Ella El segundo documental de José Luis García, La chica del sur (2012), recupera como lo hizo en el 2006 con Cándido López (Cándido López: Los campos de batalla), a dos “personajes escondidos en la Historia” según palabras del propio director. En esta oportunidad se ocupa de una joven pacifista coreana que en el año 1989 cruzó la frontera desde Corea del Sur a Corea del Norte para comenzar una acción a favor de la reunificación del país. Como si de una fuerza poderosa se tratase, el director y también en parte protagonista del film, se fascina con la figura de esta mujer. Es así que una vez presentada como ícono de una protesta política a través de imágenes documentales grabadas en VHS por él mismo, García viaja a Corea veinte años después para poder conocerla personalmente y registrar ese encuentro. Es aquí que el film comienza a adquirir insospechados momentos, porque la relación con esta endiosada dama no resulta a la altura de las expectativas. De hecho, muchos de estos encuentros transcurren con tropiezos, con climas por momentos tensos, donde el rechazo y hasta el hartazgo de ella de ser (per) seguida por las cámaras determinan el rumbo de la “historia”. Una nota sobre este film apenas puede acercarse a él, porque el material que registra García no sólo nos permite conocer a un personaje ciertamente notable y mostrar un momento histórico particular desde la historia de esta mujer, La chica del sur también es un documental sobre su propia realización. El recurso de narrar el film en primera persona propone al espectador una cercanía que va in crescendo pero también nos ayuda a seguir de cerca su recorrido y articular significar las imágenes (si bien muchas hablan por sí solas). El documental de García tiene escenas casuales, impredecibles. El acontecer de su realización es lo que marca el camino a seguir desarticulando cualquier posible predicción. El resultado de esto es el de despertar emociones distintas en el espectador: por algunos momentos de empatía hacia el director, por otros de bronca hacia ella. Pero aunque se puede pensar en un montaje con intenciones dramáticas, está clarísimo que la manipulación aquí es escasa y que hay más transparencia que la que el director quizás hubiese deseado. O tal vez sea también esta otra forma de manipular, nunca se sabe. Documentales como este renuevan y cuestionan el género. Permiten al espectador preguntarse sobre los límites o los poderes que tiene una cámara, y hasta dónde se puede continuar filmando sin repercutir en la persona o bien en el objeto a documentar.
La flor, su aroma y sus espinas Un viaje inesperado llevó a José Luis García a participar del Festival Mundial de Jóvenes y Estudiantes, evento financiado por la Unión Soviética y realizado en la ciudad de Pyongyang, Corea del Norte, en el año 1989. Quién originalmente debía viajar era su hermano, que por cuestiones personales no pudo hacerlo y le cedió su pasaje. El lema del festival era “¡Por la solidaridad antiimperialista, la paz y la amistad!”. Allí, distintas delegaciones socialistas del mundo se manifestaron en contra de la división del territorio Coreano, acontecimiento que García pudo captar con su cámara Super VHS y cuyas imágenes constituyen la primer parte del documental...
Reconstrucción de un amor En julio de 1989, algunos días después de la masacre de Tian’anmen y pocos meses antes de la caída del Muro de Berlín, el fotógrafo y cineasta José Luis García viajó de casualidad (el invitado original era su hermano, militante de izquierda) a participar de un festival internacional en Corea del Norte financiado por la Unión Soviética para demostrar que el comunismo no era tan cerrado a los extranjeros como se decía. García filmó aquel viaje con su cámara Súper VHS y quedó conmovido por la historia de una joven de Corea del Sur que, desafiando al gobierno de su país, viajó al evento para desplegar un avasallante y conmovedor discurso pacifista y pro-unificación. En principio, hay que decir que las imágenes que consiguió el por entonces jovencísimo cineasta son muy logradas y elocuentes (como curiosidad: en la comitiva argentina aparecen desde Eduardo Aliverti hasta el actual ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi), así como de una calidad técnica insólitamente buena teniendo en cuenta el dispositivo utilizado y el paso del tiempo. Pero García no se quedó sólo en eso: con la ayuda de un amigo coreano, contactó a la hoy docente universitaria y viajó a Seúl para su re(encuentro). Lo que sigue es una apasionante historia de vida. La muchacha pasó tres años en la cárcel cuando regresó a su país y luego perdió un hijo. No conviene adelantar más, pero el film tiene reservadas unas cuantas sorpresas. Al revés que en Cándido López, los campos de batalla, aquí García aparece muy poco en pantalla ("utiliza" a su amigo coreano como personaje), pero -en una escena esencial, tragicómica y absurda- es "obligado" por la protagonista a ubicarse en el centro de la escena mientras sólo atina a balbucear unas frases con un vaso de whisky en la mano. El realizador logra trascender las fórmulas ya muy transitadas del documental basado en la idea del regreso a un lugar que fue importante en el pasado para ver qué es de la zona y de su gente hoy. La chica del sur es una pequeña historia de amor y dolor, un film autobiográfico, un documento político, una mirada sociológica y un ensayo sobre al fin de las utopías (ideologías) y el paso del tiempo, Con un excelente trabajo de edición y con el aporte de Jorge Goldemberg en el guión, García -ganador del Premio del Público y uno del jurado en el último BAFICI- logra durante casi todo el relato combinar con armonía los diferentes materiales, los distintos tiempos y las múltiples aristas de la historia. Sin dudas, una gran película.
El film de José Luis García es una interesante producción sobre la búsqueda y posterior reunión con una ex joven revolucionaria de Corea del Sur.La película es una mezcla entre road movie y película autobiográfica, en la que se ve todo el trayecto realizado desde que el director conoció a Lim Sukyung en 1989 cuando la joven cobró renombre internacional al cruzar la frontera de Corea del Sur para llegar a su vecina del Norte, y en el contexto de un festival estudiantil, reclamaba la reunificación de las dos Coreas. El film, que fue ganador el Premio del Público en la última edición del BAFICI, cuenta con bastante material de archivo, lo que permite ver a la distancia el gran coraje y carisma que tuvo la protagonista en su juventud, en un gran trabajo de edición y montaje del director y los productores, que buscaron tapes, imágenes y audios de la época. Finalmente, más de 20 años después de su primer encuentro con Lim Sukyung, José logrará dar con ella, y se producirá la esperada reunión entre los dos, siempre con la presencia de Alejandro Kim, un traductor de coreano-español que ayudó en toda la investigación del director y colaboró en todo el film. Además García consigue que la película entretenga a lo largo del relato y sus diferencias culturales y discursivas con Lim Sukyung son entretenidas, ya que ella no le hace fácil la tarea de registrar su vida o sus pensamientos. Es muy interesante ver que pasó con esa joven enérgica y idealista tantos años después. Y cómo será su singular vínculo con la Argentina hacia el final de la película. El film tiene incluso un interés educativo, ya que explica a grandes rasgos las diferencias entre las dos Coreas e introduce el conflicto y la relación que mantienen hoy en día el Norte y el Sur, al tiempo que revela determinadas cuestiones sobre la cultura, identidad y política de estos países. Una original producción que vale la pena ver para repensar las perspectivas políticas y culturales históricas y contemporáneas, a la vez que refleja la particular historia de vida de una mujer idealista que enfrentó el poder y las consecuencias de su utopía.
Mucho más allá de la historia La chica del sur es una de esas raras y maravillosas cajas de sorpresas en las que ponerse a detallar argumentos o excusas resulta demasiado pobre. Que se trate de un documental no deja de sumarle capas al misterio. ¿No se supone que el documental es esa forma del cine que se preocupa (casi exclusivamente) por capturar eventos reales, en los que proverbialmente el contenido le pasa el trapo a la forma? No. El documental, como el cine mismo, tiene formas nuevas e infinitas y La chica del sur entra en una cada vez más frecuente: la del documental en primera persona, sumado al de exploración y regreso a un pasado lejano. Otra de las grandes sorpresas de esta película radica en que el énfasis en la forma no conduce en ningún momento a territorios abstractos, sino que se vale de formas narrativas clásicas para contar una historia que se va doblando a medida que se desarrolla y que atrapa de una punta a la otra. La película se divide claramente en dos partes. La primera está compuesta exclusivamente por material de archivo, la mayoría registrado por el propio José Luis García hace más de 20 años con una cámara casera de la época. Con voz en off del propio director, esta parte narra una historia personal y a la vez colectiva: en 1989 el propio García asistió (casi por casualidad) a un Congreso de la juventud comunista en Corea del Norte. El momento histórico era especial: entre los sucesos de la plaza de Tiananmen y la caída del Muro, todo el mundo comunista temblaba. García (muy joven en aquel entonces) se dedica a registrar su viaje por Corea y de a poco, de formas indirectas -como por ejemplo a través de la televisión- se entera de que una conmoción sacude Pyongyang al conocerse la información que una joven estudiante de Corea del Sur logró atravesar todos los bloqueos de su país (a través de una serie de viajes en circunferencia) para aparecer en medio del Congreso y hacer un llamado por la paz y la reunificación. Así, instantáneamente Im Su-kyong se convirtió en un símbolo complejo y esperanzador. Encabezó una serie de actos, habló, dio entrevistas y, rodeada de medios de comunicación, cruzó la frontera de nuevo hacia Corea del Sur y fue arrestada en el momento. Fascinado por este personaje, García volvió a la Argentina y nunca más tuvo noticias de ella. Veinte años después (dos décadas en las que la idea una y otra vez rondaba su cabeza), el director decide finalmente revisar todo el material que tenía archivado de aquel viaje e intenta darle una forma. Mientras, el proyecto se va desarrollando, bsuca contactarse ya en la era globalizada con Im Su-kyong, allá lejos, en Corea del Sur. La cámara y la voz de García van narrando también estos intentos (frustrados, a veces más exitosos, siempre complejos) hasta lograr conseguir el email de La Chica del Sur. Comienza entonces un proceso de negociación, un viaje, una entrevista que exigió un viaje al otro lado del mundo y después otro más. De por sí la historia era fascinante y toca más de un tema: el paso del tiempo, el fin de las utopías, etc. Pero el gran logro de José Luis García no es simplemente haber intuido ese potencial. Su gran logro es haber conseguido, a través de la narración de esta historia que se roza con los grandes momentos de la Historia, una infinidad de momentos inesperados, mágicos, saber presentar por lo menos tres personajes encantadores y difíciles, entre los que se encuentra él mismo, aunque intente esquivar su presencia frente a la cámara y envolvernos en una película que pasa de interesante a frustrante, a cómica y a terrible. Gran cine.
La búsqueda imposible A contramano del gran consejo Jamás hay que volver a los lugares en los que uno fue feliz , en La chica del sur José Luis García intenta regresar no sólo a un lugar, sino a una persona deslumbrante, a un momento histórico cargado de utopías e incluso a la juventud propia y ajena. Tarea ardua, maravillosa, temeraria, inevitablemente frustrante, como lo muestra -o mejor: como lo hace sentir- la película. Durante la primera media hora vemos, en filmaciones que el realizador hizo en 1989 en Súper VHS, la autocelebración de un universo a punto de desaparecer. García había viajado al Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, organizado por la URSS en Pyongyang, Corea del Norte, poco después de la masacre de Tian’anmen (China) y poco antes de la caída del Muro de Berlín: sitio y tiempo exactos para registrar el último fulgor de un sueño colectivo. En la barbada delegación argentina observamos, entre otros, a Eduardo Aliverti y al ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi. La excelente edición y la voz en off -actual- de García le dan a este material histórico, nada solemne, una enorme plusvalía, que no se la apropia el director sino que la reparte entre los espectadores. La súbita aparición de una joven surcoreana con un mensaje reunificador -que debió dar la vuelta al mundo para cruzar la frontera- se convierte, a partir de aquel lejano ‘89, en centro y eje narrativo. En la primera parte, García nos muestra la conversión de ella en un mito. Luego, tras una elipsis que se devora dos décadas, nos transmite su obsesión por saber qué fue de la chica y acaso de él: motor de una travesía geográfica y anímica. En empática primera persona, detrás de un personaje fuerte y esquivo, García usa el suspenso, la agudeza y la duda para trabajar en varias capas de sentido. Hasta pone escena sus dudas y limitaciones: una prueba, voluntaria o involuntaria, de su inteligencia.
Presentado en el Bafici de 2012, donde consiguió el premio del público, éste es uno de esos films que permanecen en la memoria del espectador, que con el tiempo redescubre las muchas capas de un relato tan complejo como fascinante. Claro que, más allá de su perdurabilidad -un valor del que no muchas películas pueden presumir-, el impacto de este documental es inmediato. Seguramente porque en el centro del relato se unen la experiencia personal de su realizador y una historia más amplia, que empieza siéndole ajena, pero que gracias al material conseguido y un cuidadoso trabajo de guión y edición termina siendo tan cercana como emocionante. Un recorrido que abarca las ilusiones de la juventud, las rigideces de la madurez y el final de las utopías como epidemia mundial. Todo comienza en 1989, con un viaje que el director, José Luis García, emprende hacia Corea del Norte para participar del XIII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Al encuentro, organizado por la Unión Soviética, debía ir el hermano militante de izquierda del entonces estudiante de cine, que por una serie de casualidades termina volando hacia el exótico destino armado con una cámara de video prestada y más de un preconcepto sobre lo que se iba a encontrar en Pyongyang, capital del país asiático. Gracias a una aguda y precoz capacidad de observación, el realizador de Cándido López, los campos de batalla consigue retratar los últimos meses de un mundo que ya no existe con los jóvenes reunidos en pos de un mundo mejor, intentando arreglar los conflictos internacionales de sus respectivos gobiernos. Lo que podía quedar en documento político/turístico y retrato de época (con la curiosa aparición en cámara de unos jóvenes Hernán Lombardi y Eduardo Aliverti) deviene en exploración íntima cuando García se entera de la historia de Lim Sukyung, una joven activista de Corea del Sur que llega al encuentro luego de dar la vuelta al mundo para terminar al norte de la frontera de su propio país. Encargada de abogar por la reunificación de las dos Coreas, territorio dividido y enfrentado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la chica del sur del título representa todas las esperanzas de conseguir un futuro más pacífico -mejor- además de un misterio que las imágenes captadas por García y su propio relato insinúan desde el comienzo. Con una sonrisa y la valentía prendida en el ojal, la mujer se propone cruzar una de las fronteras más vigiladas y militarizadas del mundo, un gesto que puede costarle la vida, pero que resulta en un encarcelamiento de tres años apenas pone pie en su lado del mundo. MUCHO MÁS QUE PASADO El acertijo de "la chica del Sur" impulsa la curiosidad del director, que veinte años después la recuerda y se propone encontrarla con la asistencia de su amigo y traductor Alejandro Kim, que rápidamente se transformará en otro fascinante personaje del film cuando ambos viajen a Seúl para insistir en la búsqueda de la elusiva Lim Sukyung. Perseverancia por parte del realizador y resistencia del lado de su protagonista que le darán una inesperada tensión al film. Es que junto a la exploración de los contrastes culturales, García también tiene que lidiar con un "objeto de estudio" muy poco dispuesto a serlo. Una persona que en la madurez es aun más misteriosa que en los tiempos de su juventud, alguien que carga sobre sus hombros con la desesperanza de lo que no fue y no sólo en el mundo, sino en su propia vida. Un reflejo imperfecto en el que se mira el director y por extensión los espectadores.
Maravillosa libreta de apuntes hecha cine La obsesión del director con una chica coreana que conoció en su juventud lo lleva de nuevo al país asiático, hasta que finalmente ella acepta ser entrevistada en la Argentina. Entonces, la película encuentra un final tan bello como inesperado. En El traje nuevo del emperador, Hans Christian Andersen contaba la historia de un par de sinvergüenzas que engañaban al monarca vendiéndole un traje invisible que tenía la supuesta ventaja de poder ser visto sólo por personas inteligentes. La prenda, decían los ingeniosos estafadores, sería muy útil a un estadista, ya que le permitiría discriminar cuál de sus ministros y súbditos eran poseedores de una capacidad mental digna de un hombre poderoso como él. En realidad, el fabuloso traje no era más que un truco para aprovecharse de un rey cándido que, con tal de no pasar por tonto, aceptó pasearse por su reino en ropa interior sin que nadie, por temor a ser tomado por imbécil, se atreviera a decirle que en realidad iba desnudo. En La chica del Sur, su segundo largometraje luego del impecable Cándido López. Los campos de batalla (ambos documentales), el director José Luis García anda desnudo gran parte de la película pero, a diferencia del emperador, es lo bastante perspicaz como para notarlo y compartir con el público la sorpresa de descubrirlo. Esa desnudez, que no es física, sino más bien emocional, íntima y de algún modo también cinematográfica, es entonces, aunque no lo parezca, el verdadero tema de este documental. La chica del Sur comienza con imágenes grabadas en VHS por García, durante un congreso de juventudes socialistas de todo el mundo realizado en 1989 en Pyongyang, organizado por el Partido Comunista que gobierna Corea del Norte desde el final de la guerra que partiera en dos a ese país, a mediados del siglo pasado. El encuentro, al que el director asiste en lugar de un hermano, tuvo lugar poco antes de que la caída del Muro de Berlín marcara la por entonces indiscutible supremacía del capitalismo. Su cámara registra las actividades de las delegaciones, que al mismo tiempo realizaban las tradicionales reivindicaciones del socialismo e ignoraban los trágicos hechos ocurridos pocas semanas antes en la plaza Tiananmen bajo un régimen comunista. Aunque el joven García aún se encuentra lejos de pensar que ese material será parte de una película, una prolija belleza revela que la mirada cinematográfica ya habitaba en él al filmar esos videos, que por entonces sólo eran el registro de su paso por Corea del Norte. El estado de esas imágenes de VHS que ya tienen casi 25 años es impecable y hacen gala de una claridad y una calidad pocas veces vista en cine. Entonces aparece Lim Sumkyung, una muchacha de Corea del Sur que milita en una agrupación que lucha por la reunificación coreana, quien llega al norte luego de atravesar ilegalmente la frontera más militarizada del mundo. Su ingreso en la película es pura energía: el congreso empieza a girar en torno de ella y sus apariciones públicas pidiendo por la reunificación. Todos se enamoran de Sumkyung, incluido el joven García: la forma en que su cámara la busca es suficiente evidencia. Tanto que, a pesar de partir pocos días después hacia Buenos Aires, se obsesionará con ella hasta concretar el proyecto de reencontrarla dos décadas después. El director vuelve a Corea, esta vez al sur. Sin saberlo bien, va en busca de una mujer que no es otra cosa que la idea de un pasado que tal vez no exista más que en su cabeza (o en su corazón). A partir de ahí, irá montando su película frente al público, como si se tratara de una reality movie. Pero con una pericia que convierte a esos cuarenta minutos en los que corre tras una Sumkyung adulta y con pocos deseos de regresar a su juventud (y menos de exponerse ante un extraño llegado de ese país cercano al Polo Sur), en una maravillosa libreta de apuntes hecha cine. La obsesión del director es entrevistar a Sumkyung y con eso cerrar su película. Y lo inesperado ocurre cuando ella viaja a la Argentina para, entre otras cosas, permitir que García la entreviste. Sorpresivamente, ese encuentro es puesto en escena de un modo convencional, que contrasta en su encuadre casi amateur con el rigor con que García llegó hasta ahí. Algo no está bien y cuando el director hace su primera pregunta, la película colapsa. Sumkyung, enojada por lo que considera una pregunta burda, toma las riendas de todo en una escena tan tensa como cómica, en la que parece ser ella quien dirige y García, delante de cámara, queda desnudo. Como el emperador. A diferencia del personaje del cuento, el director se atreve a exponer su desnudez, consciente de ella, y esa escena que podría haber significado el fracaso, se convierte en el punto de giro definitivo, el clímax de una película que en sus últimos diez minutos encuentra, donde nadie lo buscaba, un final inesperadamente bello. Como en su primera película, fue necesario que García viajara lejos, en tiempo y espacio, para que el cine encontrara una voz en él. Y de paso, tal vez, encontrarse un poco a sí mismo.
Un corazón roto y una cámara Súper VHS. José Luis García se llevó esas dos cosas para emprender un viaje inesperado a Corea del Norte allá por el 1989. Allí conoce y se enamora (en el sentido más puro de la palabra) de una joven manifestante, esta chica del sur, Lim Su-kyong, que manifiesta a favor de la Reunificación, para poder viajar de Corea del Norte a Corea del Sur sin tener que hacer escalas en otros países. A partir de ahí, lo que va a hacer el realizador es seguir los pasos de la “Flor de la Reunificación” (como se hace conocida por esa época), aquella joven que con 20 años cruzó una de las fronteras más vigiladas del mundo (lo que la llevó a estar en prisión varios años) y hoy en día es docente universitaria, una figura que supo estar en boca de todos y hoy está casi olvidada. Y es que esa experiencia en 1989 sería un antes y un después en la vida de José Luis García, que varios años después necesita concluir esa historia. Por eso investiga y vuelve a viajar (con la ayuda de un traductor que será un personaje clave) para lograr concretar con ella una entrevista. Pero antes de ésta, tiene la oportunidad de conocerla mejor en la vida cotidiana, brindando esto mucha honestidad así al relato. Una entrevista que no se da probablemente como la había imaginado (porque de la fantasía a la realidad hay un largo trecho, y siempre todo parece más lindo y perfecto cuando lo imaginamos) pero sirve para exponer a este objeto de estudio y de deseo como lo que es, una mujer, frágil y dañada. Una entrevista que termina siendo realizada vía mail y con respuestas de escasas palabras. Con un gran trabajo de montaje y un sutil guión, esta historia no es sólo la historia de una chica que “soñaba con un mundo mejor”, sino la de un joven que se ve deslumbrado por una mujer que admira, una historia de amor por sobre todas las cosas (con un transfondo político, por supuesto). Es que mientras la primer parte es más un registro político de una época y un lugar, la segunda es más personal e intimista. La película empieza con un viaje y termina con otro. Y no es sólo un viaje terrenal, sino también interior. Este documental es el segundo del realizador, y ganó el Premio del Público en la última edición del BAFICI y ahora se estrena, como suele suceder con estos productos, en unas pocas salas.
Debo reconocer que había leído poco y nada del tema, antes de entrar a la sala, por lo cual, la experiencia de ver este trabajo, de principio a fin sin tener idea del marco en el que se presentaba la historia, me pareció excelente. Me sorprendió, cautivó y enamoró esta chica de Corea. Un film colorido, rico en matices, profundo e ideológicamente comprometido, como pocas veces ví en la Competencia Argentina de BAFICI, el año pasado. En 1989, José Luis García visitó accidentalmente (en realidad fue por un evento específico, pero no había comprado pasaje, sino que usó el de su hermano, quién canceló a último momento) Corea del Norte. En esos atribulados días, un suceso llamó su atención: una chica (adolescente) del sur (recordemos la geografía de la península), pudo cruzar la frontera y manifestar a su gente del Norte, que quería la unificación de las naciones enfrentadas. Su presencia en ese momento histórico fue registrada por García con una cámara VHS, tecnología disponible en ese tiempo. La popularidad y el carisma de Lim Sukiung hicieron el resto: se hizo famosa por su posición integracionista y convocó el interés de la prensa mundial ante cada intervención pública suya. Lim luego volvió a Corea del Sur (fue detenida y estuvo presa durante un lapso de 3 años) y su vida entonces continúo por carriles en sintonía con sus aspiraciones de unidad: era una activista de peso, respetada y terminó enseñando en la universidad. García retoma esa emoción que despertó su aparición en ese lejano momento e intenta rescatarla, desde el archivo primero y luego, pensándola como protagonista de este documental. Lo que se ve en “La chica del sur” es un relato de vida único, conmovedor, de una idealista nata y su cambio y evolución a través del tiempo. La película ofrece atractivos suficientes incluso para atraer al espectador no habituado a este género, dado su ritmo de narración y la claridad de lo que busca transmitir. Es, sin dudas, un film directo y luminoso, historia internacional que hoy mismo se debate ante cada problema militar en esa zona asiática.
Sólido documental de sabor agridulce Duele dulcemente, atrapa con una serie de intrigas y sorpresas, y no puede sino elogiarse por su búsqueda y elaboración, este nuevo documental de José Luis García, el segundo que hace. Siete años pasaron desde el primero, el notable "Cándido López, los campos de batalla", donde rehizo los caminos del soldado y pintor durante la Guerra del Paraguay, hallando a su paso los resabios que dejó esa lucha. Ahora García rehace, en lo posible, un viaje que él mismo había experimentado cuando jovencito, en 1989, hallando a su paso las cicatrices de la vida y los resabios de la juventud. Lo lleva la necesidad de encontrar una muchacha admirable de ese entonces. ¿Qué sería de su vida? Aquel viaje fue de pura casualidad. Un día él apareció como sapo de otro pozo suplantando a su hermano en una delegación de izquierdistas argentinos al XIII Festival Mundial de la Juventud organizado en Pyongyang, capital de Corea del Norte. Con una Super VHS registró fiestas, desfiles, carteles, Eduardo Aliverti y Hernán Lombardi (con otro look y seguramente otro pensamiento), representantes del Partido Comunista de Inglaterra declarando que las Malvinas son argentinas, rockeros europeos y norcoreanos alegres y coloridos como cualquier persona del planeta, aunque Hollywood nos haga pensar que todos ellos son circunspectos y visten uniforme gris. Y en plena fiesta apareció una chica surcoreana. Linda, fresca, sin ataduras mentales. Había cruzado medio mundo para entrar al norte de su propio país con un anhelo de unión nacional por encima de las ideologías. En las calles la gente la rodeaba de cariño, la adoraba, la llamaba Flor de la Reunificación. Pero ya debía volver a Seul. Un cura la acompañó para que no la mataran en la frontera. Se supo que la arrestaron apenas pasó el paralelo 38. ¿Y después? Tres semanas antes había sido la masacre de Tian Anmenn. Dos meses después fue la caída del Muro de Berlín, apurando, como piezas de dominó, la caída del Imperio Soviético y sus regímenes satélites. Y al mismo tiempo Corea del Sur se disparaba como semipotencia económica. Pasaron los años. Cada tanto, García se preguntaba qué habría sido de aquella chica linda y soñadora. Ya con una cámara digital, Internet, y un amigo coreo-argentino, pudo saber algo. Y decidió ir, y hablar con ella. ¿Seguiría siendo la misma? Así pudo ubicarla, hoy profesora universitaria. Pudo cruzar hasta la otra punta del mundo, charlar con sus padres, que la acompañaron, los monjes que le dieron consuelo, los amigos. Pero le costó hablar con ella. Sucesivos golpes, que culminaron con la muerte de un hijo, habían ido moldeando otra mujer. Una mujer de humor cambiante, desconfiada del curioso argentino, desolada en su ilusión juvenil, y volcada al recuerdo de una ilusión del hijo. Vamos viendo entonces sus contradictorias, conflictivas, instancias de acercamiento en Seúl y, sorpresivamente, en Buenos Aires. Y ahí nos cae la ficha, y entendemos, con pena y admiración, la complejidad de los corazones. Ella era la chica del sur, con un norte imposible. Hoy, por el recuerdo de un niño, mira hacia un sur inalcanzable, y por lo tanto limpio. Así es la vida, una ilusión. Pero la película es muy buena.
Una mítica militante coreana El director argentino José Luis García, del que se vio su documental "Cándido López. Los campos de batalla", realizó un viaje a Pyongyang, Corea del norte, en el verano de 1989. Ese viaje estaba programado para su hermano, pero como él no pudo viajar fue reemplazado por José Luis. El motivo era participar en el Festival Mundial de la Juventud, organizado por la Unión Soviética. García viajó con su cámara y registró lo que ocurría a su alrededor, sin entender demasiado, más bien lo hizo por curiosidad. En el filme que es narrado por él mismo, se lo escucha decir que se siente como "un paracaidista", en un lugar extraño. Un mediodía mientras pasea y asiste a distintas reuniones políticas, el cineasta va a escuchar una conferencia, en la que la figura central es una joven militante de Corea del Sur, llamada Im Su-kyong, la que ingresó a Corea del norte, el lado comunista del país, en forma clandestina. LA REUNIFICACION En su charla con el numeroso público y los periodistas que la van a escuchar, Im Su-kyong (más tarde llamada "Flor de la reunificación"), apela a la unión de las dos Coreas, dice que su país tiene que lograr la unificación y confiesa que teme volver al lado sur, por temor a que la encarcelen, ya que por aquellos años estaba prohibido cruzar la frontera. A partir de ese momento el cineasta se obsesiona con esa joven y comienza a consultar archivos, a seguirla mediante recortes periodísticos y a su regreso a Buenos Aires, se hace amigo de Alejandro Kim, hijo de coreanos, que vive en nuestra ciudad. Con él comienza una nueva búsqueda de Im Su-kyong y luego de veinte años viaja nuevamente a Corea, con el fin de hacer una extensa entrevista sobre la vida de esa mujer, que el año pasado fue elegida miembro de la décimo novena Asamblea Nacional de la República de Corea, en representación del Partido Demócratico Unido. "La chica del sur" es un documental de un atractivo especial, porque logra trazar un paralelo entre lo que sucedía hace veinte años en Corea y el presente, a la vez que es una suerte de "ventana", que permite observar una sociedad y una cultura muy distinta a la nuestra.
Un documental que habla de los sueños adolescentes perdidos y cómo se sostienen en el tiempo. La historia de un argentino que viaja a un encuentro de juventudes comunistas de casualidad y se fascina con una chica coreana del sur que sueña con la unión de su país. Años después encuentra a esa mujer adulta y reflexiona sobre las utopías del ayer.
El azar quiso que José Luis García, y no su hermano como estaba previsto, viajara a Corea del Norte en julio de 1989, a un encuentro de delegaciones socialistas de todo el mundo. Im Su-kyong, una joven militante surcoreana, se presentó de incógnita y revolucionó ese evento, convirtiéndose rápidamente en un símbolo de pacifismo que pugnaba por la reunificación de Corea. Fascinado por aquella experiencia, García registró con una cámara Super VHS todos los acontecimientos que marcaron ese Festival Internacional, y veinte años más tarde recuperó aquel material, hoy un invaluable archivo, para seguir a la enigmática estudiante, de quien aún se habla con respeto pero a la que se le ha perdido el rastro. Si hay un aspecto que verdaderamente sorprende es el profesionalismo y la capacidad con que el director capturó cada imagen, como si dos décadas atrás supiera exactamente que iba a hacer La Chica del Sur. A esto debe sumarse el muy buen trabajo en materia de edición, con el que se convierte a la vida de la mujer y al improbable vínculo que forma con el realizador en un apasionante relato enmarcado en la historia reciente. El director no escapa a la política oriental y lleva su documental por ese terreno, ofreciendo un panorama sobre aquel aspecto en el que se pone de manifiesto el choque de culturas, algo que se profundiza desde la sola presentación de "la Flor de la Reunificación". En este punto se produce la impresión de que García pierde por momentos el rumbo, ocupándose tanto del fascinante seguimiento de la esquiva mujer mientras que aún busca indagar en el conflicto entre naciones. Si bien estas dos esferas están interrelacionadas y se percibe que el director quiere avanzar en ambos temas, algo que queda ejemplificado con la pregunta que formula en la esperada entrevista, es evidente que la primera aparta a la segunda con el correr del metraje a tal punto que se tiende a considerar la disputa entre países como una instancia superada. Más allá de esto se trata de un trabajo de aquellos en los que se rastrea el corazón del autor en cada fragmento, una producción comprometida y personal que sin dudas se perfila como una gran favorita dentro del Bafici.
Acerca de los pasados imperfectos El director José Luis García armó un documental cuyo punto de partida fue una visita suya a Corea del Norte, a fines de los años '80, poco antes de la caída del Muro. A lo largo de tres viajes, le encontró la vuelta a una gran historia. Un viaje, otro viaje, uno más. José Luis García (Cándido López: los campos de batalla) concibió un documental de búsqueda, y como los grandes títulos acordes al género, un trabajo donde el azar y la casualidad fueron construyendo un material estético de notable valor. Por razones fortuitas, a fines de los años '80, el director viajó a Corea del Norte al encuentro del Festival Mundial de Jóvenes y Estudiantes, a pocos meses de la caída del Muro. La casualidad lo cruzó con Im Su-kyong, la chica del sur coreano, una manifestante estudiantil con un objetivo claro: unificar al país dividido desde el fin de la Segunda Guerra. Muchos años después, el director viajaría otra vez a aquella Corea y se produciría el reencuentro. Y poco tiempo más tarde, el tercer viaje, el de ella a Argentina. García recurre a la voz en off, descriptiva e irónica, para mostrar a aquel mundo de jóvenes militantes (las imágenes dejan ver a Eduardo Aliverti y Hernán Lombardi unidos por la misma causa), donde se prevé un desenlace de época. Imágenes filmadas en VHS que cobran vida, como si se tratara de una resurrección estilo Woodstock vigilada por un sistema determinado. Pero Im Su-kyong es el personaje que sobresale en ese contexto a través de sus declaraciones, palabras, gestos y un cuerpo diminuto que carga con el peso de un país partido en dos. En este punto, García modifica el objetivo del documental: la Historia, con mayúscula, se transforma en una obsesión por ese personaje de décadas atrás. De ahí surgirá la nueva travesía, la posibilidad del encuentro con Im Su-kyong, el pasado que estalla en pálidos recuerdos, el presente que se fortalece, la permanente sospecha de ese objeto de deseo (estético) que la cámara de García registra al detalle pero con pudor, temor, silencios. La chica del sur son tres viajes donde se grafica la Historia junto a otra historia, equilibradas ambas a través de un minucioso trabajo de edición, donde el director cobra protagonismo por encima de su personaje, acaso planteándose dudas políticas y sociales pero también incertidumbres públicas y privadas. Es que La chica del sur es un viaje hacia el pasado pero una apuesta al presente, donde aquel mundo que se resquebrajaba a pedazos se fusiona a una historia personal protagonizada por una joven líder entre las Coreas y un cineasta que le encontró la vuelta, como ocurre en todo gran trabajo de estas características, para que ambos sean protagonistas de una gran Historia.
Este es un documental que consigue casi todo los objetivos que se propone y con elegancia e inteligencia logra introducirnos en un mundo que ya no es. El documentalista José Luis García, responsable de la extraordinaria película Cándido López, los campos de batalla propone una vez más un viaje al pasado en su nuevo trabajo La chica del sur. Un viaje a la textura del VHS, a otra coyuntura política e histórica, un traslado a la Pyongyang, capital de Corea del Norte, de 1989, apenas meses antes de la caída del muro de Berlín. Alemania continuaba dividida, Cuba era próspera, la URSS gigantesca y la amenaza de una guerra mundial continuaba latente. Entonces Pyongyang recibió a las juventudes de izquierda del mundo y un muy joven José Luis García apareció allí con su cámara de Súper VHS casi como un paracaidista, según su propio relato, dispuesto a grabar postales de las antípodas, últimas imágenes de un mundo que estaba a punto de cambiar. Sorpresivamente ese encuentro político tuvo a una protagonista excluyente, se trata de Im Su-kyong, la chica del sur del título. Una estudiante surcoreana que atravesó medio mundo para desandar los pocos kilómetros que separan a Seúl de Pyongyang. La presencia de esta chica y su discurso ferviente que propone la búsqueda de la unidad de Corea fueron un símbolo del encuentro y una inspiración para los jóvenes norcoreanos. Además de las imágenes de un mundo viejo en el que muchos jóvenes de todos los rincones del globo soñaban con un mundo más igualitario (que tuvo su correlato en las prácticas totalitarias de algunos gobiernos de izquierdas) el film también ensaya una semblanza de Im Su-kyong desde el presente. El interrogante que moviliza este documental es ¿que fue de la vida de Im Su-kyong? y es esa duda la que empieza a responder José Luís García a través de una fuerte investigación que termina con su segundo viaje a Corea, esta vez a Corea del sur en busca de esa mujer que veinte años antes fue conocida como la flor de la unificación. Ella sufrió las consecuencias de su viaje a norcorea con la cárcel, y otras penas más profundas que intentó mitigar con un período de ostracismo. Y allí va el director, una vez más a las antípodas, para retratar la vida de esta mujer en su rol de docente universitaria y periodista dos décadas después. Hoy ella es una mujer igualmente dinámica que se desempeña entre la universidad y la radio. La chica del sur es un documental que consigue casi todo los objetivos que se propone. Cuenta esta historia con elegancia e inteligencia y logra introducirnos en un universo que ya no es. En ese pasado de ribetes idílicos para después mostrar pequeños apuntes de la Seúl de hoy y sobre el intento de acercamiento entre las dos coreas producido hace algunos años (y en el que Im Su-kyong tuvo una destacada participación). Pero el mayor problema, seguramente el único importante y por ello muy notable es que el director intenta a lo largo de todo el filme entrevistar a su protagonista, y cuando finalmente lo consigue “rompe el hielo” con una pregunta entre mal formulada y desafortunada que incomoda fuertemente a Im Su-kyong y de la que García no retrocede volviendo a esta entrevista inviable. Seguramente hubiera sido más interesante conocer el pensamiento vivo de esta destacada mujer que ver esos escasos minutos incómodos para el protagonista, para el realizador y para el público. Por lo demás La chica del sur es un filme notable que merece ser visto una y otra vez.
Buen ejemplo de cómo utilizar el material de archivo en un documental El cuarto documental del año, detrás de “Natal”, “Cracks de nácar” y “Escuela normal”, es probablemente lo más cercano a la perfecta definición de hallazgo. Literalmente el director José Luis García tomó para su realización un material que había registrado hace algunos años, durante uno de los tantos encuentros de estudiantes y militantes organizados por la vieja Unión Soviética ocurrido en Corea del Norte. A fines de la década del ochenta una de las oradoras de ese encuentro provenía de Corea del Sur y bregaba por la unión de ambas naciones. Con sólo preguntarse qué habrá sido de su vida se inicia una búsqueda sin eufemismos, no solamente de la persona sino de todo el contexto socio-económico-político que la conforma. La gran edición del material viejo con el actual propone un contraste de épocas notable y a la vez amalgamado, cómo si cada uno tuviera un joven de 20 años preguntándole al corazón por los ideales y las utopías. “La chica del sur” tiene mucho más por mostrar que la mera anécdota. Es un buen ejemplo de cómo utilizar material de archivo para responder, o cuestionar, con la misma fuerza los hechos del presente. No se la pierda.
La flor de la reunificación Pintoresco documental sobre una mujer y una inquietud. Im Su-kyong causó en 1989 un revuelo en la dos coreas de Asia, su pasión por la re-unificación conmocionó a muchos incluido al realizador de esta película quien siempre la siguió con interés y luego de 20 años viajó a Corea para encontrarla. Un relato apasionante sobre el paso del tiempo, el fin de las utopías y sobre todo, el peso y desgracias de ser un figura pública. Desde aquel viaje filmado con su cámara Súper VHS, García quedó fascinado por aquella fuerza revolucionaria poderosa de la joven proveniente de Corea del Sur cuyo conmovedor discurso pacifista y pro-unificación desafiaba a la realidad de ambos países. Una vez presentada como ícono de protesta política y bautizada como "La flor de la reunificación" uno entiende y comparte la fascinación del realizador por esta joven. Su llegada significaba un brote de esperanza. Sin embargo, luego de veinte años se convirtió en otra persona. Toda su pasión se extinguió y solo queda ese sueño roto que ahora desparrama cierta melancolía al no haber cumplido con las expectativas. Es a través de los encuentros y algunas charlas con otros residentes donde se puede vivenciar en parte todos los detalles que implicaron en Im Su-kyong para ser la trágica persona que es ahora. Así como se trata de la vida de una persona también es un relato del realizador y su impresión sobre ella. En cierto modo es un documental sobre su propia realización. La búsqueda e investigación de García y su amigo, mitad argentino mitad coreano, es por si sola muy atrapante y es la linealidad de su concepción lo que continuamente depara sorpresas o decepciones. A través de ellos uno comparte su intrincada labor para poder sacar una entrevista y como en cada encuentro debían sortear todo tipo de evasivas para conocer algo de ella. No es casual, como la aparición del propio García en pantalla termina siendo todo un acontecimiento para la trama, ya que en ella sucede finalmente el encuentro tan deseado. El inconveniente con el documental es la mirada particularmente turística que adquiere por momentos el relato. En todas las diferentes instancias de la película hay situaciones donde la trama no avanza y se pausa su desarrollo. En las imágenes de 1989 están los distintos viajes por Corea del Norte, en el reencuentro aparecen demasiadas salidas con Im Su-kyong que no dicen nada e incluso en el breve lapso de Buenos Aires hay una salida con ella paseando a un perro que no aporta nada. Cada una de estas escenas traban el progreso del documental haciéndolo por momentos muy trabado. "La chica del sur" termina siendo una película llena de sorpresa donde el realizador logra trascender las recetas del documental para terminar creando un retrato fiel a sus protagonistas. Las múltiples aristas de la historia son llevas con gran capacidad y el espectador es atrapado por la elocuencia, calidez y naturalidad de los acontecimientos.
Una aguja en el pajar de la historia En julio de 1989, tuvo lugar en Corea del Norte uno de los últimos festivales que la vieja Unión Soviética celebraba cada tanto para las juventudes de todo el mundo. El fotógrafo y cineasta argentino José Luis García registró casualmente imágenes y discursos de aquellos días previos a la caída del Muro de Berlín y lo hace desde un enfoque subjetivo que trasciende fórmulas previsibles. En un arqueológico trabajo de montaje, rescata tomas en súper VHS (tecnología de aquel momento, hoy obsoleta), donde se detiene en esos entusiastas grupos juveniles llegados de todas partes del mundo, bajo banderas y cánticos solemnes. Se demora en las declaraciones ingenuamente candorosas de muchachitos dispuestos a cambiar el orden mundial con manifiestos y consignas, pero también subraya la lúcida intervención de un grupo musical que interpreta canciones de rock, contrastantes en su actualidad, con los envejecidos acordes de la Internacional, al tiempo que parecen ser la única voz alerta sobre la masacre de estudiantes en la plaza Tiananmen. Entre tanto entusiasmo movilizante, capta su atención una jovencita veinteañera que surge como líder espontáneo de aquel encuentro, sorprendiendo con un emotivo discurso pacifista por la reunificación de las dos Coreas, divididas entre Rusia y EE.UU. desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Conocida como “La flor de la reunificación”, aquella joven (Im Su-kyong, la chica del sur del título), que viajó desafiando controles y peligros para deslumbrar con un avasallante y conmovedor discurso humanista, pasó luego varios años encarcelada en su país. La obsesiva idea de qué fue de aquella mujer pasadas dos décadas y con un mundo diferente, lleva al realizador a viajar -esta vez a la parte surcoreana- para entrevistarla. Sobre el eje de la singularidad De una manera muy poco convencional, la película trabaja la intriga, el conflicto y las emociones, manteniéndonos pendientes de lo que va a pasar. Mientras la primera parte se acerca más al registro político de una época y un lugar, la segunda se torna personal e intimista. La película se impone rescatar la singularidad de una vida ante el huracán de la historia, donde tanto el ojo como la voz, se permiten reflexionar sobre el propio proceso de un cineasta que ve en un personaje la condensación de lo que quiere rescatar en la vorágine del tiempo. El relato tiene el mérito de combinar con armonía los diferentes materiales, los distintos tiempos y las múltiples aristas de la historia. Lo curioso es que el objetivo de la entrevista formal se va posponiendo mientras tiene la oportunidad de conocerla mejor en la vida cotidiana. Se trata de una búsqueda paradójica, que se revela tan insensata como inevitable y que se vuelve más confusa cuando más se acerca a su objeto de admiración. La película empieza con un viaje y termina con otro. Y no es sólo un viaje terrenal, sino también interno. Un recorrido que comienza desde la textura del VHS, a otra coyuntura política e histórica, un traslado a 1989, cuando Alemania continuaba dividida, Cuba era próspera, Fidel más joven y la URSS se dibujaba gigantesca y compacta en el mapa mundial. En ese contexto, García irrumpe como un paracaidista para grabar -sin saberlo- postales de un mundo a punto de cambiar. Estas imágenes se contrastan desde el presente, haciendo de “La chica del sur” una insólita plataforma para reflexionar sobre el fin de una época y el comienzo de otra con menos idealismos, más tecnología, menos humanización y más consumo de uno y otro lado.
Sobre la persistencia de un recuerdo Hay obsesiones o aguijones que persisten. Es lo que deja entrever José Luis García al desempolvar imágenes en Vhs de un fortuito viaje a Corea del Norte en 1989. La casualidad quiso que él estuviese allí, sin ser periodista ni militante, en el estertor que significara uno de los últimos festejos megalómanos del comunismo; y para ser testigo de la presencia impactante de Im Su-kyong, la joven estudiante surcoreana que desafiara la tan temida frontera, al decidir cruzarla a pie para volver a su hogar. El hecho fue noticia internacional, y los videos -refiere el realizador- le acompañaron a pesar de divorcio, mudanzas, y viajes por varios países. De esta manera, La chica del sur es película sobre la activista coreana, pero también historia particular de García. Para recordarla a ella tiene el director que recordarse primero. La textura del Vhs ya tiene impronta ganada en cuanto a paso del tiempo, y éste es rasgo semántico que García aprovecha. Su voz en off es otro dato, fundamental, puesto que señala desde el ahora. El montaje permite, así, una puesta en escena que contextualiza, presenta personajes, abre incógnitas, y se resuelve narrativamente. Lo que equivale a distinguir un ejercicio de cine admirable. Hay capacidad para la síntesis (la exposición conflictiva de Corea, el papel que hubo de jugar Im Su-kyong) y para la puesta en juego de una complejidad necesaria, con interrogantes hacia el espectador. Porque bien podría pensarse en ¿qué es lo que lleva a un realizador argentino a interesarse por un personaje coreano? Quizás la película anida en esta pregunta, además de todo lo que concierne a la mujer en cuestión, personaje fascinante. Décadas después, investigación virtual mediante, García logra contactar a Im Su-kyong y establece agenda para una entrevista personal. El derrotero en Corea del Sur es toda una película dentro de la película. Con la incógnita que supone el paso del tiempo en la estudiante que supo ser bautizada como "la flor de la reunificación". Primero, a destacar, la sorpresa que en ella provoca el conocimiento sobre su persona; segundo, la develación -nunca completa, allí lo mejor- que de ella se provoca: inasible, seductora, odiosa, amable, iracunda. Todo un desconcierto. Junto a los testimonios recopilados apenas entre transeúntes, que parecen esquivar sus propias ideas sobre la otrora "flor", por temor -parece- a despertar fantasmas viejos. Lo que surge es un sabor a desazón, a oportunidad histórica perdida, a resabio agridulce, con el tiempo como anestesia bienvenida. En algún momento, entre las frases que el montaje permite escuchar, es García quien dice de sí ser un director "absolutamente independiente". Algo similar se deduce de la conflictiva Im Su-kyong.
MONUMENTAL Los documentales le imponen al realizador muchas horas deformes de material, que tras un montaje terapéutico, se convierten en un ladrillo expositivo y en el peor de los casos didáctico. La Chica del Sur es la frontera de esta premisa: como documento es torpe, ni siquiera logra responder sus hipótesis. La Chica del Sur es otra cosa, quizá una historia de amor imposible con subfuerzas temáticas que le dan un cuerpo sensual y complejo.
En 1989, tres semanas después de la significativa protesta estudiantil en Tian'anmen, José Luis García, más por azar que por convicción, reemplazó a su hermano en un viaje a Corea del Norte para participar en un festival internacional de la juventud de distintas agrupaciones de izquierda de todo el mundo. Financiada por la Unión Soviética, esta internacional estudiantil discutió sobre la vigencia del imperialismo, el cese de las armas nucleares; incluso, los miembros del Partido Comunista inglés reconocieron la soberanía argentina en las Malvinas. Tiempo de palabras, manifiestos y gestos. García, ostensible cineasta precoz, registraba el momento como si ya fuera un cineasta experimentado: sus imágenes tienen un valor histórico y sociológico, y sus encuadres y movimientos de cámara ya revelaban la gramática de un cineasta. Su talento es evidente. También por azar, García filmaría al personaje de su película: Im Su-kyong, una joven surcoreana que cruzaría la frontera y el pasillo de cuatro kilómetros que dividía y divide aún las dos Coreas, bajo un lema: la reunificación de Corea. La hazaña de Im fue un hito nacional y un dilema político, y para García fue la gran experiencia de su viaje. En todos esos años, aquel registro de su viaje permanecía con él, y una inquietud: ¿qué habrá sido de la vida de Im? Tras rastrear las huellas de la joven por Internet, García descubre lo que vino después para la vida de su heroína: algunos años en la cárcel, una maternidad dolorosa, un retiro en un monasterio budista y una carrera académica. No hay dudas: la vida de Im es de película. Y por eso, aunque no sólo por eso, García le escribirá un par de mails, viajará a Corea para entrevistarla y de ese modo cerrará su película. Aunque habrá un poco más y una sorpresa. El encanto de La chica del sur es múltiple: se descubre un país en dos tiempos históricos, y a través de dos personajes de una misma generación, Im y García, se constata la discreta pero poderosa mutación de una mentalidad colectiva. Los dos jóvenes, hoy adultos, sin traicionar sus simpatías por una difusa utopía, piensan y se piensan en unas coordenadas simbólicas inasimilables dos décadas atrás. La revolución ha sido sustituida por el humanismo, y la delimitación y distancia de la vida privada respecto de la vida pública es un dato empírico de la experiencia social. Es otro mundo, y ellos ya no son los mismos.
Publicada en la edición digital Nº 5 de la revista.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Publicada en la edición digital #248 de la revista.