Delfín es el nombre de esta película argentina dirigida por Gaspar Scheuer que se encuentra en la selección Cannes Écrans Juniors 2019. También es el inusual nombre del protagonista: un chico de 11 años que vive con su padre en una casa precaria de un pueblo aislado en la provincia de Buenos Aires. Allí, el tiempo se detuvo para su padre, que desolado en un contexto de pobreza y sin contención se encuentra solo frente al cuidado de su hijo. En la cotidianidad que va construyendo la película se presenta la posibilidad de una audición para una orquesta juvenil en la ciudad de Junín. Delfín tiene en claro que quiere ir allí a hacer la prueba. LLega tarde a su casa, aún solo, saca de una caja una manguera y un embudo con los cuales improvisa el instrumento: el corno francés. El cual aprendió a tocar en la escuela, donde tienen uno, pero no se lo prestan por fuera de la institución porque es considerado una reliquia. La relación padre-hijo se ve afectada por la falta de recursos. El padre trabaja muchas horas en una construcción y el hijo en una panadería realizando entregas antes del horario escolar. El hogar se transforma en un reflejo de la supervivencia, allí duermen y se alimentan con lo que consiguen. Las pocas horas que pasan allí están impregnadas de cansancio y la necesidad de distenderse de esta situación agotadora. Causa por la cual, el padre de Delfìn no podrá cumplir con una promesa que le ha hecho. Sin embargo, la fuerte convicción que vive en Delfín será el motor para continuar un camino abandonado por su padre. Más allá de que el film está bien logrado en cuanto a guión, puesta en escena, imagen y sonido, me deja la sensación de que hay un distanciamiento frente a la situación de pobreza que ilustra. La historia muestra un panorama desolador pero no se cuestiona las circunstancias. El film termina con un aire de esperanza sin dar ninguna solución a sus vidas, se queda en el hecho de resolver un conflicto interno estancado. Calificación 6/10
Entrañable relato sobre un niño y los vaivenes de la vida que lo han ubicado en un lugar de indefensión y permanente sentido de la supervivencia. En la simpleza de la historia se construye la empatía necesaria para seguir viendo la triste historia del protagonista y su entorno.
La película escrita y dirigida porGaspar Scheuer -El desierto negro y Samurai- coloca su mirada sobre la vida de un niño con sueños que crece en un ambiente hostil. Delfín -Valentino Catania- tiene once años, vive con su padre -Cristian Salguero- en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, reparte pan a los vecinos y desea participar en el concurso de una Orquesta infantil en la ciudad de Junín. Sin recursos, Delfín improvisa su instrumento, el corno francés, con un embudo y una manguera, mientras espera el momento de viajar junto a su papá. Como ocurre en toda "road movie", se utiliza el viaje -que no sale como estaba planificado-, como excusa para mostrar el autodescubrimiento del niño y la relación que mantiene con un padre casi ausente en medio de un ámbito que no ofrece oportunidades. Mientras el progenitor escapa de algunas deudas y de los cobradores que insisten en visitarlo de manera violenta, Delfín va al colegio, espía con fascinación a su maestra -Paula Reca- y cuenta con el apoyo del panadero -Marcelo Subiotto- del barrio. Una historia sencilla que crece en emotividad por los climas logrados y coloca la inocencia del personaje central en un primer plano: la travesía, corta y arriesgada, lo obligará a sortear obstáculos al igual que los mayores que lo rodean. El film radiografía una realidad alejada de la gran ciudad, en la que el silencio se traslada a sus personajes y la ternura gana terreno con el correr de los minutos. Un buen elenco al servicio de un relato en el que Delfín afronta, casi, una vida de adulto.
Lo que importa un corno Alos once años, Delfín ya tiene preocupaciones diferentes a las de sus amigos de la escuela. Cada mañana el reloj suena muy temprano y sale a hacerle el reparto en bicicleta a la panadería del pueblo, ligando de paso un buen desayuno cortesía de la casa. Para cuando llega a clase ya lleva un buen rato levantado, sin todas esas comodidades que parece tener su mejor amigo, quien igual se ríe de verlo dormirse mientras la maestra habla. Hay solo dos cosas que le interesan a Delfín en la escuela. Una es la joven maestra de otro grado de la que está enamorado, la otra son las clases de música donde puede tocar un antiguo instrumento que su situación económica no le permitiría comprar, aunque se las ingenió construyendo una versión casera para practicar cada tarde cuando regresa a la humilde casita donde viven. Ya es tarde cuando su papá vuelve de trabajar, usualmente sin más dinero que para preparar una cena frugal antes de volverse a dormir. Claramente sobrepasado por la situación y con algo de carácter, igualmente no deja de ser un hombre cariñoso con su hijo y hace lo que puede con lo que tiene. No tiene el corazón para decírselo directamente, pero sabe que el sueño de su hijo de entrar en la orquesta municipal de Junín es algo demasiado lejano y no solo por los 50km que los separan: se lo nota como alguien a quien la vida ya le dijo varias veces que los de su clase no pueden aspirar a mucho. Sin embargo, Delfín no parece ser de los que se dejan vencer ante el primer inconveniente cuando realmente quiere algo. Solo o acompañado Antes del primer diálogo real, Delfín ya nos contó mucho sobre su carácter y su rutina. Tenaz y trabajador, no deja de ser un chico y es con esa inocencia que sigue viendo el mundo, sin el cinismo que probablemente tendría esta historia si estuviera situada en la gran ciudad. Todo lo vemos a través del filtro de sus ojos, dándole importancia a lo que a él le importa y dejando de fondo otras cuestiones. Quizás sea por eso que visualmente sostiene un estilo realista que esquiva la crudeza, sin mostrar nunca situaciones realmente ásperas, porque a pesar de todo Delfín no lo vive de esa manera. No es ajeno a su realidad, pero tampoco padece la pobreza en la que vive ni la soledad en que pasa gran parte del día, sin muchos amigos ni familia con quien compartir lo que hace. La idea general es atractiva y a pesar de su corta edad el actor Valentino Catania logra resultar verosímil en la historia que cuenta, pero eso no alcanza para sostener el ritmo narrativo. Pretende contar varias cosas, pero al tomarse su tiempo -para encima hacerlo sin profundizar demasiado- la narración se vuelve demasiado cansina como para sostener el interés sin aburrir. Para peor, varias de esas cosas quedan irresueltas o nunca se conectan con el hilo central, distrayendo la atención hacia laterales que no terminan aportando narrativamente.
Tercera película de Gaspar Scheuer ( El desierto negro, Samurái), Delfín cuenta las historia de un niño de once años que descubre en un corno francés las posibilidades de cambiar un presente difícil y de soñar con un futuro mejor. La relación con un padre sacrificado y comprensivo, la ausencia de una figura maternal, la fuerza de los deseos y los límites que suele imponer el contexto atraviesan esta historia sencilla que encuentra uno de sus pilares de apoyo más firmes en la química que consiguen Christian Salguero y el pibe Valentino Catania, protagonistas de una película sensible cuyas resonancias reproducen las de ese singular instrumento, capaz de emitir tanto sonidos suaves y dulces como ásperos y duros.
Cuando se es chico –de edad-, una manguera y un embudo pueden ser un perfecto instrumento musical para ensayar mientras se espera por uno real. Eso es lo que hace Delfín, el niño de 11 años que es el protagonista de esta película de Gaspar Scheuer, sobre esa etapa de la vida en la que los sueños y las ansias por hacer lo que uno desea pueden chocar con la dureza de las realidades que lo circundan. La vida de Delfín no es sencilla. Vive con su papá, que trabaja del alba a la noche en la construcción, en una casita muy humilde en un pueblito no muy lejos de Junín. Hasta allí quiere viajar Delfín, para probarse como músico en una orquesta juvenil que se está formando. No tiene plata para viajar, tampoco el instrumento, un corno francés, con el que practica en la escuela. Pero no se lo prestan, porque es considerado algo así como una reliquia. Scheuer no hace de las penurias económicas un eje, aunque está clarísimo que es por ello que el deseo de Delfín tal vez no pueda cumplirse, como tampoco la promesa de su padre. Opta y se centra en esa relación, de afecto, de paternidad, y las de solidaridad que podrán encontrar ambos por separado. Porque Delfín trabaja, siendo apenas un niño, en una panadería cuando no va a la escuela. Hay alguien que está reclamando algo, y no tiene que ver con la cordialidad. Delfín es el tercer largometraje de Scheuer, tras El desierto negro y Samurai. Es un realizador que le gusta el ascetismo, pero que boceta a sus personajes con cariño y entereza. Nunca están borroneados. Son personas, y eso en el cine no suele ser algo muy fácil de detectar. También viene de la rama del sonido en su formación y trabajo cinematográfico, y no es solo este rubro el más elogiable. La composición de la imagen y el manejo de los actores -el niño Valentino Catania, y Cristian Salguero como su padre- son otros aspectos para destacar en esta pequeña película que conmueve y entretiene con las mejores armas, y que merecía una salida comercial más amplia que la de, solamente en Buenos Aires, la sala Gaumont y el Malba.
El niño orquesta La infancia es una etapa de nuestras vidas en la que creemos que (casi) todo es posible, desde volvernos una estrella del deporte hasta viajar al espacio exterior. En Delfín (2019) -nombre del film y del pequeño protagonista- el empuje y la superación de las diferentes adversidades convierten al relato en una suerte de micro epopeya cotidiana. Delfín tiene 11 años y vive en un pequeño pueblo ubicado a 50 kilómetros de Junín. Vive solo con su padre en una humilde casa de una sola habitación, su madre es una ausencia que nunca se clarifica pero cuya presencia sigue pesando). El niño entrega los pedidos de la panadería local, temprano antes de entrar al colegio, intentando ayudar al escaso y mal remunerado trabajo de su padre (Cristian Salguero), un hombre de pocas palabras pero igualmente conectado con su hijo. Delfín es el único de su pueblo que sabe tocar el corno francés, y al enterarse que pronto habrá una prueba para una orquesta infantil, activa un plan lleno de complicaciones propias y ajenas para poder audicionar. El universo ficcional parece uno detenido en el tiempo, donde los chicos todavía andan en bicicleta, van a pescar al río y se meten en más de un lío. La panadería del pueblo, la fiesta en la plaza, las calles de tierra. Este recorte de espacio-tiempo hace fluir el ritmo de la narración de forma muy particular, permitiendo que la nostalgia nos haga transitar de forma un poco más placentera aquellos pasajes poco felices de la historia, que en otro contexto serían un tanto más difíciles de sacar adelante. Pero el corazón de la película se concentra en esa relación entre padre e hijo, quienes a pesar de no ver siempre las cosas del mismo modo, se saben solos contra el mundo. Valentino Catania se luce en la piel de un chico dispuesto a pelear por cumplir sus sueños, teniendo que lidiar con complicaciones del mundo adulto antes de tiempo. Escena tras escena madrugamos con Delfín, vamos con él a hacer repartos en bici, nos aburrimos en el colegio y soñamos con lo que para otros parece imposible. En su tercer largometraje el director Gaspar Scheuer elige contar una historia que podría amargarnos el día dependiendo de nuestro estado de ánimo, pero Delfín termina siendo un relato esperanzador, sin golpes bajos, que presenta un relato donde hay vida después del drama.
A veces, los sueños pequeños se vuelven monumentales, cual tareas heroicas que hay que cumplir a toda costa. Es la misión del pequeño Delfín (un deslumbrante Valentino Catania) en la película homónima, el audicionar para una orquesta tocando el corno francés, y hará lo que sea para lograr su objetivo. El largometraje de Gaspar Scheuer (El desierto negro, Samurai) pasó por el último Festival de Cannes en la sección Ecrans Junior y representa una historia mínima agradable, apoyándose con firmeza en sus fortalezas y evitando con gracia las limitaciones presentes en la narración.
Un niño y sus sueños que rebasan el entorno precario y extremo que lo rodea. Para la sensibilidad del guionista y director Gaspar Scheuer, el puntapié inicial para mostrar lo que le tocó en suerte a un chico de 11 años concebido por una pareja llena de sueños, juventud y libertades. Pero lo que vive es de una crudeza que duele: Trabaja antes de ir al colegio como repartidor de pan, , tiene un padre que apenas gana para el sustento, acosado por deudas, viven en una casa precaria con poco diálogo y escaso alimento, la madre es una ausencia. En ese panorama, con su nombre marcando un destino, ese chico tiene acceso a la ilusión: gracias a un profesor aprendió a tocar el corno francés que se conserva en la escuela, pero como es una reliquia, resulta inaccesible cuando el chico ve una luz de esperanza para su vida. Cuando comienza la aventura deviene la mejor parte de un film que conmueve aunque mantenga una distancia con los protagonistas arrastrados por un destino de angustias económicas, aunque siempre queda una opción. Buenas las actuaciones de Valentino Catania, Cristian Salguero y la participación siempre solida de Marcelo Subiotto.
Pasión por la música Gaspar Scheuer, el director oriundo de Los Toldos, entre cuyas obras se cuentan director de Desierto (2007) y Samurai (2012), presenta en esta ocasión Delfín, su nueva producción, cuyo estreno se produce esta semana, protagonizada por Valentino Catania, Cristian Salguero, Paula Reca y Marcelo Subiotto. La historia nos lleva por la vida durante una semana de Delfín junto a su padre, en una casa en condiciones deplorables. En el transcurso de dicha semana, Delfín tiene diferentes vivencias que lo llevan por situaciones pintorescas o preocupantes, depende de la ocasión. Mientras tanto, en su deseo de participar en una orquesta infantil, hace todo lo posible para dar una prueba en un pueblo cercano. Con algunos toques poéticos y otros ligeramente entre tiernos y cómicos, sin abandonar el realismo al mostrar las circunstancias de los personajes, la película, de trazo narrativo simple (pero no por ello menos contundente), genera empatía con Delfín y entendimiento de la realidad y el contexto en el que las vidas de los personajes tienen lugar. Es un muy buen film, que se suma a la producción nacional de este año. En suma, una historia universal y cercana, muy bien dirigida e interpretada, con trabajo valorable en cuanto a lo técnico, recomendable para ver esta semana en la pantalla grande.
“Delfín”, la tercera película del director argentino Gaspar Scheuer (“El desierto negro”, “Samurai”), pone el foco en la historia de un niño de once años que vive solo con su padre en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires, y que hará todo lo que está a su alcance para cumplir aquello que anhela. A Delfín Valdez (Valentino Catania) pocas cosas le resultan fáciles. Dada la situación económica precaria en la que vive, tiene que madrugar cada día para ir a trabajar a una panadería, asistir a clase y ocuparse de los quehaceres de la casa mientras su padre (Cristian Salguero) trabaja sin horario en una constructora. Scheuer elige relatar la rutina de este niño a lo largo de una semana muy especial: la orquesta del Teatro Municipal de Junín tomará audiciones para su conformación y Delfín no dudará en participar. La oportunidad representa un hecho muy importante para él, más allá de la incredulidad y las objeciones de su padre. TERNURA Y ESPERANZA A pesar de no tener formación en música, el amor que siente Delfín por el corno francés, y la emoción que le genera tocarlo, lo empuja a tomar desde un primer momento la decisión de responder a la convocatoria de la orquesta. La experiencia de viajar a Junín implicará para él una travesía de gran aprendizaje. Resulta interesante que más allá de la simplicidad del relato que construye Scheuer, existen interrogantes que el espectador podrá responder por sí mismo y que no se desprenden de forma obvia. Con inteligencia y sutileza se revelan algunos aspectos interesantes de la vida íntima de este padre y su hijo. El trabajo de composición de Valentino Catania y Cristian Salguero es conmovedor. Ambos construyen un vínculo cargado de ternura. Al clima de por sí intimista planteado por el director se suman escenas entrañables en donde las conversaciones entre ambos personajes lo dicen todo. De los rubros técnicos se destaca la música original de Ezequiel Menalled, que desde las primeras escenas nos interpela con sensibilidad y potencia. Un pequeño y valioso relato lleno de ternura y esperanza.
TOCANDO POR UN SUEÑO Una historia sencilla y encantadora nos ofrece el toldense Gaspar Scheuer (realizador de El desierto negro y Samurái), donde un niño de 11 años con una interesante sensibilidad artística decide cumplir su objetivo: probar suerte en una orquesta infantil del pueblo cercano. Esta fábula infantil que recuerda a ese cine de misión que tiene como protagonismo a chicos que desean alcanzar sus sueños contra viento y marea, se asemeja al cine iraní, uno de los pioneros en esta fórmula de auto-superación frente a las adversidades. Delfín hace referencia al nombre del pequeño, designado por una madre soñadora que se encuentra ausente en ese hogar por algún motivo desconocido que la película parece no querer ahondar. No sabemos si tiene que ver con un estilo de vida hippie en el que se hace hincapié ni bien comenzado el film o una ausencia física que remarca la viudez del padre de Delfín. De todos modos, es un nombre que calza a los deseos de este niño, comparándolo con aquel animal de temple amable que recorre el mar abierto. Es que Delfín, que vive con su papá en una casilla precaria rozando la marginalidad en un pueblito del interior, sueña con asistir a una audición en Junín con “su” corno francés, una antigüedad que su maestro de música solo le presta dentro del colegio al que asiste, lo cual para Delfín no será un impedimento si las vías legales de préstamo del artefacto se cierran. Y ese deseo, junto al amor platónico por una maestra, son los únicos impulsos que le brindan esperanza y lo apartan de sus obligaciones diarias de asistir a la escuela o realizar el reparto de pan por el barrio en bicicleta a la mañana. Scheuer que ya viene de exponer esta obra dentro de la sección Ecrans Juniors de este Cannes, muestra no solo un sueño infantil sino también un llamado de auxilio de un niño a su padre, un albañil que está ausente de su hogar de forma casi permanente. Un llamado de atención que busca salir de la zona de “confort” dentro de esa marginalidad, para buscar un mejor porvenir así sea en otro lugar. Y, a la vez, es una búsqueda de afianzamiento de lazos paternales que parecen olvidados por el agotamiento de la rutina aplastante y de extrema pobreza. Con una óptima puesta en escena y un ajustado guión, el realizador construye un retrato realista sin brindar soluciones mágicas a las complejidades explícitas e implícitas del protagonista y su padre. Scheuer se limita a exponer un claro reflejo de una realidad existencial que a veces no tiene una resolución feliz pero sí una limitada alternativa que conlleva una futura esperanza. Y esta apertura es lo que se agradece o se cuestiona.
Una infancia idealizada La combinación de un costumbrismo cándido con una fantasía estilo Giuseppe Tornatore produce algo que podría llegar a definirse como realismo mágico "ma non tropo". La tercera película de ficción de Gaspar Scheuer como director (habitualmente se desempeña como sonidista, rol en el que ha sido parte de más de 50 películas) recorre un camino poco frecuentado por el cine argentino. O al menos no de la manera en la que él lo plantea en Delfín: se trata de una historia emotiva que tiene como protagonista y eje narrativo a un chico de once años, el Delfín del título. Sin embargo no se trata ni de un relato de aprendizaje, ni de un drama, ni de una comedia, ni de una película de aventuras, ni de una infantil ni de una road movie. Y no porque a lo largo de su desarrollo no tenga elementos de cada uno de los géneros mencionados, si no porque teniendo de todos no se termina de afirmar en ninguno. La película tiene una interesante secuencia inicial. En ella la acción sirve para presentar con elocuencia a los personajes principales (elipsis temporal incluida), plantear las características que los definen y esbozar a través de todo eso el universo en el que va a desarrollarse el relato. Al mismo tiempo consigue que se genere una sólida simbiosis entre las imágenes y la música. Esa secuencia comienza con una serie de escenas luminosas en la que una pareja de mochileros comparten su amor viajando a dedo por rutas marinas y caminos rurales. De ahí corte a una casillita precaria en el campo donde el hombre de aquella pareja, pero algunos años mayor, convive con Delfín, el hijo de ambos. Padre e hijo se despiertan, se levantan, se asean y salen juntos, uno para el trabajo y el otro para la escuela. O no: Delfín también va a trabajar. El chico hace el reparto del pan para la panadería del pueblo y recién después de terminar se va para la escuela, donde mientras forma fila en el patio mira embelesado a una maestra joven y bonita que no es la suya. Tras la presentación, el título de la película y recién después comienza al relato propiamente dicho. A partir de ahí Delfín navegará entre la fantasía de una infancia idealizada a lo Tornatore, un costumbrismo cándido y ese realismo rural moderadamente sucio en el que abreva buena parte de un cine argentino al que ya no se puede llamar nuevo. La combinación produce algo que bien podría llegar a definirse como realismo mágico ma non tropo. Scheuer abrirá unas cuantas subtramas: el enamoramiento Delfín con la maestra; el vínculo con el grupito de amigos de la escuela; las deudas del padre con el usurero del pueblo: la ausencia materna; y el sueño de Delfín de presentarse a una audición para una orquesta infantil que tendrá lugar en una ciudad vecina. Algunas de esas líneas argumentales se sostendrán hasta el final. De otras el director se irá olvidando sin dar demasiadas explicaciones. Así, la película deja un gusto ambiguo. La sensación de que si Scheuer hubiera evitado abrir las líneas que pensaba abandonar para concentrarse en la aventura de su protagonista, y al mismo tiempo conseguía morigerar cierto tono de evocación melosa, Delfín hubiera ganado en contundencia narrativa.
Para su tercer largometraje, Gaspar Scheuer cambia su eje conocido, y nos presenta "Delfín", una historia sobre la marginalidad y los deseos de salir adelante, retratados desde una óptica cálida, sin golpes bajos. El Nuevo Cine Argentino nacido a fines de los ’90 tuvo su base en historias de la marginalidad, principalmente urbana, del Conurbano Bonaerense, pero también algunas en el interior del país. Un retrato crudo, descarnado, sin maquillaje, de una generación joven perdida, presa de la situación creada por las políticas de esos años. Gaspar Scheuer pertenece a una generación posterior a aquella del NCA, por lo menos en cuanto a dirección se refiere. En 2007 estrenaba su ópera prima, "El desierto negro"; y en 2012 el segundo opus, "Samurai"; ambos excelentes films con algo de western criollo, con una fuerte impronta estética. Ahora, es el turno de "Defín", una propuesta diferente a sus dos primeros films, una historia sobre la pobreza, sobre el sector de la población que no miramos, sobre sueños imposibles, y las dificultades de la rutina. Podría ser un guiño hacia aquel NCA; desde su premisa podía pensarse eso. Pero no, Scheuer traza su propio camino, quizás con reminicencias a la generación del ’60, y un cine relativo de los ’80. No, esto no es Liberen a Willy, Flipper, o Winter; Delfín es sólo un sobrenombre, no hay ningún animalito digno de Mundo marino. Delfín es un niño de 11 años que vive en un pueblo muy chico, cercano a Junín. Ahí vive con su padre al que ayuda económicamente haciendo la entrega de una panadería. La madre está ausente, y Delfín más de una vez se carga la situación al hombro. Su padre apenas puede mantenerlos con un trabajo muy mal pago, y la ayuda de Delfín es esencial. También hay un cobrador que quiere desalojarlos, y al que Delfín enfrenta debidamente. Pero claro, por más que se vea obligado a tomar actitudes adultas, Delfín es un niño, y como tal tiene deseos púberes, es aventurero (a su modo y alcance), y soñador. ntre ir a pescar con sus amigos, y espiar a una maestra por la que siente una naciente curiosidad; tiene también la afición por la música. Un maestro de música le enseño a tocar un instrumento. Lo lógico sería una guitarra, una flauta, o algo más accesible; no, el corno francés ¿Cómo hace un chico en su estado para desarrollar ese placer por el corno francés? Se entera que pronto harán audiciones para la orquesta infantil local. Local es un decir, porque están alejados de todo, y poder audicionar para esa orquesta le lleva una larga e imposible travesía. Claro que para alguien acostumbrado a pelear por cada cosa mínima que quiere, imposible es relativo. Delfín planea una estrategia para llegar, y eso arrastrará a su padre en algo que terminará cambiando el destino para siempre. El planteo de una infancia en el interior del país, con códigos tradicionales, calmos, simples, alejados de la vorágine y el desapego urbano. Al igual que la reciente y también muy satisfactoria Hojas verdes de otoño, Delfín elige la óptica de la inocencia infantil. Aquella capaz de ver luz aún en la oscuridad más penetrante. Si bien no hablamos de un relato fácil, ni de una situación plácida; Scheuer elude cualquier tipo de golpe bajo y plantea siempre una postura esperanzadora sin convertirla en inverosímil. Es deudora de algún Favio, también de algún Miguel Pereira. Pequeñas historias de los olvidados retratados desde la base, con simpleza, cercanía, y muchísimo corazón y espíritu. En varios planos, en algunas puestas de luces, sigue notándose la presencia del director de "Samurai" y "El desierto negro". También en el cuidado trabajo de sonido. Rubros en los que Scheuer es más que experto y sabe trabajar con recursos medidos al máximo. Al contrario de lo que podríamos pensar, de la angustia pasamos a una sonrisa, y lágrimas emotivas; hay mucha ternura y vida detrás y delante de Delfín. Cristian Salguero, conocido por la serie "Un gallo para Esculapio", hace un gran trabajo como ese padre que parece hosco, pero guarda un gran cariño hacia su hijo. Pero acá la estrella es Valentino Catania, el niño que le pone el alma a Delfín; y logra un trabajo increíble. La química entre padre e hijo, en realidad de Valentino con todo el elenco, es un aporte inmenso para que Delfín cale hondo. No esperen sobresaltos, no busquen un ritmo apresurado, ni sucesos que vayan a asombrarnos por su grandilocuencia. Delfín es una propuesta de pequeños, y gigantes emotivamente, momentos. Una semana en la vida de un chico que derriba uno a uno todos esos abominables conceptos de meritocracia. Delfín, niño y película, merecen toda la suerte del mundo.
El tercer largometraje de Gaspar Scheuer (Desierto negro, Samurai) tiene como protagonista a un niño en pos de una quimera, en un entorno que parece tenerlo todo en contra. En las afueras de algún pueblo de la provincia de Buenos Aires, Delfín, de 11 años, vive con su padre, en condiciones muy precarias. Estudia y trabaja en una panadería. Está secretamente enamorado de una maestra que no es la suya. Se baña en un río con sus amigos, caza ranas, se duerme en clase y, por sobre todas las cosas, le encanta tocar el corno francés, un instrumento que conservan con llave, como una reliquia, en la escuela a la que concurre. La historia transcurre desde un lunes a un domingo, tiempo en el que se modificarán algunas cosas en su vida. Delfín muestra una infancia desamparada, en la que el niño invierte el rol por ser más resolutivo que el adulto. Cumple en ir al colegio, aunque se levante muy temprano para trabajar repartiendo pan, lidia con la burocracia estatal para que le presten un instrumento con el que probará suerte en una orquesta juvenil en un pueblo vecino. Y aunque todo parezca estar en contra, arremeterá con las dificultades en pos de cumplir con su sueño que contrasta con la realidad. Hay en el origen del instrumento que toca el niño, el corno francés, algo ligado con lo primitivo. En efecto, los primeros eran hechos de cuernos de animales y se usaban para llamar a la caza, para ir a la guerra o a asambleas. Por lo tanto, lo que elige este chico para tocar es ligado con un llamado de atención. Además, ese carácter arcaico es mostrado en la manera en que practica cuando no puede acceder al instrumento real: lo hace con una manguera y un embudo. El guion de Scheuer se decanta por un film intimista, con algunos picos de tensión, sin subrayados sobre la marginalidad en la que están envueltos padre e hijo. Tampoco tiene soluciones mágicas a los conflictos, más bien todo lo contrario, lo que se resuelve se ajusta a la coherencia de las dificultades. No es necesario ser dramático para conmover. Y los trabajos actorales de Valentino Catania, como Delfín y Cristian Salguero le imprimen veracidad al relato. Acompañados por Marcelo Subiotto y el encanto de Paula Reca. Fábula de aprendizaje, Delfín es un relato pequeño, sencillo y entrañable.
Se aproximan las vacaciones de invierno, los tanques de Hollywood de animación comienzan a saturar las pantallas, a los que se les suele sumar algún producto comercial local, con trilladas aventuras protagonizadas por cómicos rodeados de mediáticas sexys de turno. En medio de ese asedio cinematográfico, con un fin consumista que se reproduce en el merchandising que brota cual epidemia en locales afines, surge un oasis en el presente mes de julio llamado Delfín, una propuesta para toda la familia, sana, honesta, sin ningún tipo de estridencias. Un padre, acuciado por las deudas y la amenaza del desalojo, vive con su hijo de 11 años en una humilde vivienda en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Delfín, nombre que le dio su madre, quiere formar parte de una Orquesta infantil en una localidad vecina con su corno francés. Hará lo imposible para tomar parte de la prueba sin descuidar sus quehaceres diarios como su trabajo en la panadería, la asistencia a la escuela y las prácticas con el instrumento. Los juegos infantiles y las travesuras propias de la edad, completan su mundo junto a la atracción inexplicable que siente por una maestra. El director Gaspar Scheuer con su trayectoria de sonidista y su participación como productor en la maravillosa La calle de los pianistas (Mariano Nante – 2015), pone el foco en la música como medio de esfuerzo y superación. Una película conmovedora, tierna y auténtica que no busca la manipulación emocional del espectador, en la que prevalece la bondad y las buenas intenciones, dejando a los malos en planos generales bien al fondo. Seleccionada entre las nueve participantes del Cannes Écrans Juniors 2019 por su calidad temática vinculada a jóvenes que rozan la adolescencia, desfilan por su trama tópicos como los riesgos de promesas incumplidas, la solidaridad provinciana ante la adversidad y las consecuencias de un comportamiento intempestivo. Valentino Catania, con un rostro muy expresivo, aporta espontaneidad a un personaje inocente, pero tenaz en su propósito. Un sólido elenco de adultos lo rodean en su pequeña gran aventura que se impone por su frescura y naturalidad. Valoración: Buena.
Tercer largometraje de Gaspar Scheuer (*) que viene de participar de Selection Cannes Ecrans Junior, Francia 2019. Realizador, guionista y técnico de sonido, rol éste último que ha desempeñado en más de cincuenta películas, con directores como: Fernando Birri, Pino Solanas, Raúl Perrone, Edgardo Cozarinsky, por lo cual podemos decir que no es un recién llegado al cine nacional. Un chico de 11 años, Delfín (Valentino Catania), vive muy precariamente con su padre joven en una casilla que alquilan, medio derruida, en los suburbios de un pueblo provinciano. La historia revela el transcurrir de unos pocos días en su rutina diaria: levantarse muy temprano para desayunar en la panadería del pueblo, donde hace el reparto matutino en bicicleta: Después al colegio, donde suele quedarse dormido; y a veces, a la salida del colegio, seguir a una maestra joven por la cual se siente atraído. Sus momentos felices los vive cuando toca el corno francés, que le presta su maestro El deseo de Delfín es participar de una audición en la ciudad de Junín para integrar una orquesta, y tener la posibilidad de progresar. Un realizador estadounidense, no recuerdo el nombre, decía que lo más difícil en el cine era trabajar con animales o niños, sin embargo la cinematografía iraní, por ejemplo, logró excelentes producciones basándose en historias protagonizadas por intérpretes infantiles. En “Delfín”, Scheuer logra presentarnos un relato sensible sin caer en un realismo rural que realce la pobreza, ni en soluciones mágicas. Contó con un buen desempeño actoral, especialmente el debutante Valentino Catania, quien transmite sensación de veracidad en su desempeño, adecuadamente acompañado de ese padre joven (Cristian Salguero), y un reducido, pero efectivo, plantel de actores. La música de Ezequiel Menalled aporta un buen marco sonoro a las escenas, y la fotografía de Guillermo Saposnik enriquece visualmente el desarrollo de la historia. Hilando fino, del entramado del relato emergen varios subtemas que ira de4scubriendo el espectador con Delfin como eje: la atracción por la joven maestra: las deudas del padre con un prestamista; la ausencia de la madre: la interrelación del grupo de amigos. Todos aspectos que son presentados pero que no tienen un desarrollo apropiado en el tratamiento general de la obra. El rodaje tuvo lugar en Los Toldos, provincia de Buenos Aires, donde Scheuer residió durante varios años, declarando que “fue muy emotivo desde lo personal ya que viví ahí hasta los dieciocho años y muchas escenas que filmamos podrían asociarse con mi infancia. Me podía ver a mi mismo varias décadas antes, los actores principales fueron ubicados en la zona”. El resultado es una realización modesta, pero interesante para conocer pequeñas/ grandes historias. (*) Cortometrajes: “El informe de Suarez”, 1995, “Fragmentos de los Hecatombitas” 2001; Largometrajes “Desierto negro” 2007”, “Samurái” 2012).
Tercera película del realizador Gaspar Scheuer (El desierto negro, Samurai), Delfín es una historia chica con un padre y un hijo en el centro. Son muy pobres, y viven en una casucha lejos de todo, a algunos kilómetros de Junín, provincia de Buenos Aires. El padre trabaja como albañil y Delfín, que tiene once años, también trabaja en una panadería y va a la escuela, sueña con probarse en la orquesta: es el único en el pueblo que toca el corno francés. La música está muy presente en esta película cuidada, por momentos preciosista en su fotografía, siempre interesante, en la búsqueda (y encuentro) de una fotogenia. Suena Schubert sobre imágenes de la pobreza que comparten, un pan con nuez, unas ranas fritas que les parecen un manjar y que a Delfín, en el colegio, le gana el mote de "comesapos". Pero no se asusten: Scheuer no camina por la senda del miserabilismo, aunque los espectadores observemos su vulnerabilidad tensos, rogando porque las cosas les salgan mejor, o al menos no les vaya peor. Sobre un plot clásico, de aventura-clímax-epílogo, Delfín se erige como una narración entretenida y emocionante, sin necesidad de cargar las tintas. Que debería encontrar el público que merece, si no saliera apenas a dos salas en la capital. Es además, en gran medida, mérito de sus estupendos actores, principales y secundarios, bajo la dirección de casting de la talentosa María Laura Berch. Cristian Salguero (La Patota, Un gallo para Esculapio) está perfecto como ese padre que hace lo que puede, y acaso puede poco. Y el joven Valentino Catania es una revelación total: fresco, bello y expresivo. Para un personaje que, desde la mirada infantil de sus ojazos oscuros, curtida por las carencias y la dureza de la vida, sueña.
Su trama transcurre en un pueblo bonaerense donde un niño de 11 años Delfín (Valentino Catania, logra encantar a los espectadores) vive junto a su padre (Cristian Salguero, una muy buena interpretación), este es un obrero de la construcción y viven en una pieza precaria cerca de la ruta. Sus vidas son rutinarias; Delfín se levanta todos los días muy temprano, desayuna, trabaja en una panadería con Totzsa (Marcelo Subiotto, muy buena interpretación), va al colegio, toca el corno en cada acto de la escuela, cena lo que consiguen y tiene un gran sueño: ir a una audición tocar en una orquesta juvenil, pero además se enfrenta cada tanto a un cobrador que los quiere desalojar a él y a su papá. La cinta va mostrando esa relación padre-hijo, la falta de una madre, todos los momentos que vive un padre soltero, los vaivenes que tiene la vida cuando uno debe criar a su hijo solo y además está la mirada inocente, tierna y los sentimientos que aun no comprende el niño hacia la docente Fanny (Paula Reca). Seres que transitan la tristeza, que intentan aguantar la desolación y la búsqueda de nuevos horizontes. Contiene varias metáforas y hay algo de fábula. Las locaciones y parte del elenco son de Los Toldos y Junín y se estrenó el 20 de mayo en el Festival de Cannes Écrans Juniors.
El único recuerdo que le queda a Delfín (Valentino Catania) de su madre es un cuaderno que ella le preparó a lo largo de su embarazo. Solo eso y el nombre naif y soñador que la mujer eligió, según recuerda su padre (Cristian Salguero), para que todo el mundo sea suyo. El pequeño parece haber heredado ese espíritu soñador siendo su máximo deseo convertirse en un miembro de la orquesta de niños del pueblo vecino, Junín. Claro que eso no es una tarea sencilla teniendo en cuenta la realidad que lo envuelve.