Hay algo en la narración de esta propuesta que distrae. Puede ser su puesta, sus interpretaciones, o directamente las historias que transita. Un grupo de mujeres aunadas en un mismo espacio, sufren, aman, lloran, con la misma intensidad con la que sueñan en un futuro mejor. Lamentablemente en la ambición de narrar tanto, se pierden particularidades, y se acentúan las carencias de un film que responde a otros tiempos con una factura y una progresión dramática pobre.
Una película que halla un ecosistema dentro de cuatro paredes. Crítica Hacer la vida. El filme argentino “Hacer la vida” recupera en pequeñas locaciones grandes historias donde la directora y guionista Alejandra Marino descubre secciones narrativas que convergen en la salida del cascarón con personajes o situaciones complicadas. Por. Florencia Fico. El argumento de la cinta se sitúa en un conventillo viejo de Buenos Aires en el cual se entrelazan relatos que permanecen ocultos. Lucy (Bimbo Godoy) tiene ganas de escapar de su mamá Elisa (Luisa Kuliok) y guarda en secreto quien es el papá de su hijo. La Rusa (Raquel Ameri) y Mercedes ( Florencia Salas) anhelan un espacio en el país aunque Lorenzo(Pablo Razuk) se ve conquistado por la Rusa. La bailarina Gaby (Luciana Barrirero) ansía ser Odette y Mariano(Joaquín Ferrucci) ser ella en silencio. Mónica(Victoria Carreras) sueña con la maternidad pero ya cuenta con Sergio su marido( Darío Levy) y su dogo Aquiles. Las experiencias de este grupo de individuos se chocarán y ninguno conservará la forma que sostenían luego de ingresar a las vías de sus propios gustos. La dirección y el guión de Alejandra Marino hace palpitar un filme donde el “deseo” es un concepto con múltiples capas en los diferentes personajes ya sea la búsqueda de identidad de género o una clara posición con perspectiva crítica del modelo binario(hombre o mujer). La maternidad enquistada y accidental hasta renegada. Las idealizaciones de las carreras y la realidad laboral. Los encuentros versus los desencuentros. La vida sin destino y la muerte planificada. También los prejuicios en la búsqueda laboral y los cánones de belleza a mujeres mayores como Lucy que se ven reducidas a la prostitución. La falta de integración con extranjeros.La extorsión a los sectores más necesitados haciendo hincapié en los adolescentes mediante beneficios económicos. El amor frente a la perversión u acoso. Marino encuentra la susceptibilidad con diálogos costumbristas, amargos y humorísticos con la firmeza para que sus protagonistas pongan en acción emociones vibrantes. Marino se atreve a tanto que en éste filme que incluye el lenguaje inclusivo un sello de su compromiso social y las libertades individuales. La música de Pablo Sala le da un señalador a cada escena bajo la cumbia a los adolescentes Mercedes y su novio, a la pareja de Gaby y Mariano la obra del compositor ruso Piotr Ilich Chaikovski como El cisne negro que evidencia el descubrimiento de alguno de ellos de otra forma como lo narra la historia original del ballet, el carpintero Gonzalo con melodías de tango melancólico, Lucy bajo temas más rockeros, Elisa con géneros espirituales y Raquel con ritmos folclóricos. La fotografía de Mariana Russo se caracteriza por planos cerrados y primeros planos que dan lugar a apreciar los estados anímicos de los personajes. Una iluminación natural, opaca o neutra casi almibarada. También juega con figura y fondo para dar la sensación de poner atención a los discursos. En torno al reparto las actrices: Victoria Carreras como Mónica(una ex artista) se desempeñó espléndidamente con una amplia gama variables brindando tomas que derraman amabilidad, locura y hostilidad. En torno a Lucy encarnada por la artista Bimbo Godoy transita por la comicidad como una maestra en su métie. La celébre actríz Luisa Kuliok interpretó a la madre de Lucy con lúcidas escenas con arrebatos emocionales. Es relevante contar las revelaciones actorales donde hallarán a Florencia Salas en la piel de Mercedes con una impronta intensa y la bailarina Luciana Barrirero quien debuta como intérprete aplicando su trayectoria en danza clasica y la soltura recreativa que le propone su nueva faceta teatral. Y Raquel Amieri como La Rusa con un temperamento particular y dureza expone su vivencia áspera. En cuanto a los actores Pablo Razuk desprende un personaje como lo es Gonzalo (zapatero) misterioso e inquietante que rompe con la tranquilidad del edificio. Asimismo Joaquín Ferrucci en el papel de Mariano perfila un sujeto que se sale de su molde. La película alcanza la madurez para conectar con temas complicados ya sea en la esfera pública o privada. Transmite dentro de un conventillo una versión metafórica que ensambla a los vecinos y los enfrenta con debates introspectivos. La huella de la conducción de Alejandra Marino teje cada hilo con la excusa de seguir interpelando a la sociedad sobre la maternidad como lo hizo en El sexo de las madres. y en éste caso con relatos corales haciendo visibles lo que arde en sus vidas. Puntaje:70
Un melodrama que no llega a mucho. Hacer la vida (2019), es un melodrama con buenas actuaciones, pero con un guión que no pareciera llegar a ningún lado, con una dirección que no logra sacar adelante el guión. Contando varias historias este melodrama busca tratar temas varios sobre el género y los conflictos sociales. Con personajes no tan estereotipados y con poca profundidad. Sin embargo, con momentos interesantes e incluso cómicos, que nivelan una lenta narración. Hacer la vida cuenta las historias de varias personas que viven en un mismo edificio, donde mediante casualidades se ven afectados entre sí. Estos personajes buscan mejorar su vida de alguna manera y para ello se inician en una travesía por encontrarse a ellos mismos. La dirección junto con el guión son los puntos débiles de la película, ya que no logran mostrar escenas de gran interés para el espectador, y cuando suceden cosas interesantes, no se les da el énfasis suficiente, generando una falta de interés porque no se logró exponer lo suficiente para provocar intriga. Pasando de una escena a otra constantemente donde solo se exponen hechos, y no a los personajes. Sin embargo, este melodrama consta de buenas actuaciones, las cuales refuerzan los valores que se intentan transmitir. Los diálogos son interesantes, y aunque no cuentan mucho, logran su cometido. "El problema de Hacer la vida radica en su ineficacia a la hora de transmitir al espectador la empatía por los personajes. Sin embargo, es curioso su tratamiento sobre los problemas de género. Una película que a más de uno le interesará." Calificación: 4/10 Título original: Hacer la vida Año: 2019 País: Argentina Dirección: Alejandra Marino Guion: Alejandra Marino Música: Pablo Sala Fotografía: Mariana Russo Reparto: Raquel Ameri, Luciana Barreiro, Victoria Carreras, Joaquín Ferrucci, Bimbo Godoy, Luisa Kuliok, Darío Levy, Pablo Razuk, Florencia Salas Productora: Alandar Producciones Género: Drama
Qué saludable es ver un cambio de mirada en los personajes del cine argentino, pero que pena que este cambio no pueda enmarcarse en una película cuyo desarrollo cinematográfico esté a la altura de sus novedades ideológicas. Hacer la vida tiene una galería de personajes interesantes, novedosos, complejos, al menos en la teoría. La historia de este transcurre en un edificio antiguo donde se cruzan las diferentes vidas de sus inquilinos. Lucy, la hija de la dueña que desea liberarse de su madre y oculta la paternidad de su hijo; La Rusa que quiere encontrar un lugar en este país tan lejos de donde ella viene o Gaby que desea ser una bailarina clásica reconocida. La directora y guionista Alejandra Marino supo elegir un universo de personajes rico y diverso, pero la narración cinematográfica es por momentos muy teatral y la calidad es incluso menor que la de una ficción televisiva de hace cuarenta años. Los actores poco pueden hacer para salvar esta limitación y la falta de fluidez en el relato atenta contra todo el resultado final.
A prori resulta atractiva una película donde Luisa Kuliok y la Señorita Bimbo interpretan a una madre tirana y a una hija que amenaza con emanciparse. El duelo actoral entre dos referentes del entretenimiento argentino –la primera, de telenovelas osadas; la segunda, del stand up feminista– parece conformar la mayor promesa de Hacer la vida, ficción coral donde Victoria Carreras, Raquel Ameri y Luciana Barrirero también encarnan roles (co)protagónicos. Gran parte del film escrito y dirigido por Alejandra Marino transcurre en la pensión extemporánea que administra –y donde también vive con su hija y nieto– el personaje a cargo de Kuliok. La vivienda comunitaria evita las dificultades que los largometrajes multitrama suelen presentar cuando transcurren en exteriores. Las habrán experimentado Robert Altman cuando produjo Vidas cruzadas y Prêt-à-porter y Alejandro González Iñárritu con Amores perros, 21 gramos y Babel. El escenario acotado tiene su contra: impone una estética, un ritmo e incluso actuaciones (tele)teatrales. En este marco aparecen muy subrayadas las intenciones narrativas de Marino: cruzar a personajes –en su mayoría mujeres– que lidian con un presente frustrante, y reivindicar la vinculación con un par o semejante como factor determinante de superación. Los 103 minutos de duración aumentan esta sensación de redundancia y previsibilidad que también le juega en contra al elenco, en especial a Bimbo. Antes que ella y Kuliok, se lucen la mencionada Ameri (en la piel de una inmigrante ucraniana), Joaquín Ferrucci y el siempre versátil Darío Levy. Por su características teleteatrales, Hacer la vida convive sin problemas con la modalidad de exhibición por TV e Internet. Además de sentarles bien a la fotografía de Marina Russo y a la escenografía de Lucía Onofri, la pantalla chica auspicia –para algunos espectadores nostálgicos– un reencuentro enternecedor, no sólo con Kuliok, sino también con Carreras.
A raíz del cierre de las salas, el INCAA lanzó Jueves estreno, un plan que permite que las películas que no pueden ser exhibidas en cines por la pandemia de coronavirus lleguen al público a través del canal CINE.AR y la plataforma de video a demanda CINE.AR PLAY. De ese modo cumplen con uno de los requisitos indispensables para percibir los subsidios: el estreno comercial. Uno de los títulos seleccionados para este ciclo de emergencia es Hacer la vida, de Alejandra Marino. Se trata de un drama coral con historias entremezcladas de mujeres que coinciden en una suerte de conventillo: una anacrónica ambientación al estilo de un sainete de Vaccarezza versión 2020. Pero en esta anticuada pintura costumbrista lo central no es el humor, sino la sensiblería. Ninguno de los personajes es privado de su cuota de melodrama y lugar común: la inmigrante ucraniana que supo ser campeona de natación, pero ahora vende café por la calle y sueña con volver a una pileta mientras anhela que su marido venga de Europa; la adolescente tucumana que trabaja como empleada doméstica y espera un bebé que su patrona le quiere comprar; la bailarina frustrada que sueña con ser Odette en El lago de los cisnes; la madre soltera desocupada que tuvo que volver a la casita de la vieja. Poco y nada hay para rescatar en esta película que recuerda, tanto en realización como en contenido, a algunas de las peores telenovelas nacionales de las décadas del ‘70 y ‘80. Casi todo está filmado en interiores que no se condicen con el edificio donde transcurren las historias; la iluminación, los encuadres y el sonido son rústicos; el guion es una ensalada de supuestas “problemáticas actuales” y estereotipos de todos los tiempos. A excepción de Raquel Ameri, las actuaciones completan el despropósito: ni los nombres más conocidos del elenco (Luisa Kuliok, Victoria Carreras, Bimbo Godoy) se salvan del naufragio de un producto que, en el mejor de los casos, está condenado al consumo irónico.
Como en un baile de disfraces, cada personaje de Hacer la vida esconde su verdad tras la mejor máscara. La Rusa (Raquel Ameri), sus sueños de natación olímpica tras la espera de un marido que no llega; Lucy (Bimbo), el anhelo de escapatoria hacia las tierras del Sur; Mónica (Victoria Carreras), una maternidad delegada en el cuidado obsesivo de su perro Aquiles. En el patio central de un viejo edificio porteño, esas historias arman un teatro curioso en el que las vidas se encuentran y desencuentran, se encaminan y desvían tras el velo de su propia representación. Sin embargo, lo que parece una idea atractiva, nunca encuentra la soltura a la que aspira. Cada personaje se sostiene apenas como una isla, con parlamentos impostados y relaciones forzadas por el andamiaje del guion. La película de Alejandra Marino no termina nunca de encontrar su equilibrio, de conjugar los destinos de sus criaturas más allá de la imposición de esa convivencia en el espacio. Lo que podía ser una comedia ácida se anula en momentos dramáticos fuera de tono, en interpretaciones dispares, en un relato que nunca está a la altura de la chispa que parecía originarlo. Lo mejor está en el choque subterráneo entre Lucy y su madre, la joven rebelde y la dama con ideales de otra época, con sus visiones y su tiranía mística. En la tensión interpretativa que consiguen Bimbo y Luisa Kuliok se despliegan los únicos destellos de comedia que la película consigue con fluidez y verdadera gracia.
Se estrena comercialmente el jueves 9 de abril en Cine.Ar TV (jueves 9 de abril a las 22 / sábado 11 de abril a las 22) y en la plataforma Cine.Ar Una inmigrante ucraniana que fue campeona de natación en su país pero en Argentina se gana la vida precariamente vendiendo café, entre otros lugares, en una pileta a la que no puede acceder. Una joven empleada doméstica tucumana embarazada por el novio y, a raíz del incidente, echada a la calle por su patrona. Una bailarina que sueña con encarnar el papel de Odette en una puesta de El lago de los cisnes en el Teatro Colón en la que no tiene demasiadas posibilidades. Una madre soltera con un hijo autista que tuvo que volver a vivir con su madre viuda y vidente que la menosprecia. Una mujer casada y mayor que sueña con el hijo que jamás pudo tener. Todas ellas integrantes de una galería de personajes tristes y desangelados que protagonizan Vivir la vida, una historia coral cuyo denominador común está dado por el edificio antiguo que es la locación principal donde estos personajes viven y circulan. Estamos ante una muestra de costumbrismo con una exacerbada dosis de patetismo y personajes unidimensionales y estereotipados. Seres sufrientes que además se tratan de maneras horribles, casi siempre con fines egoístas, utilitarios y con frecuentes muestras de agresividad y desprecio o condescendencia y algunas pocas veces con alguna muestra de solidaridad como el caso de la inmigrante ucraniana con la joven embarazada. Los personajes masculinos en roles secundarios tampoco tienen un tratamiento diferente y se mueven entre la frustración del novio de la bailarina que se viste con su ropa cuando ella no está, la soledad del zapatero con inclinaciones al masoquismo o la impotencia del marido para consolar el dolor de su esposa ante la imposibilidad de tener hijos. La dirección actoral es por lo menos errática y despareja donde algunos recitan sus líneas lánguidamente y sin convicción, mientras otros se entregan al desborde emocional sin que nadie los contenga. Actuaciones de esas que se tiende a calificar de teatrales en el peor sentido que se da a esa palabra en ese contexto, poco creíbles y antinaturales. Hay que admitir que no lo tienen fácil sus actores y actrices con sus diálogos inverosímiles y situaciones tiradas de los pelos. Curiosamente una de las que muestra mayor naturalidad y mejor parada sale es Bimbo Godoy que interpreta a la madre soltera y tiene que lidiar con situaciones absurdas como una entrevista laboral con el dueño de un prostíbulo, escena inverosímil desde un principio y que termina en un completo divague, y también una anécdota que involucra a Mick Jagger que no vamos a adelantar. La realizadora y guionista Alejandra Marino completa con este su quinto largometraje entre documentales y films de ficción. Carente de sutilezas en su afán melodramático y sensiblero, recurre a veces a momentos de humor no muy logrados como para aliviar el continuo flujo de frustraciones y desgracias. Hacer la vida parece por su puesta y su propuesta un exponente de un cine argentino de hace por lo menos cuarenta años, no por una visión nostálgica o voluntad revisionista, sino por caer en vicios y torpezas que a esta altura parecían superados. HACER LA VIDA Hacer la vida. Argentina. 2019 Dirección: Alejandra Marino. Reparto: Luisa Kuliok, Victoria Carreras, Raquel Ameri, Florencia Salas, Bimbo Godoy, Luciana Barrirero, Darío Levy, Pablo Razuk, Joaquín Ferrucci. Guión: Alejandra Marino. Fotografía: Marina Russo. Montaje Liliana Nadal. Sonido y Música: Pablo Sala. Dirección de Arte: Lucía Onofri. Producción Ejecutiva: Jorge Rocca. Duración. 103 minutos.
TODOS JUNTOS EN SOLEDAD El espíritu tanguero de la música incidental y el ambiente de una suerte de conventillo donde se ubica la acción, ancla durante los primeros minutos a Hacer la vida en el registro del sainete criollo. Pero ese aire progresivamente se va evaporando, para pasar al relato coral con una sumatoria de conflictos recreados con la textura del teleteatro. Más allá de las buenas intenciones de la película escrita y dirigida por Alejandra Marino, buenas intenciones evidentes en la forma en que trata a sus personajes, el problema de Hacer la vida es básicamente de representación: actuaciones endebles, diálogos improbables e involuntariamente graciosos, personajes unidimensionales y obviedades varias. El muestrario es grande: tenemos a una madre tarotista que lleva una relación tirante con su hija, una desocupada que tiene un hijo que no habla; una pareja con evidentes problemas de comunicación, él arquitecto y ella bailarina; una mujer ucraniana a la que todos le dicen rusa, que sueña con sus años de atleta medallista; un matrimonio de mejor posición económica que el resto, pero que padece la melancolía de ella acerca de una maternidad que nunca llegó. Y hay más. Extranjeros en tierra extraña, deseos inconfesables, maternidades no deseadas, marginalidad. Cada uno tiene sus problemas y en la mayoría de los casos se observa un vacío, que en algunos casos se rellena con placeres sexuales de esos que se corren de lo aceptado socialmente. Y en algunos casos, incluso, con violencia. Los personajes se relacionan no solo porque comparten un espacio, sino porque hay conexiones que se generan en busca de la evasión que cada uno persigue. Hacer la vida tiene lugar para todos los personajes, busca comprenderlos, incluso, en sus miserias. En eso, Marino acierta y se aleja de cierta tendencia aleccionadora de buena parte del cine nacional. También está claro que administra acertadamente los tiempos de cada conflicto y la forma en que los personajes se cruzan. Pero claro que una película es mucho más que sus intenciones o que sus modos, una película también es una forma acertada de comunicar uno o varios conflictos. Y de ponerlos en escena de manera cinematográfica. En Hacer la vida la imagen está presa de la palabra, no hay un momento que formalmente se distinga: todo es un sucedáneo de la ficción televisiva menos inspirada, gritos y llanto para mostrar explosión, costumbrismo para mostrarse cercano al espectador. Y es un asunto difícil de sobrellevar cuando la película habla precisamente de esa falta de comunicación y no logra formar un vínculo fuerte con el que está mirando. Lamentablemente no parece que las falencias sean por no afilar más algunos detalles, sino básicamente porque la propuesta está en el límite de sus posibilidades. Un film menor que nunca encuentra el rumbo.
«Hacer la vida» presenta anhelos y secretos ocultos muy profundos de un grupo de personas que vive en un mismo edificio de Buenos Aires. Luci (Bimbo Godoy) quiere independizarse de su madre (Luisa Kuliok) para irse al sur con Mike, su hijo quien dejó de hablar hace un tiempo. Lorenzo, un tipo que parecía muy solitario, con una vida tras las sombras que guardaba con mucho cuidado, desea intensamente a La Rusa. Una ucraniana, llamada La Rusa (Raquel Ameri), está buscando un futuro mejor en Buenos Aires, esperando el arribo de su marido que nunca llega. Mercedes (Florencia Salas) tiene el mismo objetivo, estando entre la decisión de finalmente si da o no en adopción al hijo que espera. Gaby (Luciana Barrirero) quiere triunfar como bailarina, mientras que Mariano (Joaquín Ferrucci), su novio, se prueba su ropa. Mónica (Victoria Carreras) quiere tener un bebé para que su vida tenga otro sentido. Son todas historias muy distintas pero que caen en el mismo propósito: mostrar la angustia individual pero que es compartida de forma colectiva. Historias tan diversas, envueltas con una burbuja de sensaciones (y reacciones) inverosímiles. Gran parte de las escenas transcurren en el edificio, creando una puesta muy teatral. Un drama con historias entremezcladas que coinciden en una suerte de conventillo. El guion es una ensalada de supuestas «problemáticas actuales» y estereotipos de todos los tiempos. Centraliza temas como la moral, la angustia y la discriminación, cuestiones que forman parte del día a día y la manera de relacionarse para con el otro, cotidianidades que el film trata de acentuar desde una visión particular ante una narración dispersa con nada de sensibilidad. Si bien es el foco que quiere subrayar, no lo consigue. Dicen que menos es más pero, en este caso, la factura técnica solo deja claro que podrían haberse tomado mejores decisiones; una buena idea pero que finalmente el trabajo no coincide con el logro. La película presenta a un elenco destacado, liderado por Luisa Kuliok y con una participación magistral en conjunto con Bimbo Godoy. Por otra parte, tiene varias tramas para seguir, sucediendo todas al mismo tiempo. Todos los personajes tienen una problemática bien marcada, pero parecería no completarse cada arco narrativo al concretar una resolución para ellos. En síntesis, si bien el objetivo de la historia se sobreentiende, el relato pierde fuerza. La gran mayoría de las interpretaciones se sienten como una lectura mecánica sin emotividad alguna, siendo abusando por momentos de la exposición en más de una ocasión. Deja al descubierto los deseos escondidos y los anhelos por alcanzar para tener «la vida deseada», para así exponer el escenario urbano bonaerense y ese sueño que está lejos, cada vez más lejos.
Historias cruzadas Las vidas de diferentes personajes se entrelazan en una vorágine de secretos difíciles de ocultar. La nueva película de Alejandra Marino (Franzie) nos refleja la importancia de la toma de decisiones en la cotidianidad. En el 2005 llegaba desde Hollywood una película que despertó cierta polémica al ganar el Premio Oscar a Mejor Película. Vidas cruzadas (Crash, 2004), obra dirigida por Paul Haggis, no era la favorita en esos premios ya que Secretos en la montaña (Brokeback Mountain, 2004) tenía casi todas las fichas para ganar. Sin embargo, nos conmovió a la hora de contar una historia donde la moral, la angustia urbana y la discriminación formaban parte del día a día de los individuos y donde las decisiones están ubicadas como fichas de dominó a punto de tambalearse. Salvando la distancia, Hacer la vida (2020) nos propone un reto similar pero acá trasladado a un edificio de Buenos Aires y aquellos que lo habitan. Con un elenco compuesto por tres resonantes nombres propios femeninos como Luisa Kuliok, Victoria Carreras y Bimbo Godoy, Hacer la vida nos presenta un cumulo de deseos tan ocultos como llamativos. Luci (Bimbo Godoy) quiere independizarse de su madre (Luisa Kuliok) y viajar al sur con Mike, su hijo que no emite palabras. La Rusa (Raquel Ameri) y Mercedes (Florencia Salas) se unen en busca de lo mejor para ambas. Gaby (Luciana Barrirero) quiere triunfar como bailarina mientras Mariano (Joaquín Ferrucci), su pareja, se prueba su ropa. Mónica (Victoria Carreras) quiere tener un bebé para que su vida tenga otro sentido. Historias tan diversas, narradas de manera genuina, guiadas por el propósito íntimo de cada personaje. Historias tan diversas, sin profundidad, envueltas con una burbuja de sensaciones (y reacciones) inverosímiles. Si bien el objetivo de la historia se sobreentiende y ocasiona poderosas conjeturas con cada mujer y cada hombre de la pantalla, el relato pierde fuerza luego de la exposición del universo elegido para el relato. Desde la primera instancia, uno quiere saber que más hay detrás de ese gesto, de esa palabra, de ese grito. Sin embargo, la intimidad, ese deseo oculto, se deja expuesto sin que quede margen para una mirada, un silencio que abrume o una inacción que inunde la pantalla de sensaciones. Todos los personajes se muestras estridentes y se hace difícil poder empatizar. Hacer la vida es prolija con sus elecciones técnicas, con planos que buscan en ciertas ocasiones destacar el entorno para así exponer el escenario urbano bonaerense y ese sueño que está lejos, cada vez más lejos. “Hacer la américa” representa la posibilidad de ir hacia el primer mundo para crecer material y económicamente gracias a una oportunidad maravillosa. Ahora bien, si trasladamos eso al nombre de la película, “hacer la vida” nos indica la posibilidad de crecer como persona persiguiendo tus objetivos. No hay dudas que el largometraje de Alejandra Marino le hace honor a su título. Hacer la vida cumple lo que se propone, pero a través de un vuelo bajo, sin ánimos de crecer, sin ánimos de ir más allá de lo seguro.
Una pintura costumbrista Una película coral como Hacer la vida necesita de un entramado interno armónico que permita entrecruzar y entender las historias de los personajes de manera prolija, pero también comprensible, generando para el espectador una línea más o menos clara de vínculo entre ellos. Un armado desprolijo de estas cuestiones internas produce una sensación de incomodidad ligera en la que las historias que, en principio, cada una por su lado y deshilvanadas, se presentan interesantes, a la hora de mostrarlas como un todo la intención se cae y desinfla como un globo. Es una pena en esta película, porque tal vez, con un tallado más armonioso, hubiera podido estar a la altura de las mejores exponentes de este tipo de cine que es, a esta altura, un género en sí mismo. Es de esperar que la presente reseña no se tome como malintencionada; siempre la idea es el respeto pero también es una muestra de sinceridad y de amor por el arte audiovisual, por todos quienes estamos de algún modo vinculados a él (también por la realizadora de este film), para demostrar que su trabajo vale y que uno lo ha visto respetuosamente y en todo su esplendor, para poder así considerar todas las aristas de lo que propone. Hacer la vida es una película con una buena intención que presenta interesantes historias individuales que no logra hilvanar a la hora de presentar un relato homogéneo.
Alejandra Marino (El sexo de las madres) escribe y dirige un drama coral que se estrena dentro del “Programa de estrenos durante la emergencia” a través de CINE.AR TV y CINE.AR Play. “Hay mucho dolor y mucha soledad en este mundo”, dice la dueña de un edificio antiguo de Buenos Aires que alquila sus departamentos a los protagonistas de Hacer la vida. Es que uno de ellos, un hombre que vivía solo en un monoambiente, zapatero, tartamudo, acaba de aparecer en su departamento colgado. A lo largo de esta historia podemos conocer a personajes muy distintos entre sí que se caracterizan, antes que nada, por llevar cada uno un deseo fuerte pero, muchas veces, oculto. Así, una inmigrante ucraniana a la que todos apodan “la rusa” espera a su marido mientras recuerda mejores momentos y trabaja vendiendo café de manera ambulante; una joven tucumana trabaja como empleada de una señora que se muestra amable pero esconde un embarazo que, al salir a la luz, cambia mucho la actitud de esta mujer porque se relaciona con algo que no quiere y no puede; un muchacho aprovecha los momentos en que su novia bailarina sale a trabajar o a castings para vestirse con su ropa; una madre soltera que no encontró otra opción momentánea que volver a la casa de su madre que le resulta insoportable. Los personajes se van cruzando entre sí y, en general, hay un buen y parejo desarrollo de cada uno. Sin embargo, el guion se mueve entre diálogos y situaciones muchas veces poco verosímiles. A nivel cinematográfico no hay mucho para destacar. Lo cierto es que la mayor parte del relato se sucede a puertas cerradas, entre estos departamentos bien marcados, y la puesta en escena y la elección de la posición de la cámara en la mayoría de las escenas lo tiñe de un tono teatral. Marino intenta tocar muchos temas actuales, en especial de género. Ahí vemos a una mujer que por ser gorda no consigue trabajo al punto de considerar, por un error, prostituirse. A un hombre que para conseguir que la mujer que le gusta se comporte con él del modo que desea la ata a la cama y por la fuerza. Al joven que disfruta de usar ropa de mujer y se siente bien con sí mismo recién cuando conoce a alguien que lo entiende y lo acompaña en ese juego. A la joven que apenas sabe escribir y se encuentra embarazada sin querer tenerlo pero no encontrando esa opción disponible. A la larga, Marino quiere contar demasiado o, mejor dicho, hablar de muchas cosas. Y lo hace de un modo serio, a veces melancólico y en otras con un tinte de ternura, como una necesidad de ser optimista más allá de todo. Hacer la vida es un drama coral que parte de ideas y temáticas atractivas pero no consigue una historia verosímil y bien narrada. Mientras a nivel dirección tampoco consigue destacarse, sí consigue buenas actuaciones de parte de su variado elenco.
A Mitzi El Amateur (el que practica la pintura, la música, el deporte, la ciencia, sin espíritu de maestría o de competencia) conduce una y otra vez su goce (amator: que ama y ama otra vez); no es para nada un héroe (de la creación, de la hazaña); (…) es –será tal vez– el artista contra–burgués. Barthes por Barthes El trato amateur en ciertos momentos actorales y en el diseño de sonido de Hacer la vida no impide que sus siete personajes centrales estén finalmente liberados de las represiones mostradas de forma visual. En este sentido, los colores y la composición de los planos sostienen el cuidado a irregularidades presentes en la sociedad bonaerense retratada. La vuelta a Barthes no es solo una postura retórica ni teórica. También la percibimos durante la película y desde la primera escena en el audio que hace la ucraniana (Raquel Ameri) por celular. Las palabras y la mirada vidriosa de Raquel en ese primer momento y en su lengua materna se combinan con un “te amo” en español. Esta muestra de múltiples acentos idiomáticos a lo largo de la obra concuerda también con el retrato de minorías liberadas de ciertos yugos. Después se manifiesta visual y progresivamente en las tonalidades azules del diseño de producción, como las paredes donde ella y Mercedes (Florencia Salas) viven debido a una contingencia. La paradoja de que la propia obra refiera el personaje de Ameri como La Rusa incluso en los créditos aunque es ucraniana, se convierte en una contradicción con Mercedes, que es tucumana y vive cierto nomadismo como aquella, pero sí tiene nombre. A pesar de eso, el plano medio de Raquel a espaldas de la cámara y viendo hacia la piscina mientras una niña nadadora está por lanzarse al agua, plantea una geometría de sus deseos sugerida visualmente en el techo del recinto donde ambas se encuentran. Lástima que el vidrio que las separa se remarque aún más en el diálogo de la profesora de natación que le compra café y se empeña en llamarla rusa. Sabemos que la extranjería es insalvable, sí, pero los trazos gruesos también desentonan. Es válido entender en ese punto la falta de matices en las escenas histriónicas como una agenda de corrección política para que sean visibilizadas las irregularidades sociales. No minimicemos por esto la complicidad y la empatía entre tales historias cotidianas. Al final, los planos en más de una ocasión muestran a varios de los personajes como atravesados por las líneas horizontales al fondo de su entorno a pesar de las rudezas expresadas en sus diálogos. De esta manera, la impresión amatoria de la realizadora tiene el alcance de retratar las relaciones humanas en el cruce de ficciones desde lo laboral, familiar, sexual y económico. Este no es un logro menor de la obra puesto que en su guion entrama las desigualdades de todo vínculo manifestadas en las de toda comunidad. Observemos la manera de mostrar el sexo en cada una de las parejas, por ejemplo, y hasta la ausencia de intimidad y más represión entre Mónica (Victoria Carreras) y Sergio (Darío Levy), quienes manifiestan tener más ingresos económicos. Podemos achacarle falta de matices al guion, pero hay hallazgos incluso en las conversaciones pos coito. No por tal inclusión la película pretende un cierre salvador para todos. Pero con Lucy (Bimbo Godoy) hay una liberación del núcleo familiar más inestable y venido a menos aunque su madre sea la dueña de la residencia donde ocurre la historia. Son ella y su hijo quienes poseen una esperanza efectiva. Debido al sobrepeso bien asumido desde el personaje y encarnado por la actriz, el descalabro familiar se compensa así desde el cuerpo propio. Para los demás, sobre todo los pudientes, la realizadora propone al menos que convivan con sus grietas y desconches. Gracias al plano americano final, ella simboliza sin juicios la aceptación de los desbarajustes de los estratos más integrados en esta pequeña comunidad bonaerense que se las arregla de las mejores maneras, aunque no sean las únicas, para lidiar con sus ilusiones artísticas o imposiciones sociales. Y así, Gabriela (Luciana Barrirero), otro de los personajes, consigue hacer shows de cabaret aunque no sea su mayor deseo como actriz y a Mónica (Victoria Carreras) solo le queda reírse cuando la mascota de su marido destroza las muñecas embarazadas que ella teje. Así, es oportuna esta compensación poética por el propio maltrato de ambos hacia Mercedes, quien trabajaba limpiando en la casa de ellos.
La directora y guionista Alejandra Marino se desafío con una tarea complicada: hacer una película coral con mujeres muy fuertes guiadas por el deseo, llevadas por el ardor de vidas frustradas, capaces de hacer lo que haga falta para sobrevivir. Son muchas historias y todas atractivas. La inmigrante que trabaja en condiciones de mínimas supervivencia, con un novio lejano que desaparece y un galán cercano que enloquece y pagará caro. Una madre dominante que denigra a su hija, una hija que se prostituye con un objetivo. El mandato de la maternidad a toda costa. La bailarina frustrada y el descubrimiento sobre su pareja. Las pasiones desatadas en mujeres siempre al borde de la angustia y la frustración. Siempre en llamas. El guión con buenos diálogos y la dirección de Marino recorren esos excesos de un rompecabezas que a veces satura con la acumulación de hechos y no con la profundización de los interesantísimos caracteres. Cuenta con un elenco muy bien elegido donde todas brillan: Luisa Kuliok, Bimbo Godoy, Victoria Carreras, Raquel Ameri, Florencia Salas, Luciana Barrirero. Por momentos parece que cada personaje femenino necesitaría una película aparte. Riesgo de el planteo de vidas cruzadas que aquí no siempre está bien resuelto. Pero con ricos momentos y buenas actuaciones.