Una vida de película, una película sin vida Una biopic sobre Lula cuando éste todavía es presidente en ejercicio parecía de entrada una movida más oportunista que oportuna, pero las motivaciones políticas detrás de este proyecto (que también merecen su análisis) quedan esta vez minimizadas frente a la alarmante mediocridad artística del film. Si alguien la pensó como un tributo o, peor aún, como ayuda a la campaña electoral de su casi segura sucesora, Dilma Rousseff, cometió un error de grandes proporciones. Este panegírico sobre la figura de Lula (desde su infancia llena de carencias hasta que se convierte en el carismático líder de los metalúrgicos de San Pablo) es torpe, obvio, plagado de convencionalismos, de golpes bajos, de clisés, de los lugares más comunes y berretas del género de las películas biográficas pensadas para la glorificación unidimensional de la figura en cuestión. Cualquier telenovela de la red Globo -coproductora del largometraje- es más atractiva y osada que este engendro de interminables 128 minutos que jamás hace pie en lo político, lo documental, lo romántico, lo familiar ni lo melodramático. El film arranca, claro, a mediados de los años '40, cuando Inácio nace en el seno de una familia numerosa y de extrema pobreza con padre borracho y golpeador incluído. Su madre (la gran Glória Pires), en cambio, es poco menos que una santa y se convertirá en el gran ejemplo, sostén y fuente de inspiración en la carrera gremial y política de Lula (un poco convincente Rui Ricardo Diaz). De la aridez de Pernambuco a la hostilidad y sordidez de una megaurbe como Sao Paulo, la familia Da Silva sobrellevará todo tipo de contratiempos (muertes, golpes, inundaciones, trabajos miserables), mientras Lula irá creciendo en el seno de un sindicato de burócratas corruptos que se mantienen en el poder en connivencia con los militares de turno (todos personajes estereotipados en su crueldad y canalladas) y traicionando una y otra vez a los trabajadores. No tengo nada contra el cine popular -incluso con aquel que a veces peca de didáctico- pero aquí el director Fábio Barreto toma al espectador por estúpido. Explica absolutamente todo (incluso aquello que no hace falta) y hasta desperdicia el aporte de músicos de primera línea como Antônio Pinto y Jaques Morelenbaum. que ofrecen una banda sonora subrayada, a tono con el espíritu del relato. Que la producción es rica en escenas de masas, que técnicamente es solvente, poco importa. Lula, el hijo del Brasil es una película desagradable, que no le hace honor ni a la rica historia del lider político ni mucho menos a su lugar en el mundo. Demasiado poco cine para tanto estadista.
La película más cara en la historia del cine brasileño, confunde con su publicidad dando a pensar que veremos un documental sobre el actual presidente del Brasil, el hombre fuerte, el ex sindicalista, el político. Es reducido el tiempo que el film le dedica a esto, porque se trata de Lula, si, pero del hijo, el hermano, el estudiante, el trabajador, el marido, el sindicalista… y hasta ahí. Comenzando en la tropical Pernambuco, donde Doña Lindú da a luz a su séptimo hijo varón, sigue el relato reflejando lo importante que fue en la vida de Lula la imagen de su madre: fuerte y valiente, ante la pobreza y un marido alcohólico y ausente. Cansa un poco la estética tan cuidada, que si bien evidencia la pobreza de la zona, el esmero en la pulcritud y la simpleza da a pensar que podría tratarse de un unitario de TV: cosa que se pensó ya que debido a su éxito en Brasil, Globo proyectaría convertirla en una miniserie. Lula ( Rui Ricardo Diaz ) se recibe de técnico, luego comienza a trabajar de tornero, se casa con Lourdes, quien embarazada de nueve meses muere en un hospital publico junto con su hijo. Entre esta situación y el conocer a su actual esposa, Marisa Leticia, es que se involucra con la unión sindical: parece una casualidad por lo superficial que se toca el tema de la politica en su vida, hasta cuando desaparece el hermano en manos de los militares, es muy sencilla la escena en la que lo resuelve. Si bien se entiende y se logra la idea del film: reflejar la vida de Lula, el hombre de familia , su viaje, representando el viaje de muchos brasileros, no hay un equilibrio con su vida política, no armoniza con el Lula mandatario.
O mais grande do Mundo Pocas películas portan su fechaje en cada fotograma como lo hace Lula, el hijo de Brasil (Lula, O Filho do Brasil, 2009), film eminentemente coyuntural que recupera -y mistisifa y estiliza- los orígenes del actual mandatario carioca. Dirigida por el veterano Fábio Barreto y producida por la empresa argentina Costa Films, que ya incursionó en el país vecino con Tropa de Elite (2007), Lula, el hijo de Brasil recapitula vida y obra del líder del Partido de los Trabajadores (Rui Ricardo Diaz) desde sus orígenes humildes en la pobrísima Caetés hasta su esplendor sindicalista, en 1980, cuando la banda presidencial era apenas un sueño. Resulta imposible ahondar en valoraciones y analisis cinematográficos sin una breve contextualización político-ecónomica, más aún cuando es esa cuyuntura la piedra basal sobre la que se erige este film. Los mismos analistas internacionales que hoy se rasgan las vestiduras tratando de comprender el crecimiento astronómico de Brasil, dificilmente apostaban que un presidente otrora sindicalista, cuyas paredes no saben de títulos internacionales, educado en la escuela de la calle, convertiría a la economía de este país en la séptima más importante del mundo y la segunda en crecimiento detrás del cuco rojo que es China. Menos aún que ocho años después de su asunción en 2002, treinta millones de brasileños –un doce por ciento de la población- integren una flamante clase media, abandonando la pobreza extrema de las fabelas. Su sucesor, a elegirse el próximo 3 de octubre, tendrá la dificil tarea de continuar una gestión poseedora de un beneplácito que excede clases sociales y colores políticos: en un hecho inédito en latinoamérica, y quizás en el mundo, Lula da Silva dejará el Palacio del Planalto con una imagen positiva superior al 85 por ciento. Ahora sí, cine. Más allá de los 10 millones de dólares que demandó su producción, la más cara de la historia brasileña, Lula, el hijo de Brasil queda chica ante una vida cinematográfica (chico pobre con padre borracho y golpeador + viaje de trece días a la gran ciudad + pérdida de esposa e hijos + obrero tan honesto como carismático). De allí que tampoco se decida a ladearse hacia una determinada faceta del protagonista: no es un retrato “humanista” pero tampoco hurga y delinea los contornos que los llevaron a la cima del poder público; deja de lado el análisis de las relaciones familiares (el vinculo con su madre, inspiradora máxima de sus actos, merece un tratamiento mejor) pero no mete la nariz en la podredumbre de la burocracia sindical. Es de todo un poco, un salpicado de conceptos y facetas que nunca terminan de cuajar. De estética televisiva –la red O’Globo piensa adaptarla en formato de miniserie-, guión calculado y poco predipuesto a aventurarse en los terrenos de la sorpresa y la originalidad, Lula, el hijo de Brasil tiene una factura demasiado precaría para la figura que entroniza. Aquí todo es convencial y estilizado. Como esas biopics lacrimógenas del recordado Hallmark.
Errores del amor ciego Es antes propaganda política que una buena película. A veces, cuando se pretende homenajear a una figura, el resultado, en lugar de vanagloriarla, la destiñe. Es lo que sucede en Lula, el hijo del Brasil , rodada y estrenada en pleno auge de popularidad del líder brasileño, y cuyos déficits son superiores a algunas cuestiones propias de una megaproducción como ésta. La película es un panegírico sobre Luis Inacio Lula da Silva, desde su nacimiento hasta que alcanza la primera magistratura del país vecino. Son cinco décadas también de historia brasileña, contada a grandes pinceladas con todos los clisés, y tratando de pivotear en distintos aspectos de la vida y trayectoria del líder metalúrgico. Se pasa por el abandono y el posterior maltrato del padre de Lula hacia él, su madre y sus numerosos hermanos (el propio Lula dijo, ante el estreno en Brasil, no recordar que su progenitor fuera tan violento), el viaje a San Pablo, su primer amor, las penurias económicas, inundaciones, el nacimiento de su hijo muerto y el deceso de su primera esposa, su casamiento, la relación con su madre, los compañeros del sindicato y el rápido ascenso político. Es claro el deseo de Fábio Barreto, el director, por ensalzar a su protagonista, desde lo enérgico que lo pinta para comandar las masas hasta lo “canchero” que resulta al seducir a la que será su segunda esposa. La escena en la que Lula se saca de encima a un pretendiente de ella, es elocuente. Lo que no se ve es su ambición por presidir Brasil: sólo al final, con sobreimpresos, se cuenta que falló en tres intentos por ser electo. “Necesito tener ocupada mi cabeza” es todo lo que se le escucha decir, antes de postularse como primer secretario de su sindicato, luego de las muertes de su esposa e hijo. Están las huelgas, el golpe de Estado, la fuerte presencia de su madre, su devoción por el Corinthians, la cárcel y el acceso a la presidencia, todo enmarcado en una biopic partidista. Rui Ricardo Diaz no está mal interpretando a Lula, pero no logra levantar el entusiasmo en los 127 minutos que dura esta coproducción argentina brasileña (Costa Films, por nuestro país). Cuestión al margen, el filme se estrenó en Brasil este año, en el que se está a punto de elegir nuevo presidente tras dos mandatos de Lula. Vista como propaganda política, se entiende. Pero si no...
Retrato sin matices del presidente de Brasil Más cerca del manual de historia que del cine La increíble historia de vida de Lula Da Silva se merecía una película mejor, más interesante y profunda que Lula, el hijo de Brasil . Desde el humilde comienzo en el estado de Pernambuco hasta llegar a la dirigencia del sindicato de obreros metalúrgicos, cada episodio de la vida del presidente de Brasil es mostrado como si se tratara de un manual de historia escrito por su biógrafo oficial. El relato comienza en una choza dónde nace Luiz Inacio, séptimo hijo de padres campesinos y analfabetos que más tarde mudan a toda su prole a Santos, en San Pablo. Allí, el espíritu luchador de la madre, doña Lindu, interpretada con maestría por Glória Pires, contrasta con la violencia y el alcoholismo del padre, un villano sin matices que persigue a sus hijos a golpes cuando descubre que van a la escuela. De los humildes comienzos a la adultez con empleo y título de técnico tornero, según la película Lula va por la vida tranquilo a pesar de ser víctima del desempleo y un accidente de trabajo que mutila su mano. Así, aunque el film intenta mostrar al político bajo la luz más favorable, de hecho, el guión lo representa apático y poco interesado en la realidad de su país. Algo que cambiará cuando su primera esposa y su primogénito fallezcan y él comience a dedicarle todos sus esfuerzos al sindicato para evitar pensar en su tragedia. Al actor debutante en cine Rui Ricardo Diaz le tocó la complicada tarea de interpretar al actual presidente de su país además de una figura de peso para la política internacional y el imaginario de toda una región. A pesar del desafío, Díaz logra un retrato creíble hasta donde el limitado y superficial guión y la poco inspirada tarea del director Fábio Barreto se lo permiten. Más allá de la razonable dificultad de reproducir en un largometraje la vida de una persona pública en la plenitud, los realizadores de Lula , apenasaprovechan las posibilidades cinematográficas que esa vida les provee. Cuando lo hacen, como en la escena en la que Lula habla sin micrófono ante una multitud que repite sus palabras para que lo escuchen a la distancia, se puede vislumbrar la película que podría haber sido y no es.
Un monumento en vida para Luiz Inácio Da Silva Siempre resulta incómodo levantar estatuas en vida, al menos verlo desde afuera: no es que el agasajado tal vez no las merezca, sino que se corre el riesgo de que la falta de perspectiva que da la contemporaneidad incluya la posibilidad de dar un paso en falso y se termine haciendo una pirueta ridícula en lugar de concretar un reconocimiento. La película Lula, el hijo del Brasil no llega a ese extremo en donde el homenaje se convierte en otra cosa más cercana a las lamidas y las chupadas, pero tampoco alcanza a hacerle justicia a la que se supone es la verdadera historia –¿Cómo se define qué es la verdadera historia? ¿Quién decide cuál es?– del presidente brasileño Luiz Inácio Da Silva. Lula, para los amigos. Eso sucede fundamentalmente por aquella falta de perspectiva; porque de tan conocida la historia, el relato cinematográfico se vuelve menor de manera inevitable. Así, transcurridos los 128 minutos de película, queda la sensación de que en algún vericueto de la trama se aligera ese elemento místico que hace de la vida de Lula una poderosa épica moderna. La película comienza justo en los momentos previos al nacimiento del protagonista y termina antes de su primera postulación a la presidencia de su país. Es decir, los que se supone son los acontecimientos menos difundidos de la vida de Lula. La primera parte, la que narra su infancia, resulta una compilación de los problemas a los que la miseria extrema expone a los pobres de cualquier nación de América latina. Violencia doméstica. alcoholismo, abandono, hambre, exceso de progenie, trabajo infantil, y siguen las firmas. En ese caldo se coció la personalidad del pequeño Luiz Inácio y la película cumple en hacer ese retrato del modo más realista posible. De hecho, la golpiza que el pequeño Lula recibe de Aristide, su padre, claramente ameritaría la inclusión al final de los títulos de cierre de una variante de la clásica leyenda que avisa que “ningún animal resultó herido durante el rodaje de esta película”; que en este caso haría referencia a los niños actores. Lula, el hijo del Brasil se permite jugar con estereotipos cinematográficos a medida que la narración avanza. De ese modo aparecerá el recuerdo de Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore, durante la escena en que un adolescente Lula y su hermano Ziza deben compartir un saco, para poder entrar al cine a maravillarse con las imágenes de viejas películas. O Love Story, cuando sobrevenga el drama romántico; o Romero, de John Duigan y varias de Costa Gavras, cuando el asunto se vuelva definitivamente político. Recorriendo la vida familiar del hombre que torció el rumbo político de un país –y ayudó a hacer lo mismo con una región completa–, Lula, el hijo del Brasil repasa su vida sentimental, la relación con su madre, sus tragedias personales, pero también su ascendente carrera como líder del sindicato de metalúrgicos. Sobrecargada de música sutilmente intencionada, con un correcto manejo narrativo y una cuidada puesta, que incluye un buen trabajo de todo el reparto, la película de Lula es, sin dudas, otro exponente exitoso del género histórico que tantas satisfacciones dio a la televisión brasileña en el formato de telenovela diaria. Como en esos casos, la producción, el diseño y el arte son impecables en lo que atañe a la reconstrucción de época. A partir de esa relación podría decirse, sin temor a caer en un comentario burdo, que la película presenta la vida del actual presidente como un novelón histórico, comprimido en dos horas de metraje. Más allá de estas observaciones, Lula, el hijo del Brasil redondea un trabajo correcto. Y aun incompleto y falto de perspectiva, un válido monumento en vida para Lula, el hombre.
De la miseria a las miserias del poder El estreno de Lula, el hijo de Brasil, del cineasta Fabio Barreto suscitó en su país de origen tantas expectativas de taquilla como enojos por parte de los políticos opositores y una tibia recepción en las esferas sindicalistas y en aquellos que compartieron con el actual presidente la lucha obrera desde las filas del Partido de los Trabajadores, que tras cuatro intentos en las elecciones presidenciales logró ubicarlo en la máxima posición, con un Gobierno que en el mes de octubre deberá entregar -con dos mandatos consecutivos- a su sucesora Dilma Rousseff, su actual jefa de gabinete, favorita en todas las encuestas. Es cierto que la aparición de numerosas empresas patrocinadoras del film (muchas de ellas cerraron grandes contratos con el gobierno de Lula) desde los créditos iniciales hasta el tono épico que atraviesa la trama podría despertar sospechas sobre las intenciones finales de concebir justo en estos tiempos un film sobre la vida de un presidente vivo y en ejercicio. Ni los norteamericanos se atrevieron a hacerlo con Obama todavía, así que podría decirse que la apuesta del cine industrial brasileño con esta mega producción más cara de la historia de su cine (no se ponen de acuerdo si costó 8, 10 o 12 millones de dólares) es un hecho de relevancia más allá de las polémicas políticas de la coyuntura que en todo caso entraría en el terreno extra cinematográfico. Así como el hecho que luego de estrenarse en enero en Brasil, su director casi pierde la vida en un accidente automovilístico. Ahora bien, el resultado de taquilla en el país carioca estuvo muy por debajo de lo esperado, quizá justamente por la proximidad entre la película y la actividad cotidiana de un presidente que conserva altos niveles de imagen positiva en la mayoría de los sectores populares. Si bien es cierto que el film de Fabio Barreto abarca desde la infancia de Luis Inacio Lula da Silva hasta sus primeras incursiones en el campo de la política desde su actividad sindical en el gremio de la metalurgia, la figura de mayor peso en este relato no es otra que la de su madre Lindú (Glória Pires), a quien el propio Lula le dedicó su triunfo electoral (cabe aclarar que ella falleció estando él en la carcel en la época de la dictadura) cuando se alzó con la presidencia de Brasil ya en plena democracia. Gracias a ella pudo salir, junto con sus hermanos, de la miseria del nordeste a la riqueza de Sao Pablo en busca de trabajo y un techo digno. Ese derrotero de oficios, (fue lustrabotas, vendedor de helados, entre otras cosas) adversidades (viudo a temprana edad con la pérdida también de un hijo) y una obsesiva voluntad y auto superación definen la personalidad del joven Lula en su carácter de líder carismático y sensible, cualidad que lo llevó a lo más alto del poder político. Todos estos rasgos aparecen exaltados en la película que se estructura en base a un orden cronológico prolijo y sin sobresaltos, con una ajustada dirección y escaso material de archivo que Barreto inserta inteligentemente sobre todo en la etapa de la lucha sindical donde puede palparse, desde el guión coescrito por Fernando Bonassi, Denise Paraná y Daniel Tendler, la oratoria justa y clara del joven Lula, capaz de convencer a miles de obreros de parar las actividades en tanto y en cuanto sus condiciones de trabajo no mejoraran en la que es sin duda la secuencia más lograda del film. No obstante, puede sostenerse como argumento crítico que el personaje interpretado con solvencia por el inexperto Rui Ricardo Díaz no presenta contradicciones ni flaquezas y es evidente que está muy lavado como suele ocurrir en toda biopic. Lula hijo de Brasil no es un film al que pueda rescatársele un valor cinematográfico pero tampoco da la sensación que sea un artificio propagandístico de dos horas con visos de campaña electoral porque el retrato humano y conmovedor de un hombre común está presente. El retrato de un hombre que enfrentó la miseria aspirando a un futuro mejor, a fuerza de trabajo y con la inclaudicable lucha por los derechos de los que menos tienen, no es un acto de demagogia sino de humanismo pese a quien le pese. Podría decirse entonces que cinematográficamente el film habla también de la miseria, esa que el presidente intentó aniquilar con planes de gobierno y gestiones que apuntaron a reducir el hambre a cero y permitió así a millones ascender en la pirámide social pero también por reflejo expone extra cinematográficamente otra miseria: la miseria del poder.
En 2010, año electoral en el Brasil, se estrena esta realización cinematográfica basada en el libro “Lula, el hijo del Brasil” escrito por la periodista e historiadora Denise Paraná, que tomó como elementos de construcción literaria la investigación y las entrevistas que ella misma efectuó para elaborar su tesis doctoral en Historia en la Universidad de San Pablo, en la que tomó como eje de su trabajo la figura del actual presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. La autora refiere que al revisar sus notas y grabaciones se encontró con que, más que para una tesis o una novela había material para un guión cinematográfico en la vida del mandatario brasileño, ya que los sucesos de su vida coinciden y tienen directa relación con etapas de la vida social del Brasil, por ejemplo la muerte por mala praxis de su primera esposa en la época que en el país el índice de mortandad en parto era uno de los más altos del mundo, el alcoholismo de su padre ocurre cuando las tabulaciones de esa adicción fueran altísimas en el nordeste, y algo que llamó la atención de la escritora fue el cambio de residencia de la familia da Silva lo efectuó cuando históricamente se marcaron las mayores migraciones internas en el territorio brasileño. Así fue que junto al realizador Fabio Barreto, además de otros seis guionistas, escribió finalmente el guión al que titularon igual que la novela. La historia que se ve en pantalla es la vida del ya mencionado Presidente Lula (sobrenombre que el político agregó legalmente a su apellido) desde su nacimiento hasta el año en que muere su madre, motor de su energía combativa y es arrestado por sus actividades como líder gremial. La obra cinematográfica tuvo un costo que primeramente se calculó en cinco millones de dólares, luego se dijo que serían siete y a la hora del estreno sudamericano se afirma que fueron en realidad diez millones aportados por empresas privadas, lo que ha provocado reacciones de la oposición. Todo ese dinero se empleó en hacer una grandiosa producción con buenas locaciones y vestuarios y el manejo de una cantidad considerable de extras en escenas de movilizaciones partidarias y gremiales. Barreto utiliza en la edición una acertada corrección de color que remarca el clima emotivo de las escenas. Para interpretar al mandatario el actor Rui Ricardo Dias fue la opción luego del sucesivo rechazo de otros dos actores por diversos motivos. Dias compone a un político resuelto y enérgico con profusión de gestos adustos algo, esto último, que en la actualidad no se ve en el personaje que interpreta ya que en fotografías oficiales y noticieros se lo muestra siempre con una sonrisa con cierto aire de picardía. Gloria Pires, estrella consagrada de la televisión y actriz casi fetiche de Barreto, saca provecho de su rol de la madre del protagonista aunque lucha todo el tiempo con una gesticulación que acentúe un envejecimiento que el maquillaje no le otorga en su justa medida. Quien se luce y destaca en el plano actoral es el actor Milhem Cortaz como el padre de Lula. El actor construye a un hombre analfabeto, tosco, que con simplicidad biológica tiene dos familias pararelas. Las posiciones corporales que emplea Cortaz para componer su personaje marcan escena a escena la declinación de su personalidad ya vencida por el alcohol. Nos encontramos ante una biopic de un notorio personaje contemporáneo que se ve casi a diario en las noticias. Llama la atención, si nos atenemos a lo que se ve en pantalla en esta trama histórica, que quien gobierna el país más grande territorialmente de Sudamérica nunca haya emprendido nada que le saliera mal. Salvo la privación de su libertad por su actividad gremial en el sindicato de metalúrgicos en épocas de férreas y prolongadas dictaduras.
Mito en envase de telenovela Cuesta ceñirse estrictamente al campo cinematográfico cuando hablamos de esta película, especialmente porque su lectura esta sumergida en una coyuntura que hace que la sola película se transforme en un hecho digno de ser interpretado. El mandato de Lula está finalizando y la figura del carismático político brasileño se ha ido agigantando en función de un apoyo popular que aún se sostiene en los altos porcentajes de su imagen positiva, el apoyo explicito desde sectores académicos y políticos, el hecho de que esta película se haya convertido en un éxito inmediato en la taquilla del país vecino y que haya sido la candidata a representar a Brasil en el Oscar, además de los relevamientos de publicaciones prestigiosas como Time, Newsweek, Foreign Affaires, Le Monde o Financial Times sobre su figura ¿Populismo posmoderno?, ¿Centro izquierda?, ¿Progresismo latinoamericano?, ¿Centro derecha?; mientras surgen más preguntas o se tiene cada vez más seguridad sobre las respuestas respecto a la naturaleza ideológica del gobierno de Lula, surge este film que no es más que una serie de segmentos melodramáticos que en su fragmentación pretenden ilustrar la vida del mandatario. Con una carga televisiva y muy poco riesgo audiovisual, uno puede estar seguro de algo: al menos, la película dista de profundizar sobre su figura y se transforma en una telenovela de mala calidad, que cuanta con altibajos constantes hasta su mal resuelto final. Pero veamos: Lula, el hijo de Brasil no es necesariamente una mala película. Es un retrato romántico sobre una figura a la que se pretende mitificar desde la peor estrategia para lograrlo, es decir, vaciándola de significado y elevando iconos que fuerzan sentencias que pretenden reconstruir la imagen política de Lula. El film reniega de cargas intelectuales y prefiere seguir el camino para generar un arquetipo, poniéndolo sobre el carril de una historia tradicional que repite construcciones míticas cercanas a la religión o las leyendas. Por eso sugiero que olviden cualquier rigor político sobre su figura, no lo van a encontrar aquí. Entonces podemos ver cómo está contada esta historia que, no obstante, tiene su cuota de realidad en segmentos cuidadosamente elegidos de la vida de Lula. Detrás de esta visión no están solo los directores Fábio Barreto y Marcelo Santiago, sino también los guionistas y, particularmente, la autora del libro original, Denise Paraná. Tenemos entonces la vida de un chico que ha sabido superar la condición social merced a su madre (reserva moral de la película) y a su esfuerzo por sobrevivir, la buena convivencia con sus hermanos y a su condición innata para superar obstáculos que se plantean desde su figura paternal hasta la pobreza, pasando por los prejuicios sociales a los que tendrá que enfrentarse. Un hijo ejemplar, un líder nato, un amante apasionado, un buen hermano y un luchador de la clase trabajadora que asciende gradualmente hasta transformarse en un sindicalista ejemplar. Esa es la historia. Ustedes saben en que confiar y desconfiar como espectadores, ustedes saben que pueden corroborar cada dato a través de una cantidad prácticamente infinita de fuentes en Internet y ustedes saben que si una película se llama Lula, el hijo de Brasil, hay un determinado perfil que se alejará de cualquier objetividad. El problema es que el resultado transpira kitsch por todos sus poros, andar por el film de Barreto y Santiago es como caminar a través de un pasillo uniforme y perfumado sin grietas ni relieves, donde se adivina lo que habrá detrás de cada puerta sin que los directores nos lo muestren. Por supuesto, toda esta prolijidad se desploma en un guión naif del cual solo se pueden rescatar ciertos segmentos de su introducción, que en la dinámica de Lula con sus hermanos encuentra pasajes del neorrealismo. Pero luego, sus romances y la visión política van desgastando con su superficialidad a un relato que se extiende por más de dos horas que se tornan innecesarias y donde, para colmo, no se atan cabos sino que se levantan preguntas. No solo sobre la figura en cuestión sino sobre el contexto político de Brasil que se construye en el relato: es allí donde también se desea que el pasillo perfumado adquiera un matiz más real para leerlo en el contexto del Brasil actual. Para acercarse más a la figura política de Lula sugiero que vean el informe de “Visión 7 Internacional” emitido la semana pasada. Lo de esta película es sólo una novela irregular de final previsible.
Filme muy menor, falto de peso cinematográfico. Estamos ante una película incómoda. Incómoda porque estando Luis Inacio Da Silva en pleno poder de su Gobierno y de cara a una próxima contienda electoral en su país, uno no sabe cómo tomar a esta producción de Fábio Barreto y Marcelo Santiago: si como una chupada de medias algo desmedida en sus resonancias épicas o como una endeble construcción del ciudadano político en el que la realidad marca que se convirtió Lula. Si alejamos la mirada del contexto, Lula, el hijo de Brasil es un correcto melodrama con un registro cercano al de las novelas de la televisión brasileña, pero que cuando uno intenta hacer un paralelo con la historia oficial pierde por goleada. Tal vez para apagar las posibles acusaciones que podrían caer sobre el film –siguiendo un programa similar al de Walter Salles con El Che en Diarios de motocicleta- lo que se cuenta va del Lula niño al Lula metalúrgico: sus presidencias quedan en un fuera de campo del que nos anotician un par de sobreimpresos en el final. Así, se podría decir que Barreto y Santiago evitan hacer un comentario sobre la presidencia de Da Silva y se dedican a construir una idea -o un intento de- del Lula ciudadano y de cómo esa persona que nació en la pobreza más grande, fue maltratada por su padre y luchó contras las injusticias, se convirtió en un carismático líder sindical con proyección. Y, principalmente, quieren dejar sentado cómo el vínculo con su madre (una notable Glória Pires) de alguna manera lo formó y lo motivó. Lula, el hijo de Brasil se muerde la cola por sus propias ambiciones. Podríamos tomarlo como un mero melodrama, y ahí aceptar la relación de Dona Lindu con Lula (Rui Ricardo Díaz) como una bella recreación del vínculo materno-filial -tal vez demasiado bella-. Pero bien sabemos que esto es una recreación de otra cosa, y sería ingenuo pedirnos que no veamos esa otra cosa continuamente. Los directores no logran generar un verosímil cinematográfico completo como para que aceptemos eso que se nos cuenta desde el registro melodramático, ya que una y otra vez el peso de lo real (esas imágenes de archivo) nos dicen que tenemos que creer en esto, pero no desde el artificio. Difícil es, entonces, que no sintamos que nos están manipulando y construyendo personajes unidimensionales, sin manchas, excesivamente perfectos. Y por otro lado, el Lula político que aparece en el film es difícil de creer. O, al menos, difícil de creer es que esa persona se haya convertido en el líder que se convirtió. Si cuando recién comenzábamos a conocer la figura de Luis Inacio Da Silva de este lado de la frontera nos hacíamos la idea de un líder sindical enérgico, cercano a la izquierda combativa con su Partido de los Trabajadores, el tiempo nos ha demostrado un personaje más conciliador, volcado a lo que podríamos definir ligeramente como una centro izquierda moderada. Y ese Lula, el moderado y concesivo, es el que pinta la película, uno que se horroriza ante la sangre derramada y que se parece más al Gandhi de Ben Kingsley. Si todo esto ayuda o no a la popularidad de Lula Da Silva, no es materia de opinión para nosotros. La elección de este film por parte de Brasil para competir por el Oscar a Mejor Película Extranjera ha levantado polvareda en su país y ha puesto de relieve la falta de peso cinematográfico de Lula, el hijo de Brasil. El film de Barreto y Santiago es apenas un panfleto melodramático que intenta instalar no al Lula político, sino al Lula ciudadano; ese otro traje que deberá vestir dentro de unos meses cuando deje la presidencia de su país. En todo caso, sirve para que nosotros nos preguntemos si un producto como este sería posible en la Argentina y de ahí sacar alguna conclusión sobre cómo anda nuestra civilidad.
Héroe de la clase trabajadora y de Brasil Será redundante señalar el carácter oportunista, coyuntural, del film Lula, o Filho do Brasil. Pero, para justificar lo que se escribe, es ésta la valoración inmediata a la que la película obliga. Algunas palabras obvias, de aquí en más, entonces. Lula es un film que ficciona la historia de vida del actual presidente constitucional de Brasil, de mirada consecuentemente correcta. Lula es herramienta de política partidaria, las elecciones presidenciales inminentes en Brasil así lo corroboran. Lula es la imagen de Brasil hacia el mundo, primer mundo, su selección para competir por el próximo premio Oscar lo asevera. De todo ello, luego, la mirada de corrección política que agradará a públicos de latitudes distintas. A la manera de héroe dickensiano, Lula personaje afrontará las vicisitudes de la miseria, la familia pobre, el padre golpeador, y los golpes de la vida. No se trata en esta reseña de negar los hechos y las situaciones reales en la historia de vida de Luis Inacio Lula da Silva ?o de las simpatías o contradicciones que puedan compartirse respecto de su gestión política , sino de entenderlas dramáticamente, como parte de la película que Lula, o Filho do Brasil es. En este sentido, el personaje Lula se desarrolla de cara al espectador de una forma modélica. Modelo de una manera de entender el Brasil. Mirada explicativa, que traza su recorrido desde la periferia hacia la ciudad, desde el puesto de trabajo hacia el sindicato, desde allí a la presidencia. Con la madre como aura protectora infatigable, de palabras justas y guías. Lula -bajo la interpretación, por momentos mimética, de Rui Ricardo Díaz sabe cómo enfrentar con sentencias valientes a la mirada militar, y también cómo desmarcarse de la peligrosa identificación comunista. Ni la izquierda ni la derecha, sólo un trabajador. Porque, al fin y al cabo, es el patrón quien nos da el dinero a fin de mes. Palabra del film. Habrá que pensar esto, también, desde las figuras productoras que acompañan los creditos iniciales. Lula, o Filho do Brasil no cuenta con ninguna subvención estatal, sino con el apoyo -y dinero de un desfile interminable de empresas. Que la marca de la cerveza, entonces, se muestre ante cámara así como en cualquiera de los capítulos de las telenovelas de las tardes. Lula personaje es un dechado de virtudes y sinceridades. Las contradicciones son apenas escollos que lo ratifican en los aciertos posteriores. Lula es el niño de mirada pícara, lustrabotas y vendedor de naranjas, nunca mentiroso, de escucha atenta a la madre. Estudiante, trabajador, huelguista aplicado. Sindicalista ejemplar. Rasgos, muchos de ellos, seguramente veraces. Mientras que en el film son acordes a una narrativa de heroicidad populista, de equilibrio social sistémico, donde Lula funciona como el engranaje más aceitado, como lugar de equilibrio para tantas iniquidades. Como carta de apuesta segura. El film, así, se asume como herramienta de difusión y propaganda. Nada más.
Otra novela de las ocho. Imposible sustraer esta biografía fílmico-romántica de su contexto político. El presidente Luis Inácio da Silva será relevado por el ganador de la elección de hoy en Brasil y, como “Carancho”, fue elegida esta semana para competir por el Oscar al mejor filme extranjero. Calificada por la oposición a Lula como “propaganda disfrazada”, el filme es una crónica de los sucesos privados y públicos que marcaron la vida de este nordestino que inmigró con su familia a San Pablo, donde se convirtió en el líder del poderoso sindicato de los metalúrgicos del ABC paulista y del Partido de los Trabajadores (PT). Inclinada hacia la determinante figura de su madre (los brasileños piden Oscar para Gloria Pires), reflejo de la estética e ideología de la novela de las ocho, y decidida a elevar la figura del obrero que llegó a presidente, “Lula” peca de oficialista.
Lula en pantalla grande Casi con nombre de telenovela, “Lula, el hijo de Brasil”, recorre la infancia de Luis Inácio da Silva, sus humildes orígenes en Caetés, el conflicto con su figura paterna y su adolescencia, hasta su esplendor sindicalista, en 1980, cuando la banda presidencial era apenas un sueño. A pesar de todas estas condiciones de vida casi cinematográfica, esta película no logra ahondar en profundidad en aspectos esenciales de la configuración de este líder. La película cae de a ratos en los clichés de buen alumno, excelente esposo, el amor profundo y las escenas de gran romance, y rompiendo con los grandes dramas de su vida real, crea un ambiente pleno de telenovela televisiva, más que de súper producción cinematográfica. De hecho, “Lula, el hijo de Brasil”, es la película más cara en la historia de Brasil: costó más de 10 millones de dólares. Con presencias actorales realmente notables, tales como el debut de Rui Ricardo Dias en el papel de Lula y Glória Pires como la influyente madre, Lindu, este filme intenta hacer un recorrido casi romántico en la creación de la figura de líder. En conclusión, es casi imposible ver una película de estas magnitudes y no dejar de pensar en el líder político más importante que ha tenido Brasil en el último decenio, sobre todo dentro del contexto social y político que se vive actualmente en nuestro hermano país. Aquellos que deseen encontrar un gran fundamento político se verán decepcionados. Este filme nos plantea un “Lula” mítico, un líder con grandes valores y con una historia marcada por altibajos, creando la persona de Luis Inácio da Silva, más que el Presidente “Lula” da Silva.
Negocios (electorales) en el cine El viejo mito del “héroe positivo” sigue siendo un recurso muy utilizado, sobre todo para una biopic. En Brasil, este año de elecciones presidenciales -que ahora tiene que definirse en el ballotage- vio surgir a Lula, o filho do Brasil (Lula, el hijo de Brasil), financiada por casi una veintena de grandes empresas privadas… que tienen como un socio principal al Estado y al gobierno de Lula. Dirigida por Fábio Barreto -y basada en el libro homónimo de quien fuera asesora de comunicación de Lula, Denise Paraná, que salió en 1996, se reeditó en 2002 y se tradujo en 2003 para nuestro país por El Ateneo-, la película tiene la “impronta estética” de la coproducción de O Globo, semejándose más a una tradicional novela de amores y dramas que a un retrato histórico del ex tornero y sindicalista devenido presidente del gran país-continente hermano. En efecto, lo que tenemos en el film es una serie de secuencias impecablemente filmadas, con actores en general muy bien plantados (Rui Ricardo Diaz, Gloria Pires, Cleo Pires, Juliana Baroni, Milhem Cortaz, entre otros) que van, década tras década, viviendo el drama de sus vidas -de ahí tanto primer plano a los rostros-, casi sin implicancia con las duras políticas del régimen militar durante las dos horas que tiene Lula, o filho... Así el joven Luiz Inácio -nacido y viviendo en la miseria del nordeste- ya con pocos años defiende a su madre contra el padre alcohólico y golpeador; hace esfuerzos y estudia; conquista su primer amor y entra -tras conseguir su primer empleo en la populosa San Pablo-, al sindicato, lleno de burócratas a los que luego combatirá. Es una historia donde el protagonista no vacila, no tiene contradicciones ni fisuras, camino al luminoso final de la presidencia del país. Algunas imágenes de los noticieros, dispersas aquí y allá, aluden al gran ascenso obrero de fines de la década de 1970 en el ABC industrial, que resquebrajaría al régimen dictatorial y llevaría al nacimiento del PT (nunca mencionado). Allí Lula fue uno de los protagonistas, lo que queda retratado en la película en los pocos momentos donde discute de política en reuniones con sectores de la base del sindicato (incluso hay una escena previa donde huye “horririzado” de la violencia de una huelga que termina tirando de un puente a un empresario o capataz, dejando como imagen a un movimiento obrero violento y caótico, contra un Lula sensible, racional, no violento). En la escena de la asamblea sindical dice que el trabajador “no es de izquierda, y mucho menos de derecha”, y que la existencia de los patrones se debe a que, “a fin de cuentas, están para pagarnos el sueldo”, mostrando cómo desde el inicio de su carrera la política de Lula fue… que los trabajadores no hicieran política, y se limitaran a las demandas económicas. A fin de cuentas, el negocio del film es político: exaltar la figura de Lula (que mantuvo lo esencial del plan neoliberal del anterior presidente tucano Fernando Henrique Cardoso, aprovechó el boom de materias primas iniciado en 2003 y desplegó una gran política asistencial de masas), quien es el principal anfitrión de los actos del PT en pos de su candidata a la sucesión presidencial, Dilma Rousseff. Incluso en localidades sin cine se hicieron proyecciones públicas de Lula, o filho… en pantallas gigantes y móviles con ese objetivo. A lo que se suma la decisión de que sea la competidora por los premios Oscar representando al Brasil para la categoría de “mejor película de idioma no inglés”. Hecha esta inversión, les queda a las empresas ver si recuperan lo gastado. Distintas cifras dadas hablan de entre 8 y 12 millones de dólares, haciéndola una de las producciones más caras de la historia del cine brasileño. Sin embargo, debido a diversas razones (por ejemplo, se dice que el público prefiere ver al presidente “en vivo y en directo”, además de que se conoce bastante de su vida y orígenes humildes) no hubo un aluvión de público desde su estreno en Brasil el 1 de enero de 2010, aunque se logró superar el millón de espectadores. Pero el negocio (político) sigue, ya que O Globo piensa adaptar la historia para el formato de novela para la TV y, junto a la difusión en otros países (como el nuestro, donde participó el empresario Constantini -quien ya había estado en la facistoide Tropa de elite- con Costa Films como productor, se busca recuperar lo invertido, a la vez que se propaga la ideología de que “un pobre”, con perseverancia, “puede llegar” (¿adónde, para qué y para quiénes?). Lula, o filho do Brasil es un film completamente apologético y sesgado, interesado políticamente, a fin de retratar un personaje de origen humilde y proletario (buscando contribuir a mantener la alta popularidad del mandatario que en breve se va), que hoy está en la vereda de enfrente de los sectores obreros y populares, gobernando para el establishment financiero e industrial.
Un Lula da Silva para principiantes El progreso de Brasil en los últimos años –índices de crecimiento sostenido, 30 millones de personas que abandonaron la pobreza– desató en todo el mundo el interés por el proceso que llevó al país a convertirse en la séptima potencia mundial. Y naturalmente, esa fascinación se trasladó a Luiz Inácio Lula da Silva, el principal artífice del milagro. Claro, la vida del ex líder sindical que llegó a la presidencia del país vecino parece diseñada para el cine, en tanto presenta las características de una épica personal que se enlaza con el destino nacional de manera casi perfecta. Fábio Barreto entendió que el film debía cubrir cada una de las estaciones del martirio del brasileño más famoso –el “líder político más influyente del mundo”, según la revista Time–, de tal manera que la epopeya no dejara lugar a dudas. Así, buena parte de los 128 minutos del relato son ocupados para mostrar con un didactismo irritante la infancia miserable en Pernambuco, con un padre alcohólico y golpeador, el penoso traslado a San Paulo, las muertes, y recién ahí la posibilidad que tuvo Lula (a cargo de Rui Ricardo Diaz, que no logra insuflarle potencia al personaje) de convertirse en tornero, después la conciencia de clase, y el largo camino hasta la presidencia. No es que el actual presidente no haya pasado por lo que pasó, el problema de la película es cómo se presenta: un envoltorio caro pero pobre en la puesta, que trabaja sobre los códigos de la telenovela, un formato que los brasileños dominan a la perfección pero que, trasladado al cine, le quita toda la potencia de una vida que es realmente de película.
Concebida como un inusual homenaje a un presidente en ejercicio, Lula, El hijo de Brasil es una película asimismo inusual en su presupuesto, si de una cinematografía latinoamericana estamos hablando; más de diez millones de dólares que la han convertido en la más cara de la historia de ese país. Un costo alto pero bien amortizado, porque, estrenada a comienzos de este año en Brasil, ha convocado a más de un millón de espectadores. Una obra de un claro y simple carácter biográfico, que no pretende hacer historia en el género, pero que para los que desconocen la trayectoria de Luiz Inácio Lula da Silva –y para los que sí la conocen-, ofrece un sólido muestreo de una vida fascinante, salpicada de luchas, duros sinsabores y fenomenales logros. Entre las desdichas habrá que incluir la padecida por el propio realizador del film, Fábio Barreto, quien unos días antes del estreno sufrió un gravísimo accidente automovilístico del cual aún no se ha recuperado y que probablemente le impida volver a filmar. Barreto, hermano de Bruno, director de la memorable Doña Flor y sus dos maridos, ya había alcanzado una candidatura al Oscar a la Mejor Película Extranjera por O quatrilho, y aquí puso de manifiesto su oficio para narrar con estilo clásico una historia de vida que, más allá de algún idealismo e inevitables simplificaciones, resulta ejemplar. Desde su humilde nacimiento en el estado de Pernambuco hasta el entierro de su madre al que pudo concurrir aún estando en prisión, gran parte del recorrido de Lula está presente a lo largo de un metraje que aporta un par de momentos fuertemente emotivos, como el señalado del final. Un elenco eficiente con un intenso Rui Ricardo Diaz a la cabeza, conforman un adecuado marco para recrear la epopeya de un líder tan carismático como genuino.
El hijo pródigo Lo más sensato que servidor ha visto en mucho tiempo en materia de biopics. No hay ni propaganda, ni oficialismo, ni idealismos. Es más, hasta hay ambigüedad, y eso está bien. Al comenzar la cinta tenemos el desfile de algunas marcas que la patrocinan; éste es el ejemplo de esa ambigüedad que hablamos, ya que la mayoría de esas marcas apoyó el golpe de estado brasileño contra el que luchó el protagonista en la vida real. En todo el metraje no hay exhaltaciones dice qué patrióticas, así como tampoco hay momentos hollywoodenses en los que los que dirigen propuestas de este tipo de géneros suelen caer reventándose las narices contra el suelo. Allí está Lula, el ex-presidente de Brasil. Ese Brasil que lo ve con un 80% de imágen positiva. Ese Brasil que lo reeligió. Según Fábio Barreto y Marcelo Santiago, Lula es el hijo de Brasil. Un hombre que sorteó dificultades -como todos- pero que siempre se mantuvo fiel a sus pensamientos (comunistas, o no comunistas, industriales, o no industriales). No obstante, la figura protagonista de la historia no es Lula en sí, sino su madre, interpretada cálidamente por Glória Pires. Ahí se justifica tamaño título para el film: la vida del ex mandatario brasilero no tendría el efecto que tuvo, sin la convicción de servir a la patria como siempre lo hizo con su madre, imagen de resitencia, fortaleza, trabajo y honra. Pires se roba la pantalla por encima del novato Rui Ricardo Diaz. La película pasa bien, a pesar de su duración de 130 minutos (lo cual suena algo excesivo). El guión alude a algunos lugares comunes, pero eso no quita que la historia esté bien contada. Pasa sin mayores logros que el del lucimiento de los actores, y la escena del discurso en el estadio, por lejos la mejor. Lula: o filho do Brasil es un biopic de esos que se encuentran en la televisión un sábado a la tarde, y te enganchan hasta el final. No sólo porque la historia del hombre que esperó tres candidaturas para llegar al sillón presidencial sea cautivante, sino porque los directores la hacen amena. Recomendable, pero sin pretensiones.
El cine como instrumento Latinoamérica se encuentra viviendo los días más agitados del año, con acontecimientos que curiosamente fueron acompañados desde las pantallas cinematográficas de Córdoba con el estreno de dos filmes que abordan explícitamente el momento político de nuestra región. Dos películas muy diferentes entre sí pero que sirven para pensar cómo el cine, que es un arte político por excelencia, puede terminar absolutamente desvirtuado cuando se utiliza para fines extracinematográficos, aún cuando se persigan las mejores intenciones. Y acaso el problema común se encuentre en que tanto Al sur de la frontera, de Oliver Stone, como Lula: El hijo de Brasil, de Fábio Barreto, intentan cada una a su modo clausurar los sentidos, presentar una única lectura del mundo y hasta fundar un mito político, cuando la naturaleza esencial del cine es precisamente la opuesta: abrir nuevos horizontes, expandir los límites de nuestra percepción, plantear nuevas preguntas al espectador. Pero vale detener las comparaciones aquí, pues se trata de películas de dignidades distintas. Empecemos por la mejor. La misma tarde en que el mandatario de Ecuador, Rafael Correa, era secuestrado por un grupo policial -en una operación golpista grosera e impresentable (pero nunca reconocida como tal por los grandes medios ecuatorianos y norteamericanos)-, en el Cine Teatro Córdoba se estrenaba Al sur de la frontera, un filme que sirve al menos para constatar un panorama común en esta parte sur del mundo: la existencia de gobiernos populares que comparten algunas políticas y también algunos enemigos, y que son acosados por grupos de poder locales y extranjeros. Un síntoma de época ya conocido, que tendrá sus bemoles (no figuran, por caso, los gobiernos de Chile, Colombia y Uruguay), pero que vale la pena recorrer a través de la palabra de sus propios protagonistas, una propuesta a la que sin embargo Stone no logra sacarle todo el jugo. De naturaleza eminentemente periodística, al modo de los documentales de Michael Moore (homenajeado explícitamente en el filme), Al sur de la frontera termina siendo apenas un boceto sobre el momento histórico que vivimos, que incluso tal vez hable más de la forma en que los norteamericanos entienden la política que de nosotros mismos, aunque logra poner sobre el tapete algunas de las cuestiones centrales del momento. Confeccionado a partir de entrevistas a los mandatarios afines, comenzando por Hugo Chávez (se lleva la mayor parte del metraje), pero también Cristina y Néstor Kirchner, Rafael Correa y, en menor medida, Fernando Lugo, Lula Da Silva y Raúl Castro, el resultado es una panorámica a vuelo de pájaro sobre la región, una radiografía endeble y liviana que alcanza para puntualizar algunos ejes de la política latinoamericana: la relación con los grandes grupos mediáticos, los problemas con el capital concentrado y el FMI, y los intentos desestabilizadores de todos ellos. Amén de cierta visión idealista de Stone (cuyo pico máximo es el esbozo de una suerte de revolución pacífica del sur hacia el norte, a través de la inmigración), el director parece poco preocupado por profundizar los temas que aborda, e incluso desnuda una visión de la política como mero espectáculo (así, hace jugar al fútbol a Evo y andar en bicicleta a Chávez, poniéndolos en situaciones ridículas), repitiendo aquellos vicios que intenta criticar. Por eso, lo más interesante tal vez esté en el modo en que Stone se relaciona con su propio país, denunciando la complicidad de los medios de prensa con el gobierno de George Bush y sus operaciones en la región, y explicitando la ignorancia cultural de sus compatriotas, un síntoma que sin embargo es compartido por el director, al punto de que la película hoy termina sirviendo más para comprobar qué poco ha cambiado en el país del norte con la llegada de Obama al poder (la tesis justamente contraria a la que postula Stone). Por lo demás, los pecados de Lula: El hijo de Brasil son aún mayores, pues se trata de un filme meramente publicitario, un culebrón televisivo plagado de convencionalismos, golpes bajos y clichés que ni siquiera sirve como propaganda electoral, ya que está muy lejos de hacerle honor al estadista que lo justifica. Especie de biografía novelada, la película narra la vida de Lula desde su nacimiento y hasta su primera postulación presidencial, pero lo hace desde una concepción relacionada más con la publicidad que con el cine. Es más, se diría que el director hasta pretende adoptar una posición apolítica, un discurso centrista que busca agradar a todos pero que termina traicionando a la propia figura que retrata, cuyo peso histórico es demasiado para este novelón propio de la red O Globo. Por M.I.