Llega a sala, la primera coproducción entre Angola y Argentina (producto de una propuesta de trabajo conjunto que se inició hace unos años) y debo reconocer que me sorprendió, no sólo por el gran despliegue de escenarios, personajes y nivel de realización técnica, sino por lo arriesgado de la propuesta desde lo temático. "Los Dioses del Agua" es una película sobre búsquedas. Está corporizada en la necesidad de encontrar el origen de la vida, pero a la vez, propone una aguda reflexión sobre los caminos que deben recorrerse para encontrar cualquier tipo de respuestas, en cualquier ámbito. Pablo César en su quinto largometraje (siempre recordaremos su transgresora y compleja, "Fuego gris") y con ya varios rodajes en territorio africano en su haber, nos invita a un viaje particular, de nuestras tierras hacia el continente negro, donde radica, tal vez, la respuesta a una pregunta que todos los científicos siguen aún hoy haciendo, Hermes (Juan Palomino) es un antropólogo argentino preocupado por la naturaleza y el origen de su existencia, que está preparando una obra de teatro donde cobren vida sus impresiones sobre este inicio de la vida en el planeta. Pero esta no es una puesta común, ya que Hermes estará unido al destino de varios compañeros de ruta, Oko (Onésimo De Carvalho), un joven angoleño estudiante que investiga sobre la llegada de habitantes de su tierra en el Río de la Plata en la época posterior a la colonia, y Ayelén (Charo Bogarin) actriz Qôm que trabaja en su obra teatral. Ellos, junto a Esteban (Boy Olmi), un egiptólogo quien tiene su propia teoría sobre el origen del hombre, serán los interlocutores de Hermes a la hora de plantearse como articular esa búsqueda interna y profunda que lo atraviesa. Tanto es así que Hermes viaja a Angola atravesando el río Kwanza en la búsqueda de los sabios de tribus originarias de ese lugar, con la secreta esperanza de desentrañar el sentido de su búsqueda. ¿Podrá ser que el origen del mundo que conocemos esté relacionado a unos seres anfibios con un adn particular que habitaron ese territorio? César ha estudiado durante mucho tiempo sobre la cosmogonía del pueblo Dogón (hay un misterio detrás del conocimiento de este pueblo) inspirado en la obra de Marcel Griaule y conoce el terreno sobre el que proyecta su guión. Esteban le pregunta a Hermes, mientras debaten sobre la posibidad de éxito de la misión: "¿no le gustaría ser el protagonista de un suceso extraordinario?". Esa es la línea de trabajo del film, la posibilidad latente de acceder a una novedosa explicación del origen del mundo y el viaje que representa pensar y transitar por las distintas etapas del camino. Desde lo estratégico, sabemos que el rodaje fue complejo (fue filmada en 35mm con lentes anamórficos para transmitir profundidad y captar la belleza del paisaje, gran protagonista de la historia) y también somos concientes del esfuerzo del director y su equipo para ensamble a los productores de los dos países (en tres locaciones importantes y distantes) para encarar los distintos ámbitos de desarrollo. El resultado, sin embargo, es desparejo. Hay en "Los Dioses del Agua" un profundo respeto por la construcción de la idea, pero extrañamente el film no logra alcanzar una atmósfera perceptible de intriga o drama existencial. Pareciera que los personajes principales no estructuran empatía con la audiencia, transitan por el paisaje con cierta determinación, pero sin el voltaje necesario para movilizar al espectador. Si bien Palomino es solvente como el antropólogo curioso, cuesta sostener el metraje si la emoción no eriza la piel en una búsqueda como esta. Hay un aire a film documental que recorre la última parte que tampoco le sienta a la realización. Más allá de eso, debemos decir que "Los Dioses del Agua" es una historia poco convencional para nuestra filmografía y sólo por eso, ya hay que considerla transgresora y valiosa. Una apuesta personal para César enmarcada en un marco de relación entre dos países con lazos quizás más cercanos de lo que uno cree...
Un particular relato sobre una búsqueda. Todos alguna vez nos hemos preguntado de dónde venimos. Cómo la humanidad llegó a ser lo que fue. Lo que para la mayoría es simplemente una pregunta a la cual nos acostumbramos no tenga ninguna respuesta, están aquellas personas que creen que hay una explicación y dedican toda su vida a encontrarla. Los Dioses de Agua cuenta la historia de uno de estos personajes. En busca del origen Los Dioses de Agua cuenta la historia de Hermés, un antropólogo fascinado por la evidencia que ciertas etnias africanas sobre el origen del hombre. Su búsqueda lo lleva desde Formosa hasta la mismísima Angola en un viaje de descubrimiento que trascenderá la simple curiosidad científica. A pesar de lo esotérica que pueda ser en apariencia, el guión de Los Dioses de Agua tiene un objetivo concreto: una búsqueda, la de dos personajes, la de un Argentino en Angola, y la de un Angoleño en la Argentina, con la diferencia de que uno la realiza a un nivel particular y el otro a un nivel más universal, pero puede intuirse que más que dar una respuesta al mundo, buscan dársela a sí mismos. Aunque la película sufre por un ritmo muy denso para su bien y posee un desenlace controversial por la tesis que propone, nunca traiciona su lógica, por rebuscada que esta pueda resultarle al espectador. El ADN de una historia Puede apreciarse que el peculiar esfuerzo de producción invertido en Los Dioses de Agua se ve reflejado en su propuesta visual. La película se vale de unas meditadas composiciones de cuadro en Cinemascope que no solo aprovecha lo vasto de los paisajes que resultan más favorecidos por el formato, sino que también produce interesantes resultados estéticos en las situaciones netamente dramáticas. Por el costado actoral Juan Palomino y Boy Olmi entregan trabajos bien compuestos y decentes, con alguna que otra exageración, pero nada que afecte negativamente a la narración como un todo. Conclusión Los Dioses de Agua es una película de nicho y con suficientes virtudes estéticas. Si bien no es para todos los públicos, y tiene más cabida entre los asiduos a propuestas diferentes de lo que suele ofrecer la gran taquilla, debe destacarse las ganas –y el positivo saldo— del realizador de querer mostrarnos un mundo distinto y que querramos hacernos nuestras propias preguntas.
En busca de un símbolo de paz Los Dioses de Agua (2014) narra la odisea del antropólogo Hermes (Juan Palomino) en tierras africanas, en la búsqueda de un mito dogón que explica el origen del ser humano. Como en su trilogía Equinoccio, el jardín de las rosas (1991), Unicornio, el jardín de las frutas (1996) y Afrodita, el jardín de los perfumes (1998), Pablo César retoma los mitos originarios para armar su film, aunque esta vez y a diferencia de aquellos, se trata de una historia de narración clásica, menos experimental centrando el conflicto en el interior de su protagonista. Las experiencias personales con su pareja, con la obra de teatro que intenta realizar, y con la investigación acerca de los mitos ancestrales, le dan causa y motivo a su búsqueda. Hermes pretende encontrar y encontrar-se a sí mismo en el viaje que inicia. Pablo César escribe el guión en conjunto con Liliana Nadal, inspirado en la investigación del etnólogo francés Marcel Griaule para explorar los conocimientos ancestrales de las etnias Dogón y Tchokwe. La travesía comienza en Formosa con el estudio de los telares de las comunidades Qôm (donde aparece Charo Bogarin, cantante de Tonolec), para luego trasladarse a terrenos del África, más precisamente a los países de Angola y Etiopía, siendo el quinto film realizado por el director en el continente (el otro es Fuego gris) y la primera co-producción entre Argentina y Angola. La historia, que cuenta con la actuación especial de Boy Olmi y la presentación de los actores angoleños Onésimo de Carvalho Salvador y Jovania Da Costa, sigue las convenciones narrativas clásicas, buscando la identificación del espectador con el antropólogo que compone Palomino. En él, acontece la transformación de carácter espiritual que desarrolla la trama, para llegar a un final revelador. La película recurre a una estructura policíaca que cruza investigación racional con el mito extraordinario, para exponer lo incomprensible para los cánones de nuestra sociedad. En la indagación de lo enigmático y las consecuencias en su protagonista, sucede la historia. Para trasmitir el descubrimiento de manera sensorial, el director filma en 35mm (cuando ya nadie lo hace) con lentes anamórficos que emplea la dirección de fotografía de Carlos Ferro. Otro elemento clave en la construcción de climas y atmósferas inexplicables es la banda de sonido compuesta por Hyperborei, grupo cuya música puede definirse como dark folk, con tintes neoclásicos, marciales y étnicos. A Los Dioses de Agua, la linealidad narrativa de su primera mitad le juega en contra por momentos, cayendo en un ritmo parsimonioso y deteniendo el flujo de los hechos. Pero en la segunda parte filmada en África, comienza el mentado cruce con la sabiduría desconocida para trasladarnos a ese universo fundacional tan habitual en el estilo de su director.
Aquí y allá Sin dejar de lado su poética, Pablo César recupera su fascinación por el continente africano ya reflejada en la trilogía Equinoccio, el jardín de las rosas (1991), Unicornio, el jardín de las frutas (1996) y Afrodita, el jardín de los perfumes (1998), pero esta vez con una estructura narrativa clásica para explorar la aventura del conocimiento a partir del viaje iniciático de un antropólogo interpretado por Juan Palomino, quien viaja a Angola y a Etiopia en búsqueda del eslabón perdido del comienzo de la vida humana en el planeta tierra. Los dioses del agua, título que remite a uno de los mitos africanos que encuentra además correspondencia con muchas otras leyendas de distintas civilizaciones como la de los pueblos originarios, coincide en que el hombre desciende de los anfibios, seres mitad pez mitad hombre, fueron los antecesores de acuerdo a lo que las leyendas expresan generaciones tras generaciones desde la oralidad. Ese es uno de los conocimientos primitivos y más poderosos que en este caso coexiste con aquel que otorgan los libros, mientras que la experiencia en el terreno completa el círculo en el derrotero de Hermes, el antropólogo protagonista de esta película. El otro viaje surge de la llegada de un angoleño, Oko, a nuestro país también en busca de sus orígenes en estas tierras lejanas de la esclavitud y donde los afroamericanos han dejado huellas a pesar de los borrones que los blancos que cuentan y escriben la historia se encargan de multiplicar. Lo onírico y la alegoría se nutren de la belleza visual, que en formato 35mm, (ver entrevista) encuentra el mayor despliegue visual, en sus encuadres y en aquellos paisajes africanos donde parece ocultarse el verdadero conocimiento. La lucha entre la intuición y la razón se resumen en la travesía interna de Hermes antes de tomar contacto con lugareños, chamanes y sabios de la etnia dongu en Mali y tchowke en Angola; la cultura y la tradición estallan como notas musicales de una partitura universal y la correspondencia de saberes acompaña con el ritmo de los tiempos para un film completamente alejado de los cánones convencionales y que vale la pena descubrir para conocer otro modo de entender la vida.
Quinto film realizado en Africa por Pablo César, primera coproducción con Angola, Los dioses de agua se estrena este jueves y está inspirada en “Dios del agua”, texto sobre el pueblo Dogon que escribe el antropólogo francés Marcel Griaule. Tiene dos partes bien discriminadas: una cuya historia transcurre en Argentina (Formosa y Buenos Aires) que sirve como presentación de los personajes y de las motivaciones que llevarán a la segunda parte, cuando la pelicula se transforma en algo así como una road movie, en Africa (Angola y Etiopía). Impulsado por la investigación de los mitos ancestrales de los pueblos Dogon y Tchokwe, un antropólogo argentino viaja a aquel continente en busca de una respuesta: ¿es posible que el origen del hombre esté relacionado con seres anfibios extraterrestres? Algo del espiritualismo de sus films anteriores, el gusto por mitologías y cosmogonías, y un tono generalmente grave para hablar de estos encuentros con “el otro”, Pablo César se abre paso en un territorio que no le es desconocido (Equinoccio (el jardín de las rosas) (1991) la había realizado en coproducción con Túnez, Afrodita (el jardín de los perfumes) (1998), con Malí. Sangre (2003), Hunabkú (2007), Orillas (2010) con Benín) pero por el que avanza, contradictoriamente, con paso de un extranjero que visita por primera vez las ruinas de una civilización desconocida. Su protagonista tambien camina de forma dubitativa e incierta en los poco probables terrenos que le ofrece el guión: como los encuentros con un joven angoleño que estudia en Buenos Aires la historia de los afrodescendientes y sufre el impacto de un espacio pesadillesco, o la mujer Qôm invitada a participar de una obra de teatro o, lo más inverosímil de todo la súbita aparición de un egiptólogo estudioso de los conocimientos de los pueblos africanos conectado a un tubo de oxigeno tras una enfermedad adquirida en Africa. En la segunda parte, la fotografía del siempre sólido Carlos Ferro y la música de Hyperborei resultan claramente lo mejor, la historia se va metiendo en vericuetos chamánicos y cosmogónicos o encuentros reveladores de verdades ocultas que se guardan para el final el plato fuerte del asunto. En todo caso, el cine argentino sigue debiendo una buena pelicula de ficción sobre Africa.
Pablo Cesar es un realizador muy personal que en este caso en coproducción con Angola desarrolla teorías de la evolución del hombre (a través de sus leyendas ancestrales) que entroncan con las supuesta visita civilizaciones avanzadas. Paisajes y monumentos increíbles, la ficción floja.
La primera búsqueda Los dioses de agua, el nuevo y quinto film del realizador argentino Pablo César (La sagrada familia, Orillas, Sangre) resulta la primera coproducción de Argentina con Angola y Etiopía. La historia detrás de la trama, está inspirada en “Dios del agua”, un texto acerca del antiguo pueblo Dogon escrito por Marcel Griaule, un antropólogo francés. Pablo César nos muestra a Hermes (Juan Palomino) un antropólogo argentino con mucha curiosidad sobre el origen del hombre y planetario. A la par de su ocupación “formal”, este hombre está produciendo una obra de teatro donde se plasmen las ideas e investigaciones realizadas sobre este tema en particular. La singular propuesta tiene otros personajes en juego: Oko (Onésimo De Carvalho),joven que llega de Angola a Buenos Aires por un intercambio de estudio, Ayelén (Charo Bogarin), perteneciente a la comunidad Qôm, quien luego se suma al proyecto teatral. A ellos se suma Esteban (Boy Olmi) un egiptólogo que también busca respuestas sobre el origen. De esta forma, Los dioses de agua se presenta como una película que atraviesa búsquedas desde distintas ópticas y locaciones. La película se divide en dos partes: una inicial que tiene lugar primero en Formosa y luego en Buenos Aires, en la que conocemos a los personajes y sus motivaciones, y otra con Hermes de viaje por África, puntualmente Angola y Etiopía, para recabar datos y testimonios de distintos pueblos, chamanes y comunidades. Allí logra reforzar la hipótesis que guía a todo el film: el origen del mundo puede tener relación con seres entre anfibios y extra planetarios, que según la cosmología del pueblo Dogon, pueden haber sido antecedentes de lo hoy llamado humano. Con un guión complejo y una apuesta arriesgada, tanto desde la trama como desde las locaciones, Los dioses de agua resulta un film extraordinario y diferente a todo lo ya hecho. Sí, por momentos el viaje y los virajes explicativos resultan extensos, tediosos, y por momentos totalmente surrealistas; pero en definitiva se trata de uno de los dos grandes misterios –junto a la muerte- del universo que nos intrigará eternamente: el origen del todo, como lo conocemos hoy. Con una sólida actuación de Palomino, también se destaca la fantástica música de Hyperborei, que acompaña a la perfección, la segunda mitad del film, con características más excéntricas, y complejas.
Some critics — very few, fortunately — have referred to the cinematic works of Argentine Pablo César as “poetic auteur films,” as if that label would account for the ludicrousness and meaningless of a long series of features — nine full length films, to be exact — that give true auteur cinema a very bad name. But for a change, general viewers have known better than that and so his outings flopped at the box office. And despite the fact that most critics have panned his movies and there isn’t an audience for them, César keeps making them and they get released. Beats me. His new film Los dioses de agua, partly shot on location in Africa, is roughly divided in two parts: the first one takes place in Argentina, in Buenos Aires and the northern province of Formosa, whereas the second one transpires in Africa, in Angola and Ethiopia. It’s the first co-production between Argentina and Angola, and most importantly, it’s arguably the worst Argentine film released in years. Los dioses de agua (The Gods of Water) tries to tell the story of Hermes (Juan Palomino), an Argentine anthropologist and a wannabe theatre director, who embarks on a very personal endeavour (the keyword is “personal”) in order to gain access to essential knowledge about the origin of life on Earth and the creation of mankind by amphibious beings, that is to say aliens from somewhere in the whole wide universe (yes, just like it sounds). Said knowledge is to be found in the oral tradition of ancestral tribes like the Dogón and the Tchokwe. So Hermes goes for an inner and outer journey (the key word is “journey”) where he’ll find more things than he had ever expected. And so will unfortunate viewers. You will have such sights as: lots of typical Africans playing drums together, pretty and large waterfalls with luminous rainbows accompanied by religious canticles, lots of happy Africans dancing left and right, intriguing monoliths planted by aliens, and an assortment of tourist-worthy landscapes that make for a hallucinated travelogue — among other things. Towards the end, expect not one, but two CGI mermaids (one male, one female) descending from the sky together with a CGI rounded spaceship that leaves Hermes speechless and in awe. In the dialogue, there are verbal exchanges about religious synchronisms, the liberation of the Earth through some kind of resonances, the transgression of a jackal needed to start the awakening, and some DNA related stuff that’s hard to grasp. And that’s just the tip of the iceberg. One more thing: in the part set in Buenos Aires, Boy Olmi plays a near moribund and wheelchair-bound Egyptologist who’s being cared for by a pretty black girl (presumably African) who sings soothing native songs to him as he holds a drink in his tired hands. He is the character who started the expedition long ago, so you can blame it all on him. To be fair, there’s one single minor achievement: the photography is technically correct. No, Los dioses de agua is not meant to be a comedy of the absurd, or a hilarious parody, or a crazy exercise in style of any kind. Instead, it’s meant to be a mystical meditation on spirituality, ancestry, knowledge, and God knows what else. Go figure it out. Production notes Los dioses de agua (Argentina, Angola, Ethiopia, 2014). Directed by Pablo César. Written by Pablo César and Liliana Nadal. With Juan Palomino, Charo Bogarin, Boy Olmi, Onésimo De Carvalho, Jovania Da Costa, Horacio Hosé Kilulo. Cinematography: Carlos Ferro. Editing: Liliana Nadal. Running time: 105 minutes.
Africa para principiantes Pablo César ya había demostrado que la cosmología es uno de sus temas predilectos. Ahora, el director de Equinoccio, el jardín de las rosas (1991), Fuego gris (1993), Unicornio, el jardín de las frutas (1996) y Afrodita, el jardín de los perfumes (1998) vuelve a África para narrar una historia sobre el origen del hombre que intenta ser profunda, pero que queda boyando entre el surrealismo y lo metafísico. Coproducción con Angola y Etiopía, Los dioses de agua tiene como protagonista a Hermes (Juan Palomino), un antropólogo fanático de las culturas antiguas en general y casi obsesionado con el pueblo dogón, que sostiene que el nacimiento del hombre es consecuencia de un experimento extraterrestre. Tal es su grado de obsesión que su debut como director de teatro -además de hombre de las ciencias sociales, Hermes es, vaya uno a saber por qué, dramaturgo- versa sobre esa mitología. Los mandatos de la coproducción empujarán a escena a un estudiante angoleño que llega a Buenos Aires para completar sus estudios académicos. También se sumará un colega de Hermes enfermo (Boy Olmi) que lo tienta para que complete una serie de estudios de su autoría, dando pie al (para el protagonista) ansiado viaje al continente negro, donde tendrá su epifanía cargada de alegorías y música local. Para los espectadores, en cambio, quedará la sensación de haber completado la introducción para principiantes a la cultura africana.
Un viaje hacia las cosmogonías africanas Por Ezequiel BoettiNo es un buen síntoma que lo más interesante que se pueda decir de Los dioses de agua haya ocurrido detrás de cámara y no delante. Esto porque se trata de la primera coproducción entre la Argentina y Angola, surgida a raíz de la misión comercial a aquel país que encabezó la presidenta Cristina Fernández en mayo de 2012, a lo que luego se le sumó Etiopía. Suena lógico que el encargado de llevar adelante esta experiencia sea Pablo César, quien ya había rodado cuatro films en Africa. Su opus nueve vuelve a incurrir en las temáticas predilectas del director (las diferentes cosmologías, los mitos, las culturas foráneas y ajenas) mediante la historia de un antropólogo (Juan Palomino) que se embarca en un viaje hacia los orígenes del hombre –y del continente negro, claro– como destino.Filmada en 35 mm y con lentes anamórficos que intentan aprehender la majestuosidad geográfica, el nuevo trabajo del director de Equinoccio, el jardín de las rosas (1991), Fuego gris (1993), Unicornio, el jardín de las frutas (1996) y Afrodita, el jardín de los perfumes (1998) marca de entrada que Hermes (Palomino) es un apasionado por las culturas antiguas cuando lo presente investigando el diseño de los tejidos de la comunidad Qom. La escena, además, sirve de excusa para incluir a la cantante de Tonolec, Charo Bogarín, que más tarde se convertirá en protagonista de una obra de teatro. Porque Hermes, además de hombre de las ciencias sociales, es dramaturgo y se apresta a debutar como director con un texto inspirado, claro está, en su área de interés, en este caso un mito del pueblo dogón, de Mali, que plantea que el nacimiento del hombre es consecuencia de un experimento extraterrestre.La coproducción meterá la cola sometiendo la trama a los requerimientos contractuales tripartitos y empujando a escena a un estudiante angoleño que llega a Buenos Aires para completar sus estudios académicos y al que podría quitarse sin que altere en lo más mínimo el resultado final del film. Lo mismo que a Bogarín, que después de un número de baile se esfuma sin dejar rastro. Los elementos forzados seguirán con el arribo de otro antropólogo retirado y enfermo (Boy Olmi, con respirador artificial y tos, mucha tos) que, alertado de las investigaciones de Hermes, lo invitará a la casa para un par de largas charlas que operan como introducción para principiantes a la cosmología africana y puntapié para el anhelado viaje al otro lado del Atlántico. Un viaje entre metafísico y surrealista, como la película entera.
Acerca de los mitos y los rituales La nueva obra del director argentino Pablo César transcurre en Formosa, Angola y Etiopía, con Juan Palomino y Boy Olmi. Diferentes ejes argumentales con sus múltiples voces convergen en las dos horas de Los dioses de agua, nueva apuesta del experimentado realizador argentino Pablo César y su interés por escarbar en culturas de otros continentes. En efecto, esta coproducción junto a Angola y Etiopía, explora en la vida del antropólogo Hermes (Juan Palomino) y su afán por descubrir el origen de la Tierra, cuestión que lo llevará a la provincia de Formosa y luego a Angola y Etiopía, además de montar una obra de teatro sobre el tema. En ese viaje iniciático y de descubrimiento permanente, el personaje conoce a un joven africano que bucea en la historia, a una actriz, bailarina y cantante y al egiptólogo (Boy Olmi), quien le comentará sobre la necesidad de emprender un viaje ritualístico y así dejar de investigar el tema desde los libros. Un bello momento visual es aquel en donde Hermes cruza el río Kwanza, ya que la potencia de la imagen se transmite desde su intención metafórica, en un instante que representa un antes y un después de las dudas de Hermes y la decisión por convivir con su deseo/investigación ahora convertido en obsesión. En esos planos de importante riqueza visual, la película impone su interés, omitiendo de a ratos un entramado dramático donde se acumula información que abre demasiadas puertas argumentales en lugar de afincarse en un único centro narrativo. Son los riesgos habituales que toma el cine del director, desde sus anteriores incursiones en territorios lejanos (Equinoccio, el jardín de la rosas; Unicornio, el jardín de las frutas; Afrodita, el jardín de los perfumes) hasta la exploración onírica con Luis Alberto Spinetta en la banda de sonido (Fuego gris). La complejidad narrativa y las pretensiones argumentales de Los dioses de agua, que oscilan entre la investigación científica y la exploración en etnias y razas con una mirada antropológica, ubican a la película en un lugar extraño y curioso: repleta de tempos narrativos que descansan en una letanía al borde de lo soporífero, la película respira una honestidad temática y formal muy difícil de rebatir.
Hindiana Jonez y el delirio africano El cinismo del título, del que muchos pueden entender que estoy endorsando el imperialismo yanqui a una producción nacional a la que estoy bastardeando, no es más que la representación de lo que pienso respecto a una película de aventuras bastante torpe que, en el intento de recargarse solemnemente con teorías atadas con alambres y especulaciones que se dan por certeras sin ningún atisbo de duda, terminan hundiendo más a un guión confuso, aburrido para sus casi 120 minutos y con algunas elecciones de dirección que sólo se pueden pensar como una isla de kitsch en el medio de un relato que en ningún momento pretende serlo -y sí, estoy aludiendo al climático y ridículo final-. ¿Rescatar algo?: la world music que atraviesa algunos segmentos, algunas panorámicas y unos pocos planos que demuestran que el director encuadra solventemente. El problema es que, con semejante guión, difícilmente se hubiera podido lograr algo mínimamente interesante. Juan Palomino interpreta a un audaz antropólogo (Hermes) interesado en las culturas africanas y sus orígenes, pero mientras lleva una vida cotidiana tranquila comienza a verse empujado por cuestiones personales e intelectuales a cruzar el charco y conocer el origen de esas teorías. Esta sería una linda sinopsis de lo que pretende contar la película, pero lo cierto es que esos renglones no hacen justicia con lo mal que desbarranca el film más allá de su premisa basada en una investigación del antropólogo Marcel Griaule (1898 – 1956) sobre el pueblo dogón. Lo primero que nos preguntaremos una vez termine la película será qué fue de la chica qom que queda aislada en el medio del relato (Ayelén, interpretada por Charo Bogarín), por qué el personaje de Hermes se queda encerrado en su estudio cuando puede llamar sin ningún problema -y lo hace, pero a su novia, quien lo recrimina absurdamente y corta- o por qué el personaje interpretado por Boy Olmi (Esteban, un egiptólogo) no hizo en su pasado lo que finalmente logra Hermes. La respuesta es simple: la película quiere contar -a la fuerza- un camino de descubrimiento interior de Hermes, llegando a Africa y logrando, al mismo tiempo, consumar aquello que ha investigado toda su vida. Este asunto lo sabremos desde los primeros minutos por la voz en off y las miradas “contemplativas” de Palomino, que parecen abandonar toda sutileza y remarcar este asunto constantemente. Una vez planteado este escenario, el guión de Pablo César se dirige a los altibajos personales del personaje como herramienta para que se decida a cruzar el Atlántico pero, y este es uno de los mayores problemas que tiene, los inconvenientes aparecen condensados y por momentos se torna absurdo que tanto el abandono de su novia como el fracaso en su obra ocurran casi al mismo tiempo. Pero lo más llamativo e irónico es que en una película que lleve la palabra “agua” en el título, prácticamente nada fluya. Los encuadres y las búsquedas en algunos planos pueden ser acertados, pero el montaje es tosco y desprolijo, en particular en los diálogos. Y hablando de los diálogos, que en ningún momento suenan naturales, nos encontraremos también con el problema de que más allá de lo que se dice, cómo se llega a esa conversación es un absurdo aún más grande (y pienso inmediatamente en la charla entre Hermes y Esteban en el departamento). Las líneas “educativas” entre los dos personajes de origen africano resultan tan forzadas como la búsqueda interior de Hermes: de repente, sin motivo, veremos cómo Oko (Onésimo de Carvalho) recibe lecciones de historia sobre el genocidio de la población negra en Argentina en diálogos que se pretenden naturales o accidentales. Y aquí empieza a jugar también otro elemento: el pintoresquismo que la película retrata es prácticamente una maqueta viviente en funcionamiento. Me explico, en el momento en que Hermes aparece en escena en los primeros cinco minutos de película en el pueblo Qom la película necesita realzar esto, por lo tanto incluye a un pequeño grupo que comienza a cantar en primer plano (y estoy hablando de sonido, no de imagen). En Africa ocurre lo mismo, también cuando se acerca Hermes, en un momento en que se encuentra al lado de una de las cabañas y de repente vemos cómo pasa un grupito en fila india cantando. Por si fuera poco el plano permanece fijo esperando a que la procesión desaparezca del encuadre, remarcando en rojo algo que resulta bastante obvio: que Hermes está en Africa con poblaciones originarias y NO como turista (esa mala palabra). Cómo llega con un croquis bastante básico al pueblo que finalmente le señala Esteban, drogado con alguna sustancia que le permite ver el “camino” hasta la nave espacial (o lo que sea) debe estar entre los momentos más bizarros de la cinematografía nacional. Por lo tanto, desconozco si fallido, bizarro, kitsch o simplemente malo, pero este film de Pablo César, que tiene además actuaciones poco convincentes en cualquiera de sus registros (Palomino a veces hace lo que puede y otras veces es superado por el material), está entre los peores estrenos nacionales del año.