La ruptura de los lazos sociales. El tercer largometraje del director Juan Schnitman, basado en un guión de Agustina Liendo, es una película sobre la violencia contenida en nuestra sociedad a partir de la ruptura de distintos lazos sociales que conformaban nuestra idea de comunidad. La tragedia es escenificada a partir de la relación de Lucía (Pilar Gamboa) y Marcelo (Juan Barberini) una joven pareja a punto de mudarse. Con todas sus pertenencias embaladas, esperando impacientemente para firmar la escritura y pagar por la compra de un departamento cerca de donde viven actualmente, deben confrontar el ideal de pareja feliz a punto de cumplir el sueño de clase media de la casa propia asumiendo los costos económicos y anímicos que la situación traumática deja en la psique y el bolsillo.
El amor en los tiempos del discurso capitalista Uno de los cuestionamientos más recurrentes que se le hizo a la taquillera y multipremiada Relatos Salvajes es que no era un largo sino seis cortos, que sería imposible mantener la tensión de algunas de esas historias en un largometraje. Pero Juan Schnitman demuestra que esto sí es posible, y hasta superador. El Incendio es el claro ejemplo que un relato de una hora y media te puede mantener en vilo en todo momento, sin decaer ni mostrar ningún tipo de falencia narrativa.
El Incendio, de Juan Schnitman, retrata un día en la vida de una pareja de clase media a punto de mudarse. La película se presentó como parte de la Competencia Oficial Internacional del BAFICI [17]. El fuego nos quema por dentro No hay dudas que mudarse puede ser uno de los momentos más estresante en la vida una pareja. Y si estás conviviendo y esperas algún día poder comprar un inmueble con tu cónyuge, después de ver El Incendio es probable que sientas que ese pequeño departamento en el que pasan sus días, no está tan mal después de todo. El Incendio cuenta un día en la vida Lucia y Marcelo, una joven pareja de clase media. Ella trabaja como cocinera en un restaurante y él es docente. Con mucho esfuerzo, ahorro y un préstamo familiar, logran por fin juntar suficiente dinero para mudarse un nuevo departamento y comenzar así una nueva vida. Pero minutos antes de firmar los papeles la reunión se pospone por 24 horas. La frustración los aborda de repente y la tensión comienza a crecer. Alimentada en primer medida por la paranoia de tener encima miles y miles de dólares, los nervios lentamente se transforman en una agresión física y mental, para luego ir revelando una violencia que al mismo tiempo parece ser inherente a sus vidas. Con una puesta en escena simple, sin mucho más que una cámara, un puñado de locaciones y actores, Schnitman logra mostrar en pantalla la agonía de una relación en crisis como pocos cineastas lo hicieron hasta hoy. Más que como un simple voyeur, el director nos pone en el medio del conflicto y nos hace vivirlo como propio, dejándonos emocionalmente exhaustos. Y claro que si El Incendio funciona tan bien como lo hace es gracias a los excepcionales trabajos de Pilar Gamboa y Juan Barberini, componiendo una pareja que se está apagando lentamente. Que no solamente deben lidiar con sus problemas juntos, tambien con los de una ciudad furiosa y un mundo que no se detiene a preguntar. Conclusión Definitivamente no estaba preparado para una película como El Incendio. Pero la realidad es incluso sabiendo lo que depara el film, es imposible no sentirse atraído por su fuerza centrífuga, que te hace parte y se alimenta de una relación atravesada por la violencia cotidiana y que parece estar viviendo uno de sus peores días. Es una historia que a medida que van pasando los minutos va ganando en intensidad y en complejidad, que termina por armar un retrato de las relaciones modernas y que de cierta forma abre un interrogante sobre ella.
Jugar con fuego... Una joven pareja que ya convive llega al momento cumbre de comprar su primer departamento. El estrés por la inminente operación (para colmo tienen que llevar el dinero en efectivo) hace difíciles las horas previas, pero una inesperada dilación de 24 horas provocada por la parte vendedora hace que ese ya muy precario equilibrio se derrumbe cual castillo de naipes. El arranque de esta ópera prima en solitario de Schnitman es notable. Con apenas dos personajes como Lucía y Marcelo (una sublime Pilar Gamboa y un correcto Juan Barberini) logra un nivel de tensión y claustrofobia que la convierten en un ejemplo de thriller psicológico (el realizador citó a John Cassavetes y los hermanos Dardenne como algunos de sus referentes). Los nervios, las inseguridades, la desconfianza, los reproches mutuos van minando todos los códigos de lealtad y el amor que unía a estos treintañeros. Y hay más. Un arma que entra en escena. Un encuentro íntimo bastante penoso. Una acusación de abuso sexual hacia él en un ámbito escolar. Las diferencias sociales de sus familias. Algunos malestares físicos. Las tentaciones que han estado reprimidas durante demasiado tiempo… Del amor al odio, de la solidaridad al maltrato, del Cielo al Infierno… Los problemas del film aparecen en su segunda mitad, cuando Schnitman (talentoso narrador, dueño de buenas ideas visuales y de puesta en escena, dúctil director de actores) cae en vicios del psicodrama, en la manipulación emocional y en dosis de crueldad excesivas para un desenlace que no es todo lo convincente, aunque -cabe aclararse- nunca pierde el interés ni la potencia emocional. Un muy valioso debut.
Como en La vida después, también presentada en el último BAFICI, El incendio comienza con una pareja en crisis. Es el día de la compra de su primer departamento, día de tensión, que para colmo deberá prolongarse porque la operación se pospone hasta el siguiente. El film saca partido a la situación de espera: en ese momento estallan los problemas hasta entonces soterrados, rencores y culpas mutuas, infidelidades o fantasías, broncas que los nervios hacen emerger con una violencia antes también muy poco contenida (la pareja gusta de jugar dándose bofetadas en la cara, por ejemplo). La cámara también inquieta, móvil, imprime otro toque de violencia. Si algunos necesitaban una prueba más de que Pilar Gamboa es la gran actriz del momento –junto a otras jóvenes que como ella provienen del teatro- aquí está la confirmación. Es una actriz fenomenal, capaz de sostener una escena -y una película- por sí sola, aunque su compañero (Juan Berberini) no le sirva de ayuda, al contrario. Pero ella las salva a todas. Suerte de thriller psicológico, en el que algunas cosas no se dicen y otras se gritan hasta el hartazgo, Juan Schnitman debuta en solitario con una sólida dirección: sabe jugar con los espacios cerrados, claustrofóbicos, con la tensión creciente, logrando un climax exasperante. Por eso resulta tan desvahída la última parte, en que esa tensión lograda se diluye en reiteraciones y excesos hasta perderse en un segundo final innecesario. Pero es bienvenido este pasaje a la madurez de un director joven, que se aparta del nadismo y el minimalismo crónico del Nuevo Cine Argentino.
Una pareja bajo la influencia Una joven pareja pelea y pelea en El incendio (2015). Empiezan peleando, terminan peleando, y en el medio pelean otro poco. La película es un gran momento de crisis, sostenido muy bien a lo largo de un solo día por la dirección de Juan Schnitman y las interpretaciones de Pilar Gamboa y Juan Barberini, pero el conflicto evoluciona de manera predecible y no llega a ningún lugar particularmente ingenioso. La película comienza con la joven pareja, Lucía (Gamboa) y Marcelo (Barberini), compartiendo un idílico despertar y manoseándose de una forma entre violenta y juguetona, lo cual contrastará con el grotesco de más adelante. Es el día en que compran una casa. Se atan fajos de dólares a los muslos como criminales, emergen de la carcelaria bóveda del banco y camino a finalizar el trámite reciben la llamada que lo comienza todo: la compra se pospone para el día siguiente. ¿Qué hacer? Han embalado y empaquetado todo en casa, y la idea de tener el dinero en casa los pone neuróticos. ¿Dónde lo esconden? ¿Quién queda a cargo? Ambos regresan a sus respectivos trabajos, pero tienen la cabeza en otro lado y quedan vulnerables a percances cotidianos que normalmente sabrían reducir, pero por esta vez no tienen la paciencia o la sensatez para hacerlo. Lucía comienza a tener brotes de estrés, y Marcelo lidia con su faceta agresiva. Comienzan a sospechar uno del otro, y a desquitar sus frustraciones uno con el otro, cada vez más y más violentamente. Y con eso se resume más o menos la historia, que no ofrece grandes giros, reveses, cambios en las reglas de juego o demás hechos inesperados. Lucía y Marcelo, a pesar de estar excelentemente caracterizados por los actores, no son personajes particularmente complejos y no hacemos grandes averiguaciones sobre su carácter, el cual se encuentra visiblemente planteado desde el principio. Sus aflicciones se presentan con rotunda evidencia y en cierta medida la película a veces se siente reiterativa. De hecho El incendio podría contarse fácilmente en menos tiempo, y prueba de ello son ciertas escenas que no agregan nada a la trama. Por ejemplo, Marcelo hace una breve visita a su hermano en un inútil momento de distensión. Y hay una escena de 10 minutos en la que la vitriólica pareja tiene sexo brutal. No dice nada ni cambia nada ni condice con el personaje de Lucía, pero ahí está, en imitación a todas las otras esotéricas escenas de sexo pasivo-agresivo en la historia del cine. El incendio nunca termina de alzarse al nivel de la expectativa generada por las escenas iniciales, y dentro de todo ofrece un recorrido bastante lineal que termina en un lugar común. Así como evade errores, la grandeza se le escapa al no arriesgarse por otra cosa que no sea lo obvio.
FUEGO CRUZADO Se dice que mudarse es lo que genera más estrés luego de la muerte de un ser querido. Parece un enunciado cuestionable pero El incendio, primer largo de Schnitman en solitario luego de codirigir El amor (primera parte) y Grande para la ciudad, parece ser testimonio de ello. La demora en la firma de un contrato es el pasaje de ida al estallido de una pareja de treintañeros que, evidentemente, ya venía amenazando con hundirse. ¿Habrá tiempo para reparar el barco o lo único que queda es tocar fondo? Si bien la calidad de El incendio decae un poco con el correr de los minutos, el alto nivel de la actuación de Pilar Gamboa se mantiene estable de principio a fin. Todo ocurre en un día y con la intensidad de una pasión que se expresa en gritos, cortes, moretones y una memorable escena de sexo. Como dice el título en español de la película de John Boorman, Deliverance, la violencia está en nosotros. Y afuera también. En todas partes.
Como si Aire libre (Anahí Berneri) se cruzara con Relatos salvajes (Damián Szifrón), el film de Schnitman termina siendo una catarsis dramática, con cámara en mano y los protagonistas (Pilar Gamboa, Juan Barberini) poniéndole el cuerpo a una sucesión de discusiones, gritos y maltratos. Es curioso cómo quienes recuerdan con ironía el cine que solía hacer, por ejemplo, Alejandro Doria, en la actualidad hagan algo muy parecido.
Luego de haber sido presentada en el BAFICI, ahora sale a los cines comerciales “El incendio” de Juan Schnitman, que nos trae en su debut en solitario, a una joven pareja a la que se le retrasa la compra de un departamento un día y los dos tienen que convivir esas veinticuatro horas con miedo y paranoia. Lo primero que hay que destacar de “El incendio” es la gran actuación de Pilar Gamboa -actriz que pudimos ver en muchas tiras diarias de Polka- que demuestra puede llevar una película por sí sola y que puede llorar constantemente. Además cuenta con un correcto Juan Barbieri. Durante todo el film vemos como la pareja que en principio parecía segura de todo, empieza a caerse a pedazos hora tras hora, ya que Juan Schnitman y Agustina Liendo, van sacando a la luz muchos problemas que ellos creían tener resueltos. Problemas que las mujeres suponen que el hombre tiene y problemas que los hombres creen que las mujeres no tienen, algo que con una charla tranquila se puede solucionar, pero no, nadie habla de más. La idea de la película es crear una especie de “thriller psicológico”, con un trabajo de dirección que se concentra en representar suspenso y mucha tensión, manejando muy bien el ritmo y explotando al máximo los problemas internos de los personajes, haciéndolos salir de ésta especie de olla a presión en el climax de la película. Climax que tarda en llegar, porque Schnitman quiere llevar esos problemas lo más lejos posible, poniendo todos los conflictos que puedan entrar en veinticuatro horas. Lo bueno de “El incendio” es que cualquiera podría sentirse identificado, ya que la situación es real, es algo que nos puede pasar o nos pasó, los personajes son el estereotipo de hombre y mujer que a cualquiera que le pregunten describía. También hay que destacar el manejo de la trasformación de los personajes, como cambian hora tras hora, como los vemos caer a cada uno por separado, cómo maneja esa situación y cómo repercute el afuera en su relación, además de la obvia tensión que crea tener una gran cantidad de dolares escondidos en una pequeña caja.
Película intensa, fuerte, que camina en el filo de la peor violencia y mantiene una tensión permanente. Un matrimonio a punto de comprar su primera casa, con el dinero como detonante. Una pareja que saca sus demonios, que trae su carga de odios reprimidos de la calle y estalla. Muy buenos trabajos de Pilar Gamboa y Juan Barberini, dirigidos por Juan Schnitman.
El rito de una pareja al borde del estallido Con dos únicos protagonistas (un soberbio trabajo de Pilar Gamboa y Juan Barberini), un tiempo acotado y pocos escenarios, el film aborda con acierto una historia en la que siempre hay cierta violencia contenida y que deja un final felizmente abierto. “Ah, ¿querés pelear?”, provoca Marcelo (Juan Barberini) a Lucía (Pilar Gamboa) en la secuencia inicial, enfrascándose en un pugilato de mentiritas, en el que ella se defiende tanto como ataca. Después la siguen en la cama, aunque un compromiso impostergable los obliga a posponer el placer para más tarde. La escena tiene pluralidad de sentidos. Por un lado, deja ver en clave lúdica la dinámica real de esa pareja, anticipando además, como farsa, lo que cuando se cierre el círculo rozará la tragedia. A la vez, que Marcelo y Lucía se hagan tiempo para jugar a que se pelean, pero no para hacer el amor, resulta significativo del estado o la forma de su relación. Cuando lo hagan, será en clave de juego sadomaso, canalizando las altas dosis de violencia de la relación pero no expurgándola, como confirman las escenas posteriores. Por lo demás hay un elemento engañoso en esa primera escena, que es el hecho de que Lucía dé pelea de igual a igual: la que constituye con Marcelo es una típica pareja despareja, en la que la amenaza física del macho es permanente, con la hembra optando por callar y echar paños fríos. Hasta que Lucía no aguante más y se plante en medio del ring.En su primera película en solitario (codirigió de a cuatro El amor (primera parte), 2004, y de a dos el rockumental Grande para la ciudad, 2007), Juan Schnittman (Buenos Aires, 1980) hace de esa pareja su interés exclusivo, concentrando todo sobre ellos. Tiempo (la diégesis se desarrolla en poco más de 24 horas), acción (todo se reduce a esperar que llegue “la hora señalada”), personajes (dos únicos protagonistas, el resto aparece en una escena cada uno), y es algo más flexible en términos de espacio (el departamento de ellos, sobre todo, pero también sus lugares de trabajo, el consultorio de un médico, una inmobiliaria, la casa de unos amigos). La peripecia es la mínima indispensable para servir como disparador: Lucía y Marcelo se mudan, por lo cual su departamento está ocupado por pilas de cajas, con todo embalado. Originalmente iban a firmar el boleto de compraventa hoy (el hoy del relato), pero surgió un inconveniente y deberán hacerlo mañana. Entonces, tensión por tener que andar con semejante cantidad de billetes encima y más tensión, porque en lugar de tenerlos consigo durante un rato deberán guardarlos por 24 horas. El plazo prefijado sirve, a la vez, como un tercer factor de tensión.Pero Lucía y Marcelo no parecen necesitar de esa circunstancia para estar tensos. El, al menos. Ella es puro abrazo, tragar para adentro y, llegado el punto, estallar en lágrimas. Marcelo contesta agresivamente a primera hora de la mañana (en el primer minuto de la película), cuando ella le pregunta algo mientras él se está despertando. De allí en más, de su parte todo serán caras de culo, enojo, gritos, algún ataque de furia digno de un chico peligroso, rompiendo todo lo que tiene a mano y, lo más preocupante, zamarreos y sacudones muy violentos, dando la sensación de que Lucía está a un paso de convertirse en mujer golpeada.Aunque ambos son gente de clase media, y ése es un detalle muy interesante (él es docente secundario; ella trabaja como cocinera en un buen restaurante), Lucía no parece advertir, o tal vez prefiera hacerse la zonza, su condición de mujer en peligro. Hasta que no aguanta más y reacciona pasando al frente, como en la primera pelea de mentiritas. Pero enseguida convierte la pelea en polvo. Un polvo violento, con elementos sadomaso y cierto coqueteo tanático por parte de ella. ¿Están sublimando la violencia entre ambos o la están actuando? Las dos o tres escenas siguientes (las finales) se ocupan de responderlo, de modo felizmente abierto y alusivo.En términos de puesta en escena está todo bien en El incendio. La cámara varía de punto de vista (la película está narrada desde una tercera persona variable), encierra en ocasiones a sus muy aprisionados protagonistas, abre el encuadre cuando se requiere (el grave ataque de un grupo de alumnos al profesor), se mantiene fija, expectante, o sigue los movimientos de los actores (el plano secuencia en travelling que acompaña a Lucía y Marcelo, desde las cajas de seguridad del banco hasta la calle). El espacio puede adquirir una significación extra, sin necesidad de caer en la alegoría unilateral: los barrotes de las cajas de seguridad aluden a la situación de los protagonistas. La iluminación aprovecha las zonas oscuras del departamento para funcionar también con sentido expandido.En su debut como protagonistas cinematográficos, Pilar Gamboa y Juan Barberini, ambos con amplia experiencia teatral, están magníficos, en roles que les exigen mantener presión desde el comienzo hasta el final de cada plano. Si El incendio no llega a ser una película mejor, es en parte por un par de desbalances (en una escena de interior se cae en el teatro filmado; la escena con los amigos trastabilla), pero sobre todo porque su horizonte parecería ser, a la larga, demasiado corto: ¿cuánto interés puede tener una pareja que no para de pelearse, por la misma clase de disputas de poder doméstico que suelen larvar a millones de otras parejas?
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Pilar Gamboa y Juan Barberini son el alma de "El Incendio" y sin ellos no la hubieran podido realizar. Dos actores tremendamente buenos, excelentes y que hay que perseguir porque deslumbran en esta historia dirigida por Juan Shnitman, quien sabe muy bien donde ubicar la cámara para contarnos esta historia de puro incendio en una pareja que empieza a marchitarse por un detalle que hace que todo explote de una forma inesperada. Intimista, como la vida misma, y con varios planteos que seguramente te van a dejar pensando. Película que viene ganando premios en varios festivales alrededor del mundo y claro, después de haberla visto, ¡como no va a ganar si es buenísima! Un aplauso para esta joyita de nuestro cine argentino que tenes que ver en pantalla grande. ¡Sacá tu entrada ya! ¡Yo te avisé!
La pareja y su implosión “Yo también necesito que me abracen”, le dice Marcelo (Juan Barberini) a Lucía (Pilar Gamboa), en el medio de una fuerte discusión, que terminará con la pareja canalizando buena parte de sus tensiones a través del sexo más brutal posible, en una secuencia reveladora sobre las contradicciones y sensibilidades de los personajes, sobre cómo se necesitan y se rechazan a la vez, o cómo no terminan de decidir qué es lo quieren del otro y de sí mismos. La primera película en solitario de Juan Schnitman toma un suceso muy particular como disparador: los protagonistas están por comprar una casa, pero el día de la firma de la escritura algo sale mal y a partir de ahí, todo, absolutamente todo, sale mal, como si ese primer tropezón se esparciera como un virus a sus vidas íntimas y laborales, aunque pronto queda claro que en verdad todo se venía acumulando desde hacía un rato largo, que hay un pasado, un conjunto de sucesos barridos bajo la alfombra hasta que de repente surge ese evento que hace estallar todo por los aires, convirtiendo a ese pasado en una huella imposible de borrar dentro del presente. En cierto modo, El incendio retoma ciertos temas antes transitados por Aire libre, el film de Anahí Berneri estrenado el año pasado: ambas comienzan con una situación distintiva que es llevada al extremo a partir de las expectativas que provoca, funcionando como consecuencia de toda una serie de pequeñas grietas que llevan al gran quiebre. Y aunque no alcanza las cimas de esa obra, acumula unos cuantos méritos como para destacarse por sí sola, en especial hacia su segunda mitad, donde son los cuerpos los que hablan más que los diálogos o discursos. Allí, Schnitman consigue que el film vaya hilvanando su conflicto con fluidez, funcionando como un drama opresivo y asfixiante pero también como un análisis disruptivo y desequilibrante en su mirada hacia construcciones sociales como la pareja, el dinero, el trabajo y la propiedad, la masculinidad y la feminidad, con un adentro y un afuera que se retroalimentan en sus respectivas violencias, siempre interconectadas. El incendio es una película que, en definitiva, no necesita forzar su clima angustiante: su confianza en lo que cuenta le da todo el impulso que necesita, obligando al espectador a preguntarse sobre su personalidad y la del que tiene a su lado.
Crónica de una relación en ruinas De movida, se escucha en El incendio una pregunta: "¿Llamaste a Paglieri?". La que habla es Lucía (Pilar Gamboa), pero Marcelo (Juan Barberini) no la escucha. Porque aún está dormido y porque ella pronuncia con dificultad mientras se cepilla los dientes. En esa pequeña escena está cifrada la clave de la historia de una pareja que no puede comunicarse. O que se comunica de la peor manera. Un rato más tarde Marcelo le preguntará a su novia: "¿Estamos bien?". Se sabe: nadie que esté bien en una relación necesita despejar esa duda. De ahí en más se desatará una guerra de nervios cuyo epicentro es la compra de un departamento (Paglieri es el agente inmobiliario) en el cual los dos protagonistas planifican una convivencia que se vislumbra complicada. Con perspicacia, el sólido guión de Agustina Liendo va plantando pequeñas pistas que permiten armar el mapa en el que se mueven los torturados personajes de la historia: Buenos Aires es una ciudad con problemas de vivienda (línea que aparece en la película con sutileza); los dos tienen dificultades en el trabajo. Ella parece tener alguna historia sentimental oculta; él, un pasado adolescente que añora, sintetizado en una emotiva y lograda escena de regreso al nido familiar. La comunicación entre ellos está claramente entrecortada y la violencia se va transformando en sistema. Después de una tensa conversación en una reunión de amigos que Schnitman resuelve con notable dominio de la puesta en escena, sobrevendrá un encuentro sexual cargado de furia y tristeza. En lugar de apelar al montaje para simplificar su trabajo, confía en la capacidad de resolución de los protagonistas y acierta, siempre siguiéndolos con una cámara de pulso inestable. Esa escena, que tiñe de angustia el desenlace, exige compromiso en la actuación más que yeites mecanizados. Y la apuesta resulta. Barberini deja aflorar una energía oscura e inquietante con mucha eficacia. Y Gamboa se desarma de a poco, poniendo en juego su amplia gama de recursos y dejando en claro que tiene un corazón enorme.
RETRATO DE LA INTIMIDAD Como una postal generacional, Juan Schnitman, presenta El incendio, una película que habla sobre la vida íntima de una pareja treintañera que está a punto de comprar su primera propiedad. Pero ante el abismo de concretar ese gran paso, ambos sienten que tal vez no sea el mejor momento de la relación para llevarlo a cabo. Marcelo y Lucía están a punto de firmar el contrato, pero el dueño del departamento no llega y se debe posponer el encuentro. Cargados con los fajos de dólares deben regresar a su antigua casa y esperar hasta el próximo día. A partir de aquí comienzan las 24 horas más tensas de su relación cuando, por diferentes motivos, cada uno considera la posibilidad de separarse. Se aman, eso es lo que profesan, pero la tensión puede más que el amor y los hace tambalear. Filmada íntegramente con cámara en mano y avocada a los primeros planos, El incendio propone un nuevo tipo de narración en la que una historia sencilla le abre paso al profundo desarrollo de cada uno de sus dos protagonistas. Intimista y compleja, la película retrata de forma casi antropológica, situaciones de la vida cotidiana de una pareja que está atravesando una crisis. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Batalla conyugal que termina hartando "Juan Lamaglia y señora", primera película de Raúl de la Torre, terminaba con una escena de violencia conyugal mientras irónicamente sonaba el vals "Tres cosas hay en la vida" (salud, dinero y amor), de Rodolfo Sciammarella. En "El incendio", opera prima de Juan Schnitman, bien podría escucharse "Ahora seremos felices", de Rafael Hernández, esa canción que dice "Yo tengo ya la casita que tanto te prometí,/ y llena de margaritas para ti, para mí./ Será un refugio de amores, será una casa ideal", etcétera. Pero la ironía no figura en la lista de méritos de esta película. Tampoco las margaritas, ni las promesas de amor. Nunca se vio una pareja tan malhumorada en el momento de estrenar la casa propia. Quizá porque no es una casa, y tampoco es una pareja que se lleve bien. Sus abrazos parecen de boxeadores, no por cariño sino para tomar aliento antes de seguir dándose la biaba. Al comienzo nomás, el día que van a comprar el departamento, la mujer, una gataflora, amanece caracúlica y así sigue el resto de la jornada. El otro hace juego, hasta culminar en una escena de sexo por odio mutuo, que parece su modo de mantener la convivencia. En cuanto al mundo exterior, ella tampoco cambia de humor en su breve paso por el trabajo, y él es profesor de algo en un colegio, lo que permite la mejor secuencia del día: una madre que reclama a los gritos en defensa del nene, y el nene que espera al profe a la salida, con un fierro y otros dos atorrantes. Intérpretes de mucha entrega, una directora de fotografía hábil para los planos-secuencia en espacios reducidos (Soledad Rodríguez), un director que promete, dentro de los cánones del llamado Nuevo Cine Argentino (Fuc & Bafici). Bien. Pero a los 13 minutos de empezada la pelea, viendo que por una discusión ridícula esos dos neuras dejan el auto abierto en plena calle, el espectador común dice "bah, que se maten", declara empate y a otra cosa.
A muchos directores del Nuevo Cine Argentino se los ha criticado –a veces, con razón—por contar historias o centrarse en temas o personajes alejados de su realidad y de sus propias experiencias. En los últimos años hemos visto muchas películas en pueblitos perdidos del interior y con personajes que pueden funcionar cinematográficamente pero uno tiene la impresión que se trata de personas que poco y nada tienen que ver con los mundos habituales de los realizadores. O de los espectadores de clase media urbana que habitualmente consumen estas películas. Así como se ha criticado a cineastas de clase alta por trabajar con personajes de clase baja o a realizadores urbanos que se vuelven súbitamente amantes de los paisajes más recónditos del país, hay que reconocer que Schnitman hizo en EL INCENDIO una película que apuesta a ir directamente al corazón, la cabeza y el estómago de los espectadores que habitualmente ven cine independiente argentino en la Argentina. Digamos, de una clase media urbana. Y el logro es doble porque no solo eligió personajes reconocibles sino que los hizo atravesar una situación que también lo es: la película narra un poco más de 24 horas en la vida de una pareja que está a punto de comprar un departamento y las tensiones escondidas que surgen entre ellos en el momento de tomar esa decisión. No los hizo atravesar una situación de thriller, ni los metió en una de detectives ni siquiera los puso a atravesar relatos que bordean la credibilidad o apuestan por el género. No. EL INCENDIO es un drama realista que tiene la intensidad de un thriller por la potencia que tienen los personajes, las actuaciones y el acercamiento casi in your face que hace Schnitman a la situación, utilizando largos planos secuencia que le dan, a la vez, un carácter teatral y, por la cercanía de la cámara a los cuerpos y los rostros, puramente cinematográfico. incendio2Uno podría sintetizar y decir que EL INCENDIO es una pelea de pareja de 90 minutos y no estaría tan errado, solo que la película logra con eso reflejar una serie de miedos, comportamientos y tensiones muy comunes a una generación de personas que rodean los 30 años y tienen que tomar esa decisión de comprometerse a una vida en común que, parece, más clásica y definitiva con la compra de un departamento. El “McGuffin” narrativo, si se quiere, está relacionado con que, por un problema del vendedor, la pareja que encarnan Pilar Gamboa y Juan Barberini deben quedarse encima, por 24 horas, con los dólares que sacaron del banco para la compra del departamento, que se pospuso un día. En esas 24 horas salen a la luz los problemas entre ambos. El es un tipo tenso y con inclinaciones violentas que tiene dificultades por ese tema en la escuela en la que da clases. Ella vive junto a él con una mezcla de tensión y miedo, sintiendo que él la odia y la maltrata. La película se dividirá en los momentos en los que ellos están juntos –en buena parte de los casos, peleándose, gritándose o lanzando objetos— y en los que cada uno vivirá en sus respectivos trabajos, con una fiesta de amigos en común que llevará las tensiones internas al extremo. incendio3Gamboa y Barberini logran transmitir con enorme credibilidad las dudas, miedos, broncas y fastidios acumulados en casi cualquier pareja, que salen a la luz a partir de una situación tal vez casual. Posiblemente sus personajes sean un tanto más extremos que la mayoría, pero no hay dudas que la situación es reconocible: se trata de una pareja que está junta, que se quiere o que tienen miedo de quedarse solos, que tienen muchas cuentas pendientes pero que a la vez se necesitan o se atraen a partir de esa misma lógica violenta. Buena parte de la “trama” pasa por el rostro de Gamboa, que es la más expresiva de los dos también porque su personaje está más fácilmente en contacto con sus emociones mientras que él tiende a negarlas y su actuación está más ligada a intimidar casi físicamente con el cuerpo y la mirada. EL INCENDIO no es lo que se dice una “date movie” (no se la recomendaría a una pareja que recién se conoce) pero sí una que mira con honestidad y al borde del “sincericidio” la realidad de ese tipo de vínculos, una que imagino provocará debates a la salida entre las parejas que la vean y se sientan, de alguna u otra manera, enfrentadas a un espejo que les muestra que su vida cotidiana puede tener la intensidad emocional del más violento de los thrillers. Y que los cineastas argentinos harían bien en volver a retratar el mundo que los rodea, día a día, sin necesidad de recaer en trampas narrativas propias del género ni en envoltorios festivaleros alejados de sus experiencias.
La violencia está en nosotros Una pareja de treinteañeros en crisis, dólares y un arma. Lucía y Marcelo son una pareja de treinta y pico que está a punto de subir un nivel en su relación a pesar de que no atraviesa su mejor momento: están por comprar un departamento. En la primera escena, plano cenital sobre la cama, Marcelo duerme y Lucía ya no, mira el techo (o al espectador) con una expresión preocupada. Así empieza El incendio, con claridad conceptual, sencillez y concisión. El conflicto empieza (o quizás deba decir que se agudiza, porque en realidad empezó antes) cuando el encargado de la inmobiliaria pospone la transacción para el día siguiente y ellos tienen que volver a su casa con la plata que acaban de sacar del banco. La película transcurre durante todo ese día, en esa especie de segunda oportunidad que le dio el destino a Lucía para pensarlo dos veces. El tema es la violencia en la pareja, el amor enfermo y la obsesión. Si esta película fuera un drama indie norteamericano y estuviera protagonizada por, digamos, Ryan Gosling y Michelle Williams, seguramente provocaría un pequeño escándalo en estos días en los que la violencia de género está en la agenda nacional. Lamentablemente casi todo el cine argentino pasa desapercibido y es muy probable que El incendio no sea la excepción. Es que la película es muy clara en su tema pero compleja y profunda en el tratamiento. El guión de Agustina Liendo (actriz y directora de teatro) no es demagogo y aunque algunas situaciones -sobre todo al comienzo- parecen metidas con fórceps para que le quede claro al espectador cuál es el tema, a medida que la historia avanza vemos que este no es un “alegato” barato tipo película para televisión. Me explico: Marcelo es un violento, no sólo con su novia, pero esa violencia es un problema para él, la siente como una enfermedad. Y Lucía también es violenta (aunque por ser mujer, su violencia es más inofensiva) y si bien la preocupación que le vimos en la primera escena es resultado en gran medida de este clima de violencia, por momentos parece disfrutarlo. It takes two to tango, dicen, aunque este dicho en el contexto de la violencia de género se parezca peligrosamente a una justificación. Lo menos interesante quizás sea la premisa: esos dólares que al principio parecen estar ahí como objeto generador de tensión (hay también un revólver cuya presencia no se termina de explotar). Más allá de una excelente escena en la calle, la película mejora cuando se olvida de esos dólares y se centra en la cosa doméstica. Es como si Liendo hubiera querido generar una tensión artificial y después se hubiera dado cuenta de que no hacían falta esos fajos de billetes, que esos personajes y su relación era lo suficientemente potente como para movilizarnos. El incendio, dirigida Juan Schnitman, es la tercera película salida de la cantera que fue la extraordinaria El amor (primera parte) después de El estudiante de Santiago Mitre y Los salvajes de Alejandro Fadel (el 18 de junio se estrena la segunda película de Mitre, La patota, que acaba de ganar dos premios importantes en el Festival de Cannes; y también está 1922, de Martín Máuregui, que se encuentra recién en busca de financiamiento internacional), y quizás sea la que más se parece a aquella comedia romántica aunque su tono es opuesto: El incendio es seca, pesimista y atrevida. Schnitman no siempre acierta, sobre todo con sus actores, que aunque son excelentes por momentos no están todo lo naturales que deberían, pero redondea una película que va de menor a mayor y que tiene un par de escenas que no sólo son muy buenas en sí mismas sino que además tienen la virtud de engendrar discusión y polémica.
El primer trabajo en solitario de Juan Schnitman es “El incendio”, película que se centra en una pareja a punto de comprar su primer departamento. Sin embargo, las cosas se complican y deberán retrasar la compra un día más. Esas 24 hs serán tan tortuosas que les harán replantear cada detalle de su relación. “El incendio” es un film tenso, intenso, e incluso hasta incómodo por momentos. Y estas sensaciones se van intensificando y profundizando a medida que la historia avanza hasta explotar. La violencia de los personajes también va escalando de a poco en el relato, y si bien no todos pueden sentirse del todo identificados, ya que probablemente no hayamos vivido las mismas situaciones, la historia nos transmite una cotidianeidad y realismo. Aunque sea ficción, nos creemos lo que ocurre sin dudarlo ni por un momento. Las actuaciones están muy bien llevadas a cabo por Pilar Gamboa y Juan Barberini, destacando sobre todo a la actriz, que manifiesta esa confusión de seguir con una persona aunque sea una relación tormentosa. Pero Juan tampoco se queda atrás, y consigue realizar un papel violento e intenso. Ambos personajes son fuertes, pero débiles a la vez, tienen sus dudas, miedos y certezas. Se nota una gran construcción de estos roles. Y no sé si será algo positivo o negativo (depende de dónde se lo mire), pero definitivamente Juan Schnitman nos deja con ganas de más. El final (que permite una interpretación subjetiva, y tal vez acá se pierda un poco de fuerza), no nos termina de satisfacer y queremos saber más acerca de esa relación tóxica. De cierta manera nos termina involucrando en la historia, haciéndonos parte de ella. En síntesis, “El incendio” es una película que profundiza sobre las relaciones de pareja, las inseguridades, los miedos y la cotidianeidad de la misma, protagonizada por dos actores que se ponen el film al hombro y realizan dos grandes interpretaciones (una más emotiva y otro más corporal), captando cómo a veces una situación tan pequeña como el atraso de la compra del departamento puede disparar de a poco todas las falencias de una relación, hasta el punto de replantearte si querés seguir teniendo a la otra persona a tu lado. Samantha Schuster
Te amo, te odio, dame más Una pareja que está por comprar un departamento se cuestiona la vida, el amor, todo, en este potente drama. Lucía y Marcelo son pareja. Duermen, viven juntos. Están a punto de dar un gran salto, al menos, para los que integran la clase media en la Argentina: comprar su primer departamento. La primera escena de El incendio nos muestra a Lucía y Marcelo acostados. Es la mañana. Ella se despierta antes de que suene el despertador. Hay nervios, lógicos por otra parte, pero hay algo más que se percibe entre ellos. Y poco a poco, en las veinticuatro horas que los acompañaremos, que compartiremos sin poder hacer otra cosa que observarlos y mascullar, descubriremos las diferencias, las desconfianzas, la violencia entre ellos. Y también el amor. Nada sale bien esa mañana. Iban a firmar el boleto, por lo que van con los fajos de billetes de dólares escondidos entre la ropa, pero imprevistamente la operación se posterga. Hay que estar un día con la plata encima. Y las preguntas, que seguro Marcelo y Lucía se hicieron a sí mismos, se las harán, cara a cara, sobre la vida en pareja. Son preguntas que arrastran de antes, pero que el director Juan Schnitman, codirector de El amor – primera parte, las hace estallar ahí, en ese instante. Cada uno es como es y carga siempre con lo puesto, pero Lucía y Marcelo portan una mochila pesada desde sus trabajos -como cualquier hijo de vecino, por otra parte-. Ella es cocinera, él trabaja en una escuela, y la violencia está anidada, nos dice la película, en todas partes. Ningún comentario es gratuito. Y hasta el sexo puede vivirse con intensidad... y violencia. El incendio es una película de potencia dramática, lo que la aleja de la presentación de película chiquita”, eufemismo sobre obras que no dicen nada. No. El incendio habla de una relación en la que la violencia es física y verbal, reprimida o no, pero que no apunta a la violencia de género, porque lo que cuenta Schnitman es lo que pasa dentro de esa relación entre dos. Miedos y desconfianza hacia el otro, dudas sobre uno mismo, Lucía y Marcelo son como un espejo de una generación en el que muchos podrán mirarse. Pilar Gamboa y Juan Barberini muestran las diferentes caras de sus personajes, con las tensiones ordinarias y extraordinarias de todos los días. Porque de lo que se nutre El incendio es de lo cotidiano, lo que parece superfluo pero que hace que estallemos de felicidad o de furia.
Juan Schnitman’s El Incendio offers a mature look at the destructive nature of love The dynamics of young couples have always been rich material for filmmakers interested in the connections made and missed between lovers, in what pushes them together and what pulls them apart. And just like finding your soul mate can often be a blessing, saying goodbye to love is always painful. As a perfect case in point, El incendio (The Fire), the first solo feature by Argentine Juan Schnitman (co-director of El amor primera parte), chronicles 24 hours in the life of Lucía (Pilar Gamboa) and Marcelo (Juan Barberini), both in their thirties and painfully falling out of love. At the exact time when Lucía and Marcelo intend to move from the apartment they rent to the one they are about to buy, the business transaction has to be postponed due to an unforeseen complication. So the money they’d taken out of the bank must now be hidden in the rented apartment until the next day. Needless to say, this unusual situation brews a lot of tension and anxiety, which in a matter of a few hours will end up revealing how much discontent and unsolved conflicts the young couple had managed to bury for a long time — which they can’t do any longer. A strong dramatic pillar in El incendio is how seasoned actors Pilar Gamboa and Juan Barberini play the two lovers with enormous confidence, as they eschew clichés, utilize precise body language, and go for emotional truth rather than empty dramatical tricks. Each of them swiftly embodies the explosive traits of their characters, who once were understanding but are now hostile, very kind in the past but quite unreceptive today. But it’s not only that their individual performances are true to life (Gamboa’s, is in fact, stunning), but most importantly they look and sound like a real life couple sunk into a deep crisis. As this intimate drama unfolds, its unseen layers, escalating aggressions and verbal darts, open up old wounds and create new ones. Lucía and Marcelo know how to hurt each other and they do so, but they have no clue how to recover their lost love and if such a feat were even possible. And there’s also a ferocious sex scene that works efficiently as yet another way these lovers have to inflict pain on each other. Or perhaps it’s just blinding lust, the kind they hadn’t experienced in years. With an austere mise-en-scene with nothing but the bare essentials, perfectly executed editing to express the nerve-wracking chaos, and long takes with an unobtrusive hand-held camera capturing the unbearable tension, Juan Schnitman creates a recognizable, most unfriendly environment for his couple to live in during 24 long hours. A mature look at how fragile and destructive sentimental liaisons are, El incendio is the work a young auteur who knows what he’s doing — and better yet, who knows how to do it right. Production notes El incendio (Argentina, 2015). Directed by Juan Schnitman. Written by Agustina Liendo, based on a story by Juan Schnitman. With Pilar Gamboa, Juan Barberini. Cinematography: Soledad Rodríguez. Editing: Andrés Pepe Estrada. Running time: 95 minutes.
La postergación del pago final de un departamento donde vivirán desatan las 24 más inflamables horas en la vida de la pareja protagonista. Esa mudanza es el último leño al fuego de un relación minada física y mentalmente. Schinitman es un gran director de actores y la puesta en escena claustrofóbica le permite no sacar nunca el foco de sus protagonistas mediante planos secuencia que le dan al espectador la chance de inmiscuirse cada vez más en esta sociedad que vemos en un constante crescendo de violencia y degradación. El guión de Agustina Liendo es preciso y letal mostrando la delgada linea que separa el amor del odio. “Blue Valentine” de Derek Cianfrance podría ser un acompañante temático igual de devastador para este film. Cruel, tensa y con realismo Cassavetiano, la película no da respiros y funciona casi como un “cautionary tale”. El arsenal de reproches, desconfianza e inseguridades destruyen cualquier construcción de lealtad, solidaridad y amor. “El Incendio” es parte de la competencia internacional y tiene todo para llevarse un premio.
El guión sólo pudo ser escrito por una mujer, y eso se nota, con diálogos profundos, intensos, crudos y sin filtro. Ambos actores, Pilar Gamboa y Juan Barberini, salidos de las tablas del teatro, dan vida real y contundente a estos personajes que desde el minuto uno manifiestan, no solo con las expresiones del rostro y la profunda mirada de los ojos, sino con el todo, desborde, depresión, agresión e insatisfacción. No todo es color de rosas ni verde como los dólares.
Una pareja joven tiene que convivir con los u$ 100.000 con los que debía escriturar su casa. En realidad, esa espera es solo el disparador para mostrar una crisis tensa, en un film cuyos mejores momentos recuerdan el buen thriller. Lo mejor es el retrato de una generación (los que hoy andan por los treinta) casi vacía, que se comporta por gestos y que aprendió a ocultar lo que verdaderamente piensa y siente. Los actores son pilares de la puesta en escena.
Violencias y permanencias Volví a ver Mad Max: Furia en el camino. Es una película fundamental. Es excelente, aún a pesar de Tom Hardy y su segmento final, en el que no sabe devolverle la mirada a Charlize Theron y de los flashbacks que aquejan a su personaje y al relato, que son como chispazos de mal cine en el mejor cine posible (quizás la propia película esté diciendo cómo usa a Max: como apoyo para que Furiosa acierte todos los tiros). Mad Max siglo XXI es cine prodigioso, algo pocas veces desarrollado, un film de un visionario, de un director en extremo singular. Y es una película en la que hay muchas muertes, explosiones, golpes, caídas, heridas, tiros, arrebatos, persecuciones. Es una road movie con rutas apenas delimitadas, una road movie circular, con un sólo lugar para detenerse. Es una película violenta, dirán algunos. Sí, incluye violencia y brutalidades diversas, y muchas muertes. Yo diría que es más bien salvaje y festiva, con apetito e imaginación por y para la destrucción. La violencia pasa a una velocidad endemoniada, y de alguna manera permanece el movimiento, filmado con una capacidad encomiable. Mucho más violenta me resulta una película argentina cuyo conteo de muertes es infinitamente menor al de Mad Max: Furia en el camino. El incendio de Juan Schnitman es una de las películas argentinas más encendidas de violencia en mucho tiempo. Una de esas de violencia persistente, impregnada, rociada. Una película sobre el malestar. Relatos salvajes jugaba con eficacia al remate, a la sorpresa, a la cita de grandes directores, al crescendo de rabia hasta la explosión. Pero era una película catártica, con resolución, o más bien resoluciones. Una película con cierres más claros, en la que que la distancia de las estrellas, de la apoyatura en los géneros, de un relato más claro y reconocible la hacían menos enferma, más apta para ser mentada con nula originalidad periodística en cada cobertura de hechos criminales diversos, en cada “nota de color” sobre reacciones airadas de algún “vecino”. El incendio -estrenada en Berlín en Panorama y luego en competencia internacional en el Bafici- es una película más pegajosa, más inextirpable, más enferma. Es una de las mejores películas argentinas estrenadas en lo que va de este año, una demostración de concentración. ¿Es una de esas para lo que mucha gente imagina como el círculo de críticos y cinéfilos snobs? En absoluto, es una película que no exige contraseñas de iniciados, una película que hace de la frontalidad virtud. Esto fue lo que escribí sobre El incendio para el catálogo del Bafici: Una pareja joven está por mudarse del departamento que alquila al que tiene planificado comprar en esa jornada que comienza. Todo está empaquetado: el ambiente es inhóspito. Ya no hay un hogar en ese lugar y el nuevo todavía no está disponible. Hay que comprar un departamento, hay que mover una gran suma de billetes en efectivo -una práctica del absurdo económico de la Argentina que hemos naturalizado, como tantas otras aberraciones-. Algo no se organiza del todo bien. Nervios, problemas, tensión: los golpes físicos, las heridas emocionales, objetos que se destruyen, todo está en riesgo, todo puede colapsar. En unas horas, lo que parecía el inicio de un futuro compartido torna en una pesadilla en la que el adentro y el afuera interactúan de forma lacerante. La primera película en solitario de Juan Schnitman es un sorprendente thriller sobre el amor y el odio de extraordinaria tensión y confección precisa, que desde su mirada micro devuelve lógicas sociales en tal estado terminal que ni siquiera se reconocen como tales. Volví a ver El incendio, y sigo sosteniendo lo escrito en el párrafo anterior. Y, a diferencia de lo que me pasó al revisar Relatos salvajes, en la que algunos episodios se (me) apagaban, disolvían parcialmente su interés porque estaban demasiado apoyados en remates, las secuencias cohesionadas del incendio volvían a involucrarme, a nublar el horizonte, a provocar ese malestar. La película reproduce su capilaridad, su fenómeno absorbente: se apoya en eventos del malestar social y los impone, los aísla en secuencias pero los integra en un relato de ostensible contundencia, de esos que se centran en una pareja como caja amplificación interna y caja de resonancia externa, que ponen en juego a actores (Pilar Gamboa, Juan Barberini) que entienden que la actuación en el cine es en buena parte cuestión de cómo mirarse, uno de esos relatos de uno, dos, ultraviolento.
Del amor y otros demonios En su debut como director en solitario, Juan Schnitman brinda una historia con tintes policiales sobre una pareja de treintañeros que se dispone a comprar su primer departamento. Todo comienza un día cuando se dirigen al banco a retirar los cien mil dólares necesarios para la transacción, luego deben reunirse con el agente inmobiliario y el vendedor para firmar los papeles correspondientes, pero un imprevisto ajeno a ellos, hace que la cita se cancele. A partir de eso, Marcelo (Juan Barberini) y Lucía (Pilar Gamboa) comienzan las peores 24 horas de su vida, ya que empiezan a cuestionar la compra y a tener más dudas que certezas sobre su relación y el paso que están por dar. Discusiones actuales y pasadas salen a relucir y a cargar de violencia cualquier situación cotidiana que surge en el pequeño departamento que alquilan , y rápidamente éste se convierte en un hábitat ultra intolerante y opresivo para ambos. En El incendio es notoria la influencia de los hermanos Dardenne, particularmente de Rosetta ya que ambas películas comparten el propósito de transmitir sensaciones físicas, y de incluso lograr que el espectador llegue a sentir las mismas emociones que los protagonistas. En el film de Schnitman tal objetivo se logra con éxito ya que la cámara sigue de cerca y “estar encima” de Gamboa y Barberini a lo largo de todo el largometraje. Así sentimos casi en carne propia la ira, el enojo, el odio y la angustia que se muestra en escena, a la vez que la intensidad de la trama va creciendo y anticipando la progresiva ruptura amorosa. Aplausos al guión de Agustina Liendo, que maneja con un virtuosismo impecable los tiempos de crisis por los que atraviesan ambos personajes, en especial el de Gamboa. El film es excelente de principio a fin, sobre todo por la laboral de la dupla protagónica y la excelente dirección actoral que Schnitman realiza, además de la elección de combinar una relación de pareja –con problemas comunes y habituales que nos identifican a todos- con elementos policiales –más allá de que la trama nada tiene que ver con esto- y de provocar en el espectador algo similar a lo que lograría un thriller o un film de terror.
Después de su paso por la Bernilane y el BAFICI, se estrena El Incendio de Juan Schnitman,una impactante historia de una pareja que enfrente la decisión de crecer rodeados de un clima de latente violencia. Lucía y Marcelo tienen 30 años y están yendo con cien mil dólares a pagar su futura casa. Pero el vendedor no llega y la escritura se posterga. Tensos y frustrados vuelven a su antiguo departamento alquilado y esconden el dinero. Marcelo le dice: “Tranquila, es un día como cualquier otro”. En el transcurso de esas 24 horas de espera se revela la verdadera naturaleza del amor entre Lucía y Marcelo, de la crisis por la que están pasando, y de la violencia que los atraviesa. La película cuenta esas 24 horas de una tensión insostenible. El tópico de problemas de pareja no es algo ajeno al mundo del cine, pero hay pocas veces que se refleja la complicada realidad que es la comunicación en la pareja. Juan Schnitman hace un trabajo excepcional en su primer largometraje en solitario, apoyado por las actuaciones de Pilar Gamboa y Juan Barberini, que exponen todo su cuerpo y expresiones en pos de sus personajes. Compuesto por una serie de planos secuencia, el director se niega a abandonar a sus protagonistas y decide empujarlos en todos los ángulos posibles, reforzando esta idea natural y poniendo al espectador entrometido en la historia de Lucia y Marcelo.
Auspicioso debut en solitario de Juan Schnitman. Se estrena El incendio, drama de enorme tensión con buenas actuaciones de Pilar Gamboa y Juan Barberini. Para crear suspenso no siempre se necesita tener crímenes, muertes o policías. Como ha demostrado Claude Chabrol a lo largo de su filmografía, o incluso Alfred Hitchcock, a veces la tensión en el hogar es un buen disparador para transmitir diversas emociones al espectador. Lucía y Marcelo acaban de comprar su primer departamento. Cuando están a punto de comenzar la mudanza, le notifican que el propietario anterior no puede participar de la venta y deben retrasar un día la transacción. Schnitman, co director del trabajo colectivo El amor (primera parte) parte de una premisa cotidiana para reflejar un conflicto creíble, la inseguridad conyugal de un pareja a la hora de dar un paso gigante en su relación. Pequeñas situaciones de la rutina derivan en discusiones y peleas, que se podrían solucionar de otra manera en un contexto más pasivo. Pero el guión es sumamente completo y creativo. Expone a los personajes a ambientes virulentos. Lucía trabaja en la cocina de un restaurant, donde debe ser testigo de discusiones entre empleados y patrones, y además objetivo de ataques verbales y propuestas sexuales por parte de los compañeros. Marcelo, es profesor de una escuela secundaria pública, donde debe enfrentarse con alumnos problemáticos, padres violentos y autoridades que prefieren lavarse las manos. Esta violencia, que se suma al calor que azota la ciudad y la tensión urbana, incrementan el grado agresividad que existe en la pareja. Schnitman se toma en serio cada detalle para crear un reflejo de la clase media porteña. Situaciones que generan empatía, no solo por la verosimilitud de las acciones per sé, sino también por la potencia de las interpretaciones, especialmente de Gamboa y su mirada abierta, atenta, siempre siendo testigo de aquellos que no se dice. El poder de las imágenes del relato pasa, justamente por la potencia de lo que se sugiere, que es aún más violento que aquello que se dice. La ausencia de química de la pareja protagónica es intencional y está trabajada para generar un malestar en el público. Schnitman intenta que el espectador se sienta impotente ante las consecuencias –algunas previsibles- de las acciones de los personajes. El film no es perfecto y hay algunas escenas cuya resolución es un poco exagerada en el grado virulente, pero eso no le quita efecto a una historia potente que manipula en el buen sentido al espectador, que lo introduce en un universo en el que pudo o puede llegar a ser protagonista.
El futuro nido de amor violento Una pequeña situación de la vida cotidiana dispara este drama realista e intimista, sobre una pareja que pondrá en jaque su compromiso a una vida en común. Con una historia sencilla y cimentándose en las buenas interpretaciones, El incendio desarrolla un drama intimista que expone, a partir de una situación realista, las falencias de una pareja que parecía tener todo resuelto, pero los nervios, inseguridades, la desconfianza y reproches mutuos sacaran a la luz un estado de violencia latente. La historia tiene como protagonistas a una joven pareja -Pilar Gamboa y Juan Barberini- a punto de comprar un departamento, pero tras un improvisto se ven obligados a posponer al día siguiente la firma de los documentos.Durante las siguientes 24 horas la pareja aflorará su peor crisis, donde los nervios e inseguridades desataran las tensiones escondidas y un estado de violencia latente que les harán replantear cada detalle de su relación. El uso de cámara en mano, desde un punto de vista subjetivo y con predominio de los primeros planos, sumado a los ambientes cerrados, estrechos y asfixiantes en el que se desarrolla la mayor parte del film, ayudan a introducir al espectador en la intimidad de esta pareja que expondrá sus miedos, tensiones y sentimientos hasta la violencia verbal y física. Gamboa y Barberini logran transmitir con gran credibilidad la relación de esta pareja invadida por los miedos y dudas pero que se quieren, reflexionando cuán confusos son los límites entre el amor y el odio. La sencillez de la historia juega en El incendio un doble papel, el escueto pero bien trabajado guión deja lucir las interpretaciones y expone, sobre todo al comienzo y aunque luego no los desarrolle, algunos elementos típicos del policial.Pero en la segunda mitad del film, la falta de conflictos contundentes hacen que la relación de la pareja transcurra sin que suceda nada, decayendo en parte el interés del espectador hasta un final poco convincente pero creíble para dicha relación.
Una posible primera casa y la implosión de una pareja Un departamento, un barrio, el país, de lo particular a lo macro para contar el deseo, la incertidumbre y la violencia, el cansancio y la asfixia de una pareja joven que quiere comprar su primera casa. Un departamento, un barrio, el país, de lo particular a lo macro para contar el deseo, la incertidumbre y la violencia, el cansancio y la asfixia de una pareja joven que quiere comprar su primera casa. Pero la compra se posterga por 24 horas y los reproches que empiezan a cruzarse, las diferencias de clase entre ambos que estaban y queman, el contexto laboral, el sexo como arma, una pistola escondida, secretos, mentiras, calor y contradiciones que lastiman. Después de haber codirigido El Amor (primera parte), Juan Schnitman debuta en solitario con un film austero, que con sólo dos personajes, Lucía (formidable Pilar Gamboa) y Marcelo (Juan Barberini) traza un itinerario posible sobre el presente para observar la implosión de los protagonistas. Ahí están los Dardenne para contextualizar a una sociedad crispada, el afuera como amenaza y un adentro que no es un refugio y sí, Cassavettes como herramienta para contar el amor que se desintegra en pantalla. O no, porque Schnitman no juzga a sus criaturas, entonces tal vez se esté ante un mojón de la pareja que va a salir fortalecida pese a las heridas. Tensa, con muchos recursos narrativos y una cuidada puesta, El incendio es una gran carta de presentación del cineasta.
En llamas La ópera prima en soledad de Juan Schnitman resulta una película interesante dentro del panorama del cine nacional. Alejado de la abulia, la pretensión, o el mero onanismo artístico, elige contar una historia. Anclada en el presente, El Incendio trata de una pareja (Lucía y Marcelo) que sale con cien mil dólares a comprar su primera vivienda. El relato es el de un mundo acotado, y la cámara del director, sabiamente, elige ubicarse desde una cercanía asfixiante. La relación de Lucia y Marcelo (Pilar Gamboa y Juan Barberini) se advierte agresiva, tensa, en crisis constante, en cada gesto, movimiento y silencio, se exponen grietas que presagian un abismo monstruoso. En medio del estresante cambio en sus vidas, se suma la paranoia latente de la sociedad argentina. Una historia que pareciera escapada de Relatos Salvajes pero que a diferencia de aquella, expone de manera más profunda y sincera los temores y conflictos del argentino de clase media que habita la ciudad. Aquí no se utiliza una visión efectista de personajes y circunstancias para convertirlos en elementos de relojería cinematográfica. El Incendio es una historia urgente, arrastrada por la emoción y la conmoción. Entrega una intensidad bienvenida en un cine argentino que muchas veces adolece en la fluidez de su montaje y narración. El Incendio es una historia urgente, arrastrada por la emoción y la conmoción. Los acontecimientos que se va recorriendo por más de hora y media suenan a una realidad palpable, tanto en esa relación de pareja con gestos de violencia y desprecio (y de un rigor angustioso) como por los mundos urbanos que se recorren. Las elecciones narrativas y visuales de Schnitman demuestran una energía y fortaleza envidiable, potenciadas por la sólida actuación de sus protagonistas Pilar Gamboa y Juan Barberini. El mayor acierto de El Incendio es transmitirnos una angustia y suspense constante, acrecentando nuestro frenesí mediante la tensión verbal y visual (con una cámara que nunca se detiene), hundiéndonos gradualmente en un derrumbe que cumple una profecía secretamente deseada. Una película hipnótica, como el goce morboso de quedarse observando mientras las llamas lo devoran todo.
Como barril de pólvora El primer filme de Juan Schintman en solitario, ya ha realizado otros dos en calidad de co-director, se presenta como una radiografía desgarradora de una sociedad al borde del colapso. Representada en este caso por una joven pareja que, a partir de la postergación de 24 horas en la adquisición de su primer departamento, se despliega la crisis oculta por la que están atravesando. La aceleración sobre las decisiones importantes asumidas sobre hechos aparentemente externos a su relación, hicieron que ambos no puedan dar cuenta de lo que se iba edificando cual barril de pólvora en su intimidad. Dicho de otro modo, todo esta listo. Ellos tienen el dinero, pero la parte vendedora tuvo un percance y debe trasladar al día siguiente la venta del departamento. De la misma manera ellos deben trasladar el dinero hacia su viejo departamento y esconderlo, seguir ese día como uno normal, que ya no lo es, que en la quieta y tensa espera comienzan a desplegarse los interrogantes ocultados por la vorágine. La realización narra esas 24 horas, provocando una tensión insostenible, también para el público, pues si hay algo de bonanza del filme es la forma que el director trabaja el tema para que los espectadores no puedan huir fácilmente de la identificación con la pareja protagónica. Trabajado principalmente desde la actuación de Pilar Gamboa en el rol de Lucia, ella sostiene la historia,en tanto su partenaire, Juan Barberini, como Marcelo, no es de mucha ayuda. La violencia hace erupción desde el momento que queda expuesto aquello que permanecía escondido, no sólo en la relación entre ellos, sino que desde el guión hace despliegue de la violencia cotidiana en todos los ámbitos, los espacios públicos, los laborales, refrendados por el manejo de la cámara, nunca quieta, en permanente movimiento, hasta inquietante, traduciéndose en la violencia misma que está registrando. Por supuesto que también está sustentado a partir de la corrección de los rubros técnicos con un diseño de sonido realista, al igual que la dirección de arte que busca ese mismo efecto, incluyendo la muy buena fotografía. Podría endilgarse desde el guión un par de cuestiones que atentarían contra el verosímil del texto. La más importante se desarrolla en la escuela donde Marcelo se desempeña como docente y es acusado de maltratar a un alumno, la madre del mismo ya genera sentimientos encontrados y el relato de lo sucedido, y su posterior desenlace, no está a la altura del resto de la realización, claro que, para colmo de males, en esa escena falta el “pilar” del filme que es la actriz protagónica. El otro problema, un poco más sutil es que todo lo bueno que construye en los dos primeros tercios, se empieza a desbarrancar en el momento en que debe comenzar el cierre del relato, algo del orden de la reiteración, de situaciones que no agregan ninguna información nueva hacen que el desarrollo progresivo del mismo parezca empezar a detenerse, no tanto desde la previsibilidad sino desde el interés. Pero siempre aparece Pilar Gamboa para hacernos recuperar la atención.
Una pareja joven duerme en la cama. Viven en un pequeño departamento de la ciudad. Parece que se quieren, pero ella lo rechaza en el primer movimiento sexual de la película. Están a punto de mudarse porque están cerrando la compra de una casa. En el viaje de ida en auto a firmar el contrato la cosa se complica: al primer problema se exasperan, se gritan, se pelean. Y la cuestión es esa, el retrato de una relación donde no hay armonía ni paciencia; uno de esos amores que no podrían nunca hacernos felices porque están signados por la desconexión y el desencuentro. Es una película de diálogo y el guion demanda muchísimo de los actores, que tienen que sostenerla en los gestos, en las caras, en los tonos de la voz. A veces la cosa funciona bien y se logra una verosimilitud interesante; otras escenas son demasiado solemnes o sobreactuadas y la energía se siente forzada. Hay algo del hermetismo dado por el guion que también es raro: es un poco mucho lo que no se dicen, le falta sutileza a la distancia. Pero la fuerza de la película está en algunas brutalidades muy bien logradas. La escena en la que él empieza a romper objetos de la casa es dolorosamente real, y el in crescendo del desborde está trabajado de forma obsesiva, con maestría. Del mismo modo, la violenta escena de sexo que protagonizan ambos en el garage de la casa de un amigo logra sintetizar los bemoles de la relación: el descontrol de dejarse llevar por un erotismo que lastima, que hace daño. Esa escena es realmente muy impresionante, sobre todo porque narra también el agotamiento, el desgano de quienes ya no pueden más, el cansancio de querer resolver y no poder, de querer comunicarse o encontrarse y no saber cómo. ¿Cómo se construye el erotismo? ¿Cómo se instala en el cuerpo? ¿De quién nos enamoramos? ¿Hay una lógica del deseo? ¿Por qué sostenemos ciertas relaciones? Esas preguntas no son nunca menores y está lleno de materiales pseudo artísticos que parecen dar respuestas, certezas, recetas para la vida. Esta película no cae en ese tipo de universalidades y se limita a construir dos personajes consistentes, ambiguos y desesperados. La tristeza, la falta de sentido, el grisáceo contexto de hipocresía y agresión se dejan ver en los personajes secundarios, en el sentido del dinero, en la necesidad de cumplir con ciertos mandatos que supuestamente garantizan una vida de logros y felicidad. Me resultó muy terrible que terminaran juntos, que se resignaran. Es realmente difícil volver de la violencia: suelen ser procesos que requieren años, mucha reflexión y mucho trabajo, y tomar la decisión como guionista de dejar esos personajes juntos es amarga. En ese sentido, abre una puerta más interesante: ¿qué es un final feliz? En términos de realización me impresionan los niveles técnicos a los que ha llegado el cine argentino. La construcción de los espacios, el laburo de arte con respecto a los colores, la fotografía, el montaje: se logra un dinamismo y una belleza en los encuadres, en la apuesta de cámara, que implica una mirada muy consciente en cuanto a lo técnico y un trabajo de planificación que parece exhaustivo sin necesidad de ser rimbombante o llamar la atención sobre sí mismo. No es sencillo contar dos subjetividades a la par sin que ninguna aparezca desequilibrada, aunque tal vez es cierto que se tiende a una identificación algo mayor con la chica, huella quizás de la mano femenina en el guión.
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Un día de furia Juan Schnitman integró junto a Santiago Mitre (célebre hoy por “El estudiante” y “La patota”), Alejandro Fadel y Martín Mauregui (coguionistas de Pablo Trapero en “Leonera”, “Elefante blanco” y “Carancho”) el equipo creativo que gestó la seminal “El amor (primera parte)”, un decenio atrás. Aquella cinta, que catapultó a Leonora Balcarce y Luciano Cáceres (al menos dentro del circuito independiente) apeló a una diversidad de recursos estéticos para contar el nacimiento, apoteosis y caída de una pareja joven: una “primera parte” destinada a no tener segunda, o a tener tantas otras partes como relaciones cada uno de ellos, por su cuenta: como la vida misma. En su primer largometraje en solitario, Schnitman vuelve sobre la crisis de pareja como tema y con una visión innovadora, pero parte de la concepción opuesta: menos es más. Una mañana cualquiera La historia arranca con Lucía y Marcelo (ella es cocinera, él profesor en una escuela, veremos después) retirando cien mil dólares del banco. El objetivo es firmar el boleto de compraventa del departamento de propiedad horizontal al que se quieren mudar. Ya en el auto y con la plata encima, les avisan que la operación no se va a poder concretar esa mañana, sino la siguiente. A partir de ese momento comenzará una serie de fricciones entre ambos, en las que empezarán a surgir de una u otra manera las inseguridades, las cosas no resueltas de la relación, los lastres familiares. Ya treintañeros, Lucía y Marcelo son como si Sofía y Pedro de “El amor (primera parte)” hubiesen seguido juntos, o más probablemente como si fuese una relación posterior. Hay una tensión entre ser ya mayores y cosas de adolescencias tardías, también: marcas generacionales, que les dicen. Cuerpos en tensión Pilar Gamboa supo lucirse como actriz de teatro en las obras de Romina Paula “Algo de ruido hace” y particularmente en “El tiempo todo entero” (relectura de “El zoo de cristal”, de Tennessee Williams), donde compartía escenario con Esteban Bigliardi y el ahora reconocido Esteban Lamothe. En ambas, y especialmente en la segunda, Gamboa sabía robarse la escena entre sus compañeros masculinos. Bigliardi, Lamothe y Paula se fueron con Mitre a “El estudiante” pero (más allá de alguna participación, y una presencia más fuerte en televisión), el cine tenía una deuda con Gamboa. Schnitman viene a saldarla: “El incendio” gira sobre ella, verdadero pilar (como su nombre lo indica) de la acción dramática. Técnica cinematográfica y actoral confluyen: el director explota el plano secuencia sin forzarlo (es decir, corta el plano cuando la acción lo requiere), permitiendo largas interacciones sin cortes entre la actriz y Juan Barberini, el que tiene que hacer girar a la prima ballerina, permitiendo el fluir de esa experiencia teatral. Se aman, se pelean, se miman y se golpean, en secuencias que lucen frescas (con algo de improvisación, probablemente), mientras la cámara en mano de Soledad Rodríguez se maneja muy bien en el pequeño departamento en el que vive la pareja actualmente. Será tarea para fanáticos mirar la película en sus casas, estudiando en qué momentos se prefiere filmar en contraplanos (en “el afuera” de la pareja, especialmente). En lo que también acuerdan es en que la cámara se enamore de la actriz: el encuadre busca su recto perfil, la textura de su piel, o la hace hablar de frente a cámara durante largos minutos. Pero no hay riesgos de empacharse de Gamboa. Según pasan las horas Rodríguez, también directora de fotografía, aprovecha junto al realizador la luz natural (y sus sombras), al punto que uno puede seguir el devenir de las horas de la tarde, el ocaso y el anochecer de ese día de furia. Porque “la violencia está en nosotros”, y también en ellos: en el conflicto, pero también en el sexo: el que no creía que una mudanza puede ser tan estresante, que se mire esta película. Quizás uno pueda pensar que el relato se vuelve moroso por momentos, pero la acción siempre “levanta” nuevamente. Por suerte, después del anochecer viene otra vez la mañana, o así ha sido desde que el mundo es mundo. El final de esas 24 horas de tensión nos dejará con Lucía y Marcelo en otra etapa, en otro plano. Quizás ahora empiece (o no) la segunda parte del amor.