EL DESARMADERO La principal virtud de este relato dirigido por Eduardo Pinto, no es sólo la asombrosa y potente actuación de Luciano Cáceres, el protagonista, sino, principalmente, el disfrazarse de cine de terror para poder hablar de salud mental, un tema olvidado por los gobiernos, y en el que no vale sólo ofrecer soluciones químicas para tormentos que persisten y duelen. El desarmadero, escenario principal, en donde miles de historias disparan la “locura” del protagonista, es una radiografía de la sociedad y sus cuentas sin cumplir.
Con un abordaje de la locura similar a La Isla Siniestra de Scorcese y una puesta en escena que por momentos recuerda a El Maquinista de Brad Anderson, El Desarmadero es una propuesta de terror psicológico intensa y controlada con precisión.
La unión de Luciano Cáceres siempre con el grado de intensidad que requiere un personaje puesto al límite y los hermanos Pinto funciona muy bien. Con el director y guionista Eduardo Pinto, y el actor a Pablo Pinto arman una sociedad creativa muy potente. Aquí se encuentra el terror pero es un film que convoca otros temas que dan miedo: La salud mental que algún ingenioso imaginó se cura con una pastilla diaria de por vida, el territorio de la ley del más fuerte, la justicia por mano propia (“tirá” le dicen al nuevo sereno que es Cáceres en esel desarmadero de autos,” tirale a las piernas a los pibes que vienen a robar, no pasa nada”). El escenario es ese cementerio de autos chocados, con todo el clima de tragedia que tiene un lugar desolado, con artefactos que fueron símbolo de poder y ahora se les extrae el último jugo. Con humanos ya excluidos que no son tenidos en cuenta por nadie. Con un protagonista que proclama que “ no estoy loco, estoy solo…”. Es un artista sensible que pasó por un hecho traumático y trágico que no puede superar. Cuando le dan el alta de un instituto psiquiátrico, lo tiran en ese basurero-cementerio-automotor para que trabaje de día y banque de noche. Entre una realidad sin remedio y una posibilidad de reencuentro en otro plano la tentación está a su alcance. Potente film que resume significados y nos trae al terror también, para ponernos a pensar en los temas que realmente dan miedo.
El terror psicológico nacional llega a las salas para asustarnos con una ficción atravesada de traumas y pérdidas. Ambientada en un desarmadero y protagonizada por Luciano Cáceres, nos convertimos en testigos de la desgarradora historia de un artista plástico.
El cine de Eduardo Pinto (“Corralón”, “La Sabiduría”) sabe generar un aire tenso en donde sus personajes se mueven cómodamente. En su nuevo trabajo, “EL DESARMADERO”, no solo elige aferrarse a la negrura de sus criaturas sino anclar más puntualmente en el terror y de esta forma, modificar parte de su estilo aunque queda preso de algunas convenciones propias del género. Bruno (Luciano Cáceres, uno de los actores “fetiche” de Pinto) es un artista plástico que después de sufrir un hecho traumático es internado bajo tratamiento psiquiátrico. Frente a la posibilidad de reinsertarse en su vida social por fuera de la internación, su amigo Roberto (Pablo Pinto) le ofrece una vivienda en su desarmadero, que además de ser una interesante oportunidad laboral, significará encarar una nueva forma de vida, que intentará brindarle la posibilidad de dejar completamente atrás los hechos que lo atormentan. Recorriendo el predio, uno de los autos oficiará de disparador de sus recuerdos, de su vida anterior y generará nuevamente el contacto con la locura y el descontrol frente a los recuerdos que vuelven a hacerse presentes. Una mente errática y que divaga entre su arte, el pasado y las presencias que aparecen cada vez con más frecuencia y con más fuerza, hacen que Bruno comience a sumergirse en un camino sin salida que va potenciando su desequilibrio, al mismo tiempo que se aleja de su tratamiento. Este mundo onírico y fantasmático, descontrolado y fantástico, permite que Pinto se luzca con una puesta en escena destacada. Sus ideas son precisas, claras y se apoyan en una gran solvencia narrativa, aunque a medida que avanza la historia, el guion –también de su autoría- se ve debilitado por una serie de lugares comunes y zonas demasiado obvias, que atentan contra la fuerza del relato, transitando por algunas situaciones previsibles. Luciano Cáceres nuevamente se muestra sumamente sólido en el rol protagónico y, acompañado por Pablo Pinto, encuentran el tono correcto de sus personajes y la química entre ellos. Las participaciones de Diego Cremonesi (con un papel que le permite transitar por tonalidades diferentes a sus últimos trabajos en la pantalla grande), Clara Kovacic y Malena Sánchez, completan el elenco de una propuesta que toma nuevos riesgos y aborda nuevas zonas dentro del cine de Pinto y logra esa marca de autor que se imprime en todos sus trabajos. .
Bruno es un artista plástico que después de un hecho traumático se refugia en un desarmadero de autos chocados donde deberá vigilar el predio. Una noche tendrá una visión reveladora y hará lo imposible por ingresar al universo de los muertos. Tal la síntesis argumental, en realidad antes de llegar al desarmadero, pasa un tiempo recluido en un hospital psiquiátrico. Del cual lo único que nos muestran es una habitación privada y nada del proceso del tratamiento. La Dra. (Malena Sanchez) le da el alta. Al salir su amigo Roberto le da trabajo en el desarmadero del titulo, allí tendrá malas experiencias, con
Terror psicológico de Eduardo Pinto con Luciano Cáceres Eduardo Pinto indaga con el terror psicológico en las afueras de la ciudad, mas precisamente en el curioso y atractivo espacio del título. Luciano Cáceres es Bruno, un artista plástico que sufre un evento traumático y queda al borde de la locura. Con permiso de su psiquiatra (Malena Sanchez) sale del hospicio y busca alejarse del trauma. Su amigo Roberto (Pablo Pinto) le ofrece trabajar de sereno en un desarmadero y evitar que personas desamparadas (Diego Cremonesi es uno de ellos) usurpen autos desmantelados del lugar “esto es propiedad privada “ dice Roberto. Cuando descubre que el vehículo donde se accidentaron fatalmente su mujer e hija está en el lugar, los fantasmas de su mente regresan para siempre. Como el título lo indica, la locación es el 50% de El desarmadero (2021). La fisonomía laberíntica del desarmadero genera la ambigüedad necesaria para confundir al protagonista, que encuentra desarmados los coches y también, sus recuerdos. Además del depósito de autopartes, son grandilocuentes las locaciones de la capilla donde pinta Bruno o el hospital psiquiátrico ubicado en medio del campo. Espacios donde los espectros acosan al protagonista. Los planos filmados con drones magnifican los escenarios y le dan el tinte fatalista a la historia. Luciano Cáceres, habitué de este tipo de relatos, está en plano casi toda la película en el papel de un hombre afectado emocionalmente que no distingue realidad de fantasía. La historia contada desde su punto de vista -mientras pasa de la cordura a la locura- hace que desconfiemos de lo presentado ante sus ojos. Eduardo Pinto (Corralón, La sabiduría, Sector Vip) sigue los tópicos del género de fantasmas de manera eficaz, con el uso de algunos clichés también, y mucho diseño visual y sonoro para hacer efectivos los sustos y crear imágenes siniestras. Una película que cumple sus objetivos sin destacarse, pero con la solvencia necesaria para ser un producto de estas características.
El desarmadero se vale de los recursos del thriller psicológico y el cine de terror para abordar asuntos espesos que logra anudar con criterio: la rigidez de algunos tratamientos convencionales en el área de la salud mental y la crudeza con la que se han naturalizado las desigualdades entre los que están dentro y fuera del sistema, un efecto colateral del desarrollo de la economía que cada vez es menos cuestionado. Están los vivos y están los muertos, que son los que no pueden consumir nada, se dice en esta película oscura y pesimista de Eduardo Pinto (Palermo Hollywood, El corralón, Sector VIP) que plantea su propio micromundo sensorial: el uso de diferentes lentes, los tipos de encuadre, los movimientos de cámara y la edición están pensados para generar un clima inquietante que se sostiene a lo largo de toda la historia. Para el protagonista -un Luciano Cáceres muy decidido a la performance intensa- es imposible escapar de los fantasmas de un pasado traumático: no puede morigerar con ningún cóctel químico el dolor de una reciente desgracia familiar que lleva todo el tiempo como un carga insoportable sobre los hombros y tampoco logra reintegrarse a la dinámica social ,porque fuera de los protocolos fríos del psiquiátrico, también se respira demasiada hostilidad. Las enormes pilas de chatarra que lo rodean en su intento fallido de reinserción son el escenario amenazante, casi distópico que prefigura la tragedia.
Bruno (Luciano Cáceres) supo ser un reconocido artista plástico con una familia feliz que conformaba con su esposa (Clara Kovacic) y su hija (Amelia Cáceres Currá). Pero sobrevino la tragedia y con ella el descenso a la locura. El protagonista terminó internado en una clínica neuropsiquiátrica, dejó de pintar y se convirtió en un alma en pena. Cuando finalmente le dan el alta, opta por la soledad más absoluta y pasa a ocuparse del desarmadero de autos del título del que es dueño su amigo Roberto (Pablo Pinto). Mientras pasa las noches en una diminuta casa rodante, debe lidiar con una familia de ladrones liderada por un marginal interpretado por Diego Cremonesi que suele irrumpir en el predio, pero sobre todo con su precaria salud mental. Crisis que se ahondará cada vez más cuando deje de tomar su medicación e inicie todo tipo de alucionaciones y viajes mentales que lo lleven al más allá, al mundo de los muertos. El prolífico director de Palermo Hollywood, Dora, la jugadora, Caño dorado", Buen día, día, Corralón, Natacha y La sabiduría apela a su habitual hiperestilización visual (en este caso con mucha steadycam y abuso de drones con encuadres cenitales) para narrar una historia de terror piscológico en el que se destacan, además de la fotografía, la esforzada actuación de Cáceres y la locación principal (el desarmadero). Sin embargo, más allá de algunas tomas muy vistosas y ciertos climas sugerentes, la película se pierde entre recursos remanidos, lugares comunes, subrayados y clichés (narrativos, visuales, dramáticos y hasta sonoros) propios del cine de género más convencional.
"El desarmadero", fantasmas en el laberinto. Entre el thriller psicológico y el terror, el realizador argentino sitúa a un paciente psiquiátrico en un ambiente por momentos claustrofóbico, pero sin perder de vista una realidad de ctrisis y marginalidad. “No estoy loco, estoy solo. Y no quiero estar más así”, responde Bruno cuando alguien lo acuse de andar por la vida con los patitos fuera de la fila. Lo cierto es que hay motivos para pensar que la locura anida en ese hombre que aún siente en carne viva el dolor por la pérdida de su mujer y su hija en un accidente de tránsito. Un dolor que intenta purgar a través de cuadros cuyos trazos dialogan de forma directa con su fragmentación mental. Esa fragmentación lo llevó a pasar un buen tiempo en un hospital psiquiátrico del recibe el alta por parte de su doctora (Malena Sánchez) en los minutos iniciales de El desarmadero, que llega a la cartelera comercial luego de su paso por una de las secciones paralelas de la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. cuidar los hierros retorcidos y rescatar de entre ellos todo lo que pueda revenderse. Sencillo, pero también lo suficientemente solitario para enfrentarlo con sus peores fantasmas. Lo de fantasmas es literal: noche a noche se despierta sudado y agitado a causa de las pesadillas que involucran a su mujer e hija, las mismas a las que ve –o creer ver– entre los autos que dominan la geografía de esa locación del conurbano bonaerense que la fotografía de Fernando Lugones, en asociación con la cámara flotante de Pinto, transforma en lúgubre y laberíntica, como si fuera una prolongación de la cosmovisión de Bruno. Pesadillas que de tan recurrentes empujan al relato hacia una circularidad de la que por momentos le cuesta salir. Quienes rompen con ese loop son los integrantes de un grupito de delincuentes que cada tanto se dan una vuelta por el desarmadero y a los que Bruno enfrenta con particular encono. Es, pues, una guerra entre descastados, entre un paciente psiquiátrico sin contención y esos jóvenes para los que el bienestar es una quimera. El desarmadero, entonces, como una película en la que resuenan los ecos de un presente permeado por la crisis y la marginalidad.
"No puedes manejar la verdad!" – A Few Good Men LOCOXELCINE REVIEWS ESTRENO DE LA SEMANA DRAMAREVIEWS Review: El desarmadero Patricio Ferro - 6 de octubre de 2022 El desarmadero es una película de terror producida en Argentina, estrenada en el 36 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, y protagonizada por Luciano Cáceres. Está escrita y dirigida por Eduardo Pinto y completan el elenco Diego Cremonesi, Amelia Cáceres Currá, Malena Sánchez y Clara Kovacic, entre otros. La historia se centra en Bruno, un artista plástico que luego de salir de un hospital psiquiátrico trabaja como custodio en un desarmadero de autos. Pero una vez allí deberá enfrentar tanto a ladrones que buscan robar la chatarra como a fantasmas vinculados a una situación traumática de su pasado que comienzan a atormentarlo. En primer lugar, es necesario destacar que, a la manera de los maestros del cine de clase B, saca provecho del bajo presupuesto, transformándolo en una decisión de puesta en escena en lugar de una carencia. Es así como se aprovecha el fuera de campo para ir revelándose de a poco la información al espectador y hacer un uso efectivo de los jump scares que lo toman por sorpresa. Además de una fotografía, a cargo del debutante Fernando Lugones, cuyas lentes angulares generan una sensación de extrañamiento que construye el clima dándole una estética surrealista. Un párrafo aparte merece Luciano Cáceres, su protagonista, que por momentos recuerda al Spider de Ralph Fiennes por la forma en que su mente se quedó anclado en un pasado, de felicidad en este caso, que vamos conociendo por medio de flashbacks, y cuya pérdida genero un trauma. Conteniendo sus sentimientos, que expresa únicamente por medio de dibujos que pinta en las puertas de los autos. En conclusión, El desarmadero es una película de terror psicológico efectiva, porque mantiene al espectador activo formulando hipótesis sobre lo que ocurre en pantalla. Y se convierte en un caso más de una explotación del género en Latinoamérica, cuya identidad propia revitaliza un tipo de cine que se encuentra en decadencia en otras partes del mundo.
Aún cuando sus raíces vienen por el lado del thriller policial, Eduardo Pinto demostró su talento para contar historias de terror. Basta recordar Corralón -que comienza como un film costumbrista y se va sumergiendo en las aguas pantanosas del género- y La sabiduría, donde también los elementos más extravagantes y violentos irrumpen para destronar toda idea de realidad. En cada caso, el director le imprime un sello personal, vinculado a las luchas de clases (tampoco se debe olvidar Lo inevitable, de Fercks Castellani, donde ofició de productor y director de fotografía). La misma línea sigue con El desarmadero. Luciano Cáceres interpreta a Bruno, un atormentado artista plástico que es dado de alta en un hospital psiquiátrico. Sin tener adonde ir, acude a Roberto (Pablo Pinto), un amigo que le permite trabajar de sereno en un viejo desarmadero y vivir en una casa rodante ubicada allí mismo. Rodeado de restos de vehículos, espera encontrar algo de tranquilidad. Eso está lejos de ocurrir: por un lado, debe lidiar con un grupo de ladrones, liderados por Ojoloco (Diego Cremonesi), y por otro, es acosado por visiones espectrales de su esposa (Clara Kovacic) y la hija de ambos (Amelia Cáceres Currá), ambas muertas, lo que irán resquebrajando aún más su mente torturada. Pinto vuelve a acertar con una ambientación familiar, palpable, pero que se va volviendo inquietante y peligrosa. Aquí el arte y la fotografía juegan un papel crucial, y el director da cátedra de cómo usar un dron con fines dramáticos. No sobresalen referencias concretas, aunque es posible descubrir guiños al cine de John Carpenter: el horror a partir de elementos inofensivos -los autos, la chatarra, Christine-, y el aislamiento, reforzado con el sorpresivo cameo de un VHS de Asalto al precinto 13. Al igual que en Corralón y Lo inevitable, Luciano Cáceres logra sumergirse en las tinieblas de su personaje, sin perder ni una pizca de magnetismo. En esta oportunidad, el actor pudo compartir escenas con Amelia Cáceres Currá, su hija en la vida real, que junto a Clara Kovacic -la Jamie Lee Curtis del cine argentino- brindan momentos espeluznantes. Diego Cremonesi nos regala un nuevo personaje desquiciado, mientras que Malena Sánchez compone a la psicóloga de Bruno. En su cáscara de terror psicológico, El desarmadero indaga en el dolor y sus ramificaciones, y confirma a Eduardo Pinto como un especialista en el terror local con voz propia.
Estaba o no estaba allí; y si no podía verlo, era porque no estaba. Otra vuelta de tuerca – Henry James Una nueva propuesta de cine de género nacional llega a salas. Tras paso por algunos festivales (por acá pasó por el Festival de Mar del Plata, por el Buenos Aires Rojo Sangre, por el Construir Cine…), se estrena lo último del director y guionista Eduardo Pinto (Corralón, Sector Vip, La sabiduría). Esta vez nos encontramos ante el retrato de la locura que vive un artista plástico rodeado de fantasmas de su pasado. Luciano Cáceres interpreta a un artista plástico que tras una situación traumática, un accidente fatal, queda solo y encerrado en un hospital psiquiátrico. Cuando logra salir, se le aclara que su tratamiento es de por vida, que la idea es poder seguir adelante con el alta, con responsabilidad, pero sin abandonar la medicación. Hay acá un acercamiento interesante al muchas veces vapuleado tema de la salud mental. Gracias a su único e incondicional amigo, este hombre que no quiere volver a su casa por los recuerdos, consigue trabajo en un desarmadero que pasa a tener a su cuidado, siendo además incapaz de reconectarse con el arte al que le dedicó su vida. Pero esa especie de cementerio de autos se convierte pronto en un escenario de pesadillas recurrente. La presencia de unas personas de la calle que cada tanto usurpan la propiedad privada y se muestran violentos y hostiles terminan de desfavorecer su extraña estadía. Acá entra en juego Diego Cremonesi, que con pocos momentos consigue una interpretación muy potente. Pero el protagonista inmenso es Luciano Cáceres que vuelve a demostrar su versatilidad, aquí entregándose a la propuesta, comprendiendo por completo el tono. En El desarmadero, y en su cabeza, lo real e irreal se confunden en medio de la desolación y él consigue transmitir todo el miedo pero también algo de esperanza. Una historia de fantasmas que consigue plasmar atmósferas ambiguas y oscuras a través de una premisa simple y efectiva. En esa simpleza del argumento y la capacidad de desarrollarlo de manera sólida a través de estos climas enrarecidos radica esta efectiva propuesta. La fotografía y el uso de grandes angulares aportan las últimas pinceladas de esta historia sobre la soledad que nos obliga a enfrentarnos con uno mismo, siempre nuestro peor enemigo. Muchas veces no es la locura el problema, sino la soledad.
AMAGOS DE UNA PELÍCULA DIFERENTE En El desarmadero, el director Eduardo Pinto ensaya un relato de terror psicológico que proviene, si nos vamos muy atrás en el tiempo, de la tradición de los cuentos de Poe, acerca de un hombre acechado por los fantasmas de su pasado. La película trabaja la no determinación entre dos posibilidades: que estemos viendo lo que ocurre desde un punto de vista no confiable o distorsionado y la realización de lo sobrenatural como componente del verosímil. Juega, entonces, con las expectativas del espectador. En este caso, nuestro POV es Bruno, protagonista de la historia, quien luego de sufrir un evento traumático y pasar un tiempo en un hospital psiquiátrico comienza a trabajar como sereno en un desarmadero de autos. Se trata de un planteo algo formulaico, no solo desde lo narrativo sino desde los procedimientos y el lenguaje audiovisual que se utiliza para contar lo que ocurre. Sin embargo, la película nos plantea otra arista más interesante desde la construcción del espacio. El desarmadero como lugar funciona bien en dos sentidos: uno simbólico, en tanto metáfora de la mente del protagonista, y otro literal: la captura de sus componentes materiales y visuales, por la que se cuela una veta casi de crítica social que no llega a convertir a la película en cine de denuncia pero que sí lleva adelante una representación de “lo marginal” en un sentido, a priori, positivo. Aclaro, porque esta palabra, o más específicamente su carga referencial, se encuentra asociada popularmente a la exitosa serie que también escribe y dirige Pinto. Y hay que decir que si bien los elementos que hacen a “lo marginal” en El desarmadero no siempre establecen relaciones de sentido con los motivos principales del relato (se podría llegar a discutir que funcionan como un subplot sin mayor trascendencia o hasta una excusa narrativa algo vaga para llevar al protagonista a ciertos momentos dramáticos), no se repite acá el tratamiento estereotipado y casi de exploitation que se ve en el programa televisivo. No. Hay en El desarmadero algunas cuestiones vinculadas no solo a lo escenográfico sino también a la construcción del espacio desde los planos y movimientos de cámara que amagan a una posible vinculación entre el aspecto literal y el simbólico del lugar donde vive y trabaja Bruno. Casi un cruce entre verosímiles que confundiría lo real con lo fantástico y lo interior con lo exterior, o exploraría con mayor profundidad los posibles nexos entre estas dos facetas. Pero lo cierto es que la película juega con estas cuestiones, muestra puntas interesantes, pero al final triunfa el relato convencional, imitativo del modelo estadounidense, en el que lo sobrenatural cumple un rol predecible, sencillo, hasta cómodo. Desde ese momento al espectador no le queda mucho más que esperar lo que sabe que vendrá y dejarse llevar por ello.