Pequeños gigantes Tras una larga trayectoria como documentalista, Remedi debuta en la ficción con una historia de niños (y padres) en una zona del conurbano de clase trabajadora. Sergio (Joaquín Remedi) y Noemí (Martina Horak) andan por los 11 años, son compañeros de escuela y tienen una amistad sobre la base de las vivencias y el tiempo compartidos. Él, a su vez, es hijo de una mujer divorciada (Licia Tizziani) que hace poco empezó a trabajar como empleada de limpieza de un hospital y ella, de un obrero de un astillero de fuerte militancia por los derechos de los trabajadores (Sergio Boris). No hay indicios muy claros de que los chicos se gusten; a los padres, en cambio, se les nota demasiado. Sobre esos vínculos amorosos y filiales trabaja la ópera prima de ficción de Claudio Remedi. La ilusión de Noemí acompañará a los chicos y a sus padres por igual, yendo y viniendo entre la inocencia y los juegos de los primeros y la melancolía tristona de los segundos sin que esto implique condescendencia o paternalismo en la forma de mirar no sólo a sus personajes. La mirada atenta también aplica al barrio industrial cercano al puerto de Berisso donde transcurre casi la totalidad del relato. Por momentos esa distancia se traduce en frialdad, alejando al espectador de una preocupación genuina por el devenir de los hechos. Así, sin grandes picos dramáticos pero tampoco subrayados, La ilusión de Noemí termina siendo un amable relato de iniciación para los chicos… y también para los grandes.
Descubrir en la infancia La ilusión de Noemí (2015) se centra en la importancia que tiene la amistad en la infancia. La búsqueda de un “tesoro”, los nuevos tipos de familia y las problemáticas económicas, son algunos de los aspectos retratados por el director Claudio Remedi. Noemí (Martina Horak) y Sergio (Joaquín Remedi) tienen 11 años, son compañeros de escuela y amigos. Los dos viven en Berisso, un barrio de clase media trabajadora: ella junto a su padre Leandro (Sergio Boris) y su tía abuela Alicia (María Inés Aldaburu); y él con su madre Irene (Licia Tizziani). Mientras los adultos superan los apremios económicos y Alicia intenta llevar a la niña a vivir a San Juan, Noemí y Sergio están convencidos de que en el jardín de la casa de ella hay algo enterrado. Y se disponen a encontrarlo. El principal acierto del film es que Remedi refleja los aspectos reales sin mediaciones. La cotidianeidad del lugar, las relaciones laborales y los vínculos familiares que muestra permiten que el espectador se identifique. Cabe destacar que la infancia de los protagonistas no está a atravesada por la tecnología, y eso influye para que la amistad sea más que fundamental en sus vidas. La ilusión de Noemí tiene momentos un poco lentos, pero en general es bastante dinámica. Los personajes están situados en un mismo contexto que les permite interactuar y que sus historias se entrecrucen. Un punto interesante es que se visualizan de cerca las acciones y sentimientos de los chicos. Así como también sus pensamientos, a través de escenas en las que se perciben sueños e inquietudes. Todos los actores están correctos en sus actuaciones. En especial Horak y Joaquín Remedi, para quienes fue su debut cinematográfico. La ilusión de Noemí presenta numerosos aspectos para reflexionar. Porque pone de manifiesto interrogantes de una etapa que está finalizando y de una nueva que se vislumbra.
EL TIEMPO DEL CRECIMIENTO El mundo adulto y el de los niños. Una chica su mejor amigo, su compañero de aventuras, el elegido para confiar, y los problemas de los mayores, la soledad, la injusticia, el fanatismo. Una construcción solida, con un elenco bien elegido. El paso de la niñez al crecimiento adolescente, la necesidad de descubrir secretos escondidos. Una mirada melancólica y esperanzadora.
Entrañable amistad El trajín de un barrio industrial cercano al puerto de Berisso no cesa, y sus calles son andadas y desandadas por Noemí y Sergio que, camino hacia la adolescencia, están siempre juntos y tienen una particular amistad. Una excavación los hace descubrir un cofre que contiene algo misterioso para ambos. Mientras el mundo adulto intenta resolver problemas, el territorio de los chicos, sus casas, la costa del río y la escuela se transforman en escenarios de sus sueños y de sus complicidades. El director Claudio Remedi, recordado por sus documentales Agua de fuego; ESMA, memorias de la resistencia y La historia invisible, relata en éste, su primer film de ficción, esa entrañable amistad de los pequeños protagonistas que se permite la diferencia, pero que también deja de lado los juegos y tópicos que impone la sociedad de consumo. Así la tierna y poética historia da cuenta de la complicidad bien entendida y del compartir secretos y universos que ayudan a ambos a sobrevivir, a que la vida cobre otro sentido. Martina Horak y Joaquín Remedi logran imponer esos rasgos esenciales a sus respectivos personajes, en tanto que el resto del elenco sale airoso de este enlazamiento de amistad y de ternura que habla del paso de la niñez a la adolescencia en medio de un micromundo a veces hostil y siempre ausente en ese par de vidas que buscan unirse a través de la dura cotidianidad.
Una desilusión La película nunca logra levantar vuelo dramático, tanto por el guión como por las actuaciones. El de la infancia siempre es un mundo atractivo para explorar desde la ficción, sobre todo la época de prepubertad: a los 10, 11 años, los chicos mantienen la inocencia pero ya empiezan a asomarse a los problemas de la adultez. Casi inevitablemente, cuando se narra desde la perspectiva de un chico, la cámara se contagia de la frescura infantil y toda la historia adquiere otra corporeidad. En esos últimos escalones previos a la adolescencia andan los protagonistas, Noemí -es una nena, pese al nombre de otra generación- y Sergio: compañeros de escuela, vecinos, mejores amigos y, quizás, algo más. Pero su burbuja de aventuras se inscribe dentro de un marco poco amable: familias disgregadas -ella es huérfana de madre, él tiene un padre ausente- y una realidad hostil. Todo transcurre, entonces, en dos planos. El de los chicos, que buscan un tesoro en el jardín de la casa de Noemí, sueñan a colores y encuentran belleza donde probablemente no la haya. Y el de los adultos -la madre de Sergio, el padre y la tía de Noemí- que se las ingenian para proveerles techo y comida como pueden, en unos suburbios -todo transcurre en Berisso- duros de roer para la siempre sufrida clase trabajadora. El problema es que ninguno de esos dos planos funciona dramáticamente. En principio, se hace muy difícil entrar en la película cuando las actuaciones son una barrera infranqueable. Sobre todo las infantiles (los chicos son debutantes, y se nota) y las de los personajes secundarios (varios de ellos, no actores o actores vocacionales, y también se nota). Se percibe qué buenas intenciones hubo detrás de cada una de las escenas y de las situaciones planteadas, pero muy pocas veces esas intenciones logran concretarse. Y, entonces, La ilusión de Noemí termina siendo una desilusión para los espectadores.
POINTS: 5 Halfway into Claudio Remedi’s La ilusión de Noemí, one of its main characters, Sergio (Joaquín Remedi), a boy of 11 or 12, stands by his teacher, in front of his classmates, and has to answer a few questions about the daily homework. He obviously hasn’t studied and he hesitates and stutters, fails to come up with the right answers, is unfocused, and above all, he speaks in a languid voice that is slow to the point of inertness. Well, the same can be said about the film: it’s in urgent need to be infused with a good deal of rhythm, of vitality, of life. That, among many others, is the main problem here. Surely not intended, the narrative drags almost from the very point when things start unravelling. Not that the storyline is that appealing either, for it lacks an original insight, it has one dimensional characters, and is too thin in its scope. Then again, had it been properly executed with gripping performances, a couple of insights, a good dose of subtlety and a strong dramatic focus, then the result would’ve been different and for the better. Noemí (Martina Horak) and Sergio are classmates and friends who spend lots of time together. Noemí’s mom died when she was very young and she lives with her dad (Sergio Boris) and her strict and boring aunt (María Inés Aldaburu) while Sergio lives with his mum (Licia Tizziani), who’s separated from her ex-husband and is having a hard time finding a job. La ilusión de Noemí focuses — or attempts to focus — on the friendship between the two tweens, yet it doesn’t reveal much about it. It just scratches the surface of a bond that’s never fully developed. For that matter, the same goes for the conflicts, so to speak, that their parents are involved in along the film. Noemí and Sergio play in the garden of Noemí’s house and they like to dig. God only knows why, perhaps because they are kids and kids are supposed to like digging. Or more likely because the script says so. In any case, they eventually find a rusty old box (more than halfway into the film) and they wonder what it may be and who it may belong to. Could it be related to Noemí’s mum? Don’t blame the young actors for their deadpan, lifeless performances; the adults are just as inexpressive. In fact, you can see the actors sort of trying to do their best, but they can only do so much when there’s no coaching. They are as unenergetic as the film itself. Yet there’s one visible asset, pun intended: to a certain extent, the cinematography by Lucas Martelli does have flair. Quite a few shots are well composed, well-framed, and boast certain appeal in the use of tones and textures. In this regard, a small yet somewhat personal world is portrayed. Which, in a sense, makes the movie-watching experience more digestible. And the art direction by Gabriela Crespo is not devoid of some findings either. Production notes La ilusión de Noemí (Argentina, 2015). Written and directed by Claudio Remedi. With Martina Horak, Joaquín Remedi, Licia Tizziani, Sergio Boris, María Inés Aldaburu, Lucrecia Plat. Cinematography: Lucas Martelli. Editing: Claudio Remedi, Gabriela Jaime. Art direction: Gabriela Crespo. Produced by Boedo Films. Running time: 94 minutes. @pablsuarez
La infancia, un mundo paralelo La película de Claudio Remedi es uno de los dos estrenos argentinos de la cartelera local esta semana. Los protagonistas son dos niños que intentan abrir una misteriosa caja. Claudio Remedi es un director con varios documentales en su haber, pero esta es su primera película de ficción. El cierre del yacimiento de hierro de Sierra Grande, fuente principal de la economía de la ciudad; la historia de los pueblos originarios durante la Conquista del Desierto o los piquetes de Cutral-Có, durante los años 90 son algunos de los temas que tocan trabajos como La historia invisible (2013), Agua de fuego (2001), Fantasmas en la Patagonia (1996), los documentales que filmó junto al grupo Boedo Films, con quienes trabaja desde hace más de dos décadas. La ilusión de Noemí es una película austera y modesta, que trata sobre la amistad entre dos chicos que viven en un barrio industrial de La Plata, cerca del puerto. Noemí (Martina Horak) es la hija de un obrero (Sergio Boris) que trabaja en un astillero y tiene algunos problemas de plata. Perdió a su madre hace muchos años, vive bajo la sombra de su ausencia y tiene una tía (María Inés Aldaburu) que pretende ocupar ese rol, incluso a costa de alejarla definitivamente de su padre, llevarla a San Juan y darle una educación católica porque, según entiende, el padre no puede enseñarle siquiera con qué “v” se escribe vaca. Sergio (Joaquín Remedi) es su compañero de escuela, su amigo, su compinche. Hijo de una madre separada (Licia Tizziani), que trabaja como empleada de limpieza en un hospital. Su papá no parece alguien muy dedicado a cumplir con su responsabilidad, y tampoco tiene un buen vínculo con su madre porque, además, no cumple con la cuota alimentaria. Sergio es, sin embargo, un chico sensible, aniñado, con el que Noemí comparte las aventuras cotidianas. A partir de una excursión al Museo de Ciencias Naturales que hacen con el colegio, empiezan a jugar a ser arqueólogos y montan una carpa en el jardín de la casa, donde descubren una caja de lata enterrada. La caja es un tesoro guardado allí por la mamá de la protagonista, que sólo conseguirán abrir al final de la película. La ilusión de Noemí es fundamentalmente un relato sencillo que transita la inocencia, la imaginación y la curiosidad de estos chicos, que aun miran de reojo los dramas de los más grandes. Que entienden todo lo que sucede a su alrededor, pero todavía no entraron de lleno al mundo de los dilemas de los adultos. Están en la frontera, dentro de una burbuja de fantasía, refugiados en el juego, en la infancia.
Claudio Remedi dirige esta primera película de ficción producida por Grupo de Boedo Films. En su hora y medio, La ilusión de Noemí es un retrato sobre la infancia pero que también trata sobre temas que conciernen de manera más directa a los adultos, como el trabajo y la explotación que se puede sufrir en ese lugar, la vida en un barrio de Buenos Aires (las locaciones del film incluyen La Plata y Berisso), las miradas rígidas sobre ciertos mandatos sociales y hasta una incipiente historia de amor entre los padres de estos amigos. Más allá de ser una película chiquita y sin pretensiones, La ilusión de Noemí no teme abordar todos estos temas y pincelar algunos más, para entregar una historia tan simple como compleja. Los protagonistas son los dos niños, una nena y un varón, amigos incondicionales e inseparables. Pero ella lidia con la presencia insoportable y rígida de la tía, que ni siquiera ve con buenos ojos que una nena sea amiga de un varón, y pretende llevársela a San Juan, y un padre viudo que hace lo que puede, dentro y fuera de la casa. Él es hijo de padres divorciados y la madre se encuentra luchando por hacerse un lugar como trabajadora en un mundo que se le presenta ridículamente hostil, mientras el padre apenas aparece. Noemí y Sergio se entienden, se encuentran, se divierten, juegan y son simplemente ellos: dos niños descubriendo poco a poco el mundo, de la mano. Es así que, inspirados por una visita al museo de Ciencias Naturales, juegan a excavar en el patio de la casa de ella y encuentran una caja cerrada que no pueden abrir. La historia del film es pequeña, aunque como menciono anteriormente, abarca diferentes aristas e incluso perspectivas, no sólo las infantiles. Se toma un poco su tiempo para generar un interés específico, pero una vez que lo encuentra no lo pierde. Aun así se sienten algunas incorporaciones que sobran, como la señora perdida que entra a su casa y comienza a decir cosas en otro idioma que ninguno entiende. A la larga, La ilusión de Noemí es un discreto ensayo sobre la amistad infantil que no teme incluir en el relato a los adultos y sus problemas. Rodada sin pretensiones, a nivel fotográfica su mayor logro es el de capturar rincones de Buenos Aires poco vistos. En cuanto a interpretaciones, sobresalen las infantiles, se sienten más espontáneas que algunas de las adultas. Un film pequeño pero con corazón.
Una pátina suburbana realista. La elección de la localidad de Berisso como locación, con sus calles tranquilas y casas bajas y ajadas por el paso de los años, circunscribe al film del documentalista del grupo Boedo a un ámbito popular que bien podría ser el de cualquier barrio de clase trabajadora. No está del todo clara la ilusión de Noemí. Hija de un obrero de un astillero (Sergio Boris) y de una madre a la que no conoció, y sobrina de una tía fanática de la Difunta Correa dispuesta a llevársela a vivir a San Juan, la chica patea los primeros pasos del sendero de la pubertad junto a Sergio, un compañerito de colegio al que las cosas tampoco parecen salirle del todo bien: el flamante trabajo de su madre como empleada de limpieza de un hospital está muy lejos de saciar el apetito de la economía familiar y al padre le importa menos él que su auto. El refugio de los chicos (los debutantes Martina Horak y Joaquín Remedi) empieza a construirse después de una visita al Museo de Ciencias Naturales de La Plata, donde un enorme dinosaurio carnívoro genera una curiosidad encauzada días más tarde en la excavación del patio trasero de la casa de ella. En el pequeño cofre que ambos encuentren podría cifrarse la ilusión del título, a no ser porque el debut en la ficción del realizador Claudio Remedi es una de esas películas que está menos preocupadas por entregar respuestas que en acompañar a sus personajes en la aparente deriva natural de sus rutinas. La ilusión de Noemí no tiene picos dramáticos ni conflictos enrevesados, pero tampoco se arroja a los brazos de la inocencia del punto de vista de sus pequeñas criaturas. Por el contrario, parece transcurrir siempre in media res, repartiendo su atención en partes iguales entre el mundo de los chicos y el de los adultos. Al primero pertenecen las pequeñas aventuras empujadas por la imaginación, la carpa del jardín y la puesta en común de gustos e intereses. Al segundo, las vicisitudes del mundo laboral y vincular de los padres de ambos –el papá de Noemí organiza la proyección de un documental que muestra que “con organización, la lucha es posible” y le tira onda a la mamá de Sergio– y sobre todo una pátina suburbana realista, aspecto nada casual si se tiene en cuenta el origen en el género documental del realizador. La elección de la localidad de Berisso como locación, con sus calles tranquilas y casas bajas y ajadas por el paso de los años, circunscribe al film a un ámbito popular que bien podría ser el de cualquier barrio de clase trabajadora. Remedi observa con distancia y hace de su cámara el ojo de una tercera persona que muestra sin enjuiciar ni tomar partido, dando como resultado un relato circunspecto. Tanto que por momentos se aleja emocionalmente de sus personajes. Ambas vertientes del relato mantienen un tono acorde a sus circunstancias –lúdico uno; más oscuro y melancólico el segundo–, haciéndolas confluir en un desenlace que deja abiertas las puertas de esa incertidumbre absoluta llamada futuro.
Una historia sencilla como la gente que describe Sencilla y tierna, "La ilusión de Noemí es la primera obra ficcional de Claudio Remedi, alguien que hace documentales desde los albores de los 90, con registros como "No crucen el portón", "Después de la siesta" o "Fantasmas en la Patagonia", siempre acompañando la vida o sobrevida de la gente común del interior argentino. Así también esta película, centrada en los niños de dos familias incompletas de Berisso: la hija de un obrero viudo que trabaja en el Astillero Río Santiago, y el hijo de una madre divorciada, que consigue un puesto de empleada de limpieza en un hospital de la zona. Los chicos son amigos, en esa edad donde la inocencia infantil ya empieza a sentir nostalgia de sí misma. Los padres, que apenas se conocen, sería lindo que fueran algo. Ya veremos. No hay nada extraordinario, pero todo resuena cerca del corazón: los interiores de las casas suburbanas, el canto de las chicharras en las afueras, el recreo de la isla Paulino, los asombros ante el inmenso Museo de Ciencias Naturales y el misterioso "cofre escondido" que alienta la fantasía de las criaturas. Pero también resuena la inquietud ante el futuro, que parece amenazante en los planes de una tía abuela medio amarga, y en los ecos de una situación laboral que no mejora. Podrían señalarse algunos desniveles de interpretación, o pequeñas cuestiones formales, propias de toda película de bajo presupuesto. Más importante es ver la belleza que hay en la mirada del autor, y en la gente que describe. Y recordar que existen muy pocas obras similares en nuestro cine. Quizá la última ya tiene 50 años, "Voy a hablar de la esperanza", de Carlos Borcosque.
Inocencia Interrumpida La historia de dos amigos, que se apoyan mutuamente en un contexto hostil, es la excusa para que de alguna manera se hable de un momento socio económico emergente en “La ilusión de Noemí” (Argentina, 2015), debut en la ficción de Claudio Remedi. La película narra como la amistad puede ser el lugar de refugio ante los embates del exterior, y también el lugar para que la identidad pueda forjarse a fuerza de juegos y lecturas. Si los amigos hacen una especie de búsqueda del tesoro, es por la necesidad de encontrar respuestas sobre sus vidas, que, a la deriva, responde a las propias inseguridades de sus padres. El padre de de ella trabaja de manera casi marginal en un astillero, y la madre de él debe aceptar en una clínica, tras el acoso del empleador, un trabajo menor para solventar deudas. Entre todos se conformará el arco narrativo del filme, pero en el guión se plantean situaciones endebles más que conflictos, por lo que, más allá de los esfuerzos de los protagonistas, la película no logra llegar a ningún lugar y se presenta más como un ejercicio que como un sólido largometraje.
AMEBAS Se podría pensar en ciertas películas como amebas, esos organismos sin paredes celulares cuya forma nunca es absoluta. Se podría pensar, también, en un sentido positivo y negativo la cuestión. En el primer grupo, se encontrarían aquellos films abiertos a la espontaneidad, imprevisibles, imperfectos pero con un nervio que se hace sentir y los hace carne en la retina; en el otro, La ilusión de Noemí calificaría como ejemplo de dispersión, de historias y personajes mal desarrollados, entre otros problemas. Un inconveniente es el tono. No sólo narrativo (con falta de timing) sino en las voces inexpresivas de los actores que, cuando no exageran con subrayados sus intervenciones, son de una parquedad inentendible. Además, la saturación del sonido a cada momento empantana cualquier atisbo de verosimilitud, un rasgo que brilla por su ausencia. Al respecto, hay un pésimo balance entre imagen y sonido. Cada ruido es un estruendo. Se alcanza a advertir una historia que pretende imbricarse en dos planos, el de unos niños amigos y sus padres, y el marco es Berisso. Los chicos afrontan la realidad que les toca vivir a base de fantasías mientras los grandes se dirimen entre sus creencias y sus posibilidades laborales. Debe decirse que hay que hacer un gran esfuerzo para tener empatía con ellos dada la falta de matices que reina en el guión como en la distante y fría mirada de una cámara más preocupada por colocarse en posiciones arbitrarias. La confusión en la pintura de ambiente es tal que somos capaces de ver locaciones con signos de la década del ochenta e inmediatamente asistimos a conversaciones con celulares de última generación. La geografía barrial aborda siempre los mismos lugares, los ángulos y movimientos de cámara pretenden ser variados pero al carecer de funcionalidad dramática, derivan en un pintoresco gesto que conduce a poco y nada. La alternancia de planos y los cortes no pueden disimular su carácter caprichoso. Una discusión, en su momento de máxima tensión (sentencia que a esta altura suena a exageración), es cortada de manera poco sutil. Tan poco sutil como una inserción de contenido político y un amague hacia el desarrollo de una trama laboral que es sólo eso, un amague más de los tantos que presenta esta película amorfa.
Ésta producción argentina tiene la increíble característica, o se podría decir virtud, de pasar desapercibida, uno termina de verla y es nada. ¿Terminó? Perfecto. ¿Vamos a cenar, o tomar café? Lo que el horario y el presupuesto disponga. Sergio y Noemí tienen 11 años, son compañeros de escuela, siempre están juntos y tienen una particular amistad. Una visita al museo de Ciencias Naturales los impulsa a excavar en secreto en el jardín de la casa de Noemí. Juegan a ser arqueólogos en busca de fósiles. Hace calor, es diciembre, están terminando las clases. El trajín del barrio industrial cercano al puerto de Berisso no cesa. Noemí vive con su padre, trabajador del astillero, y su tía abuela, oscura anciana devota de la difunta Correa y guardiana de la memoria de la madre de Noemí que falleció muy joven. El plan de la tía es llevarla a San Juan, alejarla de su padre, de los barrios industriales, de los amigos varones. En tanto la vida de Sergio está atravesada por la separación de sus padres, y la dificultad de su madre para conseguir trabajo. Mientras el mundo adulto intenta resolver problemas, el territorio de los chicos, sus casas, la costa del río, la escuela, se transforman en escenarios de sus sueños y complicidades. Después de muchos intentos la excavación tiene éxito: Sergio y Noemí descubren una antigua caja oxidada. ¿Pertenecería a la madre de Noemí? ¿Qué oculta su interior? A pesar de sus esfuerzos, los chicos no pueden abrirla. Pero Noemí se aferra a ella como a un talismán que la pueda liberar de su tía y de sus planes de separarla de su amigo y, en definitiva, de su lugar en el mundo. Esta es la sinopsis argumental de la película. Otra síntesis argumental. Dos adolescentes, cuya incontenible pasión coloca el amor por encima de la muerte. Mientras el ancestral odio entre sus familias es inquebrantable. La lucha por llevar adelante su amor desencadenará en una tragedia que los unirá finalmente en la muerte. Esta ultima, por si no la reconoce, es de “Romeo y Julieta”. La razón de esta comparación es para demostrar que no es necesario demasiado para delinear una historia, cuando ella desplegada afronta una totalidad. Entonces la diferencia entre una y otra es que, estimado lector, si usted ve el filme, dirigido y escrito por Claudio Remedi, le será una ardua y titánica tarea descubrir lo que la extensa sinopsis plantea. Si están presentes los personajes, si hacen lo que hacen, y les pasa lo que les pasa, aunque nunca sepamos las razones de estos hechos. De construcción clásica, con un desarrollo lineal de las acciones pero con un montaje aleatorio, con escenas que no se saben para que están, ya que nada agregan, o quizá sólo para alcanzar un metraje necesario para su estreno. El guión en tanto literario peca por ausencia de conocimiento de sus personajes, en cuanto a los diálogos se disuelven en lo coloquial, lo cotidiano despegado de lo que debería ser el núcleo dramático, si lo tuviera. Hay un esbozo de algo parecido, muy endeble y de resolución mágica. Lo único rescatable son las actuaciones de Sergio Boris, como Leandro, el padre de Noemi, en tanto Licia Tizziani es Irene, la madre de Sergio. El trabaja en el astillero cuando hay trabajo, ahora desolado, ella consigue empleo de limpieza en un sanatorio. Ambos les dan carnadura emotiva a sus personajes desde el trabajo naturalista de los mismos. Que ellos se junten es una posibilidad en ciernes durante toda la proyección, pero no sucede lo mismo con Noemi y Sergio. Que estén juntos es sólo por tiranía del guión, nunca dan con el verosímil, mientras ella parece ser una reencarnación de Marie Curie, él se asemeja a Forrest Gump. Nunca estos personajes son creíbles, no hay registro de nada en sus rostros, no hay sentimiento alguno que transite por sus cuerpos, ni siquiera en las acciones que emprenden. Posiblemente hayan tenido buenas intenciones. Pero no se ven. Ni siquiera se descubre de que Noemi está ilusionada.
Una visita al museo de Ciencias Naturales y la tarea de excavar para encontrar huesos de dinosaurios proyectan en la inocente mirada de una niña las ganas de repetir la experiencia en el jardín de su casa. La foto de su madre sobre la cajita que contiene sus cenizas. Su amigo del colegio y vecino. Una tía preocupada por la educación de su sobrina y fanática de la difunta correa. La vida de esta niña en medio de un barrio industrial. Siendo un buen tema para explotar (a esa edad -entre los 10 y 12 años- comienzan a despertarse ciertos sentimientos. Es la pre adolescencia que brota y con ella todos los cambios que eso significa), la relación de la niña con su mejor amigo no logra cautivar, se pierde entre plano y plano generando una discontinuidad en el relato que nos impide llegar al corazón de la protagonista. En el filme se puede apreciar dos ejes: por un lado, la historia de los infantes y, por el otro el rol que juegan los adultos en medio de ellos. Los diálogos entre los actores son escasos y poco fluidos (tanto de los niños como los adultos), hay silencios en los que el espectador espera una resolución que no aparece. En la trama, Noemí y Sergio (primera película que los tiene como protagonistas a Martina Horack y Joaquín Remedi) por las mañanas van al colegio y a la tarde se embarcan en la aventura de encontrar un tesoro en el jardín de la casa de Noemí, envueltos en un entorno adulto en el que priman las peleas familiares por la lucha de tener un trabajo digno y hay padres ausentes. La ilusión de Noemí es la primera película de ficción del director y guionista Claudio Remedi, quién anteriormente había realizado documentales como La historia invisible (2013) y Agua de fuego (2001) entre otros. Remedi bosqueja una muy linda historia para contar pero lamentablemente no pudo elevarse a planos más interesantes. En la cinta se perciben las ganas de contar y todas las intenciones de expresar el relato de la mejor manera posible, pero el resultado final no alcanza, queda inconexo, sin relevancia. La ilusión queda guardada en la cajita de lata que Noemí descubre en el patio de su casa. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz
Sergio y Noemí juegan, sueñan cosas raras, encuentran una caja bajo la carpa que los refugia en el jardín de su casa. Ella vive con su padre y el recuerdo de una madre que ya no está, también hay una tía devota de la difunda Correa. En Berisso la vida es dura, falta trabajo y cuesta pagar el costo de organizar un cumpleaños infantil. El director Claudio Remedi cuenta así su historia en dos planos, mirando lo social sin miserabilismos, desde la lupa de los chicos. Es bueno el trabajo de Sergio Boris, entre actores debutantes y locaciones atractivas. Sensible primer paso de un documentalista en el largometraje de ficción.
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