21º BAFICI: En busca de la experiencia del cine. Dentro de la Competencia Argentina, dos películas destacables fueron Breve historia del planeta verde (Santiago Loza), que ganó una Mención Especial, y La vida en común (Ezequiel Yanco), premiada por Mejor Montaje. Pronto se publicará en Espacio Cine mi entrevista a Loza en torno a su curioso largometraje, suerte de fábula sobre la fraternidad entre seres diferentes. En cuanto a Yanco, su largometraje echa una mirada serena a costumbres y ritos cotidianos de un pueblo sanluiseño. Casi sin adultos (apenas una que otra maestra y alguna abuela), con voces en off de pibes de distintas edades mientras se trepan por las barandas de la escuela, juegan con sus teléfonos celulares, bailan o conversan con frescura, asoman referencias a la luz mala, a un puma que ronda por la zona e incluso a la leyenda de Nazareno Cruz y el lobo, representada por algunos de los chicos en una encantadora secuencia (seguramente la primera vez que el cine argentino retoma la leyenda más de cuarenta años después que la abordara Leonardo Favio).
La metamorfosis de la pubertad, hoy: La voz en off de un púber ranquel, que encarna al narrador, toma la voz y el lugar del puma que acecha a la comunidad. Este comienzo ya hace referencia a la figura del conjunto humano cuyos lazos se unen en función de ideales y tareas comunes, y al puma como aquello excluido del grupo y ligado a lo salvaje en tanto no se rige por una finalidad o razón alguna que pueda explicar sus reacciones, más que su instinto de supervivencia. Este comienzo del segundo largometraje del director argentino Ezequiel Yanco, que tuvo su paso por la ultima edición del Bafici, es de una gran carga simbólica y está abierto a varias lecturas posibles a la luz del contexto en el cual se sitúa. La película se construye en la mixtura entre la ficción y el documental observacional de tipo antropológico respecto de la vida actual de un grupo de varones púberes de Pueblo Nación Ranquel. Se trata de un asentamiento de veinticuatro viviendas modernas, que evoca el estilo de tiendas aborígenes, construido por el el gobierno de San Luis y al cual se trasladaron las poblaciones ranqueles de la zona. La cámara acompaña entonces a estos jóvenes descendientes del pueblo originario Ranquel (dejando a los adultos en fuera de campo), que se mueven en la contradicción y la ambivalencia entre lo ancestral (aprenden el idioma nativo, tienen una relación con la naturaleza) y lo contemporáneo (las viviendas de material, el aprendizaje del inglés, las motos, los celulares, el reggaeton, las computadoras con videos que explican sus mitos en youtube). De esta manera el director da cuenta de la modificación de las costumbres originarias que se transmitían oralmente de generación en generación a la luz de la penetración de la tecnología moderna, adquiriendo de esta manera una significación desplazada y diferente de la original. En particular el director se detiene en la caza en tanto rito tradicional de pasaje hacia la adolescencia, lo cual permite situar la película en el género de coming of age. Los varones más grandes, seguidos por sus perros, se unen en la tarea en común de dar caza al puma que merodea los alrededores. Pero Uriel tiene otra posición, puede leer más allá de lo evidente, puede ponerse en el lugar del otro diferente y decide mantenerse al margen. El acto de caza cobra otra dimensión si se lo lee con el prisma del cuadro “La vuelta del malón” de Angel Della Valle, cuya reproducción en la escuela destaca para nosotros el director (que remite a la sangrienta Campaña del Desierto de la cual este pueblo fue víctima); o si se lo ve desde el presente, adulterado por el dominio de la cultura moderna occidental. La caza del puma, perpetrada hoy en camioneta con armas de fuego y viralizada en la redes, queda despojada de su aura y misticismo en tanto rito de pasaje para devenir cacería cruel, invirtiéndose la idea de la animalidad. Uriel dice que su amigo Isaías quería unirse a los más grandes en la cacería del puma porque le gustaba Luana. La cacería cobra entonces valor de hazaña, de pavoneo o alarde mediante el cual impresionar a una mujer. Al mismo tiempo, no se puede dejar de mencionar que el puma, en tanto animal que no responde a la domesticación del amo, es apto para representar lo femenino como aquello que siempre se escapa a los criterios de dominación y explicación por la vía racional. La resonancia a la banda, a la cofradía de amigos como modo de envalentonarse para encarar a una mujer, cobra toda su dimensión. En esta línea, no sumarse al grupo puede ser leído como cobardía o mariconada. También nos cuenta Uriel que el cacique se fugó una noche de la comunidad en un camión donde cargaba diversos objetos, animales y mucho dinero robado. Este hecho ya sitúa la caída del padre y de los ideales tradicionales como ordenador de la comunidad. También menciona la referencia a la leyenda de Nazareno Cruz, cuya maldita metamorfosis se cumple al negarse a renunciar a su amor por una mujer. La tensión entre el capitalismo y los valores espirituales ancestrales es evidente en las fotogramas mismos. Y en última instancia, lo que está en juego entonces en la contraposición entre la manada de chicos y Uriel; esas dos maneras diferentes de entender la masculinidad. Por un lado una virilidad basada en la fuerza bruta y en el dominio de lo otro femenino, reduciéndolo a un objeto momificado; por el otro una perspectiva que encuentra su potencia en tanto capaz de aceptar el límite y que está ligada a la posibilidad de entregarse al amor por una mujer. Ezequiel Yanco logra amalgamar de manera prolija la belleza del paisaje, la contundencia simbólica de las imágenes y la sensibilidad de la mirada del protagonista. La vida en común se construye entonces como una alegoría interesante que evoca el estilo de las leyendas originarias y permite pensar los diversos modos de transitar la metamorfosis de la pubertad en la época contemporánea.
Con ojos de niños. Crítica de “La Vida en Común” de Ezequiel Yanco En el Pueblo Nación Ranquel, los jóvenes mueren por atrapar y matar a un puma que acecha a la comunidad. Todos menos Uriel, quien decide tomar otro camino. Por Bruno Calabrese. En el año 2009, en la provincia de San Luis finalizó la restitución de tierras a los ranqueles, pueblo indígena que habitaron la Argentina antes de la denominada Conquista del Desierto. En el Pueblo Nación Ranquel se encuentra 2 comunidades, ubicadas a 178 kms de la capital de la provincia. Ezequiel Yanco ingresa en una de las comunidades. Lo particular es que solo refleja la vida de los niños que habitan ahí. Esos niños ven como los más grandes tienen como obsesión cazar a un puma que acecha a la comunidad, que aparece por las noches a comerse las ovejas. Solo Uriel parece no estar interesado. Aunque convive con los demás niños en dicha práctica, el parece reflexionar sobre lo que debería hacer el animal. Encuentra en el puma una interesante metáfora sobre si mismo y lo que significa tener que estar escondido en tierras que le pertenecían. La película resulta también un relato coral, ya que no solo es la historia de Uriel, sino de diversos niños que tienen diferentes intereses. El director no recurre a algo artificial para reflejar la vida de estos niños. Solo los sigue con la cámara en su día a día, respetando sus rutinas. Así los vemos en la escuela, jugando en una casa abandonada y recorriendo los grandes descampados, solo con el sonido de sus voces y la naturaleza. Vemos como lo ancestral convive con lo contemporáneo, como se restituyen las costumbres antiguas de los ranqueles y el progresivo ingreso de las nuevas tecnologías en la comunidad (Escuchar música en mp3 y la utilización de la netbook en la escuela). A la vez que intenta que resurjan sus raíces perdidas. Encontrando en el relato ejemplos claros de que ellos son visto como extranjeros en sus tierras con un interesante paralelismo entre los dos idiomas que se enseñan en la escuela, el originario y el inglés. “La Vida en Común” es un producto noble y sincero, que no recurre a maniqueismos. Que cuenta, a través de ojos de niños, la historia de una población ubicada en un lugar inhóspito, lejano y desértico. Una película sobre una realidad distinta, que se encuentra escondida, como el puma se esconde en la montaña. Puntaje: 90. *Crítica hecha durante el BAFICI 2019
La otra infancia Entre los juegos cotidianos en el espacio rural, que directamente evoca el pasado, el segundo opus de Ezequiel Yanco (ver entrevista) se instala en el aquí y ahora de la comunidad Ranquel pero más precisamente en la vida de los adolescentes y niños pertenecientes a ese colectivo, cuyo lazo histórico con la Conquista del desierto es uno de los pilares en los que se apoya la mirada antropológica que convive con la ficción de esta propuesta híbrida entre el documental de observación y el relato de fantasía o fábula, La vida en común. Uriel es el protagonista y narrador de su aventura iniciática, ese rito de pasaje que muchas veces en el cine encuentra la excusa para los relatos pero que en este caso particular utiliza el ritual de la caza de un puma como plataforma de lanzamiento o puente directo con el pasado y el cuestionamiento de determinadas prácticas ancestrales. Sin embargo, la presencia de la ausencia de adultos, padres, no necesariamente es una representación acabada de un signo de abandono sino la opción de proponer un punto de vista menos contaminado e inocente para confrontar con la cotidianeidad de una comunidad de Ranqueles, quienes se adaptan al presente y a los postulados del confort y consumismo. Eso llega por detalles; llega desde el uso de celulares, de motos y otros elementos simbólicos, propios de esta época. No obstante, están los mitos, el estudio de la lengua en el colegio y la cosmovisión que marca un horizonte que parece tan lejano como el recuerdo de aquella sangrienta Conquista del desierto. Ezequiel Yanco, lejos de olvidarla la reinventa desde las preguntas y sin esquivar ninguna respuesta sencilla. Por eso La vida en común habilita múltiples miradas y texturas; invita a reflexionar sobre la tradición y la conservación de las raíces de la historia.
Ezequiel Yanco bucea en el derrotero que desde tiempos inmemoriales ha tomado el lema "civilización o barbarie" a ultranza y que aún hoy en día continúa diezmando identidades. En acompañar la rutina de niños y adolescente, que mantienen vivas sus costumbres, se narra parte de la continua conquista local.
Casi no hay adultos en La vida en común, película premiada en la Competencia Argentina del último Bafici. En el fondo puede aparecer muy de vez en cuando alguna maestra de escuela, pero los protagonistas son solo niños. Los chicos y sus perros fieles, inseparables, "socios" en el arte de cazar. Porque la caza (sobre todo la del puma) es parte fundamental de este pueblo originario y de allí surgen varias de las tradiciones, leyendas y ritos de pasaje que la película aborda en imagen y en la voz en off (también infantil). El protagonista es Uriel, aunque este es también un relato coral, con las dinámicas de grupo cotidianas de estos pibes del Pueblo Nación Ranquel en una zona desértica de la provincia de San Luis. Lo más valioso de la propuesta del guionista y director Ezequiel Yanco es que su retrato es siempre noble y cristalino, sin manipulaciones, sin caer en la demagogia, el pintoresquismo, el paternalismo ni la conmiseración de la corrección política. El resultado es un film que los mira con respeto, con la mayor naturalidad posible y que en algunos aspectos -aunque en un contexto muy distinto- recuerda a Yatasto, de Hermes Paralluelo. La cámara se queda siempre con ellos, a la distancia justa, a su misma altura, sin excesos ni regodeos, pero sin por eso esconder el rigor de sus condiciones de vida, el profundo desamparo (y desarraigo) que sufren y que al mismo tiempo sobrellevan con absoluta dignidad.
Historiador y cineasta, el talentoso Ezequiel Yanco unió por primera vez sus dos intereses, en su segundo largometraje. En Pueblo Nación Ranquel, en San Luis se encontró con un verdadero experimento social. Una restitución de tierras a los pueblos originarios, en una suerte de carpas de cemento, 24 en total, un campamento moderno donde se mudaron los ranqueles de las ciudades vecinas. El film explora las conexiones con el pasado, las consecuencias de la Guerra del Desierto, con la expropiación de tierras, el exterminio y la reducción a una esclavitud. Pero ahora esa comunidad está atravesada por la enseñanza del inglés y no su lengua nativa, las motos, la cumbia, you tube, celulares pero también los ritos ancestrales. El realizador conmueve con su elección, un mundo de niños, relatado por ellos, la caza como rito de crecimiento, los sueños y pesadillas, deseos y saberes antiguos. Perros y niños, algún vestigio de la presencia de adultos, para la fantasía y la realidad. La cámara los registra en su fantástica naturalidad, en sus gestos, en sus mundo privados.
"La vida en común": una frontera múltiple El segundo largometraje del director de "Los días" atiende con igual detalle tanto a la estética de la puesta en escena como a la poética de su construcción cinematográfica. Hay un universo cinematográfico, que es muy amplio en el cine independiente argentino, donde los relatos surgen del tejido que se forma al trenzar a la ficción con el documental. Películas que le proponen al espectador un desafío, una incógnita: la posibilidad de dejarse llevar por las historias pero sin contar la seguridad que da saber si lo que se está viendo es el retrato de la realidad o la proyección de una fantasía. Son estas películas las que consiguen que se vuelva evidente la inutilidad de semejante certeza. Porque, en el fondo, el cine siempre es un artificio que de forma inevitable representa una toma de posición frente a la realidad. La vida en común, segundo trabajo de Ezequiel Yanco, forma parte de ese cosmos. La vida en común del título es la que comparten los jóvenes protagonistas de la película, que se desarrolla en la inmensidad del desierto y dentro del silencio proverbial que lo define. Se trata de un mundo simple, urdido con más expectativas que palabras, hecho que no impide montar un relato vigoroso a partir de él. Las imágenes que dan cuenta de esa vida, que no termina de ser urbana pero tampoco plenamente salvaje, contrastan con la potente narración en off realizada por la voz de uno de los niños. Se trata de una clásica historia de iniciación en torno a la caza de un puma que merodea el poblado, pero que para ellos representa la continuidad de otro relato que se intuye ancestral: un rito de paso. Ese texto, sencillo pero profundo, incluye momentos de poesía expresiva en la que anida el núcleo de poder del film. La vida en común atiende con igual detalle tanto a la estética de la puesta en escena como a la poética de su construcción cinematográfica. Los protagonistas son parte de la comunidad Nación Ranquel, un caserío enclavado en tierras que la provincia de San Luis restituyó a los integrantes de ese pueblo. Las construcciones del lugar, cuyo diseño parece inspirado en el de las antiguas tolderías indígenas, articulan un espacio que parece una visión alucinada y futurista de aquella excursión a los indios narrada por Lucio V. Mansilla en su obra más popular. Aunque también podría tratarse del set de filmación de una fantasía pos apocalíptica al estilo Mad Max. Hay algo profundamente irreal en esos edificios que se alzan de manera inesperada en medio de la nada sin fin. Yanco encuentra en Nación Ranquel su propio Aleph y lo convierte en película. El director aprovecha la extrañeza que dicha arquitectura le aporta para filmaruna frontera múltiple. Una encrucijada que representa el punto de encuentro que reúne a lo poético y lo prosaico, la mitad de un camino que va de la vigilia a lo onírico. Aquella confluencia de lo real y la ficción. A partir de esa premisa, el director transforma en cinematográfico el mestizaje cultural en el que se ubica el universo que retrata y es sobre esa premisa alegórica que trabajan los engranajes narrativos de La vida en común.
Nada resulta más difícil para el discurso civilizatorio que anida en las leyes, en la retórica de la historiografía y en las intermitentes discusiones sobre los orígenes de una nación que la posición de quienes habitaban antes de la institución del Estado argentino. En las formas descriptivas para referirse a los indios reverbera inintencionadamente el reconocimiento de una violencia explícita y asimismo una incomodidad política en la materia. Se podrá decir pueblos originarios, indígenas o indios, según la época y la episteme empleada para pensar la historia y sus protagonistas, pero, sin duda, aquellos grupos diseminados por el territorio nacional en el pasado fueron denigrados y asesinados en masa, un lastre de la presunta epopeya civilizatoria que conlleva cálculo, menosprecio y crueldad.
Cazar al puma La vida en común (2019) es el segundo largometraje de Ezequiel Yanco, en el que hizo confluir sus costados de historiador y cineasta en un híbrido entre documental, ficción y también pinceladas experimentales. Un puma acecha Pueblo Nación Ranquel en el que cazar es un rito de pasaje, y los chicos más grandes quieren matarlo. Pero Uriel, más chico, decide tomar otro camino. Como en su película anterior, Los días (2012) se acerca a observar la infancia y los umbrales hacia el crecimiento, pero esta vez con una premisa muy diferente que tiene que ver con reconstruir y evocar las huellas de la conquista del desierto en ese territorio y su población. La película se filmó en una comunidad indígena de San Luis en donde el estado provincial construyó veinticuatro carpas de cemento en medio del desierto. Un campamento moderno al que se mudaron los ranqueles de las ciudades vecinas. Es el origen de una comunidad, y de una escenografía que también es protagonista de la película al igual que Uriel con su temple que lo hace hipnótico y su voz en off indiscutible. Entre el arco narrativo se filtran los conflictos cotidianos de la propia comunidad en un sentido político y cultural que atraviesa la superficialidad y permite una acción de conocer más honesta. Con una cadencia a la que se accede con mucha paciencia se construye entre los niños, los perros y el puma un triángulo que a medida que avanza se transforma en algo misterioso y mágico dentro del registro naturalista y despojado.
RITUALES Y APRENDIZAJE Si hay un problema casi crónico en el panorama del cine argentino es su dificultad para darle una voz consistente a los menores de edad de cualquier estrato social. Las películas nacionales no suelen hablar de la infancia y/o adolescencia, y menos aún interpelar al potencial público que abarca. De ahí que La vida en común no deje de ser un pequeño hallazgo, no tanto porque le hable a los niños y adolescentes, pero sí porque se atreve a darles una voz, o al menos un espacio-tiempo para que se expresen y un conflicto que los muestre en acción. El film de Ezequiel Yanco se centra primariamente en Uriel, un joven que, cuando un puma acecha a la comunidad en la que vive, a diferencia de sus pares (que quieren cazarlo para cumplir con un ritual que refiere a tradiciones de pueblos originarios) decide tomar otro rumbo, que lo coloca en un lugar particular y distintivo. Lo que contemplamos es un relato de aprendizaje pero también de rutina y convivencia en un lugar como el Pueblo Nación Ranquel, con sus reglas, perspectivas y convenciones que lo distinguen. Lo individual, íntimo y subjetivo se entrelazan con lo coral y comunitario en una narración concisa y a la vez potente. El otro gran protagonista de La vida en común es el paisaje, pero no como un mero conjunto de imágenes bellamente fotografiadas, sino como un factor que define a los distintos personajes que va sumando el relato. La voz en off de Uriel, subrepticiamente y en voz baja, como en un susurro, es un indicador de esta relación entre los sujetos y el entorno, entre los hombres –y los que procuran ser hombres- y una naturaleza que funciona como proveedora pero también como entramado hostil. La vida en común encuentra lo fascinante de estas ambigüedades y contradicciones, y en sus apenas 70 minutos encuentra las formas para transmitir los pequeños cambios que suceden, sin subrayados y con la dosis necesaria de empatía. Al fin y al cabo, lo que está contando es una pequeña aventura, y por suerte nunca se olvida de eso, dándole una vuelta de tuerca al género.
Esta película es una especie de bálsamo: la historia coral de chicos de la nación ranquel en San Luis y de cómo, en un mundo que no deja de serles extraño, viven con sus propias reglas tradicionales, en este caso los ritos de pasaje relacionados con la cacería. Sin ningún adorno, como quien observa maravillado un mundo nuevo con sus propias contradicciones, Yanco genera un retrato que es, a la vez, un gran cuento.
Filmado en el pueblo Nación Ranquel, con los chicos que pertenecen a esta comunidad indígena y cuya historia posee una relevancia singular: pobladores de ciudades vecinas se mudaron a un campamento de 24 casas que le otorgó el gobierno municipal. La película, centrándose en el protagónico de Uriel, un niño de 11 años que experimenta el rito de pasaje que consiste en la caza de un puma escondido en los médanos. El director mezcla su labor de historiador con su función como realizador, potenciando la estructura narrativa como elemento documentalista. Ezequiel Yanco investigó en La Pampa y la conquista del desierto, y su labor se rastrea en una obra literaria emblemática como “La excursión a los indios ranqueles”, de Lucio V. Mansilla. Este híbrido de ficción y documental se propone, con acierto, investigar con la cámara el territorio que explora. Allí, la elección de un lugar escenográfico se adivina como un descubrimiento. Escondites de animales salvajes y casas de cemento en el medio del desierto ofrecen una mirada que contrasta lo moderno con lo tradicional. “La Vida en Común” confunde la ficción con la realidad, recurre al uso de actores no profesionales y elogia, poéticamente, la construcción histórica. Su noble naturalidad resulta absolutamente meritoria.