Mariel espera: crudeza y poco vuelo estético En esta película de Maximiliano Pelosi, Mariel (Juana Viale) y Santiago (Diego Gentile) esperan su primer hijo. Su felicidad se derrumba cuando en una ecografía descubren que el embarazo se ha interrumpido y el médico les recomienda que Mariel espere a que el embrión se desprenda naturalmente. Hay un meritoria intento aquí de retratar cómo la angustia de esa espera y los sueños rotos conviven con lo cotidiano. El mayor acierto está en la forma en la que Mariel sigue con sus actividades en forma mecánica. Además de algunas imágenes innecesariamente fuertes, la película tiene poco vuelo estético. Su gran falla son los personajes femeninos, que, con excepción de la protagonista, están construidos de forma muy superficial.
Un dolor que es tabú Juana Viale hace de una mujer que pierde un embarazo Tema casi tabú, la pérdida de un embarazo no suele ser abordada en la ficción. Con valentía y crudeza, Maximiliano Pelosi (Otro entre otros, Una familia gay, Las chicas del 3ro) se anima a contar la historia de Mariel (Juana Viale), que en el tercer mes de gestación se entera de que el embrión que lleva en su vientre no tiene vida. Su espera, entonces, no es para dar a luz sino para que su cuerpo se desprenda de ese hijo que no será. Esta circunstancia dejará al desnudo las presiones sociales alrededor de la maternidad: nadie parece entender por lo que está atravesando esa mujer. El mundo sigue girando y espera madres: no está preparado para detenerse a contemplar el inmenso dolor que significa esa pérdida. Es una historia que debería conmover, pero no lo consigue porque choca contra la artificialidad de varios de los diálogos y situaciones planteadas, y también contra la falta de expresividad de Viale, que no le insufla la emotividad suficiente a su Mariel.
No hay emoción, ni hondura, ni convicción en ninguna escena de esta historia de una mujer -Juana Viale- conmocionada por la pérdida de un embarazo incipiente. El film abre con Mariel junto a su pareja -Diego Gentile-, visitando un departamento que sueñan con comprar. Ella está embarazada, y todo parece feliz (mejor dicho: los personajes se dicen todo el tiempo cosas como qué felices somos mi amor). Una ecografía revela que el embrión frenó su desarrollo y el médico le anuncia que se desprenderá solo, de su cuerpo, en los próximos días, durante los cuales ella estará triste, deprimida, irritable con subalternos, ausente en el trabajo. Cuesta entender qué quiso hacer el director Pelosi con este asunto, porque en ese catálogo de escenas de mujer triste dedicado a la helada Viale, se incluyen planos desnuda en vapores de la ducha, primeros planos de embriones sanguinolientos con forma de bebé, que ella googlea y nosotros con ella, una escena de puesta indescriptible en el inodoro bajo el efecto del misoprostol, porque el desprendimiento anunciado no llega. Los débiles trabajos de la pareja protagonista no ayudan a dar credibilidad a este drama ginecológico. Pero tampoco pueden hacerlo los más sólidos y naturales actores de papeles secundarios, con líneas de diálogo banales, literales, pero adornadas con vocabulario fino -le dicen velada a una salida, luminaria a la luz-. Hacia el desenlace, Mariel anuncia que jamás tendrá hijos pero hay una toma de un bebé que lleva el nombre que ella soñaba para el suyo. Una película que castiga a la protagonista por su pérdida. Y de paso, a nosotros.
Mariel espera, de Maximiliano Pelosi En el comienzo de Mariel espera, la protagonista y su esposo están viendo un departamento que parecen estar dispuestos a comprar. Ella se muestra más interesada de lo conveniente si es que piensan regatear un poco el costo, él se lo recrimina, pero está claro que ambos están convencidos de que ese es el departamento que necesitan. Lo que sigue es el relato minucioso de un embarazo que no llega a buen término -el embrión muere en el vientre de Mariel que habla del hijo que ha perdido- mientras que los profesionales que la atienden hablan de perdida, de procesos natural, de que el cuerpo sabe lo que que hace y de que ya verá la forma de expulsar a ese bebé que crecía dentro del cuerpo de Mariel. Mariel es Juana Viale, su esposo es Diego Gentile -el novio de la última historia de Relatos salvajes-, poco y nada importa del resto del elenco, que no son más que figuras que decoran los alrededores de la vida de la protagonista que a partir del momento en que recibe la triste noticia empieza a caer en un evidente pozo depresivo. No está tan mal Mariel espera pero tampoco está del todo bien, de cierta manera ajusticiar una película que vuelca todo el peso de su desarrollo en el protagonismo de Juanita Viale -a la que quizás le falte madurar como actriz-, es como sacarle un helado a un chico de un jardín de infantes. Lo cierto es que pudiendo ser un melodrama, la película elige un tono monocorde que no ayuda al espectador y ni siquiera la pintoresca aparición de Graciela Alfano, como una señora paqueta dispuesta a gastar su fortuna en cuadros de artistas argentinas, saca al espectador de la letanía. Mariel espera pero perdió el embarazo, el espectador espera pero nadie en la pantalla se hace cargo y así pasan los minutos y pasa poco o nada. MARIEL ESPERA Mariel espera. Argentina, 2017. Dirección: Maximiliano Pelosi. Guión: Diego Fleischer y Maximiliano Pelosi. Música: Pablo Sala. Fotografía: Matías Carneiro. Intérpretes: Juana Viale, Diego Gentile, Graciela Alfano, Karina K, Dan Breitman, Claudio Gallardou. Duración: 125 minutos.
Un relato dramático sobre la intimidad femenina que presenta el contraste de una arquitecta experta en iluminación cuyo embarazo se interrumpe. Juana Viale asume su primer rol protagónnico en pantalla grande. Una nueva vida le espera a Mariel, una arquitecta de 30 años: se piensa mudar con su marido a un nuevo departamento, está embarazada de tres meses y trabaja como puestista de luces para una colección de obras de arte. Sin embargo, sus planes se alteran cuando el embarazo se interrumpe y las sombras empiezan a cobrar vida dentro suyo. Este es el planteo del nuevo film de Maximiliano Pelosi -Las chicas del tercero y Una familia gay- que espía el universo femenino y la maternidad con sus anhelos y contradicciones. La historia también abre el abanico de las relaciones de Mariel: el marido comprensivo y devoto que sueña con la familia perfecta -Diego Gentile-; la jefa exigente -Karina K- que le da una nueva oportunidad laboral pero le quita otras; el compañero que la cubre con sus ausencias y llegadas tarde -Dan Breitman-; la madre invasiva -Roxana Berco- y la coleccionista millonaria -Graciela Alfano- a quien Mariel le despierta una extraña y curiosa fascinación. Todo conforma el universo de Mariel espera, un apacible relato dramático sobre la intimidad femenina que presenta la contradicción de la arquitecta experta en iluminación que no puede ahora dar a luz, lleva su embrión muerto y que alguna vez imaginó un futuro promisorio. Sin embargo, cuando escucha y observa a sus amigas íntimas, descubre que no quiere esa vida para ella. Juana Viale, en su primer protagónico en el cine, asume el compromiso de un personaje que atraviesa diferentes momentos emocionales, pero la frialdad interpretativa quita por momentos intensidad dramática a una película que se apoya sobre sus hombros. Diego Gentile -el actor visto en Relatos salvajes y El muerto cuenta su historia- le ofrece matices a su papel del esposo y Karina K siempre resulta convincente y arrolladora. Puertas que se cierran, otras que se abren, un entorno médico que ofrece soluciones que no se corresponden con los tiempos de la protagonista y una mirada melancólica sobre la cotidianeidad de las parejas, forman parte de este film sobre la espera de una vida nueva.
Es la indagación del drama que protagoniza una mujer joven. La que en apariencia tiene una vida perfecta, felizmente casada, con un marido comprensivo, un buen trabajo. Está embarazada y a punto de comprar un departamento para tenerlo listo cuando nazca el bebé. Sin embargo en un chequeo de rutina llega la peor noticia, el feto no ha desarrollado, y aunque la mujer desea sacárselo inmediatamente, los médicos le aconsejan lo contrario, para preservar su cuerpo para el futuro. Entonces para ella comienza no solo el duelo por la pérdida sino también la convivencia con algo muerto en su interior, al que llama “mi hijo”, al que llora y rechaza. Impresiona esa mirada del mundo femenino sin concesiones. Y la locura que desarrolla. Sin embargo algo ocurre con el desarrollo de las situaciones que se reiteran o con motivaciones laterales que no se justifican del todo y que terminan de redondear un tema tan lacerante. Juana Viale tiene la responsabilidad de la cámara indagando sobre su cuerpo constantemente, con un tema tan difícil y árido. Dirigida por Maximiliano Pelosi que coescribio el guión con Diego A. Fleischer.
UNA ESPERA QUE DESESPERA Mariel espera, la película de Maximiliano Pelosi, casi que se condena desde su misma premisa: porque cómo hacer del drama de una mujer que pierde un embarazo y tiene que esperar durante varios días que su organismo despida el embrión sin gestación, un film atractivo que eluda el dato morboso. Digamos que por momentos el director y guionista lo logra, contando la intimidad de una pareja con bastante sensibilidad y verismo, pero que en otros pasajes cae en la tentación del impacto innecesario que golpea al espectador con demasiado mal gusto. Digamos, Mariel espera es una película un poco mejor de lo esperado (si hasta tiene el acierto de aprovechar narrativamente la habitual apatía de Juana Viale) pero también se queda bastante lejos de profundizar en las honduras psicológicas que busca. Uno de los problemas fundamentales de la película es la incapacidad de hacer que sus imágenes sugieran algo más allá del tema, que tengan segundos o terceros niveles: si hasta se podría utilizar el recurso del embarazo frustrado para hablar de cierta incomodidad en los sujetos sociales del hoy. Algo de eso hay, con el esposo ocupado en la compra de una nueva vivienda, la madre invasiva, las amigas preocupadas en sus roles maternales exacerbados y la mujer que se siente lejos del rol de madre impuesto, pero el film es tanto su protagonista y su protagonista está tan detenida en su drama, que la película construye un clima demasiado asfixiante que termina inmovilizando al propio relato. El corte final, que resuelve las situaciones en el mismo momento en que la protagonista resuelve de alguna manera su drama, es una demostración de la dificultad de la película por ir un poco más allá de lo que la premisa indica. Como ejemplo contrario, pensemos en la reciente Elle de Paul Verhoeven y de cómo una violación es apenas la punta de un iceberg que con poder satírico deconstruye a una sociedad. Ni por asomo aquí nos encontraremos con algo parecido. Es verdad que Mariel espera busca un tono medio que la aleje del sensacionalismo y que encuentra en el vínculo entre Viale y Diego Gentile algunos buenos pasajes donde la experiencia de esa pareja se siente real (decíamos de la inexpresividad de la actriz, que aquí es aprovechada con un personaje que atraviesa su drama desde la introspección). Pero la puesta en escena de Pelosi es tan televisiva, incluso la música tiene una presencia y consistencia tan de telenovela, que todo lo bueno que pueda haber se pierde en medio de un producto pensado casi como un regulador de debates sociales. Más allá del tema y la forma en que se lo aborda, lo realmente ausente en el film es una sustancia cinematográfica que le otorgue un peso dramático. Mariel espera se esfuerza tanto por contener las emociones de una historia que podría volcar hacia el melodrama, que termina resultando demasiado fría y calculadora.
Es un drama, el que tiene por protagonista a Juana Viale, en su primer protagónico, que se pone en la piel de Mariel, joven mujer de 30 años, con planes de mudarse por su embarazo. De profesión arquitecta, trabaja diseñando iluminación de espacios, y le acaban de dar un proyecto muy importante. En una ecografía descubren que el embrión no se sigue desarrollando, con 15 semanas de gestación y debe recurrir al médico de la familia para saber cómo y cuándo lograra desprender el feto. El film narra todas las emociones por la que pasa Mariel a lo largo del relato. Buen comienzo actoral, para un papel con tanto por contar desde lo emocional, a veces sin palabras, o palabras muy bajo dichas, a veces inentendibles. Acompañada de su marido, a cargo de Diego Gentile, son los que soportan gran parte de la historia ante esta innegable realidad de un aborto espontáneo. Un film intimista, sin golpes bajos, con personajes bien marcados, como su jefa, a cargo de Karina K y su compañero de trabajo, que interpreta Dan Breitman. Además hay una participación especial de Graciela Alfano. Un film de Maximiliano Pelosi que también es el escritor del guión, y también dirigió Las chicas del tercero y Una familia gay. A pesar de contar con muy buenas actuaciones, el film se va tornando tedioso y repetitivo, al punto de perder esa capacidad de atrapar al espectador, con un final que no acompaña en este sentido.
El embarazo como una metáfora. ¿Quién le teme al drama burgués? Que una historia transcurra entre casas de diseño y gente que no tiene problemas para llegar a fin de mes, tipos arribistas y señoras podridas en plata, no quiere decir que uno no pueda identificarse con la chica que sueña con llevar su primer embarazo a término y no puede. ¿Que se sobredimensiona el embarazo perdido, al convertirlo en monotema que obsesiona a la protagonista, al punto de que casi no puede pensar en otra cosa? Bueno, eso no es lo que la película piensa que hay que hacer en esos casos, sino el modo que tiene la protagonista de reaccionar frente a esa situación, y que la película ha elegido observar, por los motivos que sean. Hay que empezar a diferenciar lo que piensan los personajes de lo que piensa la película. Algunas veces coinciden, otras no. ¿Y si yo no me quiero embarazar, puedo ver la película? Obvio. Un embarazo, como cualquier otra cosa, es un embarazo y una metáfora. La carrera del realizador Maximiliano Pelosi se presenta, por ahora, oscilante, por decir lo menos. Su primera película, Una familia gay (2013), era un autodocumental en el que Pelosi se planteaba si casarse o no con su pareja gay. La siguiente, Las chicas del 3º (2014), era un grotesco chirriante y fallido. Protagonizada por Juana Viale y con Graciela Alfano en el papel de señora bián, Mariel espera muestra una voluntad de integrarse al mainstream nacional. Producción de tamaño mediano, Mariel espera es algo así como el equivalente siglo XXI, menos afectado, de las películas de Raúl de la Torre con Graciela Borges (Crónica de una señora, Heroína, Sola). Allí la Borges era el centro absorbente del relato, aquí lo es la nieta de Mirtha, a quien la cámara no abandona ni un minuto. En aquéllas la ex de Juan Manuel Bordeu era una señora burguesa con conflictos, aquí lo es la hija de Marcela Tinayre. El guion, casi más que guion es lo que se llama tratamiento, un protoguion reducido a una página. Mariel es una mujer joven que trabaja en una casa chic de iluminación de interiores, felizmente casada, embarazada desde hace tres meses, que en forma casi simultánea a la compra de su primer departamento junto con su marido se entera, al hacerse una ecografía, de que su primer embarazo se ha interrumpido. De allí en más entrará en crisis. En un punto, que el guion no desborde de peripecias es preferible, ya que esto permite concentrarse, más que en lo que pasa, en lo que le pasa a Mariel. Sí, de acuerdo, Juana Viale no es la Érica Rivas de La luz incidente o la Pilar Gamboa de la próxima El Pampero. Pero tampoco es la Juana Viale de La patria equivocada (2011) o de Mala (2013). Se la ve más comprometida con el personaje, o menos marmórea, o ambas cosas, a la ex del rompecoches Chano Charpentier. A su alrededor todo está en su lugar, desde las actuaciones (Diego Gentile como su marido, Karina K como su jefa y Dan Breitman como un compañero de trabajo) hasta los rubros técnicos. Demasiado en su lugar. Falta algo que rompa el orden, se dirá. Desde ya: esto es cine mainstream y una dosis de locura le vendría muy bien, empezando por la propia Mariel, que bien podría pasar de la neurosis a un cierto grado de psicosis. Pero esa sería otra película, que podría llamarse, por qué no, Mariel desespera.
Este es el primer protagónico en cine de la actriz Juana Viale. Narra los momentos que vive una pareja joven. Mariel (Juana Viale, “Baires”; “Tuya”) y Santiago (Diego Gentile, "El muerto cuenta su historia"; "Relatos salvajes") se encuentran en una buena posición económica, se los ve felices por algunos logros y sobre todo porque van a tener su primer hijo. Pero mediante un estudio de rutina que le realizan a las 15 semanas descubren que ese bebe no nacerá y tienen que esperar que el cuerpo de Mariel lo expulse cuando quiera. Vemos como esta mujer va transitando días difíciles, como es vivir con la muerte dentro de uno, el dolor, la angustia, los miedos, la ansiedad y como se va encerrando en su interior. Ella circula y trabaja por lugares luminosos, claros pero su interior es triste. Por otra parte en un rol más distanciado, esta la del padre que no pudo ser, como acompaña y vive esa situación. El resto del elenco acompaña la dolorosa situación aunque no todos conocen lo que está sucediendo y no aportan demasiado a su desarrollo. Es un tema difícil, el problema radica en como llevarlo bajo un ritmo pausado y con silencios. No emociona y los diálogos son poco efectivos.
Maximiliano Pelosi dirige Mariel espera, con protagónico de Juana Viale, un drama sobre el mundo femenino, sus complejidades y contradicciones. Mariel anda por los treinta años, en pareja consolidada, a punto de comprar su primera propiedad y esperando su primer hijo. Con un trabajo que todavía no le permitió crecer lo suficiente pero al mismo tiempo la encuentra en una zona donde se siente a gusto, su vida parece de a poco darle todo lo esperado. No obstante, una visita al médico le confirma lo peor: perdió el embarazo, la vida dentro suyo se extinguió, pero aún tiene que esperar a que el embrión se vaya solo, salga, se expulse. Mariel, en la piel de Juana Viale en su primer protagónico para el cine, tiene que intentar seguir su vida de manera normal, pero con algo muerto dentro suyo. El dolor que siente, la impotencia ante lo sucedido, el miedo de que eso marque su futuro, todo intenta contenerlo. No es que Mariel simule llevar una vida normal con éxito, ocultando el destino trágico del embarazo y teniendo que soportar los comentarios bienintencionados de quienes creen que se encuentra en la dulce espera. A Mariel se la ve perdida, apagada, distraída. Hay cierta frialdad en la interpretación de Viale que le termina jugando a favor y contrasta con la calidez que irradian otros personajes secundarios que la rodean: como el de Diego Gentile en el papel de su incondicional pareja y el de Graciela Alfano, como la coleccionista de arte para quien tiene que iluminar su casa. Pelosi (el director de Una familia gay y Las chicas del tercero) narra esta historia principalmente en interiores amplios y luminosos, con un fuerte predominio de los colores claros. La iluminación es algo más que el trabajo de Mariel. Mientras siente que su vida toma un rumbo muy oscuro y difuso (aquel departamento que antes la había cautivado ahora la aterra), incapaz de dar a luz, todo a su alrededor se ve insoportablemente iluminado. A su alrededor, se despliegan otros personajes y pequeñas historias: lo competitivo en su lugar de trabajo, con un compañero que la banca hasta que le conviene y una jefa exigente y algo envidiosa; la madre que está más inmiscuida de lo que su hija quisiera; el marido devoto que al mismo tiempo no puede salirse del sendero pautado por la mayoría; las amistades en las que de repente dejamos de vernos reflejados. El mundo de Mariel es complejo y contradictorio. Y Pelosi lo pone en foco a través de un relato doloroso y profundo, con una mujer que tiene que andar por la vida con algo muerto en su interior, porque la medicina no le da una solución más rápida. La espera de Mariel es así: lenta y penosa.
Cuando las luces se apagan El cine argentino sorprende una vez más renovando la cartelera con un drama atípico. Esta vez, de la mano del director Maximiliano Pelosi –Otro entre Otros (2009), Una Familia Gay (2013), Las Chicas del 3º (2014)- que se mete de lleno con un tema escabroso, vigente y latente de la agenda pública social: el aborto. La osada propuesta está basada netamente en mostrar la maternidad como un mandato social impuesto que, muchas veces, se torna una frustración para la mujer cuando ésta no puede cumplirlo. Desde aquí, Pelosi aborda cómo este hecho puede, o no, afectar a una joven pareja con deseos de ser padres primerizos. Pone todas las fichas en mostrar el lado oscuro de este hecho aparentemente natural, mágico, auténtico y con el esperado final feliz de traer una persona al mundo, y lo cuenta a través de los ojos de una mujer que pierde un embarazo a los treinta años. En este sentido, el objetivo principal del largometraje es llamar a la reflexión a la sociedad para repensar el mandato social, impuesto, a cumplir en la década de ’30 y reconsiderar los tiempos reales de las nuevas generaciones que mientras corre el reloj biológico intentan apresurar las cosas, a punto tal de congelar los óvulos. Sobre este eje avanza la trama sin mayores expectativas para el espectador que observar cómo la joven arquitecta Mariel (Juana Viale) pasa de estar felizmente casada con Santiago (Diego Gentile) y sentirse plena a raíz de su reciente embarazo, motor principal de un futuro prometedor y próspero. Además, le otorgaron un crédito en el banco para pasar de inquilinos a propietarios, y su jefa la dejo por primera vez a cargo de un proyecto artístico único: una famosa exhibición de obras de arte donde ella tendrá un deadline de 10 días para hacer la puesta de luces y lograr así un ascenso en la empresa. ¿Podrá Mariel en este momento cumplir los plazos de su jefa durante su embarazo? ¿Recibirá Mariel la colaboración de ella y sus compañeros o será una pura batalla de egos que abre el juego a una competencia laboral? Así avanza el guión hasta que da un giro de 180 grados cuando Mariel se entera, en el transcurso del tercer mes de gestación, que el desarrollo del embrión se ha interrumpido y debe quitárselo de su vientre. Ella entra en pánico y la historia pivotea entre cómo sufre la triste noticia y cómo esta “muerte en vida” antepone el hecho de perder estas grandes posibilidades. Sin duda, aparece una nueva incógnita: ¿Podrá Mariel concretar sus sueños? Pelosi juega semióticamente con el hecho de dar a luz en las obras versus dar a luz en la vida real, y plantea los tiempos de la espera de la ansiosa Mariel que quiere quitarse a toda costa este peso de encima, mientras la medicina le indica que debe esperar que su cuerpo despida “naturalmente” el embrión. Entretanto, los días transcurren y ella debe enfrentar las presiones laborales y sociales, tales como la firma del contrato y las reuniones de amigos donde la pareja decide callar la verdad. La temática recuerda a La Joven Vida de Juno (Juno, 2007), de Jason Reitman y Plan B (The Back-Up Plan, 2010), dirigida por Alan Poul, donde ambas protagonistas también sufren la maternidad y las discusiones de pareja están a la orden del día. Aquí, Mariel permanentemente reclama que Santiago no es capaz de comprender el duro momento que está atravesando y reinan las clásicas frases: “Yo lo llevo, no vos”, “Siento culpa si salgo y me divierto”, en detrimento a la actitud de su marido que, pese a que también sufre, por momentos se muestra indiferente para que todo siga su curso. Perfectamente, entrelineas, se ve un intento del cineasta de captar la psiquis de su personaje para que el espectador logre meterse en la piel de Santiago y descifre qué le sucede a este hombre que detrás de esa imagen de protector de familia (también impuesta como mandato social) debe mostrarse fuerte mientras el futuro de la pareja pende de un hilo. Hay falta de comprensión e intereses confusos cuando ella le cuestiona que la plata destinada al bebé no debe tocarla para arreglar algo tan frío como los detalles del departamento porque “uno nunca sabe qué va a pasar”. Otra de las frases circundantes durante el film que se unen al dedillo con la artística dotada de escenas de ritmo lento. A nivel actoral, quizás la encarnación del personaje de Mariel en Juana Viale cause rechazo en la primera instancia pero teniendo en cuenta la visión del director, dio en la tecla. Mariel no transmite nada, sólo se la ve impactada ante esta situación, y lo único que atina a hacer, literalmente, es sentarse en el inodoro a esperar despedir el feto. Diego Gentile, visto en El Muerto Cuenta su Historia (2016) y la premiada Relatos Salvajes (2014), es quien se luce nuevamente al interpretar un personaje que requiere de momentos tensos -con llantos incluidos- que Juana no logra transmitir. La dupla funciona. Sin duda, la revelación es la participación especial de Graciela Alfano, quien interpreta a la famosa artista que Mariel debe deslumbrar con su puesta de luces en la esperada muestra. Será ella quién elocuentemente acompañará a Mariel hasta el último momento. Completan el elenco Claudio Gallardou, Roxana Berco y Victoria Césperes, entre otros. Párrafo aparte para la artística que, mediante la simpleza, resuelve correctamente el objetivo: mostrar cómo estos días de transición se hacen eternos, aún para el espectador. La película está compuesta por cuatro locaciones: el departamento de la pareja, el estudio de diseño, la casa donde será la exhibición de arte y el hospital. Y están los elementos de utilería idóneos como la notebook desde la cual Mariel busca en Internet alternativas para perder el embrión. Esto, más el ritmo lento en que transcurren las escenas acompañadas por música acorde, son decisiones más que acertadas y suman al drama, considerando que el foco es mostrar aquello que a simple vista no se ve, a partir de detalles de la cotidianidad. Así, Mariel Espera (2017) -metafóricamente- espera y desespera. Aporta su granito de arena a los dramas circundantes pero no logra cautivar. Quizás en esta nueva entrega, hubiese sido interesante que el cineasta optimice la temática para abrir nuevos frentes, tales como el congelamiento de óvulos, que también mantiene en vilo a la sociedad, para reforzar su idea inicial de cuestionar el mandato social de la maternidad como el sueño de toda mujer. Si bien muestra los contratiempos de la “dulce espera”, no termina de cerrar cómo la sociedad puede cambiar su visión ni propone ideas para que estas madres no lo vean como pérdidas y resultados fallidos sino como una nueva posibilidad de ser felices a través de otros métodos.
Muy dentro de mí El realizador Maximiliano Pelosi ingresa con Mariel espera (2017) al universo femenino, a partir de un tema doloroso. El maniqueísmo de los personajes y la puesta televisiva van en detrimento de la profundidad que merecía el film. Mariel (Juana Viale) quedó embarazada. Es, tal vez, el único deseo que le quedaba por cumplir. Junto a su marido (Diego Gentile) buscan un departamento para mudarse y laboralmente no parece irle nada mal. Mariel se desempeña como diseñadora de iluminación y su jefa le confía un muy buen trabajo. Pero ese presente radiante se verá interrumpido cuando llegue la peor noticia: su bebé no se está desarrollando como corresponde y lo único que puede hacer es esperar a que el embrión se desprenda. Si bien recibirá gestos de afecto (de la pareja, pero también de la madre y alguna que otra amiga), nadie ni nada parece estar a la altura de sus emociones. Es claro que la temática de este film deja un muy buen margen para abordar un episodio que sólo una mujer puede experimentar. Episodio que, por otra parte, auspicia una sensible e inteligente lectura del deseo femenino. Pero lejos de ir en esa dirección, Mariel espera opta por “imponer” secuencias, casi como si se tratara de un manual para mujeres que pierden su bebé y sólo deben esperar las últimas páginas en donde está la clave para superar el momento. Todo en este film de estética televisiva parece “de manual”, pero tal cualidad se ve reflejada especialmente en el esquematismo con el que el realizador presenta las secuencias: Mariel en el trabajo, sola y sufriente; Mariel con su madre, sola y sufriente; Mariel con su marido, sola y sufriente… Con ese lógico dolor, lo único que ofrece el relato es su mera representación, como si no se pudiera graficar una fisura, un detalle revelador, una marca ambigua en el personaje que pueda sacar al relato de su unidimensionalidad. Tampoco ayuda la pétrea y bella figura de Juana Viale, que hace lo que puede para transponer alguna emoción en la pantalla, rodeada de esos personajes (la amante del arte que compone Graciela Alfano, un chiché absoluto) tan estereotipados, tan preocupados por volver a la normalidad burguesa que les señala que, claro, hijos se puede volver a tener, sólo hace falta seguir disfrutando del confort y todo lo demás.
La cuarta película de Maximiliano Pelosi, segunda ficcional, Mariel espera, retrata de un modo casi intimista la frustración de una mujer de clase acomodada frente el deseo que el dinero no puede comprar. Mariel (Juana Viale) y Santiago (Diego Gentile) lo tienen todo. Son jóvenes, profesionales, se quieren, y acaban de dejar de ser inquilinos para ser propietarios de un lujoso departamento de estilo. La suerte parece estar de su lado, además, Mariel está embarazada. ¿Durará esa buena fortuna? Claro que no. Ambos acuden a una ecografía de rutina y el médico (Claudio Gallardou) les informa que no hay latidos, el feto, el bebé, ha fallecido. ¿Cómo seguir? Mariel debe esperar uno días (dos o tres le dice el obstetra) a que se realice el desprendimiento de forma natural, una intervención quirúrgica puede ser riesgosa. Los días pasan y ese desprendimiento no se produce ¿Cómo seguir? A lo largo de sus películas, Pelosi demostró ser un atento observador de la rutina diaria de vidas que quizás no tengan algo demasiado particular pero sí sirven como botón de muestra sentimental. Desde la historia de cuatro gays judíos en Otro entre otros, su propio casamiento con otro hombre en Una familia gay, o la simpatiquísima historia de esas dos solteronas que intentan arreglarle la vida a sus vecinos en Las chicas del 3°; siempre el foco estuvo puesto en las emociones que atraviesan sus personajes; algo que en Mariel espera, co-escrita por Walter Tejblum, queda traslucido. Mariel vive en un entorno de exigencia, trabaja en una empresa de iluminación dedicada a lo artístico, puja por largarse a una carrera profesional propia, su madre (Roxana Berco) le remarca su noviazgo idílico en comparación a la difícil vida en pareja que le tocó a ella con el padre de Mariel, y Santiago encuentra refugio en concretar la compra del departamento. Quizás desea aferrarse a lo único que podía hacerla feliz de modo natural, aunque ese eso ya está muerto. Más allá de una narrativa que a veces bordea lo melodramático, pero nos hace sentir el vacío interno que siente Mariel, hay una apuesta fuerte por el lenguaje visual. En comparación a su anterior film de ficción, en Las chicas del 3° los planos eran cerrados y coloridos, deliberadamente de tono exagerado; claro, ahí hablábamos de un grotesco. Mariel espera podría ser un opuesto, si bien no abundan los exteriores, los planos son abiertos, de mucha luminosidad, preminencia de colores blancos, en un tono calmo, casi ascético; la sensación que se nos produce es el de la nada alrededor, ese mundo ficcional al que Mariel está atada por sola pertenencia. Juana Viale afronta un protagónico absoluto en un rol exigente, no siempre logra estar a la altura de lo que pudo ser algo conmovedor, más allá de sus limitaciones podemos decir que Pelosi como director de actores logra sacarle buenos momentos y aprovecha los rasgos fisonómicos de la actriz para lograr capturar expresiones que apoyan la narración. Entre los secundarios, Diego Gentile, la talentosísima y camaleónica Karina K como la jefa y competidora femenina, Roxana Berco, Dan Breitman, y hasta una irreconocible Graciela Alfano hacen la diferencia con interpretaciones logradas ajustadas a la exigencia de la propuesta. Mariel espera habla de la maternidad y el dolor de la pérdida de un embarazo, pero también habla de una clase social auto exigida, con estándares inalcanzables y una puja por poderío de clase que puede resultar más desgarradora que el propio aborto. Con momentos cercanos al estilo de “drama francés de autor”, Pelosi presenta una propuesta diferente de su filmografía y se posiciona como un realizador al que siempre habrá que prestarle atención.