Doloroso relato que impacta por sus crudos planteos sobre la violencia, connivencia entre los sectores de la sociedad política y fuerzas de seguridad, y la impunidad, y que tiene a la mujer en el centro, no sólo como eje de la violencia anteriormente mencionada, sino como una posible salida a la situación. Imágenes que lastiman y que exigen una toma de partida por parte de los espectadores no sólo durante el relato, sino, principalmente, fuera.
El cine más clásico y con intenciones de público masivo tiene como su mayor defecto la mediocridad. Es mejor apostar a la medianía que a una identidad clara que puede robarle demasiado público. Ese cine ha dado cientos de obras maestras y las seguirá dando. Ser mediocre no es obligatorio, simplemente está permitido si se cumple con la taquilla. El cine más moderno y sin tanta pretensión comercial, por otra parte, tiene como mayor enemigo hacer un cine atrapado en un circuito de festivales, subsidios, becas y todo un mundo de cómplices que premian y festejan a los imitadores de genios. Sí, el cine comercial tiene también sus cómplices, por supuesto. El problema es que cuando uno ve una película como Manto de gemas se imagina un marco teórico que justifica todo lo que aparece en pantalla, aunque en la práctica sea un film pedante, aburrido y finalmente arbitrario. Peor aún, es una película completamente mediocre, justamente a lo que esta clase de cine podría renunciar. La esperanza de poder escapar de los defectos del cine clásico para encontrar algo exquisito no se ve recompensada en lo más mínimo. La mediocridad no tiene que ver con la taquilla. Que una película sea buena o mala tampoco. Pero en el mundo del cine jugar a ser un genio sin serlo deja a los directores sin hacer buen cine y a los espectadores tolerando esta clase de títulos. Eso sí, si uno pertenece al Tercer mundo, siempre habrá premios y becas, porque la culpa de hacer cine en serio lleva a los países del primer mundo a respaldar a los pueblos pobres del planeta y así sentir que están haciendo un bien antropológico. Sí, tal vez sea demasiado para cargar sobre los hombros de Manto de gemas, porque a pesar de que roba a mano armada los recursos que hace sesenta años estaban agotados, igual busca seguramente con sinceridad, crear imágenes y situaciones personales con mucho cuidado estético. La directora de la película ha trabajado como montajista con Carlos Reygadas y Lisandro Alonso, es decir que ha pegado veinte planos por película, como máximo. Sí, es un chiste. Porque incluso Reygadas y Alonso ya han agotado su sorpresa como directores y han jugado con mucha astucia su carta de ser parte del jet set festivalero. Una vez que, talento mediante, se entra fuerte, se puede permanecer allí por siempre. Talento cinematográfico o político, claro está. Difícilmente estos directores vuelvan a sorprender a alguien, pero ya son parte de la gran familia. No se preocupen, hay gente que ha estudiado toda su vida para justificar cada plano de esta películas y tirar toda la biblioteca para explicar lo inexplicable. Fuera de los festivales este cine no existe y su supuesto contenido social es nulo, ya que no produce ningún tipo de interés en ese aspecto. Se podría decir que el conflicto de violencia en México que la película trata jamás se vuelve explícito, aun cuando dicha violencia subyace en muchos momentos, sepultada siempre en metáforas. Pero es verdad que el discurso no es explícito, ni claro, ni interesante, ni nada. Hay tomas muy lindas, aunque casi todas ellas duran más de lo que deberían. Genios del cine hay pocos y este no es el caso. Extrañamos a los verdaderos maestros cada vez que vemos cosas como Manto de gemas.
La ópera prima de la cineasta Natalia López Gallardo Manto de gemas es una producción conjunta entre México, Argentina y Estados Unidos, con elenco formado por Nailea Norvind, Antonia Olivares, Aida Roa, Juan Daniel Garcia Treviño y Sherlyn Zavala Diaz. La película que tuvo su debut en la Berlinale es, además, la ópera prima de Natalia López Gallardo, donde con guion de la propia directora, aborda cuestiones dolorosas e incómodas con realización de un buen planteo narrativo. La desolación del ámbito rural, un territorio desconocido y la violencia solapada que cada cierto tiempo y según las necesidades de captar el interés de los espectadores llega a los noticieros, son algunos de los temas que toca el film. El narcotráfico, una realidad que hoy vemos mucho más de cerca en nuestro país y hace años dejó de ser solamente material para series y películas respecto de realidades teóricamente lejanas, es otra de las patas narrativas en las que Manto de gemas se apoya. Las circunstancias de las mujeres protagonistas son fuertes y shockean al espectador, en tanto la realizadora eligió para mostrar su recorrido y las cuestiones de su vida y su dolor formas evidentemente cercanas al documental. Los distintos exteriores (en los que viven y se relacionan los personajes vinculados unos con otros de maneras que no son visibles a simple vista) son escenario de buena parte de los espacios de la película. En cuanto a los sonidos son también especialmente forma de los detalles que rodean a los diferentes protagonistas y sus acciones. La idea del relato coral funciona, de ese modo, perfectamente, y alude sin miedo a aquello que se esconde, eso de lo que no se debe hablar por miedo a las implicancias de su difusión. Manto de gemas es una película tan compleja como profunda, una buena construcción de realidades ocultas a vista de todo el mundo en sociedades que funcionan a medias.
El film, escrito por la misma realizadora, centra la historia en una desolada zona rural mexicana devastada por la corrupción policial, los secuestros exprés y el narcotráfico. La trama, se desarrolla a través de la mirada de tres mujeres: Isabel, María y Roberta, las cuales por distintos motivos, surgidos por el lamentable contexto, se ven impulsadas a verse envueltas en situaciones de peligro.
Aunque en ocasiones su trabajo remita a un descarnado documental, la realizadora Natalia López Gallardo, nacida en Bolivia y residente mexicana desde hace más de dos décadas, quiso correr a la vereda opuesta. Su ópera prima nace, de hecho, desde los silencios, desde lo que permanece fuera de foco, desde una imagen de un escenario inhóspito donde están sucediendo más cosas de lo que ese terreno vasto parece decirnos. Manto de gemas -que le valió a su directora el Premio del Jurado en la última edición del Festival de Cine de Berlín- es una película de denuncia, pero revestida por tramos de realismo mágico y secuencias impenetrables (por momentos, demasiado distantes) que desafían a observar aunque busquemos apartar la vista. Es por ello que una de sus tres protagonistas femeninas rompe la cuarta pared para clavar sus ojos en quien la contempla, con la mirada vidriosa por su incansable derrotero. El largometraje entrecruza la vida de tres mujeres, Isabel (Nailea Norvind), su empleada doméstica María (Antonia Olivares), y la comandante de la policía local (Aída Roa), quienes pelean, en una desoladora zona rural, contra el narcotráfico y la desaparición de mujeres. La directora, quien demostró ser una montajista extraordinaria en películas como Post Tenebras Lux de su marido, Carlos Reygadas, y en Jauja, de Lisandro Alonso, aquí ratifica la contundencia en la elección de postales contaminadas por el viento, la humedad y la violencia que se esconde lindera a un árbol a punto de ser talado o en una camioneta que se mueve impávida en medio del abandono.
En principio antes de comenzar, un llamado a la solidaridad. ¿Podrían subtitular las películas habladas en mejicano o chileno? Supongo que algo similar sucederá con las argentinas estrenadas allá. No es que se entienda nada, pero en varios pasajes, algunas partes de los diálogos suenan indescifrables. En este primer filme de Natalia Lopez Gallardo en función de directora, se siente la influencia de con quienes a colaborado, siendo la montajista de Carlos Reygadas y Amat Escalante, es evidente en esta exploración elíptica que ha pasado demasiado tiempo bajo la luz de esos otros, que apenas si oscurece, dicho de otro modo, podría presentarse como de Carlos Reygadas y nadie dudaría......
Manto de Gemas no cae en una miseria simpática, sino en una introspección sobre el trauma y la difícil historia de la vida de tres mujeres donde el mundo no está a su favor.
Elaborado con cuidado artesanal escena por escena, donde las imágenes a veces demuestran un distanciamiento buscado y otras dejan entrever la brutalidad en su verdadera dimensión, donde las conversaciones a veces no se hilvanan, pero permiten ser intuidas o imaginadas, como todo lo que ocurre de ominoso en sus fuera de campo hacen atractivo a este film pensado y elaborado cuidadosamente. El destino de tres mujeres en un territorio de salvajada endémica, el México rural que tan bien conoce su directora Natalia López Gallardo (vivió en ese ámbito una década y media) donde la droga, la corrupción y la violencia se muestran enraizadas, como parte de ese tejido social desmembrado, donde se naturaliza lo indecible. La vidas cercenadas, las desapariciones, la captación de jóvenes que no ven otra salida a su destino paupérrimo, y el miedo sujetando lo que las reglas morales no ciñen, y la noción del bien y del mal borroneados por la constante violación de mínimos derechos. Un gran collage de situaciones que terminan engarzadas, donde se ponen en evidencia las diferencias sociales, el poder del dinero, la clase acomodada, los que se despojaron de todo y se resignan. Una señora recién separada, la hija de la señora que le hace quehaceres domésticos, una mujer policía mezclan sus destinos encarnados por muy buenas actrices.
Un paseo por el infierno Si hay una diferencia notoria entre el film de la directora debutante y los de Carlos Reygadas y Amat Escalante, con los que tiene similitudes, es el protagonismo femenino excluyente que ostenta "Manto de gemas". El cine mexicano dio un gran salto de reconocimiento en el siglo XXI. Por un lado, con la consolidación del trío Cuarón-Del Toro-Iñárritu, todos ganadores de los premios Oscar más importantes. Por el otro, directores como Alonso Ruizpalacios, Amat Escalante y sobre todo Carlos Reygadas, entre otros, han logrado una presencia permanente en las competencias de los festivales más prestigiosos, como Cannes, Berlín o Venecia. Pero en esta lista hay una ausencia notoria: la de nombres femeninos. Es cierto que hay una nueva generación de cineastas mexicanas comenzando a llamar la atención, pero ninguna de ellas alcanzó los niveles de trascendencia ni los logros competitivos de sus colegas varones. Con el estreno de Manto de gemas, opera prima de Natalia López Gallardo, ganadora de un Oso de Plata en la última Berlinale, algo parece haberse modificado. Es cierto que López nació en Bolivia, pero su carrera dentro del cine es mexicana casi por completo, ya que en su rol previo como montajista ha trabajado en varios títulos de Reygadas y Escalante. Y también es muy mexicano el contenido de su primera película como directora. No solo eso: su propuesta estética, la elección del tema y el modo de abordarlo confirman la gran influencia que en especial estos dos directores han tenido en su forma de narrar y utilizar los recursos cinematográficos. La violencia como tópico; el cruce social y los roces que se producen entre una clase alta muy alta y una clase baja muy baja; la brecha étnica; el poder omnipresente del narco; cierta sordidez en el abordaje del relato; e incluso el aporte de sutiles elementos fantásticos para potenciar el registro naturalista, dan cuenta de su adscripción a ese linaje. Pero si hay una diferencia notoria entre este trabajo de López Gallardo y el de sus precursores es el protagonismo femenino excluyente que tienen sus personajes principales. Que son tres. Una mujer de familia burguesa que vuelve a ocupar una casona familiar en el campo, deshabitada desde hace tiempo, mientras asume las consecuencias emocionales de un divorcio reciente. Una mujer del servicio doméstico, que también trabaja para los narcos locales, cuya hija ha desaparecido hace ya un tiempo sin que la policía tenga ninguna pista de su paradero. Y la oficial de policía encargada de investigar el caso, quien también debe lidiar con un hijo adolescente que ha comenzado a mezclarse con los narcos. Todas ellas son, a su manera, mujeres duras que no dudan en hacerle frente a sus problemas y entre quienes se percibe cierta red de empatía. Esa representación femenina se extiende en una constelación de personajes secundarios que ocupan cada rincón del relato, desde hijas y madres, hasta jefas, vecinas, criminales y víctimas de la más variada índole. Por su lado, lo masculino está formalmente restringido a espacios laterales, aunque mantiene una fuerte incidencia sobre las decisiones que las protagonistas deberán tomar, llegando a forzar cambios en su accionar. Acá los hombres son una fuente de preocupación, un lastre emocional, una parte del problema antes que de la solución. Más una carga que una compañía. Incluso aquellos que ayudan no pueden evitar provocar daño. Como si se tratara de un paseo por el infierno, López Gallardo realiza el relato de manera fragmentada, intercambiando el foco de atención entre las tres protagonistas, haciendo que sus problemas también se entrecrucen en una compleja red en la que siempre terminan ocupando el lugar de víctimas. Entre esos fragmentos la directora intercala algunas secuencias pesadillescas que alteran la percepción realista de la historia. Si en el registro de la violencia Manto de gemas se acerca a películas como Los bastardos, de Escalante, en el uso de estos detalles casi fantásticos es imposible no reconocer al Reygadas de Post Tenebras Lux. En el medio, la voluntad expresa de impactar al espectador de forma directa, que se confirma en un plano final al que se puede considerar un exceso.
Ganadora del Premio del Jurado en el último Festival de Berlín, Manto de Gemas es el primer largometraje de la boliviana radicada en México Natalia López Gallardo, quien fuera la montajista de varias películas celebradas, entre otras, algunas de su pareja Carlos Raygadas (Luz silenciosa, Post Tenebras Lux) o de Lisandro Alonso (Jauja). En su debut en la dirección de un largometraje trata el tema de la violencia en su país adoptivo y la convivencia con esta a partir de la presencia naturalizada del crimen organizado y el narcotráfico. Manto de gemas es una película coral con tres mujeres protagonistas de diferente extracción social aunque conectadas de alguna manera por ese contacto con la violencia. Isabel (Nailea Norvind) es una mujer de mediana edad y clase alta que está atravesando un proceso de divorcio asordinado. La primera escena la muestra con su marido en un intento frustrado de encuentro sexual que termina con una catarsis furiosa de rotura de muebles, que no escuchamos ya que está filmada desde atrás de un ventanal que amortigua el estallido. Isabel se instala con sus hijos en la villa de campo de su madre y allí se encuentra con la vieja empleada doméstica, Mari (Antonia Olivares), cuya hermana desapareció recientemente en circunstancias que nunca se aclaran del todo. La situación económica de Mari y su familia es precaria por lo que, mientras continúa su trabajo oficial en la villa, también colabora en actividades criminales con el hijo adolescente de Roberta (Aida Roa), una policía del pueblo, quien está al tanto de las actividades de su hijo e intenta inútilmente apartarlo de un camino que prevé destinado al desastre. La presencia del narcotráfico y su marco de amenaza es omnipresente, pero López Gallardo opta por abordar su objeto de manera elusiva. Los momentos en que la violencia se pone en escena son pocos y precisos. Lo que mayormente vemos o percibimos son los efectos de esa violencia cotidiana: el miedo, la vergüenza, la resignación y la idea de salvarse a partir de una complicidad que no tiene retorno ni admite arrepentimiento. López Gallardo está menos interesada en contar una historia que en hacer que el espectador se sumerja en la experiencia que propone y por eso le da primacía a la construcción de atmósferas antes que a la narración. O en todo caso que esta se desprenda de aquellas. Las escenas se van sucediendo más bien como viñetas sin una hilación evidente y cabe al espectador ir construyendo un rompecabezas al que siempre le faltan piezas. La realizadora retacea información, la da de manera oblicua o simplemente la omite. Isabel se mete en a investigar en el mundo criminal para ayudar a Mari pero sus motivaciones, más allá de cierta empatía, no están claras, como tampoco están claros los motivos y la forma de la desaparición de la hermana de Mari, aunque se intuyan. Isabel le propone un pacto a uno de los empleados de la villa al que este al principio se resiste y que luego acepta y la naturaleza de este pacto es también poco clara. Sabemos que Mari y el hijo de Roberta están metidos en actividades delictivas que pueden tener que ver con un secuestro que nunca vemos bien. Esta manera de plantar el escenario, a veces diciendo sin mostrar y otras sin hacer ni una cosa ni la otra, puede a veces ser eficaz en la construcción de un ambiente de incertidumbre pero también se puede volver frustrante. Del mismo modo, es también elusiva la puesta en escena. La realizadora deja que gran parte de la acción pase fuera de cuadro, con diálogos que se oyen sin ver a sus enunciadores o de los cuales vemos detalles. Se nota la influencia del mencionado Reygadas como también de Lucrecia Martel, principalmente de películas como La ciénaga o La mujer sin cabeza. Eso no quiere decir que los resultados sean parecidos. Tomas largas donde la acción transcurre en otro lado, diálogos que se escuchan en otro plano y a veces apenas se escuchan, un constante escamoteo de información. López Gallardo juega con la forma y lo que consigue, lo quiera o no, es un distanciamiento de su objeto. En ese mismo movimiento juega también con la paciencia del espectador a un punto en que su película se vuelve por momentos tan árida como su paisaje. MANTO DE GEMAS Manto de gemas. México, 2022. Dirección: Natalia López Gallardo. Elenco: Nailea Norvind, Antonia Olivares, Aida Roa, Juan Daniel Garcia, Sherlyn Zavala Diaz, Balam Toledo. Guión: Natalia Lopez Gallardo. Fotografía: Adrián Durazo. Música: Santiago Pedroncini. Montaje: Natalia López Gallardo, Omar Guzmán, Miguel Schverdfinger. Diseño de Sonido: Guido Berenblum, Thomas Becka. Diseño de Producción: Angela Leyton. Dirección de Arte: Yves Roldán. Producción: Fernanda de la Peza, Joaquín del Paso, Natalia López Gallardo. Duración 118 minutos.
Un relato asfixiante y poético “Manto de gemas” reúne a tres mujeres diferentes en un contexto que parece siempre a punto de estallar: Isabel, blanca, de clase media o alta; María, la empleada doméstica de Isabel, de etnia indígena y cuya hermana acaba de desaparecer, y Roberta, la jefa de policía de un pueblo mexicano dominado por el narcotráfico. Las tres se identifican entre sí por la posibilidad de una pérdida que se percibe siempre inminente en un lugar donde las desapariciones, muertes y secuestros son hechos cotidianos. Lejos de elegir una narrativa tradicional para este tipo de películas que abordan el narcotráfico y sus consecuencias, la directora debutante Natalia López Gallardo, montajista de reconocidos directores como Carlos Reygadas y Lisandro Alonso, eligió el camino más difícil para describir la zozobra y los crímenes que suceden en ese ámbito. Las dificultades que va poniendo en pantalla, lo son tanto para ella como para el espectador, a quien desafía durante casi dos horas con decisiones técnicas y estéticas en las antípodas de las convenciones de género, sin atenerse a un relato lineal, con un resultado asfixiante, abrumadoramente crudo y al mismo tiempo poético.
NARCOS DE AUTOR La directora Natalia López quiere contar una historia de narcos, una historia sobre la tragedia que amenaza constantemente a diversos sectores de la sociedad mexicana, a la vez que interpela a instituciones cómplices que no parecen ofrecer las respuestas adecuadas para acercar una solución al problema. Y, además, mira este drama a través de los ojos y los cuerpos de mujeres que pierden a sus hijos a manos de los narcos; que pierden incluso sus vidas en la búsqueda de respuestas y justicia. Y si Manto de gemas merodea el thriller sin posarse nunca sobre la superficie del cine género, entendiendo que ese lenguaje incluiría códigos contrarios a sus pretensiones artísticas, lo que termina ocurriendo es que la película se acerca a este fenómeno ampliamente abordado desde las ambiciones del cine de autor. Esto es: encuadres preciosistas, una fotografía presente y sustracción de información a favor de una serie de signos y símbolos que el espectador debe decodificar necesariamente para ingresar en la apuesta. Hay una pareja que se divorcia. Hay jóvenes que desaparecen y otros que son buscados por los narcos para trabajar para ellos. Hay una mujer de clase baja que busca a alguien. Hay una agente de policía que no puede contener a su hijo. Hay y hay y hay. En Manto de gemas se suceden personajes y subtramas, pero sin una organicidad que le permita al espectador unir los eventos que ocurren ante sus ojos: es de esas películas que se comprenden mejor cuando se lee la sinopsis y nos ordena los vínculos entre los personajes que cuando se la está viendo. Entiendo la necesidad de López por correrse de los lugares comunes que agotan la temática y, además, construyen estereotipos nocivos para la cultura latinoamericana, pero una película que no dice nada y apuesta por el jeroglífico tampoco es la respuesta. Mucho menos, si como en Manto de gemas al final de cuentas no se evitan algunas instancias sórdidas que busquen cierto impacto, como si estuviéramos ante un Iñárritu atravesado por la estética del Festival de Rotterdam. López construye uno de esos relatos autoindulgentes y sumamente estilizados, una sumatoria de encuadres y movimientos de cámara planificados al extremo que dejan al espectador entre la irritación y la indolencia. Dos horas de nada, que culminan con un plano de alguien prendiéndose fuego, más o menos como nuestra mente al intentar descifrar lo que estamos viendo. Pero claro que el equivocado es uno, ya que esta película recibió el Premio del Jurado en el Festival de Berlín. Es que siempre hay europeos dispuestos a poner plata para encuadrar lindo las miserias latinoamericanas y otros europeos dispuestos a premiarlo.
Ganadora en el último Berlín, esta coproducción parece tomar cono influencias estéticas el cine del mexicano Carlos Reygadas y cierto recuerdo en la manera de filmar del estilo de Lucrecia Martel. Es un relato coral, un tejido en el que, en un marco rural, se reflexiona sobre las diferentes formas de la violencia a partir de la historia de una pareja, su hija y una serie de personajes a los que la cámara visita con rigor estético. Hay otro defecto: una tendencia a declamar o denunciar no desde la palabra sino desde la imagen. Pero esa tendencia se equilibra con un intento muchas veces logrado de crear un misterio: algo, quizás sobrenatural, rodea a los personajes. Hay ingenio y hay habilidad en esta construcción, y sin dudas un gran talento para construir y encontrar las imágenes pertinentes a la fábula -o serie de fábulas- que la película presenta. Una notable ópera prima que se ve con interés constante aunque por momentos es difícil sentir empatía por sus habitantes.
El infierno cotidiano En la premiada “Manto de gemas”, Natalia López Gallardo exhibe la violencia mejicana desde un relato sin centro. Alguna vez enmarcada en un contexto asequible, la violencia en México devino germen de un vórtice que ya no obedece a lógicas ni fronteras. La debutante Natalia López Gallardo se hace cargo de esa condición inenarrable al prescindir de todo argumento evidente en Manto de gemas, película premiada con el Oso de Plata berlinés que abreva en la obra de directores para los que López Gallardo colaboró como editora, en especial Amat Escalante y Carlos Reygadas. Lo único permanente en el filme es el inhóspito desierto mejicano y tres mujeres vinculadas entre sí por una desaparición: una divorciada de clase media (Nailea Norvind), su empleada doméstica (Antonia Olivares) y una policía veterana (Aida Roa). Reticente a cualquier linealidad, la cámara enfoca paisajes, objetos y acontecimientos como una espía accidental. Hay una familia bañándose en una pileta alejada, una oficina congestionada en la que se mencionan nombres y edades de gente perdida, linternas y perros que surcan la noche, un viento que irrumpe a través de una ventana y tira abajo un portarretrato junto a un vaso de agua. Las imágenes encapsuladas acallan la palabra narcotráfico, aglutinador equívoco del horror instaurado, aunque entretejen una trama discontinua semejante a la que desencadena el fenómeno: policías que les venden armas a niños, pobres que secuestran para sobrevivir, una burguesía sin norte, mujeres que deben valerse por sí solas, el paisaje letalmente árido y un infierno silencioso que se cuela por las rendijas más banales de la cotidianidad. Los diálogos captados al pasar responden a la misma vocación descentrada: “Mira, parece un hueso”, “Él empezó a llorar de miedo”, “Estaba sola con sus hijos”, “¿Quién va a querer hablar?”, “Tienen a los cuerpos ahí tirados como bolsas de basura”, “Te veo desmejorada”, “Encontró algo con ropa enterrada”. El efecto es acumulativo y compone una malignidad banal de nuevo cuño, la enajenada convivencia con un sinsentido desesperanzador y brutal. Al no haber relato no hay justicia, sólo un desmontaje moral de asimilación y sometimiento. Dicho esto, Manto de gemas no logra exhibir la violencia sin violencia y echa mano a pasajes reconocibles que de no existir habrían merecido una película mágica (como las recientes ¿Qué vemos cuando miramos al cielo? o A little love package) o desplazada (Fauna). Las irrupciones tardías de un secuestro, de un simulacro de ejecución y de un hombre en llamas son algo obscenas, pero también reconfortantes al distinguir dónde está el mal.
Premio del Jurado en el Festival de Berlín, este film mexicano (coproducido con la Argentina) se centra en tres mujeres unidas por la desaparición de la hermana de una de ellas en un pueblo controlado por los narcos. En el elegante y algo curioso retaceo informativo que constituye el modus operandi de MANTO DE GEMAS, lo que se percibe como algo inevitable es la tensión, el miedo, la sensación permanente de que algo espantoso puede suceder en cualquier momento. En su opera prima, la realizadora mexicana no apuesta casi nunca por crear suspenso o terror de una manera convencional. El espanto parece estar en el aire, hacerse respirable a través de una cámara que se mueve y avanza casi como una serpiente que observa lo que sucede, esperando el momento adecuado para atacar. Son tres mujeres que rondan un mismo espacio, una misma historia, una misma serie de sensaciones. De edades quizás similares pero desde situaciones personales y económicas muy distintas, Isabel, María y Roberta se conectan a partir de ese tenebroso «lugar común» (aplicable también en un sentido geográfico) que es la muerte, la desaparición de personas, la violencia que parece atravesarlo todo allí donde viven. La hermana de María (Antonia Olivares), una mujer que ayuda a Isabel (Nailea Norvind) en su casa, ha desaparecido y nadie parece saber su paradero. Roberta (Aida Roa) es una comandante de policía que investiga el caso. Y las tres portan los rostros abrumados de personas que se enfrentan ante una situación que no parece tener salida. MANTO DE GEMAS –que recibió el Premio del Jurado en la Berlinale 2022– no se plantea como thriller ni como película de investigación o policial de suspenso. Ese «disparador» es, literalmente, eso: un punto de partida para conocer a los personajes, sus mundos y sus circunstancias. Isabel es una mujer de un buen pasar económico que tiene dos hijos y atraviesa un incómodo divorcio. En la casa de campo familiar, Isabel está con sus hijos, su soledad y una expresión vacía en el rostro, la de alguien que no le encuentra demasiado sentido a su vida. Y ayudar a María –que trabaja en esa casa– a encontrar a su hermana es una tarea que podría darle alguna razón de ser a sus días. Roberta, en tanto, parece ser la última policía decente de la zona, la única no «controlada» por los narcos. Su preocupación principal pasa por mantener a su hijo adolescente alejada de la inevitable mano del cartel de la zona, algo que no es nada sencillo. Es que para el chico, que vive en un pueblo cuyo color principal parece ser el aburrimiento, estar rodeado de armas, fiestas, música y amigos prueba ser demasiado atractivo como para evitarlo. Y no alcanzan ni los golpes ni las advertencias de Roberta para sacarlo de allí. López Gallardo trabaja como editora (de películas de Amat Escalante, Carlos Reygadas y Lisandro Alonso, sin ir más lejos) y ese origen se nota en la manera esquiva en la que la información se le presenta al espectador, que tiene que unir líneas narrativas y definir personajes que la realizadora prefiere incorporar a la historia de la manera más natural posible, como si siempre hubieran estado ahí. Las vidas en MANTO DE GEMAS no empiezan con la ficción, no hay necesidad de eso que en las escuelas de guión llaman «exposición», ese cotorreo informativo en el que los personajes se dicen unos a otros lo que ya deberían saber de ellos mismos. Acá hay que entrar a la historia como lo hace la cámara, prestando atención sigilosamente y tratando de establecer conexiones. Esa decisión narrativa cumple una función clave en el guión y marca fuertemente a toda la película. Los espectadores acostumbrados a relatos más lineales se verán un tanto frustrados por el formato impresionista elegido por la directora, la manera en la que le escapa a subirse al caballo del policial con intriga y potencial resolución. Pero a la vez ese registro poético y casi observacional logran que MANTO DE GEMAS no caiga del todo en los habituales clichés del relato cruel, ese que repite como un persistente y folclórico mantra la inevitabilidad de la violencia en América Latina o, más específicamente, en México. Esa crueldad aparecerá, tarde o temprano (la escena final, absolutamente prescindible, va por ese camino), pero al observarla desde una mirada distante en lugar de desde la identificación psicológica, la búsqueda parece estar más cerca de la alegoría que del intento de shockear al espectador. La película es, más que cualquier otra cosa, un retrato de estas tres mujeres de diferentes clases sociales enfrentadas a un mundo donde la violencia (sobre todo masculina) y el miedo son permanentes. Isabel ve a su propia familia (su madre, argentina, y sus amigos) vivir en estado de negación y solo parece responder desde la apatía. María lo ve todo desde la angustia. Y Roberta, desde la impotencia y la bronca. Y todo eso está muy bien resumido en la que acaso sea la mejor escena del film, un largo plano en algún tipo de destacamento policial en el que decenas de personas tratan, en la mayoría de los casos infructuosamente, de encontrar a hijos, hijas y familiares desaparecidos. Allí la negación, la apatía, la angustia, la impotencia y la bronca conviven en el tiempo y en el espacio. Silenciosas, permanentes e inamovibles.