Es tan complicado decir algo sobre Diez menos que lo mejor es comenzar resumiendo su argumento según figura en el material de prensa, para juntar fuerzas para luego de eso intentar hacer una crítica. Quique es un trabajador comprometido con su trabajo, es creyente, católico practicante, fiel seguidor de los diez mandamientos. Su vida trascurre entre su trabajo, su mujer a la que ama y la iglesia. Un día todo se le da vuelta, es despedido de su trabajo, su mujer lo abandona, y lo echan de la casa donde vive. Quique abatido y descreído piensa que seguir los diez mandamientos no le sirvió de nada y que ahora irá rompiéndolos uno a uno. Esta comedia protagonizada por Diego Perez tiene, como problema inicial, que no es graciosa. No hay una sola escena que logre, ni por error, producir risa alguna. Lo intenta, claro, casi todo el tiempo, lo que hace más complicado todo. También se supone que tiene un lado dramático y emotivo, sobre este punto tal vez lo mejor sea colocar un manto de piedad. También pasaremos por alto el hecho de que la película tiene un guión demasiado parecido a Commandments (1997) película protagonizada por Aidan Quinn. Es mejor pasarlo por alto porque estoy seguro que debe haber más películas con esta premisa. Sin embargo, y para terminar con la piedad, es prácticamente incomprensible la ruptura de los diez mandamientos que se supone hace el protagonista de la película. Ese humor de televisión argentina antiguo ni siquiera nos permite disfrutar de una estructura dramática ordenada, para al menos llevar de forma pasable una historia tan mala. Antigua en el peor sentido, con serios problemas de guión y actuaciones, Diez menos podría encontrar un lugar entre las películas malas de culto, pero ni siquiera tiene la potencia delirante de los bodrios que acceden a esa categoría. Nada más para decir.
El cine argentino de los 80 no quiere morir Al minuto de comenzada Diez menos ya escuchamos palabras como “matina”, “boliche”, “funca”, entre otras que pertenecen a ese mundo tan impostado como es el costumbrismo televisivo. Incluso para una tira diaria circa 1997 díalogos de esta clase serían demodé. Lo que complementa este tono vetusto es Diego Perez, un personaje nacido, criado y hasta jubilado de la TV. Su personaje es Quique, un bonachón que colabora con el cura del barrio, le hace el desayuno a la “jabru” cuando el que se levanta de madrugada para ir a trabajar es él, y hasta hace pasar como suya una macana de un compañero laboral, lo que le provoca el despido. A partir de ese hecho todo se torna barranca abajo para Quique, que se harta de las desgracias y decide así dejar de respetar los diez mandamientos con un monologo en un plano semi-cenital igual de triste. Con el planteamiento del disparador del conflicto surgen todas las recurrencias hediondas que pertenecen a un mundo peor, aquel en donde había que reír cuando un tipo se mordía los labios como contraplano de un culo que atravesaba el cuadro o cuando un personaje se caía y sonaba un “boing” extraído de algún dibujo animado. Estos dos casos aparecen más de una vez, como si de alguna forma existiera un efecto de inducción en repetir los gags. La película tampoco evita caer en la tentación de chistes rascistas, como se ve en la escena en que Quique pretende robarse un frasco de cerezas (imperdible el flashforward que desencadena esta acción) y el dueño de un supermercado chino intenta, con suma dificutad para hablar castellano, que pague por eso que tiene escondido. La mini historia termina en una parodia patetica de la patada de la grulla de Karate Kid, que incluye el termismo argento de “Vo’ chino jugá de visitante acá, eh”. En este sentido hay un gran problema formal, si pensamos en términos de guionismo, porque todas las escenas están pensadas para un sketch televisivo del tipo: “entra Diego Pérez y pasa algo, con resultados estremecedores al ver a los interpretes esforzarse por sobreactuar cada palabra, acción y remate”. Resulta inexplicable el abandono conceptual sobre la ruptura de los mandamientos, que es la promesa que el protagonista le hace a Dios luego de la serie de desastres que lo abaten. Más allá del intento del robo en el supermercado, el guión se olvida completamente de este camino trazado y hace deambular al personaje en una serie de enredos fatídicos para cualquiera que haya superado algún nivel mínimo de lectocomprensión. El espacio geográfico del Conurbano bonaerense lo advertimos por el notorio chivo de la pizzería (regenteada por Roly Serrano) con un plano detalle que se detiene la suficiente cantidad de segundos para que todos puedan anotar los tres números de teléfono del delivery. Sacando esta apostilla, toda la película transcurre en una burbuja de ucronía porque es imposible saber si la historia acontece en un pasado cercano, en la actualidad o en un futuro en el cual ya no hay computadoras ni teléfonos celulares (la oficina del jefe de Quique solo tiene un escritorio y un teléfono a disco). El final nos ofrece el deus ex machina más espectacular de la historia del cine argentino, una resolución que ni al Brad Pitt de 12 años de esclavitud se le hubiese ocurrido; aquí no aparece el actor estadounidense pero sí un Atilio Pozzobon que nos deja enseñanzas de vida y le resuelve todos los problemas al buenazo de Quique, segundos antes de reencontrar el amor gracias a una joven que solo había aparecido en los primeros minutos. Total naturalidad la del guionista Osvaldo Cascella (imperdonable que no lo hayamos escrachado hasta acá) al proponer solo cuatro personajes femeninos de los cuales tres son amas de casa mantenidas (una de ellas, como si fuera poco, padeciente de una violencia de género que se presenta en un tono humoristico sofovichiano). La otra mujer del elenco trabaja… de catequista. Para coronar esta tragedia es necesario mencionar que la productora es María Ester Rozas, poseedora de un IMDB atroz y de una casa de alquiler de equipos de filmación, por lo que una triangulación entre sus dos tareas y el INCAA sería muy sencillo de trazar. La cantidad de estrenos argentinos que van al cine Gaumont supera casi siempre el número de salas -tres- que tiene el complejo, y la consecuencia de ello es que todos esos films terminan compartiendo las funciones con dos o hasta tres más por día. El negocio de estos productores/abogados/empresarios es simplemente estrenar para cobrar un subsidio, no interesa la calidad del producto ni mucho menos la cantidad de espectadores, a quienes estos sujetos además toman por estúpidos. Diez menos no debería existir pero existe, debería haber sido calificada como “sin interés” por el INCAA pero le dieron un crédito. Mientras tanto seguimos en la larga espera de erradicar a los “gestores” de créditos, un mal que nació antes que el propio Instituto de Cine.
Quique es lo que llamaríamos un buen cristiano, asiste a la Iglesia, cumple correctamente con su trabajo como mecánico y trata de darle todos los gustos a su mujer, dentro de las pequeñas posibilidades económicas que tiene. Pero su vida dará un giro de 180° cuando lo echen del empleo y su esposa lo abandone dejándolo sin siquiera un hogar. Cuestionando su creencia en Dios, el protagonista deberá rebuscárselas para sobrevivir. “Diez Menos” es una comedia protagonizada por Diego Pérez, que si bien tiene algunos aislados momentos de humor no son los suficientes como para solventar esta disparatada historia, que además nos deja esa sensación de que podría haber sido mucho más arriesgada. Desde un comienzo podemos ver la relación entre el personaje principal y la religión y cómo un quiebre en su vida lo lleva a cuestionar la voluntad de Dios y a no querer seguir el camino de los diez mandamientos. Y a pesar de que rompe algunos de ellos (porque se olvidan de la mayoría aunque este punto se haya planteado como el eje principal del relato), se podrían haber llevado las distintas situaciones a un extremo más hilarante para, al menos, ser efectiva en ese sentido, pero no se atreve a romper su estructura. Es así como nos encontramos con un sinfín de situaciones que se suceden unas a otras cual sketch televisivo con el objetivo de entretener al espectador, por momentos, y por otros hacerlo emocionar o generar empatía con el personaje principal, pero ninguno de los dos casos se terminan logrando. Por otro lado, también observamos bastantes problemas de guion, con algunas cuestiones de la trama que no terminan de cerrar. Por ejemplo, Quique conoce durante los primero minutos a una nueva catequista de la Iglesia, que recién hacia el final de la película vuelve a aparecer, adquiriendo una gran importancia (de la nada) para la historia. Pero entre medio no tenemos un desarrollo de este personaje o de la relación entre ambos, ni siquiera lo vemos o escuchamos hablar de él. Lo mismo ocurre con la institución religiosa o como dijimos antes con los diez mandamientos que supuestamente busca romper. Si cumple un rol central para el protagonista debería haber tenido una mayor intervención en el argumento. O con ciertas actitudes o motivaciones del protagonista que no parecerían ser las más acertadas. Las actuaciones son correctas, aunque no sobresalientes, como también los aspectos técnicos del film, donde podemos destacar la ambientación de las calles bonaerenses, que nos sitúan de una buena manera en la historia. En síntesis, “Diez Menos” es una película que busca hacer reír y emocionar al espectador, pero que no lo logra, ya que no es lo suficientemente atrevida e hilarante como para atrapar por el lado del humor absurdo y ridículo, sino que no provoca ningún tipo de sensación, y deja en evidencia los diferentes problemas de guion.
Inexplicable propuesta protagonizada por Diego Pérez, quien compone a un personaje que comienza a perder lo poco que tiene y decide, de alguna manera, revertir esa situación sin mucha suerte Filmada con un registro cuasi televisivo y con situaciones exageradas y trazo grueso, hay un dejo de improvisación que en vez de potenciar algunas escenas, las termina por hundir.
Menos Diez Resulta muy difícil encontrar algún punto a favor de esta película dirigida por Roberto Salomone y Daniel Alvaredo, escrita por Osvaldo Cascella, que por esas inconsistencias -para utilizar una palabra feliz- llegan a estrenarse y ocupar un espacio en la cartelera local. No se trata simplemente de un film que atrasa cincuenta años en su concepto de humor, tono y desarrollo, sino de preguntarse por el cómo más que por el qué. El cine argentino de Luis Sandrini en una de sus etapas contaba historias de buenudos, perdedores, tipos a los que no le salía una y le ponían una sonrisa a la desgracia. Quique (Diego Pérez) representa ese tipo de personaje: monaguillo, laburante en una fábrica, buen esposo, buen cristiano, gran amigo, solidario, a quien de la noche a la mañana le suceden todas las calamidades juntas. Se queda sin trabajo, la mujer lo deja y encima le roban toda la plata de la indemnización en una salidera bancaria. Enojado con Dios, amaga con abandonar la conducta de los diez mandamientos pero nunca lo cumple y sigue en el rebusque para ponerle la otra mejilla a la tragedia de su existencia. Diego Pérez hace lo que puede y se adapta al tono de la película con la ayuda de Roly Serrano en un papel secundario, mientras que ninguno de los sketches que componen la trama funcionan. Realmente, Diez menos parece un programa de televisión viejo, sexista y falto de ideas. El costumbrismo era algo que parecía erradicado en el cine argentino de las dos últimas décadas por lo menos pero con propuestas de este nivel y calidad parece cobrar fuerzas para volver. Esperemos que no.
Menos diez Suerte de comedia al estilo Alberto Olmedo y Jorge Porcel es Diez menos (2018) pero con Diego Pérez, un intento de hacer humor con formato televisivo y con un guion lamentable que atrasa décadas. Todo comienza cuando a Quique (Diego Pérez) lo persigue la desgracia: pierde el trabajo, su mujer lo deja, lo seduce una vecina casada, y hasta el cura de la iglesia –donde es monaguillo- no le tira una soga en su mala suerte. La fatalidad en clave de comedia y con Quique gesticulando su malestar es el cmún denominador de esta comedia fallida. Actúan también Roly Serrano (el pizzero), Jimena Anganuzzi (la chica nueva de la iglesia) y Ernesto Claudio (el jefe gallego). Hay una carencia de comedias y comediantes. Es cierto, a la muerte de Emilio Disi se le suma el afán de Guillermo Francella por ser considerado un actor “serio”. Los tiempos de Olmedo y Porcel quedaron en el pasado, y el tipo de humor que pregonaban, también. Las épocas de corrección política terminaron por socavar las posibilidades de reírse, y salvo Diego Capusotto, no quedan humoristas que sobrevivan a esa camada de actores que alguna vez fuera muy exitosa. Diez menos trata de hacer con Diego Pérez -que hace lo que puede- un humor antiguo que mezcle la acción episódica de las películas familiares de Enrique Carreras con momentos de ternura que supo manejar muy bien Francella en sus comedias para toda la familia, al pasar de un registro cómico a otro dramático. Los directores Daniel Alvaredo -que también actúa- y Roberto Salomone, con guion de Osvaldo Cascella, tratan de revivir ese estilo de comedia pasatista apta para todo público pero la pifian en la mayoría de los mandamientos: No es graciosa, no tiene ritmo y con Diego Pérez y personajes sobreactuando, no alcanza. El estereotipo social llevado a un extremo paródico invita a las risas grabadas de la televisión para hacer eficiente la sonrisa que no llega. El resultado es un producto muy menor, que no encaja con los códigos de humor actuales ni con las exigencias de un espectador contemporáneo. Que hay que reinventar al humor es cierto, pero esta no es la manera.
Un film que cuenta lo que le ocurre a un hombre bueno, respetuoso de los diez mandamientos, ayudante todo terreno del cura de su iglesia, que de un día para otro pierde su empleo por culpa de un amigo, a su mujer infiel que lo abandona, a su casa porque no tiene para pagar el alquiler y a su fe. Todo el planteo de la película, una comedia con los recursos conocidos y los lugares comunes transitados por el género televisivo, que explota el histrionismo de Diego Pérez, en un rol pensado a su medida. En realidad todo gira en torno a su protagónico absoluto, con situaciones de humor y su rol de perdedor que finalmente tendrá su recompensa. Ni al guión de Osvaldo Cascella ni a la dirección conjunta de Roberto Salomone y Daniel Alvaredo se le encuentran otros objetivos que entretener sin complicaciones. Con un elenco que reúne también a Roly Serrano, Jimena Anganuzzi y Sebastian Pajoni.
No van a pasar más que un par de escenas para que uno comience a tener la sensación de que “DIEZ MENOS” es un producto, para decirlo de una manera sutil, absolutamente fallido. Ya desde la presentación apuesta a un tono cercano al formato televisivo -en el sentido más peyorativo de la palabra-, recordando a una televisión improvisada y sin recursos de varias décadas atrás (ni un solo punto de contacto con las actuales producciones de Ortega o de Pol-ka), incluso mucho más cerca de esos programas de cable a los que los late night shows de Pettinato o “Bendita TV” les tomaban el pelo de forma flagrante. Todo se desarrolla, desde el momento cero, en un tono de producto descuidado, deliberadamente hecho a las corridas sin detenerse en el más mínimo detalle, de puro trazo grueso y con muy poco respeto hacia el público. La historia gira en torno a Quique, personaje que encarna Diego Pérez, muy conocido dentro del ambiente televisivo tanto en su rol de comediante como de conductor, que después de algunos secundarios como en “Apariencias” (con Andrea del Boca y Adrián Suar) o en “Apasionados”, tiene ahora la oportunidad de su primer protagónico en cine. Pérez representa al arquetípico personaje de tipo de barrio, figura querible, amiguero, honesto y laburante. Inclusive, en las primeras escenas se lo ve desempeñando su rol como monaguillo de la Iglesia del barrio, dando más aún una imagen de pureza y de tipo bonachón al que uno quisiera que le vaya bien y que de una vez por todas, la historia quede en manos de estos antihéroes. Atacado por una catarata de desgracias, todos sucesos apelotonados sin el menor timing ni dramático ni de comedia, Quique es despedido de la fábrica donde trabaja, sin saberlo es engañado por su esposa y en el mismo acto ella le planteará la separación por lo que Quique, además, se queda también sin lugar para vivir. Como si todo esto fuese poco, cuando cobra la indemnización, lo asaltan y le roban hasta la última moneda (en una escena absolutamente inverosímil, guionada y resuelta como si estuviese hecha por un grupo de estudiantes de quinto año del colegio secundario en un proyecto de arte que no logran aprobar por más esfuerzo que le pongan) por lo que a Quique no le quedan muchas más alternativas que terminar trabajando como delivery en el emprendimiento de su amigo del alma (un correcto Roly Serrano). Todo se estructura como una sucesión de sketches bastante deshilvanados, una especie de islas cuyo único hilo conductor son los propios personajes, pero sin que esto implique el mínimo esfuerzo narrativo. De todos modos, lo más desatinado llega junto a las pretensiones de discurso moral con el que intenta plantear, en algunos momentos del filme, la disyuntiva de “¿Cómo a un hombre que hace tanto el bien y es de un corazón tan noble, tiene que vivir esta vida de castigos donde parece salirle bien?” Es por eso que sobre el final, además, la película se toma el trabajo de redimirlo y volverlo al rebaño de las almas nobles y plantea una especie de patético happy ending vernáculo, resolviendo todo en tres o cuatro escenas completamente desafortunadas tanto desde la puesta, como desde los diálogos y el arrebato por resolver todo en unos pocos minutos, desafiando cualquier lógica, por más primitiva que sea. Dentro de este formato que remite a un humor tan básico y hoy perimido, esa comicidad que hacía mucho tiempo que no veíamos en la pantalla grande, el guión de Osvaldo Cascella podría haber apostado a la comedia costumbrista y aprovechar el carisma de Pérez para explotarlo en ese sentido. Pero desacierta una vez más cuando intenta imprimirle a algunas de las situaciones el registro de comedia delirante, que no logra en ningún momento, sino que tiende a dar vergüenza ajena. No hay nada peor que una película de humor que no de gracia, donde los gags no funcionen y ninguno de ellos pueda generar una mínima empatía con el espectador. Tampoco logra jugarse deliberadamente por un estilo de humor bizarro como podría ser el de Capusotto o el antiguo clan de “Cha Cha Cha”. En realidad, “DIEZ MENOS” es bizarra sin tener intenciones de serlo, es graciosa no por las situaciones de comicidad que plantea sino por el cúmulo de errores y desaciertos que terminan causando gracia y ni siquiera puede considerarse como esas películas que de tan mal hechas, terminan siendo de culto. A toda la buena onda que le pone Pérez a su protagónico, acompañan el ya mencionado Roly Serrano, Ernesto Claudio como el dueño de la fábrica y Jimena Anganuzzi, la nueva parroquiana que parece escapada de una película de Loza sin saber bien que está haciendo en medio de todo este caos. Sin olvidarse de ni uno sólo de todos los estereotipos y haciendo humor con cosas que ya no causan gracia y quedan completamente fuera de lugar como la mirada anacrónica que tiene sobre los personajes femeninos (incluso tiene algunos chispazos con gags más cerca del humor Sofovich de “Rompeportones”, tan fuera de lugar en los tiempos que corren), Daniel Alvaredo y Roberto Salomone tampoco plantean una puesta diferente para un guion absolutamente pobre que no da lugar al más mínimo vuelo. Más bien desde las primeras escenas está en un permanente aterrizaje forzoso.
Empleado de un taller mecánico, Quique es católico practicante. Su vida transcurre entre su trabajo, la iglesia y lo que cree que son los dos amores: su mujer y su moto. Pero un día es despedido de su trabajo, su mujer lo abandona y su mejor amigo lo traiciona. Frente a tal desolación, Quique decide romper con los mandamientos. Cuando todo parecía perdido, el amor volverá a su vida, lo que le dará la oportunidad de reconciliarse consigo mismo y con Dios. Los directores Roberto Salomone y Daniel Alvaredo lograron con este tema construir una entretenida comedia que, bien interpretada por Diego Pérez, habla de fracasos y de felicidad.
La torpeza hecha película Llega a un puñado de salas argentinas Diez menos, una película que jamás debería haber visto la luz, un film que atrasa décadas. Quique (Diego Pérez) es un hombre que tras una serie de acontecimientos decide alejarse de su fe y romper los Diez Mandamientos, lo cual derivará en varios acontecimientos insólitos. Para empezar a señalar las falencias hay que decir que la película parece no tener guion (el cual está a cargo de Osvaldo Cascella) las acciones pasan y ya, además los diálogos están tan mal escritos que ni una línea suena verosímil cuando se escuchan. Se encuentra filmada toda de la misma manera, como si fuese una telenovela. El desarrollo, y sobre todo el final, son completamente predecibles pero no solo eso sino que es increíble la torpeza que destila a la hora de resolver algunos de las subtramas que abrió. Los personajes secundarios son una clara muestra de lo que no hay que hacer: no tienen profundidad y las pocas mujeres que aparecen están relegadas a un papel de amas de casa mientras que los hombres son casi caricaturas. Diez menos es un desastre, un retrato perfecto de lo que el cine argentino tiene que dejar atrás para siempre.
Una comedia dramática y pasatista, con tintes emotivos, dirigida por Roberto Salomone y protagonizada por Diego Pérez, es la nueva apuesta de la distribuidora 3C Films. Diez Menos se presenta con la intención de hacer reír y conmover por partes iguales, pero los resultados están lejos de lo esperado.
Esta es una comedia protagonizada por Diego Pérez (“Apariencias”) que se encuentra frente a una historia algo disparatada y que roza por momentos el absurdo, dado que en diferentes situaciones este actor se pone la historia al hombro para sacarla a flote, hasta le da ciertos toques de humor y por momentos es como ver varios sketch de televisión. Es una buena idea para entretener al espectador haciéndolo reír, emocionar y dejar algún que otro mensaje, pero lamentablemente no lo logra. Las actuaciones son flojas, acompaña apaciblemente la banda sonora y las buenas locaciones, pero también se nota que la trama no termina de cerrar y que tiene problemas de guión.
Hacer los deberes, como Dios manda, no siempre resulta ser beneficioso., sino que lo diga Quique (Diego Pérez), un humilde y sacrificado trabajador que siempre enfrenta al día con una sonrisa y puro optimismo. Porque se encarga de reparar las máquinas de una empresa siendo un empleado fijo. Además, hace otro tipo de changas como arreglos de los artefactos pertenecientes a un inmueble. Y, por si fuera poco, al ser creyente practicante, oficia de monaguillo en una Iglesia conducida por un amigo cura. El protagonista vive con su mujer en una casa alquilada, no les sobra nada, se mantienen con lo justo, él se conforma con eso y es feliz, pero Yanina (Daniela Viaggiamari) no, y por eso engaña a su marido con el hijo del dueño de la empresa donde Quique trabaja. Víctor (Sebastián Pajoni) es el malo, y con éste rival comienza su calvario. Dirigida por Roberto Salomone y Daniel Alvaredo, esta película está planteada como una comedia, aunque tiene todo el espíritu de ser un drama. El relato es dinámico en todo su desarrollo y casi siempre lo acompaña alguna música o ruido incidental para exagerar aún más las desdichas que transcurren de escena en escena. Constantemente le suceden cosas a Quique. Nada le sale bien. Pierde todo, absolutamente todo, y termina en la calle. Reconstruirse es su prioridad, prometiendo que nunca más será bueno y no volverá a respetar los diez mandamientos. El personaje está hecho a la medida de Diego Pérez. Es difícil imaginarse a otro actor conocido que pueda interpretarlo. El resto del elenco lo acompaña cumpliendo bien sus papeles. Pero el problema viene de parte del guión. Si promete ante Jesús que va a ser todo lo contrario a lo que venía siendo, el espectador pretende que lo cumpla, con un cambio de carácter y actitudes. Pero no lo hace. Sigue siendo un bonachón y confiado. Sólo desea a Zulma (Luciana Dulitzky), la mujer de un vecino, que lo seduce permanentemente. La historia es actual, con los problemas cotidianos que nos aquejan y preocupan a todos, pero tiene un tratamiento y una textura un poco pasada de moda Como Quique es así, lo único que puede esperar es que la mala racha cambie, pero para ello la buena suerte tiene que ser una aliada fundamental.