"Puntos suspensivos" En la comunicación siempre existe una intención. A la hora de escribir un texto, el emisor piensa en el receptor al que se dirigen dichas palabras y los efectos que quiere provocar en el mismo. En el caso de la crítica se debe argumentar, dar razones y explayar los fundamentos que el emisor cree que son validos para tratar de convencer al lector de que una película merece ser vista o simplemente pasada por alto. No obstante, como emisor uno siempre debe tener en cuenta que esa persona a la que se dirige está condicionada por miles de otros aspectos que no podemos manejar ni alterar, los cuales sin dudas ponen en riesgo u hacen completamente invalida nuestra tarea. Aquí obviamente quiero parar la pelota y decir que esta crítica no está dirigida a las fanáticas de Justin Bieber, ya que este extenso grupo de personas difícilmente ponga estas palabras por encima de su fanatismo. Y si hablamos de Argentina, sin lugar a dudas con los hechos ocurridos el año pasado, ese fanatismo se transformó en una devoción inquebrantable que demostró estar hecha a prueba de balas y todo aquello con lo que se le tire. Mi opinión sobre este documental apunta hacia otro lado y se acerca más a una reflexión fría sobre los puntos más interesantes que me dejó el visionado de un documental de apenas 92 minutos sobre un artista terriblemente exitoso y polémico de tan solo 19 años. La frase más contundente, impactante, certera y escalofriante que ofrece “Believe” es la que refleja en números el presente de Justin Bieber: Con tan solo 19 años es el responsable de un grupo de trabajo de más de 15.000 empleados, que a lo largo y ancho de todo el mundo, durante un periodo de 15 meses, realiza 154 shows. Repito: Estamos frente a un adolescente que es la fuente de trabajo de 15.000 personas, realizando un promedio de 10 shows por mes en una gira que recorre todos los continentes del mundo. Una locura que ni las más grandes bandas de rock de la historia de la música pueden igualar. Como si fuera poco a eso hay que sumarle que, durante el tiempo que duran estas giras, Bieber filma un documental sobre su vida y los vaivenes de la misma (los cuales se reducen simplemente al trabajo y las consecuencias de su éxito), como ya lo hiciera con “Never say never” en el “My World Tour”. Por eso, otro de los momentos que ofrece este documental y que difícilmente pueda borrar de mi cabeza es la salida de Justin Bieber de un estadio luego de un show. Si ese fanatismo desbordado se convierte en ataques violentos que ponen en riesgo la vida y el trabajo de muchas personas cada vez que termina uno de los 154 shows que brinda el músico, estamos sin dudas frente a un caldo de cultivo que tiene una fecha de vencimiento muy cercana. Lejos de justificar y avalar cualquiera de las barbaridades de las que se lo acusan, uno al ver este documental se pone por unos segundos en la piel de una persona que vive esa situación la mayor parte de su tiempo y lo único que puede sentir es lástima y miedo, dos emociones para nada agradables. No soy utópico: Como documental, “Believe” es otra muestra más de lo efectivo que puede ser mostrar aquel punto de vista más adecuado de una extensa e interesante realidad. Por eso esta película no deja de ser un producto regular que apela a la emoción de sus receptores e intenta lograr su objetivo disparando con toda clase de recursos, inclusive un innecesario golpe bajo a mitad de su transcurso. La unidireccionalidad de este film es su mayor desventaja, pero también es una gran virtud ya que nos invita, a todos aquellos que vemos esto fuera del fanatismo, a reflexionar sobre el desfigurado presente de un chico de 19 años que difícilmente pueda construir un futuro adecuado siguiendo este sinuoso camino.
Un documental que pronosticó la caída Hacia el final de este documental protagonizado y producido por Justin Bieber y sus colaboradores más cercanos, después de cuidadas imágenes de canciones perfectamente coreografiadas y pasajes del detrás de escena igual de ensayados, y cuando ya nadie lo esperaba, algo de verdad se mete por la ventana de la historia. "Él en realidad no entiende qué es el fracaso", dice el productor musical Rodney Jerkins con tono de resignación. Y esa reflexión honesta, una de las pocas que aparecen en el film, resume todo lo que se vio antes en la película y lo que sucedió después en la vida y la carrera de la estrella caída del pop. Un chico que a los 19 años ya tiene más éxito, fama y millones que sensatez y que aun antes de su arresto en Miami la semana pasada estaba necesitando limpiar su imagen para mantener el negocio a flote. Especialmente para conservar a esas fans infantiles de las que no para de hablar cada vez que aparece en pantalla. Esporádicos segmentos filmados durante una charla con su representante, un par de amigos y el director del film, Jon M. Chu, que en algún momento le preguntará si no teme convertirse en un desastre como Lindsay Lohan, Britney Spears o Michael Jackson. La respuesta de Bieber podría pasar por inocente y algo arrogante si no fuera por los hechos recientes. El muchacho sonríe, dice que no, que él tiene los buenos valores que le enseñó su mamá y que cuando era chico nunca faltaba a misa los domingos. Claro que, más allá de lo que dice, la tensión y la incomodidad se perciben claramente, un clima muy diferente del que tenía Justin Bieber: Never S ay Never, el documental de 2011 en el que se relataba el ascenso de la estrella desde su pueblito canadiense natal hasta el show agotado en el Madison Square Garden. También dirigido por Chu, aquel film insistía en la importancia de los sueños, en la fidelidad de los fanáticos y el poder de YouTube como un medio de difusión inmejorable. Pero, sobre todo, dejaba entrever las razones del suceso de Bieber, su simpatía y su carisma, que, sólo dos años después, se perciben cuando está sobre el escenario. De hecho, para los buscadores de poco felices coincidencias, el show que constituye la columna vertebral del relato es uno que el cantante dio en 2012 en Miami, la misma ciudad en la que la semana pasada Bieber parece haberle puesto punto final a la ilusión de inocencia que muchas de sus jóvenes fanáticas aún defendían. Muy parecido a otros documentales promocionales de su tipo, con un gran despliegue a la hora de mostrar el concierto y muy poca sinceridad en el resto de los pasajes, Justin Bieber: Believe fue pensado para fanáticos y terminó siendo material de archivo sobre la caída libre de su ídolo.
Para sus fans, un plato que disfrutan de antemano: el show, el backstage de sus presentaciones, los momentos de creación de sus canciones, las grabaciones, las opiniones de su equipo creativo. Y algunas sorpresas: cuando habla del dolor de su ruptura con Selena, aunque no la nombre, su mala relación con los paparazzi, su seguridad -desmentida por la realidad- que no será como Lindsay Lohan o Britney Spears. Perlitas. Para sus belivers, todo será genial
Sólo deben creer en él De niño a hombre. Justin Bieber´s Believe es la lógica continuación de Never Say Never (2011), que mostró la construcción -y explosión- del ídolo teen de 19 años. Eso sí, a años luz de sus comienzos. Si no, vean los casos de Selena Gomez, Miley Cyrus, Taylor Swift... Este documental se enfocó en la gira que lo trajo al país, por segunda vez, con eje en un show en Miami donde JB demostró todo su despliegue físico, escénico y musical. Pocos temas, mucha charla y escaso 3D es la fórmula de este filme, donde se muestra parcialmente la “cocina” del universo Bieber: la preselección de bailarines para su gira, entrevistas a su manager Scooter (que regala tickets “camuflado”), sus mesías musicales, crew de gira y, lo jugoso, las declaraciones del entorno familiar. Todo este documental es a pedido (y medida) de sus fanáticas: muchos planos detalle de ellas durante el concierto, palabras de amor y una escala de gritos que se amplificará en las salas de cine. Eso sí, olvídense de las polémicas extramusicales que lo llevan a las primeras planas. Y hoy, sugestivamente, son casi diarias. No hay rigor periodístico en las preguntas que le hacen ni son duros con él. Varias veces se lo pone en papel de víctima y le repiten cara a cara que muchos lo quieren ver caer. Y Justin pone cara de circunstancia. Si a las believers les faltó emoción con este filme, Believe golpea duro (y bajo) con la extensa aparición de Avalanna Routh, su “esposa”: una nena de seis años que falleció en septiembre de 2012 luego de luchar contra un cáncer cerebral. Y Justin, le cumplió el sueño de “casarse” con ella y rendirle tributo en vivo. Bien emotivo.
Seguramente los productores de "Never say never" (la película anterior de Justin Bieber), después obtener una importante ganancia (costó 15 y recaudó más de 73 millones sólo en USA) pensaron que profundizar en la idea de mostrar el backstage del nuevo show matizado con alguna entrevista más, podría dar resultados similares al anterior. Más allá de si les fue bien o no, lo cierto es que volvieron a apostar al mismo director, John M. Chu y a una estructura similar para este "Believe" que registra la movida del concierto del músico en 2010. Desde ya que este recorrido es exclusivo para fans. Y digo esto, porque en otras oportunidades, donde el registro documental es realmente incisivo (y no aquí, porque Chu parece un empleado fiel de Bieber y tiene escasa capacidad de agudeza en las preguntas y registros), aunque no te guste el cantante, siempre es interesante conocer más acerca de su personalidad cuando mueve tamaña atención. Y también, de las presiones que trae ser tan popular. De eso estamos hablando, lo rico de Justin Bieber, más allá de los videoclips de un show en Miami (que es lo que veremos), es poder indagar en cómo funciona la maquinaria detrás del adolescente. La película está hecha a la medida exacta de lo que siente y quiere expresar Bieber. Hay tomas familiares, en el estudio de grabación, charlando con sus productores, coordinando pasos con sus bailarines, escapando de los fans y hay canciones de su último tour. Debo decir que hay pocos momentos donde la audiencia no-fan puede conmoverse y en especial, se destaca el episodio con la nena enferma con la que Bieber "se casó", claro ejemplo de lo poderoso que es usar bien la fama. Un gran acierto fue hacer ese recorrido, así como también lo fue, dedicar un tiempo a observar a los bailarines y el cast para el show. Son lo más interesante del film. Seguramente Bieber (que en estas horas enfrentaba problemas con la policía), no es todo lo equilibrado que luce (lo que pasó en Buenos Aires fue confuso, cuando menos). En el escenario, utiliza alas en una canción y parece ser una alegoría del resto del documental: el chico se prueba volar por encima del resto, no sin ciertas complicaciones de recorrido y trayectoria... Sin dudas, "Believe" es una película que los seguidores del otrora niño estrella de You Tube adoptarán rápidamente. Para el resto de la potencial audiencia, este es un registro que no reviste interés alguno, tenerlo en cuenta a la hora de decidir que ver.
Un Bieber idealizado y ahora, además, sin 3D En su película anterior, "Never say never", Justin Bieber era un superastro adolescente filmado en 3D para conmover a sus fans con una leve sacudida de flequillo en slow motion. Como documental de música pop, era muy eficaz en describir cómo nace una estrella en el siglo XXI, desde el mundo virtual al mundo real, y también era interesante por todo lo que no mostraba. Filmada por el mismo director, esta especie de secuela biográfica es mucho más convencional, y se centra mucho más en los conciertos de la gira a la que se refiere el título, aunque también hace lo imposible por sostener la imagen del ídolo (hoy bastante alicaída, al menos en los Estados Unidos, dicho sea de paso). Justin ya es mayor de edad, tiene conflictos que obviamente no están reflejados en la película, y esta vez lo que no se muestra vuelve al producto mucho menos interesante como documental. Y no hay 3D. Lo mejor que se puede decir de de "Believe" es que es una brillante estrategia de marketing para hacer perdurar la imagen redituable de aquel superastro teenager que en el mundo real parece que ya casi esta calificando para rockear junto a Pity de Viejas Locas. Fuera de broma, los conciertos están muy bien filmados, con un estilo que recuerda a clásicos del género de los 80 y 90, por ejemplo "Sign O' the times" de Prince, y los mejores momentos de estas escenas no sólo parecen estar diseñados para liberar la histeria de las fans del ídolo (hay una docena larga de hits, asegurando el éxito cuando esto salga en DVD) sino también para hacer foco en el talento y carisma de Bieber. Casi todo lo extramusical (el stress, los backstages, la preocupación por cuidar a su público, los agresivos paparazzi) realmente causa rechazo, por inverosímil.
No todo lo que brilla es oro. El documental "autobiográfico" sobre Justin Bieber presenta al ídolo pop canadiense tanto dentro como fuera del escenario durante su reciente gira. El montaje a lo largo de la película será siempre el intercalado entre imágenes de la grabación de su disco, junto con filmaciones caseras de cuando era pequeño, videos de su vida cotidiana tomados con cámaras de baja calidad, fragmentos del show captados con cámara profesional o con celulares de los espectadores, y entrevistas a Bieber y sus allegados (léase su familia, amigos, manager, etc…). Digamos, una estructura clásica televisiva de propaganda o promoción de un producto, como lo que realmente es, y esto lo confirma. ¿Por qué utilizo la palabra ídolo en vez de la palabra cantante? Antes incluso de que empiece la película ya figura la productora de Bieber: Bieber Time, que en español se traduciría como “El tiempo de Bieber”. Una manera algo bíblica de denominar a una productora si me preguntan (aunque bien podría ser un homenaje a Mc Hammer). Luego, una cámara en mano muestra primeros planos del ídolo tocando el piano, mirándose al espejo, hablando de su “bigote”… Actividades cotidianas por las que las fans enloquecen. Hablando de fans enloquecidas, la realización aprovecha para mostrar imágenes del tipo de público que asistía a los recitales de Los Beatles, allá por los años ‘60, y comparan la famosa escena de la llegada a Estados Unidos de la banda con la espera que hicieron las fans de Justin en el aeropuerto cuando éste arribaba al país. Además Sin ningún tipo de sentido, porque no se ahonda en el tema… Ni siquiera se escucha a los Beatles cantando, son imágenes en blanco y negro de las fanáticas de ese entonces y de la banda, en un intento (nefasto, por cierto) de equiparar a Justin Bieber con Los Beatles. Ya dentro del estudio, se lo puede ver escribiendo letras, tratando de hacer creer que son propias, o son poesias.... componiendo canciones (prefabricadas), charlando con los productores, tareas que dejan ver el proceso de grabación y edición de "Believe", su tercer álbum de estudio. Después de esa introducción arranca el concierto de Bieber, quien desciende con enormes alas en su espalda, cual ángel desde las alturas, para después desmontárselas y comenzar a bailar. Ya en el escenario, reproduce, imita muy mal algunos pasos de Michael Jackson, y se acomoda constantemente sus lentes de sol, lo cual puede resultar irritante considerando que los artistas comunican mucho a través de los ojos, de la mirada. A pesar de esto, el despliegue sobre el escenario es increíble, digno de una estrella. Con grúas en constante movimiento, más de veinte bailarines en escena, fuego, pantallas gigantes.....la música, como expresión artística, brilla por su ausencia. En las entrevistas que le hacen al intérprete responde con una efímera diversidad de palabras a lo que le preguntan, y muestra su costado caritativo: la relación que tenía con una niña que padecía de cáncer y que murió poco antes del primer concierto del solista. Entretanto llora y alienta a sus fans, los incita a creer en sí mismos, en que son capaces de todo, en que tienen que ser positivos y creer que todo es posible… En otras palabras, y a lo largo de toda la película, el mensaje es claro. Hay que creer, y si hay que creer en alguien es en él básicamente, que es el que baja con arneses desde arriba, el que da trabajo a miles de personas, el que tiene la palabra, el que es humilde… Y ya que estás, comprar una remerita o dos del ídolo pop del momento.
Dudo que haya antecedentes tan patéticos como este intento de revitalizar la carrera de un pibe que ya estaba destinado en el momento en cual un productor vio lo que sus padres habían subido al youtube, y posaron la parafernalia de la industria discográfica sobre las espaldas de un chico llamado Justin Bieber. Luego de mantenerlo viviendo en la burbuja multicolor del mundo pop con un mega-exitoso disco, decenas de recitales, y hasta una primera película (el bofe de “Never say never”, de 2012), Justin creció y le pasa lo que nos pasa a todos. Quiere chicas, salidas, una birra con la barra... En vez de dosificar un poco los impulsos lo que hicieron sus productores “amigos” fue “contenerlo” durante todo este tiempo. Se sabe que si el gas se sostiene mucho tiempo, cuando sale revienta todo. En lo particular (el público local) justo a nosotros nos tocó el recital en el cual el artistejo barrió con la bandera Argentina en el escenario como si fuera basura, para luego irse antes de tiempo por vaya a saber qué cosa que se le metió por la boca. A nivel global llegaron las noticias pergeñadas por cuanto boludos hay en el mundo que le saca una foto. Las drogas, los arrestos por correr picadas con un auto de lujo, en fin. Todos los caprichos, berrinches y travesuras que no hizo por estar trabajando de estrella los hace ahora. Los medios no comen vidrio a la hora mirar el rating, de modo que las noticias del ángel devenido en demonio vende tanto como las del chico convertido en ídolo. Ciertamente el tiempo es irónico porque cuando el director Jon M. Chu, responsable de la horrible “G.I. Joe: La venganza” (2013), abordó la realización de “Justin Bieber: Believe” luego de ser (según se ve) casi acosado para que lo haga. Jamás imaginó que durante la post-producción la estrellita se iba a despachar con tres o cuatro escándalos. Tal vez no importe porque la cantidad de golpes bajos con respecto a “Never say never”, el documental anterior, ha crecido lo suficiente como para beatificar al nene. Luego del montaje de rigor, intercalando partes del show con entrevistas a los allegados (productores, amigos, músicos) o inserts con los fans (chicas de 9 a 15 años), viene alguna defensa contra algún ataque de la prensa. La intención sigue siendo la de endiosar y redimir a la gallina de los huevos de oro. Los testimonios y la música le dan a “Justin Bieber: Believe” la impronta de golpe bajo amparados en una compaginación breve y efectista. Por supuesto hay lugar para la música (acaso los pasajes más interesantes) consistente en los éxitos que todos conocen. Sabrá el lector disculpar pero a los 70 minutos de proyección éste espectador se levantó de la butaca y salió para nunca más volver. Fue cuando, en el colmo del servilismo a la maquinaria puesta en marcha para continuar la carrera del nene, aparece una niña con una rara enfermedad a la cual Justin “adopta” y quiere. Lo vemos feliz con ella, teniendo gestos envidiables como subirla al escenario en pleno show para charlar (él en cuclillas, ella en una silla). Luego viene la noticia de su muerte. Lo vemos triste sin ella, dedicándole un tema en vivo mirando la pantalla con sus imágenes y de espaldas a un público emocionado. ¿Quiere llorar? Otra que “El campeón” (1979) de Franco Zefirelli. No soporté más. Me fui, insultado en mi inteligencia y encima escuchando música que no me gusta. Disculpe. Sé que no es profesional. En mi vida me levanté y abandoné la sala, pero dicen que siempre hay una primera vez. Tal vez en los últimos veinte minutos todo cambia y el documental pasa de folleto a una obra de Herzog. No lo sé. Por eso mi opinión es hasta donde yo la ví…
El fenómeno de Justin Bieber es inquietante. En el último mes, el cantante canadiense de 19 años, fue el protagonista de una detención por conducir ebrio y drogado a altas velocidades, y hasta juntaron 100 mil firmas para deportarlo de Estados Unidos. Esta situación se tradujo en la taquilla de ese país, que fue un gran fracaso ya que lleva recaudados 4,3 millones de dólares a diferencia de su primer documental “Never Say Never”, que en 2011 consiguió recaudar 73 millones. Sin embargo, estos episodios parecen no opacar en absoluto la pasión de sus fans en Rosario que colmaron los cines en el estreno de su segundo documental “Justin Bieber: Believe”. Se trata de un filme que muestra la gira de su último álbum, centrándose en la devoción de las fans que -brackets mediante- gritan a cada segundo, demostrando la lujuria “belieber”. Lo curioso de este documental es que muestra sólo el perfil de “inocente palomita” del joven, mientras que sus escándalos recientes contradicen este concepto. Las fans en la sala gritaban por cada palabra de la estrella, reían con él y hasta lloraban desconsoladamente. Claramente una muestra exagerada del fanatismo que no conoce de racionalidad y que tampoco tiene memoria, pues Bieber canceló su último show en Argentina dejando a miles de fans destrozadas. Sin dudas, duró más el documental que el recital en vivo y en directo. Sin embargo, Bieber es claro en el filme, aunque le dicen que es un candidato perfecto para ser un desastre, él responde: “Sé que cometeré algunos errores, tengo 19 años”.
¿Un dulce angelito? Justo en el momento más controvertido en la carrera del ídolo teen que en diciembre pasado pareció tocar fondo, con fuertes rumores de deportación por su conducta antisocial, entre anuncios y desmentidas acerca de un alejamiento definitivo de la música, llega este muestrario hecho a medida de las admiradoras que necesitan seguir teniéndolo como referente, además de la poderosa estructura sostenida por miles de personas que en todo el mundo trabajan en la realización de sus tecnologizados megashows. En este flamante documental, que en los días presentes marcha entre los primeros de la taquilla, hay que olvidarse de aquellas polémicas extramusicales que han llevado a la estrella pop de los adolescentes a las primeras planas, porque las cosas han cambiado afuera, pero el contenido de este segundo registro sobre su carrera (el primero fue “Never Say Never” en 2011, que mostraba la construcción del fenómeno) no se propone indagar ni ser incisivo, lo que es evidente en la poca agudeza de las preguntas y de los registros visuales. El director-amigo es el mismo y la estructura consiste en la clásica mezcla de momentos del show, con el backstage y las entrevistas al entorno más cercano. Es permanente la intención de apuntalar la imagen angelada e inocente del ídolo, seleccionando cuidadosamente cada comentario, cada acción y cada sonrisa. Lejos de la imparcialidad No es simple buscar una reflexión fría sobre los puntos más interesantes de un documental de apenas 92 minutos sobre el fenómeno Bieber. Es ante todo un producto ágil, estético y entretenido pero lejos de la imparcialidad necesaria para balancear los claroscuros del fenómeno. Apuesta a mostrar aquellos puntos de vista más correctos de una realidad contradictoria, apela a la emoción de sus receptores, a la estética y al trabajo organizado para buscar la inspiración. Una gran parte está dirigida a sus fanáticas: hay muchos planos-detalle de ellas durante el concierto, palabras de amor y de histeria rayanas en lo cómico, con escalas variadas de gritos. Uno de los momentos más interesantes del documental es precisamente la salida de la estrella desde un estadio, luego de un show: la secuencia de las fans rodeando al auto y golpeándolo mientras aúllan, es estremecedora. La cámara subjetiva nos coloca en el incómodo lugar del que va allí adentro. También hay lugar para las lágrimas con la extensa aparición de Avalanna Routh, la nena de seis años que falleció en septiembre de 2012 luego de luchar contra un cáncer cerebral, y a la que Justin le rinde tributo en vivo. Algo de verdad La película privilegia lo que quiere expresar el carismático adolescente: se registra el proceso creativo desde su gestación, mostrando al ídolo que borronea versos sobre papeles en la soledad de su cuarto. Lo exhiben con su equipo más cercano, coordinando pasos con sus bailarines y sonidos con sus asesores musicales. Allí vemos cómo esboza grititos rítmicos junto a anónimos músicos avezados que intentan traducirlos y mejorarlos. El documental trata de parecer sincero y espontáneo, entre cuidadas imágenes de canciones perfectamente coreografiadas y pasajes del detrás de escena muy escogidos y cuidadosamente seleccionados. A pesar de todo y en medio de tanta dulzura y perfección, algo de verdad se mete por la ventana y se nota la necesidad de limpiar la imagen controvertida para mantener el negocio a flote. Más allá de lo que se dice, se percibe cierta incomodidad y se menciona todo el tiempo a la presión sobre el ídolo. Éste luce equilibrado y se minimiza -aunque se muestra- cierto incidente donde monta en cólera porque lo insultan. Varias veces se lo pone en papel de víctima y le repiten que muchos lo quieren ver caer. Él se limita a poner cara de circunstancia o reiterar que está siempre bajo presión, ante lo cual afirma que la mejor fórmula es invertir esa fuerza, esa mala energía y ¡¡¡Volar!!! Y precisamente es ésa la idea fuerza que sostiene todo el recital, donde las alas son el ícono fundamental del estilizado show que invita a entrar en su seductora burbuja, aunque no todo lo que brilla sea oro.