Esta película del año 2018 es la adaptación de la novela homónima de Henry James, escrita en el año 1888. Lo que cuenta el film es la historia de Morton Vint (Jonathan Rhys Meyers), un escritor que en el año 1885 viaja a Venecia con el objetivo de obtener textos de un poeta que lo obsesiona, Jeffrey Aspern. Los poemas que busca iban destinados a su amante, Juliana, que ahora vive recluida en un palacete veneciano junto con su sobrina. En su afán desmedido por obtener ese material, Vint intentará entablar amistad con la anciana Juliana (Vanessa Redgrave), pero también buscará obtener el corazón de su sobrina Tina (Joely Richardson). Todo lo interesante y atrapante que puede tener la prosa de Henry James se reduce a cero en esta adaptación de inesperada falta de interés y carencia absoluta de estilo. Con resoluciones visuales de un telefilm de segunda línea de hace veinte años, Los papeles de Aspern no consigue nunca que se vea la seducción del protagonista ni tampoco lo supuestamente apasionante que posee la vida de Aspern o sus textos. La película falla de punta a punta. Ni los flashbacks que van mostrando un secreto ni las angustias del sobreactuado protagonista tienen algún matiz de interés o complejidad. Que James Ivory sea el productor de la película es el broche de oro, porque nos recuerda que él lo podría haber filmado mejor veinte o treinta años atrás.
Insistir con Jonathan Rhys Meyers como objeto de seducción en una película que ya hemos visto mil veces, es retroceder varios casilleros en el panorama actual del cine arte con un relato que solo por algunas imágenes de paisajes en esa eterna búsqueda de tesoro podría tener algún interés.
Unos minutos de Los papeles de Aspern alcanzan para entender en dónde se está parado: Julien Landais transpone la novela corta de Henry James preocupándose solo por ilustrar algunos momentos nodales del relato y poco más que eso. La primera reunión entre el protagonista, la amante de Aspern y su sobrina, al comienzo, anuncia la escasez que sobrevendrá después: el director filma la escena con planos y contraplanos rutinarios que despojan a los personajes de cualquier posible interés. Landais no entiende que la fascinación que produce la novela depende, además del relato, de todo lo que lo rodea, por ejemplo, el celo casi religioso con el que el protagonista busca acceder a los materiales del escritor muerto. La literatura ya no como pasatiempo u oficio, sino como sistema de pensamiento, como estilo de vida, una pose romántica llevada hasta las últimas consecuencias que James caracteriza con una belleza decadente y que la película ignora. En James, el misterio de la búsqueda aparecía matizado con el tono un poco lúgubre del fin de una época cuyos restos hay que resguardar a cualquier costo. De ese clima, de ese aire entre grandioso y mortuorio que era el corazón del libro, no queda nada, solo los huesos de la historia. A falta de todo, Landais se aferra a Jonathan Rhys Meyers, que es lo único que parece que puede filmar bien. El director desplaza la atención de Jeffrey Aspern, el escritor muerto, hacia Morton Vint, el protagonista (que en la novela no tenía nombre). De Aspern se sabe poco y su enigma no importa demasiado; Landais está en otra cosa, visiblemente cautivado por su actor, al que filma desde todos los ángulos posibles y con varios trajes distintos, no se sabe si está en Venecia o en un desfile. Meyers, por su parte, tiene que sostener una película entera y hace lo que puede. Bueno, tampoco hace tanto, básicamente camina por habitaciones lujosas luciendo siempre la misma expresión, el mismo anacronismo cool, la misma gestualidad de modelo. La cosa podría ser divertida si el director se atreviera a transformar un poco el tiempo de la novela, si por lo menos tratara de contaminarlo con signos del presente, pero no, la reconstrucción de Venecia a finales del siglo diecinueve es artificial, ni rigurosa ni lúdica, apenas una postal hecha de colores pastel. Por otro lado, no se entiende por qué Meyers maneja un solo registro actoral durante una hora y media: en la historia pasan cosas, su situación cambia más de una vez, pero el tipo está siempre igual, con los ojos bien abiertos, mirando fijo, con la voz impostada. Pasados los primeros minutos, el espectador puede jugar a hacer su propio experimento Kuleshov: ponerle nombre al estado de ánimo del actor tomando como punto de partida el plano anterior. Landais toma partido (o algo así): modifica el eje del relato, del enigma de Aspern el centro pasa a ser la intensidad monocorde del Vint de Meyers. La decisión, incomprensible, supone una pérdida evidente. Como si faltara algo que pudiera estropear todo todavía más, la película hace unos flashbacks muy feos donde se muestra a Aspern, su amante y a otro muchacho ocupados en una vida de opulencia, contemplación y tríos, pero los filma como si estuvieran en una mala publicidad de perfume. Landais no puede extraer un poco placer ni siquiera de esas bacanales.
Los papeles de Aspern es uno de los trabajos más aclamados del escritor Henry James. Se trata de una novela corta publicada por entregas en 1888 que narra las vivencias de un hombre fanatizado por la obra de un poeta. Un fanatismo que lo llevará a formar un curioso triángulo con una anciana y su sobrina. El protagonista es Morton Vint (Jonathan Rhys Meyers), un joven que viaja a Venecia con la única misión de obtener las copias originales de los textos del poeta Jeffrey Aspern. Esos poemas tenían como destinataria a Juliana (Vanessa Redgrave), quien décadas atrás fuera amante del escritor y ahora pasa su vejez encerrada en un caserón junto a su sobrina Tina (Joely Richardson). Lo que narra el film de Julien Landais son los denodados intentos de Morton tanto por ganarse el cariño de Juliana como el de su sobrina. El problema es que ese juego de seducción nunca adquiere un gramaje aceptable. De indudable raigambre televisiva en su puesta en escena, la película no logra construir un protagonista lo suficientemente sólido como para justificar su magnetismo. Tampoco ayuda demasiado un tono solemne y la tendencia a la sobreactuación de un elenco que hace lo que puede con un guión cuyas líneas están escritas con el diccionario antes que con el oído.
El universo de Henry James (1843-1916), autor de Retrato de una dama y Las alas de la paloma, con el drama interno de sus personajes pone a prueba al debutante francés Julien Landais, que también se hizo cargo de la adaptación de Los papeles de Aspern y la produjo. Landais ha tenido éxito en el mundo publicitario y de la moda, con trabajos para Bulgari, Dior y Dolce &Gabbana, lo que podría llevar a pensar que lo suyo es el glamour y la elegancia. Y Los papeles de Aspern, publicada en 1888, no es tan así. Ni en el original del escritor neoyorquino, luego nacionalizado británico, ni en la película cuyo triángulo protagónico asumen Jonathan Rhys Meyers, Joely Richardson y Vanessa Redgrave. El actor irlandés de Match Point es Morton Vint, un escritor y editor tras el rastro del poeta Jeffrey Aspern (basado en verdad en Percy Bysshe Shelley). Sabe que Juliana, una amante suya, ahora anciana (Redgrave). guarda en su mansión en Venecia cartas de él. Y se hace pasar por otro hombre para poder ingresar a la casona de enormes jardines e intentar conseguir esos papeles del título. No la tendrá fácil porque Juliana vive encerrada, y las cartas las guarda bajo siete llaves. Y ni siquiera su sobrina, Tina (Richardson, hija de Redgrave en la vida real) parece muy confiada a revelar nada al recién llegado, pese a que éste la seduce con palabras, les regala flores y les paga un dineral por alquilar algunos cuartos de la casona. El principal inconveniente que tiene esta adaptación está en los diálogos y en la marcada entonación y actuación de los intérpretes. Redgrave, sentada en silla de ruedas y con una visera verde que parece de banquero, hace lo suyo con la sabiduría y maestría que se le reconocen desde siempre, pero es Jonathan Rhys Meyers el que más alejado de la realidad está cada vez que su personaje abre la boca. Es cierto que aquí debería ser más importante la psicología de los personajes que la trama en sí. Hay algo de romance, un triángulo amoroso perdido en el tiempo, traiciones y mucho recitado. Pero falta, tal vez, algo de poesía.
Misterio en Venecia La persistente búsqueda de un tesoro da movimiento a esta historia de 1888, que ha inspirado cantidad de adaptaciones en diferentes formatos, desde óperas hasta dramas de radio y películas en varios idiomas, aunque en este caso se aleja demasiado del espíritu de la novela original de Henry James, lo cual provoca cierto desencanto. Los papeles de Aspern (The Aspern papers, 2018), es un drama británico del director Julien Landais, ambientado en Venecia y basado en la novela de Henry James. Jonathan Rhys Meyers interpreta a Vint, un biógrafo literario obsesionado con el poeta romántico Jeffery Aspern. Él utiliza todas sus herramientas para ocultar su verdadero propósito e identidad y así obtener las cartas que el famoso poeta le enviara a su amante, -ahora anciana- Juliana Bordereau (Vanessa Redgrave, la icónica actriz de Blow-up (1966) de Michelangelo Antonioni, inclusive intenta seducir a su soltera sobrina Tina (For Joely), quién abandonó su vida para cuidarla. Ambas se quedaron en el tiempo. Julien Landais director y además participe del guion, debuta con este largometraje que resulta tedioso, un drama romántico pero sin pasión. Las actuaciones se ven forzadas y el film sigue su curso, de ritmo lento, sin generar interés o novedad en el espectador. La excentricidad, la pasión, el misterio, la literatura y la sofisticación están presentes, aunque de manera desmesurada e inadecuada. Tanto el vestuario, la escenografía y las locaciones, son acertadas, pero sin destacar en el relato. De planteo quizás muy ambicioso, la película se presenta como un intento de capturar algo de la atmósfera veneciana de obras maestras como Venecia rojo shocking (Don´t look now, 1973), de Nicolas Roeg o Muerte en Venecia (Morte a Venezia, 1971), de Luchino Visconti. Sin embargo, el director no consigue mantener la atención del espectador en simples escenas de diálogo y mucho menos revivir un contexto de paranoia progresiva a través de imágenes de sueños surrealistas.
Desde los primeros minutos de Los papeles de Aspern, el joven director francés Julien Landais deja en claro que su versión de la nouvelle de Henry James no será convencional. Inspirada en una adaptación teatral y protagonizada por Vanessa Redgrave y Joely Richardson (madre e hija convertidas en tía y sobrina recluidas hace años en una mansión veneciana), la mirada de Landais recrea la obsesión del crítico Morton Vint (un intenso Jonathan Rhys Meyers) con la vida y obra del poeta Jeffrey Aspern (álter ego de lord Byron) desde un atrevido gesto iconoclasta: explorar los secretos que se atesoran en esos misteriosos papeles, testigos del pasado. Las flores que Vint cultiva y regala a la anciana musa y amante del poeta, el sinuoso cortejo a su sobrina, los recovecos de esa casona señorial en la que habita con ellas, son los mejores peldaños de esa obsesión, y los momentos que la cámara de Landais registra con más vuelo. Sin embargo, las imágenes del pasado, teñidas de un aire kitsch y una estética publicitaria, se convierten en intrusas que confinan la tensa ambigüedad de James a la más evidente literalidad. "¿Cree que es correcto desenterrar el pasado?", inquiere la anciana. "¿Cómo podemos llegar al pasado si no desenterramos un poco?, contesta Vint, insolente. Ese gesto de atrevimiento es el que reserva Landais para su película, aún con sus desparejos resultados.
El cine británico luce su famosa exquisitez formal para las películas de época en dos estrenos de esta semana: “Las dos reinas”, filmado en variedad de locaciones históricas y candidato al Oscar por vestuario, maquillaje y peinado, y “Los papeles de Aspern”, sobre texto de Henry James, rodado en Venecia con producción ejecutiva del venerable James Ivory, entre otros. John Mathieson y Philippe Gilbert son los respectivos directores de fotografía, que hacen de cada fotograma una pintura. Las actrices también se destacan: Saoirse Ronan y Margot Robbie como María Estuardo e Isabel I, las primas que se odiaban a muerte y ahora reposan una junto a la otra en la Abadía de Westminster, y Vanessa Redgrave y su hija Joely Richardson como las dueñas del secreto oculto en las cartas de amor de un poeta muerto. Dato curioso, en 1959 el padre de Vanessa, Michael Redgrave, protagonizó una versión teatral de “Los papeles...”. y en 1984 ella hizo, también en teatro, el personaje que ahora hace su hija. ¿Hará Joely alguna vez el papel con que acá se luce su madre? (otra curiosidad, en 1971 Vanessa encarnó a María Estuardo en cine, con Glenda Jackson como su antagonista). Por rara coincidencia, ambos estrenos son dirigidos por debutantes: Josie Rourke, de larga experiencia como directora teatral, y Julien Landais, cortometrajista. Gana ella, de lejos. Y amarán su obra las feministas, porque en esta versión las dos reinas son víctimas de los hombres, algo difícil de creer en el caso de Isabel I. Otra licencia histórica es el jugoso encuentro entre ambas, licencia que ya había empleado Maxwell Anderson en su pieza teatral, llevada luego al cine por John Ford, 1936, con un diálogo hermoso entre Katharine Hepburn y Florence Eldridge, diálogo que hoy muchas quemarían en la hoguera.
Otra vez la tentación de volver a Henry James, en una de sus novelas famosas, “The Aspern Papers” que ya motivo varias películas y obras de teatro. Un texto que es toda una reflexión sobre el derecho a la intimidad y el papel de biógrafos y críticos que preocupaban al autor, que se asegura quemó varias cartas personales por temor a que cayeran en manos ávidas después de su muerte. Pero en este film, la obsesión de un editor por una correspondencia que posee una antigua amante de su escritor preferido, se transforma más en una motivación personal, que lo impulsa al engaño, como una búsqueda del tesoro frustrante, mechada con escenas de una relación de trío mostrada como racconto, para darle aire o erotismo al film sin lograrlo, con un tinte publicitario más que pasional. Lo demás es estéticamente muy bello, con ese palacio veneciano, los detalles de escenografía y vestuario. Y la posibilidad de admirar a una verdadera leyenda como Vanessa Redgrave con una par de escenas memorables, y el buen desempeño de Joely Richardson. Jonathan Rhys Meyers parece más un hierático modelo publicitario que un hombre torturado por sus obsesiones, tiene con los personajes de sus amigas unas trasgresiones de vestuario, que provocan más de una sonrisa. El debutante en largo metraje Julien Landis, que conto con la producción de James Ivory, se preocupó mas por las imágenes bellas que por darle emoción, pulsión de vida a su producción, fría y bella.
“Los papeles de Aspern”, de Julien Landais Por Gustavo Castagna En la comparación pierde y por mucho esta discreta adaptación de la novela corta de Henry James a cargo del novel cineasta francés Julian Landais. En comparación, cabe aclarar, con transposiciones cinematográficas más que intensas y valiosas del escritor: La habitación verdede Truffaut; Otra vuelta de tuerca de Jack Clayton, Los bostonianos(en cine, Amarás a un extraño) de James Ivory, por citar solo tres de más de un centenar de tensiones lógicas que aparecen cuando la palabra escrita se convierte en imagen. Ocurre que Los papeles de Asperntrasunta solemnidad y gravedad en alta dosis, remarcada por la acumulación de diálogos y textos registrados en cansinos planos y contraplanos donde la potencia de la imagen queda invalidada desde los primeros minutos. La historia del obsesivo Morton Vint (a cargo de un afectado en exceso Jonathan Rhys Meyers – un buen actor -), escarbando en el pasado de Jeffrey Aspern y su corta vida y husmeando en el pasado de la ya anciana Juliana y en el presente de su sobrina Tina, en manos de un director debutante, surge como teñida de una excesiva prolijidad formal, sin atisbo alguno de tomar riesgos estéticos, marcadamente acondicionada a un registro televisivo de décadas atrás. Acaso la presencia de Vanessa Redgrave, sentada en (“casi”) toda la película ofrece algún ápice de interés a una película excesivamente declamatoria. En ese punto, la imagen coquetea con un “cine de calidad” invadido por detalles escenográficas que, dentro de la medianía, aligera la acumulación de tanta verborragia más que explícita. Peores o de casi nulo interés son los flashbacks a los que apela la trama, ahora sí, revestidos por una pátina publicitaria de discutible calidad. En los créditos aparece el nombre del veteranísimo (91 años) James Ivory, acá como productor ejecutivo, un director emblemático de esta clase de cine adherido a la corrección y a la prolijidad formal. En efecto, me refiero al cineasta de Los europeos; Lo que quedadel día; Maurice; El Sr y la Sra. Bridge;La mansión Howard; la citada Amarás a un extraño, entre otros títulos). Volviendo a las comparaciones, cualquiera de ellas, aun las menos interesantes, vale más que estos desvaídos papeles de Aspern. LOS PAPELES DE ASPERN The Aspern Papers. Inglaterra / Alemania, 2018. Dirección: Julien Landais. Guión: Jean Pavans, J. Landais y Hannah Bhuiya sobre el texto de Henry James. Producción: Gabriel Bacher y James Ivory (productor ejecutivo). Música: Vincent Carlo. Fotografía: Philippe Guilbert. Montaje: Hansjörg Welsbrich. Dirección de arte: Federico Calò Carducci. Con: Jonathan Rhys Meyers, Vanessa Redgrave, Joely Richardson, Lois Robbins, Jon Kortajarena, Poppy Delevingne. Duración: 92 minutos.
La vuelta de tuerca que Henry James no imaginó El biógrafo Leon Edel pasó una buena parte de su carrera investigando y escribiendo acerca de la vida del gran escritor estadounidense Henry James. En algún momento de ese proceso debe haberse sentido como el protagonista innombrado de Los papeles de Aspern, una de las novelas breves más reconocidas del autor de Otra vuelta de tuerca: un crítico literario obsesionado con los detalles biográficos de su amado y fallecido poeta, un tal Jeffrey Aspern. Esta afectada, por momentos grotesca traslación cinematográfica del texto literario -publicado originalmente en 1888- toma además elementos de la puesta teatral de Jean Pavais, a su vez deudora de la versión de 1959, adaptada y producida por Michael Redgrave. Pero más allá de tratarse de un asunto de familia, Los papeles de Aspern, el debut como realizador del actor y modelo francés Julien Landais, no le hace los honores a nadie: ni a Papá Redgrave ni a su hija Vanessa ni a su nieta Joely Richardson (madre e hija, protagonistas femeninas de la película). Ni siquiera a los biógrafos obsesivos como Edel. Mucho menos, al propio James. Los temas centrales, como el incipiente culto a la celebridad, y el esqueleto narrativo del libro dicen presente: la vida privada de un personaje famoso y la confianza depositada en aquellos que lo conocieron y sobrevivieron son puestos a prueba cuando el biógrafo en cuestión (aquí llamado Morton Vint) se acerca a la pequeña mansión veneciana de Juliana Bordereau (Redgrave) y su sobrina Tina (Richardson) con la secreta intención de obtener una serie de cartas íntimas escritas de puño y letra por el extinto bardo, utilizando para ello toda clase de estratagemas y métodos de presión y seducción. Como Vint, Jonathan Rhys Meyers no podría estar peor: las morisquetas y aspavientos con los cuales acompaña cada uno de sus parlamentos parecen una parodia del estereotipo de “cine de época prestigioso”. Posiblemente no sea enteramente su culpa, ya que los personajes secundarios están a tono con ese irrisorio grado de intensidad. Confinadas a un espacio escénico más reducido, las dos actrices centrales tiran un ancla en las aguas de la respetabilidad actoral, pero no es suficiente para evitar que el barco siga a la deriva hasta las escenas finales. Y así avanza el relato, con una absoluta falta de imaginación para hacer de las locaciones reales del palacete algo más que un set “bonito”, las líneas de diálogos simples herramientas sin vida propia. Sin embargo, nada prepara al espectador para el ridículo de los flashbacks a los años mozos de Juliana y su relación con Aspern y otro joven poeta, cruza entre publicidad de artículo de lujo, videoclip con estética del Romanticismo y toques anacrónicos (¡esos reflejos en el cabello de Aspern!) y el más berreta erotismo softcore circa 1990. Mientras suben los títulos de cierre es imposible no imaginar qué hubiera ocurrido si el proyecto hubiese quedado completamente en manos de James Ivory, uno de los productores ejecutivos del film.
“Los Papeles de Aspern”, película dirigida por Julien Landais, es un drama que tiene como protagonista a Jonathan Rhys Meyers interpretando a Morton Vint, un editor en busca del estrellato. Él es fanático del poeta Jeffrey Aspern, de su historia y trabajo, y es por ello se le ocurre buscar unas cartas que le enviaba, en ese entonces, a su amante Juliana (Vanessa Redgrave). A partir de esta búsqueda, el joven emprende un viaje desde Estados Unidos a Venecia con mucha intriga y anhelo.
¿Se pueden obtener unas viejas cartas de amor guardadas celosamente como si fuese un tesoro? Esa es la misión que se impone Morton (Jonathan Rhys Meyers), un crítico literario interesado en demasía para hacerse del correo mantenido entre un gran poeta Jeffrey Aspern (Jon Kortajarena), que murió joven, y su novia. Esta realización dirigida por Julien Landais, producida sobre una novela de Henry James, comienza en 1822 como un flashback del "presente" narrado unos 60 años después. Ubicada en Venecia, la historia va y viene en el tiempo. Los pasajes del pasado aparecen de tanto en tanto para justificar y explicar muy lentamente qué sucedió en la pareja y el porque de guardar crípticamente el secreto. Cuando Morton, un elegante y sofisticado hombre, llega sorpresivamente a una mansión vieja y descuidada alejada de la ciudad, habitada por dos mujeres y una sirvienta, con el propósito de instalarse unos meses para arreglarles el jardín, la calma se alterará por completo. Su dueña es Juliana (Vanessa Redrave), la protagonista de la trunca historia de amor con el fallecido poeta. Ella guarda la correspondencia en un sitio que ni siquiera su sobrina Tina (Joely Richardson), madre e hija en la vida real, sabe dónde las esconde. El protagonista, obsesionado con encontrarlas, va a ir aplicando varias estrategias para conseguirlas. Cambio de identidad, amabilidad, presión, seducción, etc. Dentro de ese juego, cercano al gato y el ratón, transcurre el film. Tiene mucho de teatral la composición de cada situación. El vocabulario utilizado es bien de esa época, refinado, culto y literario. Pese a eso la compaginación de las escenas es dinámica, adaptándose necesariamente al ritmo cinematográfico. La ambientación, el vestuario, las locaciones y la fotografía son impecables, propia de una gran producción. No hay mucha música de fondo, sí voces en off que conviven con lo visual. Los personajes tienen su personalidad bien definida, que permiten una interacción fluida entre ellos. Porque lo importante aquí son los diálogos y las acciones. Por un lado, la contínua persuasión psicológica por parte de Morton, y por el otro la firme resistencia de las mujeres. En esta lucha de poderes quien pierda la paciencia saldrá derrotado y pagará un alto costo por eso.
Esta versión de la nouvelle de ese americano por nacimiento y europeo por elección que fue Henry James logra capturar el sentido básico de la historia. No es fácil adaptar un texto clásico a la pantalla. No sólo por el engolosinamiento en miriñaques que suelen mostrar muchos realizadores, sino porque si encima se trata de una obra maestra literaria, cualquier traslación perderá por comparación. Pero esta versión de la nouvelle de ese americano por nacimiento y europeo por elección que fue Henry James logra capturar el sentido básico de la historia: dónde reside la raíz del fracaso de la utopía americana. No porque se hable de política (la historia es la de un editor americano obsesionado con un poeta que falleció en Venecia y va en busca de las cartas que envió a una amante), sino porque el duelo entre una forma tradicional de vida y el pragmatismo del obsesionado narrador muestra las razones de la decadencia. En esta versión, un estilo teatral de actuar complementa y a veces responde irónicamente al bello decorado veneciano.
El film cuenta con los destacados personajes de: Morton Vint (Jonathan Rhys Meyers, “Match Point”), Tina (Joely Richardson, “El patriota”) y Juliana Bordereau (Vanessa Redgrave en una sublime interpretación que se transforma en una clase de actuación. Recordemos su trabajo en “Las estrellas de cine nunca mueren”), se encuentra muy bien representada la época con su ambientación, vestuario, dirección de arte y una serie de elementos técnicos. Algunas situaciones se explican a través de flashbacks, pero a lo largo de su desarrollo presenta problemas de adaptación, contiene escenas de sexo innecesarias y tanta voz en off de Jonathan Rhys-Meyers cansa, a esto se le suma un ritmo demasiado pausado y aunque su duración es corta se siente extensa.
Un joven editor, Morton Vint, obsesionado por un poeta al que admira, Jeffrey Aspern, se lanza a la aventura de conseguir sus cartas íntimas. Muerto trágicamente muy joven (1822), su amante es la heredera y, ya anciana, vive en un palazzo veneciano. Morton Vint, con otro nombre, se convierte en "pensionista de lujo""del lugar y trata de ganarse la amistad de la vieja señora y su sobrina, una madura y discreta señorita criada por Juliana, la que fuera amor del poeta. Versión de una novela corta de Henry James, notable autor de gran influencia en la novela moderna, "Los papeles de Aspern" es una atractiva aproximación a su personal universo. En su desarrollo se aprecian puntos alrededor de los cuales giró el mundo de James. La fascinación por lo europeo, el enfrentamiento entre el Viejo y el Nuevo Mundo, el culto a la personalidad y un conglomerado de sentimientos en sus personajes que van de la pasión a la ambigüedad y a la incertidumbre. TALENTO Y MODA Curiosa ópera prima en la que se mezcla a través de sus intérpretes el glamoroso mundo del modelaje con el del talento de ""pura sangre teatral"". Así se puede degustar un capolavoro de Vanesa Redgrave como Juliana, la amante de Aspern y dueña de sus secretos, sumado a otro estilo de actuación hecho de miradas y silencios de su hija, Joely Richardson ("Millenium"), en el papel de Tina, sobrina de la gran señora. Con ellas, el mundo de la moda, representado por Jonathan Rhys Meyers (modelo de Hugo Boss y actor de "Match point"), un Morton Vint errático y altisonante; Jon Cortajarena, la figura de Aspern joven, pero también de los desfiles de Tom Ford y Guess. A ellos se suman Poppy Delevingne, que compatibiliza esta señora Colonna con ser modelo de Vuitton, y las dos más jóvenes del grupo, Barbara Meier y Morgane Polanski (hija de Roman), como Emily y Valentina, hijas de la mentora de Morton Vint en la película y reinas de la pasarela de MayBelline y Miou Miou en la vida real. "Los papeles de Aspern" exhibe un cuidado pero acotado diseño de producción que se desarrolla mayormente en Venecia, amada por Henry James. Los exteriores (incluídas escenas de su célebre carnaval) remiten a filmes de James Ivory, uno de los productores de esta cinta. CREDITO ABIERTO En cuanto a las imposibles escenas eróticas de los flashbacks, con su anacronismo y evanescencia kitsch, remiten al pasado de Landais como director de videoclips y plataformas de moda, pero también a un estilo peleado con el buen gusto que exhibió un director ya olvidado, Justin Jaeckin ("Emmanuelle"). A pesar de ciertos excesos formales y elecciones erróneas en ciertos actores, esperamos una nueva producción del director y modelo Julien Landais para dar una opinión definitiva sobre su cine. Como Tom Ford ("Un hombre soltero", basada en el libro de Christopher Isherwood), otro representante de la moda, se trata de figuras exitosas que se atreven a desafíos tan especiales como llevar al cine singulares autores literarios, algunos sólo recordados por especialistas.
QUEMÁ ESAS CARTAS DE UNA VEZ Pocas veces puedo calificar, y con lo que me resisto a hacerlo, a una película con una sola palabra. En este caso no puedo menos que decir que Los papeles de Aspern me resultó insoportable desde sus primeros minutos. Puede que la clave para que esto suceda haya sido la exasperante sobreactuación de Jonathan Rhys Meyers, que por momentos parece un Derek Zoolander del siglo XIX. Pero no lo responsabilizo en absoluto, ni a él ni a la pobre Joely Richardson, que hace lo que puede con su estereotipado personaje, o a la sólida Vanesa Redgrave que no necesita más que un par de gestos para dotar de intensidad a la escena. La culpa la tiene el director debutante Julien Landais, que no dota a la historia del ritmo necesario como para que despegue y se transforme en el drama romántico que debió haber sido, o en el thriller erótico y transgresor en el que se pudo haber convertido. Lejos de eso, Los papeles de Aspern es un melodrama cuyo mayor enigma es el recurso menos interesante de la historia de los poetas muertos y por nacer. Todo comienza cuando Morton Vint (Meyer) visita a la dama de sociedad Juliana Bordereau (Redgrave) quien vive con su sobrina Tina (Richardson) y les pide alquilar parte de su mansión para escribir poesía y cultivar sus descuidados jardines. La dueña de casa acepta luego de pedir una buena suma de dinero, pero desconociendo el real motivo de Vint. El caballero quiere, en realidad, obtener las cartas del poeta fallecido Jeffrey Aspern, que presuntamente están en custodia de la que fuera su amante. Y a partir de allí todo será un escarceo entre Vint y Tina, la cual sucumbe lentamente a sus galanteos pero sin dejar de estar a la sombra de su dominante tía, que prefiere manejar todo desde las sombras y con el mayor recelo. El problema pasa porque los diálogos son tan rígidos, tan poco orgánicos, tan de obra de teatro de secundaria que pueden hasta resultar divertidos, aunque apenas alcance para una mueca. Y como las situaciones tampoco avanzan ni logran encausar el interés, que no rebasa la obsesión de Vint por obtener esas cartas, todo se hace pastoso y hasta excesivamente extenso a pesar de los 90 minutos que dura el largometraje. Henry James es uno de los escritores más influyentes de su generación, y gran inspirador de parte de la producción audiovisual desde que se inventara el cine. De hecho ya casi hay una docena de títulos que han sido llevados a la pantalla. Su Otra vuelta de tuerca ha sido adaptada y plagiada hasta el hartazgo con disímiles resultados, pero nunca pasando desapercibida. Claro que puede intuirse que Los papeles de Aspern no tienen ni por asomo el mismo grado de interés de la anterior, pero no sería justo adjudicarle a esta película el mal de la elección de su fuente de inspiración. En definitiva, sin ánimos de adelantar lo que le deparan a las cartas del pobre Aspern, solo me resta decir que el enigma prometido puede ser todo lo que se imaginen, menos interesante.
Basada en la novela de Henry James, Los papeles de Aspern es el largometraje debut del joven cineasta francés Julien Landais. No obstante, lo más atractivo de esta co-producción entre Inglaterra y Alemania gira en torno a su elenco, encabezado por la mítica actriz británica Vanessa Redgrave, el célebre actor irlandés Jonathan Rhys Meyers y completando la nada despreciable Joely Richardson. Ambientada a fines del siglo XIX, la historia de Los papeles de Aspern trata sobre el interés que tiene el joven editor Morton Vint (Rhys Meyers) sobre el poeta Jeffrey Aspern (de quien es admirador) y su corta y extraña vida, de la cual se sabe poco y nada. Para ello viaja a Venecia, con la intención de conocer más sobre el mismo, intentando establecer contacto y aproximarse a Juliana Bordereau (Redgrave), quien fuera su amante en aquellos años, y a su vez guarda cartas que el poeta le enviaba. Una vez allí para poder tener éxito en su cometido, se hace pasar por otro hombre, ocultando su verdadera identidad. Pese a demostrar los modales que la situación requiere y no tener inconvenientes en pagar el dinero que se le pida, nota que el carácter de la anciana no es el más amigable, percibiendo cierta desconfianza. No obstante, Morton verá la posibilidad de obtener información a partir de su sobrina Tina (Richardson), que se muestra más abierta a la hora de hablar sobre Aspern y otros temas generales, logrando progresivamente tener la confianza necesaria con la misma, y entablando una relación que puede serle útil para sus fines. Pese a tener una ambientación adecuada, y una temática de interés, Los papeles de Aspern pierde fuerza apenas unos minutos iniciados el filme, demostrando cierta lentitud y un eje en la trama poco claro, siendo por momentos una cinta insípida y que queda a mitad de camino en sus intenciones. Las actuaciones puede que sean correctas, pero tampoco le terminan de imprimir la fuerza necesaria a la historia, siendo la de su protagonista Jonathan Rhys Meyers la menos convincente de todas, y no es un dato menor, puesto a que el filme por momentos depende de su impronta. Puede que la forma en que Landais plantea Los papeles de Aspern sea un tanto añeja, dejando en claro que para esta clase de películas si se pasan por alto algunos detalles, la fórmula no funciona. Sobre el final se puede decir que hay un intento de remontar la historia, pero quizás sea demasiado tarde, o ni siquiera este sea del todo convincente, y quede el sabor a decepción. Poco recomendable.
Los papeles de Aspern es la ópera prima de Julien Landais, basada en la novela corta escrita por Henry James, y protagonizada por Jonathan Rhys Meyers, Vanessa Redgrave y Joely Richardson. Meyers interpreta a Morton Vint, un investigador literario y biógrafo que está obsesionado con el misterioso escritor Jeffrey Aspern. Él cree que en la antigua casa de los Bordereau podrá encontrar cartas o documentos que le ofrezcan mayor información de la vida de este hombre. Al principio, le escribe a la anciana Juliana Bordereau (Vanessa Redgrave) pero no obtiene respuesta. Entonces se hace pasar por huésped cambiando su nombre y engañando a Juliana y a su sobrina Miss Tina (Joely Richardson). Pero a medida que pasa el tiempo no logra avanzar en la obtención de información sobre Aspern o saber si las cartas realmente existen. La historia escrita por Henry James ha sido adaptada innumerables veces, tanto en el cine como en la televisión, pero, como en todo trabajo literario, las adaptaciones pueden sufrir algunos cambios y llevar al rechazo de aquellos conocedores del material original. Julien Landais hace el trabajo correcto y apoya el peso de su relato en las actuaciones de sus protagonistas. Redgrave con más de ochenta años suma la astucia en sus expresiones a un personaje que no aparece en todo el film pero que cuando lo hace deja sin palabras al mismo narrador Meyers. Los diálogos de Rhys Meyers se sienten un poco forzados, artificiales o de alguna manera teatralizados y, en ciertos momentos, fuera de lugar con el tono del film. La historia se enfoca en Morton, mientras cae aún más en esta espiral de fanatismo por lo desconocido, y en Tina que aprende de su tía y sale de su caparazón para descubrir el mundo. Hay dos mundos que chocan en la historia: el pasado como algo intangible y misterioso y el presente que se siente vacío a la vista del escritor. Finalmente, para ser un film de época no hay un gran trabajo en la ambientación o en los vestuarios y los mismos pasan desapercibidos.
Los restos del poeta Una adaptación de The Aspern Papers, de Henry James, refleja la vigente obsesión por acceder a los archivos de un artista como trofeo. Publicada en 1888, The Aspern Papers está considerada como la más refinada de las nouvellas de Henry James. La historia tiene dos fuentes. Por un lado, una vivencia del propio James, que en 1887 conoció a una condesa florentina poseedora de cartas de Lord Byron. Por el otro, una historia que llegó a sus oídos, acerca de un estudiante bostoniano que se insinuó a Claire Clairmont, media hermana de Mary Shelley y madre de la hija de Byron, con la esperanza de obtener cartas privadas de Byron y Percy Shelley. Para esta historia, James inventó a Jeffrey Aspern, un fallecido poeta norteamericano basado en las figuras de los dos grandes poetas ingleses, su amante norteamericana radicada en Venecia, Juliana Bordereau, su sobrina, Tina, y un joven editor (también norteamericano) que por todos los medios trata de obtener las cartas privadas de Aspern. Los papeles de Aspern fue numerosas veces llevada al teatro y a la televisión. Esta es la cuarta producción para la pantalla grande y, en apariencia, la más fidedigna. De todos modos, su director y coguionista, el debutante realizador francés Julien Landais, introdujo algunos cambios respecto al texto original. En primera instancia, el joven editor, que en la nouvella es la voz narradora y no tiene nombre, es aquí un escritor y periodista llamado Morton Vint (Jonathan Rhys Meyers), que se oculta bajo el pseudónimo Edward Sullivan. Luego, como en el texto de James, el peso dramático de la historia recae en la antigua amante, Juliana (Vanessa Redgrave), con frases casi directamente citadas y con flashbacks envueltos en un manto onírico que muestran a Aspern, Juliana y un tercer poeta involucrados en un ménage à trois. Otra movida interesante de Landais es el carácter levemente incestuoso del reparto y el universo jamesoniano. En 1959, el actor y dramaturgo inglés Michael Redgrave adaptó la pieza para una puesta en Londres, interpretando además al joven intruso. Mucho después, en 1984, otra adaptación incluyó a la hija de Redgrave, Vanessa, como Tina. Como si se cerrara un círculo, esta versión presenta a dos Redgrave, Vanessa como Juliana y su hija Joely Richardson como Tina. Finalmente, todas las tomas realizadas dentro de la mansión Bordereau tienen reminiscencias góticas, desde el estereotipo del horror Hammer hasta Entrevista con un vampiro, lo que trae a la mente el acercamiento más conocido de James a lo sobrenatural: The Turn of the Screw. Hasta aquí, el background de la historia. Esencialmente, Los papeles de Aspern compensa con peso psicológico lo que carece de acción. Jonathan Rhys Meyers, con glamour decadente, hace una buena interpretación de Morton Vint o el erudito intruso. Habrá una serie de estrategias para llegar a las cartas que celosamente guarda Juliana. Morton, camuflado como Edward, paga sumas astronómicas por las habitaciones de la mansión que alquila para el transcurso de su estancia veneciana. Cuando esa estrategia no rinde beneficios se ofrece como jardinero de la mansión, obedeciendo a la romántica idea inicial de James de “un jardín en medio del mar”. Morton cultiva flores que le obsequia a Tina, que a lo largo de todo el relato es el nexo con la reclusa Bordereau. Nace así la idea de un cortejo, que se volverá una obsesión, entre Morton y Tina. Pero mientras los sentimientos de esta última son reales, los de Vint son fingidos, puro artificio, como las escenas de una fiesta que es la versión glam de un carnaval veneciano. James Ivory está acreditado como coproductor, y muchas imágenes de la película rinden culto a su estilo suntuoso, a menudo carente de substancia. Las expresiones de Morton Vint muestran menos una exasperante ambición que una pose, tanto en las lujuriosas miradas de Rhy Meyers como en su denodado uso del cigarrillo. Su amiga y confesora, Mrs. Prest (Lois Robbins), aparece habitualmente con una galera y gafas oscuras, navegando por los canales en una góndola o rodeada de escandalosas amigas. Nada de esto se concilia con el espíritu y el estilo narrativo de Henry James, que trata sobre la ambigüedad y todo lo que pone en juego una desmedida ambición. Ciertamente, las fracturas psicológicas del narrador no son fácilmente trasladas a la pantalla, pero de eso debería tratarse la película si una adaptación está en juego. Con todos sus excesos, la película tiene varios puntos a favor. En primera instancia, la narración fluye, y aunque los pasajes filmados en exteriores parecen algo superfluos, aquellos rodados en la mansión resultan gratamente atmosféricos. Pero lo mejor son las actuaciones de Joely Richardson y Vanessa Redgrave. Ambas actrices denotan la expresión de una familia que creció con la representación de The Aspern Papers, y es en la expresión de Redgrave, primero oculta bajo un velo y luego mostrando sus crispados ojos azules, donde se revela el manifiesto de James contra la posesión de cualquier objeto personal de un artista como un trofeo. Eso, y la obsesión del coleccionista son las dos instancias que están en pugna. Una lucha que parece tan vigente hoy como en 1888, cuando se escribió la nouvella.