Queda tanto por descubrir de la historia de la Segunda Guerra Mundial. Tantos personajes ignorados, tantos héroes desconocidos, tantas voces que aún tienen miedo de relatar lo que pasaron. Es realmente inusual, que una de estas tantas historias provenga de Dinamarca. Estamos acostumbrados a ver visiones estadounidenses, alemanas, austríacas, francesas, checas, pero de la región escandinava se sabe poco. Inusual también es contar en una función para la prensa con la presencia del productor del film, que en este momento se encuentra en nuestro país filmando una película llamada Superclásico (parece que se relaciona con River – Boca), según sus propias palabras junto al director de Flame & Citrón, y al guionista, que de hecho, reside en Argentina. No vi los anteriores films de Madsen, pero este representante de la nueva generación de cineastas daneses, empezó como algunos de sus co relativos a difundir sus obras gracias al movimiento “Dogma 95” creado por el polémico Lars Von Trier. Flame & Citrón es una película épica, de narración lineal, clásica, hecha más for export que por razones artísticas o antropológicas, que no rompe con ninguna regla de este tipo de películas. Los protagonistas son Bent (Flame, interpretado por Lindhart) y Jørgen (Citrón, interpretado por Mikkelsen). Ambos son miembros de una pandilla de resistencia contra los nazis que ocupan Copenhague. Pero antes, repasemos un poco de historia (como bien explicó, el productor presente en la función). El 9 de Abril de 1940, llegan los nazis a Alemania. Dinamarca se mantiene neutra. Los opositores al régimen, se escapan a Noruega o Suecia, en donde se pueden esconder en las montañas, mientras que en Dinamarca, debido a su paisaje campestre pero desierto de montes o cumbres, los “resistentes” tienen que esconderse subversivamente en bares, que irónicamente son frecuentados por los nazis. El gobierno prohibió a los grupos, matar soldados alemanes. Por dicha razón, los grupos se dedican a asesinar daneses que trabajan para los nazis. Pero nadie habló de ello hasta el año 2000. Recién, en ese año, los sobrevivientes empezaron a contar sus propias historias, y los realizadores estuvieron 6 años grabando testimonios hasta que encontraron una historia y posteriormente un guión, pero el resultado final, es ambiguo. Un poco decepcionante. Es 1944. El ataque de los aliados es inminente, pero Flame & Citrón tienen la misión de asesinar a sangre fría a un grupo de miembros del Tercer Reich, incluidos, jerarcas alemanes. Su jefe, Winther, recibe en secreto órdenes desde Londres. La primera hora de la película es intensa y atrapante. Los atentados se van sucediendo, las interpretaciones son creíbles, los personajes son verosímiles. Tienen dudas, temores, incertidumbres, pero cumplen casi perfectamente con las misiones. Sin embargo, la relación de Flame, el más buscado de ambos, con una misteriosa mujer, Katie, que se codea con un Capitán de la Gestapo, que a la vez, se reúne con Winther, pondrá en peligro a la pareja de resistentes, y el resto del grupo. Andersen cuenta la historia en forma solemne. En la primera hora, tiene una cuidada puesta en escena, donde se remarcan primeros planos y detalles de las acciones. Aun, cuando todo el macguffin es muy explicado y discursivo, el relato mantiene la tensión inicial. No decae en lo más mínimo, pero a medida que aumenta la presencia de Katie, y se hace énfasis en la relación con Bent, y paralelamente se cuenta la difícil situación matrimonial de Jørgen con su mujer, el relato empieza a decaer y se vuelve previsible. Estos aspectos humanizan bastante a los personajes, ayudadas por las actuaciones impecables de Lindhart y Mikkelsen (un excelente intérprete en Dinamarca, recordar Después del Casamiento, pero bastante decepcionante en sus trabajos de Hollywood: Casino Royale, Furia de Titanes). Pero a la vez, encasillan a la película como un drama más de guerra, con pocas novedades cinematográficas para ofrecer a los espectadores asiduos. La búsqueda estética inicial, conjunto a las elaboradas escenas de complots, quedan relevadas por escenas demasiado dialogadas. Se trata de un trabajo correcto, pero meramente informativo al final, demasiado emotivo y previsto. El final, incluso, aparenta ser un poco exagerado (habría que revisar hasta donde fue real,) ya que uno tiene la sensación de estar viendo el desenlace de Cara Cortada (en cualquiera de las versiones). Andersen no encuentra la forma en sí de agregarle un suministro estructural distinto al acostumbrado a ver mini series o películas de hace 10 años. Además, es notable, como deja de lado al resto del grupo de la resistencia (está bien, por algo la película lleva el nombre de Flame y Citrón, y nos La Historia de los Resistentes Daneses). Pero uno extraña en este tipo de películas, la anarquía de algunos directores, que supieron agregarle un poco de humor a este tipo de historias como Robert Aldrich en Los Doce del Patíbulo, o más recientemente, Bastardos sin Gloria de Tarantino (aunque, esta casi se trata de una fantasía). El resto de los personajes secundarios, sobriamente interpretados también, especialmente por el alemán Chrisitan Berkel como Hoffman (no Damián), el jefe de la Gestapo (irónicamente, él trabajó en Bastardos… El Milagro de Santa Ana, El Libro Negro y Operación Valkiria interpretando a nazis también ) no tienen la suficiente participación para destacarse por encima de los protagonistas tampoco, aunque el alemán en la última media hora, tiene un par de escenas brillantes. Flame & Citrón, es un film menor a comparación de otros sobre el tema. Solo un discreto film de espionaje bélico. Finalmente convencional en el aspecto visual y narrativo. Pretencioso para ser vendido comercialmente. Interesante pero trascendente. Con algunas intensas y tensionantes escenas de suspenso (especialmente la del sótano del bar con Berkel) bien realizadas. Su función principal, no es cinematográfica, sino histórica: lograr el reconocimiento de dos personajes completamente desconocidos para el nuevo continente, que siempre reconoce a los mismos héroes. Hacer valer la memoria, que los sobrevivientes de guerras y masacres históricas se animen a contar lo que pasó, para que no se repita. En ese sentido, la misión del film se cumple.
El contorno de los héroes Para aquellos que disfrutan de la temática de la Segunda guerra mundial, y para quienes pensaban que no había nada más para decir o mostrar al respecto, se estrena en nuestro país Flame y Citrón (2008), un film danés que dibuja los avatares de la resistencia en ese país durante 1944. Enfocado temporalmente en los últimos tramos de la Segunda guerra mundial, la película intenta recrear a quienes fueron considerados los héroes de la resistencia danesa contra los nazis. Flame (Thure Lindhardt) y Citron (Mads Mikkelsen), cuyos verdaderos nombres son Bent Faurschou-Hviid y Jørgen Haagen Schmith, conforman un dúo temerario y su fama se ensancha día a día por la frialdad y la efectividad al momento de asesinar traidores. El primero se destaca peligrosamente por su cabello colorado y no duda a la hora de jalar el gatillo. El segundo promedia los treinta y parece lidiar con más cuestionamientos. Desde el inicio, su carácter dubitativo queda plasmado en un rostro de mirada frágil y excesivamente sudoroso. Aún así, al inicio del relato todo parece tener un sentido o una causa, y todos aparentan tener un rol, aun en ese mundo patológico. Pronto, aquella duda que incomoda a Citron comenzará a corroer las endebles seguridades: ¿Por qué matan?, ¿quién mueve los hilos de sus acciones?, ¿en quién se puede y se debe confiar? Lejos de quedarse en un cuadro del sufrimiento patético vivido por la población europea durante aquellos años o de contarnos la historia de un amor trunco, Flame y Citrón indaga en varias cuestiones interesantes: ¿Qué moviliza a los héroes a comprometer su vida en estas causas?, ¿qué sucede cuando uno no conoce más que un mundo en guerra?, ¿cuál es el lugar que queda para el amor y la familia? Citron tiene una esposa y una hija, pero el amor que siente por ellas no es suficiente para evitar convertirlas en protagonistas de una vida cada vez más ajena. Flame ingresa en el universo idílico con una mujer que, por el contrario, es parte de esta dinámica bélica, recelosa y complicada. Ketty lo supera en edad, encarna la atracción, inevitable para un joven de 23 años, y la desconfianza, inevitable para un miembro de la resistencia clandestina. El director Ole Christian Madsen intenta abrir una brecha en la visión patriótica de estos héroes daneses. Ofrece una historia bien contada, con elementos de cine noir y matices documentales. Las actuaciones son realmente destacables, lo que evidencia una buena fórmula compuesta por los actores y el director. Hay que resaltar el trabajo de los protagonistas, el maleable Thure Lindhardt y Mads Mikkelsen, quien hoy es el actor número uno en Dinamarca. Para el público danés, un enfoque revolucionario que ha generado adeptos y controversias. Para nosotros, un film por demás ameno, con gran belleza en sus imágenes y recorte sagaz de un hecho histórico insoslayable.
La resistencia danesa La obra de Ole Christian Madsen trata sobre dos asesinos en la Dinamarca ocupada por nazis. Con miembros de la resistencia danesa viviendo al filo de la navaja a fines de la Segunda Guerra Mundial, Flame & Citron es un combo de acción, thriller, romance, guerra, traición y grandes actuaciones, debido al talentoso Ole Christian Madsen. Los protagonistas que dan título al filme son, básicamente, dos hombres desencantados que combaten, antes que a los invasores nazis, a los colaboracionistas de su propia patria. Comenzando en mayo de 1944, ajustician militares y/o periodistas que ayudan al régimen alemán aunque cuando los maten las víctimas por lo general no estén armados. Quedan pocos rebeldes: la mayoría de sus colegas han sido descubiertos (o sea, delatados) y torturados, fusilados o exiliados. Y sí, a veces se les va la mano –sobre todo a Flame-, pero como es por la patria, y alguien dice “no es que sea justo o injusto: es la guerra”… Si por momentos el espectador siente que está ante un relato más o menos convencional -¿cuántas películas ha visto sobre el mismo tema, sean los rebeldes franceses o de cualquier otra nacionalidad?-, el hecho de que Flame se relacione con mujeres que están muy inmiscuidas en la traición, y que Citron no pueda convivir con su mujer y su hijita comienza a darle otros tintes al relato. Que se sigue con atención, porque el peligro es inminente en cada secuencia que comienza. A veces, el director muestra a los protagonistas a punto de asesinar a alguien sin previo aviso. Otras, demuestra sus ¿flaquezas? El problema con Flame es que escucha demasiado a sus víctimas, y a veces, decide no ajusticiarlas. Es allí cuando Flame se sincerará, y dirá que “olvidé que no matamos a personas, sino a nazis”. Pero no todo queda en la lucha fratricida. El guión, basado en hechos reales, apunta que Flame quiere eliminar a Karl Heinz Hoffmann, jefe de la Gestapo en Dinamarca, cuando en realidad su grupo recibe órdenes de los ingleses y en sus actividades clandestinas tienen vedado aniquilar oficiales de alto rango nazis. Y por allí las cosas se irán complicando para el dúo. Antes de que los eleve a un pedestal, el realizador danés testimoniará las contradicciones de sus héroes, que pelearán como Butch Cassidy y Billy the Kid en Bolivia. Cuestión de lealtad, que le dicen, ambos viven épocas difíciles en que no se puede confiar en nadie, ni en aquéllos que le tienden una mano… o les tienden una trampa. Todo un descubrimiento, Thure Linhardt es Flame (Llama, por sus cabellos pelirrojos) y Citron es Mads Mikkelsen, el actor más popular de Dinamarca, el malvado de Casino Royale . Ambos son capaces de mostrar la hidalguía de sus personajes, pero también sus bemoles. También cumplen con sus actuaciones el alemán Christian Berkel (el jefe de la Gestapo), que luego de rodar esta película sería visto en Operación Valquiria y Bastardos sin gloria ; Jasper Christensen, como el padre de Flame, y Stine Stengade como una enigmática mujer. Pero lo que da más valor al filme es que muchos de los valores aquí mostrados, en situaciones límites, siguen teniendo el mismo peso moral de siempre en el mundo contemporáneo. Y eso vale doble.
La incertidumbre como única certeza Como en el Black Book de Paul Verhoeven, el film danés toma un tema intocable de la historia de su país, la resistencia antihitleriana, y lo convierte en un film de espionaje, donde traiciones y deslealtades triunfan sobre heroísmos y causas nobles. Nada se presta más a ser romantizado que la figura del resistente político, que combate regímenes dictatoriales por puro idealismo y en inferioridad de condiciones, sabiendo que difícilmente lo espere un destino distinto de la captura, la tortura y la muerte. ¿No está sujeta esa figura acaso a otros matices, a puntos oscuros, a motivaciones menos altruistas? En Black Book (2006), el holandés Paul Verhoeven se atrevió a responder que sí puede estarlo, poniendo en duda que la resistencia antinazi haya sido, en su país, tan prístina como quiso vérsela. Ahora es el danés Ole Christian Madsen (que acaba de filmar en Argentina una película llamada Superclásico) el que aplica, sobre uno de los episodios más intocables de la historia de su país, un filtro semejante, pasando la resistencia antihitleriana por el tamiz de un film de espionaje. Género en el que dobles agentes, traiciones y deslealtades triunfan sobre heroísmos y causas nobles. Flammen & Citronen resulta así más cercana al escepticismo paranoide de El escritor oculto que a la épica convencional de Desafío, para poner dos ejemplos más o menos recientes. Como Verhoeven en Black Book, Madsen –coautor del guión– recrea hechos ocurridos poco antes del fin de la guerra. “¿Estuviste allí ese día?”, pregunta una voz en off, sobre imágenes que muestran el ingreso de las tropas nazis a Copenhague, en 1940. “¿Hiciste algo para impedirlo?” Desde poco después de la ocupación, los miembros del grupo Holger Danske se especializan en la ejecución de colaboracionistas daneses. De la docena de miembros del grupo, Madsen hace foco sobre dos. Perfectos opuestos complementarios, Flammen (el intenso Thure Lindhardt) es pelirrojo, audaz y no le tiembla la mano a la hora de ejecutar a nadie. Citronen (Mads Mikkelsen, ex villano Bond en Casino Royale) es un hombre de familia callado y morocho, que empieza como chofer y se verá obligado a tomar el arma, cuando al compañero, ganado por la incertidumbre, empiece a temblarle la mano. Si algo tiembla en Flame y Citrón (extraña barbarización local del original) son las certezas. Una de las primeras imágenes muestra al grupo de resistentes casi como foto de amigos: todos reunidos alrededor de una mesa, tomando y celebrando. En el curso de la historia esa estrecha unidad se irá corroyendo, tanto por la paranoia al enemigo interno como porque algunas de las ejecuciones podrían ser en verdad ajustes de cuentas personales. Y hasta algunos de los blancos quizá sean resistentes, antes que nazis o colaboracionistas. Una mujer de aspecto fatal que seduce a Flamme tal vez sea una espía, contraespía o ambas cosas a la vez. Las sospechas sobre el líder del grupo se convierten en red de intrigas de creciente espesura, en la que proliferan intereses cruzados, desde el jefe de la Gestapo local (Christian Berkel, que repetiría en Operación Valquiria y Bastardos sin gloria) hasta los servicios secretos aliados y la inteligencia sueca, pasando por el comando británico. Ganados por la incerteza, Flamme y Citronen parecerían elegir la opción más trágica de todas: la autoinmolación. Se obsesionan con un blanco imposible, barajan la posibilidad de convertirse en mercenarios, se lanzan finalmente en misión suicida. Toda muerte mancha, parece sugerir Madsen, por muy noble que sea la causa que la motiva. Aunque no siempre se mantenga a la altura de sus propios planteos (sobre el final cede a una espectacularidad de cine de superacción), Flame y Citrón contiene el germen de una reflexión sobre la lucha armada en general. La posibilidad de que el líder sea el traidor, la adicción por la sangre derramada, la opción del aventurerismo y hasta la pastilla de cianuro que sobre el final aguarda a uno de los combatientes hacen pensar en experiencias mucho más próximas al espectador local que lo que la resistencia danesa durante la Segunda Guerra parecería representar en primera instancia. La pregunta es si es posible “leer” esta película como reflexión en clave sobre –por ejemplo– la violencia política de los ’70 en Latinoamérica. Se lo haya propuesto o no su realizador, desde aquí se hace difícil no darle ese uso. Por qué no hacerlo, es la siguiente pregunta.
Otro ejército en las sombras Flame y Citron, un thriller inspirado en personajes reales de la resistencia danesa Los códigos del thriller y del film noir aplicados a la revisión de los movimientos de Resistencia contra los nazis. En lugar de la clásica imagen romántico-sentimental de los héroes, un serio intento por internarse en las zonas grises del funcionamiento de la organización y en las no siempre claras motivaciones que rigen los planes de acción, al mismo tiempo que profundizar en la incidencia que los conflictos y las contradicciones morales de cada individuo en medio de la atmósfera convulsionada de la guerra y las irregularidades de la vida clandestina tienen en el desarrollo de los hechos. Al danés Ole Christian Madsen le interesa introducirse en los rincones más oscuros de esta lucha emprendida por gente que se ha armado en defensa de la propia tierra; allí donde todo se vuelve sospechoso, desde la lealtad de los compañeros y las conductas de una amante-colega hasta la legitimidad de las órdenes que vienen de comandos lejanos o la verdadera finalidad que éstas persiguen. El film está inspirado en personajes reales y se desarrolla en unos meses de 1944 en la Dinamarca ocupada: Flame y Citron (nombres de guerra de un joven pelirrojo y un ex mecánico de Citroën) forman un equipo experto en la eliminación de nazis, preferentemente daneses y varones: uno es el tirador; el otro, el chofer; sus accciones, estudiadas y fulminantes. Las mujeres constituyen su flanco débil: el sudoroso y atormentado Citron se desvela por una esposa y una hija a las que apenas puede sostener. El gélido e implacable Flame se enreda con una enigmática y bella mujer casada que dice actuar como correo entre el grupo resistente de Copenhague y Estocolmo. El nervio del thriller domina la primera parte del film, donde ya se plantean los dilemas y las dudas que irán conduciendo a la tragedia y a la desesperada lucha por la supervivencia en la segunda, y donde ganan espacio los arduos planteos que tanta polémica generaron en Dinamarca. Madsen, que ha visto El ejército de las sombras (Melville, 1969), puede hacer a veces alguna concesión a las necesidades del thriller, pero impone un ritmo tenso y vibrante y confía en el contenido dramático de sus imágenes. Además se apoya en el talento de sus notables colaboradores (el fotógrafo Johansson, el músico Fundal) y del magnífico elenco en que sobresalen Thure Lindhart (el inflexible Flame) y Madd Mikkelsen (Citron), recordado villano de Casino Royale.
La heterogeneidad de un país en ebullición Resulta innegable que de un tiempo a esta parte el cine europeo no está ofreciendo películas interesantes ni mucho menos productos con algún merito que puedan llegar a tener éxito en mercados que no sean los locales. Lejos de las cúspides estilísticas de décadas anteriores, el viejo continente parece resignado a correr por detrás de la industria estadounidense y sólo de vez en cuando se decide a poner toda la carne al asador para competir en géneros hegemonizados por Hollywood. Debido a esta circunstancia llama la atención el estreno en Argentina de Flame y Citrón (Flammen & Citronen, 2008), una prodigiosa anomalía que inesperadamente se ubica entre lo mejor del año. Hablamos de un thriller bélico con una fuerte impronta dramática que por momentos recuerda a El Soldado de Orange (Soldaat van Oranje, 1977) y Black Book (Zwartboek, 2006), las obras maestras de Paul Verhoeven. La historia aquí planteada se basa en hechos verídicos acontecidos en Dinamarca durante la invasión nazi de la Segunda Guerra Mundial. Corre el año 1944 en una Copenhague férreamente controlada por las tropas germanas, Bent Faurschou-Hviid (Thure Lindhardt) y Jørgen Haagen Schmith (Mads Mikkelsen) cumplen tareas en la peculiar resistencia danesa asesinando a distintos miembros del gobierno colaboracionista. Siempre al mando de Aksel Winther (Peter Mygind), quien a su vez responde a la cúpula británica, casi de inmediato ambos se convierten en una suerte de “héroes” entre los partisanos luego de varias operaciones de alto perfil. La situación comienza a complicarse cuando reciben la orden de eliminar a tres alemanes: hasta ese instante la ejecución de nazis estaba vedada en términos generales por temor a las represalias, así terminan aceptando el encargo pero todo sale mal. El realizador Ole Christian Madsen construye con inteligencia un relato exaltado en donde el doble discurso y la paranoia conspirativa juegan un papel fundamental tensando los hilos que unen al dúo protagónico con el resto de los personajes. Las tribulaciones se superponen a medida que la intriga va abriendo posibles atajos o quizás callejones sin salida: mientras que los dos esperan con ansiedad el visto bueno para ajusticiar a Karl-Heinz Hoffmann (Christian Berkel), el jefe de la Gestapo, Bent traba relación con la hermosa Ketty Selmer (Stine Stengade), un correo de la resistencia, y Jørgen trata de recuperar a su familia, a la que fue perdiendo por sus reiteradas ausencias. Un pulso clasicista de espionaje a la film noir recorre de punta a punta el guión de Lars K. Andersen y el propio director, como si la estética barroca de los ’50 colisionase con el realismo tortuoso de nuestra cotidianeidad. Sin lugar a dudas el desempeño del elenco es otro de los factores que merecen destacarse en una propuesta muy enérgica que se arriesga muchísimo al combinar un desarrollo de índole testimonial en verdad impecable y una estructura de suspenso sustentado en vueltas de tuerca y generosas secuencias de acción. Sin desmerecer el gran aporte de sus colegas, las exploraciones de los taciturnos Mads Mikkelsen y Thure Lindhardt profundizan y hasta en ocasiones sobrepasan la amplitud concedida por la trama para con sus respectivos roles. Lamentablemente hacía bastante tiempo que no nos encontrábamos con interpretaciones tan rigurosas y en sintonía con las necesidades narrativas del conjunto: como antecedentes cercanos señalemos que Mikkelsen hizo del antológico Le Chiffre en Casino Royale (2006) y a Lindhardt lo pudimos ver en Hacia rutas salvajes (Into the Wild, 2007) de Sean Penn. Amparado en la fotografía de Jørgen Johansson y el montaje de Søren B. Ebbe, Madsen consigue angustiar al espectador con las paradojas de un retrato amargo que no celebra ni condena el accionar de los protagonistas, cuyos nombres de guerra son precisamente aquellos del título (“flammen” es “llama” en danés y se refiere al cabello rojizo de Bent, Jørgen por su parte trabajó en la fábrica de Citroën en Copenhague y en un principio sólo fue chofer). Más allá de los atropellos psicóticos de los nazis, cada una de las misiones de esta resistencia poco resplandeciente pone en cuestión la competencia de los superiores, el margen de maniobra en el contexto de una invasión y las fronteras morales de todos los involucrados. Ya sea que luchen por su carrera, una ideología o el simple odio al enemigo, estos “soldados sin frente” no pueden ganarle a la heterogeneidad de un país en ebullición.
El realizador y guionista Ole Christian Madsen revela una mirada revisionista sobre la participación de los daneses en el régimen nazi, para apostar por una propuesta narrativa audaz concentrada en la lucha de dos activistas de la resistencia que eran partícipes de un grupo armado aniquilado por la Gestapo. Espionaje, contraespionaje, lealtades, traiciones y una historia de amor plagada de tragedia y dolor con un inteligente uso del material de archivo y descollantes actuaciones de sus protagonistas forman parte de esta más que interesante obra con tintes de cine político y testimonial...
En una reciente emisión del programa radial semanal “Cinefilia” se pudo entrevistar, junto a Luis Kramer, al director y al coguionista de “Flame y Citron”. Ole Christian Madsen, su realizador, venía de terminar la filmación de su siguiente película cuyo sugestivo nombre, “Superclásico”, alude al encuentro entre los dos equipos de fútbol más populares de nuestro país. En cuanto a Lars Andersen, ya entrevistado hace un año en la radio (FM La Tribu), se puede señalar que ha llegado, según parece, para quedarse en forma permanente en Argentina. La cinematografía danesa no posee demasiados nombres conocidos siendo quizás Susanne Bier su figura más popular en la actualidad. Dos de sus realizaciones estrenadas localmente, “Corazones abiertos” y “Después del matrimonio”, contaban como intérprete principal a Mads Mikkelsen, a quien se ha visto en superproducciones tales como “El Rey Arturo” y “Casino Royale”. El es ahora Citron, un personaje real que junto al más joven Flame (Thure Lindhart) integraron una pareja de resistentes daneses durante la Segunda Guerra Mundial. La acción se sitúa hacia mediados de 1944, cuando aún Copenhague estaba ocupada por los nazis. Por momentos recuerda a “Black Book” del holandés Paul Verhoeven, otro film sobre la ocupación. El pelirrojo Flame es quien ejecuta, a menudo a sangre fría, a colaboracionistas y oficiales alemanes mientras que el más veterano Citron, cuyo seudónimo nace de su pasado trabajo en una fábrica de autos, hace de chofer. Pero a veces los roles se invierten sobre todo porque el joven dice no poder matar fácilmente a una mujer. Justamente será su conflictiva relación con Ketty Selmer (Stine Stengade) una circunstancia decisiva en la vida de ambos. Es poco clara la vinculación de ésta con el jefe de la GESTAPO, Karl Heinz Hoffmann, una buena interpretación de Christian Berkel (“Operación Valquiria”, “Bastardos sin gloria”). La oscuridad de los personajes se extiende a otros entre los que se incluye al padre de Flame, en cuyo hotel se alojan militares alemanes de alto rango. Pero incluso la misma se extiende a las propias figuras centrales a los que no se presenta como seres valientes, sino más bien como antihéroes. Esto queda patentizado en una escena en que Citron le afirma a su esposa que, una vez finalizada la guerra, él deberá ir a la cárcel por las cosas que ha hecho y se pregunta qué es la dignidad. Como señalara en la entrevista Christian Madsen, la película provocó mucha polémica en su estreno en Dinamarca al mostrar el lado más oscuro de la resistencia, pese a ser en el balance bien recibida. Esta ambigüedad es sin duda uno de los mayores méritos de “Flame y Citron”, un bienvenido estreno en épocas del año en que el grueso de la oferta fílmica se orienta hacia obras pasatistas.
Dos mitos de la resistencia danesa En tono de thriller, el director Ole Christian Madsen imprime un acento trágico, teñido por una fuerza de rebeldía. Así, la película ofrece contrapuntos que proyectan una sombra sobre lo ocurrido en Dinamarca durante la ocupación nazi. En estos días conviven en la cartelera cinematográfica, y en el mismo pequeño complejo, Cines del Siglo, dos films que apelan al espectador desde una propuesta similar, ya que ambos a reconstruir un fragmento de la memoria histórica. Así, tras varias semanas de permanencia, todavía se exhibe, afortunadamente, el film de Michael Haneke, galardonado en Cannes y omitido por la Academia de Hollywood, La cinta blanca, sobre el que ya hemos ofrecido un elogioso comentario crítico y desde el pasado jueves se puede ver el estreno del film danés, merecedor igualmente de varios premios internacionales, Flame y Citron. En ambos casos, la mirada y la voz de alguien que recuerda se ubican en el umbral mismo de cada film. Mientras en La cinta blanca el hilo conductor del film nos lleva a los días previos a la Primera Guerra Mundial, en una pequeña población del norte de Alemania, marcada por la rígida moral presbiteriana, para traer a la memoria las simuladoras y perversas conductas de sus habitantes, de ese silencio cómplice y acciones de exclusión y violencia, sin diferencia de edades; quizás como actos que van prefigurando el perfil de una sociedad que en algún momento optará por las promesas del régimen nazi, en el film de Ole Christian Madsen, Flame y Citron la acción, que transcurre en el espacio de la Resistencia en los días de la Ocupación de 1944, en Dinamarca, nos permite seguir las diferentes confrontaciones y enfrentamientos, delaciones y actos de traición, a partir de un grupo, de miembros que pasan a la clandestinidad, que se proponen ejecutar a los colaboracionistas, según mandatos diseñados por superiores. Desde su estreno, Flame y Citron ha sido caracterizado como un film que establece un diálogo, particularmente, con aquella notoria realización de Jean Pierre Melville, de 1969, El ejército de las sombras, en el que actuaban, en los roles protagónicos, Lino Ventura, Jean Pierre Cassel, Simone Signoret, Serge Reggiani, entre otros. Ambientado igualmente en los días de la ocupación nazi, el film del director de toda una obra enmarcada en el policial negro, describe los diferentes comportamientos que se dan en el frente de la Resistencia, a partir de un relato coral, desde una perspectiva crítica y antiheroica. Y este, puede ser, según sus declaraciones, el film que le permitió al director de Flame y Citron, tras ocho años de investigación, coescribir un guión y finalmente lograr el film que hoy podemos conocer, basado en dos figuras que ya pertenecen a la mitología del pueblo danés, una suerte de personajes similares a Butch Cassidy y Sundance Kid, que con el tiempo, pese a sus contradicciones, ya han adquirido cierto halo romántico. En los días previos al estreno, su director comentaba: "En este país somos muy puritanos con nuestra historia. Y esta película dinamita la imagen cohesionada de la Resistencia danesa. En realidad, la gente se movía en una zona gris en la que nadie era lo que parecía. Nosotros, como pueblo, colaboramos con los alemanes y en Dinamarca no hubo más que mil miembros de la Resistencia: nadie atrevía a serlo". El título del film responde a dos nombres propios, en este caso seudónimos: Flame, en alusión al color rojo llama del cabello de Bent Faurschou Hviid y Citron, por analogía fonética con la fábrica de autos Citroën, en cuya fábrica había sido mecánico Jorgen Haagen Schmit. Ambos personajes se moverán en un mundo marcado por la violencia que nos lleva a cuestionar determinadas acciones que ponen en juego el orden ético y moral. Historia de atentados y asesinatos, de una violencia que estalla en cada mirada, Flame y Citron nos lleva a los altos mandos, traza una línea oblicua entre los personajes centrales, una mujer fatal, una red de conspiraciones y pactos que sellan enmascaramientos. En su acento trágico, teñido por una fuerza de rebeldía, el film va ofreciendo contrapuntos que proyectan una sombra sobre los diferentes acontecimientos. Frente a este film, uno de los espectadores, Nazareno Sosa, de 32 años, comenta: "Considero acertada la elección de la voz en off que va acompañando ese entrecruzamiento de situaciones y pensamientos, como asimismo la yuxtaposición de diferentes tipos de imágenes. A diferencia de lo que pasa habitualmente en los films de origen estadounidense, aquí la violencia no está graficada de manera morbosa, ya que no se busca el efectismo. Y el film sí es muy crudo, ya que se va mostrando todos los intereses que van atacando los auténticos ideales que tienen en un principio los que están en ese frente de lucha contra las fuerzas invasoras. Y sí recuerdo ahora, uno de los primeros films bélicos que vi junto a mi padre: Los cañones de Navarone, con Gregory Peck, Anthony Quinn y David Niven. La pudimos ver por teve y en esta historia, ambientada en los días de la Segunda Guerra Mundial, cuatro oficiales, un partisano griego y otros deben enfrentar un puesto de combate levantado por las fuerzas de la ocupación". Flame y Citron pertenece a este cine que hoy se reconoce como el de los films de "lesa humanidad" y el tono que ha elegido su realizador es el de un thriller, ya que reconocemos intriga y suspense, conforme a cierto formato que le permita garantizar la atención por parte de una platea mayoritaria. Basado en hechos reales, como se lee en el prólogo, y en las leyendas finales del epílogo, esta obra de Ole Christian Madsen se reconoce, en su primer grado de verosimilitud histórica, por la presencia de un registro de cine documental, borroso, en un primer momento, como las mismas imágenes de la memoria. Y de esta manera, desde estas imágenes que hablan de un registro de hechos históricos, esa voz en off que encontrará un puerto de llegada, o sea un reconocible punto de partida, sobre el final del film, va articulando un relato que en su interior enfrenta situaciones de signos opuestos, como la elocuente secuencia en la que ambos personajes realizan su práctica de tiro al blanco, "tiro al pichón", de blanco móvil, mientras escuchamos desde un tocadiscos la eufórica melodía de Irving Berlin, Cheek to Cheek, del film de Mark Sandrich de 1935, Sombrero de Copa.
¿Cuándo el hombre que mata es consciente del sentido político, y cuándo comienza a sentir que es él, el poseedor del sentido final de la justicia? Madsen articula la duda con mucha precisión y esa es la mayor virtud del film. La historia que cuenta esta muy buena película danesa, refiere a un grupo de la resistencia en tiempos de la dominación nazi. Por entonces, un centenar de hombres y mujeres intentaba enfrentar al poder germano, asesinando a los jerarcas, y sus aliados nativos. Lo hacían a cara descubierta, a plena luz del día, exponiéndose a la represión y a la captura. En 1944, en Copenhaguen, Bent Faurschou-Hviid (Flame) y Jørgen Haagen Schmith (Citron) formaban parte del grupo Holger Danske. Es en el marco de la lucha organizada, en que ellos solían atentar contra la vida de funcionarios alemanes. Sanguinario y decidido el joven Flame, algo más complejo su compañero Citron, no tenían en principio dudas sobre la validez de su accionar. Como toda acción política clandestina, los problemas se generan cuando ciertas dudas aparecen, a partir de las intrigas necesarias de tal comportamiento. Ordenes que se creen erroneas o mal intencionadas; personajes oscuros que responden a dos o tres jefes diferentes; enemigos que no parecen tales. Presentada esta dificultad, junto a la complejidad de las situaciones personales, la historia solo puede fugar hacia la tragedia. Flame, atraído por una mujer inexpugnable y siempre sospechosa, y Citron, acuciado por una relación tensa y lejana con su mujer e hija, a quienes ama, sentirán que el mundo de las certezas iniciales, que la indudable vocación por la resistencia armada, será difícil de sostener en el contexto de avance de la guerra. De tal modo que la única solución que encontrarán, será avanzar en su propio proyecto, más parecido a la venganza personal que a la acción política armada. El realizador Ole Madsen, construye con mucha propiedad los personajes y, a través de ellos, propone una mirada crítica sobre los modos de la acción política violenta. Lejos de cuestionar su validez universalmente, pone en la mira el límite entre el momento político y el momento violento. O el modo en que cada protagonista se inserta en la acción resistente. ¿Cuándo el hombre que mata es consciente del sentido político, y cuándo comienza a sentir que es él, el poseedor del sentido final de la justicia? Probablemente en ese límite, este la diferencia entre la violencia como política, y la violencia como tragedia. Madsen articula la duda con mucha precisión, y es justamente por eso que Flame y Citron es una película digna de elogio.
Hay algo podrido en la resistencia Los tanques de Hollywood tienen aseguradas las principales salas del planeta. Distinto es el caso del cine industrial del resto del mundo. Aún cuando hayan sido éxitos en su país de origen, al cruzar la frontera irán a parar inevitablemente al circuito alternativo. Quien suscribe pudo ver a principios de año como El secreto de sus ojos, la película más taquillera del cine argentino reciente, una producción de indudable factura industrial y vocación popular, era exhibida en Río de Janeiro (no tan lejos, al fin y al cabo) en una pequeña sala de Cine Arte compartiendo cartel con La cinta blanca cuando aquí había llenado los multicines. ¿Qué queda entonces para el cine danés en Argentina por muy caro y masivo que haya sido en Dinamarca? Flame y Citrón es efectivamente la película más cara del cine danés (necesaria co-producción con Alemania) y un éxito rotundo en su país de origen que, con la misma historia y la misma realización, pero en ingles y con actores norteamericanos, hubiera recibido una distribución muy diferente. Ambientada durante la ocupación nazi del pequeño país, basada en hechos reales, con una minuciosa reconstrucción histórica y cierto aliento épico, todo puede hacer temer cierta pretenciosidad consustancial al qualité europeo. Y aunque algo de eso hay en cierta ampulosidad y cierta gravedad solemne, la película le escapa a ese destino y es afortunadamente bastante más que eso. Los protagonistas, Flame y Citrón, son dos miembros de base de la resistencia danesa contra la ocupación alemana, idealistas, arrebatados y temerarios. Sus misiones consisten en asesinar a colaboracionistas del enemigo, actividad en la que se sienten justificados por el conflicto pero en la que demuestran demasiado entusiasmo y poca reflexión. Personajes con pasta de héroe y destino de mito, pero que a lo largo del relato irán convirtiéndose a su pesar en héroes funcionales al servicio de intereses que desconocen. Más concentrados en apretar el gatillo que en pensar en lo que están haciendo, a quien le están tirando o a quién obedeciendo, Flame y Citrón empezarán a ser utilizados en misiones cada vez más dudosas, cuya carácter cuestionable ni a ellos se les escapa, pero a las que no pueden negarse. Cuando se dan cuenta de que los intereses de sus lideres están en otro lado antes que en la liberación y que han estado jugando como peones y que lo han sacrificado todo, ya están metidos en una trampa de la que la única salida parece estar en la huida hacia adelante y en la inmolación. Para entonces los protagonistas se darán cuenta de que ya no están seguros en ningún lado y que ya no saben en quien confiar, momentos en los que el relato ofrece un logrado clima de encierro y paranoia. El director Ole Christian Madsen fue muy criticado en su país por su retrato nada amable de la resistencia danesa. Y es que la resistencia europea anti-nazi siempre fue objeto de retratos románticos y son pocos los que se atrevieron a iluminarles las partes oscuras como recientemente hizo Paul Verhoeven en El libro negro. Pero es precisamente ese atrevimiento el que le da su mayor valor al film. Esa voluntad de introducir los matices, de admitir la duda, de desmitificar y meter el dedo donde duele, para sugerir que las causas justas no justifican cualquier cosa, que mancharse las manos de sangre no es ni simple ni gratis y que también los idealistas pueden pifiarla.
Sólida narración de un episodio real de la resistencia dinamarquesa durante la Segunda Guerra Mundial No es muy común que se estrenen películas de origen danés en nuestro medio, por eso la llegada de este es doblemente gratificante. Basada en una historia verídica narra las vicisitudes de la vida de dos personajes emblemáticos de la resistencia danesa durante la ocupación nazi ocurrida en la segunda guerra mundial. Ellos, dos jóvenes idealistas, inflexibles, uno más que el otro, y arriesgados ambos por igual, son los encargados de eliminar a los colaboracionistas El pelirrojo Flame es el ejecutor, todo acción, todo juventud, sangre fría, no le tiembla el pulso, es todo un castigador; el otro un poco mayor, no demasiado, casado y padre de una niña, es conocido por Citron, por haber trabajado en una fábrica de autos de la marca francesa, es el chofer. Los roles son fijos, nunca se alteran, sólo cuando le llega la orden de ejecutar a Katty, su amante, su confidente, pone en duda la orden y su exactitud. Esta será un evento determinante en la vida de ambos. Lo mejor del filme es la forma en que esta construida la historia, la dualidad del discurso manifestado no sólo a través de la oscuridad de los personajes, sino que además pone en tela de juicio las razones de los propios jefes, mostrando intereses espurios. Ellos mismos son juzgados desde una mirada poco condescendiente, si bien se los presenta como grandes idealistas el transcurrir de la historia los va constituyendo no en esos bravos justicieros, para terminar como verdaderos antihéroes. Citron se replantea constantemente lo moral de sus actos, no la ética de los mismos, se sabe un asesino, aunque la causa aparezca como justa. Cree que algún día será juzgado por su accionar. De estructura narrativa muy lineal, con un gran trabajo en la dirección de arte, sobre todo en la reconstrucción de época, tanto la escenografía y el vestuario están en el orden de lo perfecto y muy bien acompañado por la fotografía y sustentado en las actuaciones.