Misterios de la libido Y pensar que hubo una época en la que tuvimos una verdadera legión de films de terror y ciencia ficción en los que el sexo constituía una parte central del desarrollo conceptual, siempre vinculado a la dinámica de poder de los personajes o a la violencia latente o simplemente a una suerte de instinto que desconoce las máscaras sociales que las personas suelen construir con el objetivo de agradar al otro. La Región Salvaje (2016) es en esencia un producto concebido para el circuito de festivales cinematográficos internacionales ya que pondera un ritmo cansino y una fotografía preciosista por sobre la efervescencia del gore y el coito, lo que por cierto nos deja con una obra que no agrega nada nuevo en su rubro aunque por lo menos resulta pasable, pudiéndose además festejar el mismo gesto por detrás de pretender recuperar algo del erotismo y ese extrañamiento narrativo de antaño. Desde el vamos conviene aclarar que esta película mexicana es una remake no oficial de Posesión (Possession, 1981) y hasta está dedicada -entre a otras personas- a Andrzej Zulawski, el realizador polaco responsable de aquella extraordinaria propuesta en la que se cuestionaba la sustentabilidad del matrimonio, un contexto social opresivo y el amasijo de los celos y sueños rotos acumulados a caballo de la rutina. Aquí también la insatisfacción y la ley del deseo son los ejes del relato: Alejandra (Ruth Ramos) posee dos hijos pequeños y está casada con Ángel (Jesús Meza), quien tiene un affaire homosexual con el hermano de la mujer, Fabián (Eden Villavicencio), un enfermero que conoce en su trabajo a Verónica (Simone Bucio), una joven que a su vez mantiene relaciones con un monstruo espacial lleno de tentáculos que está en una granja al cuidado de una pareja de personas mayores. Como el engendro/ máquina del placer suele cansarse rápido de sus amantes, Verónica se siente en la obligación de buscar un reemplazo para ella misma y así lleva a Fabián a la finca, pero el encuentro íntimo deriva en que poco después se descubra al enfermero desnudo y con su cráneo fracturado en un pantanal, ya en coma. Alejandra se entera por el celular de Fabián de la infidelidad de Ángel, lo que provoca el arresto del hombre como sospechoso del ataque sexual y los golpes contra el enfermero convaleciente. Por supuesto que eventualmente Verónica termina acercándose a Alejandra y llevándola con el prodigio amatorio símil molusco, generando una nueva adicción a una cópula que cuando sale bien es celestial pero cuando sale mal desemboca en una buena tanda de porrazos que pueden matar, metáfora del deleite de la promiscuidad y asimismo de su peligrosidad para la vida. Más allá de que La Región Salvaje sigue al pie de la letra los tópicos de Posesión, a decir verdad se enrola en una extensa seguidilla de películas que utilizan a la violencia sexual o a la cacería lisa y llana -sirviéndose del cuerpo como cebo- como un factor más o menos importante dentro de su estructura narrativa, pensemos para el caso en Humanoides del Abismo (Humanoids from the Deep, 1980), Galaxia del Terror (Galaxy of Terror, 1981), Inseminoid (1981), El Ente (The Entity, 1982), Xtro (1982), Con la Bestia Dentro (The Beast Within, 1982), Especies (Species, 1995) y Under the Skin (2013). El director y guionista de turno, Amat Escalante, construye un opus que se ubica en el mismo terreno del “shock festivalero” de su trabajo anterior, la también potable Heli (2013), una dupla que supera a sus dos primeros y bastante flojos films, Sangre (2005) y Los Bastardos (2008). Entre CGIs muy interesantes y un desarrollo previsible aunque atractivo, la trama examina los misterios de la libido y su régimen conceptual, en donde el roce y la penetración excluyen cualquier atisbo de igualdad, corrección política o preocupación por dimensiones como la familia, el trabajo o los amigos, todos pesos muertos para la ansiosa genitalidad…
Finalmente llega a nuestras salas el film que hace dos años fue galardonado en el Festival de Venecia con el premio al Mejor Director. “La Región Salvaje” es una película plagada de simbolismo, que se pone a teorizar sobre tópicos como la violencia, el sexo, los triángulos amorosos, la homofobia y las pulsiones sexuales, todo eso en un drama de ciencia ficción que se deja ver como una mezcla entre “Species” (1995) y “Under The Skin” (2013). Algunos pensarán que la cuarta cinta de Amat Escalante le rinde homenaje a “Possession” (1981) y quizás así sea, pero el realizador mexicano logra erigir esta historia extremadamente cuidada mediante su estilo propio. El largometraje cuenta la historia de Alejandra, una joven madre y ama de casa que cría a sus hijos junto a su marido Ángel, en una pequeña ciudad de México. Ángel mantiene una relación homosexual con su cuñado Fabián, un enfermero en un hospital local. Sus vidas se verán alteradas con la llegada de Verónica, una forastera que parece mantener un vínculo bastante especial con una criatura de origen extraterrestre. El sexo y el amor son frágiles en ciertas regiones donde existen los valores familiares, y donde la hipocresía, la homofobia, y el machismo son fuertes. Verónica los convence de que en el bosque cercano, en una cabaña aislada, hay algo misterioso que es la respuesta a todos sus problemas. Con un ritmo pausado y una fotografía sobresaliente, la obra busca mezclar el drama cotidiano con ciertos elementos de la ciencia ficción. El resultado es una historia de drama/terror psicológico que busca exteriorizar los miedos, los engaños y todos aquellos inconvenientes familiares pero de un modo bastante siniestro. Los climas de extrañamiento están muy bien logrados y el film termina convenciendo más a nivel estético que narrativo. Uno podría decir que no nos presenta algo sumamente nuevo u original, no obstante, lo destacado de la película tiene que ver con su ejecución, con la forma en la que está confeccionada la cinta. El fuerte de “La Región Salvaje” radica en la visión del cineasta y en cómo terminó llevando a cabo su opus. Un film intrigante y sumamente simbólico, que dejará cavilando al espectador luego de su visionado, haciendo eco de las realidades sociales que atraviesan los contextos establecidos. Un largometraje que denuncia las inequidades de la sociedad mexicana mediante un lenguaje y una voz propia.
La noche del tentáculo La nueva película de Amat Escalante – quien ganara el premio a la dirección en Cannes por el film Heli (2013) – es un vuelco inaudito en vistas de la trayectoria realista de su obra. He aquí un film que combina géneros libremente y produce una historia tan homogénea que es difícil imaginarla de otro modo, por más insospechadas que fueran las conexiones entre tan diversos elementos. La región salvaje (2016) cuenta la bizarra historia de un cuadrilátero amoroso, un enigmático asteroide, una cabaña en el bosque y una masa de tentáculos viviente que debe ser apaciguada regularmente de manera sensual y perturbadora. Historias como esta solían ser catalogadas a fines del siglo XIX y principios del XX bajo el mote de “ficción extraña”, cuando aún no se definían las convenciones del género especulativo y el horror, la fantasía y la ciencia ficción se mezclaban experimentalmente. La película posee matices de H. P. Lovecraft y Clive Barker pero centralmente se trata de un melodrama de represión en el pueblo mexicano de Guanajuato, atravesado por cuestiones sociales como la homofobia, el sexismo y los crímenes que inspiran. En principio está el matrimonio de Ángel (Jesús Meza) y Alejandra (Simone Bucio); él la está engañando con su cuñado Fabián (Eden Villavicencio), quien a su vez está empezando a salir con la misteriosa Verónica (Ruth Ramos). Sería inadecuado decir que estas personas se convertirán en víctimas de la criatura: ya son víctimas en carne propia. La primera imagen es del asteroide flotando en el espacio. La segunda es de Verónica, desnuda y en íntima comunión con un tentáculo (de ahí las cosas sólo se ponen más gráficas). Los personajes se van introduciendo, sus relaciones se van revelando. Ángel esconde su homosexualidad bajo un recalcitrante machismo, Alejandra esconde su infelicidad con su matrimonio y Fabián esconde sus propias dudas acerca de una relación en la que se siente usado. En eso Verónica resulta herida, queda al cuidado de Fabián (que es enfermero) y cual sirena comienza a seducir gente con promesas de alivio espiritual. En papel suena lisa y llanamente a una película de terror, pero esa no es la intención de la película. El director y co-guionista Amat Escalante construye una atmósfera esotérica y opresiva, labra imágenes entre sensuales y macabras, pero jamás asusta ni intenta asustar. El foco siempre está en los personajes del film, en la contemplación de la fragilidad de las relaciones humanas, y la forma en que el individuo intenta con ellas llenar vacíos que no conoce ni entiende. Ahí entra la interpretación de la criatura en la historia, posiblemente una metáfora sobre una alquímica y rebuscada pureza que todo lo llena (en más de un sentido) o bien un símbolo más primitivo, el objeto de deseo que castiga y recompensa, atrae y repugna al mismo tiempo. En ningún momento se explica o aclara ninguno de los misterios de la película. En cuanto a su diseño, corre por cuenta del danés Peter Hjorth, quien supervisara los efectos especiales en las películas más barrocas de Lars von Trier. Algo de Anticristo (Antichrist, 2009) tiene aquel bosque, pero menos pretencioso e infinitamente más disfrutable.
La inquietante sexualidad de la bestia. El cine de autor tiene la particularidad de que presenta un mundo propio y original del realizador lo que, evidentemente, suele generar entre los críticos, y también entre los espectadores, amores incondicionales, a veces odios y otras, indiferencias. Este es mi caso con Amat Escalante, autor de “La región salvaje” donde si bien he “pillado” el ambiente que recuerda el folletón televisivo de David Lynch, y sus relación con los otros dos ancestros mencionados en el fragmento que precede a estas líneas, no me ha “llegado”, en absoluto, el erotismo de esa especie de pulpo alienígena que se esconde en la cabaña del bosque y que, con sus repugnantes tentáculos que se introducen por todos los orificios del cuerpo, proporciona a las mujeres orgasmos inéditos y las libera de sus ordinarias relaciones con los hombres de su entorno. Por eso, y porque mi visión del mundo de Escalante se encuentra muy alejada de la de otros comentaristas, que cuentan con todo mi respeto, es por lo que introduzco esta reseña con esa loa a una película que, es posible, yo no he entendido en toda su complejidad. No, el cine de Amat Escalante (“Sangre”, “Los bastardos”, “Heli”), mexicano de Barcelona que todavía no ha cumplido los cuarenta, tiene muy poco que ver con mi mundo y mis modestas aspiraciones de espectador consciente de cine. En 2013, cuando participó por tercera vez en el Festival de Cannes, sección Un certain regard, y consiguió el Premio de la Fipresci, se escribió de él, también por tercera vez, que era una joven promesa del cine mexicano. Una película más tarde, en “La región salvaje” (León de Plata al Mejor Director en el Festival de Venecia), ya se le considera más que una promesa, una realidad que opta por una mezcla de realismo crudo –machismo extremado, homosexualidad y homofobia, maltrato de género- y fantasía género ciencia-ficción que, confieso, está muy lejos de figurar entre mis preferidos. La película se desarrolla en la pequeña comunidad de un pueblo mexicano, donde varios personajes esconden sus frustraciones. Allí, la enfermera Alejandra (Ruth Ramos) y Angel (Jesús Meza), el marido gay que mantiene relaciones con su hermano, tienen dos hijos pequeños. La llegada al hospital de otra mujer, Verónica (Simone Bucio), con una mordedura en el muslo y que conoce el secreto que se esconde en el bosque, va a cambiar las vidas de todos. La consecución del placer supremo puede llegar a ser peligroso, como una droga, y hasta mortal. Nada nuevo, la vieja relación entre sexo y muerte, eros y tanathos al descubierto. La región salvaje es, evidentemente, esa cabaña que habita una pareja de viejos granjeros hippies, supervivientes sin duda de alguna comuna desvencijada al paso de las décadas, únicos conocedores en el entorno de la existencia de la extraña criatura que reparte placer entre las mujeres de esta historia, ambas féminas dolientes, maltratadas por la vida, los hombres y otras mujeres más poderosas. Un drama sobre la brutalidad, mayoritariamente la de los hombres, y el aprendizaje de la liberación –de las mujeres- por la vía de la irrupción de lo fantástico y misterioso en su vida. Un aprendizaje que otros comentaristas, más familiarizados que yo con este tipo de cine, definen como “poético” y equiparan a ensoñación. También una especie de psicodrama familiar y, en cierta manera, un thriller cargado de sexo. Escalante quiere hacer así la crítica social de un país, el suyo, México, “carcomido por el puritanismo católico, la homofobia, la misoginia y el virilismo del patriarcado”, un país que “rechaza la sexualidad”, poblándolo de visiones fantasmagóricas y libidinosas “que se alimentan de nuestros propios fantasmas”. Una recomendable película fantástica que remite al arte de Carlos Reygadas, los ambientes de David Lynch y los tortuosos temas de David Cronenberg para una erotización primitiva en forma de Imperio de los Sentidos contemporáneo.
Fabián y su hermana Alejandra enfrentan diversos problemas, por un lado, el joven mantiene su homosexualidad oculta; y por el otro, la chica debe sobrellevar un matrimonio en el que no es feliz; sin embargo, sus vidas darán un giro al conocer a Verónica (una enigmática Simone Bucio) quien los convencerá de que en una cabaña alejada encontrarán la solución a sus problemas, sólo tienen que confiar y dejarse llevar. Lo que encuentran en este lugar, al interior del bosque, los hará sentir tan bien que dejarán a un lado el odio y resentimiento. La región salvaje (2016) de Amat Escalante podría definirse como una película de ciencia ficción sexualizada; se presenta como una obra parca, apocalíptica y fantástica al mejor estilo Reygadas (de quien Escalante es un fiel discípulo). Se trata de un film personalísimo de un director que siempre aborda temas, por lo menos, inquietantes, que muta del salvajismo nihilista de Heli (2013) a un drama psicológico de las periferias de México, que escapa a las reglas del cine verosímil y realista para atravesar por simbolismos y metamorfosis que no tienen lógica alguna por fuera del séptimo arte. La sexualidad insatisfecha, la homosexualidad, la soledad y el placer son los ingredientes que utiliza Escalante para contar su versión de un México lejos del progreso por el machismo y la homofobia. Tiene mucho en común con Post tenebras lux de Carlos Reygadas, ambas transmiten la represión sexual como una problemática muy arraigada en la población mexicana, cabría preguntarse si sucede por una visión de la realidad o por pura ficción, aunque la primera parece ser la opción más indicada dada la óptica de estos analíticos autores. La región salvaje es sensual, sucia, dramática y desprolija, puede tener a más de un espectador atento debido a su excentricidad, pero hay un público que la verá de costado pues no es una película fácil.
El ganador del Premio al Mejor Director del Festival de Cannes de 2013 con Heli presentó una obra que se aleja (a propósito) de su filmografía anterior. Sin embargo, este distanciamiento respecto a sus tres largometrajes precedentes no obedece a una cuestión temática, sino al género empleado. El experto en dramas criminales, protagonizados por residentes o emigrantes de Guanajuato, abraza el género fantástico para ofrecer un nuevo enfoque a las mismas cuestiones sociopolíticas que le obsesionan desde su magnífico debut, Sangre. Como ha señalado Escalante en la conferencia de prensa, no es necesario recurrir al hiperrealismo por cuarta vez consecutiva para describir la degradación moral del México contemporáneo. Con películas sobre monstruos que vienen del espacio, o sin ellos, aquello indecible seguirá sucediendo en el país, puesto que la realidad ya ha superado cualquier tipo de ficción que invente el cine mexicano. Después de la singular Tenemos la carne –descubierta en la pasada edición del Festival de Rotterdam– La región salvaje se convierte en la segunda película de terror mexicana de este año sobre personajes abandonados en un sanguinario infierno carnal que funciona como metáfora de la actualidad. No obstante, Escalante consigue articular una fórmula única que baraja el oscuro imaginario de Carlos Reygadas –especialmente el de Post Tenebras Lux– y la sordidez del Anticristo de Lars von Trier. La película arranca con la aparición de un ente en la Tierra, dispuesto a amigar la Humanidad con su dimensión primitiva reprimida. El monstruo de tentáculos fálicos, llegado en un meteorito, se esconde en una cabaña, aguardando a sus futuras presas –hombres, mujeres, adultos o niños– a las que someterá a su insaciable pulsión tanática. En este thriller de terror sexual –que Escalante ha calificado de feminista–, las mujeres (Ruth Ramos y Simone Bucio) utilizan la criatura para liberarse del machismo de la sociedad mexicana. Asimismo, el sexismo y la misoginia no son las únicas realidades denunciadas en La región salvaje. Esta crítica de las consecuencias reales que causa la tiranía de los valores conservadores también incluye un discurso que atenta contra la creciente homofobia en México.
Algo más que puro nihilismo Con la maestría conocida para la forma cinematográfica, el mexicano le da forma a un universo de pocas palabras, en un paisaje inhóspito y con una extraña criatura como protagonista. En la obra del mexicano Amat Escalante la vida no es un jardín de rosas. Protégé de su compatriota Carlos Reygadas, que viene produciendo sus películas desde la ópera prima, el cine de Escalante (n. 1979) es como un primo nada lejano del francés Bruno Dumont. Vidas desesperanzadas, campesinos letárgicos y seres embrutecidos lo pueblan. Parecería, en ellas, que la única forma de sacudir un poco la muerte en vida es el crimen. Su puñado de títulos a la fecha –Sangre, 2005; Los bastardos, 2008; Heli, 2013– se conoció en Argentina básicamente en festivales, aunque la primera tuvo un estreno restringido. Ganadora del León de Oro a la Dirección en Venecia 2016, La región salvaje es como un cruce entre Flandres, de Dumont, y Posesión, aquella historia de amor entre Isabelle Adjani y un monstruo viscoso, alla Alien, que el polaco Andrzej Zulawski ideó en los 80. Tal como sucede con los crímenes catárticos de las películas anteriores, el único que proporciona alguna satisfacción aquí es el monstruo. En la película de Zulawski el ser tentaculado tardaba en hacer su aparición, como corresponde al personaje central. En La región... surge sólo al comienzo y al final, dándole circularidad a su dominio. “¿Tienes novio?”, le pregunta un enfermero a Verónica, chica triste y solitaria que fue a hacerse atender por una fea mordida. “No”, responde la chica, que como la mayoría de los personajes del realizador difícilmente hilvane más de tres o cuatro palabras. “¿Amante?”, vuelve a la carga el enfermero, único personaje sociable en la obra del realizador hasta la fecha. “Sí”, admite Verónica. “¿Mujer u hombre?”, quiere avanzar el enfermero, a quien las mujeres no es que le gusten mucho. “No lo sé”, responde ella, y el espectador, que en la primera escena asistió a un encuentro de Verónica con el “amante” alojado en el granero, no puede menos que reírse. El humor de Escalante es tan enroscado como el “amante” de la chica, que es básicamente un montón de tentáculos más una cabeza, reminiscente del más famoso alien espacial. Los tentáculos, terminados en una especie de cabecitas con hendidura, proveen de satisfacción a Verónica, y más tarde a más gente. En la escena más erótica de La región salvaje, y a la vez la más graciosa, una chica recibe un servicio multitentacular por parte de la criatura, que la sostiene en vilo. Si fuera una película cómica, en la escena siguiente se hubiera visto una larga hilera a las puertas del granero. Claro que la criatura no es sólo servicial. También tiene sus arranques, produciendo heridas o, eventualmente, muerte. El placer no viene sólo. Más allá del rosáceo ser, las vidas humanas son, en esa zona campestre del interior mexicano –como Dumont, Escalante asocia campo con primariedad, vida puramente animal, estrechez de horizontes–, tan encerradas e insatisfactorias como las de todas las criaturas escalantianas. Salvo la de la criatura, que no parece pasarla mal. Hay, además de Verónica, una joven mujer casada que trabaja como operaria en la fábrica de la que es dueña su suegra, a quien odia. La suegra, por otra parte, la ignora, conduciéndose con el hijo como si ella no existiera. El marido, que también la ignora, la engaña con el cuñado, a la sazón el enfermero buena onda que atendió a Verónica. El marido muere por el cuñado, pero como es un macho mexicano, se burla agriamente de los “mariquitas”. Ya se sabe cómo funciona esto: a él sólo le gusta cogerlos, pero es bien hombre. La palabra monstruo debería reservarse para este personaje, dejando para el de los tentáculos la de criatura. Igual de nihilista pero más amable –hasta divertida– que la obra previa del realizador, La región... es una simpática nota al pie de esa obra. Como en films anteriores, Escalante vuelve a dominar la forma cinematográfica con maestría, hallando en esa forma la mejor expresión de la ahogada forma de encierro en la que penan sus personajes. Los planos y escenas tienen poca conexión entre sí, tal como sucede con el universo humano en este paisaje. Planos frontales registran incómodos silencios, y los tiempos son largos, de modo de transmitir la sensación de que ese aislamiento, esos silencios y resignación no serán de corta duración. En las películas previas el estallido cortaba de golpe esa continuidad. Aquí el corte es, de modo paradójico, lento, acariciante, viscoso y, sí, sensual.
Una película que combina con talento, fuerza arrolladora y contundencia la ciencia ficción, el horror psicológico, y la mirada inteligente que analiza con precisión las características de la sociedad mexicana, cuya visión parece simbolizar todo el argumento. El director Amant Escalante, que ganó con este filme el premio a la mejor labor en el Festival de Venecia, escribió un guión con Gibran Portela, que sorprende y fascina. Por un lado un asteroide llega a la tierra con una criatura alienígena que es capaz de satisfacer el deseo puro de hombres y animales. Una criatura que brinda un place infinito, pleno que puede llevar hasta la aniquilación, con pulsiones de vida y de muerte. Pero además, la historia se adentra en un drama familiar, una esposa insatisfecha con su marido machista y violento, que desprecia a su cuñado gay, aunque tiene con él una relación secreta. Un triángulo amoroso que estallara por los aires, aunque la verdad no sea absoluta. Por otro lado otra mujer que encuentra ese placer total con la criatura es atacada por ella, debe dejarla y proveer a otros humanos que encontraran en ese contacto el deseo satisfecho y el final. El reflejo de una sociedad. Pero también una criatura que exige, con inspiración en Ridley Scott y su “Alien” y en la perturbadora “Una mujer poseída” del polaco Andrzey Zulawski. Mostrada parcialmente pero cada vez mas a la vista con una escena erótica y brutal al mismo tiempo. Un film potente, distinto y personal.
Hace rato que una película no me dejaba confundido al nivel que lo hizo La región salvaje de Amat Escalante. El suyo es un ejercicio cinematográfico tan vasto que a simple vista puede parecer polémico o incómodo por el envoltorio sci-fi en el que viene adosado, pero que capa a capa va revelando una feroz crítica al estado actual de cierto sector de la sociedad mexicana, encerrada en preceptos tan primitivos que lo que más impacta en el film no es un ser alienígena octopoide caído de un meteorito sino la oscuridad del ser humano.
Amat Escalante dirige La región salvaje, escrita junto a Gibrán Portela, que narra lo que le sucede a un grupo de personas de un pequeño y conservador pueblo de México cuando se relacionan con una criatura alienígena capaz de brindarles placer sexual. La región salvaje ofrece un inicio bastante sugerente y atractivo. Con la imagen de una mujer recibiendo placer, en medio de una zona desolada, de parte de una criatura de apariencia bastante lovecraftiana. Aunque a esta criatura sólo la veamos, por ahora, fragmentada. Verónica es una joven que mantiene una relación poco estable con un extranjero y a quien tampoco se le da bien hacer amigos. Es en esa criatura, que quedó en la tierra tras la caída de un meteorito, que encuentra el placer que necesita. Un placer que de a poco comienza a lastimarla, a destruirla. Una relación tóxica de la cual sólo puede escapar poniendo a otra persona en su lugar. Alejandra y Ángel son un matrimonio consolidado con hijos pequeños. Pero las cosas no terminan de funcionar entre sí. En secreto, Ángel mantiene una relación íntima con su cuñado, Fabián, un joven enfermero que pronto se hará amigo de Verónica. Mientras Ángel se encuentra encerrado en su clóset, Fabián se permite ser quien es, aun en un territorio que le es hostil. Lo que mueve en gran parte a los protagonistas de la película de Amat Escalante es la búsqueda del placer sexual. Un placer que brinda su mejor rostro al principio pero que luego puede tornarse peligroso cuando uno se vuelve dependiente. Verónica sin poder disfrutar del sexo con seres humanos, Fabián siendo insultado y vapuleado cuando Ángel lo busca y no lo encuentra, Alejandra perdida en un matrimonio sin pasión ni nada que la una a su pareja. En el medio del bosque, cuidado por un matrimonio mayor, la criatura vive y se alimenta. Da y recibe. Porque cuando consume del todo a uno, cuando ya se cansa, necesita de otro. Por eso Verónica entiende cuando ya no puede ser ella y, entonces, persuade a sus nuevas amistades para que se acerquen, siempre creyendo que les está brindando una oportunidad única. Más allá de lo peculiar de la premisa, La región salvaje es ante todo un drama. Un drama narrado con mucho compromiso y seriedad, de fuerte contenido social. Porque a través de él se van desplegando diferentes temáticas, como la violencia machista y la homofobia. Ángel no sólo esconde su homosexualidad sino que para taparla se la pasa propagando comentarios ofensivos e hirientes. Alejandra es despojada de sus propios hijos por no poder ser la madre que se supone que tiene que ser. Verónica disfruta de su sexualidad y esto mismo la lleva a un destino quizás letal. La banda sonora sirve para terminar de acentuar el clima de misterio y de terror que se avecina. La fotografía también es para destacar: a cargo de Manuel Alberto Claro quien trabajó con Lars Von Trier, clara influencia para Escalante acá.
La región salvaje podría conformar solo un drama realista donde la violencia, la homofobia, el machismo, la opresión institucional, la insatisfacción sexual y el amarillismo de la prensa sean las premisas para evidenciar. Pero un ingrediente extra entra a jugar en la historia: una criatura alienígena venida en un meteorito, con el poder de dar placer sexual único a quien se atreva a sus tentáculos. Quien lea lo anterior puede creer que esta película por su extravagancia es grotesca o absurda. Sin embargo, resulta todo lo contrario. Dentro del realismo que plantea, el agregado de ciencia ficción impulsa la propuesta, como una gran metáfora de lo que puede llegar a hacer una persona, a lo que se puede someter, en pos de su placer individual, además de poner en dimensión las temáticas antes mencionadas y mostrar que el empoderamiento de la mujer también es sexual. La película comienza con un meteorito cruzando lentamente el espacio exterior. El corte nos lleva a una mujer desnuda, dentro de una cabaña, masturbándose con un prominente tentáculo. Es decir, en los tres primeros minutos ya están presentados los pormenores fantásticos del film. Inmediatamente nos enteramos de que el bicho, que se vuelve adictivo para quien lo frecuenta, en determinado momento se aburre, y las personas cautivadas por el placer supremo que brinda se vuelven sus víctimas. El relato entonces sigue en la presentación de otros personajes, como si el meteorito, los tentáculos y la cabaña no existieran. No hace hincapié en mostrar al monstruo y sus gestas sexuales, sino en contar la historia que transitan los personajes que hacen a la obra. Sin embargo, la cámara con sus lentos travellings hacia adelante o hacia atrás, la música incidental de intriga, la fotografía de tonos fríos y rojos sangre, o incluso raíces, ramas, que figuran ser los tentáculos, acompañan con una dosis formal de terror durante todo el metraje. Es que esa presencia maligna que está latente en el pueblito de montaña implica la amenaza constante que verificamos que allí existe, pero más allá de la bestia, que por su condición alienígena de ciencia ficción lo más probable es que no sea fiable. El hombre está demostrado que puede acechar y ser aún peor. Después de leer el monumental libro de Roberto Bolaño 2666, a uno le queda bastante claro que el feminicidio en México no es solo una causa atroz de muertes, sino que además nunca se encuentra (o se busca) al verdadero culpable. La dimensión de esto es tan grande, tan virulenta, tan desproporcionada, que en La región salvaje nos tranquiliza que el responsable de los crímenes sexuales pueda ser un alien y no un humano, como sucede en la realidad. Por ello podemos considerar que el antagonista de la película no es la criatura venida del espacio exterior sino Ángel (la paradoja de su nombre no parece casual), que se muestra como un macho cabrío, que se agarra a trompadas siempre que puede, que ejerce violencia con su mujer. Un ser frustrado, reprimido, con doble moral, a quien creemos capaz de cualquier cosa. Él representa, acaso, a la sociedad mexicana bajo los valores del patriarcado, pero en realidad la otra gran antagonista encubierta del film es su madre: un ser despreciable, retrógrado, que se cree superior, influenciada por una religión católica que se siente en su discurso y el de sus nietos inculcados por ella. Su hijo, de hecho, termina siendo víctima de sus preconceptos, nunca se rebela sino que se sigue apañando en las nociones impuestas mientras hace su voluntad ocultando, mintiendo y ejerciendo violencia. En los trabajos previos de Amat Escalante ya habíamos visto la radiografía de un México profundo, con impactantes imágenes sobre la realidad social de este país. Ahora el director ganador de la Palma de Oro por Heli revierte la crudeza agregando el elemento de ciencia ficción para afirmar su cometido, dejando una sensación aún más provocadora. Cabe destacar las escenas de soft-porn sobrenaturales, arraigadas en los efectos visuales y en la excelsa fotografía de Manuel Alberto Claro (colaborador de Lars Von Trier); esta otorga la atmósfera adecuada ante el riesgo de ridiculez en ciertos momentos. Algo es seguro: La región salvaje, por la que obtuvo el León de Plata en Venecia, no pasa inadvertida y pone en la mira a Escalante como uno de los mejores directores de la actualidad mexicana.
La cuarta película del realizador de “Los bastardos” y “Heli” –por la que ganó el premio a mejor director en el Festival de Venecia– es un extraño y provocativo relato sobre el deseo, centrado en un grupo de personajes que se involucra en experiencias sexuales muy poco convencionales y un tanto peligrosas. El cine de Amat Escalante siempre juega en los márgenes de la provocación. Para algunos –o, más bien, en algunos casos–, innecesaria. En otros, en una zona más rica en ambigüedades. Yo podría dividir sus películas entre las que caminan por la primera zona (LOS BASTARDOS, HELI) y las que lo hacen por la segunda (SANGRE y LA REGION SALVAJE). Para mí la diferencia es clara en algo que engloba a las del primer grupo y no a las del segundo: su intención de ser un reflejo del “estado de las cosas” en determinadas regiones, zonas o universos de la cultura mexicana. Esa provocación –crueldad, virulencia, interés en el shock– aparece en esos filmes como una suerte de condena moral, una especie de “hanekeano” intento de estamparle un golpe en el rostro al espectador transformándolo en culpable (pasivo, por inacción) de lo que sucede en los filmes. Es el shock que asquea pero finalmente tranquiliza ya que el que lo mira de afuera –en especial en festivales europeos– no puede más que endilgarle a lo visto una compasión falsa y una condena cómoda, distante. Es algo que pasa allá, que hacen ellos, esa gente horrible… En otros filmes ese mismo espíritu oscuro, provocador, genera resultados más ricos para analizar. Son películas que involucran al espectador en sus misterios, en los comportamientos extraños e impredecibles de sus espectadores. Sí, el ánimo por la escena shockeante o repulsiva sigue estando ahí, pero su rol es otro. Y también en todos los ambos casos existe una mirada nihilista o casi misantrópica del género humano, pero en estos filmes la lectura es más abierta y el espectador se involucra de otra manera. En LA REGION SALVAJE hay personajes detestables (bah, solo uno) mientras que los otros atraviesan una situación de confusión o búsqueda sexual que Escalante observa con fascinación y curiosidad. La historia arranca con Verónica, una chica que ha crecido en una casa en las afueras de Guanajuato en la que vive una pareja mayor. Vemos de entrada que la chica obtiene algún tipo de placer sexual –placer que puede volverse un tanto violento– con algún tipo de animal, maquinaria o criatura. Cuando la tratan en un hospital por una herida causada por esa “relación sexual” conoce a Fabián, un médico gay que debe ocultar públicamente su sexualidad y también a Ale, la hermana de él, casada con Angel, un hombre violento y nefasto por donde se lo mire. De a poco iremos viendo que la vida sexual de este trío (el médico, su hermana y el marido) es más complicada de lo que parece y Verónica cree que lo mejor que pueden hacer tanto Fabián como Ale, para salir de ese complicado triángulo (y de la órbita de Angel), es ser parte de su misteriosa actividad sexual, actividad que Verónica les “vende” casi como una terapia o cura. LA REGION SALVAJE va a ir y venir entre estos cuatro personajes, cruzados por distintos motivos: las dos mujeres encuentran una conexión inesperada y tratan de ayudarse una a otra mientras que los dos hombres, en cambio, se ven involucrados en una relación mucho más perversa y violenta. Ese peligroso juego de identidades sexuales se mezcla con una sensación generalizada de que todos ellos quieren irse de allí, que su vida en ese lugar no tiene demasiado sentido, pero nunca lo hacen. Acaso porque el deseo y la atracción sexual no siempre responden a la lógica ni se suman sin presentar batalla. Y eso va complicando los pasos a seguir de cada uno. Está claro desde el principio que hay un quinto personaje importante en la trama que representa esas pulsiones de una manera metafórica evidente, tanto que uno de los protagonistas directamente lo explica, algo que resulta inusualmente literal en el cine de Escalante. Esa “cosa” que se inscribe en un cine más cercano al de horror (la referencia más obvia sería POSESION, de Andrzej Zulawski, pero también las primeras películas de David Cronenberg o la reciente UNDER THE SKIN) funciona como núcleo, como motor, como esa extraña presencia que obliga a los personajes a dejarse llevar por el deseo sin hacer demasiado caso a lo demás. Esto derivará narrativamente en situación surreales, violentas, líricas o pornográficas, depende el ojo del espectador. Lo cierto es que, por una vez, Escalante las usa de una manera relativamente sutil y ambigua desde lo temático. El deseo puede derivar en horror y hasta repulsión, pero aquí es uno causado por los propios personajes, no por un “estado de las cosas”. No hay un intento de hacer una parábola social a partir de las pulsiones de deseo, sexo y muerte de estos personajes (y si la hay no se advierte) y eso lleva a que las potencialmente brutales consecuencias de sus actos sean causadas, en la mayoría de los casos, por la propia voluntad de los protagonistas. El horror, el deseo, el sexo y la muerte juegan aquí un juego provocador y perverso, es cierto, pero es uno en el que (casi) todos los protagonistas juegan por su propia voluntad. Ese detalle marca una enorme diferencia y la convierte en su mejor y más rica película hasta la fecha.
La película del mexicano Amat Escalante está concebida desde la sordidez y la incomodidad. Su carácter diletante aparece encadenado inevitablemente a la idea de un mundo desangelado, carente de amor, donde los seres humanos se mueven por instintos y cogen como conejos. En esa doble dirección se juega y el comienzo es bastante elocuente al respecto. Un plano fijo sobre un meteorito conduce luego a una joven mujer masturbándose con un tentáculo. No hay movimiento, dinámica alguna en el enlace, sino estatismo. Cada cuadro debe sostenerse por sí solo, pero en el conjunto no hay movimiento interno: la respiración de La región salvaje es artificial y se apaga progresivamente. Hay belleza, sí, pero a cambio de violencia. Parece ser una condición sine qua non. Y es tendencia en gran parte del cine latinoamericano actual. El mundo de Escalante en pantalla es de sopor y cada acción de los personajes está enmarcada por el cansancio y el fastidio. Se podría pensar en una suerte de nihilismo que golpea a cada imagen y que bien representaría un estado de incertidumbre generalizado en una sociedad multifacética como la mexicana, pero, tal vez, sea preferible rescatar el insólito argumento y defender el espíritu lovecraftiano de dioses primigenios que se cuela sin escándalo en la historia. Esta jugada fantástica impresa sobre el drama familiar y conyugal es más estimulante que los fríos e insólitos vínculos entre los personajes. Cada vez que la cámara bordea la naturaleza y se adentra en un inhóspito bosque para sugerir la presencia de lo sobrenatural, asoman los mejores pasajes, frente a una negatividad imperante, por momentos, gratuita y banal. Las criaturas del filme son eslabones sueltos que se juntan por casualidad. Una pareja instalada en una cabaña, lejos de la ciudad, asiste a la caída de un meteorito que deja, no solo un cráter en el que varias especies de animales copularán (una de las grandes escenas), sino una extraña criatura con la cabeza similar al Alien que todos llevamos en el corazón cinéfilo y unos cuantos tentáculos capaces de dar placer hasta reventar. Porque es ley universal que el goce lleva a la destrucción en el universo de estos directores. Y si aquellos personajes que quedan enrollados disfrutan a más no poder, no es algo que se traslade necesariamente a los espectadores, capaces de admirar los encuadres perfectos, la pericia formal, de entregarse a los bordes difuminados por una cortina de niebla, pero que nunca se conectarán con el mutismo y la hierática presencia de esos seres sufrientes. A fin de cuentas, parece decirnos Escalante, no es obligación interactuar con una película desde el placer, también se puede hacerlo desde el interés (no lo llamaría ni siquiera extrañamiento). Hay que decir que La región salvaje es más tranquila que los trabajos anteriores del director en términos de brutalidad explícita y de examen de tolerancia a quienes miran. No es un dato menor viniendo de quien viene. La balanza esta vez marca un equilibrio mejor concebido entre un estado de violencia y un misterioso acercamiento a la naturaleza que funciona como antídoto ante el automatismo y la inexpresividad de los personajes y las situaciones que sostienen el fragmentado relato. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Dirigida por el español Amat Escalante, La región salvaje es una producción mexicana del año 2016, y decir que esta es una película un tanto extraña sería recurrir a un eufemismo. En ella conocemos la historia de dos mujeres (Alejandra y Verónica) que se conocen fortuitamente y forjan una amistad a partir de una actividad muy particular. Es difícil hablar en profundidad sobre esta obra sin entrar en territorio de spoilers, pero lo que sí se puede decir es que es altamente influenciada por el antiguo arte japonés del shokushu goukan. La región salvaje explora diversas problemáticas inherentes a la cultura mexicana moderna, que si bien en toda América Latina constituyen un asunto muy presente en la agenda mediática actual, en la nación azteca adquieren una magnitud incluso mayor. Una de ellas es el vínculo con la sexualidad y el goce de la misma tanto por parte de hombres como de mujeres, además de la represión de la misma. Se trata de una película muy sensorial (hasta sensual) en todo sentido, pues apunta directamente a lo corporal, a lo más primitivo de la naturaleza humana, en definitiva, a lo salvaje. Lo carnal está presente en forma de comida, de cópula y de sangre a lo largo de todo el largometraje. Pese a que la película se extiende por poco más de noventa minutos, por momentos esa duración puede parecer más aletargada. Sin duda alguna requiere de una paciencia que hay que estar dispuesto a tenerle, ya que los mejores momentos suceden a partir de la segunda mitad, cuando ya podemos ir reconstruyendo la trama y darnos cuenta de lo que está sucediendo por debajo de la superficie que es este iceberg: detrás de toda la homofobia y la violencia de género que se puede observar a simple vista (algunas escenas, aunque sutiles, resultan incómodas y hasta repugnantes) hay toda una realidad que no estamos viendo pero que paulatinamente sale a flote. Escalante no duda en herir susceptibilidades con La región salvaje, mostrando una cruda realidad en la que la hipocresía es moneda corriente y el placer por el placer mismo es algo casi prohibido. Sin embargo, los personajes de la película se encontrarán ante una alternativa a esto, ya que tendrán la opción de vivir una experiencia corporal única, corriendo el peligro de caer en una adicción. Si consideramos al film como una gran analogía del consumo en exceso de drogas duras (en un país tan azotado por el narcotráfico como es México), no estaríamos esbozando una teoría tan descabellada. Verónica conduce a las personas que se va encontrando en su camino a un destino tan satisfactorio como destructivo, en el que el goce físico sirve como bálsamo para apagar por momentos el dolor emocional que sufren a diario. La región salvaje demanda entonces una aproximación cuidadosa. Es una película silenciosa, en la que los diálogos son escasos y a menudo difíciles de percibir, razón por la que tal vez sea más prudente prestar mayor atención al lenguaje corporal de los sujetos que se ven en cámara; atender a sus miradas, las cuales esconden una sordidez aterradora y enigmática en partes iguales. En casos como este, no es tan necesario escuchar las voces sino adentrarse de a poco y sin miedo en el terror cósmico y dejar abrazarse por sus tentáculos.