El edén y después La eruptiva escena electrónica de los noventa en París: un magma de flyers, discos, pósters de fiestas y recuerdos fijados en Polaroids. Mia Hansen-Løve evoca aquella explosión cultural desde el margen, siguiendo la luz frágil de un viaje íntimo con elegancia y sensibilidad. Edén trasciende el retrato de una época, de un espíritu y una vibración generacional. La película cuenta la vida cotidiana de un joven DJ amateur en el núcleo creativo de la música electrónica mundial. La historia de Paul, desde las primeras raves utópicas en los bosques de las afueras de París hasta el suceso internacional. La directora captura la energía colectiva, el humor y el placer de estar juntos: la aventura grupal como un dulce éxtasis antes de la cruel desilusión. Un lento trayecto individual hacia el fracaso que fluye entre la intransigencia musical y el vaivén sentimental. La gloria efímera, el amor en fuga, el edén y después. La cineasta filma en los lugares reales para reencontrar un paraíso perdido: el encanto, la poesía, la emoción, una forma de verdad. La película avanza llevada por una relación casi orgánica con la música. El momento electrónico es necesariamente fugaz. Sin embargo, la duración le otorga espesor, precisión y sentido. A medida que la película avanza, la puesta en escena discreta adquiere otro relieve, profundiza el ritmo, la musicalidad, la luz, la genial combinación de euforia y melancolía. La directora deja que el tiempo haga su trabajo sobre los personajes. La mezcla de sobriedad y conciencia desdichada de Félix de Givry resulta pertinente para esta singular travesía. Los personajes van cuesta abajo, pasando rápidamente de una habitación a otra para evitar el vacío, mientras la película no para de crecer. El humor discreto, como los gags recurrentes con los Daft Punk, funciona como un sutil contrapunto. La música hace vibrar la película en sus noches blancas, lúdicas y liberadoras. En la última escena, la música se detiene con un gesto audaz: sólo quedan imágenes y palabras, los sueños se esfuman al alba, la poesía revela el desencanto.
Sexo, drogas y DJs Ex crítica de Cahiers du Cinéma y actriz en films de Olivier Assayas, notable guionista y directora de pellículas como Todo está perdonado, El padre de mis hijos y Un amour de jeunesse, Hansen-Løve se ha convertido en una de las artistas más talentosas del cine francés de la última década. En su cuarto largometraje vuelve a sorprender con un fascinante, seductor y al mismo tiempo impiadoso y desgarrador retrato de la movida de la música garage con epicentro en París durante los años '90. Un torrente de música e imágenes que lo convierten en uno de los grandes estrenos de esta temporada. Así como 24 Hour Party People (Manchester 1970-1990: La fiesta interminable en la Argentina) retrató la movida de “Madchester”, este nuevo trabajo de la brillante directora de Todo está perdonado, El padre de mis hijos y Un amour de jeunesse reconstruye la historia de la música garage (desprendimiento de la electrónica con conexiones con el soul y el disco) durante el último cuarto de siglo a través de aquellos que no llegaron a ser Daft Punk (aunque el dúo francés aparece brevemente en pantalla) y quedaron -en algunos casos literalmente- en el camino ¿Sexo, drogas y DJs? Sí, pero también cine del mejor, con ese ritmo, esa elegancia, ese poder de seducción que sólo Hansen-Løve puede lograr. En las calles de París o Nueva York, en los estudios de grabación o en las discotecas, Eden (coescrita con e inspirada en la vida de Sven, hermano de la propia Mia) resulta una experiencia extrema y fascinante. Una rave cinematográfica de 131 minutos. La fiesta inolvidable.
En El padre de mis hijos, la directora se atrevía a matar al que parecía protagonista absoluto de la película en la mitad de su metraje. Allí, esa desaparición abrupta era la manera de hacer más evidente la ausencia del padre y su impacto en la familia. Ahora, el desafío sensorial viene por el lado de lograr entrar en la deriva vital de un joven que se dedica a la música garage. Sus relaciones familiares y amorosas, el trabajo y la música, la noche y las drogas, el tono de Eden nos sumerge en esa penumbra algo irreal que se parece tanto a un río como a una rave. El montaje rítmico es parte esencial de esta película, que sigue año tras año a un protagonista algo perdido, que sólo parece tener en claro cuál es la música que le gusta (aunque no perciba que ella también, como todas, pasará de moda). Hay algo de vacío generacional en este acercamiento, cuestión que dialoga con la perfecta Boyhood, de Richard Linklater.
En las películas de Mia Hansen-Love se habla bajito y se dramatiza poco. Su “sistema” parece ser el de husmear la realidad y presentarla con pocos filtros obvios. Uno podría llamar al suyo “realismo asordinado” y es por eso que resulta un poco rara la elección temática de EDEN, su más reciente película. Es que el filme se centra en la movida de la música disco electrónica (house, garage y sus combinaciones) que tuvo lugar en Francia en la segunda mitad de los ’90 y nos dejó varios éxitos bailables, algunos artistas de fama relativamente fugaz o de culto (Cassius, Etienne de Crecy, Justice) y un par de muy diferentes superstars como Daft Punk y David Guetta. Y no es una movida que, en principio, pareciera caracterizarse ni por el volumen bajo ni por el realismo a ultranza. Más bien, todo lo contrario. Hay, decíamos, muchos artistas de la música electrónica francesa famosos, pero hay uno que casi nadie conoció: el hermano de la directora, Sven. En su historia como parte de la movida “house-garage” francesa se centra la película, si bien Mía se ha tomado bastantes libertades dramáticas. Y es por elegir ese personaje y esa mirada de alguien que está adentro que la directora logra mantenerse fiel a su estilo: la música puede ser muy bailable y enérgica, pero para los que viven de ella es en cierto sentido un trabajo como cualquier otro. El protagonista se llama Paul y tiene un dúo llamado Cheers con el que toca, pasa música en raves y tiene un programa de radio. En su mejor momento –y junto a otros integrantes de esta movida que al principio integraban los Daft Punk– llegan a hacer giras por Estados Unidos un poco empujados por el fenómeno de los hombres en casco, cuya aparición “al natural” genera los momentos más divertidos de la película. Pero el éxito no dura mucho: el garage pasa de moda, Paul no se adapta del todo bien a los cambios, pasan los años y lo que fue una pasión juvenil comienza a convertirse en otra cosa. edenEntre otras cosas, uno podría decir que EDEN es una película sobre los artistas de “segunda línea” (al menos en lo comercial) que tienen algún momento de gloria, su grupito de fans, su pequeño éxito pero que sus logros artísticos no los llevan a vivir vidas glamorosas ni mucho menos. En su caso es especialmente así, ya que además de la brevedad de su fama hay que contar el dinero que se le va en su consumo de cocaína y en traer especialmente de Estados Unidos a cantantes soul para que interpreten en vivo sus éxitos (el disco francés en su versión “garage” suele tener voces negras), lo cual no siempre se convierte en una gran inversión. Pasan muchas cosas en la vida de Paul –con parejas, con amigos, con su familia y con su música–, pero Hansen-Love tiene una enorme habilidad para naturalizar esos sucesos de modo tal que el espectador no los vivencia como golpes o giros dramáticos fuertes. Esa cosa “melancólica” que, dice Paul, también tiene la música que hace, se siente a lo largo del filme que hace lo posible por evitar los clichés de casi todas las biografías de movidas musicales. Es como si el mundo de 24 HOURS PARTY PEOPLE hubiera sido retratado por el Whit Stillman de THE LAST DAYS OF DISCO: las personalidades son menos rimbombantes (no son caras famosas y los únicos que podrían serlo también pasan inadvertidos sin sus célebres cascos), aún los conflictos grandes son mostrados sin enorme énfasis y el viaje del éxito a la caída está contado sin sentimentalismo ni golpe bajo alguno. Si hay algún tipo de nostalgia o melancolía acerca de lo que pudo ser y no fue, Mía lo deja ver en pequeños detalles: Paul escuchando una intro de piano de Daft Punk, Paul mirando la ciudad desde un balcón, la emoción casi fetichista al poner un disco de Frankie Knuckles o su amigo poeta al hacer una caricatura de Larry Levan, ambos íconos de esta cultura musical que la directora retrata desde adentro, como si fuera una parte más del grupo, un poco alejada del centro de la mesa, pero observando con atención todos los detalles. El único problema que, para mí, tiene el filme es su carácter episódico, ya que cubre casi 20 años en la vida de Paul (de 1993 a 2013), lo cual lleva a que determinadas situaciones y relaciones queden apenas esbozadas y no profundizadas lo suficiente, como las idas y vueltas de su relación con un par de mujeres importantes en su vida y con su silencioso socio musical. El breve papel de Greta Gerwig le da un toque de humor al filme pero da la impresión que no está del todo aprovechada. Es la melancolía la que finalmente triunfa frente a la excitación en la batalla por el “alma del filme”, pero no de una manera ni decadente ni patética. Al final, EDEN es una serena reflexión sobre el crecimiento, el paso del tiempo, las oportunidades perdidas y las encontradas. Y el mundo musical elegido ayuda: es un estilo más ligado a la pista de baile que –como pocos otros dentro de la cultura pop– quedan marcados claramente con una etapa específica de la vida. Aquí se podría aplicar aquello que decía Cerati: “saber decir adiós/es crecer”.
El paraíso perdido Ambientada en la escena de la música house de los últimos 25 años, Mia Hansen-Løve (El Padre de mis Hijos, 2009) se corre con Eden (2014) de la típica película que cuenta historias de jóvenes lindos, famosos y adinerados para centrarse en aquellos perdedores que pese a lucharla quedaron a mitad de camino. Eden comienza en el año 1992, cuando Paul (Félix De Givry), un joven que frecuenta la escena electrónica parisina ve la posibilidad de convertirse en DJ. Con el ímpetu de la edad, crea con su amigo Stan (Hugo Conzelman) un dúo de garage (un subgénero de música house que tuvo una breve popularidad) llamado Cheers, con el que comenzarán a tocar en discotecas de moda junto junto con artistas como Daft Punk, que saltarían a la fama poco tiempo después. Paul quiere ser DJ y poder vivir de eso aunque la inestabilidad laboral hace que termine siendo mantenido por su madre. Ésta no solo lo ayuda económicamente, sino también con las crisis por el consumo desmedido de cocaína, con la muerte de uno de sus mejores amigos y con el desfile de novias que deambulan por su departamento, entre las que se encuentra la neoyorquina Julia (Greta Gerwig) y la bipolar de Louise (Pauline Etienne). En la cima de su efímera fama, el grupo consigue unas fechas para tocar en Nueva York, la cuna de la música electrónica, pero tras una performance en vivo en el legendario PS1 del MoMA, todo deviene en una precipitosa caída libre sin ningún tipo de amortiguación. La directora explora en detalle la lucha del protagonista por ganarse la vida haciendo lo que le gusta. Se trata de un tópico con el que la mayoría de los jóvenes de clase media puede sentirse identificado, y, aunque sigue conteniéndose significativamente a la hora de hacer uso de cualquier tipo de sentimentalismo, el largo derrotero que emprende con sus personajes muestra una faceta suya de mayor sensibilidad con respecto a su filmografía anterior. A pesar de sus más de dos horas y media de metraje y la utilización de una temporalidad que recorre más de veinte años, Eden no parece comprimida ni indulgente, y le brinda al espectador el tiempo y el espacio mental suficientes para conocer en profundidad a Paul, que Félix De Givry encarna con realismo y gran consciencia interpretativa de las características tanto del personaje como del universo que habita, donde el trasfondo de la música house parisina no es más que la excusa para desarrollar una historia de desamor sobre jóvenes que quedaron a mitad de camino.
Mia Hansen-Løve (El Padre de mis Hijos) es una promisoria directora y Edén, una obra parcialmente autobiográfica, fue concebida a partir de las vivencias de Sven, el hermano de Mia, un joven DJ francés que en plena época de apogeo de la música electrónica se ve envuelto en drogas y en temáticas que ya fueron abordadas en El Padre de mis Hijos (ausencia paternal) y en Goodbye First Love (desencuentro amoroso). Sven (Paul en el film) es considerado uno de los precursores del french house y garage. Fue contemporáneo con los integrantes del grupo Daft Punk, a quienes se hace referencia a lo largo del film. A modo de ir esquivando la historia principal e ir aggiornándola con los reconocidos hits del grupo francés, Edén transita un puente desde el auge de los nightclubs parisinos hasta las raves organizadas por el MoMa en NY. Resulta una desilusión que el cine de Hansen-Løve haya llegado a un proyecto como este, si bien personal, cinematográficamente mucho menor. La estructura narrativa elegida por Mia no llega a ser acentuada por la elección de temas electrónicos, mal escogidos y a todo volumen a lo largo del film, siempre con la intención de querer introducirnos en una atmósfera muy débilmente creada.
Si se hace de manera correcta, siempre resulta interesante sumergirse en una tribu urbana y ver cuáles son sus reglas, sus rutinas y las pequeñas cosas que la caracterizan. Mientras más completa sea la experiencia y más atención al detalle exista, más reales serán sus personajes y más vivida la historia. En esta ocasión, la directora Mia Hansen-Løve decide adentrarse en el universo de la música electrónica francesa a partir de la década de los noventa desde la mirada de un joven DJ llamado Paul. El hecho de que Hansen-Løve escribió el guión junto a su hermano Sven, quien fue DJ durante su juventud, ayuda a presentar al submundo de la música electrónica como algo tangible y real. Gran parte de la película ocurre de noche durante las fiestas en casas o clubes nocturnos, donde Paul es DJ junto a uno de sus amigos. En esos momentos, las siluetas de los personajes se desdibujan en la oscuridad, luces de colores los iluminan y la música pasa a ser la protagonista. El ambiente lleno de vida, estilo y movimientos da ganas de trasladarse hasta allí y ser parte de la locura de la noche. La mayoría de la música viene de la mano del talentoso y ultra famoso dúo Daft Punk. Incluso hay una especie de broma constante donde dos jóvenes dan sus nombres, Thomas y Guy-Manuel, en la entrada de un club para poder pasar. El guardia les reitera que no están en la lista hasta que aparece alguien que exclama “son Daft Punk” y ahí logran entrar: sin sus extraños cascos, los integrantes de Daft Punk son totalmente desconocidos. Mientras Paul sigue intentando ser un gran DJ y vivir de eso, el resto de su vida se va complicando. Las líneas de cocaína, las noches en desvela, los problemas de sus amigos, las mujeres que entran y salen de su vida y su deuda creciente irán ahogándolo. El tiempo pasa, todo a su alrededor cambia pero Paul se mantiene igual. Edén es una gran película sobre el ambiente de la música electrónica, la noche y los lugares donde reina y sus miles de devotos. Pero también es una película sobre el paso a la adultez y esa tarea extraña y complicada de dejar atrás sueños que no pueden ser, y tener que buscar maneras de adaptarse a las circunstancias y responsabilidades que vienen con los años.
¿Qué es el cielo para un profesional? ¿El poder alcanzar las metas establecidas y mantenerse en lo más alto de la actividad? o ¿el sumar a su carrera la posibilidad de un crecimiento sostenido que además se corresponda con una vida social y amorosa respetable? Para Mia Hansen-Løve todas las respuestas confluirán en “Edén” (Francia, 2015), su tercer largometraje, en el que el mundo de la música será tan sólo la excusa para poder hablar de una generación, y, principalmente, ver como ésta aprovechó el boom de la movida electrónica en Francia para poder construir una carrera que nada tenía que ver con las rutinas tradicionales de trabajo. Hansen-Løve intenta, y lo logra, abarcar más de una década musical para concentrarse en los pormenores y problemas de jóvenes que pudieron aprovechar al máximo el crecimiento de la industria al compás de una bonanza económica, hasta, claro está, que la inevitable exposición a drogas duras y al descubrimiento de un vacío existencial sólo profundizó aún más las crisis y miedos personales que ya nada tenían que ver con la exagerada y barroca puesta con la que se enfrentaban a diario. “Edén” se enfoca en Paul (Félix de Givry) un joven que desea triunfar con un dúo haciendo mezclas y que encuentra en la música “garage” la posibilidad de acercarse al éxito rápidamente. Pero mientras avanza en su carrera, y se reparte entre la noche y la vida a contracorriente de los demás, conoce a Louise (Pauline Etienne en un papel contemporáneo, completamente diferente al que nos ofreció recientemente en “La Religiosa”) una joven impulsiva por la que dejará a sus conquistas anteriores de lado y por las que deberá ceder ante algunos reclamos que le haga. Con el grupo de amigos bohemios que posee se repartirá entre fiestas, salidas y la exposición, que están a la hora del día, sabiendo muy a su pesar, que las consecuencias a este estilo de vida algún día le harán dar cuenta de todo lo que no logró en su momento y por lo que cedió a la tentación. Pero a Paul no le interesa pensar en eso ahora, y a medida que en su carrera de DJ logra sumar cada vez más éxitos, pero a nivel personal, el desorden va ganando y avanzando sin siquiera poder advertir el deterioro que casi una década lo va marcando a fuego. Dependiendo en algunos momentos económicamente de su madre, quien le reclama constantemente la falta de compromiso y de asumir responsabilidades “adultas”, Paul seguirá adelante con su proyecto a pesar que en el camino comience a perder personas, oportunidades y, principalmente, a él mismo en un laberinto en el que la música será su peor enemigo. Hansen-Løve reconstruye musicalmente un período clave en la historia de la música, dividiendo a su filme en dos capítulos que intentan abarcar lo inabarcable de la existencia de seres que proyectan sus sueños hacia el espacio fanatizados por una cultura que les pertenece porque ellos mismos la forjaron. La melancolía que se desprende en cada una de las escenas, potenciadas por la división en capítulos (2) que la directora utiliza a manera de separación entre los momentos de la vida de Paul, una montaña rusa de emociones en la que la música será el acompañante ideal para poder sobrevivir al desgaste y al deterioro físico y mental que lo atosiga y que le imposibilita ver con claridad el embrollo en el que se encuentra metido.
Alegoría electrónica de la Historia La última película de la actriz y directora francesa Mia Hansen-Love, Edén, puede ser vista como una metáfora que toma como excusa la explosión de la movida de la música house en París, a comienzos de la década de 1990, para contar la historia de un adolescente en su camino a la madurez. Y esta, a su vez, puede no ser más que un pretexto para representar los vaivenes de la Historia europea reciente. Vale la pena hacer el ejercicio de poner en paralelo las etapas que va atravesando su protagonista, Paul, con los distintos cambios sociales que se fueron sucediendo en el viejo continente, desde aquellos años hasta la actualidad. Con sorpresa se verá que todo coincide y que entonces, tal vez, Edén no sea sino una alegoría de la Historia con una banda de sonido bien bailable.Edén arranca siguiendo a Paul y a su grupo de amigos durante un amanecer, a la salida de una fiesta de música electrónica. Es el año 1992 y aunque la película no lo diga, la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética aún están frescas. El socialismo ha muerto, cediendo el triunfo al capitalismo para que Fukuyama decrete el fin de la Historia. Los oscuros 80 terminaron de apagarse y la amenaza de la guerra deja tranquila a Europa por un rato y se muda a Irak. El mundo y París otra vez son una fiesta donde de repente sobra manteca para tirar al techo. En ese nuevo contexto, Paul y sus amigos arman un colectivo de Dj para organizar fiestas y pinchar música, una tendencia entre la juventud europea de entonces que, liberada de los viejos temores, se sube a esa ola de despreocupación. La movida electrónica se vuelve el fondo sonoro ideal para contar la historia de la nueva Europa, donde ya no hay de qué preocuparse y todo es divertido. No parece casual que HansenLove eligiera contar su fábula de juventud desde el centro de esa incipiente escena y no desde otros fenómenos juveniles propios de la época, como el grunge –un movimiento que no miraba al mundo con tanta ligereza–, porque a la directora parece interesarle mostrar esa despreocupación, ese clima de laissez faire necesario para poder narrar la posterior e inevitable caída.El relato avanza merced de saltos temporales que la llevan por 1995, 1997 y 1999 hasta 2001, cuando el grupo de amigos, que durante esos años ha conseguido ganarse un lugar en la noche bolichera de París, es invitado a hacer un par de presentaciones en Nueva York. Que la visita a la Gran Manzana justo en ese año sea el punto de inflexión que marca el comienzo de una crisis profunda en la vida de Paul, está lejos de ser una sutileza. La película, sin embargo, elude cualquier referencia directa al atentado. Le alcanza con que la economía de Paul se venga a pique y con el suicidio de uno de sus amigos más talentoso para que quede claro que la inocencia finalmente se ha ido. Sin embargo, en ese devenir que la película propone hay algo de exceso, un problema de ritmo demasiado laxo, algo curioso en un relato con tanto peso de lo musical. El cuento se hace largo y no pocas veces redundante. ¿Cuántos momentos en los que no pasa nada es necesario acumular para que quede claro que el vacío ha impregnado la vida de Paul? La música bailable (reiterativa en sí misma) y su entorno y cultura (carente de cualquier tipo de épica), ya eran herramientas bastante eficaces para cristalizar ese vacío. La banda de sonido perfecta para contar el ascenso y la caída de un sueño europeo que cada vez más se vuelve pesadilla, aunque su directora elija el elocuente poema El ritmo, de Robert Creeley, para intentar convencerse de que siempre queda la esperanza.
De rave en rave Buena.Capta con precisión el espíritu de una época (los años ‘90), al ritmo de una gran banda de sonido. Si es verdad que los movimientos artísticos concentran el espíritu de su época y que cada época tiene su propio ritmo, una buena manera de contar la década del ‘90 es al compás de la música electrónica. Eso que a nivel literario y local hizo la novela Electrónica, de Enzo Maqueira, aquí es emprendido cinematográficamente por Mia Hansen-Love. Inspirada en la vida de su hermano Sven, coautor del guión, narra el ascenso y la declinación de un DJ desde el apogeo del house, el tecno y el garage hasta la actualidad, y de esa forma retrata también a una generación que creció durante esos años marcados por el hedonismo, el consumismo y la despolitización. Paul y sus amigos forman parte del movimiento parisino del que surgió el denominado French touch, que tiene en el dúo Daft Punk a su exponente más célebre. De rave en rave y de fiesta en fiesta, drogas de diseño y cocaína mediante, Hansen-Love capta con precisión el espíritu de efervescencia creativa de esos jóvenes que se divierten, sí, pero también crean, trabajan con la música y la eligen por sobre los caminos convencionales (carrera universitaria, empleo formal, la formación de una familia). Desde ya, la banda de sonido (Daft Punk, Joe Smooth, Frankie Knuckles, Terry Hunter) es un pilar fundamental de la película y uno de sus puntos más alto. Tomada por Hollywood, esta podría ser la historia de una escalada imparable a la fama, con una cumbre y, luego, una caída estrepitosa, con epifanías y tragedias en el camino, pero aquí casi no hay bruscos giros dramáticos (y cuando los hay, son predecibles golpes bajos). Como en la vida misma, lo más importante que pasa es el tiempo, y esto -parecido a lo que ocurría en Boyhood- es un acierto (aunque aquí físicamente a los personajes casi no se les noten los años). Pero Hansen-Love, que originalmente quería hacer dos películas, terminó haciendo una demasiado larga sobre el estancamiento, con situaciones que van repitiéndose como un loop sin final.
Ninguna fiesta resulta interminable La película dirigida por Mia Hansen-Love narra la vida de Paul, cultor de la música garage por las calles de Nueva York y París en los tempranos '90. Con la participación de Daft Punk. Uno de los mejores films de la primera década del siglo es 24 Hour Party People del inglés Michael Winterbotton y su excelente reconstrucción de la movida musical en Manchester, en una historia que empezaba con los Sex Pistols y terminaba con el estallido de las rave y que tenía al empresario Tony Wilson como voz y cuerpo narrador. Eden no está contada desde el punto de vista de un personaje reconocido sino a partir de Paul (el hierático y funcional Félix De Givry) como uno de los tantos cultores de la música garage por la calles de París y Nueva York, con aquel marco inicial de época (año 1992) que la película traerá hasta casi estos días. Como en 24 Hour el contexto se combina con las vidas de los personajes y la creación musical con las idas y vueltas de Paul y su madre, sus parejas, sus amigos, sus amistades ocasionales y, más que nada, sus ganas de triunfar en aquellos tiempos de Daft Punk antes, durante y después de que los franceses se convirtieran en estrellas. Como también sucedía en el film de Winterbotton, el entorno y la descripción de época agregará consumo de cocaína, una muerte joven, hijos, peleas, la posibilidad de encaminarse hacia otros rumbos y, más que nada, los vanos intentos por detener el paso del tiempo y las obligaciones que impone la sociedad luego de una prolongada etapa adolescente. “Tengo 34 años”, dice Paul mientras es ayudado por un grupo de amigos luego de una noche de alcohol, cocaína e intento de suicidio. La noche y la fiesta parecen interminables para Paul y quienes están cerca suyo pero, como sucede en la mayoría de las películas que marcan el antes y un después de una generación junto a un determinado tipo de música, la sociedad impondrá su mirada hacia un futuro de bienestar muy lejos de aquellos años de riesgo permanente y de bienvenida (in)comodidad posadolescente. Eden fue dirigida por Mia Hansen-Love, joven actriz y ex redactora de la revista francesa de cine Cahiers du Cinéma, ya con tres títulos anteriores entre los que se destaca El padre de mis hijos (2009). El argumento refiere a su hermano Sven, uno de los tantos cultores anónimos de la música garaje-house que en Eden alcanza un alto grado paroxístico dentro de una trama que rinde culto a ese pasado cercano con una mirada melancólica y verídica que hasta consigue llegar a la emoción. “Salsa de mierda”, dice Paul en la última parte del film cuando presiente que los tiempos de las rave están llegando a su fin. O tal vez ese insulto refiera a él mismo, quien no podrá detener el andar de otro mundo y de una fiesta diferente que hasta podría parecer siempre la misma. Los Daft Punk, quienes aparecen en la película, parecen haber quedado atrás pero la música, por suerte, parecería no detenerse jamás.
La fiesta y la melancolía Hace unos años, Sven Hansen-Love se había alejado de la música, la actividad que había ocupado buena parte de su juventud. Después de trabajar años como DJ, de fundar un sello que terminó quebrado y de llenarse de deudas, cambió de rumbo y se dedicó a otra de sus pasiones: la literatura. Pero su historia, una prototípica de ascenso y caída vertiginosos, era sin lugar a dudas digna de ser contada. Y quien se puso manos a la obra fue su hermana, Mia Hansen-Love, directora de tres buenos largometrajes previos a Edén: Todo está perdonado, El padre de mis hijos y Un amour de jeunesse. En Edén el foco está puesto en Paul, álter ego cinematográfico de Sven, un joven parisino que vivió desde adentro lo que en la industria musical se conoció, allá por los 90, como "French Touch", una movida de la que Daft Punk -el famoso dúo tiene una breve y divertida aparición en la película- fue el emergente más notable. La película captura muy bien el clima a la vez festivo y melancólico de ese ambiente cargado de hedonismo, colores flúo, desprejuicio y vacuidad que Sven vivió apoyado en su genuino entusiasmo por el estímulo artístico, provocado por la explosión del house garage, una variante de la electrónica de baile muy influenciada por el sonido disco de Chicago, y dosis generosas de alcohol y cocaína. El espíritu de la época reunía la despreocupación, el puro presente, la ausencia de preguntas y la velocidad de desplazamiento: de París a Nueva York sin escalas para aprovechar una oportunidad que parecía inmejorable. Sven fue en esos años un exponente indiscutible de la única política que erotizó a buena parte de su generación: el consumo. Su hermana armó la historia con evidente conocimiento de causa, superó más de un escollo para que el proyecto sobreviviera (tenía una versión inicial de cuatro horas que fue recortada a la mitad por falta de presupuesto) y se las arregló finalmente con menos de lo que pensaba (cuatro millones de euros, que no es una fortuna para el estándar europeo) para situar la acción en los escenarios originales (la Coupole, el Cirque d'Hiver, las oficinas de Radio FG) y sintetizar en la figura del protagonista el derrotero de una cultura (la del DJ) que parecía destinada a relevar el egocentrismo bobo del rock star, pero terminó generando su propio star system, encarnado en figuras tan empalagosas como David Guetta, un francés al que le fue bastante mejor, en términos económicos al menos, que al atribulado Sven.
De raves y otras chauchas Parte de la historia de la música electrónica francesa de los 90 se encuentra expuesta en el elogiable drama Eden, de Mia Hansen-Løve, directora que sería premiada por su segundo film, El padre de mi hijo, en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes de 2009. En este cuarto proyecto que la une a su hermano ex DJ Sven Hansen Løve como coguionista y fuente de inspiración, nos propone seguir a un dúo de jóvenes amantes de las bandejas y los sets que inician su carrera con el nombre de Cheers. Estos buenos muchachos hacen a un lado sus estudios universitarios para meterse de lleno y explotar su talento en el ritmo de los clubes nocturnos de Francia y otras capitales del mundo. A ellos se suman un grupo de amigos, entre los que se destacan a unos promiscuos Daft Punk – aún la fama les era incipiente- que acompañan comparativamente el ascenso y la caída del cabecilla de los Cheers, DJ Paul, pionero en el estilo garage electrónico de la época. Eden es el retrato de los duros inicios de una agrupación, sus momentos cumbres y su deterioro económico y humano, que involucra a fuentes directas e indirectas en ese frenesí de vida. Algo típico en el complejo mercado artístico donde se alcanza la satisfacción plena o una difícil lucha de “permanecer” a costa de sacrificios y varias pérdidas. A la vez, Løve expone la incapacidad de Paul para establecer relaciones ante una agenda apretada donde la fácil escapatoria a veces resultar ser el acceso a las drogas. El film juega con lo autobiográfico al mostrarnos un retrato social del camino a la adultez y el reflejo de un movimiento musical histórico representado en la carrera de los grandiosos Daft Punk, hoy iconos globales. Eden nos termina introduciendo a una tribu urbana con códigos propios y rutinas particulares. A Eden tampoco escapan temáticas que invitan a la doble lectura sobre la influencia capitalista que esconde la música y el arte en general para mostrar que siempre en la otra balanza lo que siempre más importa es la valoración de los afectos cercanos. En esta película también se destaca la impecable y acertada inclusión de una banda sonora que varía del french house al garage pasando por todo un abanico de buenas melodías electrónicas que en muchos momentos de la narración pasan a primer plano, acompañando principalmente los ambientes nocturnos y contrastando la resaca de las mañanas. Eden resulta ser, en esencia, un excelente relato dedicado a los melómanos, críticos y aquel público que busca un film que escape a los lugares comunes de películas musicales y deje una moraleja de vida del paso a la adultez, los sueños sin alcanzar y el mundo de las responsabilidades.
Un mix de euforia y melancolía En su cuarto opus, la guionista y directora francesa Mia Hansen-Løve encuentra en una versión libre sobre la historia de su propio hermano Sven, DJ que no tuvo el éxito prolongado como otros artistas de la época, una película que marca por un lado la transición de cualquier joven en crisis hacia la adultez, y por otro la sutil radiografía de los 90 en Europa, con su clima de euforia y bien estar económico transitorio, así como el descenso de los años posteriores junto a los cambios que se fueron dando, tanto en ese continente como fuera de él. Sin caer en la biopic tradicional, pero con una cronología marcada sobre determinados acontecimientos, el relato se instala en los orígenes, ascenso y caída, desde 1992 hasta 2014, de la fugaz carrera de DJ de Paul –alter ego de Sven-. Era el inicio del sub género musical garaje, mezcla de House, Soul y rasgos musicales propios de cada cuidad. Tanto los cortocircuitos familiares, como las relaciones de pareja con diferentes novias y la contradicción constante entre vivir de la música y el estudio, Paul consigue junto a su compañero formar la dupla Cheers y presentaciones en lugares emblemáticos, donde comienza a resonar el nombre de otra dúo con mucha más popularidad, llamado Daft Punk. Su arribo a Estados Unidos también coincide con su etapa más crítica y es en ese segmento de la película donde comienza a transparentarse el exceso sin un sustento narrativo que lo justifique, la demora en resolución de escenas con el único fin de prolongar silencios o vacíos, por momentos conspiran contra la fluidez que la trama había generado desde los primeros minutos, donde es fundamental el aporte de la banda sonora, dominante en varias secuencias para contagiar el clima al espectador. El derrotero de drogas, música y sexo ocasional, a lo largo de los casi 130 minutos, va de la mano con los estados emocionales de Paul y sus diferentes crisis existenciales, sobre todo cuando se avizora un inminente ocaso en su carrera, aspecto que no pasa nada desapercibido entre este mix de euforia y melancolía excesivo.
El lado oscuro de la electrónica "Quería avanzar en mi forma de hacer películas, en cierta manera quería ayudar a mi hermano y tenía esta idea de hacer una película sobre mi generación y sobre el amor hacia la música que compartíamos mi hermano, yo y otros de nuestros amigos." Mia Hansen-Løve Probablemente si nos pidieran que nos transportemos mentalmente en el tiempo hacia la Francia de mediados de los años 90, en la escena musical más precisamente, lo primero que se nos venga a la mente sea Daft Punk. Todos conocemos al exitoso dúo compuesto por Thomas Bangalter y Guy-Man, pero si intentamos rescatar otros proyectos de la época que hayan tenido igual reconocimiento, tal vez sean nulos nuestros resultados. Desde ese mismo rincón del under de la escena, cuasi anónimo en todo sentido, la francesa Mia Hansen-Løve presenta su historia. Eden narra la historia de Paul (Félix de Givry), un joven de 20 años, simpatizante de lo que hasta ese entonces era conocido como sonido House Neoyorquino/French House/Garage, quien junto a su grupo de amigos decidirán tomar el mando de las bandejas y meterse de lleno en ese mundo. Tal cual acusa su edad, Paul todavía es estudiante y por ende tiene responsabilidades académicas, las cuales se verán cada vez más lejanas a medida que se vaya introduciendo en el mundo de la electrónica. Se trata de un universo totalmente diferente visto desde afuera, la directora logra dejar en claro el mensaje: “a la vista es hermoso, pero no te quieras meter ahí porque la vas a pasar mal”. Así como la electrónica sacará a relucir el talento de Paul, se puede afirmar que su vida personal es indirectamente proporcional a este éxito. Demasiadas giras, excesos, malas compañías, hacen del protagonista un joven capaz y distinguido entre los demás, pero susceptible sentimentalmente, lo cual pesará más en la balanza al momento de hacer un balanza. Esa sensación de disconformidad con lo que uno tiene actualmente, el aburrirse constantemente de las personas que lo rodean –especialmente en el plano sentimental- y el elegir a los excesos como la salida más factible terminarán por darle forma a la cabeza de nuestro protagonista. Una forma alternativa de apreciar este segundo film en el haber de la directora francesa, sería como la de un pseudo-documental acerca de lo que ocurría en Francia con las bandas electrónicas, las cuales eran testigo del éxito de Daft Punk, quienes, dicho sea de paso, aparecen interpretados por Vincent Lacoste (Thomas) y Arnaud Azoulay (Guy-Man). El hecho de sentir que están dando lo mejor de uno pero que sin embargo todo sea en vano dado que un dúo de voces electrónicas están reventando el mundo a gusto y placer. Todas sus apariciones marcan un quiebre en sus películas y, además, resaltan el poder del anonimato, ya que nunca se los podía reconocer como tales sin que alguien propio del ambiente confirmara que se trataba de ellos, un encriptado mensaje de “no te tiene que importar quién soy, sino lo que hago”. Es una lástima que este film no esté en planes de estreno comercial para nuestro país, no así para Europa, ya que en España se estrenará el 18 de septiembre en el marco del Festival de San Sebastián. El auge y caída de la carrera musical de Paul y su agrupación “Cheers” fue una de las joyitas que nos dejó el último festival de cine francés llevado a cabo en Buenos Aires. El reparto de la película está compuesto por Félix De Givry, Pauline Etienne, Vincent Macaigne, Greta Gerwig, Golshifteh Farahani, Hugo Conzelman y Roman Kolinka.
Creo que estamos bailando "Cumbia de merde”, rezonga Paul, cuando ya su carrera de DJ no da visos de profesionalizarse, cuando cada nueva novia no es más que un registro residual de la anterior. Estamos en 2003 y las fiestas traen aires latinos, se impuso el electro sobre el garage, esa mezcla de house y música disco. El mundo ya no es el mismo para Paul (Félix de Givry), que en 1992 empezó a pasar música en las fiestas junto a otro amigo, mientras emergía Daft Punk y París ponía el pecho con su propia versión del garage neoyorquino. Edén (el título es una cita a Paradise Garage, la disco de Nueva York donde se cocinó el género) es un homenaje a aquellos años de desenfreno, de oportunidades perdidas y amigos ausentes, con la música de DP como telón de fondo. Pero es, sobre todo, un alegato sobre la pasión musical, ese virus que, una vez inoculado, atenta completamente la expectativa de lo cotidiano. Mientras es una pena que el film demore en hacer oír su voz, con divagues forzados sobre el alegre devenir de Paul, las escenas nocturnas están impecablemente filmadas y transmiten bastante del clima nocturno en los noventa.
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional. Comentarios, entrevistas y mucho más.
“Eden” es una película fundamental, que centra sus miradas en el éxito y el fracaso en el mundo de la música electrónica. Las grandes películas son las que hacen sentir al espectador lo que sienten los personajes, y las que logran hacer descubrir a ambos una verdad. Dirigida por Mia Hansen-Løve, Eden está dividida en dos capítulos, titulados “Paraíso garage” y “Perdido en la música”, y se centra en la vida del joven DJ Paul Vallée (Félix de Givry), desde que empieza a gestar su dúo llamado Cheers, al comienzo de la década de 1990, hasta la actualidad. El eterno peregrinar de Paul por los bordes de la noche (en los que el divague dance, las drogas y el sexo ocasional son las constantes) le sirve a Hansen-Love para retratar la movida de la electrónica desde adentro, desplazándose con la cámara por sus intersticios y haciendo foco en sus verdaderos protagonistas. Si bien se centra en un solo personaje, esto es en realidad un pretexto para cubrir un espectro más amplio: el de toda una generación. Lo genial de Eden es lo que su directora hace con Thomas Bangalter y Guy-Manuel de Homem-Christo, es decir los Daft Punk (además de usar su música como banda de sonido), cuyo ascenso y triunfo se mantiene en fuera de campo. Hansen-Love cuenta la historia de los músicos que usan casco desde el reverso de la trama, desde el lado de los que perdieron, de los que quedaron locos por las drogas y reventados por la noche y se tuvieron que dedicar a otra cosa. Mientras Cheers insiste en su camino, en su sonido (el garage, una mezcla de house y disco), Daft Punk musicaliza los años y se hace conocido en el mundo entero. Mientras más under es uno, más popular es el otro. Campo y fuera de campo, se trata de dos historias que se cuentan con una maestría notable. Hay escenas que definen una película, como la de la joven que toca la canción Within mientras Paul la ve desde un costado del boliche, pensativo. A Paul le cae la ficha de que el sueño terminó, y a los espectadores de que la película que están viendo es grandiosa. La sensibilidad del momento es apabullante. La melancolía que transmite, su sensación de profunda tristeza, conmueve hasta las lágrimas. Sólo por esta escena se justifica decir que Eden es una película fundamental.