Rebelde con causa Despertó mucho entusiasmo en el público italiano (tanto tras su presentación en la Competencia Oficial de la última Mostra de Venecia como luego de su estreno comercial) la historia biográfica del poeta Giacomo Leopardi (1798-1837), uno de los más notables intelectuales de este origen. Elio Germano es el actor de una lograda composición de este personaje sensible, un joven noble, talentoso, encerrado en una biblioteca, sometido por su padre. Con una salud muy débil y una deformación progresiva, también progresan sus ideales revolucionarios que lo llevan a confrontar con la alta sociedad a la que pertenece. Biopic de qualité en la que la recreación de época está muy cuidada, aunque los personajes son demasiado esquemáticos. Vida y obra de Leopardi aparecen íntimamente articuladas y, aunque se prolongan la lectura de su obra y el didactismo, el film del director de Teatro de guerra logra transmitir la esencia de la poesía de ese genio romántico.
El eterno rebelde Leopardi, el joven fabuloso (Il giovane favoloso) relata la historia biográfica del poeta Giacomo Leopardi (1798-1837), uno de los más notables intelectuales de origen italiano. Y también es notable la presentación de esta película en nuestro país. Dirigida por Mario Martone (Noi credevamo, L'amore molesto), despertó mucho entusiasmo en el público italiano convirtiéndose el año pasado en la película italiana más vista de la temporada. Elio Germano (ganador de la Palma de Oro de Cannes en 2010 por La nostra vita), es el actor encargado de dar vida a este Conde, poeta, filósofo, filólogo y erudito italiano del Romanticismo, quien compone de forma lograda y sensible su personaje. Su deformación progresiva a causa de su débil salud, progresa acompañada de la gran caracterización de Germano. Definitivamente hace entrega de su rostro y su cuerpo y desde allí comienza a explorarse la obra literaria de este genio. Por parte de la recreación de la época, se nota el cuidado de los detalles y escenarios para que la vida y obra de Leopardi se desarrolle con excelencia: la película fue filmada en su totalidad en los lugares que sirvieron de hospedaje para el poeta durante su vida. Por parte de Martone, podemos decir que sale victorioso de su puesta de escena, donde incluye dentro de la biopic la recreación del mundo fantasioso en el que se refugiaba Leopardi cargado de sus alucinaciones, y el buen uso de una seleccionada banda sonora. Sí podemos mencionar que los personajes son demasiado esquemáticos y eso lleva a que la película se prolongue un poco, pero a medida que avanza se torna más interesante. La esencia de la época y de Leopardi está vivas en este film y Martone supo recuperar con altura el mito de una de los autores esenciales de la Literatura Universal.
Bella melancolía El director Mario Martone logra una correcta biopic sobre el poeta y filósofo italiano Giacomo Leopardi, uno de los intelectuales del siglo XVIII más reputados. Conde, quien en su temprana infancia tuviese acceso a una biblioteca del conde Monaldo, su padre, que le permitió el rápido aprendizaje de la filología y el dominio de varias lenguas, pero siempre bajo los rígidos postulados religiosos que iban en contra de la naturaleza y el libre pensamiento de su hijo. Leopardi, el joven fabuloso, en primera instancia define a su protagonista como un personaje torturado desde el aspecto físico, padecía una mezcla de raquitismo y tuberculosis vertebral (Mal de Pott), por lo que los dolores corporales, graficados desde su incipiente joroba, lo acompañaron hasta el lecho de su muerte por la enfermedad del cólera, en Nápoles, ciudad en la que el poeta italiano estuvo recluido junto a su amigo y primer biógrafo Antonio Ranieri. La ambientación de la Italia de fines de 1700 y la primera mitad del 1800 (Leopardi nació en 1798 y murió en 1837) funciona en la película como catalizador de distintos escenarios: por un lado, la decadencia de la propia nobleza, en la que el conde Monaldo dilapidó sus riquezas, y por otro la avanzada del bonapartismo que marcaba altos niveles de conservadurismo. Tampoco puede dejarse de lado el rol del catolicismo frente a las ideas revolucionarias de los intelectuales, quienes si bien aceptaban la obra de Giacomo Leopardi, le criticaban su pesimismo cósmico aunque valoraban su estilo y su prosa luminosa. Infatigable en lo que hace a su producción literaria, algunos de los hitos de este joven erudito italiano forman parte del núcleo del film, donde puede apreciarse su pluma y su pensamiento alineado a las filas del romanticismo. No obstante, también desde la puesta en escena el realizador italiano construye el espacio para escapes alucinatorios del protagonista y para la poesía, que encuentra en las imágenes un complemento ideal. La banda sonora cuenta con un hallazgo que contrasta con el resto del repertorio musical al insertar un tema moderno para una película de época, pero que no desentona con los fines dramáticos y para los que el aporte actoral de Elio Germano resulta imprescindible. Sin sobreactuaciones, compone a un Leopardi melancólico, pero con una enorme sensibilidad por la naturaleza y la condición humana. Tal vez en donde haya que hacer algún reparo, más allá de su extensa duración, es en la presentación de los personajes principales con muy poco desarrollo en lo que hace a la psicología o a la manera de pensar de la época.
Giacomo Leopardi fue un poeta y filósofo de la Italia del siglo XVIII cuyos escritos y pensamientos se caracterizan por dejar expuestos una mirada muy oscura del mundo. Pero había una razón de ser para que este conde viera el mundo de ese modo, y es que sufrió de una enfermedad degenerativa que no le permitió disfrutar muchos de los placeres de la vida, más que escribir y leer. La película de Mario Martone es una biopic sobre el conde considerado genio y a la vez también centro burlas, dividido principalmente en tres partes. Primero, él en su ciudad natal de Recanati, donde se encuentra más que nada encerrado en su casa, luego su paso por Florencia unos diez años después y, por último, sus días finales en Nápoles, justo antes de morir. Elio Germano es el actor que tiene la difícil labor de convertirse en Leopardi y lo hace con mucho convencimiento, sin caer en la caricatura. Los pasajes de la obra del poeta impregnan al biopic de un sentido literario que suma puntos para una película que más allá de contener muchos elementos propios del subgénero de las biopics, cuenta con una dirección, un guión efectivo y hasta un juego interesante con la banda sonora, diferenciándolo aunque sea un poco del resto. Mientras algunas escenas están musicalizadas de manera más bien previsibles, hay varias introducciones de melodías electrónicas con letras en inglés que funcionan de una manera inesperada aunque extraña como suena. Un retrato sobre esta figura, pero también sobre un lugar y una época (una Italia en la que la Ilustración comienza a tomar forma pero aún la Iglesia Católica parece tener la última palabra), “Leopardi, el joven fabuloso” es un drama de época hecho y derecho que aporta además de datos biográficos sobre el poeta y su obra, una mirada sensible, no sensiblera. Una historia sobre un artista talentoso y sufrido, sobre alguien obsesionado con la muerte, y además, la historia de un viaje, un viaje en el que se emprende queriendo escapar de algo. Y nosotros nos encontramos con un retrato clásico que no pretende serlo pero no puede evitarlo, y es correcto y vale la pena.
Típica “biopic” sobre una figura y su época En la elegía “El primer amor” de su libro de canciones e idilios Canti, el conde Giacomo Leopardi (1798-1837) escribe: “Vive aquel fuego aún, vive el afecto,/ alienta en mi pensar la bella imagen/ de quien, si no celestes, otros goces/ jamás tuve, y sólo ella satisface”. Víctima de severas dolencias físicas –tuberculosis vertebral, entre otras– y, según afirman sus historiadores, una predisposición del alma romántica, melancólica y profundamente pesimista, Leopardi es uno de los poetas italianos más importantes del siglo XIX. Testigo del Risorgimento temprano desde su posición de joven noble en Recanati, pueblo del centro de Italia de unos 10.000 habitantes por aquellos años, escapó al dominio férreo de su padre para iniciar una carrera como escritor, filósofo y experto en lenguas antiguas en un derrotero que lo llevó a vivir en distintas ciudades: Roma, Boloña, Florencia. Las rimas precedentes, escritas a la edad de diecinueve años (mucho antes de eso fue niño estudioso y prodigioso), remiten a las secuelas que en su espíritu generaron la visita de una prima de su padre, amor temprano que, como el resto de sus pasiones románticas, fue rotundamente platónico.¿Puede la potencia de los versos originales trasladarse al cine? En otras palabras, ¿es posible trasplantar un tipo particular de belleza y lirismo a otro medio? El realizador Mario Martone (Muerte de un matemático napolitano, Teatro de guerra) no parece tener la respuesta y se contenta con la lectura en off en varios pasajes del autor y algunos planos que muestran a su criatura en plena ensoñación bajo la sombra de un árbol u observando a una vecina plebeya mientras realiza tareas cotidianas. No tanto una reflexión histórica a partir de una vida y una obra como un típico film biográfico sobre una figura y sus tiempos, Leopardi, el joven fabuloso –presentada en la Competencia oficial del Festival de Venecia y un gran éxito de público en su país de origen– sufre de varios de los achaques de la biopic al uso: actuación central disciplinada y de fuerte carácter (cortesía de Elio Germano), abuso del diseño de arte y el despliegue de locaciones, concentración de escenas a la manera de un Grandes éxitos. En el caso de Leopardi..., además, el progresivo deterioro físico del protagonista termina transformándose casi en el centro excluyente del drama, una descripción reiterativa y finalmente estéril.Martone coquetea con la cavilación sobre los turbulentos tiempos que le sirven de trasfondo pero, en casi todos los casos, se estanca en el comentario ilustrativo. Incluso el gradual escepticismo de Leopardi sobre todo lo religioso –en particular su práctica institucionalizada– y posterior conversión al ateísmo terminan relegadas al lugar de una simple nota al pie. Ganan los elementos más superficiales: el color de época, el sufrimiento como cliché ligado a la creación artística, la fuerza de ese maldito y poderoso vector qualité.
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Tras el espíritu de Leopardi "Los grandes poetas toleran las más diversas lecturas de la posteridad", concluía Antonio Tabucchi, en una nota publicada en este diario en 1998 a propósito del bicentenario de Leopardi. Al proponer este retrato biográfico del poeta italiano más célebre a excepción del Dante, Mario Martone, gran hombre de teatro y reconocido cineasta, ha preferido subrayar su condición rebelde, apoyándose en un guión que sigue a grandes rasgos los pasos de su biografía y se nutre preferentemente de textos tomados de su obra, una de las más colosales, variopintas y complejas de la literatura universal. Textos dichos y no recitados por el excelente Elio Germano, cuya composición, finamente elaborada en lo físico (Leopardi, entre otros problemas de salud, padecía una tuberculosis ósea que detuvo su crecimiento y le deformó el cuerpo) y en la intensa traducción de su profunda e insuperable melancolía, ha sido seguramente uno de los puntales del éxito que benefició al film en Italia en una medida en que raramente sucede con un film de autor. La narración desprovista de elipsis contribuye a engarzar fluidamente los capítulos principales de la desdichada vida del poeta, de los años de infancia y adolescencia en la dorada jaula de la mansión familiar de Recanati, en cuya inmensa biblioteca pudo nutrir su sed de saber (la literatura clásica, las ciencias, la filosofía, las lenguas, todas las humanidades) hasta el peregrinaje que después lo llevó a Roma, Florencia, Nápoles y al encuentro de otros intelectuales y estudiosos que no siempre percibieron su estatura de poeta, y a entrar en contacto con un mundo real al que había sido ajeno por causa del rigor de una educación opresiva y religiosa. Esa gradual y esforzada liberación también lo llevó a fortalecer el vínculo con quienes lo quisieron de verdad, como Pietro Giordani, su mentor, o como su entrañable amigo Antonio Ranieri, que con él estuvo hasta el fin de sus días, más allá de las reiteradas desdichas amorosas y del ocasional descenso al infierno de los sectores más bajos de la sociedad, como lo ilustra la secuencia algo felliniana de la visita a un burdel napolitano. En busca del espíritu que animaba al poeta y con la ayuda inapreciable de la musicalidad de los textos, Martone procura capturar sus fantasmas y su imaginario cuando no recrear en imágenes el delirio romántico que lo alimenta. La película reproduce la vida de Giacomo como una herida abierta en el corazón de su juventud y jamás cicatrizada. En estas vivencias, se sustenta su poesía, largamente presente a lo largo del relato. No contar con el detallismo obsesivo de Visconti no le impide a Martone pintar un convincente cuadro de la Italia del ochocientos. Visualmente cautivante gracias al trabajo de Renato Berta y también, en buena medida, al aporte del músico alemán Sascha Ring, aunque algunas de sus elecciones -como la inserción de una canción folk en inglés- resultan más que cuestionables.
El poeta de la desesperanza Transmite la lucha interior de Leopardi, poeta moderno con mente y cuerpo en trágica tensión. Poeta, filólogo, erudito, Giacomo Leopardi vivió apenas 39 años en la Italia de los albores del siglo XIX. Y vivió cada uno de sus años el desamparo de su sabiduría, gestada en un palacio que fue su cárcel familiar junto a sus hermanos Carlo y Paulina. Ahora, cuando la letras, las bibliotecas y el canon literario comenzaban a rescatarlo, su figura vuelve también en Leopardi, el joven fabuloso, un ambicioso filme de Mario Martone que lo muestra con todo el peso y las contradicciones de su figura desgarbada. Desesperación y desesperanza se transmiten temprano en el filme a través del poder perturbador de sus versos, que escribe de niño bajo la dura educación familiar, reaccionaria como pocas, cerrada a las ideas revolucionarias de la Europa en la que amanecía el Romanticismo. Desesperación, erudición y desesperanza transmite la gran actuación de Elio Gemano como Leopardi, que parece haber cargado su cuerpo con el peso de su conocimiento y la imposibilidad de una vida más carnal, necesaria. Jorobado, autor incomprendido, sin vida sexual pese al ardor de sus pensamientos y la intensidad de sus deseos, Leopardi “huye” tarde de su hogar. Tampoco encaja en el mundo de los literatos, los editores, salvo por admiradores, como Pietro Giordani, que pudieron ver la belleza y profundidad de su inagotable melancolía. Hay belleza, emoción, impotencia y una tortuosa inercia hacia la derrota y la soledad en esta historia, pero también hay excesos que surgen de la dificultad de llevar la poesía escrita y leída a la pantalla con naturalidad. Sí hay una gran ambientación de época, actuaciones y personajes como Antonio Ranieri, su amigo, mecenas, cuidador y un espejo maldito por amar a las mujeres que él no puede. Devorador de libros, políglota, niño raquítico, hombre jorobado, sabio social que evidencia su avidez por el contacto real con los hombres y las mujeres de un mundo que casi siempre desdeña y a la vez lo corroe, que es también fuente de experiencias e ideas fabulosas.
La poesía de la infelicidad Leopardi, el Joven Fabuloso (2014), dirigida por Mario Martone, es el biopic del poeta italiano Giacomo Leopardi quien cimento y trazo las bases del romanticismo en una época donde la religión profesaba la mirada que debía tener el mundo. Ambientada en los principios del siglo XIX, una película que se llena de toda la poesía de Leopardi y al mismo tiempo describe un contexto que empieza a cambiar, sin duda con aires Pasolinianos, aunque también de una Italia destinada a destruirse. En 1798 nace en Italia, Giacomo Leopardi (Elio Germano), quién vive en Recanati bajo la sombra y protección de su padre, el conde Monaldo, que lo tiene destinado a ser un erudito en las letras -pero bajo su protección- dedicado en el abastecimiento de una gran biblioteca, en la enorme casa del conde Manoldo, un centro donde convergen curas y personalidades religiosas dedicadas a la literatura. Rodeado de nobleza y el amor incondicional de sus hermanos, Giacomo desde muy joven demuestra ser un dotado de las letras. Logra aprender lenguas extranjeras con facilidad (como el hebreo) y sobre todo, se dedica a escribir poesía mientras desea librarse de su padre para tener una vida literaria reconocida por otros literatos. Sin embargo, desde muy pequeño sufre la enfermad de Pott: sus huesos se van deteriorando y perdiendo las formas originales. Los dolores son cada vez más intensos hasta el punto de no poder caminar. Poco a poco se va deformando, encorvando hasta utilizar un bastón y parecer un hombre de noventa años. Al ser un biopic lo más altivo es el argumento y cómo se nutre la puesta en escena. Atrae ver al poeta que sufre y como su poesía sufre con él. Al estilo de Beethoven, Mozart, Proust, todo dura la existencia de Giacomo Leopardi. Y es interesante como sigue adelante con su mirada sobre el sufrimiento del hombre frente a la decadente naturaleza y sus críticos lo relacionen con su enfermedad, pero él todo el tiempo defiende su poesía. No es venganza por lo que sufre, es la poesía sobre la infelicidad. Y sobre ello se sostiene la película, sobre cómo la fuerza oral y la palabra, es tan importante. Una película directa y hecha al detalle. Una fascinante experiencia que hace recordar al genio de Pier Paolo Pasolini en algunos detalles tales como el paso de la poesía a la imagen, y sobre todo el uso del espacio italiano que, mezclado con lo religioso y la fantasía, se vuelve participe de toda el alma de lo dicho. Estos espacios se vuelven tan importantes además porque componen el andar y la creación figurativa de Leopardi a quien le va creciendo una enorme joroba. Es en ese momento que la película del italiano Martore toma su propia identidad y logra despegarse de todos sus referentes para mostrar a Leopardi frente a una naturaleza que lo destruye al mismo tiempo que se autodestruye. Eso lo ve cuando logra escapar de sus aires de nobleza y viaja, en sus ganas de conocer otros lugares, pero descubre un mundo apocalíptico y a punto de desaparecer.
Una larga y detallista película de Mario Martone, con una espléndida reconstrucción de época, sobre la vida, el martirio por sus graves problemas de salud y la sensibilidad a flor de piel de Giacomo Leopardi, el gran poeta italiano del siglo XVIII. Gran trabajo de los actores, en especial el protagonista Elio Germano. Vale
EL FILM DEL ITALIANO MARIO MARTONE POSEE UNA BELLEZA IRREPROCHABLE, AUNQUE SU DURACIÓN PUEDE LLEGAR A SENTIRSE Cálida evocación del poeta Leopardi Cuidadosa evocación del poeta Giacomo Leopardi, esta obra puede parecer tan larga como algunos de sus poemas. Es un defecto, si, pero, ¿qué parte se podría cortar? Igual que en esos poemas, cada fragmento es de una belleza irreprochable, y entre todos nos acercan al alma acongojada de aquel hombre, tan pleno de inteligencia y de cultura, tan falto de salud, de libertad y de caricias. ¿Cortar, acaso, los breves recuerdos de una infancia orgullosa de lucir sus conocimientos y anhelante de un futuro seguramente lleno de satisfacciones? ¿El temprano dominio sobre diversas lenguas y el control de un padre absolutista, frente al cual solo por dentro podría alzar la voz? ¿Los momentos de calma pueblerina y de agobio por esa misma calma, amada y aplastante? "Siempre caro me fue este yermo cerro", confesó al comienzo de "El infinito" (dicho sea de paso, qué hermoso es encontrar estos versos en internet, recitados por Vittorio Gassman). Tampoco podrían cortarse las escenas donde se representa el peso de los chupacirios recelosos de cualquier posible pensamiento de incredulidad, donde una vieja hasta quiere imponerle a un viudo la imposible alegría por una "decisión divina", mientras el cura de la parroquia, de solo escucharla retrocede. Fueron tiempos amargos los que vivió Leopardi, y terrible la enfermedad que tempranamente le doblegó la espalda. Temprana también la "negra, bárbara, horrenda melancolía que me devora", como le escribió a su primer editor, Pietro Giordani. Luego, el pesimismo hermosamente elaborado en sus "Opúsculos morales", que le reprocharon tanto los clericales como los liberales. Y la hipocresía de otros escritores, la prepotente ignorancia de una casera, la mantenida lealtad de una hermana y un solo amigo, Antonio Ranieri, el doloroso disfrute de las alegrías ajenas, de la inalcanzable belleza femenina, y de los alimentos prohibidos por el médico. Interpretada por un notable Elio Germano, mezcla de Massimo Troisi con Gasalla, la obra, la primera que acá se estrena de Mario Martone, ilustra minuciosamente la vida italiana de comienzos del siglo XIX, con escenas que parecen propias de las pinturas del romanticismo: la vida en Recanati, Florencia, Roma y Napoles, un paisaje pastoril, las noches de tabernas y teatro (lo que permite presenciar una escena graciosa de "Matilde di Shabran"), una calle sumida en la peste del cólera, los días luminosos en la Torre del Greco, el inclinarse a palpar la tierra del labriego, la erupción nocturna del Vesubio, que motiva en Leopardi ese precioso poema de resignación que es "La retama", en fin, de todo eso, ¿qué parte podría cortarse? Hay que aceptar su duración, que a fin de cuentas no llega a dos horas y media, hay que agradecer que podemos escucharla en su lengua original, sin doblaje, y sumergirnos en su melancolía. "Así que en esta/ inmensidad se anega el pensamiento:/ y naufragar es dulce en este mar".
Entre el pensamiento y la enfermedad Film biográfico de manual en donde se complementan los aspectos públicos y privados de un personaje de renombre para conformar un esqueleto argumental con pretensiones populares, Leopardi, el joven fabuloso no escapa de las convenciones del caso y del A-B-C narrativo estilo miniserie. La corta vida del poeta y filósofo del siglo XVIII Giacomo Leopardi comprende cada uno de los requisitos habituales: el rigor familiar procedente de su fanatismo católico, los primeros textos sin publicar, la relación del personaje con sus dos hermanos, sus viajes por una Italia tenebrosa (especialmente, Nápoles) corroída por el cólera y una reconstrucción de época repleta de detalles y algún que otro anacronismo que resuena (desde la banda de sonido) bastante gratuito. En oposición a la descripción del hombre de letras y su entorno geográfico y familiar, surge su cuerpo enfermo, sus malformaciones físicas, su joroba creciente que lo llevaría a convertirse en un Ricardo III sin crueldades ni afán de venganza. En esa conjunción pública y privada (el escritor que murió prematuramente más el personaje minusválido), que tanto admira un espectador previo a la estatuilla del Oscar, el film del napolitano Mario Martone (director de la genial Teatro de guerra, 1989), recorre el relato sin demasiadas novedades. Sin embargo, en la última parte, cuando Leopardi camina con dificultades por las calles de Nápoles, estableciendo amistad con los marginales luego de ser humillado debido a su eterna virginidad, en esos momentos donde el personaje parece el espejo de John Merrick, aquel hombre elefante de la época victoriana, la película gana puntos, no solo por la emoción que se le transmite al espectador, sino también, por el brillante trabajo de Elio Germano en la piel maltrecha de su cuerpo deforme.
Leopardi, el joven fabuloso, dirigida por Mario Martone (Teatro de Guerra, Noi credevamo), está basada en la breve vida de Giacomo Leopardi, poeta, filólogo y filósofo del Romanticismo Italiano. Joven y fabuloso Leopardi, el joven fabulosoLa película comienza en Recanati, un pequeño pueblo de Italia, a comienzos del siglo XIX. El conde Monaldo Leopardi ha invertido la fortuna familiar en una enorme biblioteca. Giacomo (interpretado por Elio Germano) es el mayor de los tres hijos, del que se espera que consagre su vida a la religión. Sin embargo, esto no está en los planes de Giacomo, quien se pasa los días enteros estudiando y desde chico muestra un gran talento para escribir y para traducir lenguas antiguas. Por otro lado, sufre de una enfermedad en sus huesos que le curva progresivamente su espalda. Sus padres son estrictos y muy poco permisivos con su hijo mayor, quien sólo desea irse de ese pueblo. Leopardi, el joven fabuloso, acompaña de cerca la corta vida de este poeta, filólogo y filósofo italiano, quien se convertiría en uno de los exponentes del Romanticismo Italiano. El lado melancólico de la vida La película no profundiza en el retrato de la época, insinúa el convulsionado período que atraviesa Italia. Se concentra en seguir bien de cerca a Leopardi y su obra como poeta. Al cabo de un tiempo, el relato se vuelve repetitivo, con un Giacomo Leopardi que vaga por las calles de distintas ciudades de Italia, mostrado con planos abiertos de hermosos escenarios naturales. Se apoya mucho en la poesía (leída en voz en off) y en la contemplación de estos lugares, y no se termina de sostener. Elio Germano hace un gran trabajo interpretando a Leopardi, y el resto del elenco también está a la altura. A partir de la segunda mitad, la película repunta, siendo clave para esto el personaje de Antonio Ranieri (Michele Riondino). Lo más destacable del film se encuentra en los diálogos que mantiene el poeta con amigos y colegas, en los que desarrolla su visión pesimista y melancólica de la vida; como también en la dificultad para relacionarse amorosamente con las mujeres. Conclusión Leopardi, el joven fabuloso se apoya demasiado en la poesía y la lograda reconstrucción de época. Sus 143 minutos pesan en el espectador, sobre todo en la primera mitad de la película, a pesar del correcto trabajo de sus protagonistas y su prolija puesta en escena. Es una película válida de ver para quien quiera adentrarse en la melancólica obra de Leopardi y contemplar los paisajes naturales de Italia.
Sublime eco de una escritura lunar A partir de una narración modelada desde los silencios, el ritmo poético y las miradas, el realizador napolitano Mario Martone invita a visitar el infinito universo del poeta y filósofo Giacomo Leopardi, en un film inolvidable. Recuperar el silencio, la mirada hacia el cosmos, el trazo de una escritura que se plasma en la solitaria noche, a la luz de una vela. Y desde la ventana de la casa paterna, allí en la neblinosa y conservadora tierra de Recanati, escapar a través del acto de la creación. Desde voces que se consolidan como mandatos, desde una mirada que sigue de manera vigilante y opresiva el paso de los hijos; descendientes de una aristocrática familia, ortodoxa en sus dogmas religiosos, ajenos a los llamados ecos que se proyectan desde otras latitudes -Inglaterra, Francia, Estados Unidos, asoman en su espíritu libertario -, el primogénito de la familia, cuyo deseo paterno es el de abrazar la carrera eclesiástica, escapa en sus fabulaciones interiores, en sus soliloquios, en sus escritos animados por una fuerza desafiante, en sus continuos intentos por escapar de esa prisión familiar. En este tan esperado film, Leopardi, el joven fabuloso, del realizador napolitano Mario Martone, la secuencia inicial nos lleva a los días de la infancia, en el que el joven Giacomo juega a las escondidas con sus hermanos Carlo y Paolina. En esa ráfaga, en la que el jardín paterno asomará tiempo después en uno de sus Cantos, la felicidad se descubre en el juego, en el movimiento de los cuerpos, en un escenario en el que una arcádica naturaleza les brinda a esas jóvenes criaturas el espacio ideal que permanecerá por siempre en la memoria. En una de sus páginas, años más tarde, Leopardi escribe: "Sólo viven hasta el día de su muerte aquellos que pueden permanecer niños toda su vida". Un joven Leopardi asombrado, disidente con las ideas pragmáticas y las falsas consolaciones de su tiempo; un poeta y por ello un filósofo, es lo que hoy nos brinda como un acto de amor la sublime actuación de Elio Germano, a sus 33 años, de este poeta rechazado en su propia época, desplazado en los años del fascismo por su ausencia de férrea virilidad, burlado por su aspecto físico y por su itinerante melancolía. Una melancolía que igualmente despierta en un acto de enfrentamiento, de ataque a los conformismos, de desnudar y poner en crisis el concepto de infelicidad, a través de su sutil pero no menos frontal ironía. Su alma romántica trasciende las épocas y anticipa, desde sus interrogantes y desde su propio cuerpo herido y diferente, a los escritos de otros dos creadores "malditos", rechazados, olvidados: Dino Campana y Pier Paolo Pasolini. Presentado este film en el Festival de Venecia del año 2014, aplaudido por los públicos presentes, el film de Mario Martone no obtuvo reconocimiento oficial alguno. Y pese a estar nominada en catorce categorías para el premio David di Donatello no recibió galardones. Y es que debemos pensar que las voces de Giacomo Leopardi apelan a los aspectos más íntimos, existenciales, de la conducta humana, que subrayan la figura de los diferentes en un mundo en el que se habla de una trucada y artificiosa idea de igualdad. Los escritos de este "joven fabuloso" nos llevan al grupo de los elegidos de la época, que marcarán un veredicto en los días de su arrinconada juventud. Y ellos, en nombre de una sapiente élite que se muestra atenta a las exigencias de su tiempo, con el pulso firme guiado por un tonto optimismo, impugnarán también sus escritos. Desde los días de su soñada infancia, un joven Leopardi se refugiará entre los setos, con la mirada dirigida hacia ese infinito, desde su condición de prisionero de tensionantes silencios, miradas esquivas y reproches. Su deseo se plasma en el acto liberador que trasciende los horizontes, que busca el punto de encuentro de otras geografías y que confirma, simultáneamente, la fragilidad y la soledad del hombre. Un Leopardi que desde ya niño, a espaldas de las miradas de la silueta de las centinelas, dialoga con la luna, quien será su fiel interlocutora en su silenciosa presencia. Desde su mezquina y beata Recanati, desde ese medio familiar que se mide por actos de cobarde prudencia, el joven Giacomo encontrará en la voz de su nuevo mentor y maestro, Pietro Giordani, la posibilidad de abrirse hacia otras tierras, movido por una incesante escritura. Y serán las ciudades de Roma, Florencia, Nápoles, tras los enfrentamientos con el medio familiar -un celoso padre, una despótica madre - los esperados escenarios de un despertar tardío; que lo podrá llevar a degustar en soledad, sabiéndose amado, su tan añorada copa de helado, pese a los consejos médicos. Una reconstrucción a la manera de un tiempo de evocaciones, en esos espacios de la Italia de hoy que mantiene vivos sus días del pasado en cada uno de sus rincones, es la que nos ofrece hoy, generosamente, este realizador de mediana edad, que, en el momento del estreno del film recordó a la prensa que "la unidad de Italia nació en la mente de los poetas". Y ya desde los tiempos de Dante, admirado por nuestro amado Giacomo, el sueño de la unidad italiana estuvo presente en numerosos humanistas. Leopardi sueña él también, como tantos que lo precedieron con ese sueño que se anima en sus escritos. Desde su habitación en Recanati, desde el salón de la biblioteca de su padre, el Conde Monaldo, el joven Leopardi desea escapar de los estados pontificios y pensar en la Italia unida. No pudo llegar a vivir este momento, falleció, dolido por la enfermedad, agonizando, en Torre del Greco y días después en Nápoles, un 14 de junio de 1838. Faltaban algunos años todavía para alcanzar el deseo de estos poetas. En ese último gran período de su vida, luminoso e igualmente melancólico, Giacomo Leopardi conocerá en Florencia, en 1830, a quien pasará a ser el gran amigo de su vida, Antonio Ranieri; ese joven al que no dejará nunca de admirar, y a través del cual vivirá sus "propias" historias de amor. Ranieri le brindará esa fuerza y vigor, ese carácter de hombre libre y amante, que Leopardi no reconocía en sí mismo. Junto a su hermana Paolina, Antonio Ranieri será el auténtico amigo que lo comprenderá hasta más allá del final de su última hora. Y en la base de la escultura fúnebre de su amigo Giacomo, Ranieri hizo tallar los tres símbolos de los antiguos: la lámpara; el pájaro de Minerva: el búho y la serpiente rodeada por un círculo. En el inolvidable y sublime film de Mario Martone, dejamos al poeta ante el temblor del Vesuvio, frente al cual Leopardi nos hará llegar algunos de los versos de ese poema escrito en la primavera de 1836, en la soleada Torre del Greco: "La ginestra o la flor del desierto". En ella se ausculta el puro acto de un sentir filosófico ante la dimensión cósmica que despierta en el irrefrenable grito de la Naturaleza. Y la finitud, la soledad, la lucha interna de nuestra condición humana.
La vida en sí misma está contada en el cine, pero también algunas vidas en particular. Historias de hombres y mujeres que se han destacado en distintas ramas se han convertido en biografías cinematográficas, ahora las llaman biopics. Un punto interesante, siempre partiendo de la premisa de contar una historia, sea sobre quien sea, es ver o interpretar la intención detrás de la realización. ¿Por qué la vida de William Wallace, la de Steve Jobs, la de Mozart o la de Bairoletto? ¿Qué podemos sacar en limpio a partir de conocer sus derroteros? ¿Hay oportunismo en estos casos? Parecería ser una suerte de axioma para el cine mundial. “Alguien” se destacó por “algo”; pero tuvo que pasar las de Caín para llegar a ello y a veces el reconocimiento llegó tiempo después. Siglos, a veces. ¿Entonces? ¿Se busca reconocer eso? ¿Su lucha? ¿Redimirlo? ¿Redención? Funciona claramente en la sensibilidad de los espectadores. Ahora, ¿funciona cinematográficamente? Sin ir más lejos, “La teoría del todo” (2014) es la historia del “aguante” de Jane Hawkinsante la enfermedad de su marido Stephen Hawkins; pero James Marsh no supo contarla sin incluir largos pasajes para el lucimiento de Eddie Redmaine en el papel del científico-filósofo (Oscar incluido) en desmedro del eje central. Este es el turno de Giacomo Leopardo, prolífico y precoz poeta italiano con múltiples logros a su favor (lector avezado, poeta críptico sobre la vida, políglota, ensayista), mientras sufría enfermedades tremendas como raquitismo, ceguera paulatina, etc, pero sin la tecnología a su favor porque esto ocurría a fines del siglo XVIII y principios del siguiente. El sufrimiento garpa en el cine, y sobreponerse o triunfar sobre el mismo, ni hablar. “Lepoardi, el joven fabuloso” tiene en la prolijidad y en la búsqueda de la exactitud de la recreación de época sus mejores virtudes, lo demás tiene que ver con la elección de un relato tradicional, directo y conciso que se apoya en los talentos de Renato Berta como director de fotografía (por momentos se parece al trabajo de Vittorio Storaro) y en la dirección de arte de Carlo Resicgno. El texto se ocupa de plasmar los estados de ánimo del gran poeta contando en forma cronológica algunos pasajes de su vida en los cuales se van insertando varias poesías que, lejos de estar declamadas teatralmente por Elio Germano, de brillante composición actoral, son dichas como parte de una prosa. Como parte de un diálogo, a veces muy internalizado en el cuerpo y la voz del actor. En toda esta puesta, irrita y molesta la insólita inclusión de música en inglés que se intuye como un capricho, una devolución de favores o vaya a saber qué. “Lepoardi, el joven fabuloso” es un pantallazo cuya base argumental parece extraída de lo que se puede leer en Wikipedia. Es un muestrario de museo sobre la vida de uno de los más grandes artistas de la literatura universal, en el cual nadie saldrá del cine sin saber quién fue y cómo influyó en los siglos siguientes, pero tampoco habiendo visto un ejemplo de los que significa tomar riesgos. En este sentido, el retrato está lejos del retratado. N. de la D.: La copia que se proyecta en el BAMA, lamentablemente presenta baja calidad de imagen.
Vidas literarias I-Hay una escena bisagra en el film de Martone. El poeta, acosado por la autoridad de su padre, reclama que lo deje salir de la vida pueblerina. Entonces se escuchan los versos que suenan como gritos desesperados: “Yo odio esta vil providencia/que nos hiela, que nos ata/nos reduce a ser animales/que se preocupan solamente/de la conservación de la propia vida…”. A partir de ese momento, el encierro tortuoso de los ambientes cerrados dará paso a la agitada vida urbana y culturalmente activa. Ensayemos una paráfrasis y tomemos los versos del poeta para expresar la desazón como espectador ante Leopardi, el joven fabuloso: “cansa la providencia de los biopics/que nos hiela, nos ata/nos reduce a ser criaturas estáticas/que se preocupan solamente/ de la conservación artística de calidad…”. II-Las decisiones recurrentes de las biografías sobre artistas, si no se regodean en las miserias personales, suelen fundarse sobre dos presupuestos cómodos. El primero es que se debe ser todo lo prolijo que se puede en términos estéticos de manera tal que nada perturbe un tipo de mirada relajada. Para ello, el director colaborará (como lo hace Martone) con delicados travelling circulares, el actor triunfará con una actuación que roce lo mimético y habrá todo un equipo que garantizará la factura técnica de la película. La belleza de las imágenes trasunta frialdad, distancia, pose, pero siempre será un buen refugio. El otro presupuesto se basa en la ilustración. No puede haber intersticios, ambigüedades que puedan perturbar la lección iconográfica del artista en cuestión, la exposición ordenada de su vida (literaria en este caso). Entonces, el biopic se vuelve lineal, reiterativo, enciclopédico (e intrascendente). Son pocos los momentos en los que Martone abandona estos principios condicionantes e introduce algunos elementos distintivos. Hay por allí algún anacronismo perdido donde la figura del poeta romántico se asocia a un paradigma de héroe dark; esta impresión nace de la elección musical que acompaña esos raptos de libertad. Son pocos y son breves lamentablemente. III-¿Qué hay detrás de los versos del poeta que atraviesan la pantalla? ¿Cómo conservar su vena poética, cómo no resignar la fuerza vital que transmiten? ¿Cómo no perder de vista la melancolía que trazan en su sonoridad? Tamaño desafío. Martone escoge acompañar las palabras con la lógica de un video musical y establece una ligazón referencial cuya elementalidad incluye a Leopardi mirando la luna, las estrellas y alguna que otra pose más asociada al espíritu romántico. Allí, donde el fundido en negro podría haber puesto en primer plano la potencia literaria de las palabras y al mismo tiempo del cine (con sus silencios visuales), como un arte que también trabaja los sonidos, las imágenes repiten las palabras, las vacían, las apagan.
ENCIERRO MELANCÓLICO Libre. Así se siente Giacomo cuando juega con sus hermanos más pequeños en el jardín de la casa, cuando se esconden, comparten secretos, ríen; en la veneración de la ingenuidad propia de la infancia y de su goce. Pero dicha plenitud le será negada en la adultez, donde su cuerpo deformado por numerosas enfermedades, ya casi no le corresponde, al igual que la libertad. Allí, por el contrario, su independencia se reduce a las disposiciones que su padre Monaldo considere adecuadas para él. Por tal motivo, los hermanos Leopardi – pero sobre todo Giacomo en tanto primogénito– se someten a una vida de encierro y erudición. Ese aprisionamiento, tanto del ambiente como de su propio cuerpo malformado, provoca en él la necesidad de la escritura, de plasmar con la palabra su conciencia de mundo y de sí mismo, aunque sea de manera melancólica y pesimista. El director napolitano Mario Martone realiza un gran trabajo para componer el encierro del poeta italiano del siglo XVIII desde los silencios, los secretos para con su padre y confiados a sus hermanos, las miradas de complicidad, el afuera que siempre se encuentra lejano y se percibe desde la ventana o, incluso, debido a la correspondencia o la llegada de un visitante (Pietro Giordani). Uno de los ejemplos por excelencia es el desdoblamiento de la escena donde el padre y el tío lo interrogan por su vano intento de escape. En un primer momento, se lo muestra a Giacomo mientras habla de forma pausada y casi monótona. De pronto, se lo ve vivo mientras arroja la silla al suelo y se apasiona defendiendo su reclamo de libertad. Entonces, se retoma su voz calma y la postura sumisa. Sin embargo, estas operaciones no se continúan en el resto de Leopardi, el joven fabuloso. Por el contrario, tanto en su estancia en Florencia 10 años más tarde como la última parte en Nápoles, la película se vuelve bastante uniforme. La primera duda es cómo Giacomo consigue finalmente irse de Recanati, su lugar de nacimiento, hacia Florencia. Jamás se sabe puesto que se resume con la leyenda “10 años más tarde”. De la misma manera, su familia queda relegada al olvido, con excepción de la parte donde escribe a su madre para pedirle una suma mensual, la breve reaparición del tío o la evocación de sus hermanos y la infancia tan querida. Lo mismo ocurre con la introducción de un nuevo personaje: Antonio Ranieri, su amigo y confidente. Tampoco queda claro cómo se conocen ni el por qué de la devoción de Ranieri por su bienestar y el cuidado de la frágil salud del artista. La mirada de Martone sobre el personaje se torna repetitiva y, en cierto punto, agobiante: si antes era su padre quien enmarcaba el estancamiento, ahora es el propio poeta quien se resiste al mundo sumido en el pesimismo. Giacomo jamás consigue la felicidad, ésta pareciera haber desaparecido con la adultez y ni siquiera sus versos logran aplacar la melancolía, por el contrario la subrayan. Resulta curioso cómo una de las breves escenas de salón literario se vuelven como un guiño sobre este asunto: uno de los hombres manifiesta la importancia, belleza y dificultad del estilo pero que, al mismo tiempo, lo homogéneo produce aburrimiento. En efecto, esta es la paradoja del director y de Leopardi, el joven fabuloso: se deja llevar por la melancolía pero no la construye desde lo poético o como estilo de autor, sino a través de la soledad, de la confrontación con la naturaleza o la exhibición de un cuerpo cada vez más enfermo. Ni siquiera se evidencia la fuerza de la concepción artística en los fragmentos donde Giacomo – presente o como voz en off – recita sus versos. Por el contrario, las palabras se diluyen y parecen dichas con pasividad, incluso desencanto. Lo homogéneo se convierte, entonces, en el peor encierro de Leopardi… y lo devora de la misma manera en que la espalda de Giacomo se arquea cada vez más por el peso de la joroba. Según el poeta, existen dos cosas: la vida y la muerte. El problema del filme es haberse quedado en el medio de ambas y no decidirse por ninguna de ellas. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Disección de un poeta atormentado Tras deshacerse de la opresión de su padre, Giacomo Leopardi viaja por la Italia del siglo XIX convertido en una figura controvertida: sus poemas y pensamientos generan tanta pasión como rechazo. La fragilidad de su salud condiciona sus movimientos y su visión de la vida. Leopardi se pasa dos horas y pico de película maldiciendo a la naturaleza y a quienes se maravillan ante ella. No la culpa -sostiene- de la enfermedad degenerativa que lo obliga a caminar encorvado, del raquitismo (a fin de cuentas, de la mesa sólo lo convocan los helados) y de la certeza de que morirá pronto. Muy pronto. La naturaleza, predica Leopardi, es la falsa ilusión de los optimistas. Él, en cambio, es un romántico capturado por una perenne melancolía, un nihilista en ciernes. Pero Leopardi no puede con la erupción del Vesubio. Contempla el volcán, fundido con las estrellas, en una fresca noche napolitana, y le brotan versos rendidos de belleza. También una lágrima. Leopardi se muere de cólera, a los 39 años, jorobado y virginal, condenado a los amores imposibles, y sus últimas palabras son tan o más conmovedoras que el corazón de su obra. Sería injusto reducir la película de Mario Martone a la biopic de una fascinante figura de la cultura italiana decimonónica. El Leopardi de Martone representa un esfuerzo genuino y plausible por deconstruir un personaje en extremo complejo. De adolescente, Leopardi era un geniecillo que manejaba varios idiomas, pura erudición. Su padre lo soñaba cardenal (¿por qué no Papa?), pero a Leopardi el concepto de la existencia de un dios rápidamente se le antojó absurdo. Su devoción se depositaba, esencialmente, en las infinitas posibilidades que brinda el lenguaje. Lector y escritor insaciable, consumió su cuerpo y su espíritu en una carrera por la gloria de las letras. “¡Qué arrogante! En el siglo XX, de Leopardi no se recordará ni la joroba!”, sostiene uno de los figurones que acababan de negarle un premio literario. Leopardi había vomitado su desencanto. Martone e Ippolita Di Majo habían trabajado junto en “Noi credevamo”, otra aproximación a la efervescente Italia del siglo XIX. La historia de Leopardi que escribieron se sostiene en el discurso cuidado y devastador del protagonista. Fue un minucioso trabajo el estudio y la inserción de esos textos en el guión. También un acierto. Es una película extensa, colmada de viñetas, salpicada por pasajes oníricos y apuntalada por una sólida reconstrucción de época, propia del cine industrial italiano. Detrás de esta producción, presentada en la selección oficial del Festival de Venecia, estuvo la RAI. Del encierro en la casa paterna Leopardi salta a Florencia, a Roma y a Nápoles. Durante esos viajes, nutridos por episodios de toda clase, Martone desarma al poeta, lo pone contra la pared y lo obliga a revelar el motor de su grandeza.