Crítica de “La Casa de Argüello” de Valentina Llorens. Profunda reconstrucción del pasado. Tras participar en varios festivales nacionales e internacionales se estrena la ópera prima de Valentina Llorens, un documental que bucea en la intimidad de la saga de mujeres de la familia Llorens, indagando en la propia identidad de la directora, en la memoria, la militancia y los silencios que deja el paso del tiempo y las marcas de la historia política Argentina. Por Bruno Calabrese. Valentina, hija de Fátima, nieta de Nelly y madre de Frida reconstruye frente a cámara la historia de su familia. Los huesos de su tío -desaparecido en la última dictadura militar- son encontrados y su restitución abre una herida. Valentina bucea en el doloroso pasado familiar a través de cuatro generaciones de mujeres, descubre nuevas capas, donde el dolor de lo vivido cobra una nueva forma: Nelly ha perdido a dos de sus hijos; Fátima, fue presa política, Valentina nació en cautiverio y fue recuperada por su madre, y finalmente su hija Frida, testigo de la restitución. A modo autobiografico, “La Casa de Argüello” es un documental intimista complejo y duro impactante, construido de manera inteligente. Con la figura de la casa dinamitada como una metáfora del sueño de Nelly que fue destruido, Valentina bucea en su familia. A través de testimonios y cartas, con cámara en mano, la directora indaga en su propia identidad, la memoria, la militancia y los silencios que deja el paso del tiempo y las marcas de la historia política Argentina. Pero no solo se queda en la autobiografía, también es un homenaje a la incansable lucha de Nelly Ruiz de Llorens, Madre de Plaza de Mayo, militante y fundadora de Familiares de Presos y Desaparecidos por Razones Políticas, fallecida en abril de 2018, a los 97 años. Madre de 12 hijos, dos de los cuales desaparecieron en la dictadura cívico militar de los años ’70. Quien sobrellevó la persecución y muerte de sus hijos con un temple que, hasta en su avanzada edad, conservaba después de cuatro décadas de militancia por la defensa de los derechos. Puntaje: 70/100.
Tal vez en un largometraje de ficción no se hubiera podido contar de la manera franca, y con las repercusiones familiares que tiene, este relato que no llega a ser coral, pero que engloba a cuatro generaciones de mujeres, unidas por el dolor. Valentina Llorens es la directora de La casa de Argüello, y se puso la cámara al hombro en 2000 para viajar a Córdoba y retratar, primero, a su abuela Nelly, que sufrió la desaparición (y luego restitución de los cuerpos) de dos de sus hijos. Pero también a su madre, Fátima, que siendo una presa política que la dio a luz tras las rejas. A Valentina la criaron Nelly y su abuelo. Su pequeña hija Frida, con preguntas sinceras, es testigo de lo que le pasó a su familia. Llorens habla en primera persona, pero esa ubicación en la trama empieza a ser otorgada a su abuela y su madre, quien primero no quiere ser filmada, sólo permite la grabación del audio. Paradojas: Llorens, mucho antes, le indica a Nelly qué hacer en cámara, cómo moverse, y el audio de esas “infidencias” se escucha perfecto. La de Fátima fue una familia peronista, y la casa en la calle cordobesa del título fue destruida completamente tras sufrir varios allanamientos. Se habla de la Dictadura, pero también de la Triple A. El documental va y viene en el tiempo, crece a medida de que el espectador se va enterando de más datos, y se ilustra, por ejemplo, con la visita a la cárcel mendocina donde nació la directora, las palabras de otras compañeras de su madre presas y hasta con las obras artísticas que va creando Llorens. Poco y nada parece sobrarle a La casa de Argüello, que no es un filme militante -la directora aclara que no pertenecía a ninguna entidad de Derechos Humanos-, pero tampoco lo necesita. Basta con seguir la historia para sentirse compenetrado.
El doloroso pasado familiar de la directora de este emotivo documental es reconstruido a través de una investigación que hilvana crudos testimonios de la violencia, material de archivo atesorado durante años y, sobre todo, el influjo poderoso de la figura de Nelly Ruiz de Llorens, maestra santiagueña que se sumó a Madres de Plaza de Mayo para reclamar por sus dos hijos desaparecidos durante la última dictadura militar y se transformó muy pronto en una incansable militante por los derechos humanos. La película alumbra la historia de cuatro generaciones de mujeres marcadas por la agitada vida política argentina de aquellos años con sobriedad, firmeza y valentía, al tiempo que plantea nuevos interrogantes sobre un relato que sigue sin clausurarse.
MEMORIA COLECTIVA El olvido es un concepto que atormenta, en algunos casos incluso más que la muerte. La imagen del artista que mediante su obra se empeña en trascender más allá de su vida. O como bien representa Coco (2017), los seres queridos se desvanecen cuando ya no viven en nuestra memoria, y recordando “te llevo en mi corazón y cerca me tendrás”. ¿Pero qué hay del olvido en vida? La casa de Argüello es un documental autobiográfico de Valentina Llorens, quien recompone aquellos espacios en blanco de su infancia, reconstruyendo no sólo su identidad sino también la de su familia. Familia que en 1975 sufrió el secuestro de sus tíos y madre, por parte de las Fuerzas Armadas, previo al Golpe de Estado. Su nacimiento en cautiverio y el exilio de sus padres, siendo criada por su abuela, Nelly, una persona simpática y lúcida para su avanzada edad. El documental inicia a principios del 2000, cuando Valentina realiza un viaje, visitando a su abuela. Charlas familiares, profundizando en recuerdos que a la abuela Nelly la regresan a los momentos más tristes de su vida, pero como bien dice ella: “Con un ojo lloramos, y con el otro reímos”. La desaparición de dos hijos, encarcelación de otro y la crianza de su nieta, en base de “justicia y amor” que, según ella, era ser subversivo en aquellos años. Lo filmado, se editó y se guardó como un recuerdo de viaje. Tal como dice la directora en off: “No había plan de rodaje ni guión”. La cámara en mano es testigo de la improvisación de lo documentado. Doce años después, lo que parecía un diario de viaje toma identidad de documental, cuando una noticia shockea a la familia Llorens. Encontraron los restos de Sebastián y María Llorens, cambiando la carátula del expediente de “Desaparecidos” a “Asesinados”. Instintivamente, Valentina vuelve a filmar, esta vez con más experiencia técnica, habiéndose dedicado a cine y publicidad. Documenta el entierro y las emociones encontradas, no sólo de su abuela, sino que ahora de su madre (Fátima) e hija (Frida). La historia de la casa de Argüello, lugar donde la abuela Nelly crió, no sólo a Valentina, sino que además recibía a infantes con la misma situación de desarraigo de sus padres. Lugar que fue dinamitado, en palabras para que entienda Frida: “Vinieron hombres malos que no les gustaba nuestra casa. Y explotaron la casa, por suerte no estábamos ahí”. Valentina Llorens explora la historia de su familia, su identidad, llenando aquellas piezas que faltaban en el rompecabezas. Piezas que no representan un contexto grato, pero sí verdadero. Una verdad que atraviesa a cuatro generaciones de su familia, la sufrida, la explorada y la que mantiene lo transmitido. Un documental de historias íntimas, causado por un dolor que afectó a todas las familias en mayor o menor medida. Cuyas historias contribuyen al recuerdo, la memoria colectiva, para que este no vuelva a ocurrir.
"La casa de Argüello": un documental mutante En su debut, la realizadora intenta recuperar el pasado político-familiar y encuentra esquirlas que la devuelven a su propia memoria. Como Agustina Comedi en El silencio es un cuerpo que cae, la mendocina Valentina Llorens en su ópera prima La casa de Argüello intenta recuperar el pasado político-familiar y encuentra restos, pedazos, esquirlas, que la devuelven a su propia memoria, y al presente de su madre. El pasado está marcado por la desaparición y muerte de varios de sus tíos, así como por la voladura de la casa familiar, a cargo de fuerzas paramilitares en tiempos de la Triple A. La primera parte de la película está dominada por la excluyente figura de la abuela, nonagenaria invencible que atravesó todo eso y hasta su fallecimiento en 2018, a los 97 años, siguió en pie, sin el entusiasmo agujereado. Pero entrevistando a la abuela Llorens (pronúnciese Lloráns) se reencuentra con su madre perdida, y en última instancia con ella misma, que empieza a aparecer en cámara de un modo que al comienzo no sucedía. La casa de Argüello es un documental que muta en el curso de su desarrollo. Un documental mutante. En el documental, Valentina Llorens (ver nota aparte) no sabe muy bien qué hacer. La dejó el novio, no tiene empleo, empezó a estudiar pintura. Parecería que comienza a filmar a su abuela Nelly para llenar el o los vacíos. Referente de los derechos humanos en Córdoba, la abuela Nelly Ruiz nació en Santiago, canta bagualas y vidalitas que de pequeña le enseñó don Andrés Chazarreta. En algún punto se mudó a Córdoba, donde tendrían lugar la felicidad y la tragedia familiares. Un marido amado, siete hijos, casi todos militantes. Uno preso en Córdoba, otro en Tucumán, otros en Mendoza y Santa Fe. Alguno cayó en combate en el Operativo Independencia, algunos muertos o desaparecidos. Uno logró exilarse en México: el padre de Valentina. Fátima, la madre, también pasó por la cárcel y el exilio, pero en Suecia. Valentina no la ve hace años, Fátima todavía no puede terminar de asimilar la experiencia y no quiere hablar de ella. Con nadie. Hasta ahora, al menos. El rodaje de La casa de Argüelloinsumió el tiempo suficiente para que la narradora (en primera persona, como El silencio es un cuerpo que cae) pase de la soltería forzada a la maternidad, y de las tentativas con las artes plásticas a filmar una película que es ésta. Siempre el tiempo acompañando a los buenos documentales, que necesitan madurar. Valentina va de filmar a la abuela a pedirle a ella que la filme (la abuela, por supuesto, no tiene problema) y los cuerpos de unos de sus tíos terminan siendo exhumados, para emoción de ambas. La madre empieza a aparecer muy de a poco, primero resistiéndose a ser filmada, luego aceptando alguna escenita. Valentina empieza a recordar, incluso lo que no puede recordar. Que cuando su madre fue secuestrada ella estaba en la panza, que se crio en la cárcel, entre las compañeras de prisión y sin enterarse de que su madre estaba siendo torturada en la habitación de al lado. Que Fati le mandaba cartas y dibujos una vez que ella estuvo afuera. Pero ahora la propia Valentina es madre, y sostiene diálogos con su hija Frida sobre alguna de esas cosas. El ciclo se cierra, o se abre. La cámara empieza apuntando para allá y termina haciéndolo para acá. Con un material de estas dimensiones y características, había dos posibilidades: una película-río de muchas horas o una llena de elipsis, que den pie a cortar y suturar, permitiendo avanzar a través de saltos. Algunos de ellos simplemente funcionales, otros en forma de eco: la abuela habla de uno de sus hijos desaparecidos y el montaje vincula a ese hijo, tío de la realizadora, con sus hijos en la actualidad (en la actualidad del rodaje). Hay que tener mucho tino y precisión para dar esos saltos y que el relato no desbarranque en la confusión y heterogeneidad. Valentina Llorens los tiene, como también la inteligencia de establecer otras vinculaciones. La explosión de la casa familiar y la de su memoria. Ella de pequeña, en blanco y negro, y su hija. Los dibujos que le mandaba la mamá con los que ahora hace ella. ¿Origen de una vocación? Las respuestas no las da la película, sólo deja correr las preguntas, para que cada espectador las levante o no. De esa clase de sutilezas, de insinuaciones, de gatillos para el pensamiento está hecha La casa de Argüello, ópera prima de una (otra) realizadora a seguir.
La casa de Argüello (2019), documental autobiográfico de Valentina Llorens, nos enmarca en una historia originada en tiempos de dictadura argentina y su proseguir tras el paso de los años. Una obra que nos invita a explorar las marcas de un pasado que no dejan de doler. Una joven viaja a filmar a su abuela sin algún otro propósito que solo hablar con ella y dialogar sobre sus experiencias de vida. Años posteriores, y con el juzgamiento a los culpables de los delitos de lesa humanidad, juntas exploran un pasado dispuesto a dejar huellas imborrables. Dos tiempos unidos por un relato de lucha, búsqueda de identidad y memoria. Mujeres dispuestas a recorrer su historia y buscar la respuesta a todas sus preguntas. “Plegaria para un niño dormido” suena en algún momento del documental. Una canción de Spinetta que nos invita a reflexionar acerca del paso del tiempo y del sufrimiento de los niños. Valentina Llorens nos regala en su ópera prima una investigación para obtener respuestas sobre preguntas que en su momento no se tuvieron. Una niña que veía como su madre se encontraba presa de los militares hoy indaga en ese pasado y le cuenta la realidad a su hija. Una obra conmovedora, en distinta temporalidad, unida por una historia familiar en busca de la verdad. Mujeres fuertes, mujeres militantes y un fuego sagrado que busca desasnar la intimidad en medio de la historia argentina. Nelly Ruiz de Llorens, la abuela de Valentina, es quien nos hace emocionar con su testimonio. Años de incertidumbre, de lucha, y nosotros como testigos privilegiados junto a su nieta de tanto sufrimiento, desesperanza y búsqueda de la verdad. Narrado por la misma directora, La casa de Argüello nos da su propia versión de lo acontecido durante la dictadura y con la genuina mirada de una niña que creció sucumbida por una realidad que la condicionó. Una obra sincera, contada desde las entrañas, homenajeando a las Abuelas de Plaza de Mayo y a toda su batalla. Un documental que no pasará desapercibido y se alojará por siempre en la memoria colectiva.
Por ser nieta de Nelly Ruiz de Llorens, Valentina Llorens podría haberle dedicado un documental a la legendaria Madre de Plaza de Mayo, y de hecho al principio eso parece prometer La Casa de Argüello. Sin embargo, la directora de arte cordobesa eligió transitar un sendero pedregoso con su debut autoral: mientras avanza (y retrocede), encuentra, restaura, coteja, encastra piezas de un rompecabezas familiar íntimamente ligado a uno de los episodios más cruentos de nuestro pasado nacional. De esta manera, también se reconstruye a sí misma. «La noche de la sinrazón» dice Nelly en alusión a la primera de las violencias que ella, su esposo y su prole sufrieron a manos del Estado terrorista en sus tres presentaciones vernáculas recientes: Alianza Anticomunista Argentina, Operativo Independencia, Proceso de Reorganización Nacional. Antes, y así comienza este largometraje, una voz en off lee un testimonio judicial que resume años marcados por la persecución, la desaparición, la tortura, la prisión, el exilio y la explosión del hogar mencionado en el título del film. Del tono monocorde y de los términos leguleyos se desprende una versión desafectada de la historia que Llorens nieta oyó en sordina hasta su temprana juventud. Éste es el punto de partida de un recorrido en primera persona del singular con varias escalas, todas dolorosas, algunas reparadoras. A medida que avanza la película, la aridez del discurso administrativo inicial cede paso a otras expresiones: cartas, dibujos, pinturas, fotos, el canto del crispín, los versos de al menos tres canciones: Clandestino de Manu Chao, Añoranzas de Julio Argentino Jerez, Plegaria para un niño dormido de Luis Alberto Spinetta. En algunos espectadores, La casa de Argüello evoca el recuerdo de La casa de Wannsee de Poli Martínez Kaplun. Esta otra realizadora argentina también se piensa a sí misma mientras repasa la historia de sus mayores a partir de la suerte desgraciada que corrió la casa de sus bisabuelos maternos. Si bien reconstruyen familias, tiempos, incluso países distintos, ambas documentalistas coinciden en exponer la envergadura del daño que el terrorismo de Estado les causa, no sólo a sus víctimas directas. Los estilos difieren: Llorens explora una veta poética; su colega se ubica más cerca del oficio periodístico. Abuela Nelly, mamá Fátima, hija Frida constituyen los nudos afectivos de la línea que Llorens traza, obviamente integra, y camina en más de un sentido. Las intervenciones de las dos mujeres que la precedieron y la niña que engendró enriquecen la mirada subjetiva de la autora y al mismo tiempo dan cuenta de la trayectoria de algunas de las esquirlas que saltaron en 1974. A esta nieta de una Madre de Plaza de Mayo, sobrina de desaparecidos, hija de una presa política, beba nacida en cautiverio, le llevó más de quince años unir las piezas maltrechas de un rompecabezas incompleto. El trabajo sentido y minucioso conjura la maldición divina que recayó sobre la mujer de Lot, e incomoda a los promotores de las estatuas de sal en nuestra Argentina.
por Rami Pizá "A nuestra memoria" Dictadura, identidad y militancia. En este film aclamado por la crítica, la cineasta aborda su propia historia familiar. Pequeños gestos conducen a resultados impensados. “La casa de Argüello” (2018) es un documental argentino dirigido por Valentina Llorens; participó en varios festivales nacionales e internacionales y se estrena este jueves en el Espacio Gaumont. Luego de recorrer Norteamérica y cortar con su novio, Valentina siente un impulso. Viaja a Córdoba para entrevistar a su abuela Nelly, Madre de Plaza de Mayo; Sebastián, el tío de Valentina, había desaparecido junto a su pareja Diana en 1975. Gracias a las preguntas de su nieta, Nelly menciona la dinamitación de la casa de Argüello provocada por los militares. Las vueltas de la vida: trece años después de ese encuentro una familia del conurbano bonaerense desea construir una casa y se encuentra con los restos de Sebastián y Diana. De aquí en más la historia de los Llorens es profundizada por la realizadora, a través de los testimonios de las mujeres de las restantes generaciones. En cuanto a la estética, el film trabaja con múltiples soportes: fotografías e imágenes de archivo, pinturas y dibujos, filmación casera y grabación profesional. El montaje es el pilar de esta obra y avanza a través de continuidades o contrastes entre el contenido de los planos. La banda sonora y la música denotan gran esmero y transmiten tanta sensibilidad como la banda de imagen. El guión y las locaciones son conmovedores, la narración de la cineasta nos orienta con claridad y simpleza. "El dolor impulsa búsquedas imprevistas. Al encontrar semejanzas con aquellos que menos esperábamos, nuestra identidad se reafirma." Calificación: 10 Título original: La casa de Argüello Año: 2018 Duración: 82 min. País: Argentina Dirección: Valentina Llorens Guion: Alejandro Carrillo Penovi, Leonel D'Agostino, Valentina Llorens Música: Matías Barberis Fotografía: Santiago Melazzini Reparto: Documentary Productora: Atlántico / INCAA Género: Documental
La opera prima de Valentina Llorens es un film para recomendar. La realizadora tiene un hilo conductor con las mujeres de la familia. Ella en principio alejada de la madre, nació en cautiverio, y cuando su mamá fue liberada, debió exiliarse. La abuela de la directora perdió a sus dos hijos, una bomba destruyó la casa familiar (afortunadamente sin víctimas), ella se transformo en un referente de la lucha por los derechos humanos en Córdoba. Y la hija de Llorens fue testigo, junto a los sobrevivientes y amigos, de la restitución de los restos de los huesos de uno de sus tíos. Una familia tan azotada por el dolor, tan castigada, tiene en sus mujeres mucho para contar. Los recuerdos, los testimonios, las relaciones recompuestas, todo en un tono poético y sincero, que no disimula ninguna dificultad, que muestra preparativos y resultados. El camino de los testimonios recorre la fragilidad de la memoria, la dimensión del dolor, el lazo de afectos y la reconstrucción de los mismos. Un documental revelador y conmovedor.
Valentina Llorens dirigió este documental en primera persona que une a cuatro generaciones de mujeres de su familia para repasar la vida política argentina, los años de las dictaduras militares, los desaparecidos dentro de la propia familia y las heridas que en algunos casos van cerrando cuando impactantes novedades se conocen. La duración del rodaje permitió que la directora fuera testigo de hallazgos vinculados con la historia familiar. Respeto y admiración por la sobriedad y fuerza de estas mujeres, sin duda, en momentos verdaderamente escalofriantes. Pero la voz en off y el relato en primera persona se parecen a muchos otros documentales de este mismo estilo que abundan en el cine argentino. En el contenido la película impacta pero en la forma está lejos de brillar como documental.
Ópera prima documental autobiográfica que indaga sobre la propia identidad atravesada por los silencios de la Historia política argentina. Valentina, protagonista y directora del film, impulsada por una desilusión amorosa, busca refugio en lo de su abuela Nelly (Ruiz de Llorens), Madre de Plaza de Mayo. Es ahí donde decide capturar con su cámara momentos entre ellas, sin prever, seguramente, nada de lo que terminó siendo. Es que, acertadamente, toda la obra se filmó en un lapso de 17 años y es en esa incertidumbre donde consigue emular a la vida misma que retrata, impulsada, quizás en un principio, por ganarle a la finitud del vínculo como nieta. De alguna manera, la directora comienza instintivamente a reconstruir y validar parte de una identidad propia que la sentía ausente y, simbólicamente, La casa de Argüello -hogar de sus abueles dinamitado por grupos paramilitares-, consigue idear una metáfora en esa inquietud para poder contener las memorias de un cargante pasado doloroso que sigue presente a través de las generaciones de su familia. El registro persigue la honestidad, sin caer en el melodrama político que, lamentablemente, todes conocemos, logrando ensamblar así las historias desde sus propios puntos de vista que cambian según sus roles, ya sea como nieta de Nelly, hija de Fátima y madre de Frida pero sin olvidar su individualidad en ello como mujer; y es a través de esos vínculos generacionales que ella reconstruye una narrativa íntima y cautelosa, donde conviven el respeto distante hacia su madre Fátima, junto a la sensibilidad de Nelly y a la paciencia expositiva para con su hija Frida. Todos estos momentos, como piezas de un rompecabezas, llevarán a Valentina a encontrar su identidad pero no sin antes explorar su equilibrio emocional. Lo interesante de esta resolución interna es que podremos palparla desde su propio punto de vista alojado físicamente en la cámara como objeto del film, a la cual convirtió en una extensión de su esencia. Su inestabilidad en las primeras entrevistas producidas a Nelly comienza a mutar paulatinamente durante el film hasta culminar en la “foto” final de ellas cuatro en el sofá, con una fuerte presencia de esa ausencia de inestabilidad del comienzo, cobrando así un sentido evolutivo del conflicto presentado, mientras alinea en imagen a estas cuatro generaciones de mujeres en forma horizontal que comparten juntas un mismo espacio temporal. Ese simbolismo en la construcción del lenguaje ayuda a cargar equitativamente el gran dolor de la historia familiar pero, desde ahora, sin el peso del silencio.
Hay una cantidad importante de películas (principalmente documentales) que abordan la cuestión de la memoria y se vinculan con los horrores del pasado en nuestro país a partir de los años setenta. Que se haya consolidado un género al respecto es producto de la necesidad por sembrar una nueva verdad que se contraponga a versiones sobre dos demonios u otros disparates. No obstante, más allá de las intenciones éticas que envuelven a los diversos proyectos, la bondad de la crítica parece en reiteradas oportunidades justificar cualquier intento por sobre los verdaderos méritos estéticos. Porque, en definitiva, también estamos hablando de cine. Y La casa de Argüello no solo se asienta sobre un registro íntimo y familiar, sino que organiza sus materiales de modo productivo, sabe qué busca como relato y teje una trama con inteligencia y emoción. Valentina Llorens dice al comienzo “Decidí ir a Córdoba a filmar a mi abuela. No tenía plan de rodaje”. El filmar como necesidad para exorcizar demonios personales se presenta a la manera de un impulso vital. Esto último, que bien podría aplicarse a la mayoría de los documentales que desfilan por los festivales y se estrenan con absoluta soledad en alguna sala, cobra especial relevancia gracias a un gran trabajo de montaje que permite partir de una experiencia subjetiva y transformarla en algo universal. En una oportunidad, Marguerite Duras escribió “la historia de mi vida no existe” y refirió en una novela una de las escenas literarias de juventud más hermosas. Dentro del amplio espectro de las llamadas escrituras del yo la negación de lo autobiográfico es otra posibilidad de expresión. Para quien filma en este caso es caminar con lo poco que se tiene (la ausencia de la madre, la muerte de los seres queridos, un abandono amoroso) para construir desde los cimientos una historia familiar. Entonces aparece la abuela Nelly. Ella representa el tramo inicial de un camino que el documental traza a través de los recuerdos que se cuelan y de la interacción con la naturaleza. Y en este recorrido estructurado como un rompecabezas aparece también la casa del título, otro espacio de apropiación indebida y de despojo, renacido a través de la oralidad, esa llama que el poder autoritario busca apagar desde siempre. Pero el cine es el arte del presente, y en el mismo momento en que todo lo anterior va cobrando forma un hallazgo determina otro modo de restitución: aparecen los huesos de sus tíos. El diario personal de viaje muta (como la película) en las consecuencias que dicho descubrimiento provoca en la familia. Los restos de Sebastián y María Llorens transforman la realidad (ya no son desaparecidos, sino asesinados) y el estatuto mismo del documental que estaba en ciernes. Este proceso es organizado mediante una continuidad sumamente cuidada, trabajada con diversos colores y con formas adaptadas a los sentimientos y sensaciones que recorren la historia. Ese cuidado se traslada al corazón de la enunciación que, cuando no se empantana con un registro expositivo, encuentra la veta poética o el sarcasmo bien intencionado (“Mi mamá era clandestina para mí”). La filiación madre/hija es otro de los ejes claves de la película. Mezcla de reclamo, entendimiento, enfrentamiento y perdón, el mismo material fílmico hace carne una relación conflictiva que busca encausarse. Lejos de una enunciación que se victimice, además, se asienta el rol de madre directora como un puente para que las nuevas generaciones de hijos e hijas conozcan el pasado progresivamente a medida que crezcan, con todos los matices posibles. También, en este sentido, La casa de Argüello da un salto de calidad a diferencia de varios exponentes similares, ya que elige incluir las contradicciones y los puntos lógicos de tensión, propios de una generación que afrontó la militancia y resignó la crianza de sus hijos. Aquí hay diálogos entre madre e hija que abordan esta cuestión y lo más conmovedor es que pueden escucharse sin estar de acuerdo. Finalmente, más allá del exorcismo de los horrores, de la distancia, de la crueldad del Estado represor, perdura un recuerdo, el eslabón que reconstruye la cadena de afecto entre ambas. Y es una canción, nada menos que “Plegaria para un niño dormido” del flaco Spinetta. Por Guillermo Colantonio
Un viaje al pasado La casa de Arguello es un documental autobiográfico que sigue la vida de Valentina Llorens, su infancia e identidad. La historia comienza en el año 2000, cuando Valentina visita a su abuela Nelly y ambas conversan acerca de la desaparición de dos miembros de su familia previo a la Dictadura militar. Este documental se centra, más que nada, en la historia de vida de Nelly Ruiz de Llorenz, icónica Madre de Plaza de Mayo, cuyo relato se vuelve muy enriquecedor a medida que en primera persona cuenta acontecimientos que lamentablemente no nos resultan ajenos ni extraños. Algunas partes de la película parecen improvisadas, “caseras” y grabadas sin previo plan de rodaje, pero eso lo hace más realista y nos acerca de una forma diferente a las vivencias contadas por los protagonistas y su sufrimiento. La casa de Arguello se vuelve otra denuncia por los derechos humanos al mismo tiempo que, con archivos recopilados a través de años, muestra las secuelas que dejó la dictadura en una familia particular y cómo cambia su presente. Nunca más.
Salgo del estreno de la ópera prima de Valentina Llorens, conmovida y colmada por lo estremecedora de la historia que narra, que marcó mi generación, a las anteriores y a las que nos siguieron. Pero si digo colmada, es también porque revisar la saga personal y política de esos años, es sanador para ella y su familia, como lo es para les espectadores de La Casa de Arguello estrenada en Buenos Aires el pasado jueves 30 de enero y filmada con la fuerza que marcó el dolor y la ausencia a tantas familias en nuestro país. Valentina es la directora y protagonista, con la palabra, el pincel y la cámara logra cierta resurrección de las partes de su memoria que le fueron robadas. Dinamitadas como su casa familiar, la película nos las revela valientemente con los trazos dibujados, porque la directora es también artista plástica y mientras piensa en la película, piensa en su vida. Y se toma tiempo, a veces sus pensamientos son trazados por el lápiz o por la tinta china, eligiendo el negro, el gris y el blanco, también por la textura que busca la cámara para filmar en la memoria y territorio de la directora, de su hija, su madre y su abuela. En las fotografías familiares que elige mostrarnos, que como dice Roland Barthes de este tipo de piezas, tienen que ver con la resurrección, vamos renaciendo en los difíciles momentos de nuestra historia pasada reciente. La resurrección de las historias personales contadas con la valentía de Valentina, es tan conmovedora, como necesaria. La música elegida para acompañarnos es también algo que agradeceremos al salir tarareando del cine. Se trata de una película que, aunque toque un tema triste, no nos quita la esperanza de desandar en lo biográfico para andar por caminos colectivos más genuinos y amorosos. Tomándose para el rodaje el tiempo que desandar la propia vida nos permite, nos lleva de la mano de las dulce voz de Nelly cantando coplas hacia otro tiempo y espacio en el que ella estaba, y nadie imaginaba. La casa de Argüello es un documental autobiográfico donde la directora bucea en la intimidad de la saga de mujeres de su familia, indagando en su propia identidad, la memoria, la militancia y los silencios que deja el paso del tiempo y las marcas de la historia política argentina. Es además un homenaje a la incansable lucha de Nelly Ruiz de Llorens, Madre de Plaza de Mayo. Valentina, hija de Fátima, nieta de Nelly y madre de Frida reconstruye frente a cámara la historia de su familia. Los huesos de su tío -desaparecido en la última dictadura militar- son encontrados y su restitución abre una herida. Valentina bucea en el doloroso pasado familiar a través de cuatro generaciones de mujeres, descubre nuevas capas, donde el dolor de lo vivido cobra una nueva forma: Nelly ha perdido a dos de sus hijos; Fátima, fue presa política, Valentina nació en cautiverio y fue recuperada por su madre, y finalmente su hija Frida, testigo de la restitución. Dos Obras que Valentina Llorens dibuja mientras va buscando en su inconsciente retratar esos rostros, esos colores y esas texturas que son parte de su historia y de la de nuestro país:
Los encuentros que suturan vacíos suelen producir otros vacíos, mostrar otras ausencias, generar más y más interrogantes. Cuando Valentina Llorens y su familia de mujeres se encuentran con los restos (óseos) de su tío se desencadena una serie de preguntas que, en el mejor de los casos, pueden responderse. La casa de Argüello es un documental autobiográfico (tan frecuentes en el cine latinoamericano actual que podría tener su correlación en la “literatura del yo”, categoría vulnerable e insidiosa, con la que se nombran algunos textos recientes) en el que Valentina Llorens, hija de Fátima, nieta de Nelly y madre de Frida va en busca de una historia familiar atravesada por la política. En este recorrido que cruza lo íntimo con lo público, interesa sobre todo el rumbo extraño que toma la película. El comienzo, con un plano de su abuela, Nelly Ruiz de Llorens, una de las fundadoras del colectivo Madres de Plaza de Mayo sugiere un documental donde la nieta intentará recuperar la historia – terrible – de su abuela, sus pérdidas, sus encuentros, sus ausencias; sin embargo el documental cambia de foco alternadamente y por ende, este cambio de foco instaura una cambio de relato. Las mujeres de la familia, esas cuatro generaciones son protagonistas del documental generando cada una de ellas un relato que a la vez se engarza en una historia común. El modo en el que Valentina enhebra las palabras de su abuela, de su madre y de su hija es sutil y a la vez certero porque no solo las palabras cuentan sino que las imágenes (algunas de archivo) también narran en concordancia con lo discursivo. En un momento de la película, frente a las preguntas de la nieta, Nelly dice que el lenguaje suele ser insuficiente, cómo contar la “desaparición” de un hijo; apelando a los alcances tal vez escasos de la palabra frente a situaciones de extrema crueldad, de injusticia nunca saldada. Fátima dice en algún momento “no desaparecidos”, “no apropiados” poniendo en juego esos códigos lingüísticos que se generan frente al horror con esa negación impune adelante como un sufijo maldito. La casa de Argüello a la que hace referencia el título es la casa materna, esa casa que los abuelos habían elegido para vivir, fue dinamitada por fuerzas militares. Eso que ya no está, como los desaparecidos, como algunos recuerdos escurridizos de la abuela, como algunas cosas que la madre prefiere no contar, como el padre eternamente ausente; son los motores que ponen a andar el documental. Se busca aquello que no está, aquello que ha desaparecido, se hurga en la memoria que suele ser una usina no siempre fértil, se motorizan verdades empañadas de dolor y de lágrimas. Valentina no sabe bien lo que busca, la deriva que se produce es más que interesante, busca en el modo en que la abuela se para frente a cámara, busca en la palabra materna, busca en los huesos encontrados de su tío, en las miradas esquivas y divertidas de su hija. Finalmente en este recorrido sabemos que Valentina se busca a ella misma, en los relatos ajenos, en los restos de la memoria privada que siempre se vuelve pública, en las casas y en los cuerpos dinamitados y desaparecidos; se busca y en esa calle encuentra un capital simbólico que le da algunas, solo algunas, herramientas para encontrar su identidad. Escarbar en la Historia es escarbar en los restos de la casa dinamitada y de ahí reconstruir esos relatos en un viaje doloroso, íntimo donde lo personal es político y la clausura no existe. Sabemos, las búsquedas siguen y con ellas las memorias se exponen y se actualizan; por suerte las búsquedas y las historias siguen visibles para aquellos que necesitamos verlas. LA CASA DE ARGÜELLO La casa de Argüello. Argentina, 2019. Dirección: Valentina Llorens. Guión: Leonel D’Agostino. Edición: Alejandro Carrillo Penovi, Nicolás Toler. Dirección de Fotografía y Cámara: Santiago Melazzini. Co-Productor: Mariano Avellaneda. Productor Ejecutivo: Nicolás Batlle. Producción: Nicolás Batlle, Valentina Llorens, Luciano Quilici. Música: Lisete Martel, Matías Barberis. Diseño de sonido: Matías Barberis. Argentina, 2019.