Deseo y decepción Este film de Karin Albou, muy premiado en Francia, pasó fugazmente, casi inadvertido, durante el festival de Cine Judío en 2006; se estrena con cierto retraso, tal vez debido a que ahora la directora ya es un poco más conocida en la Argentina por La canción de las novias, un film posterior y algo inferior a éste. Albou realiza sus películas alrededor de la problemática de la mujer judía y la relación entre árabes y judíos, con sobria sensibilidad. El suburbio de París donde transcurre la acción es llamado La Petite Jérusalem a causa de la enorme cantidad de judíos que allí habitan. Las protagonistas son dos hermanas de una familia ortodoxa que viven sendas situaciones traumáticas. Como en su film posterior, aquí también la directora se vale de la dialéctica entre dos personajes casi opuestos. La menor, Laura (Fanny Valette), lucha por emanciparse de una familia cerrada en sí misma y en la religión, abrevando en los filósofos occidentales, notoriamente en Kant. De él toma la idea del cumplimiento de la ley para ser libre, y la sujeción a ciertos rituales, como la caminata, para construir una coraza que la proteja de sus propias pasiones. Ella experimenta una crisis cuando se siente atraída por un vecino argelino y musulmán, cuya familia también está sujeta a dogmas rígidos. La mayor, Matilde (Elsa Zylberstein), es una creyente devota atada a las normas de la Torah que interpreta erróneamente, ejerciendo una autorrepresión sexual que pone en peligro su matrimonio con un hombre a la vez religioso y deseante. El tema de fondo es la libertad individual y el conflicto entre la fe y la razón, y entre la ley y el deseo, que cada hermana afronta con temor y confusión pero también con valentía, en una suerte de proceso iniciático. Laura ha abierto una línea de fuga en esa familia ortodoxa al estudiar filosofía, y también Matilde recibe las enseñanzas de una mujer más experimentada que le permiten acceder al placer. Karin Albou desarrolla estas crisis de vida y de creencias espirituales e intelectuales con sumo respeto por cada uno de los personajes, entre quienes se diferencia la madre viuda, una matriarca de origen tunecino y sumamente supersticiosa. Con sensualidad se apoya en el peso y fuerte presencia de los cuerpos, que son los que carnalizan esas tensiones, pero aborda también otros temas, como las dificultades económicas, el antisemitismo y el conflicto siempre abierto entre los dos pueblos, que también divide a la verdadera Jerusalén.
Una historia que centra su potencial en los temas que aborda y las buenas actuaciones. El relato plantea dicotomías propias de la religión y la razón, puestas en jaque cuando el amor y el despertar sexual aparecen en una cultura donde las privaciones rigen el curso de sus vidas. Sarcelles, un suburbio parisino habitado por inmigrantes judíos ortodoxos, será donde dos hermanas confronten sus ideales ante una realidad que las toma por sorpresa y que las lleva a replantear su existencia. Laura (Fanny Valette), una escéptica estudiante de filosofía y esclava de su educación religiosa, deberá afrontar una lucha entre el deseo y sus convicciones cuando conoce a Djamel (Hedi Tillette de Clermont-Tonerre), un algeriano musulmán que la confunde y perturba. Mientras su hermana Matilde (Elsa Zylberstein), devota esposa judía y fiel a las creencias, debe afrontar problemas de pareja que la llevan a replantearse el deseo y el placer sexual dentro de las leyes de una religión que (con cierta ironía en los diálogos) no establece claramente los limites entre fidelidad a Dios y a su marido. La Pequeña Jerusalén es un film intimista, donde la filosofía, la religión, la fe y el deseo atraviesan los replanteos existenciales de estas dos hermanas en el descubrir de su cuerpo, pero que también nos permite asistir a una realidad cultural y social a la que hoy en dia asiste gran parte de europa. Karin Albou nos propone un estilo narrativo que cuida mucho la luz y la fotografía, se mete en la psique de los personajes y trabaja cuidadosamente los diálogos (que por momentos se tornan interesantes y en otros vuelven al film sumamente pretencioso), pero la historia progresa en forma irregular, dotando al relato de momentos muy interesantes y otros donde el tiempo de proyección se hace presente en la sala. Vale destacar, las muy buenas actuaciones de Valette, Zylbertein y Sonia Tahar en un film que invita a la reflexión.
Cuestión de Principios La Pequeña Jerusalén se centra el drama interno de dos hermanas. El título refiere a un barrio en el suburbio parisiense, en donde vive una amplia comunidad judía. Tanto una hermana como la otra se sienten oprimidas por el dogma religioso, desde distintas perspectivas. La película de Karin Albou está centrada en el universo femenino de una de las familias de esa comunidad. La madre parece haber adoptado la figura del padre muerto. En su rectitud ante la preservación de los ritos religiosos está la necesidad de mantener unido al clan. Es por ello que disiente con la vida de Laura (Fanny Valette), su hija menor, quien estudia filosofía y comienza a pensar a la religión como adversa al sujeto. De Kant retoma la noción de la ley como marco para la libertad individual, ley que se empecina en practicar aunque las cosas no terminen de resultar como a priori imaginó. Por otro lado está Mathilde (Elsa Zylberstein), su hermana mayor, que a diferencia de ella busca practicar las normas de la Torah sin contradecir ningún renglón. Un error de interpretación que hace de la misma produce una vida marital irregular, signada por el desprecio al goce sexual y la falta de autoestima. La trama explora con mayor minucia a Laura, tal vez porque es el personaje más contradictorio y por ello más interesante. Suerte de heroína del teatro de Henrik Ibsen, pregona ciertas leyes que más tarde se verán jaqueadas por los caminos que el amor la lleva a transitar. La hermana, en ese sentido, es un personaje más unidimensionado, la resolución a su conflicto es un tanto maniquea. La directora tiene un punto de partida interesante al incluir pinceladas de costumbrismo a las cuales el humor irónico y su valor contextual lo hacen “ameno”. Su mirada apunta al detalle, a la construcción espacial que privilegia el gesto y subraya al rostro como portador de un pathos. En ese sentido, Valette resulta una elección actoral indicada, en apenas una mueca resuelve todo un estado. Enamorada de un argelino musulmán, su sistema de ideas mostrará los puntos débiles, y sucumbirá ante la crisis. Lo noble de La Pequeña Jerusalén es que si bien el relato no siempre presenta el mismo interés cultiva una serie de personajes entrañables, que escapan a la estructura de binomios. Practican y defienden sus creencias sin por ello ser juzgados. En ese sentido, la pregunta que pareciera englobar a la totalidad del film es si es posible resolver el dilema entre tradición y modernidad de forma positiva en cada individuo.
Creer o reventar El deseo y la emancipación de dos hermanas asfixiadas. De cómo encontrar una tabla de salvación cuando el sentimiento va en contra de la razón -o de lo que el entorno le marca lo que debería sentir-, La pequeña Jerusalem enfrenta más que enlaza a dos hermanas que viven en un hogar judío ortodoxo en el suburbio parisino conocido como el título de la película, cuyo estreno llega demorado y probablemente como colofón de La canción de las novias, la segunda, pero aquí estrenada antes, película de Karin Albou. Laura quiere emanciparse y se refugia en la filosofía -y particularmente en Kant, amén de otros pensadores occidentales-, pero su corazón y su cabeza están más enfrascados en el vecino algeriano y musulmán del que se ha enamorado. Su hermana Mathilde no la pasa mejor: sigue hasta el paroxismo lo que le dicta la Torah, hasta el extremo de reprimir sus deseos sexuales y desatender a su esposo Ariel, que le es infiel. El tercer lado del triángulo femenino en ese hogar lo encarna la madre, que le espeta a Laura "La filosofía no te va a dar felicidad ni te va a dar hijos". Así de sencillo. Las diferencias no sólo religiosas, sino también en el plano afectivo, son expuestas con rigor, sensibilidad y sensualidad por la realizadora. A lo largo de la proyección los personajes se preguntarán de qué es capaz la razón, si es imposible probar la no existencia de Dios y qué harían sin amor en sus vidas. Tal vez demasiado ambiciosa, La pequeña Jerusalem peca precisamente de su puntillosidad a la hora de marcar contrastes y tipificar a los cinco personajes principales (a los femeninos sumarles el marido y el novio de las hermanas). No obstante, el filme es como un aperitivo ante La canción de las novias, donde las creencias y los debates están a la orden del día.
Hermanas entre el deseo y la culpa La pequeña Jerusalén muestra los conflictos culturales de dos jóvenes en un suburbio de París En Sarcelles, un suburbio de París poblado por una nutrida comunidad judía -de ahí que se lo conozca como informa el título del film-, transcurre esta historia intimista que Karin Albou dirigió tres años antes de la recientemente estrenada La canción de las novias . También aquí se manifiestan los ecos del pleito con el mundo árabe, si bien en este caso los temas que ocupan a la cineasta francesa tienen que ver primordialmente con la sexualidad femenina, la fe, los rígidos preceptos que impone una educación ortodoxa y los conflictos que ésta genera en dos hermanas de origen tunecino que deben confrontar su cultura de origen con la realidad en la que viven. Una, Mathilde, es escrupulosamente respetuosa de las reglas que le han transmitido, al punto de que las inhibiciones que padece hacen trastabillar su matrimonio; la otra, Laura, estudiosa de la filosofía de Kant, se aferra a la razón para no ceder a los impulsos de su corazón aunque busca con empeño mantenerse fiel al deber religioso; el amor es para ella una ilusión engañosa. El film narra el proceso que las dos vivirán, por distintos caminos y tras superar distintos escollos, para liberarse del tironeo entre la pasión y la culpa y encontrar alguna forma de libertad interior. Albou -conocedora del medio que pinta- expone con afán casi documentalista (y a veces en dosis algo excesivas) la vida de esta familia judía venida del Magreb: los rituales, las ceremonias religiosas, las creencias y las prácticas cotidianas. Integran el grupo, además de las hermanas, el muy ortodoxo marido de Mathilde, que en muchos casos ocupa el rol del jefe de familia; los cuatro hijos del matrimonio, y la matrona de la casa, una viuda que sólo piensa en el bienestar de sus hijas y es muy dada a talismanes, amuletos, trabajos y otras supersticiones traídas de su tierra natal. Tres hechos aceleran el proceso dramático: una infidelidad inesperada; los ataques contra la comunidad judía y la atracción que un compañero árabe despierta en Laura. El film, que al principio pone en palabras lo que debería entenderse por las acciones, va de menor a mayor. La cámara es sensitiva; la aproximación, discreta y afectuosa. Lo mejor está en un par de escenas de intimidad femenina (la charla de madre e hija, en especial) y en los estupendos trabajos de Fanny Valette (Laura) y Elsa Zylberstein (Mathilde).
Un clan como reflejo del mundo Con tal retraso llega a la cartelera local la ópera prima de la realizadora Karin Albou que su siguiente largometraje, La canción de las novias, ya fue estrenado hace un par de meses en las salas porteñas. La pequeña Jerusalén, presentada en el Festival de Cannes hace cinco años, forma parte de un creciente grupo de películas de origen europeo –muchas veces, aunque no es éste el caso, en coproducción con países “del Tercer Mundo”– que intentan retratar el microcosmos de un clan religioso como reflejo de las tensiones y conflictos del mundo moderno. De origen judío aunque no practicante, según declaraciones a la prensa, Albou se interna en el seno de una familia ortodoxa que habita en las afueras de París, cerca de los barrios árabes, pero se concentra fundamentalmente en uno de sus miembros. La joven Laura (Fanny Valette) cursa estudios filosóficos en la universidad y ya en una escena temprana descubrirá que sus paseos vespertinos –siguiendo las enseñanzas de las famosas caminatas kantianas– no son vistos con buenos ojos por sus familiares. Laura es joven, bella y temerosa de los cambios que se están gestando en su interior. No ayuda mucho que la familia y el barrio estén atravesando por diversas crisis: la madre quiere casarla a toda costa lo antes posible, su hermana Mathilde descubre que el marido la engaña con otra mujer, los ataques a la sinagoga local se multiplican exponencialmente. Como si todo eso fuera poco, Laura se enamora de un compañero de trabajo, un joven musulmán que le quita el sueño y agita su cuerpo y espíritu. Hay una esencia en extremo programática en La pequeña Jerusalén, algo que no deja que la película respire con un ritmo propio, como si la realizadora pensara en la sucesión de escenas no tanto como un continuo narrativo sino como una progresión dramática diseñada para la demostración de una hipótesis. A pesar de los apretados encuadres que pretenden contagiar cierta idea de intimidad –en particular los del cuerpo de Laura cuando se viste y desviste–, el film termina transmitiendo una frialdad que no se desprende de la rígida estructura religiosa que retrata, sino por la necesidad de que cada personaje y situación se ponga siempre al servicio de una idea concebida de antemano. Es así como la subtrama que involucra a Mathilde, cuya crisis matrimonial parece originada por su falta de entusiasmo sexual, se resuelve con un par de consejos en la mikvé, el baño de purificación mensual (breve aparición de Aurore Clément). La historia de pasión de Laura también es clausurada de manera brusca, como si Albou (también guionista) sólo pudiera resolver de manera salomónica un intríngulis que, tal vez, hubiera requerido una posición radical: entrega o ruptura incondicional con la tradición. Asimismo, el cierre del relato, con el viaje a otras tierras de la familia y un futuro abierto a las posibilidades para Laura, termina no haciéndose cargo de los conflictos planteados por el film en los noventa minutos anteriores, una variante de la corrección política que intenta, sin éxito, conciliar el pensamiento dogmático con las leyes del cine intimista más canónico. En última instancia, La pequeña Jerusalén, con sus correcciones técnicas, artísticas y políticas, termina convirtiéndose en un film aséptico, superficial, incluso banal.
Mujeres judías al borde de un ataque de angustia existencial Sarcelles es un barrio de las afueras de París al que se lo llama popularmente “La Pequeña Jerusalén” por ser uno de los lugares de mayor concentración de la colectividad judía. Algo así como una versión parisina y suburbana de Once o Villa Crespo. Si Daniel Burman filmara en Francia posiblemente ambientaría alguna de sus películas allí. Eso si Burman además perdiera totalmente el sentido del humor y su nivel de pretenciosidad alcanzara dimensiones titánicas. Las protagonistas son Laura y Mathilde, dos hermanas que viven en un departamento en el barrio del título junto a su familia. Laura tiene 18 años, estudia filosofía y es algo así como la rebelde de la familia, rechazando el orden religioso para abrazar el no menos estricto del imperativo categórico kantiano. Semejante alejamiento de la tradición que la familia acata estrictamente solo puede acarrearle reproches y chicanas a mansalva. Mathilde esta casada y tiene cuatro hijos pequeños, Tanto ella como su marido siguen los preceptos ortodoxos al pie de la letra. Completa el grupo familiar la madre de ambas, una señora de buenas intenciones pero tan metida e hinchapelotas que parece respetar a rajatabla no solo la tradición hebraica sino también el estereotipo de la madre judía. Amabas hermanas van a vivir un momento de crisis personal y angustia existencial. Laura, cuya vida ya dista de lo que construye en sus sueños de independencia, se enamora de un trabajador argelino de familia musulmana con lo que viene a sumar otro motivo a los sermones familiares. Por otro lado no la ayuda una personalidad rígida y reprimida que racionaliza e intelectualiza todo y no se permite ningún rasgo de espontaneidad. Su rebeldía además tiene las alitas muy cortas y así es como amaga todo el tiempo con irse de la casa pero no se puede decir que haga avanzar mucho ese proyecto. Mathilde descubre que su marido la engaña y cuando lo encara acepta muy obediente su explicación de que ella es la causante debido a su actitud reprimida ante la sexualidad que le impide cumplir sus deberes de esposa. Como termina asumiendo la culpa (cosa que nadie le discute), va a consultar con una guía de la sinagoga acerca de cual es la manera correcta de satisfacer las necesidades del marido sin ofender a Dios. Ambas parecen estar en lados opuestos del espectro pero el resultado es el mismo: la represión del deseo, el acallamiento de las pasiones, la frustración y la angustia. El tono del relato es de una gravedad que parece ser el imperativo -kantiano o no- para los temas importantes que se tratan. Así desfilan en solemne caravana los mandatos familiares, las pasiones amorosas, la represión sexual, el deseo de superación y realización, el racismo, y la tensión entre el deseo y la pasión versus la tradición y el deber. Semejante sumatoria contribuye a una pretensión que le dan al film el peso de un yunque y, peor aun, para la que no tiene resto. En eso se parece un poco a su protagonista, que amaga con despegar definitivamente para no ir demasiado lejos porque no se atreve o no puede.
Karin Albou construye su película con una sensibilidad notable. En Sarcelles, un barrio de los suburbios de París, se asienta una gran comunidad judía, constituida por inmigrantes llegados durante los últimos 70 años. Entre ellos, vive una familia compuesta por la madre viuda, sus dos hijas, y el marido e hijos de una de ellas. Matilde es la mujer casada, y Laura la joven soltera. Como contracaras una de la otra, ambas han sido formadas en la rigidez de la ley y el mandato. Matilde descubre que su matrimonio tiene serios problemas, y en la tradición busca los caminos de la solución. Laura, enamorada a su vez de un joven árabe, compañero de trabajo, descubre que su opción solo encontrará salida fuera del contexto de la ortodoxia. El principal mérito de la trama es la falta de todo dogmatismo. Ambas mujeres se encuentran en disyuntivas que, más allá de tener origen en las relaciones amorosas, ponen en duda toda su formación previa, en el marco del orden religioso. Sin embargo, estos conflictos pueden encontrar sus resoluciones tanto dentro como fuera de tales prescripciones. Serán las mujeres, con sus deseos y convicciones (más allá de cómo la propia subjetividad haya sido constituida), quienes encontraran el camino a seguir. En La pequeña Jerusalem importa el contexto. Las familias (tanto la de Matilde y Laura, como de su novio árabe), el barrio judío, el racismo, la condición de clase. Así se convierte en un pequeño relato acerca de las cuestiones personales enraizadas en el complejo de la realidad, que las construye y condiciona. Atrás, casi con sordina, puede intuirse la historia y con ella, los dolores de la segregación que sufrió el pueblo judío, las separaciones étnicas absurdas que parecen provenir de la eternidad y la condición de clase de los trabajadores en los márgenes de la Francia próspera. Es el tono medido, el erotismo ajustado, un marcado trabajo del realizador para evitar el drama descontrolado, lo que hace de esta película, una bella e inteligente pieza cinematográfica. Lo criticable, aparece en los momentos que desaparece tal sutileza, y en la relativa facilidad con la que los personajes toman sus decisiones o cambian sus actitudes de años. Karin Albou construye su película con una sensibilidad notable, y esto, que no es poco, se nota en cada plano de la película.
Mirada humanista del judaísmo y del mundo desde una perspectiva femenina Esta, se podría decir, es una realización de cámara, tanto desde concepto musical, la estructura del guión, y los aspectos técnicos en relación al manejo del dispositivo fílmico (llamado también cámara, pero no quería ser redundante) Desde la percepción “musical”, habría que aclarar que si bien en este tipo de composición se realiza para un número reducidos de instrumentos, toma su nombre durante el periodo barroco, pero se divide en dos tendencias, la religiosa y la profana, (al igual que el filme muestra estos dos mundos), esta última originalmente no se ejecutaba en público y suponía un estilo más privado. En relación al guión, y equiparándolo a la melodía, cada instrumento, (personaje en el film) ejecuta una parte diferente de la partitura, pero cada ejecutante tiene la posibilidad de observar y ser observado por todos los componentes de la orquesta. No es un concierto, pues no hay concertación, no hay una posibilidad de ponerse de acuerdo, pero lo que uno haga no es inocuo en el otro. Por ultimo en lo específicamente cinematográfico, esgrimiendo el dispositivo en mano, utilizando planos muy descriptivos, o extendidos primerísimos primeros planos, un manejo de la luz y el color con enérgica insinuación espacial, la directora consigue plasmar un texto fílmico que ostenta un tejido tierno y una estética no sólo intimista sino a la vez minimalista. Las tramas y el argumento se tornan individualmente subyugantes, gracias a la fascinación que produce además de los actores elegidos sino de la química existente entre ellos que se traslada a la pantalla. En particular, las mascaras, sobre todo de las dos protagonistas, el exotismo de Fanny Valette (Laura), que emite una profundidad de reflexión que expresa, por un lado, perturbación interior y, por otro, las vacilaciones filosóficas en cuanto a las forma de vivir. También su hermana Elsa Zylberstein (Mathilde), a quien conocimos en “Hace Mucho Que Te Quiero” (2008), aunque este filme sea anterior, presta su rostro para construir un personaje entrañable, querible y a la vez conflictivo. El argumento gira en torno a estas dos hermanas de una familia judía sefardí que vive en un barrio a las afueras de París, Sarcelles llamado también, “La pequeña Jerusalén” por los muchos inmigrantes judíos que allí viven. Laura es una estudiante de filosofía de 19 años fascinada con la visión racional de Kant, la cual choca con las creencias de la fe judía en la que fue educada. La otra es Mathilde, casada, madre de cuatro hijos y devotamente religiosa. Ambas mujeres se encuentran en medio de una encrucijada en sus vidas: la primera, al abrir los ojos desde sus estudios sabe que hay otra forma de entender la vida y el mundo, para colmo se enamora de un joven musulmán que trabaja junto a ella como conserje. Se le agrega entonces una pequeña versión “aggiornada” de “Romeo y Julieta”, muy justificada desde el discurso que trata de implementar la realizadora, pero no tanto en función dramática. La hermana mayor, transforma en certeza una duda, comprueba que su esposo le está siendo infiel, la razón directa es la imposibilidad de acceso a una sexualidad placentera, por lo cual ella no se satisface sexualmente, ni le permite a su marido hacerlo con ella. Además su madre está presente en todo momento ya que comparte la vivienda. Laura se enfrenta entonces al rechazo de su familia y su comunidad mientras que Mathilde se debate entre sus convicciones religiones y la necesidad de cambiar su aproximación a la intimidad conyugal para recuperar a su esposo. Todo esto reducido al ámbito privado, la acción transcurre en el 2002, en el exterior, en la vida social, en lo cotidiano, tiene lugar una ola de antisemitismo, con sinagogas quemadas y personas judías atacadas por sujetos enmascarados. El film termina siendo una mirada humanista del judaísmo y del mundo desde una perspectiva femenina, pero al mismo tiempo un deseo de lograr la convivencia en paz entre árabes y judíos. Una obra que lleva a la reflexión.
Un viaje interior a las tradiciones: "La Pequeña Jerusalem" Por esas cosas azarosas que tiene la distribución en Argentina, este primer film de Albou llega a nuestro país posteriormente a "La canción de las novias" que es su segundo film y ya fue estrenado unos meses atrás. Un barrio de los suburbios de Paris, Sarcalles, habitado en su mayoría por judíos, llamado justamente por eso "La Pequeña Jerusalem" es el marco donde la directora Karin Albou nos cuenta la historia de dos hermanas de una tradicional familia inmigrante. Una de ellas, Matilde (Elsa Zylberstein) está casada con un ortodoxo y son fieles seguidores de la religión mientras que Laura (Fanny Valette) es estudiante de filosofía, también estudia y se interesa por su religión -aunque de un modo más cuestionador-. Trabaja por la noche en una escuela, donde conocerá a Djamel -su compañero de trabajo que vive ilegalmente en Francia- y con el que se despertará una pasión "prohibida". Mientras que su hermana se encuentra aferrada a la religión y su madre viuda se conecta más con el mundo de las supersticiones (con tradiciones más arraigadas con sus origenes africanos -son imnigrantes tunecinos-), Laura trata de encontrar un camino propio tendiente a una libertad que permita despojarse completamente de estas dos fuertes tendencias. Es por eso que en sus clases de filosofía, y siendo admiradora de la obra de Kant, tratará de buscar su propia ley a la que seguir, mientras que esa atracción que siente por Djamel la hace replantearse la necesidad o no de la existencia de reglas. Dos hermanas representando dos mundos casi antagónicos, mundos que se distancian, que se diferencian, que se repelen casi con la misma fuerza que buscan atraerse, permiten que el guión de Albou pueda penetrar en la cotidianeidad de ellos mostrando esas diferencias, esas distancias cohabitando bajo un mismo techo. Para esto, cuenta con la invalorable "ayuda" de dos actrices notables: Fanny Valette como Laura tiene un rostro particularmente expresivo y una belleza singular, pero sobre todo Elsa Zlyberstein como Matilde (a quien vimos recientemente en "Hace mucho tiempo que te quiero" como hermana de Kristin Scott Thomas) toma en sus manos el papel de la hermana aferrada a la religión, endurecida por los preceptos religiosos, que quiere recuperar el amor y la pasión por su marido y gozar libremente de su sexualidad; y logra los mejores momentos del film. Un trabajo excelente. Quizás pueda parecer algo serena y demorada en detallar excesivamente algunos rituales religiosos y tradiciones familiares, pero en general la trama discurre en forma interesante, describiendo a esta familia dentro de la Pequeña Jerusalem e introduciéndonos en su mundo, sus construmbres, sus ideas, a veces tan cercanas y a veces tan distantes a las nuestras.