Los hermanos karaoke es una de esas películas que dependen mucho del lugar desde donde las miremos. Si entramos por la puerta del escepticismo crónico y tajante veremos una serie de cosas. Pero si ingresamos con potentes dosis de inocencia azucarada nos encontraremos con otras muy diferentes. Esbocemos un punto medio: Mía y Simón viajan por la Patagonia presentando en hoteles y restaurantes su show de covers “Los Hermanos Karaoke”. Mientras preparan un nuevo show, son forzados a acampar en un lejano bosque, donde conocerán al enigmático Alan. La narración transcurre casi exclusivamente en la espesura patagónica, centrándose en la influencia mística que Alan ejerce sobre Mía, Simón y su show musical. La película parece estar siempre a medio camino; como el auto de los protagonistas, que siempre parece quedarse sin nafta o batería. Alan es al mismo tiempo una especie de pastor caribeño y un gerente de marketing. Mía y Simón a veces son pareja y otras hermanos, a veces amigos y otras enemigos. Las influencias también se encuentran divididas. Por momentos se imita el formalismo desmedido de Wes Anderson con el humor histriónico de Piroyansky o Pichot, entre el largometraje y la serie web. El confinamiento casi exclusivo al bosque como escenario resulta un arma de doble filo. Si bien proporciona un lugar fijo para el desarrollo de la acción, el proceder -lease: puesta en escena– deviene escueto. Cada acto es parte de una sucesión episódica constante -típico del formato serie web- donde cada chiste se orienta en un único sentido. A saber, mostrar las rarezas de Alan. Un poco de mambo místico, otro poco de Carlos Castañeda y hasta un importante porcentaje de realismo mágico. Semejante cóctel, que parece altamente nocivo para el disfrute del film, acaba conformando -ante nuestra perplejidad- una gran virtud. El misticismo no aparece relegado de la magia, incluso cuando el chamanismo superficial se mezcla con el marketing empresarial: Alan siempre está descalzo para “ser uno con la naturaleza” mientras que viste saco y camisa para “mantener las apariencias”, y con ello logra sacarnos una sonrisa. La película, en definitiva, desborda de personalidad. El menjunje señalado se enlaza con un diseño sonoro y musical más que correcto. Los personajes, si bien reiterativos en su accionar, amontonan detalles y detalles que los hacen verdaderamente tangibles. Incluso,siendo un poco más permisivo, la propia performance de “Los Hermanos Karaoke” no puede no tomarse con simpatía. De todas formas, Los Hermanos Karaoke peca por su discontinuidad e influencias. El cierre de la trama en unos pocos personajes que casi siempre viven el mismo tipo de situaciones, junto a la (mal llamada) estética Wes Anderson, hace que la narración se termine estancando en los lagos patagónicos.
Los Hermanos Karaoke es un dúo vocal que se presenta en distintos shows ya establecidos para difundir su música (cuatro canciones de otros artistas, pero realizadas bajo su propia impronta; es decir, covers). Todo comienza cuando Mía y Simon se embarcan hacia un pueblo de la Patagonia para cantar en una Cena Show el 24 de diciembre. Para no pagar la estadía en un hotel, buscan un camping, pero en el camino se encontrarán con Alan, una especie de empresario chamánico con extraños conocimientos de marketing y espiritualidad, que les provocará un drástico cambio en su carrera. Dirigida por la productora argentina Cine Hummus, colectivo conformado por Agustín Gregori, Bernardo Francese e Ignacio Laxalde en 2004, “Los Hermanos Karaoke” nos ofrece una comedia absurda para aquellos amantes de ese género. El film nos presenta personajes extraños con motivaciones claras que se irán transformando a medida que avanza el relato con la mera intervención de Alan. Él pondrá en jaque todo lo conocido y realizado por los protagonistas, algo que generará por un lado un camino hacia el autoconocimiento y, por el otro, un quiebre en la relación del dúo. Lo más interesante y original de la cinta reside en este punto, en la utilización del marketing, sus conceptos y terminologías, no solo para cuestionar sus prácticas laborales, sino también su comportamiento personal para llevarlo a un plano espiritual. En cuanto a los aspectos técnicos, la música también es uno de los elementos centrales de la película, la cual acompaña de una buena manera a una trama absurda, y que genera a la vez suspenso y alegría. De todas maneras, algunos recursos sonoros se sienten un poco abusados por momentos. Por el lado de la ambientación, se destacan los escenarios naturales del film. La mayoría de las acciones se desarrollan en el exterior, influyendo en el humor de los personajes y avalando esa especie de experiencia catártica propuesta. Sin embargo, algunas de las escenas se notan un poco cortadas, comienzan y terminan de una manera un tanto brusca. A pesar de la corta duración del largometraje (poco más de una hora), “Los Hermanos Karaoke” presenta un ritmo un poco lento. La historia es bastante simple pero se siente un poco estirada en su segundo acto, donde se reiteran las situaciones que deben vivir los protagonistas. En síntesis, a pesar de los puntos positivos y de aquellos cabos más flojos de “Los Hermanos Karaoke”, hay que tener en cuenta que no es una película para todos, sino solamente para quienes disfrutan de historias absurdas y carentes de un sentido convencional, donde los personajes se exponen a situaciones hilarantes y transformadoras para su vida profesional y personal. Una trama diferente de autoconocimiento y amor.
Mirá quien canta Resulta innegable al tomar contacto con esta película su marcada influencia de un tipo de cine que hoy hace gala en varias series webs de origen local. Más precisamente aquellas que propone la plataforma de la universidad Tres de Febrero en su canal Un3tv. Los hermanos Karaoke tranquilamente podría dividirse en episodios de ocho minutos por su estructura narrativa. La autonomía de cada escena la marca el ritmo del gag y su remate, de la sorpresa a partir de la introducción de elementos que escapan a la lógica costumbrista y vienen ya impregnados de un meta lenguaje, aspecto que le define sus virtudes y también señala sus limitaciones. La premisa nos introduce en la historia de un dúo, integrado por Mía y Simón, cuyo nombre artístico responde al título del film. De gira por la Patagonia, en un vehículo precario, ellos autogestionan sus presentaciones en eventos de escaso nivel de convocatoria. También tratan de promocionar su espectáculo mediante la entrega de un cd que contiene algunos covers, los cuales interpretan en sus shows. La idea de cover ya genera un subtexto y el primer apunte irónico en la trama cuando la falta de originalidad en los temas abre el subterfugio del negocio de la música propiamente dicho. Allí, cantar temas ajenos como si fuesen propios forma parte de las reglas de un mercado en el que vale más el packaging que su contenido. Sin embargo, la película crece con el agregado de un tercer personaje, Alan, una mezcla de gurú ecologista y chanta que maneja conceptos de marketing y que siembra la semilla de la discordia entre Mía y Simón. En ese apartado y la dinámica entre los tres personajes descansa el corazón de esta fresca propuesta, carente de ambición y muy cómoda de ver y disfrutar sin pedirle demasiado a la historia y a su vara de calidad humorística, que no pasa de la ocurrencia o el apunte gracioso como suele ocurrir la mayoría de las veces en las irregulares series webs de Un3tv.
Vivir de la música Los hermanos karaoke es una comedia nacional dirigida, escrita y producida por Cine Humus, un colectivo de artistas compuesto por Agustín Gregori, Bernardo Francese e Ignacio Laxalde (los dos primeros también la protagonizan junto a Maru Zapata). La película se presentó por primera vez en la edición 2017 del BAFICI y este año vuelve a estrenarse en el Centro Cultural Recoleta. Mía (Maru Zapata) y Simón (Agustín Gregori) conforman el grupo de música Los hermanos karaoke; ellos cantan covers en cumpleaños, fiestas y eventos especiales donde también tratan de hacerse conocidos y vender sus primeros cds. La próxima cena show será en el hotel San Jorge de la Patagonia, durante la nochebuena. Para no gastar mucho dinero por la estadía, Mía y Simón deciden viajar a un camping. Con el anochecer ya manifestándose, los jóvenes se pierden y descansan en el coche. Cuando ya están profundamente dormidos, un hombre toca la ventanilla: es Alan (Bernardo Francese), un excéntrico sujeto que los conduce hacia el medio del bosque. En los siguientes días previos al show, Alan les enseñará su filosofía de vida, la importancia del ecologismo y las estrategias de marketing a tener en cuenta para triunfar en el mundo musical. No hay que analizar en profundidad este film si el objetivo es pasarla bien en la sala de cine. El absurdo está presente en todo momento y si uno acepta los términos en los que se maneja, con sus escenas bizarras y/o disparatadas, puede ser una película entretenida que saque alguna que otra sonrisa. Cabos sueltos los hay, como por ejemplo que no quede claro si Mía y Simón en realidad son novios o hermanos. Los cuadros en negro que dividen la película, con títulos raros tales como “Un pájaro embalsamado” o “El agua se quema”, no logran aportar nada relevante a la historia. A pesar que su duración solo es de 77 minutos, en la segunda mitad el film parece quedarse sin contenido ya que ahonda siempre sobre lo mismo, dejando de lado las risas que causaba en su comienzo. El personaje de Alan divierte por su forma de ser: descalzo para tener un contacto directo con la tierra, sus opiniones pro naturaleza contrastan con su pensamiento empresarial para que los protagonistas alcancen el éxito. Él quiere que Los hermanos karaoke compongan sus propios temas, algo en lo que Mía no está para nada de acuerdo porque “la gente quiere escuchar lo que ya conoce”. Con su lema de que no existen los sueños imposibles, Alan es el motor que los invita a reflexionar sobre sus respectivas visiones y misiones. Con imágenes bellas que muestran la vegetación patagónica, la música acompaña correctamente lo que viven estos alocados personajes (en especial una melodía repetitiva que resulta muy pegadiza). Al fin y al cabo, Los hermanos karaoke busca transmitir que cada uno tiene derecho a ser feliz persiguiendo sus sueños. Si disfrutás de las historias descabelladas, ésta podría ser una opción a tener en cuenta.
Tres son multitud Los hermanos karaoke (2017), dirigida por el colectivo artístico Cine Humus (integrado por Bernardo Francese, Agustín Gregori e Ignacio Laxalde) es una comedia musical desopilante que intenta, entre la parodia y una estética a videoclip indiefolk, jugar el trio amoroso. Simón y Mía son una pareja y un dueto musical: “Los Hermanos Karaoke” (una parodia de Pimpinela) que lo único que cantan son covers. Para promocionarse asisten a las cenas shows y animan los karaokes de turno. Lejos de la fama y sin mucho dinero, empiezan su roadmovie camino al hotel San Jorge que está en un pequeño pueblo lejano y en el que asistirán a una cena show del 24 de diciembre. En su auto, que nunca anda bien, y con su caja de CDs de covers, parten a lo que será una aventura que pondrá en duda la espiritualidad de ambos. Porque al negarse a esperar la noche del show en el mismo hotel, prefieren ahorrar y terminan en una carpa en medio del monte. La aparición de un extraño personaje aficionado al marketing, llamado Alan, será la manzana de la discordia dentro de su pequeña empresa. La película tiene un manejo inteligente del humor puesto que éste aparece lentamente y de manera inesperada. Hay momentos sublimes donde los gags surgen de la mano de un narrador que pareciera controlar todo a su antojo, con cortes abruptos, cambios de música, de ritmo y casi de género cinematográfico. Uno pensaría que está ante una película de cine B, con momentos exagerados de suspenso, de sorpresa, donde cada efecto dramático está sobreactuado. Y bajo ese camino, la película llega a lo que será su mayor interés: la parodia. Pequeñas escenas coloquiales y comunes expresan distintos niveles de información. Uno siente que lo que vemos alude a otra cosa ya conocida. Con ello le da una mirada innovadora al típico argumento de los trio amoroso, en este caso con Alan, quién quiere quedarse con Mia siguiendo el tópico de “divide y vencerás”. Y la parodia es humorística, un humor más cercano de lo grotesco, que viene a ser la mezcla de elementos exagerados y dispares entre sí que confluyen en un mismo espacio. Por ejemplo; lo indie-folk con espacios naturales, el juego del lenguaje del marketing con cierto lenguaje de pareja, los gags de videoclip, las citas de autoayuda, la onda hippie naturista, etc. Tanto como si todo fuera posible de citar y mezclarse. Trae a la memoria algunos gestos de películas de Pier Paolo Pasolini o de Luis Buñuel sin olvidar ciertos guiños a la poesía que encontramos en una película de Jim Jarmusch. Aunque, y un poco extremando, pareciera una versión personal de El Desprecio (1963) de Jean-Luc Godard. Otro elemento interesante es el manejo del tópico de “covers”, de imitación. De aquello que realmente no son. No son cantantes verdaderos, el auto que tienen Simón y Mia siempre se malogra y eso muestra que tienen problemas, Simón usa peluca, Alan es un marketinero devenido en gurú naturista, Simón es poeta sin admitirlo y solo le da gusto a Mia, en fin, nadie se muestra como realmente es. Eso, sin negación alguna, es lo que mejor se manifiesta. Sin embargo, no se puede obviar que la misma fórmula inteligente que encuentra le juega en contra. La parodia llega a producir que la verosimilitud se tambalee, surge dispersión y desapego por parte de quien está mirando, la pregunta de sí la lógica se romperá completamente o si optará por cerrar el argumento. Es decir, entra en cierto letargo general que dificulta encontrarle una estructura sólida. Le falta esos puntos de giro o situaciones intensas que narraciones desopilantes exigen, más cuando quedó entendido el juego y el conflicto. Tal vez toda la fuerza la encuentra sobre el final, que debe ser lo mejor toda la película. Lo más dramático y lo más entrañable aparece, con fuerza, recién ahí. En conclusión, y a pesar de tener altibajos e imperfecciones, resulta un film entretenido que a partir de algo simple, se arriesga sin miedo a pecar de infantil o ligero, y logra salir a flote.
Transgresora, impredecible, sorpresiva, única, así podría definirse en pocas palabras al debut del colectivo Cine Humus en el cine. Una “pareja” de cantantes ve su mundo tambalear al incorporar a un gurú del marketing entre ellos. El conflicto se desata y la música y la inocencia se cuelan en cada escena de este auspicioso lanzamiento.
Publicada en edición impresa.
Un improbable dúo de cantantes de covers viaja en un viejo Renault por las rutas argentinas. Van a cumplir con un show en una cena y llevan una caja con sus CDs. Perdidos en la noche, con el coche averiado, conocen a una especie de chamán, cultor de la vida sana y extraño empresario. Una comedia argentina tan curiosa como sus protagonistas, con voluntad cómica.
El colectivo Cine Hummus (Agustín Gregori, Bernardo Francese e Ignacio Laxalde) escribe, dirige, produce y protagoniza esta comedia absurda sobre dos hermanos (o al menos así se dan a conocer a su público) que cantan covers de temas que les gustan mientras esperan que en algún momento su carrera como músicos despegue. Para la cena de Navidad arreglan para cantar en el restaurante de un hotel donde se hace karaoke. Viajan en un auto viejo y que cada dos por tres se queda. Y con cajas llenas de sus discos hechos de manera independiente y poco profesional. Como no les alcanza para hospedarse en ese hotel ni ninguno de los alrededores, deciden acampar. Lo que no estaba planeado y aparecerá para descolocar tanto la relación entre ellos como sus posibles futuros como artistas es la presencia de Alan, un alma libre de ideología marxista y con muchos supuestos conocimientos de marketing. Ese triángulo da pie a encuentros y desencuentros, a replanteos que llevan a cuestionarse su arte y terminará definiendo los caminos de estos dos hermanos, que quizás vayan para el mismo lado pero tal vez no. El film está rodado con mucho cariño pero también con mucho cuidado. Hay una estilización a la hora de elegir planos y el arte del film, haciendo un buen aprovechamiento del bosque patagónico con el que cuentan como marco. En cuanto a lo que respecta al guión, éste se encarga de dejar bien en claro ciertas posturas, aun desde su ironía. Y el humor, ese humor absurdo al que se apuesta y al que hay que entregarse para poder disfrutar de la película, no funciona siempre en mismos niveles. También es cierto que el último tramo del film se siente algo aletargado mientras que el final parece abrupto. Sobra y falta. Como la historia lo precisaba, se hace un buen uso de la banda sonora. A la larga la música forma parte importante de la vida de estas dos personas que ante todo quieren poder vivir haciendo lo que les gusta, y acá acompaña el relato. En definitiva estamos ante un film simpático, hecho con amor y divertido durante gran parte del relato. De mejores intenciones que resultados de todos modos.
Los hermanos Karaoke, de Bernardo Francese, Agustín Gregori y Ignacio Laxalde Por Ricardo Ottone Los integrantes de Cine Humus, Bernardo Francese, Agustín Gregori e Ignacio Laxalde, vienen filmando (y firmando) de manera colectiva desde 2004. En su filmografía se cuentan varios cortometrajes y un largo previo, Básicamente un pozo (2009), en los cuales lo que prima es la comedia con predilección por el absurdo y un humor un poco naif. Los Hermanos Karaoke es su segundo largometraje y responde a esos mismos parámetros. Los “hermanos” del título son un dúo musical de covers, Mía (Maru Zapata) y Simón (Agustín Gregori) que viajan a un pueblo patagónico para actuar en una cena show en la víspera de Navidad. Como el hotel está fuera de su presupuesto, terminan en lo que suponen un camping pero en realidad es el medio del bosque. Ahí aparece de la nada un extraño personaje, Alan (Bernardo Francese), que podría ser el encargado del lugar (o no), con una apariencia y discurso mitad hippie ecologista mitad empresario y manager. Alan se involucra en como el dúo viene manejando su proyecto carrera y empieza a aconsejarlos juntos o por separado. Estos lo escuchan (sin cuestionarse mucho por qué) y entran a surgir los conflictos, las dudas, las rivalidades y las reformulaciones. La intención es claramente no realista y la apuesta por el absurdo domina toda la trama. Mia y Simón aceptan de movida a Alan como un referente al que hay que seguir y toman sus consejos/sugerencias/parábolas sin preguntarse demasiado quién es este tipo, de dónde salió, cuáles son sus intenciones o si lo que dice tiene algún sentido. Está bien que los personajes son un poco pavos pero la sensación que da es que están apenas delineados y todo pasa un poco porque sí. Esta sensación general de arbitrariedad se nota sobre todo en el personaje de Alan, presentado con los rasgos largamente transitados del gurú embaucador y charlatán. La variante de añadirle un perfil empresarial que incluye un traje combinado con la vincha y los colgantes y una jerga marketinera en el medio de los sermones, no anula el estereotipo, solo convierte al personaje en algo aún más caricaturesco. Nunca está claro porque Alan hace lo que hace si no es por apenas puro instinto manipulador. El no saber su origen ni sus motivaciones no le da necesariamente un aura de misterio, apenas deja más al descubierto lo caprichoso de todo el planteo. Esta propuesta de humor absurdo y medio inocentón, que puede funcionar en un cortometraje, no necesariamente se sostiene en un largo. Los 76 minutos se estiran con situaciones reiterativas y diálogos muchas veces redundantes. Los personajes masculinos (interpretados por dos de los directores) son bastante planos y dicen sus líneas como recitando. Es Maru Zapata la que consigue darle más matices y complejidad a su personaje. El humor absurdo que es marca del colectivo está presente pero en varias ocasiones subrayado por la música y los efectos sonoros. En el aspecto más positivo se podría destacar una intención crítica puesta, nuevamente, en el personaje de Alan, al trazar un paralelo entre la técnicas de estimulación corporativa con el lavado de cerebros, una comparación que no por obvia deja de ser correcta, y también en una actitud lúdica y desenfadada que, a pesar de ciertas cuestiones fallidas, es algo saludable. LOS HERMANOS KARAOKE Los hermanos Karaoke. Argentina. 2018. Dirección, guión y edición: Cine Humus (Bernardo Francese – Agustín Gregori – Ignacio Laxalde). Intérpretes: Maru Zapata, Agustín Gregori, Bernardo Francese. Música: Pablo Viltes, Bernardo Francese. Duración. 77 minutos.
Con producción, guión y dirección de Bernardo Francese, Agustín Gregory e Ignacio Laxalde (que forman “Cine Humus”) los dos primeros son también protagonistas junto a Maru Zapata. Se trata de una comedia original y fresca que se redondea perfectamente con un ajustado guión que apela al absurdo, con buenas actuaciones y por sobre todo con una alta dosis de creatividad para presentar un conflicto común con ribetes de delirio y por sobre todo una fina ironía a teorías productivas y creativas tan usadas y abusadas en la actualidad. Dos supuestos hermanos cantantes, los del titulo y un tercero en discordia para marcar “la multitud” en una relación. Y todas las argucias del más moderno marketing para quedarse con la chica en cuestión. Una mirada divertida sobre las ambiciones humanas, los buscavidas, los creativos, y por sobre todo los que corren solo por el éxito. Bien actuada, con el punto exacto de diversión e inteligencia.
¿Comedia hippie-chic o hípster-palermitana? Según afirma la página oficial, el grupo creativo Cine Humus está “abocado a la realización de producciones cinematográficas”, declaración de principios que el estreno de su segundo largometraje –luego de un par de cortos previos– no hace más que confirmar. Bernardo Francese, Ignacio Laxalde y Agustín Gregori ya habían presentado en la sección Baficito del festival porteño, hace casi una década, Básicamente un pozo, cuyo título y excusa narrativa no hacían más que confirmar la relación con la sustancia de origen orgánico que solemos llamar coloquialmente “tierra”. Con Los hermanos karaoke el trío abandona la temática infantil de su ópera prima, aunque no las aristas más absurdas e ingenuas de aquella otra película. Ya la música que se deja escuchar durante la secuencia de títulos anticipa una filiación con ciertos modos naif de entender la relación entre los personajes, su evolución y la manera de encarar la narración, con algún lejano regusto wesandersoniano. En la pantalla es otro trío, integrado por dos cantantes (Agustín Gregori y Maru Zapata) y una suerte de gurú que mezcla sin grumos la filosofía naturista con los recursos de la autoayuda empresarial (Bernardo Francese), quienes cruzan sus caminos en las afueras de un pueblo de provincia. Hacia allí habían partido los “Hermanos karaoke”, que no son realmente hermanos, aunque sí intentan hacer una carrera en el negocio de la música, partiendo del más insólito de los primeros pasos: participar de concursos de karaoke amateur para poder vender in situ algunos de sus cds. El humor de baja intensidad –en ocasiones basado en el contraste entre lo dicho y aquello que puede verse; en otros, a partir de los silencios acompañados por significativas miradas; finalmente, en el choque entre ambiente y acciones– deja de lado los hoteles dos estrellas con desayuno incluido para trasladarse a un ámbito más salvaje, un pequeño bosque cercano a una laguna donde el maestro deja caer sus enseñanzas en contacto directo con el suelo (léase: descalzo), aunque vestido con riguroso traje de dos piezas. Una parte sustancial de la historia gira alrededor de las charlas acerca del “packaging de las flores” o la necesidad del dueto de ampliar los horizontes artísticos y su plan de negocios, hasta que la aparición del deseo transforma la interrelación entre los personajes en triángulo de atracción amoroso. Por momentos genuinamente risueña, en más de una instancia poco eficaz en términos de relato cinematográfico (y más cerca del breve sketch cómico), Los hermanos karaoke termina siendo algo parecido a lo que intenta parodiar: es casi tan hippie chic (o hípster-palermitana) como el personaje del gurú de la foresta. Eso sí: la película nunca se ríe groseramente ni mira con desprecio a ningún personaje, lo cual no es poca cosa.
UN DIVERTIDO JUEGO DE OPUESTOS En Los hermanos Karaoke, la nueva producción de Cine Humus (aquí dirigen Bernardo Francese, Agustín Gregori, Ignacio Laxalde), una pareja de músicos que hace covers viaja a una ciudad del sur del país para realizar un show navideño. Sin embargo, al quedarse cortos con el presupuesto y no conseguir hotel, deciden acampar en el bosque. Ese será el punto de inicio para lo que viene: conocerán un chamán con conocimientos de marketing, que intentará encontrar lo mejor del dúo para potenciar su carrera. En la película, los hermanos cantantes están bien definidos: él (Gregori) es más utópico, con la veta artística más desarrollada; ella (Maru Zapata), en verdad busca fama y ser reconocida. Para tratar de darle lugar esos deseos es que ingresa el personaje del chamán (Francese), alguien con características definitivamente mefistofélicas que intentará a partir de sus acciones dividir al dúo. Los hermanos Karaoke plantea un interesante juego con los opuestos en entornos cambiados y con la naturaleza como contexto, donde el personaje chamánico hace de productor creativo con todos los clichés que uno imagina de un gerente de marketing de la gran ciudad. Lo realmente divertido es el uso del lenguaje técnico que habitualmente usaría una empresa y que los personajes asimilan con naturalidad. Una comedia que mantiene el ritmo, no decae gracias a las actuaciones y utiliza los pocos recursos que tiene de forma convincente.
En su segundo largometraje, el colectivo de artistas Cine Humus (integrado por Agustín Gregori, Bernardo Francese e Ignacio Laxalde) presenta Los hermanos karaoke, una comedia algo extravagante que participó de la última edición del Bafici. La historia se centra en Mía (Maru Zapata) y Simón (Agustín Gregori), dos hermanos (¿o novios?) que se dedican a grabar covers de canciones famosas y que sueñan con triunfar en la industria de la música. El dúo emprende una gira por la Patagonia, donde esperan realizar un concierto durante nochebuena. Debido a que no cuentan con mucho dinero para hospedarse en el hotel, deciden comprar una carpa y pasar las noches en un camping. En la búsqueda de ese camping, y tras un accidente con el auto, se toparán con Alan (Bernardo Francese): una especie de empresario chamánico que mezcla el marxismo con el marketing empresarial. Este excéntrico y bizarro personaje, que viste de traje pero anda descalzo para estar en contacto con la naturaleza, será una especie de guía para nuestros protagonistas. Alan cuestionará el mundo al que estos artistas están acostumbrados. Mía y Simón comenzarán a plantearse cuál es al camino hacia el éxito. El futuro de Los hermanos karaoke se verá incierto debido a los planteos que se realizará cada uno de los integrantes. A pesar de los intentos de la película porque uno termine reflexionando sobre la pasión y el amor por lo que uno hace -sobre todo en cuanto al arte-, este mensaje queda en un segundo plano por las constantes situaciones a las que Alan expone a los hermanos/novios. Si bien los interrogantes que este empresario chamánico les plantea a los protagonistas son interesantes -al menos varios de ellos-, se terminan dando respuestas banales que poco aportan a ese eje. Tampoco queda muy en claro las verdaderas intenciones que tiene Alan con los protagonistas. Más allá de que sea un personaje contradictorio en general -por momentos da discursos sobre la espiritualidad o el marxismo pero luego da consejos basados en el marketing más puro-, las actitudes que tiene tanto con Simón como con Mía generan más interrogantes que otra cosa. Por momentos su discurso pseudobohemio parece tener una única intención: hacer que los hermanos/novios se separen.
Los Hermanos Karaoke debutó en el 19° Bafici (2017), en el panorama de comedia, y sigue actualmente su recorrido todos los viernes de abril a las 21 hs en el Centro Cultural Recoleta. La película del Grupo Humus (el colectivo de artistas liderado por Agustín Gregori, Bernardo Francese e Ignacio Laxalde) es una propuesta entretenida, inteligente y por momentos desopilante. Ayi Turzi te cuenta por qué no te la podes perder. Mía (Maru Zapata) y Simón (Agu Grego) son un dúo musical estrafalario: cantan covers en karaokes. Aunque en la vida real son pareja, se hacen llamar “Los Hermanos Karaoke”, recordándonos a la inversa a los Pimpinela. Andan en un auto destartalado que les falla cada dos por tres, visten de entre casa y llegan al hotel San Jorge, sito en un pequeño pueblo patagónico. Su idea es cantar en la cena show de Navidad y hospedarse allí, pero como la tarifa les parece excesiva (a pesar de ser accesible), deciden buscar un camping. Pero tampoco se quedan en el camping: en el camino se cruzan con un extraño que dice llamarse Alan (Bernardo Francese), y es una especie de chamán del marketing, que con argumentos de mercadeo comercial y marxismo ecológico, disfrazados de sabiduría ancestral, pretende separar a la pareja para quedarse con Mía. La historia es sencilla y sin mayores pretensiones, y logra contarse de modo entretenido y llevadero. El humor está muy bien dosificado: no intenta ser una seguidilla de gags, sino que juega con lo inesperado. Desarrolla determinadas situaciones y después, de la nada, de golpe y sin avisar, un chiste que no te veías venir de ninguna manera. Sin abusar del recurso, las veces que lo utiliza es una carcajada genuina garantizada. Las actuaciones de los tres personajes principales llegan a tener muy buenos niveles, sobre todo teniendo en cuenta la naturalidad con la que encarnan a personajes extravagantes, sobre todo Alan, el gurú. ¿Qué hace un tipo que con su amplio conocimiento en marketing instalado en el medio de la naturaleza? ¿Qué puede enseñarles a dos cantantes de karaoke que ni siquiera están muy seguros de quienes son ellos mismos? La naturalización de lo absurdo a través de las actuaciones refuerza las intenciones de la historia. Es que Simon y Mia quieren vivir de la música y creen que participar de karaokes es la mejor alternativa que tienen para darse a conocer. Completamente lógico, ¿no? Además de la narrativa, Los Hermanos Karaoke tiene una identidad visual muy particular: los colores pasteles que visten los protagonistas juegan muy bien en sintonía con los marrones y verdes de los entornos, lo que además está sintetizado en su poster. Hay un énfasis en generar imágenes pintorescas pero absurdas que ayuda a que el universo propuesto por Grupo Humus sea absolutamente único y coherente. Fresca, entretenida, con un humor desopilante muy bien dosificado que se sustenta en el montaje y en las actuaciones, y con una paleta de colores muy particular como broche de oro a la propuesta, Los Hermanos Karaoke se convierte en una pequeña gema atípica e imperdible.