El gato que no es La animación regional está pasando un buen momento, buceando en mitos, leyendas, e iconografía local, con historias pintorescas que reflejen la idiosincrasia latina, alejándose de estereotipos, y mostrando valores diferentes a los impuestos por la cultura hollywoodense. Esta producción brasileña se presenta como un híbrido entre ambos polos, porque si bien por un lado no reniega su veta comercial, busca, por otra parte brillar con detalles locales para que los espectadores se sientan identificados. Lino una aventura de siete vidas (Lino, uma aventura de sete vidas, 2017) narra la desgraciada vida de Lino, un joven que vive atrapado en tradiciones que lo agobian hace tiempo, y que en su trabajo de animador de un salón de fiestas infantiles, con un viejo disfraz de gato gigante y colorido, no puede siquiera imaginar el disfrute que otrora tenía, propone un viaje a la gris y amenazante rutina del hombre moderno, sea este brasileño, argentino, o de cualquier nacionalidad. El realizador Rafael Ribas trabaja sobre una línea conceptual que no sólo manifiesta un estado de denuncia sobre la vida laboral, la explotación y la falta de oportunidades, sino también sobre el perseguir sueños aún a pesar de perderlo todo, principalmente, la identidad y forma. Lo hace con una trama policial para construir un relato dinámico y solvente sobre las peripecias del gato para regresar a su lugar original, nada agradable para él pero que seguramente le permitirá, al menos, controlar todo lo que lo rodea. Con estereotipados personajes, malos malísimos y buenos buenísimos, la clásica estructura del relato se refuerza con algunos toques de realismo mágico que potencian la idea de la transformación física como una posibilidad de escape, la que, luego, en el devenir del relato, tal vez no sea la mejor opción. Aún con esos toques que intentan universalizar la propuesta, como la vestimenta de los policías y algunos hogares por ejemplo, Lino una aventura de siete vidas encuentra un tono diferente que, a través de la confusión como impulsor de la historia y el humor como bandera para poder expresar la idiosincrasia regional, se permite traspasar el formato establecido por los grandes estudios, ofreciendo una mirada distinta sobre la amistad, el amor y la felicidad.
UN HUMANO ABATIDO, UN GATO ACTIVO Y MIL AVENTURAS Es una película de animación que viene de Brasil, de los famosos estudios Startanima y del consagrado director Rafael Ribas. En su factura técnica a base de colores vibrantes es una muestra de lo bien que funciona esta industria en Brasil, que nada tiene que envidiarle a otros productos de los grandes empresas del mundo. Sin embargo el tema es distinto con el argumento. Tiene un comienzo muy prometedor al contar la vida difícil de un joven muchacho que decidió ganarse la vida, con poco resultado económico y afectivo, disfrazado del gato del título. Un trabajo que le recuerda su infancia llena de abusos de autoridad de parte de sus compañeros, de niños que le hacen la vida imposible en las fiestas infantiles que anima y así un rosario de dolores pasados y presentes que pretende cambiar por arte de magia. La visita a un mago torpe produce el efecto contrario en su vida y en la película. Después de ese comienzo prometedor y ya transformado en gato, corrido por la policía por obra de un amigo ladrón, con una niña que lo ama y el ilusionista torpe, el film se transforma en una recopilación de lugares comunes para lograr ser humano otra vez. Policías torpes y escatológicos, persecuciones, búsqueda de un sortilegio en un zoológico y en una reserva indígena. Una segunda parte más convencional. El resultado final si bien tiene ese problema resulta entretenido para los mas chicos.
Un gato algo previsible Lino es un muchacho que trabaja como animador de fiestas infantiles disfrazado de gato. Pero gana poco dinero, tiene que soportar las constantes burlas de los chicos y un indudable desdén de los vecinos. Es el clásico antihéroe sin rumbo que harto de su vida decide visitar a un hechicero. Y las cosas de mal pasan a estar peor porque mediante un conjuro pasa a ser un gato de verdad y su lucha añade ahora la necesidad de volver a su forma humana. El interés se va perdiendo debido a una historia demasiado conocida y previsible, aunque la divertida silueta de ese gato en problemas puede ser de atracción para la platea menuda en este émulo de los grandes tanques de animación que, en este caso, no entretiene a los adultos por igual.
Aparecen en cartelera dos dibujos infantiles de inhabitual origen. Días atrás, “La princesa encantada”, ucraniano, de Oleh Malamuzh (título original, “Vykradena pryntsesa”, princesa robada, que es otra cosa). Y ahora, “Lino, una aventura de 7 vidas”, brasilero, de Rafael Ribas, sobre un personaje nada principesco, pero que sufre un verdadero encantamiento. El tipo es un infeliz , trabaja como animador de fiestas y los niños lo pasan por encima, quiere mejorar mediante un sortilegio y un mago chambón lo convierte en gato gigante, ambos buscan solucionar el entuerto y se enredan con indios y policías (dibujados “a la americana”), y así la cosa va in crescendo hasta llegar, por supuesto, al final feliz con moraleja (un poquitito engañosa) y todo. Hay buena factura técnica, prometedor comienzo, persecuciones bien hechas, maullidos ocasionales, se pasa el rato. Dicho sea de paso, el director Rafael Ribas es hijo de Walbercy Ribas, autor de dos interesantes fábulas políticas en forma de dibujo animado: “O grilo feliz”, 2001, y “O grilo feliz e os insetos gigantes”, 2009. A propósito de gigantes, agreguemos que “La princesa encantada” es una versión libre, libérrima, de “Ruslán y Ludmila”, leyenda eslava que Pushkin convirtió en poema, Glinka en ópera y Ptushko en película infantil cuyo encanto ingenuo recuerdan todavía los viejos asistentes al Cosmos. El dibujo que ahora ven sus nietos no es tan recordable. Aún así resulta entretenido, con ligeras ucronías, un rival que en vez de ser dominado por una sirena queda al alcance de una rana besucona, un ejército de masas de repostería y otro de guerreros muertos. Detalle curioso: en cierta escena el héroe mata a un monstruo por la espalda. Acá por eso capaz que lo denuncian.
Una propuesta inicial que pinta más o menos bien, y que se diluye a poco de desandar la trama. ¿Cuántas veces le ha pasado al sentarse en una sala a ver una película? Lino, una aventura de siete vidas, se suma a ese contingente, por más que acercándose al desenlace quiera remontarla. Lino es un adulto, pero tiene alma de niño. De niño que padece bullying. Lo sufrió desde pequeño, cuando en el colegio los malos que siempre aparecen lo molestaban y/o le sacaban la comida de la launchera. Ya mayor, anima fiestas infantiles, y si los chicos se entretienen con él, no es por lo que hace sino por lo que hacen con él: lo maltratan, le pegan. Como si fuera un juguete más en el salón. Harto ya de estar harto, ya se cansó cuando, tras ser desalojado por no pagar el alquiler, acude a un supuesto brujo para que le cambie la suerte. Y el “hechizo” lo convierte en un gato del tamaño de un humano. Más que absurdas, las situaciones son insostenibles. Por un lado, uno se pregunta si tanta ofensa, daños y perjuicios hacia el protagonista no son una mera excusa para que los espectadores más pequeños sientan no ya empatía, sino directamente lástima. Una huerfanita, al estilo Monsters Inc., expresaría el costado cariñoso. La animación brasileña for export -muchos letreros están en inglés- no es para desdeñar, el problema pasa por otros andariveles, los de la narración, la articulación de las escenas y la escasa cantidad de gags.
Más compañían se suman al desafío de la animación en distintas partes del mundo. Y en nuestro recorrido por las empresas que apuestan fuerte a encontrar un posicionamiento para sus productos, llegamos (nada menos) a Brasil. Allí están los chicos de Start Desenhos Animados, quienes lanzan un film pensado para el multimercado: "Lino, una aventura de siete días". Podemos decir de "Lino", que estuvo nominada a los Platinos iberoamericanos en su categoría respectiva, hace poco. Y que llega con la expectativa de posicionarse, en varios mercados, con un sello que aún, parece ser difuso, en cuanto a identidad. Supongo que lo más difícil, ya a esta altura de desarrollo de herramientas digitales más accesibles, que la cuestión es construir productos con sello propio. Como lo han podido desarrollar las grandes compañías, quienes se prenden en el juego para mostrarse como nuevos potenciales propuestas, deben contar con algo distintivo. Y eso, es una carencia de "Lino...". Puedo decir que la veo muy bien en la parte técnica (aunque el nivel de detalle para secundarios y fondos dinámicos podría estar mejor), y no tanto en el guión, porque más allá de un prometedor inicio, las nuevas ideas se acaban pronto y todo se transforma en un recorrido simpático, por muchos lugares comunes de las pelis de este género. Rafael Ribas, el director, logra presentar una situación divertida al principio (la escena donde vestido de gato, el protagonista sufre maltrato en su actividad laboral) y establece el marco de desesperación y agobio del protagonista (Lino). Sin fuerzas, desesperado y con serios problemas económicos, el personaje principal acude a un mago para implorarle algún tipo de milagro, que lo aleje de su penoso momento. Pero como lo barato sale caro... el místico elegido equivocará el hechizo y transformará a Lino, el humano, en un gato. Y una vez que el pibe quedó transformado, le caerá además un niña en brazos (y no es broma!) que vendrá a complicar más las cosas. Ellos deberán, junto con una nueva banda de amigos, tratar de conseguir la manera de volver a la normalidad, mientras son blanco de una investigación policial con pocas luces. "Lino..." fue comprada en varios mercados y la gente del estudio manifiesta estar contenta con los resultados. Eso es un dato a tener en cuenta. Yo siento que para la familia, esta producción de Ribas cumple. Ofrece muchos gags físicos y tiene varios elementos identificables, de otras producciones de mayor fuste, que le suman para estructurar su propuesta de desarrollo. En definitiva, un film que muestra que en América Latina hay capacidad instalada para generar nuevas propuestas de animación, desde la programación. Lo que sí, seguimos la búsqueda de ideas consistentes, de ruptura, que ofrezcan una experiencia divertida, para todos los espectadores en la sala. Los adultos, incluídos.
Siendo gato serás feliz. Alusión a la vida promedio del trabajador que no disfruta la labor que realiza –se coloca una careta a diario-, sus aspiraciones y sueños se paralizaron, quizás precisa escapar y no encuentra la manera; argumento que aplica a nuestra idiosincrasia, siendo más realista y distanciándose del estereotipo hollywoodense. Lino: una aventura de siete vidas, es una película de animación brasileña dirigida por Rafael Ribas y producida por el estudio StartAnima. Lino es un joven adulto que trabaja como animador de fiestas y al que todo le sale mal -hasta un disfraz de gato hecho por él mismo–; en vez de entretener a los niños, es motivo de burla y maltrato. En otras palabras, le hacen bullying. No obstante, Lino, acostumbrado a ser humillado desde pequeño, se cansa de su mala fortuna y un buen día, harto de soportar esa vida, contrata a un hechicero para liberarse de su presente y del maldito disfraz, pero, inesperadamente, la magia termina convirtiéndolo justamente en un felino enorme. A partir de allí, se trata de una road movie que narra las aventuras del protagonista, el hechicero y una niña huérfana que literalmente cae del cielo -no se despegará de él y lo llamará dulcemente: “gatito”-, y perseguidos por unos torpes policías que por momentos nos harán reír. El protagonista es el gato Lino, un personaje que se podría haber explotado más para empatizar con el público infantil, no solo tomar agua de un recipiente para gatos una vez y decir “miau” casi en cada frase, sino utilizar características específicas de la naturaleza felina e incorporarlas a las de los seres humanos, lo que hubiera funcionado para construir un personaje único, original y más entretenido. En cuanto a guion, existe una clara reminiscencia a Monsters Inc. (2001) y además a The Mask (1994). La animación es eficiente, realmente Lino se convierte en un gato gigante, vive en carne propia una aventura, da un giro a su vida para recibir lo que merece. Si bien el film está dirigido al público infantil, invita al adulto desanimado, a una reflexión sobre su propia vida y lo que transmite a sus hijos. El mensaje es constructivo y es por lo que vale la pena que nuestros pequeños disfruten de Lino. Es posible encontrar la felicidad de manera inesperada, a pesar de arrastrar una pesada mochila y sentirnos derrotados en todos los ámbitos de nuestra vida, siempre y cuando nos aceptemos como somos. Lo que podría tratarse de un grave error, termina convirtiéndose en una bendición y todo lo que esperas, llega a tu vida.
Un film entretenido para los mas chiquitos de la familia, quizás no tanto para los adultos, previsible, simpática, contiene varios gags y está llena de mensajes, como creer en nosotros mismos, que la felicidad esta delante de ti y hay que ser positivo y que en la vida lo que se hace con amor resulta fantástico, entre otros.
No es de extrañar, al ser el cine mainstream de animación una máquina de generar billetes, que surjan curiosidades en la grilla de estrenos vernáculos. Por un lado porque ni Disney tiene la capacidad para hacer una de estas para abrir, en nuestro caso, cada jueves, y por otro porque también en la diversidad está el gusto, ¿no? O debería estarlo. La semana pasada se estrenó un aburrido producto ucraniano sobre princesas y guerreros, y esta semana nos toca ver algo de Brasil en tono de comedia. Ambas adolecen del mismo problema: pretender ser lo que no son. Ya en la confección del afiche de “Lino: una aventura de siete vidas” se adivina el tipo de público al cual se apunta: padres y madres que ya llevaron a los chicos a ver todas las del año y que no tienen otra idea para sacarlos a pasear. Viniendo del país pentacampeón del mundo en fútbol uno no puede pretender la maestría de Anélio Lattini Filho, Cao Hamburger o de Eliana Fonseca, destacados directores de animación de allí, con varios premios bajo el brazo, pero al menos algo que mínimamente tenga un equilibrio entre sus intenciones comerciales y su factura artística. Lino (voz de Selton Mello) es un tipo con mucha mala suerte. De todo le pasa a éste pobre tipo que dentro de su rutina cansina y desganada está su oficio de animador de fiestas de cumpleaños disfrazado de un gato. Los chicos le hacen la vida imposible. Le pegan, gritan, asustan, zamarrean, tironean, le pegan patadas, lo estresan a un nivel insoportable, etc, etc. Un planteo inicial interesante que podría ser efectivo si se profundizara, pero lentamente esta idea se irá convirtiendo en otra cosa, y si bien aporta a la justificación de las acciones posteriores, lejos está de querer decir algo respecto de temáticas como la depresión o el bullying. Lino decide acudir a alguien que lo ayude pero elige, coherentemente con el tipo de suerte que tiene en la vida: mal y aunque la única lógica para seguir adelante con este mago trucho sea la de ser un “oráculo” barato, comienza a sobrevolar en el espectador la sensación de estar “tirado de los pelos”. No sólo esa situación, sin otras del mismo tenor, aunque hacia el final (por insistencia forzada de la propuesta) uno pueda pensar que el guión levanta la vara y la moraleja aparezca. Es que casi todo será así en este estreno. “Lino: una aventura de siete vidas” respira pretenciosidad por todos sus poros porque sencillamente carece de personalidad propia en su concepción artística (aunque la gestualidad y movimientos de los personajes están bastante logrados), y el guión no ofrece un mínimo de rebeldía frente a esa circunstancia. Es probable que la película encuentre su público entre los más chicos, aquellos entre 5 y 9 años que todavía no han visto todas las grandes producciones y por lo tanto tendrán un lugar para reírse en el cine. A lo mejor es lo que pretenden los productores precisamente, pero eso no significa que queden todos contentos.
Gags sin timing y todos los elementos que el pack predigerido de películas “infantiles” obliga a incluir. Un tipo que anima fiestas infantiles con un disfraz de gato –y está maldecido por la mala suerte– se transforma en un gato gigante porque un hechizo sale mal. Y pasan más cosas, pero el problema de esta película animada pensada “para chicos” no es que recupere el gusto infantil sino su puerilidad absoluta, con gags sin timing y todos los elementos que el pack predigerido de películas “infantiles” obliga a incluir. Estreno de fin de año, claramente.