Dante es un adolescente y también un hijo al que el alcohol le robó a un padre pero él no se da por vencido y luchará a brazo partido para recuperar la familia que alguna vez tuvo. De eso y mucho más se trata “Hojas verdes de otoño”, una película de Fabio Junco y Julio Midú, con las actuaciones estelares de Mimí Ardú, encarnando a la mamá de Dante y esposa de un alcohólico; Marcelo Subiotto, el esposo; Pochi Ducasse; la participación especial de Osvaldo Santoro y el debut cinematográfico de Bautista Midú. Con locaciones en Saladillo, la historia, basada en una historia real, se hace más real en una localidad llena de vecinos que también participan en el film. Una drámatica historia bien contada que emociona. Un personaje que no es malo pero todo se le escapa de las manos cuando su vida se evapora como los vahos del alcohol. Sin embargo, una historia de amor en la vida de Dante florece después de que su familia se desvanece. Hay en el film una fotografía intimista con planos de lejos y cerca, fundiendo los paisajes de Saladillo con los rostros de gente triste, de vida dura, de la plata que nunca alcanza. La música acompaña muy bien a la narración, mezclando ritmos jóvenes con alguno nostalgioso para la gente grande, en especial, en un pasaje de la película donde el actor Santoro recuerda. En esta melange de los vecinos con actores profesionales, que en su metié dan profundidad al relato, hasta el propio protagonista no es actor, acción buscada, ex profeso, por los directores de la película da una naturalidad a la cinta pocas veces vista. Ideal para ver una historia de vida y un abrirse al primer amor pese a todo. La película se estrena en simultáneo en el mismo fin de semana en Saladillo, donde se hace una especial premier, para conectarse con el pueblo, con una película ya industrial. Un drama que emociona y que te hace reflexionar.
La película cuenta la historia de Dante, un niño que entra en la adolescencia en un pequeño pueblo rural. Su padre es alcohólico y la madre, agotada, hace lo posible para salir adelante. En silencio, Dante aguanta el dolor que observa como puede. Su hermano mayor tampoco ayuda. Dante a veces busca refugio en la casa de su abuela o en la de su abuelo. Al mismo tiempo, le ha llegado el tiempo de su primer amor, otra historia que crece en paralelo a las penurias de la familia del protagonista. Luego de un comienzo que parece prometedor, la película se va hundiendo poco a poco en las limitaciones de un cine que no se ve profesional. La mezcla de actuaciones de actores de carreras y aficionados empieza a hacer ruido y lo mismo los diálogos. Tal vez justamente lo que funciona al principio de la historia es la ausencia de frases acartonadas en situaciones poco naturales. No está mal la historia ni la idea inicial, pero no logra plasmar esa ambición en el desarrollo.
Antes de tiempo Hay chicos forzados a ser adultos antes de tiempo, a crecer más rápido para defenderse del mundo o hacerse cargo de realidades que no deberían ser las suyas. Dante es uno de esos chicos, zarandeado entre la niñez normal que merece y las obligaciones para conservar el bienestar de una familia que se desmorona hace tiempo fruto de un padre alcohólico, una madre frustrada y un hermano que mira para otro lado. Obligaciones que nadie le dio conscientemente pero que igual siente suyas. La escasa felicidad de todo su entorno parece descansar en sus hombros aunque ni siquiera sepa cómo acercarse a la chica que le gusta. Es justamente ese padre y sus problemas con el alcohol uno de los ejes de su historia, un hombre que a pesar de todo Dante no puede evitar querer y preocuparse por intentar que mejore. Sin muchos amigos a la vista, sus pocos momentos de alegría parecen estar rodeados de gente mayor, acompañando a sus abuelos y a una vecina que trata con tanto cariño como si también lo fuera, sabiendo que cumple el rol de parche sobre la ausencia de un hijo exiliado hace tiempo. Problemas de siempre La historia de Hojas Verdes de Otoño suena pequeña, pero su mayor fortaleza es justamente esa fuerte intimidad narrada con contundencia. El joven protagonista sale bien parado de tremenda exigencia, apuntalado por un elenco experimentado que complementa sus lógicas flaquezas de debutante cuando hace falta. La mirada inexpresiva de Dante (Bautista Bidú) puede a veces desarmar algo de esa emotividad, pero muchas otras refleja el agobio que padece aquejado por las responsabilidades y la culpa. Es perfectamente consciente de los defectos del padre, sufre al ver cómo maltrata a su madre y se aleja de su abuelo, pero no puede deshacer el vínculo de afecto con esa persona que supo ser diferente cuando tenía sus demonios a raya. No se rinde como hicieron los más grandes, pero esa lucha imposible es la que lo obliga a dejarse a sí mismo en segundo plano; para alguien tan puro como Dante todo el mundo viene antes, todos merecen la felicidad antes que él y es su responsabilidad actuar en consecuencia al mismo tiempo que intenta tener su propia vida, representada por su primer amor adolescente. Visualmente a Hojas Verdes de Otoño se le notan algunas limitaciones, pero siempre se mantiene dentro del rango de la corrección incluso en lo sonoro, una rama que al cine nacional le suele costar balancear, ni hablar musicalizar. Todo gira en torno a remarcar las interpretaciones antes que en narrar desde su lado. El eje narrativo es bien convencional y parte de lo contado también. Algunas pocas veces resulta problemático, y es cuando se desvía demasiado para añadir fragmentos de historias paralelas que aunque le dan algo más de volumen a los personajes no suelen aportarles facetas. Que sea clásica o que no tenga grandes sorpresas no impide que sea fuertemente emotiva sin llegar a ser agobiante ni regodearse en el sufrimiento de sus personajes, conservando siempre un destello de esperanza para recordar que hasta del dolor se puede sacar algo.
Dante es un joven que habita en un pueblo rural. Su familia está integrada por una madre luchadora, un padre complicado, un hermano ausente y dos abuelos que lo contienen como pueden. Cada día su hogar se convierte en un desfile de gritos y de peleas entre sus progenitores, mientras que su hermano mayor desea alejarse de ese infierno cotidiano. Los abuelos de ambos intentan, sin lograrlo, llevar algo de paz a esos muchachos. Apoyados por un muy buen elenco (Mimí Ardú y Bautista Midú, entre otros), los directores Fabio Junco y Julio Midú lograron narrar, con mirada poética, una historia en la que los viejos rencores conspiran para perpetuar la violencia.
Fabio Junco y Julio Midú hace veinte años crearon una sociedad creativa que dio como resultado en ya legendario “Cine con vecinos” que dio sus frutos, mas de 30 largometrajes independientes, amén de sus éxitos en la industria. Aquí apostaron al máximo desafío de integrar reconocidísimos profesionales con esos vecinos del lugar. Contaron con Marcelo Subiotto, Osvaldo Santoro, Mimí Ardú, Pochi Ducasse, Paula Trucchi. La historia escrita por los directores pone el acento en los silencios que anulan los intentos de comunicación, que se acentúan en las pequeñas comunidades rurales donde todos aceptan realidades dolorosas pero la incomunicación las instala y cristaliza. En ese contexto un adolescente ve que todo el mundo adulto se resquebraja y no acierta que hacer con su vida, justo cuando se despierta un fuerte interés amoroso. Un padre alcohólico, una madre malhumorada, un hermano ausente, abuelos que hacen lo pueden. Una melancolía que tiñe toda la historia bien reflejada. Aunque algunos personajes se presentan en situaciones que no evolucionan y no parecen conectadas, la historia tiene una impronta atractiva e interesante.
Cine con vecinos, pero con ambiciones Los realizadores oriundos de Saladillo dan un salto más en la profesionalización de su sistema amateur con un emotivo relato de iniciación. Fabio Junco y Hugo Midú son los creadores de “Cine con Vecinos”, atípico sistema de producción y circulación cinematográfica, de acuerdo al cual filmaban con vecinos de su pueblo natal, Saladillo, exhibiendo luego en el cine del lugar. Con Hermanitos del fin del mundo, film infantil protagonizado por varios actores profesionales (si puede decirse así de Topa, el transpirado conductor del Disney Channel) y estrenado en 2011, el dúo se lanzó a la arena del cine comercial regular. Lo cual podría ser motivo de duelo --si es que esto los lleva a abandonar el “Cine con Vecinos”-- y de celebración para ellos, por haber pegado “el gran salto”. Después de Flores de ruina (2014), Junco y Midú retoman en Hojas verdes de otoño el sistema amateur-profesional, combinando actores formados con vecinos de la zona, con estreno en todo el país y resultados artísticos también mezclados, ya que algunos fallos estéticos conviven aquí con logros dramáticos. Antes se hablaba de “relato de iniciación” o “de formación”, término derivado del bildungsroman alemán. Ahora se lo llama coming of age, porque la lengua del imperio busca anular todas las demás, objetivo primordial de conquista cultural. Dante (Bautista Midú) tiene una familia complicada, sobre todo por su padre Luis (Marcelo Subiotto, el actor más dotado de los surgidos en cine en el último lustro). Luis es alcohólico, lo cual genera discusiones y peleas con su mujer Carmen (Mimí Ardú, rotundamente alejada del estereotipo de vedette), además de problemas de convivencia, ya que nunca se sabe si va a llegar para la cena o a dormir. Y si va a llegar sobrio. Diez años mayor que Dante, David (Franco Midú) no trabaja, no por ser un vagoneta sino porque por lo visto no consigue empleo. Por supuesto que la que sostiene el funcionamiento de la casa es la sacrificada Carmen, que multiplica sus tareas. A falta de un hogar acogedor, Dante y David visitan a su abuela por parte materna (Pochi Ducasse) y, sobre todo Dante, a su abuelo paterno (Osvaldo Santoro, excelente). Éste a su vez no se habla con su hijo Luis, no se sabe por qué pero mucho no importa. Son las típicas peleas familiares, que pueden durar toda la vida. En medio de este contexto desalentador, Dante -que sufre la situación tal vez más que su hermano- le descubre una más al padre, y siente que ya es demasiado. Hojas verdes de otoño es una película irregular. En un par de momentos hay planos vacíos que no sugieren nada, sino el deseo de que sean llenados. Se hubiera solucionado empezando la toma unos fotogramas más adelante. Pero también hay un par de momentos muy bien resueltos con planos distantes. Sobre todo uno de ellos, una de esas escenas que con planos más cortos sería un mar de lágrimas. De a ratos, la música parece de una épica hollywoodense, estilo 55 días en Pekín. A Bautista Midú por momentos cuesta entenderlo, porque a veces se traba con las palabras. Sin embargo es una presencia infantil muy interesante, seco y de miradas duras. En líneas generales la película tiende a crecer, pasando de un comienzo con tropiezos a una segunda parte más ajustada a lo emocional, que es el terreno en el que este film de Junco & Midú se impone.
A veces, cuando llegan los días fríos, destemplados, y las plantas se secan, hay todavía unas hojas tercas que insisten en mantenerse vivas, y transmiten calladamente la savia, esperando que llegue hasta la raíz. Algo semejante ocurre en las familias cuando el tronco está enfermo. Acá hay un padre alcohólico que alterna días de depresión con momentos de entusiasmo, lástima que con la persona indebida. Hay una madre de familia, ya agotada, cuyas viejas expresiones de afecto se han vuelto una rutina obligatoria, dolorida. Un hijo que ya no quiere ver al padre. Y otro que cumple su deber aunque la situación lo llene de amargura. Sobre este último se centra la historia, que incluye al abuelo, una viejita que sueña con ver a su nieto, y una compañerita de escuela que espera la decisión del chico para ponerse de novios. En ese aspecto, el chico es tímido. En otros, es el que toma las decisiones. Esos son los personajes, gente sencilla de alguna ciudad chica del interior. También es sencillo, pudoroso, el modo en que se exponen las cosas. Lo que ocurre entre ellos es fuerte, es trascendente, pero no hay violines. Nada se dramatiza de modo inútil ni exagerado. Acá hay mucha sensibilidad, no sensiblería, y eso es clave. En el reparto, Mimí Ardú, Marcelo Subiotto, Osvaldo Santoro, Pochi Ducasse, Mariano Bertolini, el pibe Bautista Midú. Y vecinos del lugar. Esta es una película de Fabio Junco y Julio Midú, los del famoso Cine con Vecinos, de Saladillo, los de películas de bajo costo y mucho corazón, como “Lo bueno de los otros”, por ejemplo. El país profundo está en esas obras.
Un adolescente sin adolescencia. Un adolescente de 13 años parece muy pequeño para comprender el mundo de los adultos y debería poder disfrutar de esa juventud que no regresa, sin embargo, este no es el caso de Dante, quién se hace responsable de lo que no debería. Dante (Bautista Midú) es un adolescente que vive con sus padres y su hermano mayor David (Franco Midú), en un pueblo bonaerense. Su padre Luis (Marcelo Subiotto) es zapatero y alcohólico y su madre, Carmen (Mimí Ardú), ama de casa. La violencia está naturalizada en esa vacía casa muy humilde en la que a veces no hay para comer y que dista de ser un cálido hogar. Dante visita a su abuelo paterno viudo, quién está alejado de su hijo desde hace años y a su abuela materna. Por otro lado, David se refugia en la pesca. En este contexto dramático se desarrolla esta historia en la que Dante solo sonríe cuando se cruza a Melissa (Carola Arbós), la chica que le gusta. Dante compartirá tardes y momentos fuertes con una abuela vecina que está sola y enferma, ella le enseñará algo crucial. Luego de un inesperado suceso familiar, los hermanos viajarán a la casa de una tía. Los directores y guionistas Fabio Junco y Julio Midú nos relatan este drama que consigue ser muy extenso, las actuaciones son forzadas y no creíbles -se destacan Mimí Ardú y Osvaldo Santoro-, los diálogos débiles, y cuenta con un guion estático. A veces menos es más, resultando un desacierto utilizar actores extras que no aportan y pueden incomodar al espectador. Si bien se tocan tópicos fuertes, como el alcoholismo, la violencia familiar o la infidelidad, aquí no se profundizaron, pareciendo azarosa la elección de que un padre sea alcohólico. Algo que está muy bien logrado es la música, excelente para acompañar al melodrama que se está tratando, junto a una fotografía que realza el verde de las hojas de árboles esbeltos, pero no logra jamás unirse al film. La película tiene momentos aislados muy sensibles y que llegarán al corazón, como ver a una abuela recostada y llorando en la tumba de su marido cuando le lleva flores; cuando el adolescente utiliza el método de comunicación que le enseñó su vecina y cuando el hermano mayor se da cuenta que el menor ya está grande y se disponen a pescar juntos.
Un otoño cerrado Hojas verdes de otoño (2018) es la manera en la que una anciana se refiere a Dante, el personaje principal de la obra: solo hay uno y nadie es idéntico a él. Es convincente la metonimia, si se tiene en cuenta que los triviales planteamientos publicitarios de la nostalgia y los pueblos anclados en el tiempo están renegados por el comportamiento del protagonista, que parece estar en otra película. Su historia es la de un chico de clase media baja que trata de sobrevivir como puede a las inclemencias de la crisis económica y familiar. Dante es hijo de un zapatero borracho y de una madre que trabaja en un vivero con poca fortuna. Sus abuelos no son menos aciagos: viudos los dos, tratan de sobrellevar la soledad como pueden. Por último, lo acompaña un hermano mayor que evita la realidad de su entorno. En definitiva, es un lugar derruido que forma la identidad de sus habitantes. A su vez estas personas confieren identidad al lugar. Pero Dante se nos muestra impertérrito ante este cúmulo de situaciones adversas. Su incapacidad para reaccionar ante el mundo que lo rodea (ya sea declararse a su amor infantil o mostrar tristeza por la muerte de su padre) es consecuencia directa de la reticencia del espíritu hacia el eterno circulo otoñal de añoranza de su pueblo. Pero si hay que encontrar una causa aún más decisiva, tenemos que ser menos benevolentes: la actuación es desgarbada y desentona con el registro de la película. La inexpresividad persiste hasta en las circunstancias de mayor énfasis dramático. Sin embargo, esta inutilidad para manejar el verosímil del chico no discurre demasiado del todo de la película, si se tiene en cuenta la ridícula enunciación de los hechos. Julio Midú y Fabio Junco operan con prolijidad formal para abordar un punto de vista etéreo que acompaña y expande la mirada de Dante. Todo lo que está percibido con quietud apesadumbrada en el encuadre, se anula inmediatamente con los momentos efectistas sacados del peor Campanella. La hostilidad con que la que pretenden trabajar queda aplastada por el espectáculo cursi que ni llega a una fantasía animada, y su alcance termina siendo próximo a cualquier producción televisa de Disney. Lo que pudo haber sido una respuesta irónica a los estereotipos de este género en el cine argentino, se queda en un lugar común que oscila sus funciones estéticas en pos del control lacrimógeno del espectador. El dialogo que da título a la película ejerce el abaratado engranaje de la misma: una obra banal dentro de un otoño cerrado. O mejor dicho: dentro de un cine argentino cada vez menos abierto.
El nuevo film de la dupla Fabio Junco y Julio Midú, "Hojas verdes de otoño", es un sensible drama costumbrista con los ojos puestos en la niñez y un protagonista que llega al corazón. La semana pasada con el estreno de "4x4" hablábamos de las duplas de directores cinematográficos evocando a Mariano Cohn y Gastón Duprat. Fabio Junco y Julio Midú podrían ser una antítesis de Cohn-Duprat. Tuvieron sus inicios como creadores y organizadores del mítico festival “Cine con vecinos” en la localidad de Saladillo, que proponía películas realizadas por los propios vecinos del lugar, con la asesoría técnica necesaria, y la posibilidad de que esta “gente de pueblo” pueda verse en la pantalla. De esta etapa, se desprende una friolera de alrededor de 30 films, y podemos recordar la simpática y conquistadora "Flores de ruina". A mayor escala, realizaron para Disney local, "Hermanitos del fin mundo", también haciendo gala de una simpleza inusual para el cine de ese nivel. Ahora regresan con "Hojas verdes de otoño", con una película que mezcla ambas experiencias; un drama pequeño, con tinta recargadas en el melodrama, pero una calidez enorme en su tratamiento que lo hace evitar el lugar común de los golpes bajos. Si hablamos de un estilo que los caracteriza, será el de la mirada sensible y humana en los pequeños momentos cotidianos. Todo gira alrededor de Dante (Bautista Midú), un chico de 13 años que vive con sus padres y su hermano mayor David (Franco Midú, ambos hijos del director). Dante está en una etapa en la que debería vivir el traspaso de la infancia a la adolescencia. Sin embargo, pareciera que ya hace rato tuvo que pegar el salto a la adultez. Su madre Carmen (Mimí Ardú) es ama de casa y atiende un vivero con poquísimas o nulas ganancias. Su padre, Luis (Marcelo Subiotto) es zapatero, pero casi no aporta en el hogar. Carga con una pesada adicción al alcohol que lo violenta, además de tener como amante a una vecina de ese barrio bonaerense alejado de la urbe. Carmen debe lucha para poder darle de comer a sus hijos; David carga sus propias frustraciones; y es Dante el que tiene que arreglárselas para poder tener algo similar a la vida de un chico y no terminar como esa sombra ambulante que es David. Pasa mucho tiempo fuera de su hogar. Con su abuelo paterno enfrentado a su hijo (Osvaldo Santoro), con su abuela materna con serios desvaríos propios de la edad (Pochi Ducasse), y con otra vecina anciana que lo quiere como a un nieto propio ante la ausencia del hijo que emigró a Madrid (la legendaria Nélida Franco). A Dante no le queda mucha perspectiva para vivir su etapa. Asumió las responsabilidades de ser “el hombre de la casa” que todavía no debería ser, producto de un padre ausente, y una madre completamente desbordada. Sin embargo, encuentra destellos de luz en los detalles. Melissa (Carolina Arbós) es una compañera de colegio que demuestra el mismo interés en Dante, que el de él en ella. Sin embargo, por esa tradición de que debe ser el hombre el que corteja, y la inocencia que aún Dante carga, la cosa no se concreta. Entre ambos se vive un tierno romance juvenil de querer y no animarse. Midú y Junco plantean una propuesta que recuerda a menor escala a cierto cine italiano del neorrealismo más tradicional. Su historia y su estructura narrativa es ideal para el armado al que están acostumbrados ambos directores, manejarse con gente de pueblo, lugares reconocibles, y llevar historias cotidianas en frascos chicos y cálidos. "Hojas verdes de otoño" maneja un punto intermedio. Mantiene ese corazón de cine “amateur” bien entendido, con actores no profesionales, y el barrio de pueblo como impronta; y lo rodea de un elenco caracterizado por actores de nombre y peso que hacen la diferencia. Mimí Ardú conmueve como esa madre sufrida. Siempre que tiene oportunidad, Ardú demuestra ser una gran actriz que mereció más oportunidades protagónicas en la pantalla grande. Carmen es un personaje inmenso, es imposible no ponerse en lugar de esta mujer que sabe que no les está dando a sus hijos la vida que se merecen, pero que no le encuentra salida. Ardú la compone con todo su físico y su ser. Marcelo Subiotto no cae en los lugares comunes del borracho tradicional. Es un padre y marido abandónico, pero que también carga con sus penas. El actor logra otra de sus interpretaciones más que correctas. Santoro, Ducasse, y Franco; con toda la ternura necesaria para esos personajes entrañables. Quién logra ser una revelación es el pequeño Bautista Midú. Se carga la película al hombro, atraviesa varias escenas difíciles, y siempre lo hace de un modo muy convincente. Hojas verdes de otoño se sumerge profundo en el drama. Sn pocas las alegrías reales que atraviesa Dante, este triste espectador niño del gris mundo adulto sin recursos económicos. Sin embargo, no da concesión a la lágrima barata (pese a remarcar un poco con la música incidental, lo usual), mantiene un tono cálido, sabe rodearse de pequeñas historias anecdóticas, para dibujar una sonrisa, y hacer ver que aún en lo más oscuro puede haber algo de color. Simple, directa, grisácea y a la vez esperanzadora, realista. "Hojas verdes de otoño" es una propuesta que se define por sus trasparentes intenciones y esa posibilidad de funcionar como un espejo real para un sector de la sociedad al que muchas veces se lo deforma.
UNA HISTORIA DE CRECIMIENTO El cine de Fabio Junco y Julio Midú (creadores del Cine con vecinos en la localidad de Saladillo) sigue manteniendo un espíritu independiente y artesanal, pero se observa en su factura una mayor pericia técnica, que es también un crecimiento inevitable -y saludable- cuando la tarea de realizar cine se ha vuelto habitual. Sin ese crecimiento, estaríamos hablando de conformismo o estancamiento. Hay en las películas de Junco y Midú algo similar a lo que ocurre con el cine de José Celestino Campusano, una bondad de las formas que sirve para perdonar algunas falencias repetidas, fundamentalmente el desequilibrio que se da a partir de la confianza en intérpretes no profesionales. Pero a diferencia de Campusano, donde todo es más radical y adquiere un tinte decididamente político, hay en Junco y Midú una intención por imbricar sus historias en relatos más convencionales y típicos del cine argentino. Es así como el costumbrismo se vuelve molde y el drama moral sustancia. Y cada película, como vuelve a ocurrir en esta Hojas verdes del otoño, encuentra sus limitaciones. El protagonista es un chico que ve cómo su familia se desmorona, entre una madre impávida que no puede salir de un presente algo ruinoso, un padre ausente y alcohólico, un hermano mayor que no quiere hacerse cargo de su situación, y abuelos que hacen lo que pueden con su soledad. “No hay familia”, dirá el pequeño Dante a una doctora tras la internación de su padre. El cine de Junco y Midú se ha sofisticado con el tiempo y los personajes ya no son tan lineales, sino que tienen su espesor y sus contradicciones. También desde lo formal han aprehendido formas del cine independiente, que aportan otros tiempos y un respeto a los silencios que se vuelven expresivos. Cuando una película apuesta por intérpretes no profesionales, lo mejor que puede hacer es apostar por la imagen y por lo simbólico, algo que los directores hacen a la perfección durante un buen rato. El debutante Bautista Midú no desentona, incluso cuando tiene que compartir escena con grandes como Mimí Ardú, Osvaldo Santoro o Marcelo Subiotto. Pero bien es cierto que funciona mejor cuando pasea su cuerpo y su mirada como una incógnita, que cuando tiene que hacerse cargo de líneas de diálogo un tanto impostadas. Hojas verdes de otoño tiene algunos problemas esperables como las actuaciones, y otros que provienen de cierta torpeza para resolver situaciones dramáticas sin caer en el aforismo y una falta de tensión que vuelve todo un poco monótono. Sin embargo, en los creadores de Cine con vecinos ya no existe la pose autoindulgente de lo artesanal, sino el riesgo de crear historias más ambiciosas. Aún con sus bemoles, Hojas verdes de otoño cumple con el relato de iniciación, con la historia de crecimiento que es tanto la aventura de Dante tratando de ensamblar los pedazos rotos de su familia como la de Junco y Midú tratando de construir un relato profesional y sólido.
Dante todavía no llegó a la adolescencia. Se mantiene con el difícil equilibrio entre dejar de ser chico y convertirse en un adolescente. En momentos en que sólo le debería preocupar la escuela y la compañerita del colegio que comienza a gustarle, el hogar exige atención. Es que su padre ya se convirtió en un alcohólico y entre que no se lleva bien con la esposa y los problemas económicos, el hogar en que viven Dante y su hermano mayor entra en dificultades. En un marco de abuelos y vecinos solidarios (los directores Junco y Midú son creadores del aquel proyecto ya convertido en realidad "Cine con vecinos"), la iniciación hacia la adolescencia de Dante tendrá sus momentos difíciles. EN SALADILLO Fabio Junco y Julio Midú entregan una cálida comedia dramática, mínima y emocional que con pocos elementos se acerca a la espontaneidad del espectador. Filmada en Saladillo con gente de la zona y algunos actores profesionales "Hojas verdes de otoño", sencilla en la estructura, mínima en los diálogos, narra con simpleza un tema de todos los días con personajes que todos conocemos. Y simplemente llega por eso, por su calidez y espontaneidad y el hecho de tomar temas reconocible y propios, la familia en peligro por las adicciones, la fuerza de los viejos que apuntalan un hogar en peligro, más allá de su fragilidad y el compromiso de un chico con su gente, parientes y vecinos. Aunque hay cierta precariedad en los recursos narrativos y algunos momentos en que la narración se estanca, la validez emocional de la historia familiar se impone ayudado por la actuación con el aporte de un debutante, el niño Bautista Midú, como protagonista, rodeado de figuras valiosas, Marcelo Subiotto, el actor de "La luz interior" como el padre, Mimí Ardú en el papel de la madre y Osvaldo Santoro y Pochi Ducasse, como los abuelos.
Todo su desarrollo se da tras la mirada de un niño pre adolescente, que se encuentra inmerso en el mundo adulto y debe enfrentar diferentes acontecimientos de la vida. Por un lado un padre alcohólico, una madre fastidiada (con esta situación que debe vivir y además la infidelidad de su marido), su hermano alejado (vive en su mundo), sus abuelos hacen lo que pueden y también está la llegada del primer amor. Una estructura narrativa que va por lo emoción, la melancolía, bajo un paisaje desolador casi parecido a las personas que lo habitan, el espectador puede llegar a tener alguna empatía viendo las vicisitudes que pasa Dante (Bautista Midú), creado a través de lo físico, las expresiones y ese rostro angelical. Lo acompañan las muy buenas actuaciones de Mimí Ardú y Marcelo Subiotto, además de otros actores de trayectoria, pero su ritmo es demasiado pausado, con situaciones poco creíbles, a veces el trabajar con actores sin mucha experiencia no ayuda mucho y no logra plasmar su deseo.