Uno de los directores más prolíficos del cine argentino reciente es Matías Szulanski. Desde Reemplazo incompleto, su ópera prima, estrenó películas con personajes que se mueven contra la corriente, a veces por fuera de la ley. Astrogauchos, protagonizada por Ezequiel Tronconi, sobresale por sobre los demás, pero cada uno se mantiene fiel a una impronta personal, y con mucho de comedia. Juana Banana no se aparta de eso, aunque el lenguaje es distinto, más personal. Juana (Julieta Raponi) es una joven actriz que sobrevive trabajando en avisos publicitarios. Se la pasa yendo a castings, donde los rechazos son habituales. Algo similar ocurre en su intimidad, cuando su novio, Damián (Franco Sintoff) le dice que deben dejar el departamento y distanciarse un poco. Él vuelve al hogar de la familia, pero ella queda a la deriva. Encuentra alojamiento en lo de su amiga Laura (Jenni Merla), aunque algunas veces deba salir cuando la dueña de casa está con algún amante ocasional. En tanto, escribe cuentos que son una variedad de una misma premisa. Sabe que tiene 28 años y no consigue despegar en ningún aspecto de su vida. Tal vez la clave esté en un libro que acaba de descubrir, acerca de un nativo -el último de su tribu- que fue recluido en alguna parte. Szulanski abandona el tono estrafalario de sus películas previas para contar las peripecias de una irresistible antiheroína, que apenas puede disimular con humor la crisis que atraviesa. Aquí es decisiva la actuación de Julieta Raponi. Sostiene cada escena gracias a su mezcla de encanto natural y versatilidad para transmitir -u ocultar con ciertas actitudes, como comer sin pausa- los sentimientos de la joven. Remite tanto a las mejores exponentes del cine indie estadounidense como a algunas de las musas de las propuestas europeas (no es caprichosa la mención a Jane Birkin, como tampoco que asista a la sala Leopoldo Lugones). Juana Banana presenta otra faceta de Matías Szulanski y permite el lucimiento de una protagonista a tener en cuenta.
Matías Szulanski en un retrato alegre de su errática protagonista El director de “Pendeja, payasa y gorda” y “Astrogauchos” realiza una comedia fresca y amena con un personaje femenino con aires de “Jules y Jim”. Matías Szulanski es un gran conocedor de la historia del cine y en cada producción imprime una estética acorde al relato que cuenta. De esa manera con En peligro (2018) toma elementos del giallo italiano, en Flipper (2020) cruza géneros con la lógica de Emilio Vieyra y en Juana Banana (2022), se sumerge en el estilo simpático de las comedias de Francois Truffaut. Con ese clima se desarrolla la historia de Juana (Julieta Raponi) que, contada de otro modo, sería una tragedia. En ella Juana es una impulsiva aspirante a actriz que vive con su novio (Franco Sintoff). Cuando él le pide un tiempo, empieza un periplo de torpes decisiones que la llevan a golpearse contra la pared, una y otra vez. Un derrotero que la obliga a dejar de escapar y enfrentarse a ella misma. Uno de los aciertos de Juana Banana es su carismática protagonista que, por más de tener una actitud por momentos irritante, la cámara logra convertirla en un ser sumamente adorable. La composición de Julieta Raponi aporta dulzura a su entrañable personaje. El tono y registro del film se distancia del estilo estéticamente cuidado de otras películas del prolífico director para entrar en uno de mayor improvisación, acorde al relato. Szulanski, que interpreta a uno de los personajes además de escribir, editar y producir la película, entrega una comedia simpática y descriptiva de los miedos y fracasos de una generación que no se atreve a renunciar a sus sueños a través de su particular protagonista. Una suerte de Jeanne Moreau nacional, que llena de encanto y fantasía a una realidad que se presenta terrible desde cualquier otro punto de vista.
El camino hacia cumplir los treinta es bastante arduo. Entre los estudios y el trabajo para mantenerse, los jóvenes muchas veces sufren diferentes altos y bajos que determinarán su futuro. El camino a la adultez es difícil de afrontar, y cuando un joven choca con la realidad, el sendero se dificulta aún más. Es eso lo que retrata la nueva película de Matías Szulanski, ‘Juana Banana’. Presenta una protagonista particular que tiene que lidiar con su día a día de afrontarse con la vida. Juana Banana cuenta la historia de Juana, una joven de 28 años que va de casting en casting intentando encontrar un proyecto audiovisual que realmente le llame la atención. La vida de Juana es bastante simple: vive con su pareja, trabaja como actriz de lo que encuentra y tiene sus amistades. Pero, la noche en la que su novio le pide que se tomen un «aire», su vida da un giro de 180º. Sumado a eso, en su día a día sufre de las pequeñas frustaciones que conllevan la juventud y el camino a la adultez. Matías Szulanski supo representar a la perfección los obstáculos que supone la tremprana adultez. La historia se narra a través de su protagonista, Juana, con el que es imposible no sentirse identificado y no empatizar con ella. La presentación de una figura tan carismática, permite que la audiencia logre atraparse con la vida de Juana. Szulanski, además, está permanentemente encerrando a sus personajes en planos cortos o primeros planos para dar esa sensación de cercanía con el personaje principal y una idea de intimidad. Juana Banana toma la excelente decisión de no recurrir a elementos mágicos o de la ciencia ficción para contar una historia por demás de mundana. Porque, eso es lo que es, una historia común y corriente cuyo hilo conductor es su personaje principal y sus decisiones. Esto también permite que el espectador se identifique y atrape, y el dinamismo que posee este largometraje ayuda a la continuidad del relato. La historia es tan cotidiana que hasta se torna inusual. Este uso de las historias comunes es común en filmografías como la de Woody Allen. Donde también se mezcla el drama personal con la comedia. Juana Banana logra esto a la perfección, demás de ofrecer un desarrollo de su personaje principal en búsqueda de un descubrimiento personal. La aparición de la voz de Federico Moura (Virus) embellece el clímax donde Juana logra librarse de sus preocupaciones. La película de Szulanski cierra perfectamente. Un personaje que tiene su peso propio y preocupaciones, y que logra salir adelante. Porque, al fin y al cabo, la vida se trata de eso. Frustaciones, temores, desilusiones y logros. Todo eso se muestra en Juana Banana, un muy logrado y completo largometraje que promete ser la revelación del Festival de Cine de Mar del Plata.
Juana Banana se destaca por ser una película simple, dinámica y vertiginosa. Julieta Raponi logra que Juana sea un simpático personaje que hace todo apresurado
Hay no poca audacia en Matías Szulanski a la hora de construir una comedia incómoda, deforme, con una protagonista al borde de lo irritante. Seguramente habrá un sector de la audiencia que pueda empatizar con y disfrutar de las desventuras de su antiheroína, pero a mi la experiencia se me hizo por momentos exasperante. Juana (Julieta Raponi), una joven rubia con corte carré, vive con su patético novio Damián (Franco Sintoff), un mentiroso compulsivo que le dice que tienen que devolver el departamento y que regresará a la casa de su familia. Así, ella tiene que pedir de urgencia refugio en lo de su amiga Laura (Jenni Merla), mientras suma ingresos como “actriz” de comerciales, transitando los más absurdos castings, aunque su pasión parece ser escribir cuentos que ni siquiera su mejor amigo Esteban (el propio Matías Szulanski) elogia. A Juana todo lo que le puede ir mal le termina saliendo aún peor. Su risa nerviosa, sus modos muchas veces torpes y brutales o su egocentrismo, la convierten en un personaje border, alguien que parece estar todo el tiempo de buen humor, pero esconde una profunda angustia con no poco de negación. Aunque todos los elementos de su vida parecen conspirar en su contra, aunque sufre una frustración tras otra, ella sigue, persiste, se trastabilla y se vuelve a levantar (la caída de un toro mecánico con la que se tuerce un tobillo pero luego sale indemne del hospital parece una metáfora de su existencia). Szulanski se regodea quizás en exceso con el artificio y las miserias de su protagonista, que va de un novio chanta hasta lo desagradable a un fallido affaire con un conductor de Über (Fabián Arenillas), pasando por un encuentro -también penoso- con el autor de su libro favorito (Horacio Marassi). La película, rodada en locaciones como el bar San Bernardo de Villa Crespo o la Sala Lepoldo Lugones), fluye siempre a gran velocidad (hasta los muchas veces largos diálogos que le toca en suerte a Raponi son recitados con enorme rapidez, como quien desentraña un trabalenguas). Y así hasta el final: mientras suena Pronga entrega, clásico de Virus, ella no puede más que acelerar: correr, escapar para (sobre)vivir.
De esas películas que uno puede ver comiendo pochoclo y mirando el celular, dos de las actividades más detestadas por nosotros los críticos, porque excepto la escena inicial de la que participan Dee Wallace y Gary Graham, no vale la pena ir a la sala.
Tras su paso por el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, donde estuvo programado en la Competencia Argentina, el nuevo filme de Matías Szulanski ("Pendeja, payaso y gorda", "Astrogauchos") llega hoy a las salas comerciales del país para relatar la historia de una joven más que particular que deambula por las calles de Villa Crespo. En "Juana Banana", Szulanski relata la rutina de Juana, su personaje principal, quien transita diferentes situaciones: asiste a castings, recibe devoluciones del libro en el cual trabaja hace tiempo sin éxito, mantiene una relación más que rara con su actual pareja. Su día a día y lo que le sucede cuando debe mudarse a la casa de una amiga, es retratado por el director de forma tan personal -de acuerdo a sus propios dichos- que lo que sucede en el filme se convierte en algo trivial para el público. La construcción exacerbada del personaje central y el desenlace de la película no contienen ningún elemento que logre sostener el interés por parte del espectador. Juana recorre ciertos estadios emocionales pero parece no darles entidad; la afectación que transita no es creíble. Si bien es cierto que muchas personas parecen vivir en otro plano y la historia podría pensarse como un ejemplo de ello, lo cierto es que cinematográficamente esta producción no tiene ese enfoque, no le interesa reflexionar sobre ello, sino retratar lo que le pasa a esta chica en un momento determinado de su vida. TROPIEZO Desde lo técnico, el director tomó decisiones más que arriesgadas. El desestructurado uso de cámara y gran parte de los planos no están bien ejecutados, mientras que el argumento resulta intrascendente. La película es un fallido relato sobre los problemas cotidianos de una joven que ríe y llora al ritmo de su cambio de humor constante. Szulanski estrena una película que, sin duda, es un tropiezo en su filmografía y que captará la atención de algunos y el hastío de otros. Calificación: Mala
En La flor de mi secreto, de Pedro Almodóvar, la madre que interpreta Chus Lampreave define a su hija en pocas palabras: “una vaca sin cencerro”. Aquel dicho del pueblo castellano era la mejor representación de la crisis de Leo (Marisa Paredes), una escritora sumergida en la frustración profesional y el desamor matrimonial. Algo de ello atraviesa a Juana (Julieta Raponi), una actriz de 28 años que no encuentra el rumbo de su vida. Y su definición proviene de su propia boca cuando recuerda las gallinas sin cabeza que veía en su pueblo de Córdoba: vertiginosas y desorientadas, en movimiento pero sin destino. Juana escribe cuentos, desfila por sucesivos castings, actúa en publicidades, pero no encuentra el sentido de su vida, o la cabeza de la gallina. Además, no tiene casa, el novio la deja en banda y sus amigos oscilan entre la mirada crítica y la condescendencia. Entonces, Juana descubre un libro perdido en una biblioteca que se titula El hombre más solo del mundo: la historia de un nativo recluido en soledad en una reserva ecológica. ¿Es testimonio o ficción? ¿Es ese el espejo de su realidad? La pesquisa de Juana de ese hombre solitario con el que tiene una extraña conexión es el juego de la última película de Matías Szulanski, prolífico director independiente que ha conseguido un personaje perfecto para el tono de su obra. En sus películas anteriores como Flipper (2021), el peso de la cita y la fragmentación narrativa conspiraban contra la cohesión del relato. Juana Banana tiene el mérito de su persistencia en el oficio y el hallazgo de una actriz como Julieta Raponi que ha hecho del doloroso humor de Juana la esencia de su supervivencia.
Juana es una joven actriz que se abre camino con algún que otro trabajo mientras va a castings que no siempre resultan como ella quiere. Tiene un novio con el cual está en crisis y su alegría algo torpe se ve alterada por momentos de angustia existencial. La película está filmada como la personalidad de su protagonista. La narración se mueve de manera algo confusa, sin interés por las reglas del lenguaje clásico. No es fácil precisar cuáles fueron las intenciones del director ni su mirada sobre su personaje central. Aunque Juana banana es una comedia en muchos aspectos, toca también las cuerdas del patetismo y su personaje central tiene una intensidad algo abrumadora. Juana está perdida y la actriz que la interpreta no logra hacernos entender si es su personaje o así es ella. Obsesionada con su propio fracaso, Juana lee un libro sobre un aborigen solitario que vive aislado del mundo en la reserva ecológica. Por momentos parece una Woody Allen de 28 años y por momentos un personaje del cine independiente argentino. Evoca a Jean-Luc Godard, quiere ser comedia, quiere ser drama, pregunta más de lo que responde. Es lo suficientemente rara como para intrigar, pero no tanto como para que esto tenga un mérito en sí mismo. Juana nos recuerda también a la protagonista de Happy-Go-Lucky de Mike Leigh, esto no dicho como elogio.
Matías Szulanski en cada una de sus películas se arriesga a una narrativa diferente, a personajes anti-convencionales, situaciones bordeando el grotesco y lo patético y logra, aún en los desequilibrios de los resultados, obras personales. “Astrogauchos” “Recetas para Microondas” o la más reciente “Ecosistemas de la Costanera Sur” hablan de un riesgo en el guion y en la dirección, que comparten precisamente con esta última película “JUANA BANANA”, siguiendo los pasos de la protagonista, una actriz que entre casting y casting, trata de buscar su lugar en el medio y porque no… un proyecto de vida. Parte del desorden interno de la protagonista (una Julieta Raponi que por momentos se presenta sumamente natural y espontánea y en otros, demasiado forzada en sus risas y sus quejosos mohines) se traduce también en un desorden narrativo que va alejando al espectador de lo que la historia pretende contar. De esta manera, va salpicando algunos temas sin lograr una fuerte cohesión entre ellos: el trabajo, el mundo de los castings, la relación con sus amigos, un novio que le ofrece un vínculo que parece no tener demasiado futuro y un libro misterioso que favorece a seguir erráticamente en la búsqueda. Emparentada con los retratos de toda una generación que muestran por ejemplo “Clementina” de Constanza Feldman y Agustín Mendilaharzu o de la trilogía del tenis dirigida por Lucía Selles, hay cierto aire naïf demasiado impostado y personajes que, apenas atravesada la presentación no ganan en profundidad ni capturan el interés del espectador. Sólo por mencionar un ejemplo de lo que sale de las estructuras y que, sin responder a los cánones convencionales nos podemos acercar a un producto que pueda tomar compromiso de lo que le sucede a los jóvenes de hoy en día, la serie “Supernova” con dirección de Ana Katz lograba entrar en ese mundo diferente pero con una historia más consolidada y atractiva que no es precisamente el caso de “JUANA BANANA”. Hay frustraciones, tragedias cotidianas, el amor, los amigos y Szulanski lo relata siempre con su tono políticamente incorrecto y lejos de todo dramatismo, siempre con una sonrisa cariñosa hacia su heroína y los personajes secundarios que la acompañan (donde también se notan algunos problemas con algunas actuaciones), pero a veces, construir una buena película, es mucho más que eso y por más que se hagan presentes las buenas intenciones, el producto se queda muy a mitad de camino.
Matías Szulanski cultiva un cine distinto y sorprendente, lo hizo en “Pendeja, payasa y gorda”, “Astrogauchos”,”Flipper”, “Ecosistemas de la costanera sur”. En esta propuesta se centra en la energía inagotable de una chica, interpretada por Julieta Ramponi, que sufre de una angustia existencial pero que todo lo disfraza con su ir y venir constante, sus ataques a la comida, su seducción siempre dispuesta pero con una manera de ser irritante, una risa que parece mostrarla como una tonta que corre sin destino. Tiene una carrera de actriz que solo consigue trabajos en publicidad, con pruebas increíbles (momentos muy logrados de ese mundo), que quiere escribir pero se da cuenta que no tiene talento, que tiene un novio que le miente descaradamente y termina pidiendo refugio en la casa de una amiga. Interesante pero no es la más logradas de sus pelis. Juanita mientras tanto como una descarga eléctrica pedalea sin descanso con la música de Virus, como un fantasma rubio en la ciudad.
"Juana Banana": cómo hacer pie en la adultez Julieta Raponi compone a un personaje querible y odiable al mismo tiempo, entre vacilaciones propias y falta de oportunidades. Recién presentada en la Competencia Argentina del Festival de Cine de Mar del Plata, Juana Banana, noveno largo de Matías Szulanski, provocó un modesto cisma entre quienes asistieron a la 37° edición de la tradicional celebración de cine. No es que se trate de una película revolucionaria ni mucho menos, pero sí de una compuesta de tal forma que de inmediato polariza a los espectadores. Sin grises ni puntos intermedios, por un lado están los que la detestan y, por el otro, los que la adoran. Pero a ambas facciones no las separan las discusiones de la cinefilia dura, como el uso del travelling, la eficacia del montaje o el virtuosismo de la fotografía. El elemento de Juana Banana que provoca reacciones tan diversamente opuestas y que a primera vista parece superficial, aunque en realidad implica cuestiones humanas mucho más profundas, es su protagonista. Juana es actriz. Pero no una estrella, ni siquiera una reconocida (ni reconocible). Tiene 28 años y a duras penas consigue papelitos que le permiten hacer apariciones fugaces y esporádicas en algunas publicidades. No es alta ni llamativa, tampoco fea, sino lo que en el universo de la publicidad se define como CBG, una “Cara Bonita Genérica”. Como Pepi, Luci y Bom, Juana también es una chica del montón (y no es casual que la sombra del primer Almodóvar aparezca al ver la película). Szulanski construye en Juana Banana un retrato generacional, el de los jóvenes del siglo XXI que tras dejar atrás la adolescencia y ya de lleno en la vida adulta, no consiguen hacer pie en su propio camino, donde la falta de oportunidades se mezcla con las vacilaciones de cada uno. Y lo hace a partir de un relato en el que la cámara funciona como un narrador omnisciente que nunca abandona a la protagonista, cuya presencia ocupa el 100% de las escenas. Una decisión que le exige al espectador convivir con Juana durante los 80 minutos que dura la película. A priori parece fácil. Pero ocurre que el tiempo es ambiguo, una unidad de medida constante cuya percepción se encuentra atada a la relatividad de lo subjetivo. Para decirlo en criollo, el tiempo parece pasar más rápido en situaciones gozosas y se vuelve una carreta ante lo insufrible. Las películas son una prueba fáctica de ese hecho: he ahí la grieta. Porque si bien es cierto que, desde lo estadístico, Juana es una chica del montón, la cámara de Szulanski, con su obsesión por seguirla a todas partes como un ángel de la guarda, la convierte en única. La película adora a su protagonista y si el espectador entiende las razones de ese amor también puede enamorarse. Si no lo hace, la chica podría volverse insoportable. Y ese es un riesgo que forma parte de la apuesta de Juana Banana. A Juana le pasa de todo, pero nunca se queda quieta. Su lengua tampoco: habla hasta por los codos con una voz finita y tiene una risa fácil, que por momentos la vuelven una versión viva del Pájaro Loco. Su novio la deja y da toda la sensación de que la engaña con una ex; se queda sin casa y tiene que irse a vivir de prestado al sillón de una amiga; va de casting en casting como un vía crucis, soportando con una sonrisa situaciones absurdas. Sin embargo, nada parece alterar su candoroso buen humor. La labor de Szulanski registra varios aciertos. Uno es la capacidad de transmitir la angustia de la protagonista a pesar de su aparente jovialidad y sin resignar ternura. Juana no habla sin parar ni se ríe porque es idiota, sino porque es la única forma que encuentra de hacer que la realidad sea menos monstruosa. Un modo de supervivencia. Y eso la convierte en el luminoso centro de un universo paralelo irrepetible. En esa decisión hay un gesto generoso hacia el público. Otro podría ser su carácter empático: la película llega a ser agobiante bajo esa apariencia absurda y banal, pero incluso en sus peores momentos nunca deja a su personaje sin salida. Por último, Julieta Raponi, la protagonista, que compone a esa Juana querible y odiable al mismo tiempo. Un hallazgo. Sin ella no hay Juana Banana.
37º Festival de Mar del Plata: los cinéfilos todos (...) También integró la Competencia Argentina Juana Banana, de Matías Szulanski como guionista, editor, director e incluso actor. Quien la presentó en la función en la que estuve presente prometió risas pero no hubo ninguna, lo cual parece lógico porque se trata de una película casi dramática, en torno a una impulsiva jovencita que atraviesa accidentados castings para actuar en publicidad, relaciones no muy prósperas e inesperados cambios y mudanzas, entre idas y venidas en bicicleta. Cuando una mujer, al verla medio desarrapada en un colectivo, le da una limosna, la chica se ríe tan histéricamente como cuando le roban el telefóno por la calle o cuando un amigo le aconseja que debe pensar un poco más en los demás; del mismo modo (con excitación un poco desbordada) la toma y la sigue todo el tiempo la cámara. La aparición ocasional de Fabián Arenillas, como un conductor de remises con el que la joven entabla una amistad, aporta una cuota de profesionalismo y sobriedad en medio de la nerviosa catarsis juvenil.
“Juana Banana” de Matías Szulanski. Crítica. ¿Preferís hacer algo que te guste o algo que te de mucha plata? Francisco Mendes Moas Hace 2 semanas 0 143 Dentro de la Competencia Argentina de la 37° edición del Festival Internacional de cine de Mar del Plata, el cineasta Matías Szulanski presenta su nuevo material. “Juana Banana” es su noveno largometraje y realizó su estreno en las salas marplatenses. Un aluvión de miedos e inseguridades al mejor estilo Woody Allen, ideal para aquellos que están por abandonar los veintes. Una joven actriz pasa sus días yendo a castings en los que no queda y escribiendo cuentos que no quiere mostrar. Enérgica, simpática e impredecible, transita las calles de Villa Crespo buscando aquel rumbo en la vida. Ese que todos parecieran saber caminar menos ella. Sin pausa pero constante, pasa de una actividad a otra. Comer, leer, vivir, todo lo hace con gran voracidad. Una película catártica, donde todo se desprende de la protagonista, interpretada por Julieta Raponi. Sus actuaciones, diálogos y sobre todo su risa, le dan entidad a aquellos temores que desprende el guión. Discusiones banales como queres saber quien es el mejor Beatle o si un libro es ficción o no, rememoran a la famosa trilogía de Richard Linklater. Aunque faltaria agregarle el ritmo de las películas de Woody Allen y la estética mumblecore. Todas estas comparaciones pueden usarse para ilustrar a “Juana Banana”, pero ninguna de ellas la define. Matías Szulanski se las arregla como una bartender de alta coctelería, para mezclar todo esto y hacer algo propio. Tal vez sea ese agregado porteño o la actuación de los padres del director. O capaz la simpleza con la que logra marinar todas estas cosas para hacer una película tan divertida como profunda. Calificación.
UNA CIERTA BELLEZA BOHEMIA En el marco del 37º Festival de Cine de Mar del Plata, Matías Szulanski (Recetas para microondas, Astrogauchos, El gran combo) presentó uno de los grandes divisores de aguas de la edición: Juana Banana. Los halagos y las reprimendas para con este film fueron, por partida doble -y casi por unanimidad-, producto del frenético temperamento de su protagonista, Juana (Julieta Raponi). Para algunos adorable, para otros odiosa; lo cierto es que esta utiliza su (son)risa -por momentos desmesurada- como mecanismo de defensa ante un mundo cuando menos hostil. Tan solo unos pocos días y el barrio de Villa Crespo conforman el dispositivo espacio-temporal escogido por el autor para narrar la vertiginosa cotidianidad de Juana, la cual incluye: vaivenes a castings de mala muerte, truncos intentos de escritura en prosa, relaciones sostenidas a base de engaños y un excesivo consumo de marihuana, que, lejos de actuar como relajante, fomenta sus avatares. Pertinentemente, Szulanski apuesta por la cámara en mano y planos más bien cortos a la hora de narrar el agobio en el cual se encuentra inmersa la protagonista, pero no deja de lado el elemento cómico que suele atravesar a sus películas, por lo que muchos de los planos resultantes de dicha operación funcionan a modo de gag (son particularmente chistosos los momentos de la joven comiendo desaforadamente mientras conversa con otros personajes). En una de sus tantas búsquedas existenciales (que constantemente polemizan con su bohemia forma de actuar), Juana se topa con el libro “El hombre más solo de la tierra”, el cual le permite a la película no solo trazar una serie de paralelos con su propia vida, sino también conducirla hacia un inminente final, en donde la mencionada cuestión cómico-dramática alcanza su punto cúlmine.