Son incontables los documentales sobre las iniquidades que la Alemania nazi cometió en nombre de la “pureza racial”, y numerosos aquéllos que reconstruyen ese infierno terrenal a partir del testimonio de sobrevivientes y/o de sus descendientes. También es amplia la oferta de películas que abordan la cuestión de la identidad judía y su relación con el Holocausto. Por otra parte, hace algún tiempo parece haber aumentado la cantidad de realizadores argentinos que encuentran entre sus parientes una o varias historias con potencial cinematográfico. Una buena porción termina interviniendo delante de cámara como narrador, entrevistador, a veces mediador. Entre tanta obra acumulada, las producciones nuevas corren el riesgo de pasar desapercibidas. No es el caso de La casa de Wannsee, aproximación singular a las secuelas que la barbarie nazi dejó en los judíos alemanes, y a la familia en tanto conjunto de individuos cuya genética, educación y/o pasado en común rara vez los convierte en grupo monolítico. El segundo documental de Poli Martínez Kaplun empieza en Buenos Aires, con un Bar Mitzvah, y termina en las afueras de Berlín, a metros de una tumba. Entre la ceremonia de confirmación religiosa de un hijo y la visita a la última morada de un tío abuelo, la realizadora reconstruye el derrotero internacional que los Lipmann-Wendrina-Kaplun iniciaron en 1937, mientras Adolf Hitler se afianzaba como Führer y Europa derrapaba hacia la Segunda Guerra Mundial. La autora de Lea y Mira dejan su huella utiliza un hilo –rojo como aquél de la leyenda oriental– para marcar y vincular sobre un gran planisferio los países donde sus antepasados vivieron poco o mucho tiempo, después de haber abandonado su tierra natal. Este recurso cartográfico resulta clave a la hora de estructurar la historia de tres generaciones a lo largo de ocho décadas. La casa mencionada en el título del film es el segundo gran pilar narrativo. Alrededor del hogar que fundaron sus bisabuelos alemanes, Martínez Kaplun hace girar la crónica de mudanzas internacionales, la noción de orígenes e identidad violentados, el curso de la Historia que dejó sus marcas en otra casa cercana a los lagos Wannsee: la Villa Marlier, luego Minoux, donde los nazis planificaron la eufemística “solución final“, es decir, el exterminio de los judíos de Europa. La realizadora reconstruye el pasado que la interpela, con la misma delicadeza con la que años atrás retrató a Lea Zajac y Mira Kniaziew. La tarea es más compleja en La casa… porque exige poner el cuerpo en un sentido literal (ante la cámara) y otro metafórico (sobre un territorio personal y afectivo). También demanda una buena dosis de serenidad ante los reparos y desacuerdos de los entrevistados, algo infrecuente en el documental anterior. De hecho, uno de los pasajes más interesantes del largometraje es el registro de una discusión familiar provocada por una pregunta –sin dudas pertinente– de Martínez Kaplun. La documentalista podría haber interrumpido la filmación de la reacción destemplada que empieza fuera de cámara, pero no lo hace y deja la secuencia en el corte final de la película. De esta manera queda probado que la genética, la educación y/o el pasado en común no garantizan una cohesión absoluta entre parientes. Memoria colectiva y memoria individual a veces se sueltan las manos. Por esta razón, resultan tan saludables los ejercicios cinematográficos como éste.
La diáspora itinerante Ya desde su ópera prima, Poli Martinez Kaplun (pinchar entrevista) se valía de los recuerdos de Lea y Mira (pinchar crítica), sobrevivientes del Holocausto que rehicieron sus vidas en Argentina, para bucear desde otro lugar no histórico una época muy singular para su propia historia y en la que vale mucho más el testimonio vivo que la fría descripción de acontecimientos atroces o situaciones extremas donde se ponen en juego el instinto, la voluntad y esa irrefrenable sensación de que en algún momento la rueda de calamidades se frenará. Es por eso que el disparador de su nuevo documental toma como punto de partida su propio momento, su necesidad de búsqueda de memoria familiar y la inquietud por interpelara a sus más allegados afectos, aunque también de interpelarse a través de un diálogo intertextual con su propio proyecto de filmar y registrar cada paso de un viaje que parece interminable. El viaje de la realizadora conecta directamente con las secuelas invisibles de la diáspora judía. La sensación palpable a medida que avanza por las estaciones del recuerdo con el tren de la memoria en primer término dejan reflejada la dispersión de familiares con diferentes historias que encuentran un nexo en común: el judaísmo y Alemania como expresión de un contraste, y también de identidad que se va transformando cuando la necesidad de erradicar todo rasgo judío se lleva en las venas. Pero si hay algo que predomina en este vaivén de recuerdos, charlas y visitas de espacios con enorme impacto emocional para la directora y su entorno más cercano es una casa de su abuela (la casa del título del film) en el corazón de Alemania y que tiene una enorme riqueza afectiva para todos los involucrados en esa historia que comienza con los nazis, muta en las forzadas migraciones hacia América, Europa, entre otros rincones, y decanta en reflexión sobre la historia familiar, los secretos, la alegría de saberse sobreviviente y un sinfín de preguntas que lejos de responderse abren enormes caminos para seguir bifurcados sin la idea de clausura o punto final de una gigante travesía, que tiene como punto de partida la fuga y como punto de llegada la resiliencia.
Luego de su ópera prima “Lea y Mira dejan su huella” (2017), la directora Poli Martínez Kaplun vuelve al cine con otro documental, “La Casa de Wansee”. Mientras que con la primera película retrató la historia macro del nazismo, la persecución a los judíos y la Segunda Guerra Mundial, en este caso busca interiorizarse en la propia historia de su familia para ahondar sobre su identidad y aspectos de su vida que no fueron abordados previamente por silencios del pasado. Todo comienza cuando su hijo decide realizar su Bar Mitzvah sin haber practicado la tradición judía en su casa. Es así como la directora se pregunta sobre los orígenes religiosos de sus antepasados y lo que significó para ellos el judaísmo en el marco del advenimiento del nazismo y la asunción de Adolf Hitler al poder en Alemania. Si bien ellos tampoco eran practicantes, tuvieron que abandonar su país frente al peligro que representaba quedarse allí. La expulsión de su tierra natal, los viajes hacia distintos territorios para poder sobrevivir, los traumas que se pasan de generación en generación y cómo cada uno de ellos percibió las diversas situaciones son algunos de los tópicos que se abordan en este documental. A través de entrevistas a distintos familiares, sobre todo a su madre y tías, que de pequeñas vivieron estas mudanzas de país en país por el peligro que habían sentido sus abuelos, podemos ahondar más acerca de la vida personal de la directora. Es interesante ver cómo cada uno de los involucrados fue construyendo su identidad de una manera distinta y cómo, a pesar de tratarse de hermanas, presentan contradicciones a la hora de hablar de sus padres y abuelos en cuanto a su nacionalidad o si tuvieron que escapar de Alemania por el nazismo o si abandonaron el país por voluntad propia. También fueron diversas las secuelas que dejaron en cada una de las protagonistas, con creencias y modos de vida muy diferentes. Los testimonios están bien sustentados por material de archivo, de fotos y videos de la época y de las distintas generaciones. El relato en voz en off de la directora va agregando información a esas imágenes que por sí solas no cuentan mucho pero que con la narración permiten transmitir emoción y un contexto más completo. En síntesis, “La Casa de Wansee” es un relato intimista sobre la identidad y memorias de la familia de la directora. Si bien puede generar una identificación entre los espectadores, no busca contar la historia macro del pueblo judío expulsado de Alemania por el nazismo, sino simplemente tratar de responder preguntas personales. A través de los testimonios, el público no solamente puede emocionarse, sino también percibir la construcción del recuerdo, las contradicciones que puede presentar y dar cuenta de que todos vivimos situaciones que nos marcan de distintas maneras.
El título del segundo largometraje de Poli Martínez Kaplun (Lea y Mira dejan su huella) puede remitir equivocadamente a una casa en las cercanías de Berlín (y del famoso estudio Babelsberg), a orillas del lago Wannsee. Allí, en palabras de la propia realizadora, “se reunieron unos quince jerarcas nazis para decretar la solución final de los judíos”. En una corta escena al final de su documental se la muestra a ella visitando tan sombrío (aunque bello) edificio. Pero la casa del título es otra: la que era propiedad de Otto Lipmann, bisabuelo de Otto e importante filósofo y psicólogo, al que se lo ve en una antigua foto del año 1883, tomada con una de las primeras cámaras fotográficas comerciales. Según se indica, Otto tenía allí un importante Instituto de su especialidad (psicología laboral), habiendo fallecido en 1933. Fue un año trágico en Alemania y en esa misma época, su abuela Emily emigró. En el inicio del film, la directora asiste al Bar Mitzvah de Nicolás y expresa cierta sorpresa ya que la iniciativa de dicha celebración no fue de la familia, sino de su propio hijo. Ello explica que gran parte del metraje esté dedicado a reportear a las hermanas, incluyendo la madre, por tener posturas mayormente alejadas de la tradición hebraica. Las tres mujeres tuvieron una educación donde “la religión no era lo más importante, al punto que ni sabían lo que era un rabino”. Más aún, luego de emigrar Emily a Egipto (Alejandría), donde nacieron la madre de Poli (Helen) y sus dos hermanas (y tías) Katrin e Irene, arribaron a Argentina en 1949 con documentos en donde figuraban con religión protestante (una ley argentina de 1938, se indica, dificultaba el ingreso de judíos). Estudiaron en un colegio donde la religión preponderante era la anglicana, lo que las llevó a “hacer la confirmación”. Si bien hubo, debido a cuestiones económicas, un retorno de gran parte de la familia por un tiempo a Europa (Ginebra) en 1962, Helen no viajó y se casó con un hombre argentino de origen español. Al mediar el film comienza a tomar protagonismo la casa del título ya que la familia de Poli fue prácticamente obligada a venderla y emigrar, siendo adquirida por un nazi que nunca la pagó. Finalizada la Guerra y dividida Berlín, la mansión quedó del lado de Alemania Oriental, lo que impidió el reclamo de su devolución. Al caer el Muro, iniciaron las gestiones para su recuperación pero sin éxito por muchos años. Fue Helen, con escaso apoyo de sus hermanas, quien finalmente logró que fuera restituida a los legítimos herederos. Un dato importante es que deciden finalmente venderla y quien la adquiere es Norbert, primo de un amigo de Helen. Prototipo de muchos alemanes (no judíos) de posguerra, nos sorprende gratamente al hablar ante cámara afirmando que “los judíos formaban una parte imprescindible de la vida cultural y económica de Alemania”, agregando que “fue una catástrofe que la parte judía del país dejara de existir”. Además de vivir en “la casa de Wannsee”, Norbert expone en ella (como si fuera un museo, y en señal de respeto) fotos de Lipmann y otros objetos del Instituto de Psicología que allí funcionaba. Pero quizás lo más sabroso de la película tenga que ver con el tema de la identidad judía de Poli y su familia. Hay un momento muy interesante filmado en Madrid, donde reside la tía Irene, quien se confiesa católica, creyente y comenta lo contenta que la puso la primera comunión de su nieto Sebastián. Es curioso el contraste con la ceremonia religiosa del nieto de su hermana Helen. Esta última, también presente en la reunión en España, sostiene que la recuperación de la casa les permitió “cerrar un círculo y obtener un reconocimiento por parte de Alemania de todo lo que habían perdido”. Se trata de una afirmación que para algunos puede sonar controvertida, como también la diferente visión de ambas hermanas sobre si sus antecesores decidieron abandonar o tuvieron que huir de Alemania. En lo que sí ambas coinciden es que Emily era muy rígida y “prusiana”, y que se sentía muy alemana. Pero discrepan nuevamente en la forma en que sentía o no su origen judío, un debate que La casa de Wannsee plantea con inteligencia.
En “La casa Wansee” la directora Poli Martínez Kartun explora sus orígenes a partir de una minuciosa investigación en la que el pasado asociado al nazismo de su familia y una casa emblemática son solo el puntapié inicial para construir un apasionante y tenso relato sobre verdades y secretos velados.
Más que una casa, un hogar Este documental de motivación personal, le otorga a su relizadora, el regalo de encontrar algunas respuestas dejando atrás el silencio. Es muy interesante y motivador cómo logra avanzar y descubrir su propia historia, en lo que simula ser la construcción de un árbol genealógico, por lo que no es casualidad que un pariente de una nueva generación, recorra el mismo camino. La casa de Wannsee (2019) es una película escrita y dirigida por Poli Martínez Kaplún, cuyo disparador fue la decisión de su hijo de celebrar su Bar Mitzvah, a pesar que su familia nunca se definió como judía; sin embargo, este acontecimiento conduce a Poli a preguntarse ¿porqué? descubriendo así que la identidad judía atravesó profundamente su vida familiar, en especial a Otto, su bisabuelo, quien fue perseguido por el nazismo. Ochenta años más tarde, después de varias migraciones y exilios de la familia en Egipto, Argentina, Venezuela y Suiza, Poli decide volver a Alemania para conocer la casa de su abuela en la calle Wannsee, a pocos metros donde se decretó la Solución Final para todos los judíos de Europa. Luego de su ópera prima Lea y Mira dejan su huella (2016) la directora y guionista Poli Martínez Kaplún presenta su nueva película documental, sobre la identidad y la resiliencia, logrando transformar un trabajo meramente íntimo y familiar, en un documental que involucra al espectador casi sin que lo notemos, ya que sentimos la historia como nuestra, realmente logra traspasar la pantalla. Si bien la motivación es la inquietud de uno de sus hijos con respecto al judaísmo, en mi opinión creo que esas cajas cerradas que atravesaron océanos, kilómetros y tiempo, estuvieron intactas hasta tomar contacto con Poli como si la estuviesen esperando. Ese acercamiento entre ella y el contenido de las mismas, se constituyen en material de archivo, despertando esa curiosidad de descubrirse a sí misma y funcionando como motor para ir más allá en la investigación sobre sus raíces, ya que le otorgaron el empujón final para animarse a atender el llamado del pasado, a cumplir una misión tal vez de cerrar un círculo y así avanzar. Kaplún utiliza de manera extraordinaria todos los recursos, es un ejemplo de tomar bien cada decisión en cuanto a dirección y guion; buena elección que la voz en off sea la de ella y sus intervenciones funcionen, raro de ver en un documental, en donde el intento queda en otorgar todo el protagonismo al realizador, quitándole importancia a la historia, o que nos aburra por su monotonía y hasta molestando por el tono monocorde de lectura. Las tomas aéreas tienen una connotación poética, las fotos del pasado fusionándolas con las del presente responden a las similitudes que existen entre las diferentes generaciones de su familia, así y mismo los rollos de películas pertenecientes a una tradición familiar de registrar imágenes con lo que la directora se verá identificada; mostrar las diferencias de opiniones entre sus parientes nos hace sentir como en el living de cualquier hogar con momentos incómodos aunque genuinos, que nos invita a opinar y reflexionar con ellos, otro acierto de la directora puesto que la muestra humana. Después de dudar de la existencia de Dios, creencia de un familiar por permitir el holocausto... un bello árbol que fue testigo del pasado, se encuentra aún allí como guardián de esa casa, que no es sólo una casa, fue y sigue siendo el hogar de la familia, y claramente, desde el cielo, los antepasados de la directora que supo seguir ese impulso hasta álmico de conocer su procedencia, son los agradecidos por la paz que traspasa la pantalla.
Aunque apuesta en muchos casos por elementos, dispositivos y estructuras narrativas que a esta altura ya parecen fórmulas del documental, La casa de Wannsee - Memorias de una familia judía alemana no deja de ser una historia interesante y por momentos incluso apasionante. Está la directora como investigadora, el uso de la voz en off en primera persona, la utilización de fotos y filmaciones (home movies y de archivos generales) y la indagación en cuestiones familiares. El universo y el enfoque pueden ser similares a los de cientos de documentales de índole autobiográfica, pero el resultado es decididamente particular, único, inimitable. Todo comienza con un sorpresa, una revelación inesperada: el hijo de la directora decide hacer su Barmitzva. Todo bien, salvo que su familia nunca se había definido como judía, no había celebraciones tradicionales ni rastros de judaísmo en su formación. Conmovida por la decisión del joven, Poli Martinez Kaplun comienza a ahondar en las charlas con su madre y sus tías para luego ir cada vez más atrás y descubrir que, efectivamente, su bisabuelo Otto había sido un filósofo alemán judío y laico, perseguido por el nazismo. Y no solo descubre eso sino también la existencia de muchísimos registros fotográficos y fílmicos de una familia que se fue escindiendo -casi siempre por persecuciones- de Alemania a Egipto, a Venezuela, a Suiza y -claro- a la Argentina. Y allí aparece como punto de partida de toda esa diáspora, de ese constante exilio, la casa de la calle Wannsee a la que alude el título, ubicada a metros de donde se decretó la Solución Final para todos los judíos de Europa y casi pegada a lo que fue después el Muro de Berlín. Los múltiples relatos que se van hilvanando a partir de recuerdos que estaban tapados, las diferencias generacionales, los cruces entres distintos sectores de la familia, el tema de la culpa, el desarraigo, la represión, el miedo, las estafas sufridas y la obligación de mentir para sobrevivir son solo algunos de los aspectos que van surgiendo en esta narración sencilla, sin regodeos e inevitablemente didáctica que reconstruye una historia de olvido, dolor y resistencia. Tan personal en sus detalles como universal en sus alcances.
A partir de la decisión de su hijo mayor de tomar el bar mitzvá, Poli Martínez Kaplun se replanteó su vínculo con el judaísmo. La pregunta era por qué el chico había decidido atravesar ese ritual de iniciación si había recibido una educación laica y ninguno de sus padres se identifica como judío. La respuesta es La casa de Wannsee, una investigación de la directora sobre sus raíces familiares. Con cierto suspenso, el documental va rastreando lo ocurrido con esa identidad judía que parecía borrada y reapareció inesperadamente. Si una buena pintura de la aldea propia puede ser un retrato del mundo, las historias familiares tienen el potencial de reflejar una época. Es lo que ocurre con esta saga, un ejemplo de la disgregación -tanto geográfica como cultural- causada por el racismo. En base a entrevistas a su madre y sus tías, Martínez Kaplun desanda las sucesivas migraciones de su familia, que en 1936 se vio obligada a abandonar Alemania por el nazismo y, luego de sucesivas estancias en Egipto y Suiza, terminó ingresando a la Argentina en 1949. Pero al entrar al país, sus abuelos declararon que ellos y sus hijas eran protestantes. La causa: la Circular 11, emitida en 1938 por el canciller Cantilo durante la presidencia de Ortiz, que en la práctica impedía el ingreso de judíos al país. Parte del entramado es el litigio por la propiedad que le da nombre al documental y es la casa que la familia abandonó al huir de Alemania y fue usurpada por un nazi. Que está a unas cuadras del lugar donde se produjo la Conferencia de Wannsee que, en 1942, garantizó la implementación de la “solución final” para los judíos europeos. Con el apoyo de un extraordinario material fotográfico y fílmico de archivo familiar –el registro audiovisual parece la religión más genuina de este clan-, la película no sólo muestra la peregrinación de los Kaplun, sino también las consecuencias que tuvo en las relaciones personales y el proceso selectivo que hace la memoria. Cada miembro tiene una versión diferente de los hechos, como piezas de un rompecabezas que no terminan de encastrar.
La silueta de la casa familiar del psicólogo Otto Lipmann se asoma tras los árboles que crecen junto al lago Wannsee. Esa imagen de una casa que fue escuela de vanguardia, que fue apropiada por los nazis y luego asilo de la policía al este del Muro, es la que vuelve una y otra vez en el documental de Poli Martínez Kaplun, mientras ella viaja de Buenos Aires a Alemania, mientras recorre las viejas fotos de su familia y transita los esquivos misterios de su identidad judía. Si el punto de partida de la directora es la decisión de su hijo de hacer su bar mitzvah y recuperar el pasado de su bisabuela, el recorrido deLa casa de Wannsee trasciende lo íntimo para asumir lo político como impronta: dilucidar los enigmas de la huida de Emily Lipmann de la Alemania nazi, los porqués de su conversión religiosa, los interrogantes sobre su infancia y los silencios que marcaron su propia historia. Martínez Kaplun consigue deconstruir la memoria más allá de aquello que deja testimonio, y su estrategia es propiciar encuentros allí donde las cuentas parecían saldadas. Es un hallazgo el intercambio entre su madre y su tía en Madrid, cuando la identidad judía se expone en todas sus aristas, las culturales y las religiosas. Su cámara es testigo de una atmósfera que altera su ritmo, que entrecruza los presentes de esas mujeres, las decisiones de sus vidas, y habilita a repensar si podemos comprender quiénes somos sin saber de dónde venimos.
«La Casa de Wansee» de Poli Martínez Kaplún. Crítica.InicioDocumentales«La Casa de Wansee» de Poli Martínez Kaplún. Crítica. 1 agosto, 2019 Bruno Calabrese Un recorrido por los recuerdos y las secuelas que dejó el nazismo en una familia judia que vivió en permanente exilio. Un aporte más a la oferta de películas que abordan la cuestión de la identidad judía y su relación con el Holocausto Por Bruno Calabrese. La nueva película de Poli Martínez Kaplún («Lea y Mira dejan su huella») es un documental personal y un recorrido intimista por el pasado de la directora. Comienza con la decisión de su hijo de celebrar su Bar Mitzvah. La familia nunca se definió como judía, por lo cual la sorpresa es mayor. Esto conduce a Poli a comenzar a indagar como la identidad judia atravesó su vida y su raíz familiar. Otto, su bisabuelo fue perseguido por el nazismo. Ochenta años más tarde, después de varias migraciones y exilios de la familia en Egipto, Argentina, Venezuela y Suiza, Poli decide volver a Alemania para conocer la casa de su abuela en la calle Wannsee, cerca del lugar donde se decretó la Solución Final para todos los judíos de Europa. Todo comienza en Buenos Aires, con un Bar Mitzvah, y termina en las afueras de Berlín, a metros de una tumba. Entre la ceremonia de confirmación religiosa de un hijo y la visita a la última morada de un tío abuelo, la realizadora reconstruye el pasado familiar a partir de 1937, mientras Adolf Hitler se afianzaba como Führer y Europa se encaminaba hacia la Segunda Guerra Mundial. Entrevistas a distintos familiares nos permiten acercarnos y ahondar acerca de la vida personal de la directora. Las madres y sus tías, quienes fueron testigos cuando eran niñas de todas las mudanzas de sus abuelos, aportan los testimonios más duros y nos permiten ver las secuelas que dejó en cada una de las protagonistas, y como percibieron los hechos de distintas maneras, formando sus personalidades y creencias. El documental nos involucra en la historia y nos hace sentir parte de la misma. El descubrir el material de archivo y la forma en que el documental está narrado despierta en nosotros la misma curiosidad que siente Poli por su pasado familiar. La voz en off de ella y sus intervenciones funcionan de manera correcta y las tomas aéreas son hermosas, dándole el toque poético a la película. Muchos de esos recursos dan cuenta de la excelente mano de la directora en el rubro documental. «La Casa de Wansee» es un viaje hacia las secuelas invibles de la diáspora judía, que hilvana múltiples relatos basados en recuerdos que estaba ocultos. Es por eso que, a pesar de los innumerables documentales que se hicieron sobre el Holocausto, se hace atractivo y nos mantendrá atentos a cada escena, con la misma atención que prestamos cuando indagamos un arcón de recuerdos familiares. Puntaje: 75/100.
“LA CASA DE WANNSEE” es de esos documentales que se enmarcan dentro de un movimiento de búsqueda de la identidad dentro de la historia familiar, usando como disparador algunos elementos más típicos en donde anidan los recuerdos: fotos, grabaciones, documentos, diarios, todo permite ir rearmando el alma familiar de alguna u otra manera. Dentro de esta corriente, muchos directores toman su propia historia para ir de lo particular a lo general y algunos otros se quedan entrampados en un relato que si bien sirve de catarsis personal y de búsqueda privada, no logran transmitir el sentido de estructurar una obra que pueda trascender el mero ejercicio individual y de esta forma, impactar en el público, destinatario último de cualquier obra. El disparador que encuentra la directora, Poli Martínez Kaplun, es precisamente el momento en que su hijo mayor, contra todos los pronósticos y las tradiciones familiares, decide tomar el bar mitzvá. A partir de esa decisión de este ritual de iniciación, comenzará a circular en el entorno de la directora, un replanteo de lo que significa el judaísmo dentro de la familia, para ella y por supuesto, para sus hijos –que hasta ese momento habían recibido una educación laica-. Aparece, sin habérselo propuesto, una reestructuración de las creencias, un cuestionamiento de ese status quo familiar, que llena de preguntas y da origen al registro de esta búsqueda, canalizada por medio de este documental. Ese lazo con las tradiciones, la historia y los ancestros, que hasta el momento se encontraba completamente perdido y que aparece inesperadamente y se impone fuertemente en el presente de Martínez Kaplun. El nazismo invade Alemania, y la familia de la directora, como tantas otras familias de la época, deberá emprender un proceso de complejas y reiteradas migraciones en las que van perdiendo no sólo pertenencias materiales, sino que además pierden parte de su historia e inclusive, de su propia identidad. En muchos países, como ha sucedido también en Argentina, para poder ingresar deberán falsificar datos como su apellido, su nombre, la religión que profesaban o el lugar de procedencia: una puerta de entrada que recibe y que al mismo tiempo arranca parte de la historia a los inmigrantes. Entre otras cosas, cuando la familia de la directora huye de Alemania, el nazismo se apodera de su propiedad, que es la casa que justamente da título al documental, la que se encuentra muy cerca del lugar en donde en el año 1942 se llevó a cabo la Conferencia de Wannsee, en donde un grupo de representantes civiles, policiales y militares de la Alemania nazi, acuerdan sobre “la solución final a la cuestión judía” y fue el puntapié inicial para que los acuerdos allí consensuados, condujesen directamente al Holocausto. Si bien al documental le cuesta despegar del registro netamente familiar y que la mirada de la directora pueda salir del núcleo duro de la historia de su familia de origen y abrirla desde lo particular a lo general, el tramo más interesante del relato se encuentra en una entrevista con su propia madre y su tía, refiriendo a la figura de su abuela. La postura de Martinez Kaplun que deja fluir la cámara con muy pocas intervenciones, permite ver cómo cada uno de los actores de un recuerdo, recomponen, rearman y cuentan la historia desde el cristal sesgado de sus propias vivencias. Más interesante aún (aunque quizás la escena termine siendo un poco excedida en tiempo) es la intervención sobre el final del diálogo de las hermanas, del tío de la directora –marido de la hermana de la madre- que aporta justamente una mirada que quiebra y pone en crisis toda esa nueva construcción del relato familiar, con una fuerte toma de posición que es, en muchos puntos, opuesta a esa historia que parece imponerse. A pesar de estar filmada con una brillante dedicación en los rubros técnicos y con un hilo conductor que permite atravesar el relato como en una especie de intriga familiar, por momentos la propuesta de Martínez Kaplun se enfrasca demasiado en lo interno, en lo propio, sin poder despegar la mirada de los pormenores y sus vivencias individuales, lo que empobrece el relato cuando no puede abrirse a un concepto más global y abarcador que exceda la mera vivencia personal, sin que por ello no deje de ser interesante su planteo, sólo que demasiado centrado en sí misma. “LA CASA DE WANNSEE” se inscribe en este formato documental que parece respetar la reiterada receta de la voz en off, los recuerdos familiares, la historia de los abuelos y los descubrimientos a partir de un puñado de fotos y de objetos prolijamente desordenados. Al mismo tiempo que su trabajo queda atrapado en este arquetipo conceptual tan utilizado por varios directores del género en este último tiempo, Poli Martínez Kaplun, intenta despegarlo, cosa que logra sólo parcialmente, para una historia que sólo interesa efectivamente, en algunos tramos.
El subtítulo de este trabajo documental de Poli Martínez Kaplun es “memorias de una familia judío-alemana”. Y es literalmente autorreferencial pero a la vez una historia que enseña mucho acerca del pasado y el nazismo. Todo comienza cuando el hijo de la directora decide hacer su “Barmitzva”, aunque ella nunca se formo en la religión y la cultura judía. Sin embargo su familia tuvo una identidad judía que atravesó toda la historia familiar. Desde un bisabuelo, Otto, filósofo alemán laico perseguido por el nazismo hasta llegar a la casa de su abuela en la calle Wannseee, a pocos metros donde se decreto la “solución final” para los judíos de Europa y comenzó la más poderosa maquinaria de exterminio. Un camino de descubrimientos y resistencia, de materiales fotográficos y filmaciones que permiten hurgar en los orígenes, las circunstancias y los silencios familiares que nunca pueden ocultar realmente las verdades impiadosas. Y una muy buena reflexión sobre la resiliencia y la aceptación de nuestras raíces.
Historia de familia. Aparentemente íntima, con grandes y pequeñas anécdotas, pero en la que el espectador, aunque la directora no indague en profundidad en determinados conflictos, puede atisbar la Gran Historia. A partir de la pregunta de por qué uno de sus pequeños miembros realiza un Bar Mitzva (ceremonia religiosa judía) no siendo una familia religiosa, la narración se dispara hacia espacios y tiempos diferentes. Momentos en los que una familia de origen judío no practicante debe iniciar el exilio, esa suerte de despojo espiritual durante el cual va perdiendo recuerdos, objetos, relaciones, hasta llegar a integrarse a otras religiones por miedo a la persecución y a la muerte. Una multiplicidad de fotos, películas caseras, testimonios de parientes y amigos configuran la memoria de los Kaplun que llegaron a la Argentina en 1949, desde la Alemania en que Hitler era ya una amenaza. Lo hicieron pasando por Suiza, Egipto y desgranándose en otros familiares que quedaron en Venezuela o España, buscando simplemente un espacio de convivencia para trabajar en paz. PARA OBSERVAR Recuerdos de un filósofo (miembro de la familia) que fue perseguido, alejado de la cátedra universitaria y de su mundo de ideas y libros hasta morir joven, son momentos que pesan y forman parte de las raíces. Historia del desarraigo, del exterminio humano, de la locura del nazismo, de seres que inician la diáspora a veces definitiva. Volver a la casa de Wannsee en Alemania, el hogar que pasó a manos nazis y que es devuelto por el gobierno luego de más de sesenta años y pasa a ser un símbolo del reconocimiento de la usurpación y lo inexplicable. Muy cerca del hogar familiar, en 1942, funcionarios del Tercer Reich negociaron "la solución final" por la que judíos de Europa fueron deportados y asesinados. Hay temas que quedan en el camino, pero también testimonios familiares valiosos, reveladoras fotografías, hasta palabras que no se dicen pero expresan más que muchas confesiones que sobrevuelan el filme. Una película para observar y analizar, más allá de las bellas imágenes cristalizadas en fotos de una familia feliz, esa que con alegría decía en una de sus postales "Berlín era demasiado bella para ser real".
La Casa de Wannsee: Reviviendo la historia familiar. En este documental, la directora se embarca en el descubrimiento de su propia historia familiar y los lugares a los que llevó a su familia. Todos tenemos una historia que nos precede. Algunas son claras y felices, otras tienen giros tristes o, incluso, desgarradores. Y todos, absolutamente todos, tenemos parte de esa historia perdida en el tiempo, ya sea como resultado de mudanzas, fallecimientos o azar. En este caso, la directora y guionista de este film, Poli Martinez Kaplun, decide empezar a redescubrir la propia cuando su hijo toma la decisión autónoma de hacer el Bar Mitzva. Que en sí mismo es probablemente lo más normal del mundo. Pero el caso de la familia de la directora, ellos no son religiosos, según sus propias palabras. Y esta decisión tan aparentemente inocua es el punto de partida para ir desenterrando la historia familiar y ver, si es posible, dónde fue que su familia dejó atrás la religión. La narrativa es llevadera y nos traslada de un miembro de la familia a otro. Lo fortuito y agraciado es que varios de los miembros de la familia que vivieron la historia que se cuenta están presentas para dar su propia versión de los hechos y cómo ellos recuerdan a los que ya no están. Entre los puntos claves de la historia encontramos la partida de Alemania de la abuela de Poli, Emily, como resultado del incipiente nazismo. Su familia, cuya cabeza era su padre Otto Lipman, siempre fue muy amiga de la tecnología y, a diferencia de otras familias de la época, su narrativa esta acompañada de un montón de imágenes que narran la vida familiar, desde fotografías a videos caseros. Pero las cosas son lo que son y Emily decide emigrar a Alejandría por recomendación de un conocido que allí vivía. Es allí donde conoce a su marido y se casa, para luego necesitar emigrar una vez más a Suiza. Y luego una vez más a Argentina, dónde gracias a un diario descubrió que tenía familia. Y así una o dos veces más, que la llevan de vuelta a Europa a Emily, su marido y dos de sus tres hijas (la del medio se había enamorado en Buenos Aires). Es entre idas y venidas que vemos cómo esta familia lo ha ido teniendo que dejar todo una y otra vez, sin ser víctimas directas de las guerras pero siendo afectados por las mismas de todas formas. Teniendo que moverse porque es necesario y porque, a diferencia de otros, pueden hacerlo. Cómo suele ocurrir, hay cosas que se deben dejar atrás para avanzar. Y el punto que le da título a esta historia es la gran casa familiar que Otto Lipman tenía en Alemania y que Emily debió vender para irse, a menor precio y sin nunca recibir el pago por la misma por el hombre que la «compró». Este es el punto que le da nombre a la historia de la familia Kaplun. La lucha de Helen y sus hermanas, las hijas de Emily, para recuperar la casa luego de la caída del muro. Y no es fácil, porque hay quienes creen tener derecho a la misma y quienes creen que quizá es mejor rendirse. Es una historia distinta en relación a lo que estamos acostumbrados cuando hablamos de familias que emigraron por el nazismo. Es incluso muy interesante verlos debatir sobre si fueron perseguidos o no, que si sufrieron por ser judíos o no, que tal miembro de la familia nunca se sintió despreciado por eso o no. Los puntos de vista son muchos y las conclusiones a las que llegan son varias. «La casa de Wannsee» fue testigo de una de las épocas más negras de la historia y ahora es una vez más el hogar de alguien, devuelta a su antigua gloria por las personas que la compraron luego de que los Kaplun la recuperaran (ya que, a pesar de todo, ninguno volvió permanentemente a Alemania). Pero incluso el nuevo dueño, según vemos, le hace honor a las personas que allí llevaron una vida más que plena y definitivamente de avanzada, especialmente si consideramos que Otto Lipman era un psicólogo con una escuela propia e investigadores en la temática. Junto a la directora, no solo vemos su historia familiar, sino la de la zona de la casa y la historia que afecto al mundo. Hay mucho que contar y lo hace con mucha curiosidad y cariño familiar, incluso cuando va descubriendo cosas que, a pesar de bien sabidas, son difíciles de aceptar. Este documental apunta a un punto de vista distinto: no es una historia dramática en el sentido de que todos mueren trágicamente. Es dramática en un formato más real, más del día a día si se quiere, y muy atrapante.
Es una coincidencia casi cósmica que en la misma semana se estrenen dos documentales que aborden la temática de la identidad familiar y la exploración del pasado en busca de respuestas. Ya hablé previamente de Esa película que llevo conmigo, y ahora es el turno de La casa de Wannsee, de Poli Martínez Kaplun. La edad y la experiencia separan a las cineastas, siendo Poli la que despierta una búsqueda más apasionante, ya que su propio retoño genera un estallido que intenta resolver en este cálido documental.
La historia de la película comienza cuando el hijo de la directora decide hacer su Barmitzva. Lo curioso es que él nunca tuvo que ver con la religión judía. Su familia nunca se definió como judía y no hay rastros de judaísmo en su educación. Sin embargo, la decisión de su hijo la hace preguntarse sobre sus orígenes. Cómo toda gran historia, el comienzo es un enigma sorpresivo que lanza la acción hacia adelante. Así la realizadora comienza una búsqueda de la historia familiar y descubre que la identidad judía atravesó profundamente sus vidas. Revisa los álbumes de fotos y las películas 8 mm donde aparecen las imágenes de principio de Ochenta años más tarde, después de varias migraciones y exilios de la familia por todo el mundo, la directora decide volver a Alemania para conocer la casa de su abuela en la calle Wannsee, a pocos metros donde se decretó la Solución Final para todos los judíos de Europa. No hay historia más apasionante que la de la búsqueda de la identidad, las respuestas que están dispersas a lo largo de varias generaciones, en distintos países, con diferentes contextos. La película los une y posee una humanidad que conmueve en cada escena.
Rigurosa búsqueda de una identidad presentada con calidez y ameno ritmo narrativo La necesidad interna de tener una identidad religiosa definida asaltó al hijo, que en ese entonces tenía trece años, de la directora Poli Martínez Kaplun y, con este argumento inicial, da rienda suelta a los deseos propios de recorrer su árbol genealógico poco explorado para saber el porqué de semejante inquietud del chico. La realizadora proviene de una familia europea muy particular qué, como tantas otras, vivieron del otro lado del océano Atlántico en los años previos y durante la Segunda Guerra Mundial, para culminar, gracias a la diáspora, siendo ciudadanos del mundo, pero de ningún lugar específico. Dejando de tener patria y religión. No por ser sus deseos, sino para poder salvarse del régimen nazi. Esta motivación espiritual del hijo de querer hacer su Bar Mitzvá, sin que nadie influya sobre él, ya que no tiene familiares que profesen la religión judía, pese a que los ancestros sí lo fueron, incentivó a su madre a indagar, investigar y hurgar en las aguas más profundas de sus orígenes. La trama del documental se basa en eso. Poli se coloca frente a cámara y entrevista a su madre y a sus dos tías, incluso una de ellas que vive en España. Mediante el relato de las tres hermanas, junto a fotos en blanco y negro que tienen cien años, o más, con el agregado de filmaciones caseras, cartas, documentos, etc., logra reconstruir un pasado ignorado por ella y, en parte, guardado en un rincón del alma por las mujeres nacidas en Europa. Ellas provienen de una familia judeo-alemana que debieron huir de las persecuciones. Y no sólo eso, también se hicieron conversos religiosos para poder sobrevivir. El film tiene un ritmo ameno que no aburre, y una musiquita agradable en ciertos pasajes que le da calidez a la narración. Porque a la directora le interesa contar y divulgar su propia historia con una uniformidad de criterio estético y fílmico, para que, de esa manera, apartarse bastante de otros documentales nacionales que encaran una tarea similar a ésta, sobre la de tratar vínculos familiares complicados, pero que terminan siendo unas aburridas obras de auto ayuda dejando afuera del tema a quienes sostienen todo esto, que son los espectadores. El relato es cronológico, desde los primeros nombres familiares hasta la actualidad. No sólo recurre a archivos sino que el equipo de filmación se traslada a Madrid y Berlín para obtener las pruebas en primera persona. Incluso llega a la casa que da nombre a la película, que tiene su otra historia, y sirve para cerrar el círculo familiar abierto durante décadas, como así también para saber quiénes son finalmente y que el periplo haya valido la pena.
El documental muestra las inquietudes que tienen ciertas personas cuando buscan su identidad y sus orígenes. En este caso nace la curiosidad cuando el hijo de la directora se identifica con la religión judía. Ahí comienza la investigación en la que encuentra documentos, fotos de 1885 y otros años, filmaciones, los viajes que realizó toda su familia, hechos y situaciones históricos que le sirven para reencontrarse con el árbol genealógico de una familia judía alemana y su interior.
por Delfi Quiquisola “Las raíces de una familia en las estructuras de una casa” Poli Martínez Kaplun decidió llevar a cabo un viaje hacia el corazón de su familia, hacia los inicios cargados de posibles explicaciones sobre el presente. A través de una gran cantidad de registros conservados (fílmicos, fotográficos y escritos) la autora emprende este gran recorrido ancestral. La Casa de Wannsse (2019) es un documental que inicia desde el presente y termina en los orígenes. Poli M. Kaplun, comienza a sentir la necesidad irremediable de investigar sus raíces religiosas cuando su hijo, criado por padres no practicantes, decide celebrar su Barmitzva al cumplir los 13 años. ¿De dónde nace esta afección al judaísmo si ella nunca lo acercó a la religión? Esa pregunta será la brújula que guiará el rumbo del viaje de la directora. Mediante entrevistas a sus propios familiares, y por consecuencia, su accesibilidad a un gran repertorio documentos; Kaplun amplía su conocimiento sobre la casa en la que nacieron su abuela y tío abuelo. Ubicada en Gross Wannsee, la residencia familiar atravesó tanto momentos llenos de vida, como sucesos oscuros que marcaron la historia de la humanidad. Quienes la habitaban, fueron forzados a no arraigarse a las paredes de un hogar en un único lugar del mundo. La familia Lipmann debió encaminarse en un exilio permanente, criando a sus hijos como ciudadanos del mundo y despidiéndose de la casa que había sido construida por el mismo Otto, bisabuelo de la directora. El amplio repertorio de material conservado y la manera en las que son expuestos en el film, transmiten desde el primer minuto la transparencia y honestidad que se desprende de la historia que Martínez Kaplun decide compartir. Los lugares elegidos para llevar a cabo las distintas entrevistas, no cumplen el simple rol de ambiente, sino que se suman al alma de quienes decidieron exponer su pasado y nos adentra en su presente cargado de las marcas familiares. "La Casa de Wannsse es importante en muchos niveles. Al ser testigos de esta historia de antepasados, no sólo nos adentramos en la particular experiencia de vida de quienes sufrieron las sombrías consecuencias de la Alemania Nazi; sino que además entendemos mecanismos, muchas veces ignorados, del funcionamiento de las personas: La negación de la identidad por temor, las posturas que pueden tomarse frente a los duros sucesos de la vida y los diversos matices de recuerdos de quienes compartieron un mismo hogar o un mismo árbol genealógico." Calificación: 8/10 DIRECCIÓN Y GUION: POLI MARTINEZ KAPLUN PRODUCCIÓN EJECUTIVA: MARCELO CESPEDES Y POLI MARTINEZ KAPLUN SUPERVISIÓN ARGUMENTAL: ESTEBAN STUDENT DIRECTOR DE FOTOGRAFIA Y CAMARA: JAVIER MIQUELEZ Y HERNÁN MENÉNDEZ MONTAJE: ERNESTO FELDER (SAE) Y MIGUEL COLOMBO (SAE) COORDINACIÓN DE PRODUCCIÓN: MARIANA MARTINEZ SONIDO: LUCHO CORTI MÚSICA: CESAR LERNER CON EL APOYO DE : MECENAZGO, LUCAS WERTHEIN, NORA ACRICH, CARLOS WINOGRAD LARGO DOCUMENTAL DURACIÓN: 70 MIN
Durante gran parte de su historia, el cine reflexionó acerca del genocidio nazi y sus consecuencias, en valiente ejercicio que nos permite comprender las causas que posibilitaron semejante barbarie. A lo largo del siglo XX, los exponentes han sido de lo más variados. Durante los años ’20, el expresionismo vanguardista profetizó acerca de la llegada al poder del nacionalsocialismo augurando tiempo oscuros por venir en la pluma de algunos de sus más destacados teóricos (Siegref Kracauer, Lotte Eisner), con miras a desnudar ciertas falencias de una sociedad destinada a sumirse en la barbarie. Luego, durante los años ’30, Leni Riefensthal se convirtió en la realizadora cineamtográfica partidaria al régimen nazi por excelencia, realizando un cine de partidarismo político que ensombrecia, bajo su condenable lema demostrable en “Olympia”, un excelso uso del lenguaje audiovisual. Más de 70 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial nos encontramos con Poli Martínez Kaplún rastreando las raíces recientes de un pasado doloroso. Fotos de familia y registros en película -que datan de la década del ’40- se conforman como valioso testimonio de este documental que pretende, entre otros propósitos, definir al judaísmo y comprender la razón de ser de sus antepasados familiares. Sus abuelos vivieron en Rusia, Alemania, Egipto, Argentina y Suiza. Sus rastros podemos comprobarlo en imágenes de archivo que se concatenan desde su infancia. De esta forma, la directora descubre sus genes, su linaje y un pasado estigmatizado, perserguido, segregado, avasallado. Su madre huyó de Alemania, y la memoria cinéfila nos lleva a pensar que muchos realizadores también escaparon del oprobio nazi para germinar cinematográficamente en Hollywood: desde Fritz Lang a Robert Siodmak. El paralelismo encierra una profundidad discursiva más grande todavía. Comprender la idiosincrasia de un pueblo es, también, reflexionar acerca de los motivos que generan esta negación al dolor, por parte de aquellos quienes sobrevivieron al exterminio. Lo abominable y el horror. En “La Casa de Wannse” nos percatamos que escapar y elegir el silencio son dos formas válidas para protegerse contra el dolor. La concreción de este documental también es una forma de honrar los antepasados y comprender que la historia universal que atraviesa la película, como un mal atávico y propagado por tan diversas geográficas, es la discriminación a todo aquel ‘diferente’, según la errónea óptica todo aquel que se crea superior en cualquier aspecto. Tal pensamiento retrogrado nos interpela todos por igual.