Salvando las distancias Javier Torre presenta su nueva película El derrotado (2010). En esta oportunidad, el director de Impunidad (2008) realiza una adaptación del libro homónimo de su padre Leopoldo Torre Nilsson y, a diferencia de sus películas anteriores, sale airoso gracias a una gran labor de sus protagónicos y una minuciosa reconstrucción de época. La película cuenta la historia de un obsesivo apostador que no puede evitar endeudarse con el juego, hecho que lo llevará a perder todo lo que considera de valor en su vida. A su vez, su mujer comenzará una relación paralela y analizará la posibilidad de dejarlo. El derrotado no es una buena película pero tampoco es mala. Es una superproducción –costó 950 mil pesos- bastante cuidada en lo técnico, con una reconstrucción de época minuciosa que acentúa las miserias de una clase social proletaria. Otro rubro que se destaca son las buenas interpretaciones de sus actores protagónicos. Adrián Navarro componiendo a un perdedor memorable, Rafael Ferro a un seductor y cálido amante y Romina Gaetani, en su debut cinematográfico, en la dulce y sufrida esposa del derrotado. Ella es quien absorbe toda la frustración de su marido narrativamente, algo muy bien logrado por la actriz. Sin embargo El derrotado tiene problemas de construcción narrativa. La sucesión de planos para presentar un espacio, los ejes no respetados y la carencia del desarrollo dramático para exponer un conflicto interno, hacen que la nueva producción de Torre no pueda considerarse un buen filme. Ahora, si nos atenemos a los aciertos, debemos rescatar la cuestión emocional - nostálgica del filme, que presenta en palabras del director “un recuerdo memorable de mi infancia”, cuestión que explica cierta atmósfera densa por la temática, pero entrañable desde el clima generado. Con estas aclaraciones previas, hay que decir que El derrotado se deja ver. Por más que su narración avance “a los golpes” tiene un plus que es su cuidado técnico y la calidad de sus actuaciones que alcanza la media. Y al ser una historia de conflictos internos al estilo Torre Nilsson, logra su cometido.
Prisionero de sí mismo El Derrotado es un film basado en una novela homónima escrita por Leopoldo Torre Nilsson en los años 50. Publicada recién en el 66, y luego extraviada. De viaje por La Habana, Cuba Javier Torre encuentra casualmente el libro de su padre y decide hacer un film. El derrotado suele ser casi absolutamente fiel al texto, en la mayor parte de sus diálogos narra la historia de Julio (Adrián Navarro), quien trabaja en un estudio contable y vive con su mujer Celina (Romina Gaetani) y su hijo de 5 años. Ambos pertenecen a clases sociales un poco distanciadas, él es un jugador compulsivo, que se desespera por las carreras de caballos. Un hombre aprisionado en una situación amorosa y a la vez preso del juego, quien va autodestruyéndose de a poco hasta arribar a la tragedia, luego de haber perdido todo. Una producción muy costosa, con una muy buena dirección de arte, donde tanto la reconstrucción de época (los 50), como la actuación de Adrián Navarro y Rafael Ferro, en ese orden, sumada a la sensualidad de Romina Gaetani (su primer trabajo en cine) son los aspectos más destacables del film. Esta vez Javier Torre no ha recurrido ni a la literatura de Puig, ni a la de Arlt, ni a la de Borges. Sino, que se ha dado el lujo de adaptar una novela de su padre 61 años después. Dijo Javier Torre en la Conferencia de Prensa: "La película emocionalmente me movilizó mucho porque yo era niño en esa época, por ello todo el tema de la reconstrucción me produjo mucha nostalgia" enfatizó. Al preguntársele sobre el casting Javier Torre explayó "Fue una serie de casualidades que llevaron a armar ese reparto. A Adrián (Navarro) me lo propuso Pascual (Condito), el representante de Adrián me sugirió a Romina Gaetani que quería incursionar en el cine, y ella para las escenas de sexo me propuso a Rafael (Ferro) que era amigo suyo". "Hubo una suma de buenas voluntades para hacer la película, desde mi hermano que no me pidió plata por los derechos de la novela, la predisposición de los actores, la participación desde un comienzo de Condito en el proyecto, y hasta el trabajo digital de postproducción que hicieron los técnicos que, por ejemplo, se tomaron el trabajo de eliminar digitalmente todas las cerraduras que no eran acordes a la época, o el color de los ojos de los actores". El cine argentino se vuelca cada vez más al recurso de contar historias, más o menos lineales, pero historias pensadas para que el público no se devane los sesos intentando armar un rompecabezas, que en muchas ocasiones, a pesar del esfuerzo, no lo logra. Algunas veces con más acierto que otras, pero historias al fin.. historias.
Apuestas en una Buenos Aires nostálgica Basada en la novela escrita por su padre Leopoldo Torre Nillson, la película de Javier Torre cuenta esta historia de perdedores y romances ocultos con una correcta ambientación de la década del 50. La trama sigue a Julio (Adrián Navarro), un jugador empedernido que está dispuesto a todo con tal de salvarse y que descuida a su esposa Celina (Romina Gaetani en su debut cinematográfico), una mujer que asegura que "en esta casa todos nos volvemos viejos antes de tiempo". Su pequeño hijo (Facundo Navarro) tampoco corre con mejor suerte. El film espía con nostalgia una Buenos Aires lejana (los besos en el "zaguán", "lo que dirán los vecinos") e impone la presencia de una madre fuerte (Norma Argentina) que sabe la clase de hijo que tiene y una hermana que sólo quiere casarse. El romance prohibido con un aviador (Rafael Ferro) no tarda en aparecer y tampoco los deseos de Celina de dejar una vida miserable junto al hombre que nada aporta a su vida. El derrotado se ve con agrado y se codea con el mundo marginal sin llegar a retratarlo. Sólo muestra a un hombre que pierde todo y se encamina hacia la autodestrucción, entre apuestas, alcohol y robos.
Javier Torre cuenta con rigor la historia de un perdedor Julio, en torno del cual gira la historia del film, tiene 35 años, un trabajo oficinesco que desprecia, una esposa sumisa y acostumbrada a las humillaciones de su marido y un pequeño hijo que casi todo el día está jugando en la calle o amparándose en su abuela, quien comparte la casa humilde que habita esa familia. Este hombre gris tiene como única diversión las carreras de caballos y los juegos de dados y de cartas, pero el azar siempre le es esquivo. Su mujer, perteneciente a una clase social más alta, lo padece. Un buen día conoce a otro hombre, apuesto, con una apreciable fortuna, con quien comenzará un apasionado romance. Ella, por fin, cree haber hallado la completa felicidad. Pero su destino cambia por completo. Javier Torre y Rodolfo Mórtola, de acuerdo con una novela de Leopoldo Torre Nilsson (padre del cineasta), lograron un guión en el que la angustia de sus personajes asoma en cada escena, en cada detalle y en cada frase. Del grupo sobresale ese Julio desesperado y abandonado, cuyo mundo se derrumba definitivamente La dramática anécdota, sin duda presente en la novela original, tuvo en la dirección de Torre a alguien que supo recorrer con enorme convicción las andanzas de ese hombre que espera, vanamente, que el azar le brinde alguna vez una oportunidad. La dirección de arte tuvo en Catalina Motto a una sagaz vislumbradora de la época, principios de la década del 50, en que transcurre la acción, en tanto que el elenco, del que sobresale el para nada fácil trabajo de Adrián Navarro, estuvo acertadamente apoyado por Romina Gaetani, Mónica Galán y Norma Argentina.
Crónica de un fracasado Un jugador compulsivo y la caída de una familia. Este drama sin atenuantes es la adaptación cinematográfica de Javier Torre ( Las tumbas , Fiebre amarilla , Un amor de Borges ) de una novela de su padre, Lepoldo Torre Nilsson. El protagonista, un jugador compulsivo en plena debacle autodestructiva, es interpretado por Adrián Navarro. En el papel de su esposa, una mujer atrapada en un matrimonio, asfixiante, Romina Gaetani; en el del amante de ella, un bon vivant , Rafael Ferro. Los principales actores de esta película, que transcurre en 1951, son conocidos, de trayectorias esencialmente televisivas.Julio es un oficinista oscuro, alcohólico, resentido, perdedor, machista, con ciertas características arltianas. El ambiente del turf, una de sus mayores adicciones, está bien retratado por el realizador, pero la interpretación de Navarro es un tanto impostada, con su permanente tono arrabalero, casi de compadrito, de guapo fracasado. Las características de época aparecen más en detalles -muchos de ellos sonoros- que por una ambientación grandilocuente: otro de los aciertos del filme.Celina, la esposa de Julio, podría ser una especie de Emma Bovary si no fuera porque su esposo da motivos más activos que el célebre Charles Bovary para empujarla al adulterio. Estas secuencias, el modo en que ella conoce a otro hombre y comienza una relación paralela, adolecen de cierta simpleza y superficialidad en la puesta en escena. Lo mismo ocurre en las partes en que ella hace el amor casi con desdén con su marido o en las que él es estafado por alguien en quien confía.La pareja tiene un hijo pequeño que, en medio del conflicto de sus padres, es cuidado por la madre de él (Norma Argentina), una persona indiscreta, que hace más opresivo al mundillo familiar. Para colmo, la madre de ella (Mónica Galán), perteneciente a una clase más alta, le critica a Celina el vínculo con Julio. La trama avanza hacia algunas tragedias previsibles y otras no tanto. Los personajes generan poca empatía con el espectador: en algún punto son unidimensionales.Algunos diálogos ampulosos, la música tanguera, el retrato del mundo oficinesco remiten a un cine nacional algo antiguo, con personajes un tanto estereotipados. El gradual descenso al infierno de su protagonista es el hilo conductor, la matriz, de un drama familiar con variados elementos sociales.
Doloroso drama de un jugador compulsivo No todas las películas buscan la simpatía del público. La que aquí vemos es amarga, dolorosa, ácida, sincera, su personaje central es odioso, los demás irritan o dan pena, porque así es la historia. No busca la simpatía, sino la aceptación de una realidad torturante, acaso el propio exorcismo del autor y del espectador frente al miedo a caer y seguir cayendo. El protagonista es un jugador compulsivo, autodestructivo, sin suerte ni mayor talento. Por las apuestas se endeuda, por el resultado de las apuestas descarga su bronca en la familia. No puede hacerlo en el trabajo, porque es un mero empleaducho de oficina, ni en la calle, porque es un infeliz al que cualquiera le gana. Víctimas directas son su esposa, tan bonita que asombra ver cómo la descuida, y su hijo, abandonado a sí mismo. Un piso más arriba están la madre, a quien respeta pero no obedece, y la hermana, que no lo respeta ni lo obedece. También la mujer le perderá el respeto, cuando encuentre un tipo más atento y con dinero (no importa que sea casado). La acción transcurre a comienzos de los 50, muy bien ambientados por la directora de arte Catalina Motto, con voces y cortinas radiales de la época que contribuyen a la sensación de verosimilitud (y también a la emoción del recuerdo en el público mayor), y los intérpretes dan justo el modo de la gente común de entonces, según la veía el autor de la novela original, Torre Nilsson, cargada de amargura y fielmente adaptada por su hijo Javier. Esto es así. Torre Nilsson, él mismo un adicto a los burros, escribió su novela cuando joven, unos meses que andaba sin trabajo y los hijos eran chicos. Después comenzó su racha de películas prestigiosas, la publicó en 1964 (Jorge Álvarez Editor, una sola tirada), y siguió adelante. Su hijo Javier encontró un ejemplar hace poco, en una librería de viejo, y en sus páginas se reencontró con las figuras de su infancia y los fantasmas de su padre. El histórico ayudante de dirección y coguionista de este último, Rodolfo Mortola, ayudó en la adaptación. Los diálogos, los caracteres, las situaciones, la mentalidad prejuiciosa y mezquina visible en esos tiempos, todo eso fue entonces llevado a la pantalla, de modo claramente reconocible. Adrián Navarro, bien en porteño de antes, Rafael Ferro, en papel de niño bien con suerte en el amor, Romina Gaetani, esposa sufrida que se va animando a liberarse, Norma Argentina y Julieta Cáceres, como la madre y la hermana, son los principales intérpretes, todos elogiables. Único reproche, la sábana que oculta el final de la espalda de Gaetani en su mejor escena de sexo. Quien pague para verla totalmente desnuda, pierde.
En general los largometrajes de Javier Torre, que cuentan con búsquedas temáticas y cierta capacidad narrativa, no han sido muy valorados, quizás por haber sido estigmatizado por su condición de hijo de Leopoldo Torre Nilsson y nieto de Leopoldo Torres Ríos, prestigiosos hombres de cine. Se trata de un cineasta desparejo, sí, pero también capaz de contar bien una historia, como demostró en Las tumbas, El camino de los sueños, El juguete rabioso y especialmente Un amor de Borges. En el caso de este nuevo film suyo logra un nivel aceptable, trasladando al cine precisamente una novela de su padre, acaso influenciado por su mujer escritora Beatriz Guido. Sea como fuere, se trata de una historia con costados interesantes y algunas falencias que Torre no pudo remontar, como la falta de un crescendo dramático en el protagonista, un jugador empedernido y patológico que hace honor al título. En cambio el rol de su mujer tiene otro aliento trágico y más alternativas. La trama transcurre en una Buenos Aires de la década del 50 que se transforma en un personaje más, dentro de una humilde pero acertada recreación de época y de tipos humanos. Adrián Navarro logra darle una convincente máscara a su perdedor, bien acompañado por la bella Romina Gaetani, el sólido Rafael Ferro y acertadas participaciones de Daniel Ritto y Elena Pérez Rueda.
Este es otro film del director argentino Javier Torre, que fue escrito por su padre, el gran cineasta Leopoldo Torre Nilsson, y tiene como productor a Pascual Condito; los protagonistas son: Adrián Navarro, Rafael Ferro y en su primer protagónico en el cine Romina Gaetani. Trascurre en Buenos Aires en 1951, debemos enmarcarnos en momentos sociales y políticos; los protagonistas son un matrimonio de unos diez años de casados, ella es Celina (Romina Gaetani ) de unos 28 años, pertenece a otra clase social, se caso cuando tenía 16 años, quedo deslumbrada cuando conoció Julio (Adrián Navarro), un hombre muy buen mozo, este hoy tiene 35 años, trabaja en un estudio contable, es un jugador compulsivo, se pasa gran parte del día en el hipódromo apostando, en esto gasta todo su dinero, alcohólico, fumador, de mal genio ,da a su familia una vida desgraciada, viven en una miseria extrema, y también a su pequeño hijo Manuel (Facundo Navarro), que pasa sus días en casa de su abuela (Norma Argentina), en la calle y soportando los gritos de su padre. Su esposa es quien absorbe constantemente toda la frustración de su marido, una mujer sufrida, presa de un destino agobiante, ella intenta sobrevivir a todo eso, pero su vida tiene un giro ante el llamado de una amiga del pasado Clara (Soledad Palacio) y allí conocerá a Alberto (Rafael Ferro), un seductor que se encuentra en muy buena posición y los días de Celina cambian repentinamente. El film habla de los perdedores, de los amores clandestinos, está el que dirán los vecinos, los novios en el zaguán, como un hombre llega a autodestruirse, está presente la desesperanza y la angustia; podemos decir que técnicamente está bastante cuidada, dentro de la reconstrucción de época bien subrayada, las diferencias sociales, bien acentuada las miserias de esos años, pero la película tiene algunos problemas de narración, le falta más dramatismo, más intensidad,es bastante previsible, será porque hay actuaciones correctas, otras algo sobreactuadas, es algo opaca, y no llega a convencer demasiado.