Terror en gestación El Silbón: Orígenes (2018) toma su nombre y su historia de un personaje legendario venezolano. Según la leyenda, es un alma en pena que quedó vagando en el éter luego de que lo mataran por asesinar a su padre abusivo y hoy se dedica a vengarse de tipos jodidos y a perseguir mujeriegos y borrachines. La ópera prima de Gisberg Bermúdez, coproducción venezolana/ mexicana/ norteamericana, cuenta por un lado el origen del Silbón durante el Siglo XIX, y, por otro, una historia familiar actual que transcurre en paralelo y en el mismo pueblito rural donde ocurrieron los hechos originarios de la leyenda. Tal como en Profondo Rosso (1975) del maestro Argento, The Ring (2002) o Deadly Night Silent Night (1984), y como en tantas otras películas de terror, una niña perturbada dibuja asesinatos. De todos modos, no hay en El Silbón: Orígenes aspiraciones de homenajear a obras puntuales del terror sino de representar una historia del propio folklore mediante elementos del género. Algo que hicieron, a grandes rasgos, diversas filmografías pero, sobre todo, la japonesa, si pensamos en el cine de terror relacionado a los espectros. El padre de la nena es la figura análoga del presente al padre del Silbón, el eco que permite la vigencia de la leyenda. La película se divide entre esa historia de un presente que luce atemporal y con más pericia fotográfica que narrativa, y una reconstrucción histórica teñida de marrón donde se encuentra la potencia que por momentos falta en su refracción. Que se estrene en nuestra cerrada cartelera una película venezolana y que además sea una de terror, es toda una rareza. Sin embargo, hace unos años se estrenó en nuestro país La Casa del Fin de los Tiempos (2013), también una ópera prima y, supuestamente, la primera película venezolana de horror de la historia. Tal como pasaba en aquella, el gran problema de El Silbón: Orígenes no pasa por la parte técnica ni por la construcción de ciertos lugares comunes del terror como algunos golpes de efecto, sino por el tratamiento algo solemne de las escenas. De todos modos, en ambas películas se percibe que aunque no haya una tradición nacional en el cine de género, hay mucho conocimiento sobre determinados recursos del suspenso y el terror, así como un público local para los formatos (tal como demostraron los buenos números de la mencionada película del 2013 en Venezuela). El Silbón: Orígenes se suma a los esfuerzos del horror latinoamericano que se sigue gestando sin industria ni tradición que lo respalde.
¿De dónde provienen estas leyendas que tantas veces escuchamos de niños y en boca de nuestros tíos o padres para asustarnos momentáneamente? El Silbón: Orígenes (2018) procura dar respuesta a ello partiendo de la historia homónima, nacida en los llanos del estado de Portuguesa, Venezuela, y que después se esparciría por Cojedes y Barinas hasta ser difundida en algunas zonas de Colombia. La película, reciente ganadora del 19º Festival Buenos Aires Rojo Sangre y de tres premios en el Festival de Cine Venezolano, desarrolla dos tramas al mismo tiempo. Por un lado está el origen de El Silbón con Ángel, un niño maltratado por su padre, Baudilio (Fernando Gaviria), quien estuvo acompañado por la brujería en su propia infancia. Por el otro está Martín (Yon Henao Calderón), quien lucha contra la maldición del fantasma que merodea a su hija. Si hay algo que guía la propuesta audiovisual de El Silbón es la fotografía. Con insistencia, Gerard Uzcátegui nos sugiere el sentido de cada personaje dentro de la leyenda de este ser que anuncia su presencia con un silbido in crescendo y prolongado antes de atacar a su víctima. Los árboles y sus sombras tienen un fuerte significado a lo largo de la película, y no sólo porque sea una leyenda terrorífica. En torno a un árbol Ángel (Vladimir García y Martín Márquez) pasa sus ratos libres imitando a los zamuros, Y bajo un árbol su padre lo castiga. El guión toma la referencia de este elemento presente en una de las versiones de la leyenda original y saca provecho para brindarle un leitmotiv a la historia. Lamentablemente hay elementos que juegan en contra. En principio, la irregularidad de la dirección de actores permite que haya escenas casi risibles por la falta de convicción en la manera en que ellos dicen algunas líneas. Por otro lado, ninguno de los personajes secundarios tiene una historia que atrape el interés. Todos están al servicio de la leyenda, y cuando el film se detiene brevemente en detalles, como en las madres de los niños, las escenas no parecen orgánicas a la historia central. En el fondo de la propuesta se advierte una gran obra de suspenso. Esto queda evidenciado poco después de la mitad cuando finalmente se devela el surgimiento de “El Silbón”. A favor de la persistencia del suspenso tenemos una edición que intercala la masacre causada por el sanguinario ser con las insistencias del padre para eludir la maldición que rodea a su hija. También la ya mencionada fotografía, que nos brinda planos inquietantes. Pero eso no basta para que resulten creíbles las participaciones de gran parte del elenco. Al final, el film de Bermúdez cae en los sustos fáciles, a diferencia de La casa del fin de los tiempos (2013), que inauguró el género de terror en el cine venezolano. Aún así, retrata con cierto tino una leyenda del llano, zona muy rica para situar estas historias de aparecidos, similares a los casos tan sonados que el locutor Porfirio Torres solía narrar en la radio caraqueña de décadas pasadas con su voz cavernosa. Al final, el miedo también nos hace comulgar con nuestro pasado particular y el común a los demás ciudadanos.
“El Silbón: Orígenes” es una película venezolana dirigida y co escrita por Gisberg Bermudez, los otros escritores son Gisyerg Bermudez e Irina Dendiouk. Está protagonizada por Daniela Bueno, Yon Henao Calderón, Eliane Chipia, Vladimir Garcia, entre otros. La película trata sobre Ariel, quien nació marcada con una maldición y que su único objetivo es vengarse como un justiciero desatando una serie de asesinatos. La premisa no es del todo original, sobre todo por las “maldiciones” y la “sed de venganza”. Esta película es recién el tercer proyecto a cargo de Gisberg, que escibe y dirige, siendo los dos anteriores trabajos un cortometraje de género musical llamado “Amo” y su ópera prima “Portion”, un drama. De esta manera nos encontramos con que es su primera vez manejando este género de terror. “El Silbón: Orígenes” es de ese tipo de películas que tratan de no ser como las típicas cintas de terror que hay hoy en día y hace unos años, pero a su vez tienen ciertas similitudes con éstas. “El Silbón” causa muy poco miedo en su hora y quince de duración y el tema de los sustos y saltos no terminan de generar eso. Lo que sí está presente son buenos momentos de tensión antes de las escenas de miedo y sobre todo las sangrientas/gore. Si bien las actuaciones no terminan de destacar tanto porque hay presentes unos cuantos personajes (sobre todo secundarios), eso no quiere decir que sean malas. La gran mayoría de ellos, más que nada los protagonistas, hacen buenas interpretaciones en los momentos de mayor suspenso y tensión dentro del film. En cuanto al silbón, la razón de su sed de venganza y la maldición que le sucedió cuando nació, está explicada de una forma muy simple. Un punto muy bien logrado es la ambientación y los escenarios donde se desarrolla toda la historia, manteniendo todos esos colores oscuros y lugares como una especie de granja, sitios bastante vacíos solo con plantación, etc. Los efectos de la sangre también se pueden apreciar bastante reales y la personificación del Silbón como tal, es bastante imponente. Para resumir, “El Silbón: Orígenes” no llega a ser una tan mala cinta de terror, presenta buenos momentos y aspectos técnicos, pero no una sólida historia para mantener el interés del espectador.
Basada en una popular leyenda venezolana, "El Silbón: Orígenes", de Gisberg Bermúdez, es un sólido relato en dos tiempos, que mezcla la denuncia social con la atmósfera de terror ¿Hay una base mejor para el terror que los mitos que se van transmitiendo oralmente a través de las generaciones? El plus de posible verosimilitud es algo que difícilmente se logre con cualquier historia que parta desde cero en un guion cinematográfico. La leyenda de "El Silbón" data del Siglo XIX en la región de Los Llanos. Según cuenta, un joven fue atado a un poste boca arriba y azotado a latigazos como castigo de su abuelo por haber destripado a su padre, quien previamente había asesinado a la esposa/madre por considerarla indigna. Luego de lacerar aún más sus heridas con alcohol, fue liberado junto a dos perros carnívoros, y maldecido a cargar para siempre con los huesos de su padre. El Silbón es un alma en pena, y su presencia la marca un característico silbido al compás de las notas musicales, con acentuación en el medio; por lo cual, si se lo escucha cerca está lejos; y si se lo escucha lejos, está cerca. Casi que no hay nadie en Venezuela que desconozca qué es El Silbón, por lo cual, hacer una película sobre su historia pareciera ser un aporte acertado; por lo menos localmente. ¿Funciona fuera de ese contexto? Gisberg Bermúdez Molero encara su segundo largometraje, el primero de género, en un tono muy diferente a su ópera prima "Portion", de tono más dramático. Esto a la hora de la consideración se nota, "El Silbón: Orígenes" mantiene mucho peso dramático, focaliza el contar una historia, antes de recurrir al terror de efectos. Coproducción entre Venezuela, México, y Estados Unidos; esta se aprecia como una película a gran escala. Si bien puede que los recursos con los que cuenta no se equiparen a los de un film promedio hollywoodense. Se apoya en dos reconstrucciones de época y lugar; aprovecha las filmaciones en exteriores, y técnicamente se ve muy aceptable. No por nada resultó ganadora en la Competencia Iberoamericana del recientemente finalizado Festival Buenos aires Rojo Sangre, y ya había recolectado premios en el Festival de Cine de Venezuela. La primera ambición que notamos, además de las reconstrucciones, es el hecho de una narración en dos tiempos diferentes. Con paralelismos entre dos historias de abusos y venganzas. En el Siglo XIX, Ángel (Vladimir García), sufre las consecuencias de un padre abusivo (Fernando Gaviria), quien en su propia infancia estuvo marcado por hechos oscuros, brujería incluida. En el ¿presente? Una niña carga con una maldición propia, también desencadenada por acontecimientos de su historia familiar; y un padre que intenta averiguar qué es lo que sucede. Las réplicas del pasado en el presente son palpables, y es evidente que una historia tiene que ver con la otra, acrecentando la idea de la maldición. Ángel se transformó en El Silbón, un alma torturada que venga a todo aquel que mantenga un trato abusivo, en especial con los niños y las mujeres. Venezuela no es un país con una larga tradición en cine de terror. Aún se recuerda "La casa del fin de los tiempos", de 2013 como el primer film de ese género en aquel país. Al igual que aquella, se recurre primordialmente al drama para construir clima y adentrarnos en la historia. En "El Silbón: Orígenes" veremos dos historias trágicas, de círculos abusivos, personajes indefensos, y otros perversos. Aún se recuerda "La casa del fin de los tiempos", de 2013 como el primer film de ese género en aquel país. Al igual que aquella, se recurre primordialmente al drama para construir clima y adentrarnos en la historia. En "El Silbón: Orígenes" veremos dos historias trágicas, de círculos abusivos, personajes indefensos, y otros perversos. Aún se recuerda "La casa del fin de los tiempos", de 2013 como el primer film de ese género en aquel país. Al igual que aquella, se recurre primordialmente al drama para construir clima y adentrarnos en la historia. En "El Silbón: Orígenes" veremos dos historias trágicas, de círculos abusivos, personajes indefensos, y otros perversos. El tratamiento que se le da a esto es sencillo, por lo que no constará demasiado que empaticemos. Paulatinamente nos iremos metiendo en una historia cada vez más turbia, opresiva, hasta que los sustos exploten en el tercer acto más convencional. No exijan acá una montaña rusa de jump scares, no lo van a tener, tampoco hectolitros de sangre. "El Silbón" apuesta a la oscuridad, a la atmósfera pesada, a cierta lentitud pretendida pero no abrumadora, y a la sugestión antes que al pavor. Con buenos recursos en la fotografía, un montaje muy logrado que permite pasar de una época a la otra de un modo muy fluido y sin necesidad de aclarar; y un conjunto actoral sólido; lo único que la reciente son algunos tramos en los que recae a una tradición más telenovelesca. En definitiva, se asume como una propuesta seria, rigurosa, con elementos muy positivos, y un deseo por querer entregar un producto noble. La base de tradición es un aporte fundamental, y el compromiso asumido para narrar dos dramas intensos la potencian aún más. Pequeña gran sorpresa, "El Silbón: Orígenes" es una leyenda cinematográfica por la que bien vale la pena jugársela.
El folklore sobrenatural latinoamericano tiene como estandarte principal a La Llorona, ese espectro tan reconocido mundialmente que el próximo abril tendrá un gran empujón de notoriedad con The Curse of La Llorona, producida por el omnipresente James Wan. Pero hay otras almas en pena que vale la pena conocer, y ese pensamiento empujó al director y guionista venezolano Gisberg Bermúdez a darle forma a lo que hoy conocemos como El Silbón: Orígenes, un comienzo a la macabra fábula del espectro silbador que de seguro causaba más miedo como historia de boca en boca que en un aburrido largometraje que nunca tiene en claro lo que quiere contar.
Recolector de pecados Gisberg Bermúdez Molero es un joven director venezolano que eligió traer a la pantalla grande uno de las más conocidas leyendas urbanas de su tierra. El Silbón: Orígenes (2018) es una obra que se mete en lo profundo de la mitopoiésis de un ser folclórico, a quien hoy día se le sigue rindiendo tributo de la misma forma que se le sigue temiendo un poco. La co-producción venezolana, mexicana y estadounidense tuvo una muy buena recepción en el reciente Festival Buenos Aires Rojo Sangre, llevándose el premio a Mejor Largometraje en la categoría Competencia Iberoamericana. La narración transita dos líneas temporales en paralelo: por un lado se expone el drama que deriva en la creación de la criatura fantástica, con un padre que pierde a su esposa después de dar a luz y descarga toda la frustración en su hijo, a quien maltrata de las peores formas imaginables, ignorando las trágicas consecuencias. Por otro lado, mas cerca de la actualidad, tenemos a un padre preocupado por su hija, quien parece estar poseída por un espíritu maligno, pero conforme avanza la trama se hará evidente que la espeluznante figura del silbón está involucrada y nada sucede al azar. Con una ambientación impecable que se potencia con el clima ominoso creado por Bermúdez, ambas líneas dramáticas avanzan a la par develando por un lado el atroz origen de la criatura titular, y por el otro el verdadero conflicto que provocó el resurgimiento de la figura siniestra. Una figura que por cierto aparece lo justo y necesario en imagen, casi en pequeños destellos, comprobando que muchas veces menos es más y aquello que nuestra mente se imagina puede ser mucho más potente que cualquier monstruo acaparando la pantalla excesivamente. Los diálogos cumplen la función justa y necesaria de proporcionar la información necesaria para el espectador, apoyándose el film en el poder de sus imágenes y dejando que las acciones hablen por sí mismas. Si bien por momentos la cuestión pierde ritmo y se empantana en planos descriptivos que parecen estirar más de lo recomendado el clima de suspenso, el film en su conjunto logra potenciar al máximo la infame leyenda popular y da forma a un relato que logra una enorme efectividad, aprovechando de la manera más inteligente todos los recursos a su alcance para plasmar en celuloide casi por primera vez a un monstruo autóctono de nuestra región.
UN MITO POPULAR SE ENTRELAZA CON LA ACTUALIDAD Y ATEMORIZA Desde ya es una curiosidad que llega a nuestros cines una producción venezolana. En este caso inscripta en el género del terror, pero en base a una leyenda originaria que enlaza su historia de maldiciones y abusos, con una historia actual. Esa es la propuesta de director Gisberg Bermúdez Molero, que toma la historia de “El silbón” que surgió a mediados del siglo XIX. Una leyenda que habla de un fantasma, la de un joven que asesinó a su padre y lo destripo, como castigo por haber matado a su esposa. Su abuelo ató al joven a un poste y luego lo condenó a portar los huesos de su padre por toda la eternidad. Se trata de un alma en pena con sed de venganza que presagia muerte y desgracias a su paso. Con este rico material que forma parte de la cultura venezolana y que sorprenderá a otros públicos, se arma una trama que enlaza el relato fantástico, con una historia de posesión de una niña en la actualidad y la maldición que recae sobre su padre. Por momentos un poco confusa en su desarrollo para quienes no están familiarizados con el tema, pero con sugerentes imágenes, buena iluminación y un correcto manejo del género para producir climas de miedos y misterios.
Terror irrelevante El terror sigue siendo el género más estrenado e impulsa producciones en muchos países. Esta película de director venezolano está hablada en castellano y presenta algunos ramalazos telúricos. En un ambiente rural tenemos maldiciones al nacer, rituales poco recomendables y sed de venganza. Hay explicaciones de una voz narradora escasa y que no termina de hacer sistema, algo de calma prolijidad en los encuadres y, principalmente, una narración que no logra adquirir vida, sobre todo porque los sustos escasean, y porque cuando pretenden impactar lo hacen con las herramientas más básicas, las fórmulas de la lengua franca global más industrial, menos sofisticada y en la que cualquier identidad local se diluye en la irrelevancia.
Los lugares comunes se mudan al trópico Hace casi tres años, en ocasión del estreno de La casa del fin de los tiempos –(auto)promocionada como la primera película de terror en la historia del cine venezolano–, este mismo cronista escribía que “el latam-horror sólo será verdaderamente libre el día que rompa definitivamente con las cadenas que lo atan a los clichés como un condenado a una maldición”. Lo mismo puede afirmarse, teniendo en cuenta el lanzamiento de El Silbón, respecto del terror producido en Venezuela. El monstruo titular de la película de Gisberg Bermúdez Molero está basado libremente –concentrándose, como reza el título completo, en sus posibles orígenes– en una de esas leyendas camperas de la región, primo cercano de la famosa Llorona o del geográficamente más cercano Pombero. No tanto alma en pena como ser esperpéntico capaz de destrozar las entrañas de sus víctimas, usualmente hombres y mujeres con algún pecado a redimir, dice la leyenda que el Silbón anticipa su llegada con un particular silbido, presente en la banda de sonido del film de manera ubicua. El procedimiento narrativo neurálgico descansa en la alternancia de dos historias entrelazadas, cada una en tiempos históricos diferentes. Por un lado, el relato de la génesis del ser a partir de sus raíces humanas, un joven criado en la violencia y la opresión por su propio padre, un hombre obsesionado además con hacer con los cuerpos ajenos –en particular el de las mujeres jóvenes– lo que se le antoje. Por el otro, algunos años más tarde, la aparente posesión infernal de una niña que, durante las noches, se dedica a dibujar obsesivamente los más sangrientos grabados en carbonilla, y la decisión de su padre de llegar al fondo del asunto. El Silbón viaja de un tiempo al otro –y de una secuencia a otra– un poco como su protagonista, a los tumbos, de manera consciente o involuntariamente torpe, recurriendo al fundido a negro como último recurso para tapar los baches (es probable que exista aquí un record histórico en el uso del fade out, en apenas ochenta minutos). La dirección de fotografía es el único departamento artístico elaborado de manera cohesiva y con un sentido climático efectivo. El resto son sustos de manual –caminatas lentas con música sugestiva seguidas de un golpe de efecto visual y/o sonoro–, supuestas complejidades narrativas que no son otra cosa que desorientación en la construcción del relato y una tendencia al gore (visual y auditivo, cortesía de los efectos de sonido creados en posproducción) aplicado como último recurso para capturar la atención del espectador. De esa manera, las particularidades culturales de la historia, alejadas de los monstruos clásicos creados en las literaturas y cinematografías centrales, pierde la partida ante esos mismos lugares comunes que parecería querer combatir.
Llega a las carteleras, después de ganar la Competencia Iberoamericana del reciente Buenos Aires Rojo Sangre, esta película venezolana de terror dirigida por Gisberg Bermúdez Molero y escrita junto a Gisyerg Bermudez y Irina Dendiouk basada en un mito popular de aquella zona. El Silbón es un personaje legendario de Venezuela, una especie de alma en pena que se caracteriza por el silbido que emite: cuando más fuerte se escucha, es cuando menos peligro corremos; si lo escuchamos a lo lejos, en realidad significa que está cerca. Suele aparecer de noche y también suele atacar a borrachos, delincuentes o personas que se caracterizan por ser despreciables o malvados. La nueva película de terror venezolana que llega ahora a las carteleras es el segundo largometraje de Gisberg Bermúdez Molero e intenta desentrañar el mito, que tanto ha aterrorizado en los Llanos, a través de sus orígenes. Brindarle entidad al personaje y narrar cómo es que se convirtió en esa figura que genera terror, tratar de comprenderlo. Narrada entre dos tiempos: por un lado tenemos la historia de un joven que vive con su terrible padre -una figura unidimensional: es siempre horrible-, y por el otro la de una niña que parece estar poseída, que dibuja compulsivamente escenas terribles y, quizás, premonitorias. En algún momento estas historias se unirán, pero mientras tanto el film se va moviendo entre un tiempo y otro, a veces de manera un poco confusa entre los saltos. A nivel producción, El Silbón: Orígenes es una película, como se podría suponer, de bajo presupuesto y sin embargo se destaca por una cuidada y notable dirección de arte (a cargo de Daniela Hinestroza, quien había trabajado para otra película de terror venezolana que logró llegar a nuestros cines: La casa del fin de los tiempos) y una recreación de época muy sutil y detallista. También están ahí las intensas performances, con el debutante Vladimir García como la figura legendaria, alta y esquelética, en una interpretación que apuesta cien por ciento a lo expresivo, ya sea con su rostro como con su cuerpo. El film gana en tensión antes que en terror. Hay una buena construcción del suspenso y algunos sustos pero no tan efectivos.
Personaje de leyendas venezolanas, El Silbón es el alma en pena de un parricida que fue condenado a errar eternamente por los llanos. Se dice que un silbido anuncia su presencia: al revés de la lógica, si suena a lo lejos es porque está cerca, y esa proximidad puede terminar en la muerte. Pero nada hay que temer mientras no se haya sido infiel: hay teorías que sostienen que este mito fue creado en el siglo XIX como un modo de controlar el adulterio masculino. Con su propia versión del origen de esta criatura fantasmagórica, Gisberg Bermúdez Molero acaba de ganar el premio a Mejor Película Iberoamericana en el Festival Buenos Aires Rojo Sangre. La historia transcurre en dos planos temporales alternados: en uno se cuentan las desventuras de Angel, quien luego de una serie de desgracias terminará transformándose en El Silbón; en el otro, se muestra cómo una bruja lo invoca para que aceche a un hombre, su mujer y su hija. El mayor mérito de la película es sugerir y no mostrar, crear un clima ominoso en el que siempre parece que está a punto de suceder lo peor. Eso que Bermúdez Molero denomina “terror elevado” y emparenta con ejemplos recientes como La bruja o El legado del diablo. El más logrado es el segmento con el futuro Silbón en su sufrida infancia y adolescencia, a merced de la crueldad paterna. Es un intenso e imprevisible drama familiar, con una lucida fotografía en exteriores. Y con un monstruo de carne y hueso más terrorífico que muchas criaturas sobrenaturales. Pero para que El Silbón mostrara sus poderes hacía falta otra historia. Y es en esa otra parte donde aparecen algunos lugares comunes del género que no terminan de funcionar. Pero la incertidumbre se mantiene: a veces porque la narración es confusa, es cierto, pero otras por la pericia de este prometedor director venezolano, que sabe cómo crear un mundo espeluznante.
El genero fantástico es un fenómeno universal al punto de que en un país como Venezuela, con las tribulaciones extremas por las que está pasando, también produce películas de monstruos. En este caso, el ser sobrenatural del título surge del folklore local de las llanuras venezolanas, y de hecho hay varios films con referencias a este tenebroso Silbón. Se trata de un ser que no habla, sino silba, y que se dedica a masacrar gente mala. Esta película intenta explorar las fuentes del Silbón, pero lo hace sin mucha coherencia. La narración es errática y confusa, con una trama que presenta un conjuro original que generó al monstruo, a lo que se agrega una niña que podría estar poseída. La dirección de arte y la ambientación de época también aportan confusión, pero a favor del film hay que decir que hay buenas imágenes y que la fotografía sabe aprovechar los atractivos naturales, utilizándolos para potenciar el clima macabro. Pero, por desgracia, esto es puro clima, y el film falla radicalmente en cuanto a la narración y al ritmo. Hay algunos momentos gore, y por supuesto mucho silbido, que mantiene su presencia sonora hasta el pintoresco tema musical de los créditos finales.
A partir de un maldición que se prolongará en el tiempo, luego de un asesinato, comienza la historia del Silbón, una leyenda popular que involucra la figura de un ser mítico que deambula por los pueblos con una misión justiciera, precedido por un silbido de determinadas características que preanuncia la muerte. La acción del filme se ubica en la zona rural de un pueblo latinoamericano, a fines del siglo pasado, y sigue con la cámara una continuidad de crímenes que se suceden en un pueblo, en el centro de una comunidad casi medieval, donde el sometimiento ancestral de los servidores hacia los propietarios de la tierra, con su ristra de abusos, son moneda corriente. "El Silbón", reciente ganador del premio al Mejor filme iberoamericano en el Festival Buenos Aires Rojo Sangre (BARS), atrae por su cuidada transcripción de un ambiente primitivo de supersticiones, paternalismos y atropellos, y la atmósfera que se crea con un buen aprovechamiento de la naturaleza como marco de esa suerte de duende deforme, que maldito desde el nacimiento, mata sin piedad a culpables de iniquidades. Con ciertas equivalencias respecto de un mito nuestro que se extiende a Brasil y Paraguay, el Silbón recuerda la figura del Yasy-Yateré, enano silbador, ladrón de niños y jovencitas, diferente respecto de éste que nos viene de Venezuela. En contraste con la fealdad del Silbón, la presencia del Yasy-Yateré seduce pero mantiene, como el Silbón, sus acciones cuestionables. Filme naturalista con personajes planos, "El Silbón", con buen ritmo, abunda en sangre y ritmo ágil, tiene un buen manejo del sonido, atractiva fotografía y una bella canción final, sumado a un correcto grupo de actores en el que se destaca Vladimir García como personaje protagónico.
Leyenda urbana con sabor a poco. El Silbón: Orígenes se refiere a un personaje legendario venezolano. Según la leyenda, esta auténtica alma en pena es el producto del mal que hace su aparición, allí donde el bien se ausenta. La mentada maldición que acarrea ‘sed de venganza’ hasta límites insospechados es el punto de partida para este inquietante relato que el realizador Gisberg Bermúdez, escribe y dirige la película. Con experiencia en el campo audiovisual, el director venezolano posee en su haber un cortometraje musical titulado Amo y su ópera prima en largometrajes, el drama Portion. La película, flamante ganadora del 19º Festival Buenos Aires Rojo Sangre, desarrolla dos tramas alternas simultáneamente, intentando generar cierto interés en base a la manipulación temporal del relato. Por un lado, el film trata acerca de la leyenda de un justiciero que desatará una ola de asesinatos. En otro orden, y como ya hemos visto en incontable cantidad de oportunidades gracias a Hollywood, una pequeña visiblemente afectada en sus emociones dibuja perturbadoras escenas de crímenes. La originalidad brilla por su ausencia mientras la conexión entre ambas líneas narrativas buscará dilucidar el misterio acerca de la leyenda. Recurriendo a escenas sangrientas que se influencian del mejor gore del cine italiano, El Silbón: Orígenes transita sin demasiado atino, imposibilitada de causar genuino miedo. El origen de la leyenda y su reinterpretación es la excusa para que la película sirva como ejercicio seminal que inaugure una tradición nacional en el cine del horror del vecino país latino. La Casa del Fin de los Tiempos fue considerada, en 2013, la primera película venezolana de terror de la historia, un intento por hacer cine de género por parte de una industria subdesarrollada. En este sentido, la presente película continúa la senda planteada y el hecho de que este film circule en festivales le posibilitará un bienvenido acercamiento al público que consume este tipo de propuestas. Valiéndose de perfectos rubros técnicos y apoyándose en la fotografía como instrumento expresivo que genera atmósferas lúgubres, El Silbón: Orígenes prefiere la oscuridad que domina los espacios de la casa rural donde transcurre la historia, al fin de conformar una identidad estética acorde a este tipo de propuestas. Irregular en su desarrollo, la elección de casting y la dirección actoral no parece lo más acertado. Por consiguiente, actuaciones cercanas al ridículo conspiran en contra de esta búsqueda por inquietar. El susto fácil estará a la orden del día, pero el intento no basta.
Esta es la ópera prima de Gisberg Bermúdez, coproducción venezolana, mexicana y norteamericana, cuenta por un lado el origen del Silbón durante el Siglo XIX y por otra parte son dos historias que se entrelazan, cada una en tiempos distintos, pero en paralelo, en el mismo pueblo rural donde se desarrollan los hechos en una leyenda urbana. Se van mezclando un género fantástico, misterioso, con fantasmas, posesiones, bien tétrica, macabra, se van generando climas, con una atmósfera inquietante, una correcta ambientación, un elenco de desconocidos para nosotros, le da los toques necesarios la música de Nascuy Linares, con la buena fotografía de Gerard Uzcategui y el destacado maquillaje Gustavo González.
Sin suerte. Signado por la desgracia. Así nació Ángel (Vladimir García) alias “El Silbón”. Porque en el momento del parto su madre fallece y su padre Baudilio (Fernando Gaviria), desesperado, busca vengarse, matando a cualquiera, y de paso el odio y el rencor va acumulando hasta convertirse en una desagradable y malvada persona. Tal malo es que, con sus actitudes, culpa a su hijo por haber quedado viudo. Viven en un rancho y el chico está siempre sucio y viste con harapos. Y por portarse mal, lo mantiene encadenado. Esta coproducción mexicana-venezolana, dirigida por Gisberg Bermúdez Molero, cuenta lo que puede parecerse a una leyenda de campo: El mal con el mal se paga. Porque cuando crece “El Silbón” sucede un hecho clave en el que termina muerto, y, desde el más allá, llega a su poblado para asesinar a todos los malos de la manera más violenta y desagradable posible. El film, catalogado dentro del género de terror, pero más vinculado al gore, tiene desde la idea primaria la pretensión de ir generando interés o expectativa, pero está narrado en un ritmo muy lento, que no se traduce en tensión o misterio, Lo mismo podría decirse del elenco, que se mueve como en cámara lenta. La parsimonia manda dentro de la uniformidad de criterio y rigor estético. No sorprende, utiliza el realizador muchos lugares comunes para contar una historia, donde los ruidos incidentales son los ladridos de perros y aleteos de pájaros para resaltar los momentos más álgidos. Otro pecado que puede observarse dentro de la estructura argumental, son ciertos personajes que aparecen en varias escenas y terminan en no influir en el relato. Como el de una nena que está poseída por el demonio, hace profecías dibujando frenéticamente en varias hojas. o el de una bruja que practica magia negra, pero luego desaparecen sin dejar rastro. Lamentablemente es un producto que no asusta. Tampoco pone los pelos de punta. El monstruo recién aparece en el último tramo de la película porque, en la previa, lo que resaltaba era la violencia y resignación de gente muy pobre que, a duras penas vive del campo, y en el que Ángel se transformó en “El Silbón”, para hacer justicia, a su manera.
Al igual que la figura del Pombero en Argentina y Paraguay, o de la Llorona en México, el Silbón es un alma en pena con sed de venganza, un espectro que se manifiesta, tal como lo indica su nombre, a través de un singular silbido y que como todo justiciero castiga a quienes hacen el mal. El cineasta Gisberg Bermúdez Molero exhuma entonces esta popular leyenda venezolana para llevarla por primera vez a la pantalla grande. Ahora bien, sería un error caer en la idea de que la historia por ilustrar parte del folclore de un país estaría indefectiblemente ampliando o renovando el género de terror y permitiéndonos pensar en algo así llamado “terror latinoamericano”. Tal como el personaje de Ángel –el mismísimo Silbón- carga con la maldición de llevar a cuestas los huesos de su padre en una bolsa (huesos que quedaron del parricidio que él mismo efectúo debido a los constantes abusos y maltratos que padecía, llegando incluso a ser azotado y colgado boca abajo de un poste de madera) el filme jamás consigue despegarse de los clichés hollywoodenses que presenta el terror más mainstream, hueco y de puro envoltorio. Infaltable la silla meciéndose sola y los dibujos proféticos de una niña endemoniada que al parecer comparte vestuarista con la chica trastornada de The Ring. De todas maneras, presenta una fotografía impecable, hasta diría hipnótica, en la manera en que capta el bucolismo de un imponente árbol o de un río que corre rabioso que nada tiene que envidiarle a The Witch o The Sinister. Sí hay una reconstrucción de época sólida que nos traslada en cada plano a la superstición de la ruralidad venezolana del Siglo XIX, allí donde lo cristiano se cruzaba con lo pagano y la cultura originaria todavía calaba hondo en los temores criollos. Pero más allá a lo que respecta a la verosimilitud, El Silbón se acerca a la leyenda con una falsa inocencia, fingiendo precaución, como si estuviese frente a un animal salvaje del que ya sabe cuándo, dónde y cómo va a atacar. Esa manía de acudir al in crescendo y a la hipersaturación sonora deja en evidencia la ligereza con que fue encarada la trama. Incluso, los intentos por reafirmar a través del fundido a negro el carácter de mito oral que tiene el Silbón, como un mensaje que divaga de boca en boca, que aparece y reaparece en diferentes épocas, deja al descubierto la imposibilidad de articular no solo algunas escenas, sino las dos historias paralelas que componen el origen y el presente de esta leyenda contada en idioma local, pero con tono extranjero. Leyenda, que como ocurre en la ventriloquia, la voz que habla no pertenece al muñeco que mueve los labios, sino que es de quien realmente lo maneja. Por Felix De Cunto @felix_decunto