Después de “El Enroque” (2015), primer cortometraje presentado en distintos festivales europeos y latinoamericanos, Mercedes Laborde debuta con su ópera prima. “El Año del León” cuenta la historia de Flavia, quien recientemente perdió a su pareja de hace ocho años, León. Pero en medio del duelo deberá lidiar con Lucía, la hija de León de su matrimonio anterior, quien buscará en ella la imagen paternal que acabó de perder como también un lugar de contención y respuestas. La película busca indagar acerca de cómo llevan a cabo el duelo por la pérdida de un ser querido un adulto y un niño, quienes por las diversas experiencias de la vida transitan este camino de una manera diferente. Flavia intenta seguir adelante con su vida, aunque tiene que lidiar con cuestiones burocráticas y sentimentales propias de un deceso, plantearse la posibilidad de ser madre, mientras que Lucía se siente más cómoda indagando en los sitios que compartía con su padre aunque éste ya no esté. Asimismo, podemos observar la relación que mantienen ambos personajes, con un acercamiento pero sin involucrarse tanto emocionalmente. Es interesante cómo se planteó la historia desde el comienzo, donde no conocemos mucho sobre la vida del fallecido ni se confirma concretamente qué sucedió con él. De todas formas, el largometraje tampoco busca indagar sobre esta figura, sino presentarlo como un puntapié inicial para centrarse en lo verdaderamente importante: Ver la reacción de su alrededor y cómo pueden o no seguir adelante sus allegados. Tenemos un dúo protagónico femenino que plasma muy bien la idea que se quiso mostrar del film, encarnando a estos personajes que transitan por las mismas emociones pero de una manera distinta por su vínculo y su edad. También se le suma el personaje de la madre de Lucía y ex mujer de León, que busca que las cosas sigan como antes para poder continuar teniendo sus momentos personales. Buena interpretación de este elenco femenino conformado por Lorena Vega, Malena Moirón y Julieta Vallina. La fotografía, ambientación y banda sonora acompañan de una buena manera a la trama, generando un clima apropiado y que va mutando junto con el ánimo de sus personajes. En síntesis, “El Año del León” es una buena película que aborda el duelo desde el mundo adulto y de los niños y cómo se puede salir adelante luego de una pérdida de un ser querido.
Un año de duelo El año del León (2018), la ópera prima de Mercedes Laborde, es una interesante propuesta a indagar sobre un duelo corrido de los lugares comunes. Flavia (Lorena Vega) transita el duelo por la pérdida de León, su pareja de hacía ya varios años; pero en su vida irrumpe Lucía (Malena Moirón), la hija de León y su anterior mujer (Julieta Vallina). El proceso del duelo tiene tanto cuestiones únicas y personales como también universalidades que hacen que cualquier persona se pueda identificar fácilmente con el dolor que transita la protagonista. La interpretación de Lorena Vega -abúlica y apática boyando con la mirada cansina- hace fácil ponerse en la piel de Flavia. La película se da en un paisaje urbano no estilizado que en sus imágenes busca naturalismo, como resultado las imágenes suman a esa frialdad que la realidad tiene para ofrecer en esos momentos de soledad y tristeza. La directora Mercedes Laborde busca los pequeños grandes momentos que conllevan los nuevos comienzos: como los trámites, deshacerse de la ropa o algunas fechas festivas. La particularidad de esta historia es que hay una casa en la que una mujer se siente vacía y donde una niña va en busca de una figura que no está más. Mientras Lucía siente que ese aún es su hogar, Flavia no puede sentirse más extraña en su presencia. En esa casa nace un vacío que se va llenando con la incertidumbre de ambas. Algunos momentos de reunión quizás son los menos logrados y desentonan, pero no desarman el tránsito sensible que logra construir la película.
El duelo en tamaño small El fuera de campo es el recurso que la debutante en la dirección Mercedes Laborde utiliza de manera inteligente para realzar el vacío de una ausencia. El nombre de León aparece y desaparece en la vida de tres mujeres, mejor dicho dos mujeres y una niña y para cada una representa algo diferente. Sin embargo, el punto de vista dominante en la trama es el de la hija de León, Lucía (Malena Moirón), que llega a la casa de su padre y pareja Flavia (Lorena Vega) porque su madre (Julieta Vallina) necesita que alguien se haga cargo mientras ella trabaja. Flavia no es madre de Lucía, simplemente convivió con ella por ser la nueva mujer de León. Lucía se lo hace sentir y también se inquieta al ver cómo ella procura cambiar cosas en esa casa de León. Las discusiones entre Flavia y Lucía ocupan parte de ese vacío que deja la pérdida y las distintas maneras de duelo atraviesan el clima del lugar. Hay una energía que debe cambiar, trámites difíciles para cerrar un capítulo importante de una historia. En ese tramo de toda pérdida se instala la directora con una búsqueda incesante de momentos de verdad y cuenta para ello con un reparto ajustado a las circunstancias. Las crisis de cada personaje, los conflictos a partir de la ausencia, para Lucía de la figura paterna; para Flavia del hombre con el que planeaba un futuro y para su anterior esposa un sustento económico faltante, se entrelazan a la vez que se contienen, mientras el punto de vista de la niña se adapta a la tristeza de los grandes y a los planteos lógicos de una chica de su edad. Una buena opera prima que crece exponencialmente como la necesidad de recordar al que ya no está, pero de forma diferente.
Viaje por un duelo La ópera prima de Mercedes Laborde, El año del León, sorprende para bien, con un relato profundo sobre lo que es un duelo y cómo lo puede sobrellevar cada persona. La historia comienza directamente dentro de un conflicto que no se presencia en pantalla, la muerte de León. Con información a cuenta gotas, que vuelve el relato intrigante y un desarrollo excelente de personajes, la película avanza. Nos da a entender que no es necesario saber por qué o cómo murió, sino que lo que importa son las personas allegadas que están vivas. Flavia (Lorena Vega) fue su pareja durante ocho años y durante ese tiempo mantuvo una relación constante con Lucía (Malena Moirón), la hija de León que tuvo con otra mujer. Luego del comentado fallecimiento, la pequeña quiere pasar tiempo en lo que era la casa de su padre, poniendo en una incómoda situación a Flavia. La narración consiste básicamente en esta entrecruzadas entre la protagonista y Lucía, y cómo ambas llevan adelante una muerte inesperada. Reflexiones sobre la vida, la tenencia y las relaciones sexuales que devienen en una esperada crisis interna. El film cuenta con una fotografía notable, con composiciones de cuadro a tener en cuenta. También las actuaciones están muy bien. El guion y la dirección logran su cometido siendo lo más destacable, por lo dificultoso que es contar una historia de emociones internas en cada uno de los personajes.
Es la opera prima de Mercedes Laborde y pone su acento en la elaboración de un duelo por un mundo femenino encarnado por tres mujeres que sienten la muerte de un hombre: su primera esposa, su hija y su pareja durante ocho años. Para ellas todo es difícil, y lo peor relacionarse nuevamente frente a la ausencia. Lorena Vega tiene el rol protagónico de una mujer todavía joven que tiene que lidiar con una nueva vida, acechada por recuerdos, necesidades vitales y reclamos de una ex esposa y una hija dolida. Con delicadeza pero con intensidad, la evolución de los personajes avanza a paso firme hacia una sanación posible. Con un muy buen trabajo actoral, se luce Vega y la siempre talentosa Julieta Vallina.
Dos mujeres mantienen una conversación en la puerta de la casa de una de ellas. Hay cierta tensión manifiesta. La dueña del hogar no invita a la otra a pasar. Hablan de una niña, si podría quedarse en casa de una de ellas. Hay un viaje de por medio. El año del león está estructurado sobre uno de esos dos personajes (Flavia, la que llega) y Lucía, la hija de su ex pareja. El filme se toma su tiempo para que el espectador descubra relaciones, y eso es más que un acierto. No le da todo masticado a su público, quien debe analizar con los datos que maneja quién es quién y qué sucedió. Sin spoilear, porque pronto uno entiende la situación, León falleció, y Lucía quiere pasar tiempo con Flavia, allí en la casa que la pareja compartía. Hace años que León se había separado de su esposa, pero hay cuestiones que no se habían cerrado. O hablado. El año del león se apoya mucho en Flavia, lo que es decir en las espaldas de Lorena Vega, la actriz de gran trayectoria en el teatro (Yo, Encarnación Ezcurra y La vida extraordinaria, en cartel) más que en el cine. Sus silencios, sus encuentros con otros hombres, la manera en que habla con Lucía son las formas que Mercedes Laborde encuentra para desplegar su personaje. La película de Laborde, con la que debuta en la realización, está llena de buenas intenciones. El problema del filme es que se resiente en su desarrollo, no por cuestiones de guión -está claro lo que Laborde quiere contar, y lo hace-, sino por los tempos y algunas situaciones. Sea por actuaciones de reparto que no ayudan, o algunos detalles, pero son eso, detalles. La directora, si no explicó al inicio del relato, no irá a hacerlo luego, y tampoco en el final. Vega le pone el cuerpo literalmente a todo. Está casi siempre en pantalla, y tiene algún buen contrapunto. La pequeña Malena Moirón trata ser natural, y más encorsetada está Julieta Vallina, de Los vecinos de arriba, en teatro.
El duelo como impulsor de historias, acá en su versión más novedosa, la de una mujer que sumida en su pena debe continuar acompañando a la hija de su marido recientemente fallecido. La contienda entre Lorena Vega y Malena Moirón es de antología y suple cualquier falla que quiera buscarse a un relato sensible, honesto y directo.
La ópera prima de Mercedes Laborde es una historia de mujeres hecha por un equipo técnico y actoral casi íntegramente femenino. Los hombres aquí están ausentes (de hecho son los que desencadenan el dolor) o en un muy discreto segundo plano. La protagonista es Flavia (Lorena Vega), que hace poco ha perdido a León, quien fuera su pareja durante ocho años. En medio del duelo, de la necesidad de mudarse de la casa que ambos compartían y de sus propios deseos de ser madre, irrumpe en su vida Lucía, la hija que León había tenido con su anterior mujer. El año del león es una película de cámara (pocos intérpretes, mínimas locaciones, muchos interiores) donde la contemplación y cada pequeño detalle puede adquirir una dimensión insospechada. El eje de la propuesta es el intenso trabajo con las actrices, que alcanzan la esencia de los personajes con bastante naturalidad a partir de una puesta en escena sencilla y una cámara lo menos intrusiva posible. No hay lugar aquí para el artificio, para el regodeo estético (los cuerpos se muestran orgullosamente con sus imperfecciones) ni para la demagogia complaciente. Se trata de una exploración cruda, sensible y honesta sobre las heridas, los interrogantes, las contradicciones, las necesidades y las búsquedas de las mujeres cuando cruzan la barrera de los cuarenta años.
La ópera prima de Mercedes Laborde nos presenta a Flavia, la protagonista absoluta del filme, en su proceso de duelo. Ha perdido a León, quien fuera su pareja durante ocho años y ahora debe recompone su vida sin saber exactamente cómo encarar este cambio, con muchas más dudas que certezas. Laborde acompaña a Flavia (Lorena Vega) muy amorosamente: la construye con todas sus dudas, presenta sus marchas y contramarchas, la describe con toda la incertidumbre propia que trae aparejado el hecho de encarar esta etapa de cambio rotundo. Flavia intenta acomodar, como puede, las piezas del rompecabezas pero aparece permanentemente la contradicción de que León no caiga en el olvido mientras que en algún punto debe desapegarse de sus objetos materiales, de sus recuerdos, de sus vivencias en esa casa que compartieron. Pero donde Flavia se siente más insegura, donde más desorientada parece estar, es en cómo recomponer el lugar que ocupará Lucía, la hija de León, en este nuevo estado de cosas. Lucía la conecta irremediablemente con ese León que ya no está. Juntas deberán encarar el mismo proceso pero, claramente, de formas muy diferentes. De algún modo se acompañan, se ayudan, lo deconstruyen. De alguna manera se unen para seguir recordándolo e intentarán aprender a despedirlo. Laborde construye el relato mediante esas pequeñas “polaroids”, esos momentos cotidianos donde muestra a Flavia al desnudo, sin red, intentando recomponer su historia después de la tormenta. Sus intentos de conocer –aunque eventualmente- a otros hombres, el vínculo con su madre y los encuentros permanentes con Lucía (en donde aparece también su madre y su notable imposibilidad de contenerla en este momento tan particular), su trabajo, la vida misma: todo está teñido de la tristeza de no tener a León junto a ella. Lorena Vega, una actriz de una gran trayectoria en el teatro independiente, con notables trabajos en “Todo tendría sentido si no existiera la muerte” “Parias” “Salomé de Chacra” y las actualmente en cartel “Yo, Encarnación Ezcurra” y “La vida Extraordinaria” se pone al hombro “EL AÑO DEL LEON” siendo un personaje prácticamente presente en cada escena del filme. Su delicioso tour-de-force va ganando cuerpo a medida que va avanzando la película, y si bien en las primeras escenas pareciera que cuesta encontrar el punto exacto del personaje, Vega va dotando a su Flavia de diversas tonalidades hasta encontrar su nuevo anclaje a medida que vaya transitando su duelo. Las escenas con Malena Moirón (Lucía) destilan ese universo pequeño e íntimo construido entre mujeres, esa simbiosis simple y compleja al mismo tiempo y Laborde lo propone de una manera sencilla y profunda, con una mirada cálida y contenedora para este microcosmos femenino. El afuera, la ciudad, el entorno como elemento de permanente amenaza y conflicto para un periodo tan particular como es el duelo, queda personalizado en Mónica, la mamá de Lucía y la anterior pareja de León, papel al que lamentablemente Julieta Vallina no logra sacarle provecho y aparece como desdibujada y distante en la mayoría de las escenas. A partir de una escena en particular, intensa, bellamente filmada, en donde Flavia va al cementerio de la Chacarita y la vemos frente al nicho en esas solitarias galerías, alejada de su bicicleta y en silencio, aparece un nuevo tiempo de decisiones, un punto de inflexión que el guion aprovecha al máximo y nos regala un par de escenas posteriores que son el cierre perfecto para que comiencen a soplar vientos de cambio. “EL AÑO DEL LEON” es de esas películas pequeñas pero profundas, una historia sencilla pero entrañable y personajes con los que uno empatiza rápidamente y puede contactarse en su verosímil cotidiano, en sus dudas, en sus flaquezas, en sus propias contradicciones y fundamentalmente en sus ganas de vivir acorde con sus deseos.
Retrato de un duelo desde lo femenino El universo femenino puede ser muy difícil de entender y mucho más de representar. Como dicen por ahí, cada mujer es un mundo, y ese mundo íntimo, intenso y algo críptico es retratado con la sensibilidad propia de otra mujer. Mercedes Laborde lleva al cine su primer largometraje, El año del león (2018), mostrándonos qué le pasa a una adulta de más de 40 años frente a una pérdida tan abrupta y dolorosa. Flavia (Lorena Vega) es algo fría, rígida y está sumida en su propia rutina. Transita el duelo de su viudez tras estar en pareja ocho años. De repente, no solo se encuentra sola y desorientada con algunas situaciones cotidianas que se le presentan, sino que tiene que lidiar seguido con los caprichos de Lucía (Malena Moirón), la hija de su novio fallecido. La relación entre ellas se tensa cada vez más y ambas intentan encontrar el equilibrio (la nena conectándose de alguna manera con las pertenencias de su padre en la casa y Flavia tratando de hacer su vida de a poco como puede). Todo esto bajo el mismo techo. Con una puesta en escena cuidada, planos contemplativos y un notable trabajo en la dirección de actores, Laborde realiza una obra de la que cualquiera se podría apropiar con cariño por su calidez y sencillez. La película es lo que es y no pretende ser más. Esa puede ser la clave para construir desde lo propio la figura de una mujer que irá mutando de acuerdo a sus sensaciones. Un personaje que se volverá impredecible, para sorpresa del espectador. Con destacable labor de Lorena Vega, a quien pudimos ver en el ámbito teatral y participar de algún que otro film argentino, El año del león cuenta con una cámara casi imperceptible que nos permite entrar en esa casa llena de recuerdos y emociones. Nos permite acceder, incluso, al entramado de dos mujeres que, pese a la gran diferencia de edad, tienen muchísimo en común.
El duelo en búsqueda de la reinvención La realizadora pone el foco en el proceso de adaptación de una mujer tras una muerte cercana; notable trabajo de Lorena Vega. El año del León podría describirse superficialmente como una película sobre el duelo. Es que, en gran medida, la ópera prima de Mercedes Laborde gira alrededor de las consecuencias personales (en particular las afectivas, pero también de otras índoles: legales, económicas, del círculo social) provocadas por una pérdida reciente. León falleció, por causas que nunca son explicitadas, y Flavia recorre los difíciles días y no mucho más amables noches con el pesar a flor de piel, aunque con una imprescindible resistencia a dejarse vencer por la angustia o la entrega al vacío. Interpretada con potente delicadeza por Lorena Vega, una actriz usualmente relegada a roles secundarios, la protagonista atraviesa las instancias más cotidianas como si estuviera descubriendo un mundo nuevo y doloroso. “Te tenés que mudar. Esto no tiene sentido”, le aconseja su mejor amiga, sabedora de los recuerdos que la casa esconde en sus recovecos. En su trabajo en la universidad las cosas siguen casi como si nada hubiera ocurrido: las clases, el trabajo de laboratorio, los almuerzos en el comedor. El año del León es también una película sobre los vínculos entre aquellos que todavía se sienten cercanos, a pesar de la extinción de ese pilar central que los unía. La hija de León –que transita esa difícil etapa entre la infancia y la adolescencia–, con quien Flavia solía compartir tiempo y espacio como una consecuencia indirecta, se enfrenta a la necesidad de continuar esa relación, aunque ahora con relieves inevitablemente diferentes a los del pasado. No ayuda la poco amable comunicación entre Flavia y la mamá de la joven, “la ex” de León. El guión de Laborde va descubriendo esa particular vinculación triangular de a poco, describiendo las formas de la superficie, sin forzar la exposición de su verdadera naturaleza desde un primer momento. Un poco como el resto de la película, que irá revelando otras ansias de la protagonista (la sexual, la de querer recomenzar a pesar de los tropiezos, el cada vez más ostensible deseo de la maternidad) a medida que el verano le cede el lugar al invierno. Las elipsis narrativas marcan, de alguna manera, los capítulos de ese recomienzo emocional. El año del León es, en última instancia, una película sobre tres mujeres cuya vida ha comenzado a estar marcada, en mayor o en menor medida, por una ausencia. En sus mejores momentos, cuando se concentra en el personaje central, Laborde da en la tecla justa: un arranque de ira que difícilmente hubiera ocurrido en otras circunstancia; la descripción de una actitud maternal que se sabe correcta, quizás porque no se corresponde con un rol real; el gesto decidido y al mismo tiempo resignado ante la posibilidad de un nuevo amor puramente físico. La realizadora evita las estridencias, aunque por momentos intercepte esa baja intensidad con caracterizaciones secundarias un tanto insustanciales. Más allá de esas excepciones –algunas miradas y diálogos demasiado intensos–, la cámara evita los primeros planos y prefiere contemplar a Flavia en su entorno, al mismo tiempo encuadre, hábitat y marco para su reinvención como mujer.
La pérdida de un ser querido antes de tiempo dispara un sinfín de emociones que casi nadie sabe afrontar. Es una tristeza infinita y una pérdida total del rumbo que Flavia (Lorena Vega) conoce muy bien, tras el fallecimiento de su pareja León. Y su estado de duelo no hará mas que complicarse con el arribo de Lucía (Malena Moirón), la hija preadolescente del finado, con la cual Flavia tiene un nexo comunicativo escaso. El año del León, el primer largometraje de Mercedes Laborde, propone abordar de manera contemplativa la historia de estas dos mujeres transitando un período muy oscuro en sus vidas, y los resultados están a la vista. Con un guión de la propia Laborde, El año del León encuentra a Flavia totalmente perdida en su rutina diaria, a la pequeña Lucía añorando algo que no está más, y a su madre (Julieta Vallina) desapegada de la situación, recorriendo su propio duelo a su manera, uno que nunca vemos del todo pero sospechamos. La película se basa mucho en intuiciones, las percepciones que tiene el espectador de lo que está sucediendo o lo que ya sucedió. No se da nada masticado ni se sobreexplica, la platea está como mera observadora mientras este drama íntimo tiene lugar durante 80 minutos. No hay belleza aumentada ni maquillada, es puro realismo natural, y la tarea de la directora es estar presente en los momentos clave de la historia, cámara en mano. Pero al ser un mero objeto de estudio, la relación entre las protagonistas carece de algo. Un par de matices dramáticos no hubiesen estado de más, y eso que la tarea de Vega, cansina y agotada de todo, demuestra el fondo teatral de la actriz en un papel que le exige cuerpo, alma y mente durante todo el trayecto. Es la cara visible del duelo, y constantemente personajes periféricos aprietan sus botones internos que la llevan al punto límite, pero nunca estalla. Es que la ausencia de su compañero de vida le quitó más que a la persona a su lado, sino también el prospecto de futuro que tenía de formar una familia propia, lo que la empuja a límites insospechados en las relaciones sin protección que mantiene con varias parejas masculinas. Es un vacío que no puede llenar de ninguna manera, y la presencia de la inquisidora Lucía no le hace nada bien tampoco. El año del León se hubiese beneficiado de situaciones dramáticas con más sustento. El silencio a veces puede ser una respuesta clave, pero demasiados vuelven a lo contemplativo algo aburrido y casi monótono, dejando a la intemperie a las actrices que tienen que llenar dicho vacío con gestos y miradas. Vega sale airosa, no tanto la joven Moirón a la cual su corta edad no le permite limar ciertas asperezas interpretativas -para su debut está mas que justificada-. No esperaba gritos, llantos, catarsis absoluta, pero tal cual está algún que otro exabrupto no le hubiese venido mal. Su final, eso sí, cierra con un agradable moño una sencilla y bonita historia.
“El año del León”, de Mercedes Laborde Por Jorge Bernárdez El año del León del que habla el título es el año de duelo que el lleva a Flavia ponerse en marcha tras la muerte sorpresiva de su pareja. Flavia (Lorena Vega) convivió ocho años con y cuando empieza la película, recibe a Mónica (Julieta Vallina), la ex esposa de su pareja que le pide que por unos días se quede con Lucía, la hija, porque ella tiene que ausentarse. Flavia recibe a la niña en su casa que es para la nena la casa de su padre. La relación entre ambas no es del todo fluida, pese a lo cual después de esa experiencia la nena vuelva a quedarse en lo de Flavia. Todos tratan de acomodarse a la nueva situación, la protagonista prueba reuniéndose con el mismo grupo de amigos que frecuentaba con León, pero que claramente eran más conocidos de él que de ella. La película va tocando distintos temas que hacen a la etapa del duelo, que por supuesto no es fácil ni para Flavia ni para la primera mujer ni tampoco para la hija que está terminando la escuela primaria. Favia pasa de la inacción a cierta búsqueda, odia su situación y no sabe qué hacer con esa nena que claramente pide ir a la casa del padre para sentir que de alguna manera está con él. La película de la directora debutante Mercedes Laborde sigue el ritmo del duelo del grupo familiar y el regreso de Flavia a tomar el control de su vida: En este tránsito aparece un viejo amigo casado que vive en el extranjero, conoce a un actor amigo de una amiga con él que tiene una relación que no se sabe si es circunstancial o puede desarrollarse y todo va apareciendo en el relato como para armar un rompecabezas que va a cerrar el círculo para contarnos ese año de León, en el que Flavia y todo lo que fue ese mundo familiar se reacomoda con avances, con peleas y tratando de sacar adelante las relaciones entre ellos. El año del León es un interesante comienzo para la carrera de Mercedes Laborde y muestra un elenco sólido de caras nuevas que se hacen cargo de sus personajes. Una película chica que entre tanto tanque y súper lanzamiento, que demuestra que todavía quedan historias para abordar en el cine y que no es necesario salvar todo el tiempo al mundo, también vale la pena acercarse a la vida de gente que intenta retomar el control de sus vidas. EL AÑO DEL LEÓN El año del León. Argentina, 2018. Dirección: Mercedes Laborde. Intérpretes: Lorena Vega, Malena Moiron y Julieta Vallina. Distribuidora: Primer Plano. Duración: 83 minutos.
Esta es la ópera prima de Mercedes Laborde que nos muestra como tres mujeres de diferentes edades deben construir el duelo de un hombre que forma parte de sus vidas, bajo un mundo lleno de recuerdos y ahora lo único que tienen es la ausencia, el dolor y la tristeza, por un lado está su pareja, quien fue su esposa y su hija de 8 años. El film se encuentra muy bien narrado, se generan interesantes climas, las tres actrices protagonistas: Lorena Vega, Malena Moirón y Julieta Vallina realizan un muy buen trabajo actoral, otorgándole buenos matices.
VÍNCULOS A MEDIAS Al cine argentino todavía le falta observar y pensar el vínculo entre dos universos aparentemente disímiles como son el adulto y el infantil, que guardan puntos de conexión aún en instancias donde dan la impresión de pararse en polos opuestos. El año del León intenta saldar parte de esa cuenta pendiente, pero solo lo hace a medias, porque no encuentra un balance apropiado y estira en demasía sus mecanismos. La ópera prima de Mercedes Laborde se centra en Flavia (Lorena Vega), quien acaba de perder a León, que fue su pareja durante ocho años. En el medio del duelo, mientras trata de adaptarse a una cotidianeidad que súbitamente tiene un vacío importante, debe quedar a cargo durante un tiempo de Lucía, la hija de León y su anterior mujer. A partir de ahí se da un choque de personalidades, pero también un encuentro entre dos personas que por caminos distintos están todavía habituándose a la ausencia y la pérdida, buscando reemplazantes o tratando de asumir que esa persona ya no está. Hay que reconocer que Laborde elige no caer en excesos melodramáticos facilistas, trabajando los conflictos de manera progresiva y hasta evitando los estallidos, buscando un tono medido que principalmente en la primera mitad se agradece. Pero a medida que transcurren los minutos, esa apuesta también revela su lado cómodo, porque la falta de sentimentalismo termina conduciendo a un distanciamiento de las acciones y eventos que se van dando. Pero además, va quedando en evidencia un malentendido: El año del León podrá plantearse como una película donde Lucía juega un rol casi central, pero en verdad su papel es bastante de reparto, porque lo que prima es la mirada adulta, la de Flavia, quien atraviesa un dilema existencial sobre cómo seguir adelante y hasta cómo pensarse como eventual madre. Eso no está mal, es totalmente válido –es una elección narrativa como cualquier otra- pero lo cierto es que finalmente le quita complejidad al relato, llevándolo a varios pasajes estirados y que giran en el vacío. Lo que queda es un film donde los tiempos muertos les restan espesor a los vínculos que se entablan entre los personajes, por lo que ese camino que va recorriendo Flavia –y un poco Lucía- solo se percibe parcialmente. Y aunque la secuencia final –con una saludable dosis de sensibilidad y honestidad- parece cerrar mucho más sólidamente el planteo, la sensación que prevalece es que faltó un golpe de horno para que la película sostenga su premisa apropiadamente. El año del León es un primer paso interesante, pero aún así dubitativo.
Flavia está trabajando con su notebook sobre la mesa, en ese momento la pequeña Lucía está bailando frente al televisor con un videoclip de una banda teen. Flavia se desconcentra y apaga la tv, Lucía la observa de reojo y se pone a escuchar música con sus enormes auriculares. Momentos incómodos de esta tónica priman en El año del león, ópera prima de Mercedes Laborde, con el protagonismo de la experimentada Lorena Vega (Flavia). Se trata de un relato intimista de una mujer que quiere superar la muerte de su ex pareja desde un punto de vista femenino. No será fácil pues la niña Lucía (Malena Moirón), hija del su difunta pareja, entra en acción provocando situaciones y choques familiares. Mercedes Laborde aborda los problemas desde una sensible óptica, el conflicto es sútil y se hace presente en el juego de miradas de ambas protagonistas. Las noches de sexo fugaz son frías y están tan lejos del disfrute como Flavia de su hija en la radiografía de una mujer que esconde sus debilidades para aparentar fortaleza. Sola en la casa… y en la vida En este caso es muy acertada la camaleónica actuación de Lorena Vega quien le aporta una dosis de misterio a su solitario pero sobradamente tenaz personaje. Un personaje 100% mujer hecho por una mujer y pensado por una mujer. El año del león es una historia chiquita, casi un susurro, pero eso no le quita méritos, el ritmo narrativo nunca decae y es consecuente consigo misma.
Flavia se enfrenta a una nueva etapa: la vida sin León, su compañero. Habiendo fallecido el hombre recientemente, ella se encuentra en la penosa tarea de amigarse con la soledad, volver a la rutina y resignificar los momentos y espacios dentro de su hogar: la cama, la bicicleta, las comidas pero también el lugar de Lucía, la hija del primer matrimonio de él. Hecho que no resulta menor, al contrario.
Restos de humedad En El año del León, opera primera de Mercedes Laborde, Lorena Vega es una viuda jaqueada por una presencia irrevocable del pasado. ¿Qué sucede con un espacio cuando muere quien lo habita? Flavia (Lorena Vega) vive en una casa grande que hasta hace poco compartía con su pareja, León. Sin darle explicaciones al espectador, El año del León presenta a través de un tono dramático tenue a una mujer de 41 años que quedó viuda e intenta acomodar su nuevo presente. Los papeles del auto, la obra social, el contrato de alquiler. El desorden que tiene por dentro, en cambio, es invisible. La película no nos informa cómo ni cuándo murió León, ese hombre que sin estar lo ocupa todo. Porque lo importante en la ópera prima de la directora argentina Mercedes Laborde no es la muerte sino lo que sucede un minuto después. La calma después del tifón. Flavia y León no tuvieron hijos juntos, pero en esa casa que aún conserva la voz de un muerto adentro de un contestador también tenía su habitación Lucía (Malena Moirón). La pequeña hija de León que llama por teléfono una y otra vez para oir la voz de su papá, atesorada en un aparato eléctrico. Como nada es suficiente para mantener vivo a alguien que ya no lo está, Lucía sigue yendo a esa casa como si nada hubiese ocurrido. Usa la computadora, mira la televisión a todo volúmen y se queda a dormir algunas noches. Mientras tanto, Flavia trata de continuar con su vida, entre el trabajo y las reuniones sociales; las citas accidentales y el sexo sin compromiso. Pero Lucía irrumpe en su cotidianidad para inmortalizar a León. Un pacto silencioso entre ellas dos y el tercer personaje: la casa, que más que un espacio es un cuerpo que hay que mantener vital, como un órgano congelado cubierto de cubitos de hielo. Una situación similar sucedía en La habitación del hijo (2001), de Nanni Moretti, cuando el cuarto de Andrea, el hijo adolescente de Giovanni y Paola que encontró la muerte en la profundidad del mar, se mantiene intacto, como lo dejó quien ya no va a regresar. Todo lo que queda de Andrea es la disposición de los objetos en ese espacio. La manera de apilar los libros sobre la mesa de luz, lo rígida que se encuentra la colcha de la cama, la forma en que los sweaters cuelgan de las perchas dentro del placard. Es un espacio detenido en el tiempo. “Está todo rajado en esta casa, todo roto”, le dice Giovanni, furioso, a su mujer Paola mientras señala un cenicero y una tetera que intentaron arreglar con pegamento. La casa de esa familia está repleta de fisuras al igual que la casa que Flavia compartió con León, y que Lucía aún considera propia. La pregunta que atraviesa toda la película es qué las une hoy a Flavia y Lucía más allá del recuerdo de alguien a quien amaron mucho. Sí persiste un lazo entre ellas a partir de la ausencia de León. Jordan Lorena Vega es Flavia, una mujer en una casa demasiado grande Tanto El año del León como La habitación del hijo son películas acerca de cómo ciertos vínculos funcionan como hilos tirantes capaces de arrancar un cadáver del ataúd. En el relato más desgarrador de Moretti los padres de Andrea se proponen mantener contacto con Arianna, la novia de su hijo que conocieron a través de una carta post mortem. Esa chica es la última oportunidad de traerlo de vuelta. Incluso pueden visualizar un futuro posible al descubrir detalles sobre él que jamás hubieran imaginado. Y, como en El año del León, las intenciones de ambos lados no siempre coinciden. Hay personajes más suspendidos que otros, y es en esa distancia donde nace la tensión. Arianna aparece en esa casa invadida de rajaduras porque desea conocer la habitación de Andrea que solo vio por fotografías. El espacio convertido en persona, la persona convertida en espacio. Y como Flavia y Lucía, esos padres y Arianna también deberán averiguar si existe un enlace entre ellos sin Andrea de por medio. Mejor dicho, si quieren que exista. El año del León replica el conflicto de las correspondencias sentimentales. Flavia quiere cerrar la puerta de esa casa que le quedó demasiado grande y mudarse a un departamento donde no quepa el vacío. Lucía se opone a su decisión porque no puede permitirse perder a su papá otra vez. Mercedes Laborde recorre minuciosamente los rincones del hogar roto, generando un suspenso emocional anclado en la amenaza de que una lámpara cambie de posición o que los alfileres ya no puedan sujetar a la pared las fotografías y el pasado caiga desmoronado por su propio peso. ¿Hay algo más aterrador que la certeza de saber que, aún detenidas, las cosas no se verán igual mañana? En definitiva, las películas de Laborde y Moretti también son relatos sobre la quietud, y para asegurarse de su permanencia deben entrar en juego las obsesiones, capaces de vigilar el comportamiento de los objetos. El motivo por el que la directora no necesita develar quién era León y qué clase de relación construyó con Flavia reside en que la historia de ellos está escrita en la organización de cada ambiente. Solo hay que saber mirar entre el ventilador y la almohada; entre el mantel y la heladera. Esa es una de las características que convierte a El año del León en una obra potente en secreto: la sutileza al narrar, entendiendo que las consecuencias de una muerte no pueden explicarse con palabras. Son las acciones chiquitas las encargadas de revelar el mundo fracturado de los personajes que rebotan entre el orden y el caos, entre la pausa y el movimiento. Laborde irrumpe en el cine nacional con una película que tiene una mirada personal y sensible sobre el duelo, que generalmente es retratado como si fuera un proceso que tiene principio y final, fecha de nacimiento y certificado de defunción. El año del León esquiva ese lugar común, deshaciendo toda clase de bordes que delimiten trayectos cerrados, para centrarse en el complejo vínculo de dos personas que ya no están obligadas a quererse ni a cuidarse entre sí y tienen por delante el desafío de descubrir una los contornos de la otra, en un escenario desconocido. En la misma casa donde vivieron o en una diferente. Siendo por primera vez dos en vez de tres. El clásico interrogante de si existe vida después de la muerte nunca se refirió a los difuntos y el más allá; sino a quienes se quedan y oscilan entre un extremo y el otro. El año del León, como La habitación del hijo, se anima a fusionar esos extremos, aceptando con una resignación liberadora que las despedidas nunca culminan, se transforman.