Busco una voz, la mía, a través del ruido y la furia que dejaron esas vidas arrancadas por aquella justicia burguesa". Vale transcribir este fragmento porque sus palabras describen con precisión qué es Cuatreros, bajo la forma de una serie de pantallas divididas con una enorme , y muy rica, cantidad de materiales de archivo, contrapunto y diálogo de lo que se dice. Y lo que se dice es todo, en una película que no tiene silencios, sino una catarata textual, la omnipresente voz de Carri. Es un texto recargado, de frases largas sin comas y párrafos que no toman aire, a veces furiosos, otras más simpáticos, siempre dando cuenta de una inteligencia viva y un poco neurótica. En esos dos elementos, las palabras y las imágenes de archivo, se apoya esta original y algo excéntrica nueva película de la directora, cuya aspereza intelectual irritará a muchos pero cuyo resultado, después de atravesarla, es contundente, apabullante, difícil de transmitir. Dicho sea esto, entre tanto audiovisual premasticado, como aplauso.
La memoria de los insurrectos Es extraordinario el material de archivo que Leandro Listorti recopiló para Cuatreros, quinto largometraje de Albertina Carri que se estrenará en Buenos Aires la semana próxima, poco antes de exhibirse en la sección Foro del 67° Festival de Cine de Berlín. A título ilustrativo vale citar el fragmento de la entrevista televisiva que Betty Elizalde le hizo a Leopoldo Fortunato Galtieri apenas asumió el mando del sanguinario Proceso de Reorganización Nacional, y la publicidad de cigarrillos que la modelo y militante montonera Marie Anne Erize Tisseau protagonizó cuatro años antes de desaparecer a manos de la dictadura cívico-militar. Por momentos cuesta asimilar la información derivada de esos y otros hallazgos que la realizadora proyecta en tres -a veces cinco- pantallas simultáneas, y que articula a partir de apreciaciones personales sobre arte, política, historia. El esfuerzo mental vale la pena: permite descubrir nuevos senderos que conducen a la inagotable reflexión sobre el ejercicio individual, colectivo, audiovisual, literario de la memoria. Los pormenores de un improbable proyecto de largometraje sobre el bandido rural Isidro Velázquez constituyen el punto de partida de esta suerte de desprendimiento cinematográfico de la muestra multimedia que Albertina montó a fines de 2015 en el Parque de la Memoria. Operación Fracaso y el sonido recobrado se tituló esa obra que, según reseñó Mariana Lerner para la revista Los Inrockuptibles, estaba compuesta por varias secciones o instalaciones. Una se llamó ‘Investigación del cuatrerismo’. En su película, Carri traza una línea histórica entre Velázquez, sus padres Roberto y Ana María (participantes de la lucha armada contra la dictadura de 1976 y desaparecidos desde 1977) y ella misma. Si los cuatreros transgreden la norma, atentan contra el orden, cuestionan el poder hegemónico, entonces estamos ante tres prototipos de insurrectos, esculpidos en distintos episodios de la historia argentina. Los espectadores interesados en analizar el desempeño de nuestros medios de comunicación -en especial de nuestros noticieros de televisión- encontrarán unos cuantos segmentos ilustrativos de la subordinación al poder de turno. Por si no dijeran demasiado por sí solos, la realizadora a veces los contrapone en una misma instancia. El relato en off imita el discurrir -a veces contradictorio- de la conciencia. “Para sobrevivir también hay que olvidar” (se) dice Albertina en un intento por detener -o al menos disminuir- el caudal de recuerdos erigidos en torno a anécdotas personales y familiares, declaraciones propias y ajenas, películas vistas, lugares visitados, reflexiones varias. Como el “cronométrico Funes“, la autora de Los rubios, La rabia, Géminis, 23 pares también lucha contra la hipermnesia. Además de material de archivo pocas veces visto, Cuatreros presenta una inesperada arista borgeana.
NARRAR LA IMPOSIBILIDAD El principal inconveniente de Cuatreros (o al menos el que elegiría para debatir) es que lo que se ve como película en sí es menor a todo lo que se pueda explicar, aclarar, comentar, discutir sobre ella. No hay nada de malo en esto, a fin de cuentas el cine es un arte que invita al debate y a la reflexión, pero si se toma en cuenta lo que vemos, no es más que la reiteración de un procedimiento que consiste básicamente en una potente y omnipresente voz en off acompañada de imágenes de archivos cuya finalidad es construir un tejido irónico de ideas. Y político, por supuesto. En reiteradas oportunidades la pantalla se divide y el espectador es sacudido por un vendaval verbal que interpela y no da respiro. La propuesta, en este aspecto, es arriesgada en la medida en que hay que estar dispuesto a seguir el viaje acerca de una película que quiso ser y no pudo, para regresar una vez más a la dolorosa historia privada de Albertina Carri y que justamente pide ser reescrita siempre para no olvidar. El origen es una investigación acerca de Isidro Velázquez, una especie de gaucho rebelde del cual ya se habían ocupado otros con proyectos que nunca terminaron de prosperar. De alguna manera, esa rebeldía es heredada por Carri en la medida en que el film parece renegar de aquello que no fue y vuelca su bronca sin filtro, caiga quien caiga (en un momento menciona a Llinás como un gorila en una mezcla de sarcasmo y posicionamiento respecto de esa categoría plastilina que es el “nuevo cine argentino”). Por ende, las dificultades encontradas en el proceso derivaron en un film que analiza, desde una perspectiva netamente personal y política, la historia del país y las formas de violencia institucional fundadas en la represión en todas sus formas. Los textos que se escuchan oscilan entre momentos de potencia ensayística y cuestiones de índole privada pero no dejan un solo intersticio para la indiferencia. Este sesgo es interesante porque expone sin victimización alguna la imposibilidad de dar cuenta de una historia y al mismo tiempo integra este problema como parte de la película. No es solamente una búsqueda (una palabra baúl utilizada a menudo por críticos y programadores) sino una toma de conciencia con respecto a la idea de que una nueva película asoma en medio de un proyecto trunco y se vuelve más fuerte que la idea matriz, a la vez que desarma cualquier etiqueta acomodaticia. Cuatreros es una película para seguir en el tiempo y dejar que respire para poder ser evaluada otras veces más. Su naturaleza dialéctica no se cierra a un solo visionado.
Este quinto largometraje de la directora de “Los rubios” retoma varios de los temas personales y políticos de aquel filme para narrar, en un formato que bordea lo experimental, la historia de sus “fallidos” intentos por filmar una biografía del mítico bandido Isidro Velázquez, cuya historia se conecta con la de su propia familia. Con todo tipo de imágenes de archivo y su voz en off, Carri construye un fascinante y catártico repaso por los años más duros y violentos de la Argentina y sus repercusiones hasta la actualidad. La más radical y experimental de las películas de la realizadora de GEMINIS la conecta de manera bastante directa con LOS RUBIOS, acaso su película más conocida y reconocida hasta la fecha. Aquí, como allá, Carri investiga sobre su pasado familiar de una manera cercana al diario personal, incluyendo anécdotas e historias del universo privado englobadas en el contexto de la última dictadura militar y los años que la precedieron. A diferencia de aquel filme, aquí Carri optó por no generar imágenes propias (o al menos no parece haberlas) sino narrar esa historia apoyándose en imágenes de archivo de todo tipo, presentadas la mayor parte de las veces mediante un intrincado, complejo y muy bien realizado trabajo de edición interna, ya que suelen ser tres o hasta cinco las imágenes que comparten la pantalla en un mismo momento, siendo el sonido el que va de algún modo dirigiendo la atención hacia uno u otro. La forma casi experimental (de instalación, si se quiere) de CUATREROS no le quita poder ni urgencia ni interés dramático. Es que esas imágenes apoyan la mayor parte del tiempo el relato de la propia Carri. Pero no lo hacen de una forma líneal sino como un suerte de montaje de atracciones, de asociación libre, a partir del cual el espectador puede conectar voz en off con las distintas imágenes que se ven sin que necesariamente esas imágenes tengan que ver específicamente con lo que se cuenta. Lo que sí hacen es generar un clima de época que envuelve a las palabras de la directora y casi transporta al espectador –al menos a los que que tenemos alguna memoria infantil de la dictadura– a esa época: noticieros, publicidades, escenas de programas de TV, películas, etc. Este material –exraordinariamente compilado junto a Leandro Listorti– incluye también material más viejo o más nuevo, escenas de películas clásicas y otros materiales muy poco o nunca vistos de desconocida procedencia. Todo puesto a jugar y a “devolver paredes” con el relato de Carri. ¿Cuál es ese relato? Albertina quiere investigar acerca de Isidro Velázquez, el gaucho rebelde cuyos robos y asesinatos preferentemente en la zona del Chaco en los años ’60 fueron los generadores de un libro (“Isidro Velázquez: formas prerevolucionarias de la violencia”) que escribió Roberto Carri, el desaparecido padre de la realizadora. No sólo eso. A partir de ese libro, el realizador Pablo Szir filmó una película (LOS VELAZQUEZ) que al día de hoy continúa inhallable y su director, también desaparecido. CUATREROS podría considerarse más el diario de la investigación de Carri por hacer una película sobre Isidro Velázquez que una estrictamente sobre su figura. Si bien la historia del gaucho se cuenta de forma un tanto confusa o apresurada a lo largo del relato, lo que le interesa a la realizadora es poner los hechos de Velázquez en contexto y, a la vez, intentar trazar un paralelo entre la pobreza y desolación que lo llevó a actuar con la situación que se vive aún hoy en esas zonas. Esa “preproducción” pública de la película es un ir y venir de Carri por el país, entrevistando gente y conversando con pares, investigando en libros y viajando a los lugares en los que Velázquez actuó y donde aún viven algunos de sus descendientes. Y ella lo relata con un tono íntimo y casual, personal al punto de entrar en detalles de su vida privada (su embarazo, su relación de pareja, etc) y, como ya había hecho en LOS RUBIOS, revelando buena parte del detrás de escena de la cocina de la industria de cine local. Eso incluye sus narraciones de encuentros con el cineasta Mariano Llinás, el historiador de cine y coleccionista Fernando Martín Peña y la productora Lita Stantic –que fue la mujer de Szir y estuvo en la filmación de la mítica película–, quienes la van guiando (o no) a lo largo de esta investigación en una parte del relato que seguramente será más fascinante para quienes conocemos (personalmente o, al menos, de nombre) a los citados, ya que otra parte de los espectadores puede quedarse un tanto afuera de ese lanzamiento de nombres un tanto descontextualizados. Da la impresión que para Carri no es ese un problema: tiene claro a qué público se dirige (CUATREROS no intenta ser una película masiva) y sabe que el espectador podrá perderse algún detalle pero la seguirá en el potente recorrido de su historia e investigación. Es fundamental, de todos modos, volver sobre el material de archivo en sí, sin el cual la película no tendría la potencia que tiene. Es revelador ver, cuatro décadas después o más, algunoos avisos de “prevención” de la dictadura (uno de animación sobre los “extremistas” como el cáncer de la sociedad parece sacado de un programa de Capusotto), las propias publicidades comerciales y hasta la forma en la que actuaban los periodistas de la época cubriendo casos de secuestros o desapariciones. El hecho de que no necesariamente se relacionen directamente con lo que Albertina narra aumenta los sentidos no solo del relato sino de la propia película, transformando su relato sobre la búsqueda de la película desaparecida (y la de sus padres) en una suerte de experiencia audiovisual sobre las décadas más violentas de la Argentina, experiencia que sigue rebotando –en las noticias de cada día– hasta hoy. Una película extraordinaria.
"La película que no haré", dice a modo de resumen Albertina Carri minutos antes de terminar con el relato de Cuatreros, su aproximación más personal (en el marco de una filmografía en constante camino por la autorreferencia) a la violencia social y política argentina con foco en el terrorismo de Estado. El film se exhibe por estos días en el Malba en el marco de un debate nacional que, cuando parece desgastado, renace y nunca termina de perder brillo: los 70s. Y lo hace a partir de un personaje nacido en el polvo y los cuchillos pampeanos de los años 40: Isidro Velázquez, bandido rural cruzado por el delito y el tufillo romántico que a la distancia parecen tener personajes que en su contexto eran más turbios que otra cosa. Snobismo aparte y con la deconstrucción al dente, Carri transforma su punto de partida en disparador de ideas, reflexiones y anécdotas en primera persona que cruzan a sus padres desaparecidos, la lucha armada durante la dictadura y, en gran parte, el discurso oficial de la dictadura cívico-militar. La directora refiere a su esposa, a los primeros años de su hijo y a lo que fue el derrotero de la idea de filmar sobre Velázquez y cómo la intención se transformó en otra cosa, en una idea del cine y cómo llegar a la obra. Aparecen como artistas invitados Fernando Martín Peña y Mariano Llinás pero a través del relato en off de la propia realizadora cuyo peso narrativo deja atrás el tono monocorde con el que lo plantea. Otras estrellas impensadas son policías hablando de forma intimidante con periodistas en crónicas de época y el entonces recién asumido dictador Leopoldo Fortunato Galtieri, indagado con algodones en una entrevista televisiva al borde del disparate. En Cuatreros hay cine, vanidad, un poco de merda d´artista y mucho de ejercicio de análisis. Quizá con destino de material de estudio, quizá con un presente contextual que la coloca como película a visionar y debatir. Como sea, hay sustancia, y en medio de debates dominados por la ideología del talk show, no es poco tener algo de arte en medio de tanta eyaculación de slogans.
Albertina Carri debe ser una de nuestras realizadoras más (sino la más) personales en actividad. Su obra se divide entre trabajos de ficción y documentales en los que gusta de bucear en las formas. Siempre provocativa de los espacios establecidos. Su última incursión en el cine data de 2008, en el mientras tanto creó uno de los mejores festivales locales de cine como lo es el Asterisco, expresó varias luchas sociales como figura del arte y ciudadana con derechos, y despuntó el vicio con algunas series de Tv como la maravillosa 23 pares. Pero era hora de regresar a la pantalla grande, y lo hace con todo, como si hubiese dejado a sus seguidores ahí, aguardándola desde la incursión a su historia que fue Los rubios. "Cuatreros" habla de lo imposibilidad de concreción, de su historia familiar, de cine, y por supuesto, de sí misma, cada fotograma habla de sí misma, y no solo porque lleve una narración en off omnipresente. Hacía tiempo que Albertina quería llevar a la pantalla la historia de Isidro Velázquez, el último gauchillo alzado de la Argentina, según sus palabras. Mítico personaje del Chaco, el padre de Carri oportunamente escribió sobre él; lo cual la habilita para hacer una narración paralela. Porque, en definitiva, Cuatreros no es un documental sobre Velázquez (para eso pueden ver online Isidro Velazquez, La Leyenda del Sapucay de Juan Richieri); es una experiencia que habla sobre la investigación sobre la historia del caudillo, la obra del padre de la realizadora desaparecido junto a su esposa en la última dictadura, y sobre su propia visión del cine. Como si fuese un work in progress que se pierde en su introspección y nos invita a un viaje riquísimo. Si ya conocen sus películas, sabrán que su cine no es el más convencional. Aún en obras como La Rabia o Gémenis, sus ficciones más “lineales”, hay un desafío al espectador en provocar todo tipo de sensaciones encontradas y sugerentes. Cuatreros estará más cerca de No quiero volver a casa y por supuesto, Los Rubios. Hay una necesidad ahí de hacer catarsis con todos nosotros, de buscar el límite y pretender que nos perdamos; bienvenido sea. No será esta quizás, la oportunidad para descubrir a su directora si no se está acostumbrado a un estilo narrativo disruptivo, sin un hilo conductor claro, fijo; quienes busquen la comodidad de lo básico (sin menospreciar) pueden salir descontentos. Quienes ya estén acostumbrados a su modo de expresar, encontrarán una Albertina Carri evocativa, plena, que nos propone dividir la pantalla en cuadros varios sin que nos sea posibles verlos a todos, debemos elegir “una historia” para seguir. Con un relato hablado que por más que esté todo el tiempo, no abruma ni sobre explica, acompaña esa inmensa cantidad de material de archivo propio como si fuésemos un ojo curioso en una intimidad que se quiere, se necesita, compartir. Cuatreros es la obra de una realizadora convencida de sus modos y formas, que nos interpela a modo de retórica, pero tiene ideas muy caras, y una historia tan fuerte que merece ser contada, a los gritos. Para convencionalismos, los demás.