Película con una tensión in crescendo, la ambivalencia y contundencia de sus personajes revelan la posibilidad de reescribir el clásico relato de confrontación entre clases con una mirada diferente y en donde lo ominoso gana espacio a fuerza de logradas interpretaciones. “El empleado y el patrón” de Manolo Nieto, protagonizada por Nahuel Perez Biscayart, Justina Bustos, Cristian Borges y Jean Pierre Noher, entre otros, comienza con una escena que interpela al espectador de una manera contundente, para luego desarrollar un relato en otra línea y en la que los vínculos entre los personajes protagónicos comienzan a subvertir aquello que se esperaría que suceda. Y en eso de lo “esperable”, en donde la educación hegemónica capitalista nos ha introducido miles de fórmulas y estereotipos, Nieto se anima a subvertir roles y en pequeñas frases dichas por aquellos que no deben hablar, solo “servir”, se traza un fresco de la cultura del campo, en donde el patrón siempre se propone estar por encima del empleado con una asquerosa doble moral utilizaría. “Mirá que si quiero te hundo”, dispara la nueva empleada “doméstica” de la estancia, y el giro que da esta propuesta, con una mirada actualizada sobre la lucha de clases, y en donde nada ni nadie es realmente quien dice ser, apoyada en las logradas actuaciones de Perez Biscayart y Borges, y en donde la constante amenaza sobre la fragilidad de cuerpos vulnerables, los que, en definitiva, impulsan la rueda económica, dispara el tempo narrativo con luces y sombras y logrados momentos.
Primero fue el balneario de La Pedrera (La Perrera), luego la ciudad de Salto (El lugar del hijo) y ahora una estancia en Rivera, casi en el límite con Brasil: parece que Manuel Nieto Zas puede filmar en Uruguay y prescindir de la centralidad de Montevideo. Y es en el interior del país donde el director desarrolló una temática presente en sus tres películas: las tensiones entre el campo y la ciudad, más precisamente, como explicita el título de su último trabajo -El empleado y el patrón, coproducción con Argentina, Brasil y Francia que integra la Competencia Latinoamericana del Festival de Mar del Plata-, entre patrones timoratos (o herederos que les cuesta asumir responsabilidades) y empleados que aprovechan esas vacilaciones.
Manuel Nieto Zas entre la culpa y la tensión de clase con un magistral Nahuel Pérez Biscayart El director de "La Perrera" (2006) y "El lugar del hijo" (2013) aborda en su nueva película, cuyo punto de partida es el final de la antecesora, la diferencia de clases a partir de la "cómplice" relación entre un patrón y su empleado. Estrenada en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, El empleado y el patrón (2021) se centra en la relación que entablan Rodrigo (interpretado por el argentino Nahuel Pérez Biscayart a quien a esta altura uno le cree cualquier personaje), un patrón de estancia, hijo de un acaudalado terrateniente (Jean Pierre Noher), que se ve obligado a contratar de urgencia un nuevo peón para las tareas rurales. Recurre a un viejo conocido, pero este le recomienda a su hijo Carlos (encarnado por Cristian Borges), un muchacho de 18 años, con una hija pequeña, aficionado a los caballos. La cosecha lo obliga a instalarse en el campo, pero un hecho fortuito derivará en una tragedia que afianzará el vínculo de camarería entre el empleado y su patrón. Mientras en ambos entornos familiares estalla una deliberada tensión que colocará a ambos en posiciones incoómodas. Manuel Nieto Zas aborda la lucha de dos clases sociales opuestas a partir del sentimiento de culpa, un estado que sobrevuela toda la película. Los dos personajes centrales están inmersos en una culpa que los supera. Mediante el empleo justificado de una serie de elipsis y un deliberado fuera de campo, es más importante lo que no se ve y se oye en segundo plano que aquello que se muestra, El empleado y el patrón es un film sugestivo, plagado de miradas y gestos que articulan un relato marcado por una puesta en escena naturalista que pone en crisis los mundos que rodean a ambos protagonistas. La descripción del choque cultural y la construcción del mundo rural en que se envuelven son retratados con una verdad tan ambigua como genuina. La relación entre ambos es verdadera pero también es cierto que cada uno tiene en claro cuál es su lugar en ese mundo. El empleado y el patrón le escapa al cuento moral y funciona más como un reflejo de dos universos opuestos, signados por mandatos y circunstancias. Lejos de culparlos por sus actos, Nieto Zas los redime de culpa y cargo. La presencia simbólica del caballo blanco en el último tramo del film resignifica un final que, si bien puede parecer cargado de cierta ideología de clase, coloca a ambos personajes en un mismo lugar. El de perdedores.
“El empleado y el patrón” de Manuel Nieto Zas. Crítica. El largometraje uruguayo, mixtura injusticias, desigualdades, culpa y tragedia. El largometraje uruguayo “El empleado y el patrón” de Manuel Nieto Zas (La perrera, El lugar del hijp) presentado en la sección Quincena de Realizadores del último Festival de Cannes, se estrena mañana 13 de enero en salas de nuestro país. La película comienza presentándonos a una mujer hamacando a un bebé en una tela en lo que pareciera una forma de ritual. Pronto descubrimos que se trata de Bautista, el hijo de una pareja de jóvenes a cargo de un campo en Uruguay. El padre y la madre de Bautista, Rodrigo (Nahuel Perez Biscayart) y Federica (Justina Bustos) tienen una gran preocupación: puede que su hijo tenga un síndrome, por lo cual se le están haciendo pruebas. Rodrigo es el hijo del dueño del campo (Jean-Pierre Noher) y la forma de vida y las preocupaciones cotidianas que tiene allí con su pareja y su pequeño hijo se contrapone a la vida del resto de las personas del lugar. Rodrigo, necesitará con urgencia nuevo personal para el manejo de máquinas en el campo. Así, conocerá y contratará a Carlos (Cristian Borges) como reemplazo, un joven de 18 años que ya tiene una hija pequeña junto a su pareja. Carlos es un apasionado por los caballos, por lo que intentará conseguir uno de los mejores tordilloso del campo de Rodrigo para correr el raid de Santa Clara. “El empleado y patrón” contrasta la vida de dos familias, que en un mismo contexto de ruralidad viven realidades y experiencias completamente diferentes y antagónicas. Puesto que, a partir de lo que será una tragedia absolutamente inesperada, Rodrigo y Carlos se van a ir vinculando y acercándose el uno al otro al mismo tiempo que los miedos y las traiciones irán aunmentando la tensión entre ellos, este es un film que refleja una realidad que parece una constante a lo largo de Latinoamérica. “El empleado y el patrón” retrata injusticias y desigualdades a la vez que plasma el recelo y la desconfianza entre diversos sectores sociales. Al respecto, veremos cómo Rodrigo y Carlos comparten mismas preocupaciones y situaciones como padres, sin embargo el sesgo de clase les impedirá empatizar el uno con el otro. El largometraje posee una estética muy cuidada en la, a la vez que se retrata la vida rural cotidiana, se maneja muy adecuadamente contrapuntos desde lo visual a través de los que es posible observar en todo momento un límite imaginario entre ambas realidades enfrentadas. Puesto que predominan las tomas largas, el film logra comunicar lo que le acontece y les preocupa tanto a Rodrigo a Carlos, al mismo tiempo que logra describir visualmente la vida que lleva cada uno junto a sus familias. La música, junto con una paleta de colores en la que prevalecen los colores verdes y marrones oscuros, completan el retrato de la vida rural. El film de Manuel Nieto Zas refleja un drama muy real de muchos contextos socioeconómicos de Latinoamérica, resultando, sin dudas, en una radiografía de muchas de las consecuencias culturales y sociales que acontecen en la sociedad debido a desigualdades e injusticias sociales e históricas que acechan nuestros entornos sociales.
CRITICA Cine uruguayo, "El empleado y el patrón" de Manuel Nieto Zas. El nuevo cine uruguayo se hace presente en las carteleras. Tras un paso por el pasado Festival internacional de cine de Mar del Plata y además por Cannes, la tercera película de Manuel Nieto Zas llega a los cines. El próximo 13 de enero, “El empleado y el patrón” renovará la cartelera, presentando una representación de la diferencia de alto contraste que encontramos en la sociedad latinoamericana. Donde, como marca el título del audiovisual, los patrones se quedan con las ganancias y los empleados los sacrificios. Un joven que no encaja en el estereotipo de productor rural, debe hacer de patrón en el trabajo de su padre terrateniente. Luego de algunas renuncias, se ve obligado a contratar a un empleado aún más joven que él. Este último, busca un trabajo que le ayude a mantener a su reciente familia. Ambos tienen problemas para ser felices, con sus trabajos y responsabilidades. Tras un accidente en el campo, la niña del empleado fallece, por lo que el patrón lo acercará más a su vida para aguar su sentimiento de culpa. Como explica Álvaro Lema Mosca, “desde mediados de los noventa, el cine uruguayo ha apostado por la coproducción de películas tanto con países europeos como latinoamericanos. Sumado a la implantación de otras medidas públicas, ha posibilitado un avance en las producciones, un aumento en el número de films, una mejor formación de los realizadores y una buena respuesta de público y crítica”. Con el paso de los años estas acciones rindieron sus frutos, generando lo que se denomina “el nuevo cine uruguayo”. Podemos ver esta metodología reflejada dentro del elenco del audiovisual. Compuesto por integrantes oriundos de todos los países que conforman la triple frontera. Entre los cuales podemos encontrar a Nahuel Pérez Biscayart, Cristian Borges, Justina Bustos, Fátima Quintanilla, Jean Pierre Noher. Además de transcurrir en los territorios de todos los países involucrados y estar hablada tanto en español como en portugues. Tanto el patrón como el empleado, comparten la misma problemática. Sus deseos de felicidad se encuentran distanciados de sus deberes y obligaciones. Aunque ambos sean padres de familia y tengan sus trabajos, quieren otra cosa. El primero desearía no tener que trabajar, pasar las tardes en la playa y las noches en los boliches. El otro tiene un único sueño, correr y ganar el raid de Santa Clara del Mar. Sin madera de patrón, el muchacho quiere generar un vínculo de amistad con sus empleados, ser un jefe macanudo. Consciente de la condición que le ofrece haber nacido en cuna de oro, la culpa de clase lo incomoda. Por este motivo se encuentra constantemente en la disyuntiva de mantener el rol que se espera de él o darle una mano a los que menos tienen. Esto lo lleva a tomar algunas decisiones controversiales. Con una fotografía bella, que acompaña al desarrollo de una trama donde nada es explícito. Manuel Nieto Zas deja espacios en blanco para que el espectador realice sus propias conclusiones. Una película inteligente y mordaz, “El empleado y el patrón” se presenta como un gran representante del nuevo cine uruguayo. El estreno de la semana que hay que ver.
Estrenada en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, este tercer trabajo de Manuel Nieto Zas plantea ya desde su título el eterno conflicto de roles, clases sociales y diferencias infranqueables dentro del marco de los vínculos laborales. Pero la narración va descubriendo diferentes capas y, muy pronto, podremos apreciar un guion mucho más profundo y más complejo que aborda otros vínculos que se presentan desde estas dos perspectivas tan opuestas como las de empleado / empleador. Ninguno de los dos, ni patrón ni obrero, cumplen con los arquetipos del entorno rural en donde se plantea la historia. Ni Rodrigo (a cargo de Nahuel Pérez Biscayart, como el hijo de un empresario rural interpretado por Jean Pierre Noher) con sus rasgos liberales y sus problemas económicos a los que enfrenta con suma dificultad, ni Carlos (Cristian Borges) que ante la urgente necesidad de encontrar un trabajo para sostener a su familiar, acepta un puesto para el que no cuenta con ninguna experiencia laboral previa, con una impericia que puede devenir en problemas. A partir del título, se podría entender que el filme intentar trabajar con estos dos universos completamente separados y antagónicos exclusivamente, pero el guion del propio Manuel Nieto Zas lo convierte en un juego de vínculos especulares donde se van reflejando uno en el otro. Sus miedos, sus inseguridades, el vínculo con sus esposas y el hecho de haber sido ambos recientemente padres, los van uniendo en un entramado que propone, finalmente, muchas más similitudes que diferencias. Sin embargo, la verdadera tensión y la diferencia de clases más marcada aparecen en los personajes de sus respectivas esposas (Justina Bustos y Fátima Quintanilla) que no sólo abordan la maternidad desde dos formas diferentes, sino que cada una de ellas deberá atravesar con sus propias herramientas, las complejidades que se presentan con cada uno de sus hijos. Hay algo en la vulnerabilidad de esas madres frente a sus bebés que comienza a anticipar el tono más dramático del relato y si bien los personajes de Rodrigo y Carlos llevan a su cargo el ritmo de la narración, el verdadero elemento desestabilizador va de mano en mano de cada una de las co-protagonistas femeninas, sobre todo en el caso de la mujer de Carlos, cuya personalidad está fuertemente teñida de amenaza y se convierte en un elemento contundente y perturbador. En la estructura y la superficie, el relato parece sereno, contemplativo y observante de las tradiciones campestres, incluidas sesiones de doma y de cacería que se pueden emparentar con ciertos ritos de iniciación que deben atravesar los personajes. Hábilmente, la tensión va creciendo una manera más silenciosa y subyacente. “EL EMPLEADO Y EL PATRON” atraviesa zonas de duro dramatismo donde cualquier historia podría cerrar su moraleja. Por el contrario, en un momento donde parece que la pareja de Rodrigo y su esposa parecen encontrar cierto equilibrio, Nieto Zas lo utiliza para seguir dando impulso a la historia y poder complejizar más aún los vínculos que ha presentado. La incertidumbre, el profundo sentimiento de culpa, el filo de la navaja sobre la que caminan los personajes, el dolor frente a la(s) pérdida(s) de lo querido y lo deseado, el exterior presionando por que algunos de ellos ocupen un lugar del que desertan y las reacciones que despliega cada uno para tratar de encontrar su propio eje, hace que la historia tenga momentos de gran profundidad que van mucho más allá de un simple planteo “dueños” / empleados. Uno de los principales puntos fuertes es, que en ningún momento se plantean bajadas de línea ni discursos morales sobre los personajes. Todo está centrado en los detalles, en lo que no se dice y muchas veces en lo que tampoco puede verse (un excelente trabajo del fuera de campo que utilizar en momentos claves de la historia) y en ciertas simbologías como puede aparecer ese caballo blanco en la segunda mitad del relato. Este tercer trabajo de Nieto Zas apuesta a pintar su aldea para lograr exitosamente retratar el mundo en que vivimos. POR QUE SI: «Ninguno de los dos, ni patrón ni obrero, cumplen con los arquetipos del entorno rural en donde se plantea la historia»
Desde su premiado debut con La perrera hace ya 15 años, Manuel Nieto Zas solo había filmado un largometraje (El lugar del hijo), pero la larga espera valió la pena: El empleado y el patrón es el más ambicioso, arriesgado y logrado de sus tres largometrajes (y eso que los dos anteriores eran muy valiosos). Si ya desde el título la película anticipa las profundas diferencias entre los protagonistas, lo cierto es que Nieto Zas concibió una historia con muchas más ramificaciones, facetas, connotaciones y alcances que una esquemática lucha entre un poderoso malo que abusa de un trabajador humilde y bueno. Ambientada en esa zona limítrofe entre Uruguay y Brasil donde impera las diversas variantes del portuñol, la película arranca con Rodrigo (Nahuel Pérez Biscayart) tratando de cruzar con una buena cantidad de marihuana y siendo interceptado en un control policial. Pero Rodrigo es un patrón, alguien que explota los extensos campos de su padre (Jean-Pierre Noher) y cuya producción luego se exportará a Europa. Además, Rodrigo y Federica (Justina Bustos) acaban de tener un bebé y temen por algunos indicios de eventuales problemas de salud del recién nacido. Es tiempo de cosecha y en el campo que supervisa Rodrigo necesitan de forma desesperada quien maneje los tractores. En su búsqueda, se topa con Carlos (Cristian Borges), un enamorado de los caballos que pese a ser muy joven también está casado y tiene una hija pequeña. Pronto se sumará al trabajo, pero un descuido desembocará en una tragedia. No conviene adelantar más que ese planteo inicial, pero desde entonces la película no solo mostrará las crecientes contradicciones entre el empleado y el patrón sino también la distancia y las tensiones entre Rodrigo y Federica. Nieto Zas manipula (en el mejor sentido del término) al espectador generando una empatía pendular hacia los personajes que resulta tan incómoda como fascinante, ya que todo el tiempo vamos cambiando nuestras perspectivas e identificaciones hacia ellos. El empleado y el patrón propone un abanico cinematográfico con bares-prostíbulos, caza de animales, carreras (y remates) de caballos, recitales de rock, consumo de drogas, funerales, juicios y las apuntadas diferencias de clase que se manifiestan en pequeños (y no tan pequeños) actos de desprecio. En la deriva (y con ciertos planos iluminados por el gran Arauco Hernández Holz con aires de western) la película se va enrareciendo y complejizando, pero sin perder nunca la tensión ni el interés. Bienvenido sea entonces el regreso de Nieto Zas con un film tan inquietante como provocador.
Rodrigo (Nahuel Perez Biscayart) es un joven de unos treinta y pico. Tiene un look levemente desaliñando, va a recitales de rock y fuma marihuana. Se comporta y parece un joven urbano y moderno pero es un patrón de estancia. Aunque no parezca uno, aunque no quiera parecer uno ni comportarse como uno. Pero es lo que es. Rodrigo junto a su padre (Jean Pierre Noher) poseen un campo al norte de Uruguay al borde de la frontera con Brasil donde cultivan soja y crían caballos. Rodrigo además está casado y tiene un hijo recién nacido que parece haber nacido con problemas de salud, un síndrome del que no sabemos mucho y del que nos enteramos en una primera y enigmática escena donde una mujer le está haciendo al bebé una suerte de análisis-diagnóstico que linda con lo ritual. Carlos (Cristán Borges) es más joven que Rodrigo y es peón de campo. Y tiene toda la apariencia de serlo, ahí no hay lugar para confusiones. Es hijo de un ex empleado de Rodrigo y su padre y hace todo tipo de trabajos en el campo para sobrevivir, sobre todo ahora que tiene una pequeña hija que mantener. A Carlos además le gustan los caballos, le gusta montar, le gusta correr, y sueña con participar en una próxima carrera en un pueblo cercano aunque no tiene un caballo propio para inscribirse. Los destinos de ambos se cruzan en el momento en Rodrigo está buscando tractoristas para trabajar en su campo. La mano de obra es escasa y Rodrigo emplea a Carlos pese a que no tiene libreta para conducir tractores. Rodrigo no se siente cómodo en el ejercicio del poder, aunque efectivamente lo ejerce, y procura en el trato borrar las diferencias. Hasta que un accidente que termina en tragedia con la muerte de la pequeña hija de Carlos viene a complejizar toda la trama de relaciones entre ambos jóvenes y su familias. Se forma allí un vínculo extraño, más o menos cercano, más o menos amistoso, más o menos cómplice, pero donde se percibe algo sutilmente turbio. El empleado y el patrón es el tercer largometraje de Manuel Nieto Zas, cuyo primer film, La perrera (2006) fue una de las revelaciones del Nuevo Cine Uruguayo junto con otros films de esa camada como 25 Watts(2001) de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella o Acné(2008) de Federico Veiroj, con los cuales coincidía en sus jóvenes protagonistas perdedores. El empleado…comparte con este primer film de Nieto Zas y con el segundo, El lugar del hijo (2015), algunos temas comunes: el crecimiento, la responsabilidad, la herencia, ser padre, ser hijo, los mandatos, los roles impuestos y también las relaciones (y los conflictos) de clase. Lo que la tragedia que sucede en el film pone en evidencia es que hay algo estructural siempre presente bajo las apariencias, una desigualdad que las presuntas complicidades, el trato amistoso y los buenos modales apenas disimulan pero no pueden borrar. La horizontalidad del trato es solo aparente y el film lo explícita ya desde su título, hay un empleado y hay un patrón, y no son iguales. Y esto es así a pesar de las buenas intenciones. Rodrigo, que desde un principio tiene una actitud culposa respecto de su rol, no parece estar fingiendo y, si bien en parte le conviene acompañar a Carlos, también parece por momentos sentir por él una empatía verdadera, aunque la relación ya está enrarecida más allá de la voluntad de sus actores. Los personajes que presenta Nieto Zas son complejos, ambiguos. Ninguno es héroe o villano. Tienen sus razones, sus debilidades y también sus determinaciones, de las que quieren escapar aunque no siempre es posible. Y ambos protagonistas tienen actitudes por lo menos discutibles después de la tragedia. Carlos aprovecha la ventaja y cierto flanco débil que presentan sus patrones para conseguir un buen caballo para la carrera. Rodrigo decide ayudar a la familia de Carlos y conceder su pedido en parte por su conciencia culpable y también por lo que su padre expresa de manera más práctica y hasta cínica: ante una posible demanda, “mejor tenerlos cerca”. Lo que se despliega es una lucha de clases asordinada, camuflada entre sonrisas y muestras solidarias, pero donde juegan la venganza y la conveniencia. El empleado… es una película claramente política sin hacer subrayados ni bajadas de línea evidentes. El de Nieto Zas es además un film pertinente en estos tiempos de patronales que pretenden maquillar la explotación con discursos amigables e imágenes descontracturadas. Lo que se pone de manifiesto es un sistema básicamente injusto que sigue ahí detrás de los buenos modales, del trato cordial y también de la fachada moderna y cool. EL EMPLEADO Y EL PATRÓN El empleado y el patrón. Uruguay/Brasil/Argentina/Francia, 2021. Dirección: Manuel Nieto Zas. Intérpretes: Nahuel Pérez Biscayart, Cristian Borges, Justina Bustos, Fátima Quintanilla, Jean Pierre Noher. Guión: Manuel Nieto Zas. Fotografía: Arauco Hernández Holz. Música: Holocausto Vegetal & Buenos Muchachos. Montaje: Pablo Riera. Duración: 106 minutos.
Luego de realizar las películas «La perrera» (2006) y «El lugar del hijo» (2013), el director uruguayo Manuel Nieto Zas vuelve al cine para entregarnos «El empleado y el patrón», un film que profundiza en las diferencias de clases a través de una historia intensa, sorpresiva y dramática. La película se centra en Rodrigo (Nahuel Pérez Biscayart), un patrón de estancia poco convencional en la frontera entre Uruguay y Brasil, que frente a la escasez de trabajadores debe buscar un nuevo empleado para manejar uno de sus tractores para la cosecha. Es así como conoce a Carlos (Cristian Borges), un joven al que le interesan más los caballos y competir en carreras, pero que acepta el trabajo porque tiene una bebé que mantener. Rodrigo también tiene su hijo propio con Federica (Justina Bustos), que presenta posibles signos de un trastorno, y están preocupados y ansiosos por el diagnóstico. Sin embargo, un accidente trágico cambiará la vida de ambos y profundizará las tensiones generadas por los conflictos de clase y las relaciones de poder. «El empleado y el patrón» es una película de personajes, de aquellos que presentan tantos matices que podemos identificarnos y empatizar con ellos en ciertos momentos y que por otros nos chocan sus actitudes y comportamientos. Tanto Rodrigo, con su aire despojado, contemplador y comprador, como Carlos, introvertido, sumiso y soñador, van evolucionando con el correr del metraje y construyendo una relación compleja, incómoda, de esas que se necesitan mutuamente para poder subsistir pero a la vez no hacen más que empeorar la vida del otro. Por instantes nos descolocan sus respuestas o formas de actuar, pero no porque no vayan con la esencia de los personajes, sino porque las experiencias de vida los van llevando por distintos caminos. Esto hace, también, que la película tenga giros bastante sorpresivos e impactantes, que uno no se los ve venir (sobre todo si no ven el tráiler antes, que revela algunos aspectos importantes). Sí estamos atentos a que la olla a presión que se va gestando a lo largo de la historia va a estallar en algún momento, pero cuando lo hace resulta ser efectivo y poderoso. El clima de tensión que construye el film es muy acertado, y mucho tiene que ver el guion, el manejo de los tiempos, la ambientación, la fotografía y la banda sonora como también las interpretaciones del elenco, no solo de Nahuel Pérez Biscayart y Cristian Borges, a quienes mencionábamos anteriormente, sino también de aquellos que encarnan a los personajes secundarios que le aportan una presencia incómoda o comentario ácido al relato, como Justina Bustos como Federica o Fátima Quintanilla como Estefanía, la mujer de Carlos. Entre ellas existe un vínculo tirante, como una soga a punto de cortarse, que es muy atractivo de ver. A partir de las relaciones de los personajes y los hechos trágicos que se van sucediendo, el film logra profundizar sobre cuestiones como las diferencias de clase, la maternidad/paternidad, los deseos personales, el duelo, el sobreponerse a la adversidad, la explotación laboral, entre otros temas. En síntesis, «El empleado y el patrón» resulta ser una mezcla entre un drama y un thriller muy sólido, que gracias a los giros sorprendentes e impactantes, las actuaciones del elenco que nos ofrece personajes llenos de matices con los que vamos cambiando nuestra perspectiva a medida que avanza la historia y un clima a pura tensión y suspenso nos va llevando por un viaje intenso y satisfactorio.
Dos jóvenes familias con mucho en común, si no fuese por la pequeña diferencia de que uno trabaja para el otro.
La tercera película del director uruguayo Manuel Nieto Zas se centra en exponer, a través del avance sutil de las nuevas generaciones de patrones y empleades, al clasismo naturalizado dentro del ámbito laboral de las relaciones familiares de tradición rural. El film da sus inicios con un encuadre poco particular, como si el director nos indicara el escaso margen de movimiento y elección que tendrán que sortear sus protagonistas interpretados por Nahuel Pérez Biscayart y Cristian Borges. En el plano visual, una bolsa de tela colgada de un techo oscila de un lado a otro de la habitación, si bien no sabemos qué contiene la misma, unx puede preverle; lo que sí vemos y oímos es a una mujer de unos cincuenta y tantos años que, con el rostro “bloqueado por estructuras” del lugar, danza frente a esa bolsa mientras entona una especie de ritual, como si tratara de “ahuyentar” algo. Con el avance de la escena se vislumbra que dentro de la bolsa hay un bebé, símbolo literal del avance generacional y quizás de la intención, poco consciente, de empezar a romper con ciertos patrones repetitivos que surgen del lugar donde nacemos. El primer personaje que conocemos es el de Rodrigo (Nahuel Pérez Biscayart), un joven hacendado “hijo de” casado con Federica (Justina Bustos) y ambos tienen un hije muy pequeño que podría, o no, tener algún tipo de problema de salud que desconocen; sin embargo el conflicto interno del personaje se enfoca en la mirada externa que tienen de él como patrón de estancia, en su manejo y posición frente a sus “peones” pero principalmente frente a su padre (Jean Pierre Noher), quien le demandará adopte una cierta autoridad y postura, acciones que hoy en día se sienten incómodas y que Rodrigo, claramente, no desea perpetuar; de ahí es que nace la tensión contenida del personaje durante todo el film, quien si bien parece dudar todo el tiempo de sí mismo en realidad ansía encontrar nuevas formas de convivencia laboral que disten de la establecida. Debido a que Rodrigo necesita personal para sus tractores, y siguiendo el consejo de su padre, pedirá ayuda un viejo empleado de éste, un tal Lacuesta, quien parece vivir en una zona alejada de Uruguay al límite con Brasil y donde hablan portuñol. Durante este encuentro (de dos mundos totalmente polarizados) Lacuesta acusa tener problemas de salud debido a su edad pero le ofrece a su hijo Carlos (Cristian Borges) para hacerse cargo del empleo. Este es un joven reservado, respetuoso y por consiguiente ligado al “deber ser”; sin embargo deja en claro que su deseo máximo es entrenarse para ganar el próximo raid ecuestre; pero, bajo la atenta “mirada” de su padre, Carlos acepta el empleo ofrecido por Rodrigo ya que también está casado con una compañera y tienen un bebé al cual mantener. El vaivén, la duda, el trabajo casi hereditario, los movimientos confusos de sus protagonistas como padres y la imprecisión a la hora de afrontar decisiones en la vida adulta, serán las cualidades principales que llevarán adelante una historia honesta, casi documental, de cómo estos dos jóvenes, marcados cada uno por una tradición familiar que sienten obsoleta, tendrán que adoptar igualmente ciertos mandatos y costumbres que ya no les son propios pero que fueron signados por su lugar de nacimiento. Esta distancia provocada por una construcción socio-económica de años llevará a los protagonistas a transitar juntos choques de realidades con leves esperanzas de cambios y marcados con el peso del legado de una culpa. ¿Por qué si? Es un film que nos invita sutilmente a hacernos preguntas sobre nuestras propias dinámicas familiares, aquellas donde las respuestas nos interpelan crudamente y que una vez conscientes no podremos ser indiferentes.
“El empleado y el patrón” de Manuel Nieto Zas. Crítica. Estreno de la semana, tanto en Espacios Incaa como en Cine.ar Hace algunos años, se hacían comentarios acerca de alguna película uruguaya, hablando en términos de “grata sorpresa”. Hoy está confirmado que las producciones uruguayas están conviviendo cómodamente con muchas otras de América. Tomando en cuenta que tiene poco más de tres millones de habitantes, ha construido no solo en las artes sino también en la política y en los deportes, hitos más que notables. Hoy nos toca hablar del film de Manuel Nieto Zas “El empleado y el patrón” de reciente estreno en cines. Si tuviese que elegir una palabra que condense el nervio de la película sería “zanjón”, aludiendo a esa fractura del terreno que separa dos superficies, sociales y territoriales, a modo de una frontera. Una fractura, que hace intransitable pasar de un lado al otro. Estoy hablando de la sociedad de clases, así como la división de los sexos. El film trata de una pequeña gran historia que se desarrolla entre un empresario (patrón) familia de terratenientes, urgidos por levantar la cosecha de soja en el norte del Uruguay, cerca de la frontera con Brasil. Rodrigo (Nahuel Perez Biscayart), encarna a un joven con gestos humanistas y new age, quien no sabe ni puede sustraerse al coloso del padre/dinero dueño de las tierras (Jean Pierre Noher). A falta de alguien que maneje uno de los tractores, sale en búsqueda de un ex empleado que vive en pleno campo para que lo auxilie. Así es como encuentra del lado de Brasil, al joven Carlos (Cristian Borges) que vive allí haciendo changas agrarias. El peón, sin papeles para realizar esa tarea, acepta ser comprado para realizar la tarea. Además de trabajador rural, es un apasionado jinete, amante de los caballos. El resto de la película es el lento desarrollo de una tragedia agraria, que acumula capas de discursos. Registros de distinta configuración, la explotación de la tierra por los dueños y la marginalidad en que viven aquellos que no disponen de los medios de producción. Del mismo modo, la desigual relación de empleado-patrón que nos recuerda por momentos el notable film “El patrón: radiografía de un crimen” de Sebastián Schindel. Carlos vende su fuerza de trabajo a cambio de ascender a otro régimen de vida, amparado por el patrón (que hay varios). A raíz de un infausto descuido, Carlos sufre la pérdida de su hija en un accidente laboral que él imprudentemente causó. Allí es donde hace su presencia la zanja, casi un personaje más del drama. Todo se va enlazando y desenlazando a partir de esa muerte. Los intereses de clase emergen cada uno con su mejor argumento y ese espacio de idilio que se había generado entre el empleado y su empleador, comienza a derrumbarse por su propio peso. Nieto lleva adelante el film con un ritmo cansino pero sostenido, vigoroso y al mismo tiempo discreto. Pero medido para no colocar bruscamente los matices en claroscuros del bien y del mal, de los inocentes y los culpables. Nieto propone un retrato social donde cada quien es víctima y verdugo del otro, sea éste cual fuese. Dos líneas de análisis merecen ser expuestas. Por un lado, el lugar que ha tenido la tierra, la propiedad privada, la apropiación de parte de sectores que amasan y multiplican el capital en base a sucesivas expropiaciones de los agricultores. Quienes necesitan de los obreros para que se pongan al frente de sus maquinarias y recolecten las mercancías que llevarán finalmente al mercado. Empero ninguno de los peones-empleados imprescindibles recibirá al menos una porción de los excedentes. Por el otro lado está la división sexual que el film no oculta en ningún momento. Los hombres son los productores y las mujeres son las compañeras, socias de los placeres y dolores del trabajo. Será el deseo de las madres las que destaquen en la sorda y violenta batalla que se entabla entre Federica (Justina Bustos) esposa de Rodrigo y Fátima (Quintanilla) compañera de Carlos. Esta última ha perdido a su hijo, y la otra parece haberlo recuperado de un incierto diagnóstico que podría haber puesto en riesgo la salud de su bebé. “Yo si quiero te hundo”, se escucha decir a Fátima durante un enfrentamiento de deseos, de ambiciones y rencores entre esas dos mujeres. Esa fatídica frase, marca con fuego a quien la enuncia. Aunque haya pretendido con ella defenderse de las históricas humillaciones que sufren los que “libremente” deben vender su fuerza de trabajo.
"El empleado y el patrón": las diferencias sociales y el orden de las cosas La película del uruguayo Manolo Nieto Zas, protagonizada por Nahuel Pérez Biscayart y por el debutante Cristian Borges, pone en tensión el tema de las clases sociales, evitando tanto la caricatura como las simplificaciones voluntaristas. En su segundo largometraje, El lugar del hijo (2013), el uruguayo Manolo Nieto Zas enfrentaba no sólo a dos generaciones de una misma familia –con el padre muerto, el heredero debía viajar de Montevideo a Salto para continuar (o no) con los negocios– sino a los representantes de diversas clases sociales, evitando tanto la caricatura como las simplificaciones voluntaristas. El empleado y el patrón, cuyo estreno mundial tuvo lugar el año pasado en el Festival de Cannes, continúa en esa senda, alejada del costumbrismo alienado de la ópera prima del realizador, La perrera (2006), jugueteando además con las posibilidades del thriller de baja intensidad. Rodrigo (Nahuel Pérez Biscayart, afilado como siempre) acompaña en el negocio familiar a su padre mientras atraviesa una etapa angustiante junto a su esposa Federica (Justina Bustos). Es que el pequeño hijo de la pareja podría o no estar sufriendo de un “síndrome” neurológico, diagnóstico que, por el momento, ningún médico ha podido confirmar con certeza. La finca sojera, ubicada en algún lugar del Uruguay muy cerca de la frontera brasileña, requiere siempre de empleados y justo en tiempos de cosecha un par de trabajadores han dejado de ser de la partida. Es por ello que Rodrigo cruza al otro lado en busca de un joven confiable que sepa manejar la cosechadora. Nieto Zas se zambulle en la historia sin prolegómenos, presentando a los protagonistas con apuntes y detalles que van perfilándolos de a poco. Lejos del clásico representante de la burguesía campera, Rodrigo no refleja el arquetipo del patrón de estancia, es sensible a los problemas y conflictos de sus empleados y está dispuesto a dar una mano (su padre, interpretado por Jean Pierre Noher, parece estar un poco más cerca de ese carácter de clase, definido por una distancia fría). El elegido para la faena es Carlos (el debutante Cristian Borges), un muchacho conocido de la familia, buen jinete, fiable por sus referencias. Todo marcha sobre ruedas, como ese enorme tractor sojero, hasta que un accidente desarregla todo aquello que parecía engañosamente compuesto. ¿Quién es el responsable mayor del acontecimiento? ¿El dueño de las tierras o quien estaba detrás del volante? La respuesta, para quien vea la película, parece fácil de responder, pero el accidente laboral y las consecuencias humanas y económicas tienen corolarios inesperados y complejos. Luego de la tragedia, Carlos continúa trabajando en la estancia en otros menesteres; en una escena central antes del tercer acto, como responsable de un asado, el empleado es tratado con paternalismo y algo de desprecio por uno de los invitados. Rodrigo oye y observa todo con evidente incomodidad, pero no dice absolutamente nada. En esa breve instancia de radical importancia dramática lo que no se dice es tanto o más importante que aquello que se verbaliza. Lejos de la admonición o la simple bajada de línea ideológica, El empleado y el patrón juega con los preconceptos ideológicos del espectador, sin ofrecer respuestas claras ni soluciones demagógicas. Luego llegará la posibilidad de reconciliar puntos de vista y aspiraciones, gracias a una carrera a campo traviesa que se lleva a cabo todos los años y permite la compra y venta de caballos de raza. En entonces cuando Nieto se encarama en el suspenso, permitiendo que ciertas sospechas y miedos ante posibles actitudes temerarias anticipen la posibilidad de un nuevo hecho trágico. El epílogo vuelve a equilibrar las fuerzas, pero no de la manera que Rodrigo (o Carlos) hubiesen esperado. No hay caso: el orden de las cosas es tan rígido, está tan prefigurado desde hace tanto tiempo, que ningún individuo es capaz de romper su esqueleto para armar con los huesos un nuevo cuerpo.
El titulo de la película dirigida por Manuel González Nieto propone desde el vamos una relación compleja, poblada de estereotipos, con injusticias, conceptos utilitarios, lucha de clases. Pero el realizador se propone y logra mucho más que eso: interpela, incomoda, sorprende, casi desde el inicio de la primera escena, para mostrar que nada es lo que parece y mucho menos lo que aparenta. Por supuesto que están las tensiones entre los poderosos y los humildes, pero a años luz del lugar común. Entre el joven hijo del estanciero, encargado de resolver todos los problemas, con un padre práctico y autoritario y el joven peón que consigue para un trabajo de urgencia, surgirá una relación que recorre peligros, ventajas, cierta solidaridad, desconfianzas, amenazas. Hay temas de paternidad, adicciones, desprecios, excesos, soledades compartidas. Los mundos se rozan pero todo queda a la vista, en posiciones históricamente irreconciliables. Un entorno de campo muy interesante para sorprender, subvertir, y con muy buenas actuaciones, en especial de Nahuel Perez Biscayart.
NUNCA IGUALES Desde su título, la película de Manuel Nieto Zas representa un duelo de clases evidente entre el que tiene el poder y el que acata las órdenes. Es cierto que se trata apenas de dos palabras, “empleado” y “patrón”, y que no habría en sí mismo un conflicto: mayormente todos somos empleados de alguien y no necesariamente los vínculos se dan de manera nociva. Pero el ambiente rural en el que la película se enmarca y la connotación que esas palabras tienen nos lleva a pensar en un mundo de injusticias y diferencias ancestrales, un sistema que se ha mantenido inamovible por décadas y que parece no tener margen para modificaciones entre clases, expresado entre el paternalismo y el sometimiento. Consciente de todo esto, Nieto Zas utiliza los prejuicios del espectador para construir una historia donde esa lucha de clases está latente, pero donde algunos personajes parecen querer modificar las estructuras. El aire trágico del relato, por cierto, señala que los caminos son inmodificables. En primera instancia la película parece sostenerse exclusivamente desde el punto de vista de Rodrigo (Nahuel Pérez Biscayart), un joven que administra los campos de su padre en la zona fronteriza entre Uruguay y Brasil. Su relación con ese entorno y el vínculo con su esposa, que es crítico por ciertas desavenencias pero también por la débil salud de su hijo recién nacido, luego encuentra un espejo en Carlos, el joven empleado que contrata para manejar los tractores en el campo: otra pareja, de una clase social muy humilde, que atraviesa conflictos similares pero que no tiene las mismas herramientas para enfrentarlas. A partir de ahí la película es un relato bifronte, que registra con las herramientas del cine observacional un crescendo de tensiones cercano al thriller social. Esa duplicidad no busca una lavada de cara culposa, sino que Nieto Zas entiende que ese mundo se construye como ese rompecabezas de clase. Hay algo interesante en El empleado y el patrón, que a pesar de apostar desde su título a un conflicto que es casi cultural, en verdad elude lo más que puede ciertos subrayados de un cine más didáctico, con patrones malos-malos y empleados buenos-buenos. Si algo lo mueve al director uruguayo es la construcción de personajes que parecen querer modificar las estructuras desde adentro, sin caer en la mirada voluntarista o biempensante. Porque tanto Rodrigo como Carlos representan opuestos que desde la actitud tal vez quieran confiar y salir de ese círculo vicioso de poderosos y mano de obra sacrificada (nunca lo sabremos, ni tampoco sabremos las verdaderas intenciones, por qué hacen lo que hacen). El guion va involucrando, a medida que avanza, más detalles que ponen en juego tanto los lugares desde los que los personajes se posicionan como los que los espectadores utilizan para juzgar lo que ven. Es verdad que por momentos, en su búsqueda de incomodar y romper con diversos esquemas, la película cede a situaciones innecesariamente subrayadas (como lo que ocurre entre las esposas de Rodrigo y Carlos, los dos personajes más ingratos de la película), pero hacia el final encuentra en una competencia equina una forma casi deportiva de dirimir sus conflictos. Nuevamente con claridad respecto de quién tiene el poder y quién paga las consecuencias. Y por más que Rodrigo y Carlos, sin decirlo, piensen en otro tipo de vínculos, El empleado y el patrón terminará confirmando la imposibilidad de determinados ascensos y cruces sociales. No es un final cínico, porque Manuel Nieto Zas se toma su tiempo y construye el drama de una manera que todo desemboca allí de forma lógica.
Todo comienza con una escena fuera de lo común, una especie de ritual donde una señora hamaca a un bebé y luego va a los padres del mismo a comunicarle lo que ve en ese niño, al que algún síndrome le adolece. Esta pareja (Perez Biscayart y Bustos) son los “acomodados” de la zona ya que el padre de él es el dueño del campo. Por otro lado, se encuentra un jovencito con su mujer y su bebé, que ingresa a ayudar en el campo. Estos personajes muestran, a partir de un mismo contexto, las antagonías de clase y de sus propias realidades. Una tragedia tensa la relación entre ambos hombres, al mismo tiempo que cambian su manera de vincularse, aunque la injusticia y sesgo clasista prevalece.
De esta manera, El Empleado y el Patrón se convierte en un cuestionamiento de una sociedad individualista y egocéntrica donde los incentivos mercenarios triunfan sobre la decencia básica.
Estrenada internacionalmente en el pasado Festival de Cannes (Julio 2021), en el marco de la Quincena de los Realizadores, “El Empelado y el Patrón” concluye un proceso de escritura que se remonta a 2015. Manuel Nieto Zas indaga en una relación que el título del film coloca de manifiesto, un vínculo laboral que cambia drásticamente a partir de un hecho trágico. El film desnuda culpas, ambiciones y responsabilidades repartidas, emplazándose en un ámbito fuera de la zona de confort urbana y costera que acostumbra la cinematografía uruguaya. “El Empleado y el Patrón” se anima a transitar personajes marginales e historias rurales, consecuentes con un paisaje y una temática industrial agraria que no son ajenos a la filmografía precedente del autor (“El Lugar del Hijo”). Es por ello que el entorno geográfico de la frontera entre Uruguay y Brasil nos brinda el marco en donde se desarrolla una historia atravesada por distancias indicativas de un punto de referencia lejano. “El Empleado y el Patrón” implica fuertemente su visión desde el traslado migratorio de la denominada geografía salvaje. Estableciendo cierto marco teórico al respecto de la evolución poblacional a partir de una pradera profunda devorada por la máquina; y en los efectos de aquella pérdida del conocimiento tradicional que genera y retroalimenta ese salto cuantitativo, desde la pequeña escala familiar al impacto macrosocial. Existen roles de caracteres insustituibles: la tradición, la herencia y el legado transferido pesa en este sentido. Nieto Zas contrapone protagonistas como individualidades que se espejan y complementan, mixturando actores profesionales (Nahuel Pérez Biscayart, Jean Pierre Noher) y no profesionales. Dentro de los matices sobre los que inscribe su lógica, y no exento a certeros apuntes acerca de la paternidad, independencia y dependencia se vislumbran como caras opuestas de una misma moneda.
El empleado y el patrón cuenta la historias de dos jóvenes que viven en el campo. El patrón disfruta de una buena posición económica y una felicidad opacada solo por algo: la salud de su bebé. El empleado está buscando trabajo para mantener a su bebé recién nacido, por eso no duda cuando el patrón decide contratarlo para trabajar en sus tierras. Ambos se ayudan mutuamente y la relación parece ser muy positiva. Pero un día ocurre un accidente en el campo y todo se altera. El conflicto irá creciendo y sus consecuencias son difíciles de calcular. Mientras se busca restaurar el orden se vuelve inevitable pensar que ya no hay vuelta atrás. El empleado y el patrón tiene las actuaciones desparejas propias del cine rioplatense. Están los naturales, los no profesionales y los que actúan a la antigua, pero en promedio la puesta en escena y la tarea del realizador hace que no afecte demasiado ese conglomerado actoral. Las ideas políticas que se desprenden de la historia no son el centro de esta, sino que el drama central está concentrado en conflictos más puntuales y un desenlace de una potencia dramática intensa, no tanto por el guión, sino por como está filmada. La ideología de la película es la del cine, no tanto la de la política. La amargura trágica que sobrevuela a El empleado y el patrón es su mayor valor, sea aceptado por el espectador o no.