Ladrón que roba a ladrón... Las amistades, las familias y los amores. En esta nueva coproducción argentino-española, la comedia cuenta con una factura técnica atractiva. La maldición del guapo (2020) es un largometraje español dirigido por Beda Docampo Feijóo; estrena este jueves 27 de agosto en Cine.Ar y CineArPlay. Humberto (Gonzalo de Castro) fue encarcelado en Buenos Aires por haber fracasado en una estafa. Después de cumplir su condena, vuelve a Madrid y lleva una vida tranquila como dueño de un bar. Tiene una pésima relación con su hijo Jorge (Juan Grandinetti) luego de la muerte de la madre. El chico es guapo y trabaja en una joyería de alto nivel. Está enamorado de Aldana (Andrea Duro), la hija de los dueños de la empresa (Cayetana Guillén Cuervo y Carlos Hipólito). Un día, Jorge sufre un robo durante su trabajo y necesita dinero para reponer lo que perdió. Le pide ayuda a su padre Humberto. Con tal de reamar su vinculo familiar, este personaje va por todo. El problema es que no perdió el hábito de planificar estafas: el amor de su hijo por Aldana es la excusa perfecta para “conocer” a los dueños. La estética del film está cuidada, dado el montaje interno a los encuadres y su relación de aspecto 2.35:1. Entre los aspectos técnicos resaltan travelling in, travelling lateral, paneos, angulación en contrapicado, plano medio y reflejos. La banda de sonido tiene una muy buena calidad de grabación y la iluminación trabaja en clave baja, con pocas fuentes lumínicas y recurre al contraluz. La dirección de casting es buena y los actores desarrollan bien sus roles y sus emociones. Los diálogos, si bien están trabajados con sumo cuidado, en algunas escenas las líneas quedan fuera de contexto. El argumento de esta comedia es efectivo, pero el nudo de la película es difícil de seguir, ya que se esbozan varias atracciones instantáneas sin continuidad. "En fin, la película de Docampo Feijóo esta cuidada desde la factura técnica y propone un grupo de personajes interesantes dentro de una trama que tiene aspectos a mejorar en cuanto a la tensión dramática."
“La maldición del guapo”, promete y no estafa La comedia española se estrena este jueves por Cine.ar. Lautaro Franchini Entre andanzas y secretos, Humberto (Gonzalo de Castro), un viejo estafador que dejó la Argentina para rearmar su vida en Madrid, intenta ocultar su pasado y recuperar el perdón de su hijo, Jorge (Juan Grandinetti). Bajo un divertido y elegante guion, Cine.ar presenta la comedia española “La maldición del guapo”, escrita y dirigida por Beda Docampo Feijóo. Por Lautaro Franchini. Tras haber vivido en Buenos Aires y pasar un tiempo en la cárcel, Humberto se exilió en Madrid para escaparse de su pasado. Con su esposa ya fallecida, el único vínculo cercano es su hijo, quien no desea verlo por su mancha delictiva. Pero un descuido en la joyería donde trabaja el vástago Jorge hará que el padre aparezca como una solución y una posible conciliación familiar. El anhelo más grande de Humberto es volver a convivir junto a su hijo. La ayuda será como una prueba para él, quien negocia el cariño de Jorge como cualquiera de sus timos. Su naturaleza y su esencia lo llevarán a despertar tiempos borrados y en el intento de resolverlo todo, el dinero, las mentiras y el engaño volverán a estar presentes. La actuación y caracterización de los personajes, junto al humor inteligente y el dialogo vivaz, hacen del relato una comedia más que entretenida. Así como Humberto habla, despierta y atrapa la atención de todos, lo mismo hace la película con el espectador. Uno no sabe hasta el final si el protagonista se saldrá con la suya o perderá la oportunidad. “La maldición del guapo” sale a la luz en Cine.ar el jueves 27 a las 20hs. Repite el sábado 29 y a partir del viernes 28, estará disponible en la plataforma Cine.ar Play. Puntaje 75/100. Dirección Montaje Arte y Fotografia Música Actuación Un viejo estafador intenta recuperar el perdón de su hijo arriesgándose nuevamente a perderlo todo. User Rating: No Ratings Yet !
El cuentito de papá Las comedias sobre estafas muchas veces naufragan en el intento de seducir al público, básicamente porque manipulan la trama a niveles mayores. Digamos que “estafan” a quienes las consumen. Por eso este nuevo opus de Beda Docampo Feijoo por fortuna abre un paréntesis a este cruel axioma. ¿Y por qué? La respuesta es sencilla: La maldición del guapo funciona tanto como historia de estafas, así como comedia que se ufana de sí misma. Y el primer elemento se encuentra amalgamado con el segundo, nada más y nada menos que por haberse logrado la mezcla del cóctel infalible que debe contar con buenos personajes, una historia no pretenciosa y lo que es más difícil que cada uno de los que interactúan justifiquen su lugar como vector de acción y emoción. En ese sentido, el reencuentro de un padre y un hijo no tiene precio. O es que lo tiene, de acuerdo a una subtrama que atraviesa toda la peripecia que incluye urdir un plan de una simple estafa como desafío generacional, donde se enfrentan un padre ausente pero en pleno retiro y un hijo que lejos de seguir sus pasos le reprocha abandonos con retroactividad. Algo así como la venganza de un hijo estafado en lo afectivo emocional por un padre mentiroso y materialista. El director de Camila cuenta con un buen elenco y herramientas narrativas que se adaptan a estos nuevos tiempos de las plataformas streaming. Apunta con este producto a los dos mercados, y seguramente una vez que la ola del cine vuelva a salpicar las butacas y luego se retrotraiga, quedarán entonces las estelas de la pantalla chica hogareña para seguir cosechando dividendos, pero eso sí sin estafas.
Se estrena en Cine.Ar TV el jueves 27 de agosto a las 20 y repite el sábado 29 a las 20. A partir del 28 de agosto disponible en la plataforma Cine.Ar Humberto (Gonzalo de Castro) es un argentino dueño de un bar más o menos elegante en Madrid, una especie de diletante culto y seductor. Pero Humberto esconde un secreto de su pasado, de hecho ni siquiera se llama Humberto. Es un ex estafador que pasó una buena temporada tras las rejas, lo que le costó no solo unos cuantos años de su vida sino también la relación con su familia, es decir su esposa ya fallecida y su hijo Jorge (Juan Grandinetti) quien no le perdona lo que les hizo pasar. Jorge es hoy empleado de una exclusiva joyería y, luego de ser víctima del robo de unas joyas por un descuido propio, le pide prestado a su padre el dinero para reponer la falta y conservar su empleo, muy a su pesar ya que el resentimiento continúa intacto. Humberto accede a ayudar a su hijo a cambio de que le permita vivir unos días con él para, cree él, recomponer la relación y tratar de conocer su vida y su entorno. Jorge accede de mala gana sin perder oportunidad en esa convivencia forzada de mostrarle su desprecio. Pero Humberto está decidido a aguantar los desaires y recuperar el cariño filial. En ese interín se va a ir introduciendo en el mundo de relaciones de su hijo y sobre todo de sus ricos patrones, lo que puede despertar la tentación de retomar antiguos hábitos. Beda Docampo Feijó, director y guionista argentino nacido en España, que aquí presenta su 11° largometraje, expresó recientemente su rechazo por el humor de las sitcoms basado en gags y su preferencia para este caso por la comedia de situaciones, citando como influencia autores clásicos de la comedia como Billy Wilder o Woody Allen a los que podríamos quizás añadir a Ernest Lubitsch con su uso de la ironía y el duelo verbal. La maldición del guapo se trata en efecto de una comedia que intenta ser sofisticada, fina y elegante como sus personajes pero, al igual que en estos, hay algo de impostura en esa pretensión. El film aspira menos a la risa que a la sonrisa y con estos elementos algunas despierta pero también cansa con su profusión de frases ingeniosas y citas eruditas (Shakespeare, Cervantes, Kierkegaard) pronunciadas por personajes que se presumen cultos para un público que gusta pensarse idem. Tal es así de notorio el recurso que llega al plano de la autoconciencia cuando le preguntan al protagonista si no se cansa de decir frases ingeniosas, a lo que este responde que las frases le brotan. Hay algo ahí sugerido del orden de la naturaleza, de algo que no se puede evitar. Humberto no puede evitar ni ser un tipo ingenioso, ni un estafador ni un seductor. Y también podría pensarse como una confesión del autor del film, que no puede dejar de largarnos esas frases ingeniosas que simplemente brotan incontenibles. Hay algo de comedia Screwball, no solo por los diálogos filosos sino también en lo que hace a retratar los conflictos entre las clases sociales. Después de todo Humberto es apenas el dueño de un bar y Gonzalo apenas un empleado, ambos moviéndose en un ambiente al que no pertenecen realmente. Aunque no se trata tanto de una crítica, ni la del adaptado hijo ni la del transgresor padre. Personajes inteligentes, ocurrentes, de egos gigantes, muy confiados de sus dones (aunque a veces fallen) que gustan codearse con una clase a la que desprecian intelectualmente y a la que quieren embromar pero a la que envidian y desean fervientemente pertenecer. Una clase opulenta y frívola cuya cultura es superficial y banal basada en una erudición vacía que se expresa en citas y anécdotas. En eso Humberto se diferencia apenas en su falta de poder adquisitivo. Hay dos vertientes principales del relato. Una es la trama de estafadores que es principalmente la oportunidad para los duelos de talento e ingenio en la forma de planes complejos, de timadores que quieren burlar a otros timadores. Y la otra es la trama familiar, la de un padre tratando de reencontrarse con su hijo, cuya emotividad queda enterrada bajo las capas de pretendida sagacidad. Pero también hay otra pequeña vertiente, más rancia, de comedia sexual llevada a cabo por viejitos verdes/piolas deseosos de jovencitas que a la vez se mueren por sus encantos otoñales, donde el amor es un juego y las mujeres son un trofeo intercambiable y hasta cedible. Beda Docampo Feijóo ya retrató estos ambientes de clase alta ilustrada como guionista (Camila, Miss Mary) y como director (El marido perfecto). Lo que allí era drama aquí es como la versión liviana del cinema de qualité con el que a veces se lo identifica. Un film pletórico de guiños y agudezas, que es prolijo, correcto, ligero y anodino. LA MALDICIÓN DEL GUAPO La maldición del guapo. Argentina, España, 2020. Dirección: Beda Docampo Feijóo. Intérpretes: Gonzalo de Castro, Juan Grandinetti, Malena Alterio, Ginés García Millán, Cayetana Guillén Cuervo, Carlos Hipólito, Andrea Duro, Paula Sartor. Guión: Beda Docampo Feijóo. Fotografía: Imanol Nabea, Música: Federico Jusid. Montaje: Cristina Laguna. Dirección de Sonido: Juan Ferro. Dirección de Arte: Sandra Iurcovich. Producción: Luis Sartor, Ángel Durández, Ignasi Estapé, Ibon Cormenzana. Duración: 89 minutos.
El cine sin ganas Beda Docampo Feijóo es un exponente del cine argentino intrascendente de los 90 que, no obstante, tenía una presencia importante en salas. Cierto es que su carrera comenzó como guionista de películas de María Luisa Bemberg, pero lejos han quedado esos méritos porque su película anterior a La maldición del guapo es Francisco, el padre Jorge (2015), un relato lavado y profusamente dedicado a pulir la imagen del actual Papa Francisco apenas superado por Los dos papas (2019), film que además lava la imagen de la Iglesia hasta sacarle brillo. Luego de unos años, este guionista y director gallego regresa en un intento por hacer una comedia rectangular sin vuelos pretenciosos. La maldición del guapo es una película realizada totalmente en España, en lo que puede ser en un esquema de producción a la inversa de lo que sucede frecuentemente, cuando la coproducción española, además de parte del presupuesto, aporta algunos actores y/o actrices. Gonzalo de Castro es Humberto, dueño de un bar en Madrid que es visitado por su hijo (Juan Grandinetti), con quien no tiene relación, para que le preste una suma considerable de dinero tras un robo que sufrió en la joyería donde trabaja. La oportunidad de Humberto para forjar un vínculo con el hijo (este lo odia por su pasado de estafador que le valió un tiempo de prisión en Buenos Aires) se choca con otra posibilidad que es precisamente la de retomar ese pasado delictivo. La premisa, vista muchas veces pero no menos atractiva, se disipa entre las manos de un Docampo Feijoo que exhibe unas estrategias visuales y dialogales ancladas en los 90, sostenidas por clichés sin alguna manivela de novedad. Poco ayuda que Juan Grandinetti intérprete a su personaje con las mismas ganas que se pueden tener para hacer un trámite en una sucursal de la AFIP, y que habla como “español” siendo su personaje argentino. Tampoco funciona la comedia de enredos donde participan la mujer del jefe con el hijo del Humberto, y este con la hija de esa mujer. Se pone en un grueso relieve la idea del hombre mayor con una chica joven y viceversa, una mujer madura con un chico mucho menor que ella. La última chance para reflotar la historia se asoma cuando el cine de estafadores emerge en la trama, pero el apático Grandinetti, que no ve la hora de terminar la película casi tanto como los espectadores, no ayuda. En el combo de lo arcaico está la búsqueda de acoplarse a la coyuntura de las luchas por las problemáticas de género, las cuales Docampo Feijóo viste con un neón de textos que subestiman y evidencian el forzamiento de su aparición, tal es el caso del reclamo que le hace la ¿novia, amante? de Humberto mientras tienen un encuentro en una plaza. Qué decir del concepto de disfraz entendido por el director cuando el mismo Humberto tiene que verse de otra manera en la construcción del ardid para robarse unos diamantes, dado que en esa faceta solo tira su pelo para atrás y se coloca unos anteojos. La maldición del guapo es una película apolillada, insulsa y sin atisbo de novedad cuya historia se despliega por inercia, en un automatismo que contagia las actuaciones y unas imágenes que parecen publicitar productos de limpieza.
De un director de dilatada trayectoria como Beda Docampo Feijóo, el último producto cinematográfico que habíamos conocido de su autoría fue “Francisco, el padre Jorge” (2015), sobre la biografía de Jorge Bergoglio, interpretado en aquella ocasión por Darío Grandinetti. Un lustro después, regresa a la gran pantalla con “La Maldición del Guapo”, una coproducción argentino-española rodada enteramente en España. La imprevisibilidad de una película de estafadores donde nada es lo que parece suele siempre aportar ingredientes atractivos a la mirada de todo espectador. Los giros del final y estirar la sorpresa más allá de lo previsible, son siempre bienvenidos factores que tuercen aquello que se espera del argumento, de antemano. Un mandamiento o ABC ineludible, que todo buen film que alimente la tradición de este subgénero debe cumplir a rajatabla. Pistas sembradas, a medida que avanza la historia, nos permitirán descubrir como se ingenia cada personaje para conseguir sus deseos y objetivos, aunque se trate de deslizarse en las fronteras de la ley y la moral, proveen a “La Maldición del Guapo” un encanto innegable. Un aire de cine clásico, desde la comedia con emociones de “El Apartamento” de Billy Wilder a la química exhibida por Paul Newman y Robert Redford en “El Gran Golpe”; sin dudas se erigen como notorias influencias en el bagaje cinéfilo de Docampo Feijóo. El film nos presenta un esquema argumentativo y de relaciones entre personajes a la manera de espejos engañosos de sus intenciones, parábola que remite a una estructura de muñecas rusas que el género ha convertido en mentada. La estafa sucesiva y personajes que se engañan a sí mismos poblarán la trama. Sin embargo, se trata de personajes queribles en su debilidad y en la ceguera que éstos poseen con respecto a la realidad que los circunda. Tropiezos y frustraciones que incitan a la complicidad del espectador, evidentemente. La dificultad de rendir honor al género de comedia de acción, como porción de ficción universal que cuenta tramas emocionales de absoluta empatía, forma parte del acervo cultural cinéfilo al que el realizador busca rendir homenaje. Imposible resulta no pensar en un epítome del cine argentino del nuevo milenio: “Nueves Reinas”, de Fabián Bielinsky. Meternos en la piel de un ardid delictivo, calzarnos el incómodo traje amoral de un disfraz. Salir airoso de una estafa ausente de violencia o derrochar la elegancia del artista de guante blanco, sin crueldad. Estar a la altura de semejante listón no resulta un desafío menor.
La maldición del guapo es una película que, por sus modos de pensar, entender y ejecutar el cine, nació vieja, como si se tratara de algún proyecto pensado en la década de 1980 y desempolvado recientemente vaya uno a saber por qué. Sin embargo, a diferencia de casi siempre, la vejez no implica falta de frescura. Al contrario: lejos de la solemnidad o de las grandes frases sobre la vida que suelen atravesar varias películas de Beda Docampo Feijóo, su último trabajo es una comedia leve y efímera sobre ladrones y estafadores, pero sobre todo sobre padres e hijos. El protagonista es Humberto (Gonzalo de Castro), un hombre bajo cuya galantería esconde un pasado de estafador y una condena a varios años de prisión en Buenos Aires, donde conoció a una mujer con la que tuvo un hijo al que prácticamente desconoce. Ya radicado en España y alejado (al menos un poco) de la vida delictiva, Humberto recibe la inesperada visita de ese muchacho (Juan Grandinetti), que lo detesta pero no puede evitar recurrir a él ante la necesidad de conseguir varios miles de euros para solventar unas piedras preciosas robadas por unas clientas de la joyería donde trabaja. Ese pedido asoma como una oportunidad para intentar recomponer un vínculo aquejado por el tiempo y la distancia, pero también por las actitudes del pasado. Lo que al principio es frialdad y pase de facturas, lentamente se convierte en un duelo dialéctico de alta intensidad entre esos dos hombres que compartirán fiestas y charlas, descubriendo que en el fondo no son tan distintos como pensaban. Que nadie espere una comedia renovadora ni mucho menos trasgresora. Lo que hay es una amable fábula sobre el amor, la lealtad y los vínculos familiares con un humor algo apolillado aunque eficiente en sus módicas intenciones y, sobre todo, una indudable química entre Grandinetti –perfecto en su decadente galantería y con un acento español tan logrado que ni se nota- y de Castro. Los afilados diálogos entre ambos son, por lejos, el punto más alto de una película con más virtudes que errores.
Un hombre mayor, tan seductor como estafador, lleva una vida tranquila tras haber cumplido una condena por una antigua estafa, lo que cortó la relación con su hijo. Hoy ese hijo es un hombre honrado que se desempeña como empleado en una joyería y, al ser víctima de un robo, se verá obligado a pedir ayuda a su progenitor. No es fácil para este muchacho acercarse a quien durante mucho tiempo se mantuvo alejado de su lado, pero para él la única solución a su problema monetario es tratar de convivir con quien ahora desea ayudarlo a pesar de ese enojo que los tuvo separados. galería de personajes que transitan por sendas delictivas y por la necesidad de solucionar sus cotidianos problemas, Beda Docampo Feijóo logró una comedia tan simpática como atrevida en la que surge a cada momento la tirantez y la cordialidad de sus protagonistas. Sin caer en las reiteradas situaciones por las que suelen transitar exponentes del género, el realizador logró aquí mostrar, entre sonrisas y calidez, una historia fresca y humana en la que padre e hijo luchan, cada cual a su modo, por trascender sus respectivas cicatrices producto de ese largo alejamiento. Por su parte, Gonzalo de Castro y Juan Grandinetti supieron adornar con calidad interpretativa a este par de socios en desventura en una trama que entretiene y da lugar a una sonrisa.
Texto publicado en edición impresa.
Con un poco de comedia y algo de nostalgia, La maldición del guapo cuenta una poco original historia de reconciliación entre un hijo y su padre. Se estrena en Cine.Ar TV y Cine.Ar Play. Humberto vive su vida en España, luego de haber cumplido una condena por una estafa millonaria en Argentina. Ahí también vive su hijo Jorge, con quién no puede recomponer la relación que se rompió luego de que, tras años de ser un pésimo padre, se viese forzado por su condena a abandonarlo a él y a su esposa, dejándolos sin plata y con una pésima reputación, y forzándolos a emigrar a Europa. En la actualidad Jorge vive su vida alejado de su padre, pero un hecho fortuito lo hará sentir que sólo él puede ayudarlo, con lo cual se verá obligado a aceptar retomar el vínculo padre-hijo en pos de obtener la ayuda monetaria que lo apremia conseguir. Hemos visto ya muchas historias de padres ausentes que buscan recomponer la relación con sus hijos y, en líneas generales, suelen ser efectivas cuando se sostienen desde dos aspectos esenciales: los buenos diálogos y las actuaciones. Pero ninguno de estos dos aspectos aparecen en La maldición del guapo. Desde la primera escena se puede vislumbrar que el personaje de Humberto está construido, únicamente, desde un cliché de lo que se espera de “el chanta” argentino. Mujeriego, mentiroso y buscando todo el tiempo enredar a todos con sus palabras, cosa que se vuelve casi imposible de creer cuando los diálogos están tan mal escritos. El conflicto del film es inverosímil y predecible, y la forma en la que Jorge va cayendo ante los avances de su padre no se condicen con el odio que le destila en cada una de las charlas que tienen, las cuales son, nuevamente, poco creíbles y muy forzadas. Técnicamente el film tiene una agradable pero televisiva fotografía y, aunque en líneas generales es un producto prolijo, la falta de credibilidad de la historia que se cuenta hace que el producto no sea eficaz para el espectador. Aunque se nota en La maldición del guapo el intento de recuperar la impronta de los films de estafadores del estilo El golpe (The Sting, George Roy Hill, 1973) la falta de creatividad, los diálogos forzados y actuaciones poco convincentes hacen que el film no llegue a ser un buen producto.
Dos pícaros sinvergüenzas La nueva película de Beda Docampo Feijóo (Amores locos), La maldición del guapo (2020), marca no solo el regreso a la pantalla de uno de los grandes directores del cine argentino, sino que además suma su ingreso al género de la comedia, rubro que hasta el momento le había sido ajeno. El debut es por la puerta grande, con una estilizada historia filmada en España que cuenta con grandes detalles de producción y escenarios lujosos para realzar la entretenida trama que tiene a las estafas como eje central y disparador de todo, y el entrañable y a la vez imposible vínculo entre un padre y su hijo como excusa real de la narración. En el arranque de La maldición del guapo conoceremos a Humberto (Gonzalo de Castro) un desfachatado personaje, de aquellos a los que suele sugerirse que en su soledad seguramente hablarían hasta con los objetos, al que Beda Docampo Feijóo le ofrece la oportunidad de ser descripto de una manera bien precisa, porque sabe, además, que en su gran talento reposará gran parte de la ecuación que propone. Descripto como un seductor bon vivant, pero que esconde algunos secretos y que pese a esto sabe cómo convivir con sus propias mentiras, en el arranque el director sabe que compraríamos el relato desde la cálida interpretación que Gonzalo de Castro propone, ofreciendo en su porteño exiliado por obligación un logrado ejercicio de imitación de acento y frescura actoral. Del otro lado estará Jorge (Juan Grandinetti) un joven empleado en una joyería a quien, en un lamentable descuido, dos mujeres le robarán en su cara unos aros valuados en un importe que ni siquiera puede imaginar pagar en mucho tiempo, por lo que deberá tomar la decisión de volver a hablar con su progenitor, con quien no dialoga hace años, contactándolo nuevamente para ver si un préstamo de éste le puede garantizar que no lo corran de su trabajo, sin saber, que es pedido de ayuda se convertirá en la reinstalación del vínculo padre e hijo que hace tiempo decidió no tener más. Desde ese momento en el que Jorge y Humberto se reconectan, La maldición del guapo recupera un estilo de cine que en el humor, el gag, el choque de distintos, y en la elaboración de planes para “robar” o “estafar” permite desarrollar, además, un universo particular y en el cual las reglas están establecidas. Para condimentar aún más todo, desde el inteligente guión, se incorporarán personajes secundarios que orbitaran a los protagonistas, como esa jefa de Jorge que sabe cómo acaparar la atención y negociar, una joven camarera que intenta conquistar a Humberto, una jefa de seguridad que está más atenta que nadie, otra joven más que coquetea con ambos y un amigo de toda la vida del protagonista que, en un pasado asociado a los servicios, acompañará a padre e hijo en un intento de solucionar las cosas. Una cuidada paleta de colores, un vestuario que engalana a los personajes con lujos y estilo, y locaciones potentes, acorde al micro universo de la alta sociedad en el que se inmiscuirán para cerrar negocios, benefician este debut en la comedia de un realizador que con más de 50 guiones en su haber y grandes éxitos dirigiendo sus propias historias ha sabido capturar con precisión las vueltas y más vueltas que necesita este probado y efectivo subgénero.
UN MODERNO BURLADOR-BURLADO A veces resulta difícil no comenzar una crítica de una película de habla hispana sin citar el acervo de películas norteamericanas de las cuales, a veces, es quedarse corto decir que bebe. La pregunta a la que vuelvo una y otra vez es ¿qué puede hacer el cine en castellano para apropiarse de ese lenguaje en gran medida fundado por el cine de género de Hollywood? O más aún, ¿cómo fundar un lenguaje propio? Pero, al mismo tiempo, es equivocado partir siempre del preconcepto de que la tradición narrativa cinematográfica es una propiedad exclusivamente norteamericana. En este sentido adhiero a la idea de que hay objetos y estructuras narrativas que atraviesan las fronteras de un país en particular y funcionan más bien como mitos universales y de los que el cine se nutre hasta tal vez más que otros medios artísticos. Estos mitos son, en todo caso, más propios de una época en particular que de otras y mutan según el territorio que habitan, pero no por ello dejan de ser universales. Las figuras del seductor que burla y el burlador-burlado, así como los tipos de relatos que se desprenden de, o estructuran este concepto, encuentran su representante más importante en el personaje de la literatura española Don Juan Tenorio. Pero, y entonces, ¿a qué viene todo esto? La maldición del guapo es una historia de seductores estafadores, pero más que a Don Juan recuerda a las grandes películas de estafa estadounidenses. La película de Beda Docampo Feijóo parece un ejercicio de apropiación de un género eminentemente norteamericano, pero con un giro estético para darle cierta españolidad que se sostiene sobre todo en la buena actuación de Gonzalo de Castro, él sí, más Don Juan que Brad Pitt. Aunque sin lograr establecer un idioma casi totalmente diferente, como lo hizo por ejemplo Fabián Bielinsky con Nueve reinas (película de un lenguaje indudablemente argentino), La maldición del guapo sí posee un encanto diferente que le da personalidad y la lleva más allá de la mera repetición.
Humberto es un hombre seductor y estafador a partes iguales que lleva una vida tranquila como dueño de un bar llamado Borges en Madrid tras haber cumplido condena por una antigua estafa. Su turbio pasado le ha costado la relación con su hijo Jorge, con quien no habla desde hace años. Ahora el joven Jorge es un hombre honrado que se verá obligado a pedir ayuda a su padre al ser víctima de un robo en la joyería en la que trabaja. Una comedia con algo de drama, una historia de padre e hijo filmada de manera clásica, sin novedad alguna en lo estético pero con una intención de entretenimiento. Los diálogos, en general muy antiguos, son tan falsos y forzados que la fluidez narrativa golpea contra ellos. Las actuaciones son también de otra época, pero con los acentos mezclados más o menos zafan, excepto por Juan Grandinetti, que carga sobre su actuación los ticks ya agotados de su padre. Es la genética tal vez, no la actuación, pero con estos diálogos ambas cosas le juegan en contra.
Con guión y dirección de Beda Docampo Feijoo y luego de su éxito en España, llega esta comedia de “estafadores” donde el ingenio de las frases brilla, la ironía de los lugares comunes provocan sonrisas y los actores se lucen. El en centro de la historia la relación rota entre un padre y un hijo. Un estafador aparentemente retirado, muy bien jugado por Gonzalo de Castro y su hijo (Juan Grandinetti) un decente empleado de una joyería que se descuida, es robado y tiene que pedirle a su padre el dinero para cubrir el costo de las joyas. Una relación con mala historia que el mayor quiere recomponer y el menor toma como parte de lo que le debe a costa del abandono. Se trata de un divertimento livianito, que no tiene ni pretensión ni profundidad y que solo quiere ser un entretenimiento con sorpresas y giros y donde el chisporroteo es solo verbal.