Nacho (Ignacio Quesada), un joven de unos 18 años, arriba de sorpresa a la estancia de su padre Marcos (Marcelo Subiotto), de quien se encuentra distanciado, con la idea de pasar un tiempo allí. Sin embargo, no es el mejor momento para visitas: en vísperas de un remate, un serie de vacas han aparecido muertas sin que nadie pueda explicar la causa, lo que tiene preocupado a Marcos.
El campo como escenario de un relato que si bien toca tópicos muy afines a películas que tienen la “lucha de clases” como tema subyacente, en realidad, desde el género, busca desarrollar una historia de descubrimiento, transformación y deseos.
El filme se presenta desde su estructura y narrativa como un thriller, el avance sobre la posibilidad de descubrir las muertes de la vacas sin motivo aparente, pero en realidad de manera subyacente instala el verdadero tema que es la virulencia nuestra de cada día. “La Barbarie” trata sobre la violencia por la ostentación del poder ejercida sobre los otros, principalmente sobre los que se encuentran en un estatus social mas bajo. Buenos Aires que se hizo del poder tras la independencia identificó la civilización con la ciudad a la que consideró la bandera de la evolución y lo innovador. El campo, en cambio, es el ámbito rural, lo tosco, bruto,
"La barbarie": racismo tierra adentro El realizador "Pantanal" se sumerge en un mundo de bosta y rodeos, de aperos y rebencazos, de silencios y miradas torvas, para extraer de él aquello que quiere decir. La barbarie es una historia de iniciación en un medio agreste, hostil, cercano a lo que su título indica. Allí, un muchacho de ciudad deberá aprender los códigos que se requieren para sobrevivir, los rituales de una virilidad primaria, que aunque el film no lo sea lo asocian con una película de cárcel. Hay que asistir a la castración de un toro, llevar docenas de testículos en un balde, y hay que aprender cuándo callar y cuando no hacerlo. Aunque el autor de esta nota es reacio a calificar a todo film con vacas como western contemporáneo, en este caso cabe la referencia. No hay indios pero sí racismo, en base a ciertos “derechos” que vienen del feudalismo e implican también la ley de clase y la sexual. No hay, finalmente, duelos con revólver, pero sí a palazos y cinturonazos. Nacho (Ignacio Quesada) cae sin aviso en la estancia de su padre, Marcos Risdale (el siempre notable Marcelo Subiotto), a quien no ve hace tiempo. Decidió dejar la casa de la madre (“la de Callo y Juncal”), sin darle demasiadas explicaciones. El padre, un terrateniente que vive dando órdenes, saluda a su hijo como si lo hubiera visto ayer. Se aproxima la fecha de un remate, y Marcos quiere tener su plantel de vacas y toros al completo y en las mejores condiciones. En esta circunstancia comienzan a aparecer reses muertas, sin signos de violencia ni de enfermedad, ni ninguna razón válida para que eso suceda. Mientras tanto, Nacho intenta restablecer la relación con Rocío, la hija del encargado, una chica de su edad que es madre precoz (Tamara Rocca), y en cuya casa lo reciben con una misteriosa falta de hospitalidad. Ni que hablar de Luis, hermano de Rocío y peón de Marcos (Lautaro Souto) cuyo odio por el recién llegado crece como una olla a presión. ¿Odio por el chico de ciudad, odio de clase? Seguramente, pero no solo eso. La barbarie pone en cuestión los términos de la maniquea fórmula de Sarmiento, civilización o barbarie. Cuando Nacho llega a casa del padre, se detiene unos segundos frente a un cuadro que representa un malón. A ese cuadro se le opone una foto de un antepasado, que peleó en la Campaña del Desierto. ¿Quién es más bárbaro, quién más civilizado? Del mismo modo que los terratenientes blancos masacraron a los indios, la ley que Marcos hace valer, de muy larga data, se basa en su condición de superior, que obliga a callar al subalterno. Frente a esta impotencia, la única arma es la venganza. Por su parte y para no terminar simbólicamente como el toro, Nacho deberá demostrar que puede jugar de visitante, y ganar. A diferencia de tanto cine argentino que impone el “mensaje” por sobre la verdad misma del relato, el realizador Andrew Sala (Pantanal) se sumerge en un mundo de bosta y rodeos, de aperos y rebencazos, de silencios y miradas torvas, para extraer de él aquello que quiere decir. Sala maneja con precisión tiempos y tensiones, mutismos y estallidos de violencia, dejando que crezcan sin forzarlo y logrando una veracidad infrecuente, gracias al enfrentamiento de actores profesionales y amateurs, ambos igualmente inmejorables. La de Luisito es una presencia hermética y temible, y Rocío es una cimarrona, con una historia detrás que justifica esa condición.
El director y guionista Andrew Sala se basó en sus propias experiencias para crear esta historia instalada en el campo, atravesada por violencias de costumbres y de poder. Un mundo de patrones tiranos, peones sojuzgados que conocen el dolor y también ejercitan la crueldad. Relaciones del machismo tóxico. A ese mundo tan lejano, tan extraño, llega un adolescente con la intención de vivir con su padre al que apenas conoce. Rechazado y adoptado a su manera, tratará de ganar su lugar resolviendo un misterio recurrente: la aparición de vacas muertas con amenazante regularidad. El realizador de la mano de buenos actores, como el experimentado Marcelo Subiotto y los jóvenes Lautaro Souto y Tamara Rocca, construye climas ominosos, sensaciones de desgracias mayores y revela en cuenta gotas los secretos basales de tanto abuso. Escenas de riesgo muy bien resueltas, tensiones cruzadas y odios desatados.
La Barbarie se desarrolla como un thriller seco y atmosférico, con una fotografía que acentúa la aridez del paisaje y la sensación de inhospitalidad.
En los potreros se forjan los hombres. Barbarie: actitud de la persona o grupo que actúan fuera de las normas, en especial de carácter ético, y son salvajes, crueles o faltos de compasión, hacía la vida o dignidad de los demás. Si leemos esta compleja palabra y comprendemos luego su significado, vamos a poder correctamente (o por lo menos hacer el intento) introducirnos al universo que nos propone el realizador Andrew Sala en su segundo largometraje La barbarie (2023), una muy interesante coproducción franco-argentina. Protagonizada por el joven actor Ignacio Quesada y Marcelo Subiotto, la historia trata acerca de Nacho (Quesada), un chico porteño “bien”, quien tras un misterioso altercado con su madre decide ir a visitar a su padre Marcos (Subiotto) en su casa de campo. Allí se encontrará con un ambiente bastante hostil y que lo recibirá de la manera menos empática. Nacho se siente un extraño, alguien que no es bienvenido y para colmo la relación con su progenitor es distante y hace rato que no es buena. El campo y también quiénes lo habitan en esta ficción se aprecian brutales, violentos. Este particular paraje, tan alejado geográficamente de la civilización, no será un lugar ideal para débiles y Nacho chocará de frente a un nuevo mundo salvaje, misógino y dónde todo el tiempo se cuestiona la orientación sexual. Nada será fácil para este adolescente que va en camino a volverse un hombre, con toda la complejidad que esto conlleva. La iconografía de La barbarie se acerca a la de un western rural. Para quienes no lo sepan el western es uno de géneros cinematográficos más clásicos y prolíficos. Vivió su época de esplendor en los años 40’ y con el correr del tiempo fue mutando a circunstancias actuales. Pero sus códigos siguen siendo los mismos: la utilización de elementos narrativos y visuales para contar relatos ubicados en escenarios desolados, rodeados de ranchos y caballos. A esta película la podemos ubicar dentro de las características de un western contemporáneo. La inmensidad de un hábitat campestre, que no parece tener final y donde los hombres son machos curtidos. Donde los duelos, en vez de ser a punta de pistolas, serán con rebenques y cuchillos con mangos de cuero en mano, para demostrar quien posee más valor y hombría. Nada más alejado de la cotidianidad de Nacho, joven capitalino de clase media alta, acostumbrado a las luces y ruidos de la gran Ciudad. El director de origen norteamericano y también realizador de la agreste Pantanal (2014), donde otro personaje, en ese caso un hombre que se escapaba de sus poblemas cotidianos a un alejado paraje: la llanura aluvial llamada El Pantanal, uno de los ecosistemas con mayor riqueza del mundo; se sumerge en La barbarie en un relato donde el poder patriarcal en manos de un severo terrateniente y dueño de las tierras, más exactamente en el papel de Marcos, se enfrentará irremediable a su hijo Ignacio para imponer su ley marcial y única. Barbarie frente a Civilización. Parte del elenco está integrado por Tamara Rocca, interpretando a Rocío, una joven madre soltera e interés amoroso de Nacho; y Lautaro Souto, como Luis, un rústico peón del campo, hermano mayor de Rocío y que demuestra un notorio desdén por Nacho. El resto de los intérpretes está compuesto tanto por actores profesionales mezclados con amateurs, que logran en conjunto darle un realismo contundente a ciertos tramos del relato. En otros momentos se presiente una violencia latente en el ambiente que como una bomba de relojería en cualquier momento estalla. En La barbarie solo parece funcionar la ley del más fuerte, del caballero de índole feudal. Pero un giro final, que por obvias razones no develaré, quizás cambie el cauce de las cosas. O no. En los magníficos paisajes que se apreciarán a lo largo del justo metraje (93 minutos) Nacho vivirá su viaje de iniciación a la adultez. En el maravilloso libro «Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas» (1845) escrito notablemente por el prócer Domingo Faustino Sarmiento, este reflexionaba sobre un certero concepto: la civilización se asocia con la ciudad y su habitante, mientras la barbarie, por el contrario, con el campo, lo rural y el gaucho. En la película que hoy reseño, se cumplen estos estatutos y mucho más también.
¿Qué duda cabe de que el campo es otro mundo? El cine suele reflejar el contraste con la ciudad, presentando sus aspectos atractivos pero también su costado más crudo, hasta inquietante. La barbarie cumple con esa premisa, desde una óptica más íntima. Nacho (Ignacio Quesada), un adolescente de Recoleta, huye de su casa y llega a la estancia de su padre, Marcos (Marcelo Subiotto), con quien no tenía demasiada relación. Enseguida trata de volver a familiarizarse con escenarios y personas de su niñez. Pero ahora la situación es muy diferente. Los peones lo perciben como el chico de Capital Federal que apareció para estorbar, sobre todo en días previos a un evento de gran importancia comercial vinculado con las vacas. Justamente por esos días aparece ganado muerto en los alrededores, lo que amenaza los negocios de Marcos. Devenido mano derecha de su progenitor, Nacho comienza a investigar el origen de aquellas matanzas. Ya en Pantanal, su primera película solista (había formado parte del film colectivo Cinco), el director Andrew Sala se vale de una premisa de género para contar otras historias, las que están implícitas, desde un ángulo introspectivo. La película comienza como un coming of age, un drama acerca de un padre y un hijo y un relato de choque cultural, y nunca deja de ser nada de eso. Sin embargo, se abre camino un thriller con sus episodios macabros, sus secretos y sus revelaciones perturbadoras. Asimismo, hay un contexto de tensión entre el terrateniente -que desciende de una respetada figura extranjera- y sus empleados, una familia humilde. Y todo esto, sin olvidar los mecanismos del campo, donde los hombres terminan siendo más crueles que cualquier bestia, aunque siempre queda espacio para ciertos valores, para gotas de humanismo. Aún cuando la violencia se vuelve incontenible, La barbarie nunca abandona su tono cuidado, carente de estridencias, donde lo que no se dice pesa más que eso que parece estar sucediendo a la vista de todos.
ESCENAS DE LA VIDA CAMPESTRE El segundo largometraje de Andrew Sala trata acerca de Nacho, un adolescente que huye de un hogar violento y se refugia en la finca ganadera del padre, donde comienza a aprender a ejercer como patrón. Su primera prueba será investigar la causa de las recientes muertes de animales que están ocurriendo sin una explicación clara. La película se sostiene en la potencia narrativa de este misterio y lo cocina a fuego lento, mientras que al mismo tiempo cuenta un pequeño coming of age protagonizado por este chico reservado y sensible en un mundo rural dominado por varones y organizado por las leyes duras del capitalismo. La trama avanza haciendo predominar la monotonía, no en un sentido peyorativo sino entendida como cierta uniformidad del tono. Sala apunta a un verosímil realista pero se corre de tono y verosímil en ciertas escenas muy contadas logrando un efecto atractivo para el espectador. Maneja, en este sentido, una economía precisa en la que la duración final de la película juega un rol esencial: lo narrado termina por adecuarse correctamente a la hora y media de extensión de modo tal que la película no se siente nunca aletargada a pesar del ritmo lento que ejercita. Con un desenlace que evita giros pomposos o grandilocuentes, La barbarie termina por confirmar una vocación realista a la hora de construir el perfil psicológico de sus personajes pero no por ello renuncia a cierta estilización y a dejar huecos interpretativos para que el público complete; porciones de mundo que quedan librados a la imaginación. Cabe, sin embargo, hacer una salvedad. Como cualquier espectador atento podrá advertir, tanto desde el título como desde ciertas decisiones visuales hay un trabajo manifiesto de referencia a uno de los ideologemas más importantes que han surgido para pensar ese costado “otro” de la nacionalidad argentina que es el campo: la oposición sarmientina de civilización y barbarie. Si afirmamos que existe alguna intención de contribución crítica o debate ideológico en relación a este tema, La barbarie no tiene demasiado que agregar a lo ya dicho. Estéticamente queda pegada a la tradición de nuestro país (tanto en cine como en literatura) de encarar la representación de lo rural desde el realismo social, y también a la tendencia de utilizar para ello elementos genéricos del thriller italiano o estadounidense. Sin embargo no por eso la película de Sala pierde valor, dado que articula un relato interesante que fluye hacia buen destino.