Sin amor al texto La última película de Bertrand Tavernier (La vida y nada más, 1989) es una absoluta decepción. El que otrora entregara filmes tan potentes como Todo comienza hoy (Ça commence aujourd'hui, 1999) o Alrededor de la medianoche (Autour de minuit, 1986) se atreve con una novela de Madame de La Fayette (La Princesa de Cléves, 1678) pero es incapaz de otorgarle alma a una película que es pura desgana desde el primer fotograma al último. La princesa de Montpensier (La princesse de Montpensier, 2010) narra el amor imposible de la susodicha dama (Mélanie Thierry) con el joven Duque de Guise (Gaspard Ulliel) en el contexto de las guerras de religión entre católicos y protestantes en la Francia del siglo XVI. La obra encuentra similitudes con otras películas de época tan estimulantes aunque diferentes entre sí como La duquesa de Langeais (Ne touchez pas la hache, 2007) o María Antonieta (Marie-Antoinette, 2006), pero donde había arrojo y conocimiento de causa en éstas, aquí sólo existe un academicismo que sepulta el film hasta lo rutinario. El cineasta se pliega en exceso a un guión que parece salido de un mal telefilm. Los diálogos son tan previsibles como manidos y las situaciones en las que se supone que debe explotar la tensión dramática, risibles. El elenco actoral no sabe cómo levantar unos personajes que parecen de cartón. Y es que, Tavernier debió interpretar el texto más libremente, sin ponerse ataduras ni querer entregar una obra fácil para el gran público como hace, por ejemplo, Terrence Malick en la impagable El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011). Las escenas íntimas constan de demasiados planos (en general, primeros planos) que explicitan situaciones tensas o sentimientos de los personajes que hubieran quedado mejor velados. El miedo a mantener una toma larga y salirse (aunque sea mínimamente) del cine narrativo, tira por tierra algunas secuencias que, en sí, contienen una violencia innata que es despreciada por el realizador. Sin embargo, es lo mejor de un film en el que las batallas parecen de mentira aunando filmaciones en grúa gratuitas con sentencias grandilocuentes o diálogos cotidianos. Valga como ejemplo una escena en la que a la protagonista, en un desnudo integral, es aseada por sus asistentes antes de tener sexo. Bertrand Tavernier precisa de un plano de la cara del padre que es casi pornográfico. Una escena similar en la película de Sofia Coppola es un ejemplo de pudor e inteligencia que bien podría estar hablando de la falta de privacidad de las celebridades de hoy día. Es, por tanto, una cuestión de mirada, de saber imprimir un punto de vista moderno y actual, pero para eso, es necesario tener claro qué obra se pretende entregar y esto no es posible si desde un principio no se ama el material con que se trabaja.
Guerreros en problemas El director de La muerte en directo, Un domingo en la campiña, Cerca de la medianoche y La carnada adaptó la clásica novela corta escrita en 1662 por Madame de Lafayette para construir una épica histórica ambientada durante las conflictos religiosos que arreciaron en la segunda mitad del siglo XVI, que combina una historia de amor imposible (impedido por los matrimonios por conveniencia arreglados por los padres) con los estragos de la guerra civil (sobre todo en el arranque del film). Del género de capa y espada al melodrama, del cine intimista (la relación entre la princesa del título que encarna Thierry y el conde de Chabannes que interpreta Wilson) a los códigos del western a-lo-Anthony Mann o las ínfulas de Akira Kurosawa. El problema es que, más allá de las referencias, de la elegante y estilizada puesta en escena o de las bellas imágenes (¿se apreciarán en toda su dimensión en la proyección digital en los cines porteños?), el film resulta demasiado académico, solemne, sin la tensión ni la dinámica que este tipo de historias exige a los gritos. No es una mala película, pero deja con gusto a poco.
Por el corazón de Francia Bélica y romántica. No hay duda de que un cineasta como Bertrand Tavernier es de los más recomendables si uno desea ver un filme francés épico, bélico, en el siglo XVII. Es que, a diferencia de muchos pares, el realizador de Capitán Conan viene de una tradición de cine clásico –lleva en la sangre los westerns y filmes históricos de la época de oro de Hollywood, es fanático de John Ford- que hace que este tipo de relatos tengan un clima más de aventura que de pesado drama de época. En La princesa de Montpensier , Tavernier hace lo imposible por insuflar vida y acción a un relato que en manos de otro director sería casi agobiante. No logra, del todo, transformar a esta pelea de cuatro hombres por una princesa en el marco de las guerras religiosas en Francia entre protestantes y católicos en un éxito completo (demasiado larga y centrada en reiterativas intrigas palaciegas, una protagonista no tan carismática como para ser tan deseada), pero logra mantener, al menos, “la llamita ardiendo” por 140 minutos. La princesa... arranca como un filme bélico. La cámara recorre un territorio de batallas y cadáveres. El Conde de Chabannes (Lambert Wilson) entra a una casa y masacra a una familia. Se da cuenta de la bestialidad de sus actos y se convierte en desertor. Se encuentra con el Príncipe de Montpensier, un viejo conocido que va en camino a su boda arreglada con Marie de Mezieres (Melanie Thierry) El Príncipe esconderá al Conde, sin saber que el hombre también se enamorará de su mujer. Pero hay un problema aún peor: Marie está enamorada de Henri de Guise (Gaspard Uliel), un joven guerrero que la cortejaba antes del matrimonio arreglado. Entre disputas territoriales y regresos al campo de batalla se desarrolla lo que se podría interpretar como una historia por la posesión del corazón de la misma Francia, representada en esta rubia inaccesible, caprichosa y por momentos impenetrable. Con quien decida quedarse –o no- parecerá marcar un destino más simbólico que otra cosa. Los 140 minutos son excesivos (y verla en DVD, como se estrena, le quita parte del placer visual que Tavernier le otorga), pero de cualquier manera La princesa... es más ágil y menos pomposa de lo que uno podría imaginar de una novela del siglo XVII de Madame de Lafayette. Sí, claro, tiene algo de “cine de qualité”, pero hecho con el ojo más puesto en la narración cinematográfica que en su origen literario. Algo es algo...
Sin épica, sin emoción Con motivo de su presentación en Cannes, el cineasta francés Bertrand Tavernier apostó por el género de capa y espada con su film La princesa de Montpensier, basado en la novela La Princesa de Cléves (1678), de Madame de Lafayette (1662) pero readaptando la historia de amor al contexto de la guerra de religión entre católicos y hugonotes. El resultado final deja bastante que desear teniendo en cuenta anteriores trabajos del director de La carnada al tratarse de una historia de romance, despecho y celos en el marco de un triángulo amoroso, sin poder sortear los convencionalismos habituales de este tipo de propuestas, cuyos atractivos recaen por lo general en la reconstrucción de época, la épica y las intrigas palaciegas. El aspecto más destacable en la película lo constituye el elenco que reúne a las figuras más relevantes del cine francés del momento, mezclando actores experimentados con las jóvenes promesas como Mélanie Thierry en el papel de la princesa homónima, junto a Lambert Wilson como el Conde de Chabannes, secundado Gaspard Ulliel en la piel del Duque de Guise, Raphaël Personnaz interpretando al Duque d''Anjou y Grégoire Leprince-Ringuet como el príncipe de Montpensier. La acción transcurre en Francia, más precisamente en el año 1562, con los estragos de la guerra religiosa durante el reinado de Carlos IX. El conde de Chabannes atraviesa un conflicto de fe y se convierte en desertor al abandonar el campo de batalla luego de haber ajusticiado a una campesina embarazada, que poco podía tener que ver con los protestantes y mucho menos con los pormenores del conflicto entre los bandos. Por otra parte, Marie de Mèzières es una dama de la nobleza y heredera de una de las fortunas más grandes del reino, cuyo amor por el duque de Guise va en contra de los intereses de su padre, quien planea casarla con el príncipe de Montpensier para que adquiera el estatus de princesa. Sin embargo, su futuro esposo es convocado por el rey para liderar el frente de batalla contra los protestantes, motivo por el cual obliga a la princesa a instalarse en la Campiña, aislada de las tentaciones; del acecho del Duque y al cuidado del Conde, quien le enseñará poesía, entre otras artes. Pero los avatares de la guerra acomodan las cosas para que surja un nuevo enfrentamiento entre el Duque y el Príncipe, quienes se disputarán el amor de la joven hasta el último instante bajo la protección del fiel ladero Chabannes que también siente un atractivo particular por la bella Marie. Si bien se trataba de una de las películas más esperadas y candidata a llevarse la Palma de oro, La princesa de Montpensier nunca despega ni toma vuelo a pesar de las grandes actuaciones, la riqueza de sus diálogos filosos y la prolija dirección -aunque a veces peque de academicismo- de Bertrand Tavernier. Ese estancamiento probablemente se deba a la pobre y lineal historia que se tenía entre manos o sencillamente a recaer en lo anecdótico con un intento de insufrarle épica y emoción que en este caso se queda a medio camino.
Pasiones comunes a todas las épocas La guerra embrutece a los hombres, y también los cansa. Un veterano elige desertar, y podría morir por ello, pero un joven noble lo reconoce como su maestro y le da su protección. Ahora èl deberá convertirse en protector y maestro de la esposa de ese joven, una muchacha casada contra su voluntad y amada por tres hombres: el marido, el anterior enamorado, y uno que está por encima de ellos en jerarquía e inteligencia. Corrección: no la aman tres, sino cuatro. Es un ambiente de intrigas, gente irritable, y distintas formas de entender el amor, y de atender a la mujer, que, en principio, no atiende ni entiende a todos ni mucho menos. Esta historia bien puede transcurrir en nuestros tiempos. Su autora la ubicó en Francia, 1562, plena guerra entre católicos y hugonotes. Por entonces el promedio de edad no era demasiado alto, la gente sacaba su espada por cualquier motivo, aun entre compañeros de armas, y las mujeres tenían escaso derecho a recibir instrucción y dar opinión (al menos públicamente). Pero la princesa de esta historia tiene algo en la cabeza. El desertor va a enseñarle a leer y escribir. La ayudará a pensar y decidir por sí misma, con aprobación inicial de su marido. Un día, el anterior galán y el jefe militar (futuro rey del país) llegan al castillo. Otro día, ella irá a la corte. No es lo único que ocurre. La escribió, un siglo más tarde, Madame de Lafayette, a quien varios consideran creadora de la novela psicológica, o al menos propulsora de narraciones bastante verosímiles, más inspiradas en personas de carne y hueso que en héroes y dioses lejanos. Su vida misma se pareció un poco a la de su princesita, casada muy joven, cultivada al punto de eclipsar a su marido en los salones, el rey admirado de su inteligencia y discreción, en fin. Hace años hubo una adaptación bastante pesada de su novela más famosa, «La princesa de Clèves». La que ahora vemos no tiene nada de pesado, incluye unas buenas escenas de acción, algún desnudo, respetable simplificación de datos históricos para evitarle confusiones o cansancios al espectador, una simplísima pero intensa escenificación de la Masacre de San Bartolomé, y, en particular, una buena mirada sobre sentimientos aún más intensos, lindamente expresados. Los intèrpretes son buenos, empezando por Lambert Wilson (el prior de «De dioses y de hombres») y la blonda Mélanie Thierry, los diálogos suelen ser exquisitos, y el desenlace es ejemplar. Autor, el veterano Bertrand Tavernier, que ya supo lucirse en otras películas «de época» bastante actuales.
Un relato sin sorpresas Nuevamente una obra de la condesa de Lafayette llevada al cine. Suerte de Mariquita Sánchez de Thompson de la literatura francesa, organizadora de prestigiosos salones literarios, amiga de La Rochefoucault y LaFontaine, Marie Madelaine se hizo célebre por su novela "La princesa de Cléves" (1678), con varios puntos de contactos temáticos con "La princesa de Montpensier" (1662), posterior a la primera y llevada al cine hace más de cincuenta años con Marina Vlady, Jean Marais y la dirección de Jean Delannoy. La película cuenta las penurias amorosas de un amor imposible, el de la bella del título y el duque de Guisa durante las "Guerras de religión" del siglo XVI entre católicos y hugonotes (protestantes calvinistas). Como en "La princesa de Cléves" y amor imposible con el duque de Nemours, el amor está condenado al fracaso. No olvidemos que estamos en época de casamientos por conveniencia, concertados generalmente por razones económicas entre los padres de los más jóvenes. CASAMIENTO Marie de Mezires en esta historia, es obligada a casarse con el príncipe de Montpensier y recibir educación por parte del Conde de Chabannes, que también se enamora de ella. El filme de Bernard Tavernier ("Más allá de la justicia", "La carnada") reúne los ingredientes clásicos del género. Lo épico y el drama romántico más inclinado al melodrama. El asunto está en que todo se desarrolla en una línea absolutamente tradicional y sin la garra que puede provocar una vuelta de tuerca o una reacción inesperada. Todo el previsible y fácil y las pasiones parecen lavadas. Nada sorprendente ocurre y pasa todo lo que esperamos que pase, sin énfasis ni sangre. Lo mejor es la construcción de época bastante austera. En cuanto a los actores es bueno el nivel actoral, la bella ex modelo Melanie Thierry personifica a Marie de Mezires, Lambert Wilson (hijo del notable Georges Wilson) es el Conde de Chabannes, Gregoire Leprince Ringuet personifica al príncipe de Montpensier y Gaspard Ulliel (Hannibal Lecter) es el duque de Guisa.
Bertrand Tavernier es uno los más legendarios realizadores de la retaguardia francesa. Entre sus últimos trabajos se destacan Todo Comienza Hoy (1999), ganadora en el Festival de Berlín de premio FIPRESCI, y En la Tormenta Eléctrica, un thriller bastante subvalorado, pero interesante que sucedía en Florida y protagonizado por Tommy Lee Jones y John Goodman. Esta vez, Tavernier se mete en el mundo de Madame de La Fayette, una de las más importantes novelistas románticas del Siglo XVI, que recientemente fue llevada al cine por Christophe Honoré (La Belle Personne, 2008), Andrzej Zulawsky (La Fidelidad, 2000) y el gran Manoel de Oliveira (La Carta, 1999). Se trata de un relato de época con un gran trabajo en materia de vestuario, maquillaje y ambientación. Una gran producción francesa perteneciente a Studio Canal, cuyo mayor atractivo es la reconstrucción histórica. La princesa es una jóven y hermosa mujer, de esas tantas que han sido obligadas a contraer matrimonio con conveniencia social, política y hereditaria. Ella es demasiado hermosa, conoce el amor gracias a un pariente, eje sobre el cual el film ronda en sus extensos minutos. Él no es el único y alli yacen los odios, venganzas, duelos. Los celos de su esposo irradian la rabia y decisiones de alejamientos y muertes encomendadas. Tavernier logra, con el aporte de su habitual guionista, el octogenario Jean Cosmos, un muy aceptable film, destinado a grandes audiencias. El elenco es encabezado por la bella y prometedora Melanie Thierry, el veterano Lambert Wilson (Corazones) y el galán Gaspard Ulliel (que recientemente se puso la máscara de Hannibal Lecter).
Bertrand Tavernier vuelve al pasado histórico, más precisamente al siglo XVI, en los días de las guerras de religión que preceden a la Noche de San Bartolomé, a la corte del rey Charles IX, a las intrigas entre aristócratas, a los gentilhombres de capa y espada que alternan batallas sangrientas y galanteos, a los señoriales castillos de infinitos salones, pasadizos y recámaras; a las cabalgatas y los carruajes; a los interiores fastuosos, los tapices, los terciopelos; al film de época en fin, con toda la suntuosidad visual y la cuidada reconstrucción que exige y con el refinamiento estético que el francés exhibió en varias obras desde que, en 1975, recreó los comienzos del siglo XVIII con Que la fête commence . Pero lo hace sin ningún envaramiento, sin exhibicionismo gratuito ni ampulosidad. Sin llegar al distanciamiento deliberado que buscaron otros cineastas como Eric Rohmer ( La inglesa y el duque ), el director de Capitán Conan conserva por un lado la extrañeza que el espectador actual puede sentir ante modos de vida, estéticas, creencias y códigos de tiempos lejanos, pero por otro disipa esa sensación al conferir a sus personajes la pulsación y el nervio de seres vivos y actuales, acentuando su violencia y la visceral manifestación de sus pasiones y subrayando el carácter de su protagonista, una mujer que conoce los deberes que se le imponen y los acepta, pero aspira a su independencia, y mientras encuentra la forma de adquirir las armas para obtenerla mantiene su rebeldía y la traduce en el terreno de los sentimientos. Marie de Mézières (Mélanie Thierry) tiene todo para que a su alrededor revoloteen los galanes más ambiciosos: suma a su belleza y su gracia la pertenencia a una familia rica e influyente. Las circunstancias la colocan entre cuatro hombres: Henri de Guisa (Gaspard Ulliel), su primer amor, que a pesar de sus vacilaciones todavía la alborota; el príncipe de Montpensier (Grégoire Le Prince-Ringuet), su marido por decisión familiar, con quien ha logrado entablar una relación aceptable; el duque de Anjou (Raphäel Personazz), futuro rey Enrique III, vanidoso y superficial, que quiere sumarla a sus conquistas. Y por fin, verdadero coprotagonista, el conde de Chabanne (Lambert Wilson), un protegido de su esposo, sabio y sensato, que abandonó las armas, se convirtió en su preceptor y no tardó en confesarle su amor, aunque siempre actúa como un amigo leal. También se pone de su parte el propio Tavernier que ha querido transmitir al film el espíritu humanista del Renacimiento. Celos, intrigas y traiciones alimentan el folletín, que avanza tenso y a sostenido ritmo gracias a la segura puesta en escena, al dinamismo del montaje y al compromiso de los actores. Un espectáculo vibrante y seductor.
El amor en tiempos de capa y espada “Lo que me interesaba era capturar el alma de la época”, confió Bertrand Tavernier, en entrevista publicada días atrás en Página/12. No parece haberlo logrado. Versión de la novela homónima de Madame de La Fayette, si de algo sufre La princesa de Montpensier, presentada en competencia en Cannes 2010, es de exterioridad. Historia de amor en tiempos históricos, el realizador de Un domingo en el campo se propuso abordar ambos planos a partir de un doble punto de vista: el de la protagonista, típica heroína romántica, y el de uno de los hombres que la circunda, cuya lucidez política lo lleva al renunciamiento. Las intenciones de Tavernier no resultan visibles: el relato está narrado desde la misma e impersonal tercera persona que el grueso de los dramas históricos, no logrando transmitir la pasión amorosa de Marie ni la lucidez política de Chabannes. La historia tiene lugar en el marco de las sangrientas guerras religiosas del siglo XVII en Francia. Heredera de una de las más grandes fortunas del reino, la bella Marie de Mézières (Mélanie Thierry) ama al duque de Guisa. Su padre, el marqués, la fuerza sin embargo a contraer enlace con el príncipe de Montpensier, a quien Marie ni siquiera conoce. A poco de casarse el príncipe debe partir a la guerra, enviando a Marie a un refugio campestre. Allí la chica estará al cuidado del conde de Chabannes (Lambert Wilson, único rostro conocido del elenco), hombre ilustrado, a quien los horrores de la guerra llevaron a tomar distancia de católicos y hugonotes. A cargo de la instrucción de la muchacha, Chabannes no podrá evitar enamorarse, aunque guarde para sí el secreto. Dejará de hacerlo cuando al castillo lleguen, en breve tregua bélica, el duque de Guisa y su amigo, el duque de Anjou, futuro Enrique III. Allí serán tres los flechados por Marie. Los tres, duchos en el manejo de la espada... Es difícil discernir si es por limitaciones propias, de la neutralidad de la cámara o de ambas cosas que ninguno de los protagonistas (con la siempre poderosa presencia de Lambert Wilson como única excepción) logra comunicar los ardores que presuntamente los queman. Más allá de ser bonita (en el sentido más gélido de la palabra), resulta tan difícil adivinar los sentimientos de la heroína como la temperatura que eleva en otros. Rodeado de una aristocracia de conspiradores, envueltos en guerras de sangre cuyos motivos ni siquiera se plantean, es menos complicado comprender el carácter refractario de Chabannes, héroe (o mártir) casi contemporáneo.
El francés Bertrand Tavernier no hace films si no son políticos, sea el tema que fuere, y si no puede hablar del hoy. Esta adaptación de una novela de Madame de Lafayette, ambientada en el siglo XVI es tanto un melodrama romántico y de aventuras como una metáfora sobre la discriminación y la persecución religiosa. El problema reside en que Tavernier quiere al mismo tiempo imponer un ritmo contemporáneo y describir con lujo cada miriñaque. Y el resultado no es ni una metáfora profunda ni una descripción detallada. A mitad de camino de todo.
Caballeros sin espada Bertrand Tavernier es uno de esos directores franceses que filman con regularidad pero que, además, colaboran con su trabajo en la instalación del cine galo como una marca de calidad superior al resto. Para ser claro: no creo que esto último sea así -de hecho tenemos La princesa de Montpensier para confirmarlo- pero su nombre está asociado por el imaginario del espectador a cierta idea de trascendencia. Imagínese entonces si como aquí, el film se basa en una novela en 1662 escrita por Madame de Lafayette, figura clave de la literatura moderna, quien con La princesa de Cleves dio el primer paso en ese sentido. La princesa de Montepensier es un relato que agrupa diversas vertientes de las novelas de época: por un lado la confrontación política teñida de lo religioso, las intrigas palaciegas con amores arreglados y pasiones reprimidas, y fundamentalmente el relato de aventuras, de caballeros que dirimen su honor a espadazo limpio. De todo esto hay un poco en el film de Tavernier, quien sin embargo filma con tanta corrección que un elemento clave falta a la cita: la pasión. Mélanie Thierry es la citada princesa, quien se debate entre cuatro hombres: su esposo por mandato familiar (Grégoire Leprince-Ringuet), su amor del pasado Henri de Guise (Gaspard Ulliel), el lascivo duque de Anjou (Raphaël Personnaz), y el conde de Chabannes (Lambert Wilson), alguien que viene de abandonar la guerra entre católicos y hugonotes saturado por la violencia, y que ha sido destinado por el príncipe de Montpensier para cuidar a su esposa. Son estas pasiones cruzadas las que van haciendo avanzar la historia, mientras de fondo se cocinan otras cosas: los mandatos familiares, las formas de la discriminación, el poder como algo que se construye con acuerdos y a fuego. Obviamente Tavernier elabora un film político -o al menos lo intenta-, que si bien está basado en un texto del Siglo XVII, posee los suficientes elementos como para ser leído desde el presente. La princesa de Montpensier quiere ser un film anti-belicista, que niega el sentido de la guerra y apuesta por la concreción de los deseos personales como única forma de realización. Esta visión es, obviamente, contemporánea y moderna, alejada del texto que intenta más connotar diversos códigos ridículos de su tiempo. Tavernier es alguien que filma clásico: la narración fluye clara y cristalina, aunque sus más de dos horas de duración terminen por jugarle bastante en contra. Por momentos el film se repite y se alarga innecesariamente. No obstante, contra lo que uno puede suponer (cierto envaramiento, una construcción refinada y con un ojo más atento a la dirección de arte, refinamiento visual por encima de la narración), la película no resulta tan qualité. Es, sí, una película de aspecto refinado, pero en todo caso hay una apuesta mayor por el drama romántico y la aventura de caballos y espadas, que por la reflexión pesada o la mirada política. El problema de la película es, en todo caso, que la ambición por contar mucho resulta nada: la aventura no es para nada física ni vertiginosa (hay algunas escenas de acción, pero filmadas con cierta pereza) y lo romántico está contaminado por la falta de pasión que desprenden sus protagonistas: ni Thierry, ni Leprince-Ringuet, ni Ulliel están a la altura de un relato que debería ser asfixiante y dramático, y no se entiende por qué pelean o se distancian. Salvo por cierta locura que desprende Personnaz y la noble interpretación de Wilson, La princesa de Montpensier se diluye en una especie de film que nunca termina de arrancar y que se extiende demasiado. Wilson y su conde de Chabannes son lo más interesante, quienes aportan algo de conflicto y complejidad, en el marco de una película demasiado interesada en los decorados y la buena recreación de época como para ensuciarse en los caminos de la pasión.
Lástima, simplemente lástima. Esta podría ser la calificación del filme, pero no solo por falencias y/o falta de meritos del filme en cuestión, sino específicamente por el formato en que se proyecta, se exhibe en las salas de Buenos Aires y sumándole la deficiente calidad de la copia que el mismísimo dvd posee, que le resta, valga la contradicción, calidad de imagen a la proyección. Digo, hay cuestiones que nos superan como espectadores y de las cuales hay que deslindar responsabilidades a los productores del filme como al director del mismo como así también a quienes trabajaron durante el proyecto en la etapa de realización, hasta el montaje. De esta inocencia quedan excluidos los distribuidores y/o los exhibidores. Igualmente y no es de menor importancia que si no fuera por ellos no tendríamos acceso a muchas de las producciones que se realizan en el mundo por fuera de la industria hollywoodense. Me estoy refiriendo a que la imagen tiene durante toda la proyección un velo, una lamina casi transparente que le da un tono fantasmal a la misma, le quita densidad y fuerza a los colores, en cuanto al sonido es muy clara la ausencia de planos sonoros, los diálogos en primer plano se confunden con las resonancias del fondo de la escena, terminando siendo un pastiche, gracias a Dios que esta subtitulada. Bertrand Tavernier es el mismo director que supo atrapar al público argentino con películas tales como “Todo comienza hoy” (1999) y “La vida y nada mas” (1989), tal cual en estos ejemplos, ahora también recurre a una historia casi minima para instalar una mirada política, social, de lucha de clases, de discriminación, sobre el texto. Si en “Todo comienza hoy” centra su mirada en las cuestiones sociales y en “La vida y nada mas” esta vehiculizando hacia los intereses espurios de los grupos de poder económicos y políticos. En “La Princesa de Montpensier” utiliza un triangulo amoroso, (que podría llegar a ser un cuarteto o un quinteto, solo Dios sabe cuantos cayeron rendidos a los pies de la princesita), para mostrar, denunciar, instalar como una gran metáfora de la actualidad a la discriminación que se esta realizando en Europa y en otros lugares del mundo por problemas raciales, políticos y sobre todos religiosos. Aunque esto parezca estar hilando mas fino que el telar dispone. Ambientada en Francia a mediados del siglo XVI, antes de los acontecimientos conocidos como “La noche de San Bartolomé” donde se llevo adelante la mayor matanza de hugonotes, católicos protestantes en manos de los cristianos en lo que se conoció como las Guerra de religión francesas. Desde el parámetro de estructura el filme esta contado desde fuera, como si el narrador no se quisiese involucrar en el relato, eso le quita densidad, profundidad, por desplazamiento en niveles de importancia, queda en primer lugar el discurso, y lo narrado como excusa superflua. En relación al guión y a la construcción de los personajes, al desarrollo de los mismos, en principio se puede decir que respeta al texto original del que se basa la historia, la novela de Madame de Lafayette. La hija de un acaudalado Marques, Marie (Melanie Thierry) esta enamorada de Henry de Guise (Gaspar Ulliel) todo un duque, pero su padre la obliga a casarse con el Príncipe de Montpensier (Gregorie Leprince- Ringuet). Pero la desgracia esta instalada, comienza la guerra y la princesa es enviada a un castillo alejado de la contienda, siendo enviado para su custodia el conde de Chabannes (Lambert Wilson, a quien viéramos recientemente en “De dioses y hombres”), quien por supuesto, se enamora de Marie. Todo el nudo del conflicto se desarrolla y finaliza en un momento de tregua durante la guerra, se manifiesta propicio para que se reúnan en el lugar de residencia de la princesa, su esposo, su amante, el custodio y por si fuera poco algunos otros hombres, ninguno ciego, entre los que se encuentra el futuro rey de Francia. Solo quedaría por poner en la palestra el manejo de la cámara, los movimientos de las mismas, y las actuaciones, de todo el elenco se destaca Lambert Wilson, y eso no es noticia, pero las performance de M. Thierry quien puede pasar de la mirada mas calida a la más helada con un abrir y cerrar de ojos o el compromiso corporal que Gaspar Ulliel le imprime a su personaje son loables. En cuanto a la disposición de las cámaras las mismas entran al servicio de los actores y de la narración, se nota que hubo una búsqueda estética por parte del director, lastima el formato de proyección, simplemente lastima.
Entre el deber y los sentimientos “La Princesa de Montpensier” está basada en una novela homónima de Madame de La Fayette, escrita y ambientada en la Francia del siglo XVI. La historia se concentra en una etapa de la vida de una joven, Marie, hija de un acaudalado marqués, quien está enamorada de uno de sus primos, el duque Henry de Guise, y medio comprometida con el hermano de Henry, pero a quien su padre obliga a casarse con Philippe, el Príncipe de Montpensier. Son todos jóvenes que no superan los 20 años de edad, que gastan su tiempo entre juegos cortesanos, estudios de idiomas, coqueteos y peleas entre espadachines. Pero en esos momentos, Francia está desgarrada por una guerra que parece interminable entre hugonotes y católicos. El guión apenas esboza las ventajas y desventajas que reparten los matrimonios por conveniencia y las alegrías y pesares que esto puede provocar en jóvenes corazones apasionados. Marie es una muchacha muy bella y pese a sentirse atraída por Henry, se somete a la voluntad paterna y se casa con el Príncipe, quien apenas transcurridos unos pocos días de la boda, debe dejarla sola en un castillo en medio de la campiña, porque los deberes de la guerra lo obligan a correr al campo de batalla, por orden del rey. Antes de partir, encomienda su esposa al cuidado de su fiel súbdito, el conde de Chabannes, a quien considera un maestro y amigo, por ser quien le enseñó las artes de la guerra y otras virtudes. El tiempo transcurre entre los plácidos y amables ambientes del castillo, donde Marie es instruida en lectura y escritura, y otras artes, por el abnegado Chabannes, y los rigores de las batallas en las que su marido combate con arrojo y coraje, junto a otros nobles. Chabannes, pese a haber sido un noble muy distinguido y leal a la corona, y de haber combatido en esa guerra como el mejor, hastiado de tantas matanzas, decidió desertar y alejarse para siempre del uso de las armas, lo que lo obligó a vivir sometido a la voluntad de perdón del rey, por intercesión de su hijo, el príncipe, hoy casado con la bella Marie, de cuyos encantos Chabannes no ha podido o no ha sabido salir indemne. Tantas horas juntos en una suerte de aislamiento del mundo, consiguen subyugar el sufrido y solitario corazón del veterano guerrero, cuya formación religiosa y cultural lo convierten en un mentor y consejero respetado y confiable. Sin renunciar a sus sentimientos ni a sus principios, estará siempre ahí para proteger tanto al príncipe como a la princesa, de las acechanzas a las que los someterán las convulsiones políticas y sociales del país. Sin ahondar demasiado en sentimientos ni en los pensamientos más íntimos de los personajes, ni tampoco en las cuestiones históricas, la novela esboza una mirada costumbrista, poniendo un poco el énfasis de la cuestión en las difíciles circunstancias en las que se desarrollaba la vida cotidiana de las mujeres en esa época. Dejando en claro que a pesar de estar sometidas a convenciones sociales extremadamente rígidas, igual que los varones, nadie parecía dispuesto a renunciar a los sentimientos tan fácilmente, aun cuando los mismos lleven a asumir riesgos a veces desmedidos. La película de Tavernier muestra una buena reconstrucción de época en cuanto a ambientes y caracterizaciones de los personajes, el relato se mantiene a buen ritmo con un prolijo trabajo de montaje, pero ni los sucesos ni los protagonistas llegan a conmover demasiado. La tensión dramática parece más literaria que vivencial. Y además, muchos le reprochan algunas deficiencias técnicas en la imagen y el sonido, que desvalorizan de manera aleatoria la calidad del filme. No obstante, se puede ver y disfrutar, porque aun con sus defectos, “La Princesa de Montpensier” tiene un encanto propio que no es para despreciar.
Una hermosa mujer es el centro de una historia de intrigas amorosas que transcurre en la Francia del siglo XVI, sumergida en cruentas batallas sostenidas por católicos y protestantes que se alternan con las mundanas escenas de una corte en la que reina la frivolidad y los galanteos de los miembros de la aristocracia. Sin duda, quien haya sido ávido lector de folletines, novelas épicas o historietas, conoce la atracción que ejercen las intrigas insaladas en un escenario en el que coexistían demasiadas prohibiciones con otras tantas maneras de transgredirlas. ???Marie de Méziéres (Mélanie Thierry) es una joven que pertenece a una rica familia, un detalle que sumado a su belleza, la convierten en una atracción ineludible para cualquier hombre. ???Henri de Guisa (Gaspard Ulliel), fue un amor de juventud de la mujer y su aparición altera a quien hoy es la esposa del príncipe de Montpensier (Grégoire Le Prince-Ringuet), marido impuesto por decisión familiar. La atractiva mujer también soporta el acoso del duque de Anjou (Raphael Personazz), un irredento conquistador. La larga lista de pretendientes de la dama incluye al conde de Chabanne (Lambert Wilson), un ex militar que se convirtió en su preceptor y terminó enamorado de su protegida. ???La mujer es el centro de una buena historia mientras, en el horizonte del mundo real, se avizora la inminente llegada de la macabra noche de San Bartolomé.