Luego de una cinta como The Exorcist (1973), absolutamente todas las películas de este sub-género quedaron relegadas a meras copias o buenas intenciones que quedaron es eso, solo intenciones que fracasaron. Año tras año se quiere innovar en un terror que tuvo su máximo exponente en cines hace mas de 40 años, y por mal que nos pese, hasta hoy en día no hay nada qe supere esa maravilla dirigida por William Friedkin. Así llega La Reencarnación (Incarnate, 2016), tardemente estrenada en cines argentinos, en la que el Dr. Ember (Aaron Eckhart), un exorcista poco convencional confinado a una silla de ruedas, debe enfrentarse a un demonio que poseyó el cuerpo de un niño (David Mazouz, el Bruce Wayne de Gotham) el cual tiene un pasado en común con la tragedia de Ember, entonces, esta misión será algo más que de rutina para convertirse en una vendetta personal. La premisa del film es bastante original, o por lo menos, fuera de lo común, ya que este caza-demonios no se vale de agua bendita o crucifijos para ahuyentar a los seres del inframundo, sino que para él son parasitos de otras dimensiones, y para enfrentarlos se vale de la tecnología para meterse en el subconsciente de los afectados y allí despertarlos cual Leonardo DiCaprio en Inception (2010) si hasta incluso se vale de un objeto físico para conectar con la realidad a modo de Tótem; e incluso, esta cinta también toma como referencia el film protagonizado por Jennifer López, The Cell (2000). Aún así, y con todo este bagaje fílmico, la película dirigida por Brad Peyton termina virando hacia lugares comunes, los secundarios parecen estar de relleno, y no se maneja suficiente la tensión como para mantenerte pegado al asiento. Por más que la duración sea de 90 minutos, La Reencarnación se siente como si ya hubiésemos visto lo mismo mil veces y, además de prever el final con tan solo ver un fotograma, nos toman de idiotas al terminar con una secuencia que sirve de antesala hacia una posible secuela (por favor no!).
Destruyendo la mentira La reencarnación (Incarnate, 2016) es uno de esos productos que ayudan a poner en primer plano la necesidad de heterogeneidad en el terror contemporáneo: estamos ante una obra disfrutable que aprovecha cada uno de sus componentes de la mejor manera posible, siempre apuntando a respetar al espectador. Así como la industria norteamericana es la responsable excluyente del culto a la repetición y la mediocridad ad infinitum, también en ocasiones nos regala productos tan simpáticos como el que hoy nos ocupa, La reencarnación, un trabajo que hace del tono trash, la mezcolanza de referencias y la excelente interpretación de su protagonista, el gran Aaron Eckhart, sus principales virtudes. Aquí nos topamos con una estructura básica de posesión diabólica símil El exorcista (The Exorcist, 1973), esa posibilidad de penetrar en los sueños/ el inconsciente vinculada a opus como El Origen (Inception, 2010), y un grupito de investigadores paranormales un tanto bizarros que nos remiten a Poltergeist: juegos diabólicos(1982), La noche del demonio (Insidious, 2010) y otras creaciones semejantes. Curioso como suena, el director Brad Peyton y el guionista Ronnie Christensen, cada uno artífice de una generosa tanda de desastres pasados, en esta oportunidad parecen haber aprendido la lección y/ o simplemente tener buen gusto para el horror. La historia gira alrededor del Doctor Ember (Aaron Eckhart), un hombre que cuenta con la singular habilidad de introducirse en la mente de las personas poseídas para destruir las patrañas que los engendros del averno les hacen creer a los sujetos, con el fin último de traer a la realidad a las víctimas y así salvarlas. El “paciente” de turno es Cameron (David Mazouz), un niño que cayó presa de Maggie, una entidad que ya tiene unas cuantas muertes en su haber, entre las que se encuentran la esposa y el hijo del apesadumbrado Ember. En todo el asunto hasta interviene el Vaticano vía una representante especial, Camilla (Catalina Sandino Moreno), que pasa a mediar entre Ember y la progenitora de Cameron, Lindsey (Carice van Houten). La idiosincrasia anticondescendiente y el interés por el desarrollo de personajes -por sobre el berretismo de los jump scares cronometrados- son elementos que le juegan muy a favor a la propuesta ya que permiten conocer a fondo a los distintos involucrados y efectivamente preocuparse por su destino, un enclave que se sitúa próximo a los rasgos y las motivaciones (esas mismas que nunca terminamos de descubrir en la enorme mayoría de los productos mainstream de la actualidad). En este sentido, Peyton acierta al privilegiar la agilidad narrativa y el desempeño apasionado de Aaron Eckhart, un actor que calza perfecto en el andamiaje del relato porque “maquilla” el trasfondo desvergonzadamente exploitation de la trama en general. La reencarnación es una película muy digna que recupera aquella noción setentosa del terror que vincula al poder con los parásitos que se alimentan de los crédulos a través de sonseras y mentiras… cualquier similitud con la realidad no es pura coincidencia.
RELECTURA SIN GARANTÍA Si mezclamos las películas de exorcismos convencionales con El origen (2010) tal vez tengamos una de terror con un toque original, que no es poco decir, sin llegar a caer en el ridículo de “¿qué pasaría si un prócer cortara cabezas de monstruos?” (como en Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros) o “¿qué pasaría si a la obra cumbre de Jane Austen le agregamos muertos vivientes? (como Orgullo y prejuicio y zombies). El doctor Seth Ember (Aaron Eckhart) tiene la habilidad innata de poder introducirse en el subconsciente de las personas poseídas para desahuciar a los demonios desde adentro. El Vaticano lo convoca para exorcizar a un niño (Emjay Anthony) y él acepta, al darse cuenta de que se enfrentaría a la misma entidad que mató a su familia y lo confinó a una silla de ruedas. Sólo él puede destruirlo, pero cualquier paso en falso puede acabar con la vida del chico o la suya. Algo así como que si alguien tiene un parásito en el cuerpo llama a un médico, pero si la zona afectada es el alma –o en el subconsciente, lo que prefieran creer- capaz que sería mejor llamar al buen doctor Seth, que arrastra un pasado pero se arriesga a tratamientos poco ortodoxos. Las películas de exorcismos tienden a plantear patrones claros, donde el cura llega a socorrer al afectado, lucha con agua bendita y crucifijo y, por lo general, muere de una forma horrible. Ya de entrada La reencarnación marca la cancha: el planteo está más cerca de la ciencia ficción. Si bien el concepto de entrar al limbo para liberar al poseído -aún poniéndose en riesgo- ya está experimentado (recordar La noche del demonio)-, ahora ese limbo es el propio subconsciente: el lugar donde se alojan los deseos y anhelos más profundos, de los que un demonio se podría aprovechar. El problema surge cuando, incluso desde un planteo más novedoso, la lista de clichés eternizados en las cintas de terror se cumple punto por punto. El mejor ejemplo son los jumpscares completamente innecesarios con sonidos estridentes que sólo escucha el espectador pero no los participantes de la escena. Con el nuevo enfoque explora todos los lugares comunes e incluso hay contradicciones y situaciones inexplicables que desconectan a la audiencia de la trama. Si bien no se destaca la dirección de Brad Peyton (Terremoto: la falla de San Andrés), hay cuestiones que pueden perdonarse, como la baja calidad de los FX, si se tiene en cuenta el bajo presupuesto con el que contó la producción. Por último, Eckhart no hizo su papel más notable, pero mantuvo a flote el film que prácticamente se centró en él y relegó al resto de los personajes al segundo plano. LA REENCARNACIÓN Incarnate. Estados Unidos, 2016. Dirección: Brad Peyton. Guión: Ronnie Christensen. Intérpretes: Aaron Eckhart, Carice van Houten, Catalina Sandino Moreno, Karolina Wydra, John Pirruccello, Emily Jackson, Emjay Anthony, Breanne Hill. Fotografía: Dana Gonzales. Duración: 86 minutos.
Confusa e inverosímil posesión Con intensidad forzada y una curiosa elección de susurrar casi todos sus diálogos, Aaron Eckhart interpreta a un hombre que quedó postrado tras un accidente y se dedica a "entrar" en la mente de personas poseídas para ayudarlos a echar a los espíritus que los tienen como rehenes. Si todo esto suena confuso es porque el guión de La reencarnación lo es. Las explicaciones pseudocientíficas de la técnica que utiliza Ember; la participación del Vaticano -representado por una joven latina- en uno de estos experimentos, y las cansadoras vueltas de tuerca finales enredan aún más una narración que está condenada desde el principio.
El exorcista contra los parásitos. Hay algo interesante en el comienzo de La reencarnación, película de la cual se espera lo peor, como ocurre con todas aquellas producciones de clase B cuyo tema son las posesiones demoníacas. Y lo que sorprende es que su protagonista, el doctor Ember, no es un exorcista convencional y sus exorcismos distan mucho del modelo religioso (cristiano para más datos y católico para ser precisos), impuesto a partir del éxito de El exorcista (1973) de William Friedkin. Porque Ember no cree lidiar con demonios en un sentido estricto, sino con “entidades parasitarias en un cuerpo ocupado”, y su objetivo no es salvar almas, sino cumplir con una venganza personal. Los “exorcismos” de Ember son procedimientos en los que intervienen la ciencia y la técnica, y donde la fe parece no tener nada que ver. Se trata, claro, de una ciencia ficticia, que le permite a Ember migrar hacia el cuerpo tomado a partir de un trance provocado por un coma farmacológico autoinducido. Una vez dentro, su trabajo consiste en persuadir al verdadero dueño de que en realidad está siendo engañado a través de la proyección de su deseo más profundo, una suerte de sueño ideal muy vívido. Si consigue que el anfitrión deje de creer en la fantasía que el parásito propone, aquel podrá volver a tomar el control de su cuerpo. A diferencia de otros films de exorcismos, La reencarnación parece no proponer la clásica disputa del bien y el mal que siempre tiene a la culpa como motor. Por el contrario, sus procedimientos combinan la medicina con la física, la química e incluso el psicoanálisis (los posesos como víctimas de sus propios deseos llevados al extremo). Pero de un momento a otro el film dinamita ese imaginario propio para volver a la foja cero de las películas de exorcismos, en donde de repente la venganza se convierte en culpa y los parásitos en demonios que se aterrorizan ante un crucifijo enarbolado con prepotencia. Una traición que no sólo se desentiende de su propio universo, sino que se olvida de respetar al espectador, destruyendo la lógica con la que se organizaba para volverse subsidiaria del imaginario repetido de las películas del diablo. Algunos detalles previos también se revelan como simples repeticiones. Por ejemplo, dentro del procedimiento de expulsar a los parásitos, los dueños originales de los cuerpos deben cumplir con un acto de fe que consiste en saltar por una ventana al vacío, como demostración de que aceptan estar viviendo una fantasía. Como todos recordarán, saltar por una ventana era el gran acto de fe del padre Karras, primer eslabón de una cadena de exorcistas carcomidos por la culpa, que se ofrecen a sí mismo en sacrificio para vencer a un mal que no acepta ser derrotado. Aunque pose de otra cosa, La reencarnación es más de lo mismo.
Una de excorcismos, pero con un twist: el doctor Ember (Aaron Eckhart), para sacar los demonios ajenos, se somete a un tratamiento que casi lo mata y así llega a entrar en la mente de los poseídos. Una realidad paralela, o un inconsciente que, en verdad, es la realidad. Si esto suena complicado, recién empezamos: Ember, en realidad, busca a su propio demonio y con nombre propio: Maggie. El que le arrebató a su familia sin motivo y sigue saliendo y entrando de recipientes humanos. La última víctima es un niño que trae sus problemas familiares, padre alcohólico y violento, madre algo chalada. Una mundo sentimental quebrado que Ember restablecerá, ya que está. La Reencarnación tiene sorpresas, quizá por lo poco que se entiende de qué va todo el asunto, con Ember y su equipo de asistentes roqueros junto a una enviada del vaticano, la colombiana Catalina Sandino Moreno. Y con toda su cripticidad al borde del ridículo, sus pobres trucos visuales, su endemoniada trama y su abanico de finales para elegir, regala un par de buenos sustos.
CON LOS DEMONIOS TENGO MIS MÉTODOS…. La cuota de terror de la semana, que si bien es una película más del género, ya se sabe que tiene sus adeptos y seguramente tendrá su éxito. Lo primero que llama la atención es que hace Aaron Eckhart en este film clase B donde el es un hombre que desaloja demonios de los cuerpos de los humanos, pero que desprecia a los exorcistas y utiliza métodos supuestamente científicos para entrar en otra realidad y sacar de allí al pobre poseído. En la realidad es un hombre enfermo e invalido que se mueve en silla de ruedas, pero en el plano supranormal camina perfecto y se lo ve trajeado y atildado. Todos sus esfuerzos se centran en liberar a un niño de once años, de un demonio que el conoce bien. En fin. Lo demás explicaciones pocas, efectos especiales vistos mil veces y poco mas para intentar una minima originalidad en esto de criaturas infernales y como combatirlas.
En algún momento determinado del pasado cercano, alguien en la productora Blumhouse debe haber vendido una idea aparentemente revolucionaria: fusionar The Exorcist con Inception y ver qué salía de ese híbrido. Otro debe haber dado el visto bueno, pero la filmación tuvo lugar en 2013 y en cines norteamericanos Incarnate tuvo un modesto estreno en diciembre de 2016. ¿Puede alguien anticipar el resultado de esa demora? La última película de Brad Peyton -de la reciente San Andreas y Journey 2– es una diminuta película de género que tiene un planteamiento inicial más que interesante, pero se ve asediada por todos los clichés del género y un guión por demás principiante. Seth Ember, el protagonista encarnado -ejem- por un siempre corajudo Aaron Eckhart, es un científico que tiene la habilidad de introducirse en el subsonciente de personas poseídas y echar a los demonios que estén dentro de ellos. Corrijamos eso: Ember es un no creyente luego de que un accidente fatal se llevó a su familia, y se desliga de los términos posesión y demonios. Simplemente cree en entes que se alimentan del aura de las personas, y se dedica a erradicar, mas no exorcizar, a dichas criaturas. Es, como se dijo anteriormente, una mezcla entre una de las mejores películas de horror de todos los tiempos con la grandiosa aventura mental de Christopher Nolan. Por supuesto, el resultado no le llega a los talones a ninguna de las dos, quedándose en la idea novedosa sin llevarla a ningún lado interesante durante los escuetos 80 minutos de duración. Eckhart aporta su carrera en el asador durante toda la película con un papel bastante unidimensional, pero con el carisma que tiene lo lleva a buen puerto, incluso cuando el guión de Ronnie Christensen lo obligue una y otra vez a repetir parlamentos bastante vergonzosos. Incarnate tiene muy poco ritmo, y los escasos elementos que tiene a su favor los desperdicia tomando por idiotas a la audiencia, con pequeños giros que se pueden ver a kilómetros de distancia. Carice Van Houten, la dama roja Melisandre de Game of Thrones, es la típica madre abnegada que quiere salvar a su hijo de este mal que ha tomado control de su cuerpo, y peor es el trato que se lleva el personaje de Catalina Sandino Moreno, un nexo de la Iglesia que se la pasa de acá para allá luciendo preocupada sin tener nada de peso relevante en la trama. El peor pecado lo comete, sin duda, Peyton en la dirección. Trabajo poco inspirado, que podría haberlo hecho cualquier realizador recién salido de la academia, y aún más atenuante el hecho de que sus anteriores películas, sin ser grandes obras del cine, son entretenimientos pasatistas bien pochocleros. Es una labor por encargo y se nota. Si hay algo peor que intentar hacer una buena película y que salga terrible, es ni siquiera hacer el esfuerzo de sobresalir ante la mediocridad. Incarnate parte de una base híbrida que podría no funcionar pero lo hace, hasta que cae en todos los recovecos que el género tiene para ofrecer. Si no fuese por la tarea de Eckhart al frente, este estreno sería completamente olvidable. Y un poco lo es, aunque dura lo necesario para verla y borrarla al rato.
Hay que reconocer que su guión es algo original y la actuación de Aaron Eckhart ofrece bastante a la historia. La banda sonora compuesta por Andrew Lockington aporta bastante al igual que otros rubros técnicos. No tiene grandes sobre saltos, ni situaciones de susto pero entretiene.
LA IMITACION ENCARNADA De todas las vueltas de tuerca que se le han dado a los films de posesiones satánicas en los últimos años (en los que ha habido un claro exceso de la explotación del tema), algunos intentos son realmente dignos y sugieren que con mucha cintura y un necesario pulido de guiones hay más tela para cortar. El caso de La reencarnación es como para tener en cuenta a la hora de elegir variantes que salgan un poco de lo tradicional, sobre todo cuando la mayoría de las historias se reduce a relatar lo que sucede con las víctimas inocentes de una posesión demoníaca y a sacerdotes renegados devenidos en exorcistas como la última opción, sin más recursos que recrudecer las imágenes para hacerlas más realistas y repugnantes. La reencarnación cuenta la historia de una madre (Carice Von Houten) recientemente separada de su violento esposo y su hijo (David Mazouz, el Bruce Wayne de Gotham) que acaba de ser poseído por una fuerza maligna que le transmitió un mendigo. Ante tal situación, una agente del Vaticano se pone en contacto con un especialista en posesiones, el doctor Ember (Aaron Eckhart) que, lejos de considerarse religioso, practica el “desahuciamiento” de la energía maligna a través de la intrusión en la conciencia dormida del poseso. Algo así como si en La celda de los sueños de Jennifer López en lugar de un asesino en serie se hubiese filtrado el demonio Pazuzu de El exorcista o si en El origen en lugar de doblarse los edificios se hubieran juntado a festejar los poseídos en la casa de los Warren como en El conjuro. El exorcista infiltrador de mentes se rehúsa a atender al chico hasta que se le menciona que el espíritu o fuerza demoníaca responde al nombre de uno que se atribuyó tiempo atrás el asesinato de su familia y el hecho de que él mismo quede postrado en una silla de ruedas. La idea, que no deja de ser un mix, prende por simple remisión a muchas otras cosas vistas, añadiendo a la mencionada La celda, la cabina de teléfono en la que se escapaba de la matrix -aquí devenida en cuarto de color favorito del poseído-, el Vaticano como organización de reclutamiento de profesionales mercenarios -al estilo Vampiros de Carpenter- o el juego de la mancha venenosa de los espíritus contagiosos como en aquella Poseídos con Denzel Washington. Hay que reconocer que al menos la “inspiración” fue hallada en films que de un modo u otro fueron característicos y/o emblemáticos en el género. Es decir, se copiaron de donde debían hacerlo. Por otra parte no hay grandes problemas en la construcción de la historia aunque sí cierto atropellamiento: no es que diera para más de los noventa minutos que dura pero cuesta engancharse con los problemas de cada personaje más allá de los planteados de manera lisa y llana. Por ejemplo, resulta un desperdicio tener a Van Houten como madre de un niño maltratado por su padre y no explotar su capacidad dramática, con lo que un poco de background para conocer la historia de esa familia no hubiese estado de más. Lo mismo con lo escaso de la relación entre la agente vaticana y el doctor Ember, o entre los mismos ayudantes nerds: pasan por la pantalla como en un suspiro y no se los llega a conocer como para empatizar y sentir de manera más profunda lo que les suceda. Ni siquiera hay chistes bobos, que por algo existen en todos los blockbusters hollywoodenses a falta de genialidad. Floja resulta la presunta redención de Ember que se reconoce fuera del sistema religioso en su práctica pero acude a su símbolo más característico cuando las papas queman. Y el final -o debería decir “los finales”- en donde el autor no se conforma con sugerir, dar una idea, inquietar o cerrar con moño sino que los usa a manera de bises que no tienen razón de ser. La película se resuelve en tres ocasiones como mínimo. La más obvia y facilista es la escogida para el final definitivo. Más allá de que el producto no sea abominable, utilicemos nuestra fe para pedir que no “reencarne” en secuela. No hace falta.
Para exorcismos, mejor ver en DVD la película original A esta altura, la cantidad de subproductos del clásico "El exorcista", de Wiliam Friedkin (1973), es apabullante. Tanto film con mínimas variaciones de exorcismos, salvo que aparezca algún genio con una idea brillante, desemboca forzosamente en una repetición tediosa, además de satánica. Y este caso de "La reencarnación", sin ser el menos original de los refritos, tampoco ofrece nada demasiado novedoso, aunque por lo menos acarrea una idea que, aunque ya se ha usado, le da a la película un ángulo diferente. El asunto consiste en que el exorcista no es un sacerdote de alguna religión sino un científico paralizado por un antiguo accidente, que tiene el don de poder meterse en los subconcientes ajenos. De alguna manera un poco atravesada eso también le podría permitir salvar a un chico poseído por un demonio malísimo. Todo este film de presupuesto mediano depende de este truco y del talento de un buen actor, Aaron Eckhart (el copiloto de Tom Hanks en la reciente "Sully", de Clint Eastwood), que hace un cambio de look radical cuando se lo ve en el mundo real y cuando deambula en una especie de limbo del subconciente para ayudar al niño endemoniado. Esta especie de limbo parece salido de algún viejo capítulo de la serie "Dimensión desconocida" y no ofrece nada distinto en lo visual, aunque tal vez para algunos de los espectadores mas jóvenes que vayan al cine les parecerá novedoso. El guión también ofrece la posibilidad de que el científico enfrente los fantasmas del pasado, cosa que casi siempre ocurre en estas películas. Hay algunos sustos bien pensados, pero no muchos, por lo que no hay demasiados elementos para poder recomendar esta repetida reencarnación.
Demonios en la cabeza. odo lo bueno que se puede decir de La Reencarnación es la búsqueda de darle una vuelta de tuerca al tema de los exorcismos. Sacándole de plano cualquier connotación religiosa, el protagonista pelea su propia batalla sin bajada de líneas vinculadas con ningún dios. Eso es lo nuevo, pero no le alcanza. El doctor que protagonizada la historia, e interpretado por Aaron Eckhart, saca los demonios que atormentan a los poseídos entrando en la mente de las víctimas y peleando en esa realidad paralela para salvarlos. Su búsqueda en el relato no es del todo generosa, ya que él está buscando a un demonio en particular, aquel que inició la mayor tragedia de su vida. Si bien el film no cae en muchos de los más aburridos lugares comunes del género, tampoco es que esto lo convierta en algo bueno. En el abultado catálogo de películas de terror que vemos año tras año, La reencarnación tiene muy pocas chances de destacarse o ser recordada.
Aaron Eckhart es el doctor Ember, un científico que se interna en las personas poseídas para quitarles los malos espíritus. Nuestra calificación: Regular. Dentro de unos años, muchos espectadores se reconocerán generacionalmente por haber visto en cine las películas de Blumhouse, la productora que patrocinó varios hits del terror actual, como las sagas Actividad paranormal, La noche del demonio y La noche de la expiación. La idea de su fundador, Jason Blum, siempre fue hacer películas de alta calidad con bajo presupuesto e ir por fuera de las exigencias de los grandes estudios. Sin embargo, en vez de llevar a fondo estos principios, muchos de sus títulos no hicieron más que imitar el estilo del mainstream. La reencarnación es otra propuesta de Blumhouse que incurre en este mismo error. El filme dirigido por Brad Peyton (Terremoto: La falla de San Andrés) y protagonizado por Aaron Eckhart cuenta con un argumento interesante, pero la ejecución no está a la altura de la idea. El doctor Seth Ember (Aaron Eckhart) tiene una particular capacidad para introducirse en el subconsciente de los poseídos. Y su método científico de exorcismo consiste en “desahuciar” a las entidades malignas desde el interior. Desde hace tiempo, Ember busca al demonio que provocó el accidente que lo dejó en silla de ruedas y que se llevó a su esposa y a su hijo. Hasta que un llamado del Vaticano lo pone de nuevo frente al enemigo. La entidad que se esconde en el niño Cameron Sparrow es un parásito que se alimenta de su energía y que lo controla a través de la sugestión y el deseo. El propósito de Ember es destruir la mentira en la que vive el poseído. El problema principal de La reencarnación está en el ambicioso y confuso guion, ya que no deja en claro algunas cuestiones. Además, el director toma elementos de distintos géneros que a su juicio pueden ir juntos y le da un cierto tono de ciencia ficción, sobre todo cuando Ember entra en la mente de los poseídos. De este modo, la película también queda emparentada con títulos como El origen y Pesadilla. Sin embargo, lo que podría haber sido una idea genial se ve arruinada por resoluciones apresuradas e inverosímiles, y la poca sensación de miedo que provoca se desvanece enseguida.
Aquí hay un exorcista en silla de ruedas (Aaron Eckhart, que funciona bien) que se “mete” en el inconsciente de las personas y expulsa a los demonios desde dentro. Y un nene poseído, una mamá desesperada y una representante del Vaticano desconcertada. Lo que podría ser una reflexión sobre la imaginación y las diferencias entre el mundo concreto y el invisible se disuelve en la pereza del cliché utilizado para acelerar el trámite. Una pena.
Sin Consciencia de Género La Reencarnación es un film cuyos primeros minutos prometen mucho. No precisamente por tener una puesta en escena magistral ni mucho menos sino porque plantea una vuelta medianamente novedosa al subgénero de posesiones y cualquier bebida es un elixir en el desierto. Incarnate (la traducción del nombre es una vez más, pésima ya que no hay tal cosa como reencarnaciones en el film) presenta a un científico que realiza exorcismos metiéndose en la mente de los poseídos mediante tecnología bastante básica. Esa premisa, cuyas bases se encuentran más fácilmente en el cómic que en el cine se desarrolla lamentablemente en un guión lleno de fisuras. Quedan tantos baches en el relato que plantea Brad Peyton que se reduce al espectador a sólo dos posibilidades: O se completan esos baches con conjeturas para darle coherencia a algo que no la tiene o se elige tomar distancia aceptando que no se va a poder tener nunca empatía ni con los personajes ni con los hechos. La caracterización de los personajes es prácticamente nula, hecho que la hace fallar cuando empieza a juguetear con el thriller sobrenatural. Las reglas mágicas que establecen el universo diegético del film, por su parte, no tienen ningún tipo de desarrollo, razón por la cuál tampoco funciona cuando pretende sumergirse en el horror. Brad Peyton demuestra un alarmante desconocimiento sobre el género que aborda. La compañía encargada del film es la Blumhouse Productions que encontró un cómodo y barato método de producción para generar franquicias de horror y que tiene a sus espaldas éxitos comerciales como Actividad Paranormal, La Noche del Demonio, The Purge y Sinister. Por supuesto, las falencias de La Reencarnación pueden encontrarse también en todos estos films “exitosos” con la diferencia que, en este caso, al no tener un director que mínimamente comprenda algunos de los códigos del género, el molde estructural queda expuesto. La Reencarnación es una rara mezcolanza que coquetea con temas que pareciera no entender del todo y se juega a innovar en un subgénero del que desconoce sus más logrados exponentes.
Si revisamos los últimos estrenos en materia de terror, alcanza con hacer un rápido pantallazo parar ver que las películas de exorcismos han sido las que peor suerte han tenido. Si 206 fue un año plagado de títulos terroríficos de muy dudosa calidad, en un rápido conteo, la mayoría envolvieron algún poseído y/o algún exorcizado. Casi como si no pudiese innovarse desde aquella gema El Exorcista hace más de cuarenta años; se acumulan títulos que no presentan grandes variantes. Por estas razones es que se agradece el arribo a cartelera de un título como La Reencarnación, que intenta de algún modo presentarse con ciertos tópicos originales sobre lo ya archi conocido. Tome una porción de El Origen, extracto de Constantine, dos gotas de Pesadilla 3, un poco de Poseídos a gusto; y bátalo junto a la cantidad necesaria de El Exorcista; para obtener como resultado algo que a primera vista nos hace recordar a mucho pero no se parece a nada. Incarnate comienza con un ritmo arrollador dejándonos con la expectativa de lo que vendrá. Nos presenta al pequeño Cameron (David Mazouz) que luego de ser atacado por una vagabunda en la casa en a que vive junto a su madre reacciona de un modo que no dejará dudas, tiene un demonio en su interior. Alí conoceremos al Dr. Ember (Aaron Eckhart) un científico que posee la habilidad de penetrar en la mente de las personas poseídas y exorcizarlas desde adentro haciendo que el poseído reaccione y expulsando al demonio. Sí, así como lo leen, una locura. Ah, me olvidé de agregar en la receta algo de La Celda. Por supuesto, Ember y su equipo se encargarán de Cameron a pedido de una emisaria del Vaticano; y además tendrá asuntos propios que resolver. La Reencarnación respira estilo Clase B por todos sus poros, Clase b del bueno. Aquel estilo que se maneja con libertad para hacer lo que quiera y entregar una montaña rusa de diversión. De eso hay mucho acá; quizás no sea una propuesta profundamente aterradora, aunque otorga unos cuantos sobresaltos en buena ley; pero nunca deja de entretener. Ember y su grupo son personajes interesantes y de los que nos quedamos con ganas de saber más. Podríamos pensar hasta en la posibilidad de una extensión en serie de TV con estos mismos seres. No pidan lógica ni demasiadas explicaciones, se acepta lo que hay ¿Qué hay cosas que no cierran? Tampoco nada que haga perder su esencia. Eckhart disfruta de este personaje en una inversión de su carrera al estilo Nicolas Cage; pareciera que cuando se lo estaba tomando en serio como actor dramático de fuste, el hombre optó aceptar este tipo de papeles que permiten celebrar la sobreactuación y transmiten la misma diversión relajada que al interpretarlo. Quien se esconde detrás de un producto con poco presupuesto, pero fuerte corazón es Brad Peyton, un director que hasta la fecha conocíamos por tanques taquilleros como San Andreas. Aquí, sin el peso de una gran producción detrás, se entrega a un ritmo vertiginoso y a una deliberada falta de seriedad; algo que ya intuíamos en Viaje 2. No será La Reencarnación la película del año, tampoco ser un clásico del terror; pero con su modesta propuesta le alcanza para otorgar una pátina de originalidad a un subgénero demasiado desgastado; y en el trayecto nos entretiene en muy buena forma. La verdad, para nada poco.