Sola contra todos MATANGI/MAYA/M.I.A (2018), como indica en su título, es el xilocollage de una metamorfosis. Una vida atravesada por la guerra y el ritmo. Nació como Matangi. Es la hija del fundador de la resistencia armada Tamil de Sri Lanka y huyó del gobierno junto a su familia hacia Gran Bretaña en medio de una guerra civil. Allí se convirtió en Maya, una adolescente con una fuerte vocación expresiva mediante el arte. Más tarde el mundo la conoció como M.I.A. cuando emergió en el escenario musical de la cultura urbana. La riqueza del documental se concentra en su protagonista y en la enorme cantidad de material de archivo que hay de Maya desde su infancia hasta su presente. Su director Steve Loveridge supo dosificar y ordenar todo para obtener como resultado un discurso potente cuyo punto de partida es un retrato biográfico que crece hasta abarcar las distintas hipocresías e injusticias de la industria musical, los medios de comunicación dominantes y la guerra. Sola contra todos y armada únicamente de su música y su historia, Maya vivió el éxito y la censura. Cuanto más éxito tenía, la guerra de sus raíces se hacía más feroz y de forma ineludible también se hizo más feroz su arte. Las consecuencias fueron de un monstruo que se volcó contra ella, juicios millonarios, escraches mediáticos, censura, etc ¿a quiénes y por qué molesta tanto lo que esta artista tiene para contarnos?
Entre tanto rockumental básico, meramente celebratorio y convencional en su forma (testimonios a cámara, fragmentos de conciertos y algo de trastienda), Matangi / Maya / M.I.A.surge como una bienvenida “anomalía”: primero porque la historia de Mathangi “Maya” Arulpragasam, más conocida por su nombre artístico de M.I.A. (acrónimo de Missing In Action), es mucho más interesante, conmovedora y desgarradora que la de la inmensa mayoría de sus colegas y, en especial, porque está construido a partir de cientos de horas de videos caseros filmados por ella misma desde niña (está a punto de cumplir 44 años). Aunque estos datos se pueden encontrarse en Wikipedia o cualquier entrada biográfica sobre M.I.A., bien vale un pequeño resumen para explicar este documental. Si bien nació en Londres, ella es hija de Arul Pragasam, líder y fundador en 1976 de la resistencia armada tamil contra el gobierno de Sri Lanka. Así, además de que su familia se convirtió en refugiada política, con el tiempo ella fue creciendo como activista por los derechos de esa etnia masacrada en un genocidio de "limpieza étnica" (más de 70.000 civiles de origen tamil muertos en la guerra civil), al punto de que terminó siendo acusada por muchos ingleses de “terrorista” incluso en manifestaciones públicas. En cada una de sus intervenciones en los medios -y en muchas de sus canciones- suele hablar de las penurias de las mujeres de ese origen y sobre las experiencias de los inmigrantes “marrones” en Gran Bretaña (“todos somos pakis”, dice). Ella siempre tuvo ínfulas de documentalista y, por eso, tenía compulsión a agarrar la cámara y flimarlo todo (y filmarse siempre). El resultado de esa obsesión son esas cientos de horas de home videos que el director debutante Steve Loveridge utiliza como base para un (auto)retrato apasionante. Es cierto que la exposición de la situación de los tamiles peca de didáctica (y probablemente encuentre múltiples detractores entre quienes se oponen a las reivindicaciones separatistas de ese pueblo), pero en el film se alcanza a percibir en toda su dimensión el dolor, la rabia, las contradicciones viscerales, la dinámica familiar, la rebeldía, el espíritu de lucha y el genio artístico de una mujer que ha sabido como pocas condensar el legado artístico de sus orígenes y sus tradiciones con el hip hop y la música electrónica de Occidente en busca de una nueva identidad en esa fusión. Puede que los fans de su faceta exclusivamente musical se sientan un poco frustrados porque el film le dedica mucho tiempo a su familia, a sus controversias públicas (el dedito a-la-fuck you durante el show con Madonna en el entretiempo del Super Bowl 2012) y a su activismo político, aunque ahí están sus comienzos de la mano de Justine Frischmann, líder de la banda de britpop Elastica, la explosión vía Napster de su primer disco Arular, sus actuaciones por todo el mundo y su particular proceso creativo para concebir hits como Paper Planes. Pero precisamente porque Matangi / Maya / M.I.A. no es un mero rockumental obsesionado por los grandes éxitos de una artista resulta un ejemplo contundente -y por momentos brillante y demoledor- sobre cómo usar el material de archivo para conseguir un retrato poderoso, íntimo, fascinante y encantador.
Vuela Alto Como Un Papel. Crítica de “Matangi/Maya/M.I.A.” de Stephen Loveridge El documental de Steve Loveridge sobre Mathangi Arulpragasam (también conocido como M.I.A.) es la historia de la artista como inmigrante en la Gran Bretaña de los años 90 hasta convertirse en activista por la paz en Sri Lanka, su país natal. Por Bruno Calabrese. Matangi / Maya / M.I.A.” explora cómo Maya se convirtió en M.I.A. (un juego de palabras de la abreviatura Missing In Action), una de las artistas femeninas más populares y abiertas del siglo XXI. Pero la carrera artística pasa a segundo plano: el film de Loveridge es una mirada a Maya como persona primero, luego como entidad global. Al comenzar, Maya habla sobre la música como una forma de controlar sus impulsos oscuros, como la adicción a las drogas. Compuesta por sus propias películas caseras y proyectos de creación cinematográfica, el film obtiene un retrato rico y con cuerpo de una mujer para la posteridad. Su voz es la constante que moldea la narrativa del documental. Vemos sus humildes comienzos: su vida de refugiado de Sri Lanka a Londres; su separación del padre, que era visto como un terrorista por haber sido miembro fundador de la Organización de Estudiantes Revolucionarios Eelam. Su educación cinematográfica en Central Saint Martins, descrita por una antigua amiga de la universidad. La gira junto a la banda británica “Elástica”. La recorrida por compañías discográficas junto con sus demos; su relación con Diplo (su ex pareja y colaborador). Hasta terminar con su vida como madre y activista. Un documento de 97 minutos, atravesado con las historias, ideas e ideologías. Una mirada variada a la vida de una persona desde la adolescencia hasta los cuarenta y tantos, típico en la mayoría de los documentales, pero que acá cobra mayor relevancia por la personalidad de M. I. A. “Matangi / Maya / M.I.A.” es un retrato desafiante de una mujer, que muestra parte de un país en crisis a través de la historia de una niña, que a medida que va creciendo y se va haciendo cada vez más famosa, aprovecha su exposición para hablar sobre la grave situación en Sri Lanka, una luchadora que no olvida sus raíces, que da la sensación de que siempre ha sabido exactamente quién es y cual sería el propósito de su vida. Puntaje: 80/100..
Antes, una personalidad como la de M.I.A. solía definirse de forma muy genérica como rockera. Todavía existe gente que aún hoy usa el término por default, pero Maya Arulpragasam es más bien rapera, hip-hopera, performer y artista y agitadora musical (y visual y política y pendenciera, a veces de formas quizás atolondradas). Se dice que es tamil, de Sri Lanka: ese es el origen de su familia y el lugar clave de sus primeros años, un crecimiento agitado entre movimientos, conflictos y otras intensidades. Pero la muy exitosa M.I.A., figura clave de la cultura global de principios del siglo XXI, nació en Londres. Y este es un documental sobre ella que se enriquece con muchos segmentos que van más allá de la música, lo que también por momentos hace que en esta "biografía musical" pese mucho la primera de las dos palabras de la definición y poco la segunda. M.I.A. nació en 1975, pero su tránsito por y para las nuevas tecnologías pueden hacernos ubicarla, mentalmente, en alguna generación más reciente. Por un lado, M.I.A. e internet se han llevado muy bien de forma pionera. Por otro, y esto es especialmente llamativo en este enjundioso retrato de una artista en movimiento, hay una notable disponibilidad de registros de la flamígera retratada en sus tiempos anteriores al estrellato. Este documental nos recuerda, de paso, que para retratar a las nuevas generaciones habrá cada vez más registros disponibles de los momentos anteriores a la fama de todos aquellos que salten o corran, con piruetas quizá novedosas, hacia ella.
Si la carrera de la cantautora M.I.A ya era polémica, controversial y fascinante de por sí sola, es con el potente y totalmente cautivador documental de Steve Loveridge que realmente podemos ahondar en la vida y obra de esta activista a la cual no parecen esquivarla los escándalos, pero que pelea cada batalla con justa causa como si nunca hubiese abandonado su hogar en Sri Lanka, azotado durante décadas por una guerra civil sin cuartel. Es gracias a las más de 700 horas que la artista aportó a su colega, que el hábil director construye un relato conmovedor y sentido, sin medias tintas, que retrata las mil facetas de la maravillosa rapera.
Aquella chica de Sri Lanka Por suerte todavía se producen documentales musicales que evitan los estereotipos del mainstream y Matangi/ Maya/ M.I.A. (2018) es un claro ejemplo de estas interesantes desviaciones: en vez de la típica concert movie con escenas intercaladas de backstage o del clásico repaso histórico por la carrera de turno con entrevistas a conocidos del músico en cuestión, esta ópera prima de Steve Loveridge es un retrato poliforme y multicolor de la cantante y compositora del título construido a partir de los videodiarios que la misma grabó desde la década del 90 hasta el presente, con la ayuda de diversos familiares, amigos y personas cercanas. Es precisamente el título el que marca el desarrollo del film, empezando con su nacimiento en 1975 en Londres bajo el nombre de Mathangi Arulpragasam y la mudanza familiar al norte de Sri Lanka, continuando con la vuelta al Reino Unido en 1986 y la adopción por parte de la chica del nombre Maya como precaución ya que el padre, Arul Pragasam, comenzó a militar en 1976 en un movimiento armado de resistencia estudiantil vinculado a los Tigres de Liberación del Eelam Tamil, un grupo militar separatista étnico que pretendía edificar un Estado autónomo tamil en Sri Lanka, y finalizando con el ascenso progresivo a un estrellato basado en su amistad con Justine Frischmann, la vocalista de Elastica, y la edición de sus dos obras maestras discográficas, Arular (2005) y Kala (2007). Mediante saltos en el tiempo vamos recorriendo la progresión artística que atravesó la mujer desde su primera vocación como documentalista y artista plástica hasta la eclosión de su talento musical durante el Siglo XXI, planteo que Loveridge vincula con el origen tamil de la chica vía su linaje, su condición de refugiada y su militancia política, dimensiones que se cuelan en sus letras y sus acciones dentro y fuera del aparato musical occidental: los tamiles, un pueblo que profesa el hinduismo, son la principal minoría de Sri Lanka y en general sufren la discriminación del gobierno central del país, el cual está controlado por las mayorías cingalesas, un enclave étnico que responde al budismo. Desde 1976 hasta 2009 se dio una cruenta Guerra Civil en la nación entre los Tigres de Liberación del Eelam Tamil y las Fuerzas Armadas locales que se caracterizó por repetidas operaciones de limpieza étnica, violaciones masivas y masacres focalizadas de diversa índole por parte del ejército de Sri Lanka. M.I.A., siendo la única tamil que llegó a ser conocida en el contexto hermético del Primer Mundo, alzó la voz desde el inicio de su trayectoria para denunciar este triste panorama y sólo recibió ninguneo, burlas y ataques a manos de los representantes de los mass media de Estados Unidos y el público conservador promedio del mainstream, esos descerebrados condicionados a celebrar la ideología posmoderna de la “no ideología”. Así las cosas, mientras que por un lado tenemos el generoso éxito de los comienzos por ser la “gran novedad” del momento, hermanada a la inusual mixtura que proponía la intérprete (hip hop + electrónica + rock alternativo + música asiática + avant-garde), a posteriori va asomándose su militancia y esto repercute en su llegada popular y en una censura intra industria bastante evidente, la cual pasa a inventar polémicas alrededor de su persona desde el costado más reaccionario y banal de la sociedad yanqui (tenemos la controversia en torno al videoclip de Born Free, en donde presentaba una matanza de pelirrojos que hacían las veces de los tamiles negados, luego vienen sus declaraciones denunciando el acoso salvaje y los fusilamientos que las Fuerzas Armadas de Sri Lanka realizaban sobre el pueblo tamil, lo que llevó a que fuera acusada por los fascistas anglosajones de fomentar el “terrorismo”, y finalmente está el revuelo que se armó por su “fuck you” a cámara durante un show con Madonna y Nicki Minaj en el Super Bowl del 2012, desencadenando una demencial demanda de 15 millones de dólares de la Liga Nacional de Fútbol Americano). La misma Madonna también cae en la volteada, demostrando que de mayorcita se transformó en otro producto más completamente controlado por el mainstream y encima bastante cobarde, soltándole la mano a M.I.A. en el instante más álgido de las embestidas contra la inglesa. Loveridge tampoco es cien por ciento condescendiente para con la protagonista porque no esquiva críticas camufladas como la que destapa -primero- el artículo de Lynn Hirschberg para la revista dominical de The New York Times y -segundo- un segmento televisivo paródico de Saturday Night Live, señalando en esencia la contradicción de llevar una vida acomodada de pop star y al mismo tiempo abrazar causas rebeldes/ revolucionarias/ contestatarias, eterna paradoja de gran parte de los artistas en algún punto de sus carreras. Si bien el documental a nivel macro no pone el acento en la música en sí de M.I.A., el director y guionista centra buena parte de la carga emotiva -y su propio interés- en Arular y Kala, intitulados por el padre y la madre de la cantante respectivamente, dando a entender que allí está lo más valioso de su producción: efectivamente los tres discos posteriores, Maya (2010), Matangi (2013) y AIM (2016), sólo ofrecieron chispazos de la genialidad de antaño, un sutil estancamiento creativo que -junto al boicot mediático, desde ya- la llevó a anunciar hace poco que planea retirarse de la industria de la música. En suma, Matangi/ Maya/ M.I.A. es un análisis íntimo y atractivo de una artista muy valiente que optó por confrontar contra las elites en línea con el punk británico de los 70 antes que resignarse a callarse la boca y facturar millones como hacen tantos colegas de su misma categoría…
Un documental revelador sobre una artista excepcional. Es una cantante pop de éxito, se codeó con Madonna, tiene una repercusión masiva, pero también es la creadora de un mundo sonoro, síntesis y mixtura de sus orígenes con ritmos de otras etnias que la transforma en una creadora original. Y por si fuera poco, tiene una historia personal impresionante, a la medida de su compromiso intelectual. Todo lo que se ve en este trabajo realizado por Steve Loveridge, compañero de la artista desde su etapa de estudios, muestra no solo la comprensión cabal de la personalidad de MIA, sino que en un caos de muchas horas de filmación, que utiliza materiales propios, backstages, filmaciones de celulares, que encuentra el camino para tratar de abarcar una personalidad inasible y arrolladora. Que por momentos confunde, pero siempre es ilustrativa. Mantagi, su nombre de nacimiento, en Londres, pertenece a la etnia tamil, que lucha por independizarse en Sri Lanka, su padre es el fundador de un grupo guerrillero de resistencia, que a su vez intensificó una represión sangrienta, llena de vejámenes y violaciones especialmente de las mujeres, en crueles, perversos y horrendos métodos. El trabajo se presenta como un cuaderno sonoro y vivencial de una mujer muy joven y talentosa, con sus compromisos ideológicos, su lucidez y trasgresión.
La reina de eso que llaman “Agit-prop pop” La opera prima de Steve Loveridge es un vasto collage de la compleja personalidad (o personalidades) de Matangi, personaje multifacético y provocador como pocos. Acá no la conoce nadie, y sin embargo una de sus canciones, incluida en la película ¿Quién quiere ser millonario? (2009) fue nominada a un Oscar. Ella recibió también nominaciones a dos Grammy y la revista Rolling Stone eligió a uno de sus álbumes como el mejor de 2007 y a ella misma como una de las artistas definitorias de la primera década del siglo XXI. En 2010 la revista Time la listó entre las personas más influyentes del mundo. Se llama Matangi Arulpragasam, nació en Sri Lanka en 1976 y sus familiares la conocen por el seudónimo de Maya. Su nombre artístico es M.I.A., que podría querer decir tanto missing in action (desaparecida en acción) como missing in Acton, barrio londinense donde vivió durante un exilio iniciado junto a su madre en 1986. Exilio que se volvería permanente, por razones que enseguida se explicarán. Ópera prima del realizador Steve Loveridge, el documental performático Matangi/ Maya/M.I.A. no se llama así por puro capricho, ya que de lo que trata es justamente de los mil rostros, o máscaras, de esta hiphoppera multicultural. Agit-prop pop. Esa es la agraciada fórmula que halló Lynn Hirschberg, periodista de The New York Times, para definir una vertiente del arte de M.I.A. La chica acababa de lanzar un videoclip en el que una patrulla militar que porta un escudo muy parecido a la bandera estadounidense captura, caza y ejecuta en primer plano y con profusión de sangre falsa a miembros de una guerrilla en la que son todos pelirrojos. Aquí es necesario abrir un par de paréntesis cruciales. El primero es que en Sri Lanka tuvo lugar, desde 1976 (¡año del nacimiento de M.I.A.!) hasta 2009, una guerra civil entre fuerzas gubernamentales y opositores de la etnia tamil, a la que la artista pertenece. Describir a esa guerra como “sangrienta” sería incurrir en un eufemismo gigantesco; el documental incluye referencias a torturas que ruborizarían a un paramilitar salvadoreño. El segundo paréntesis debería dar cuenta de que el padre de M.I.A., Arul Pragasam, fundó, allá por los comienzos de la guerra, un grupo guerrillero tamil. Confirmando lo que suele decirse de los periodistas, la editora de la revista dominical de The New York Times traicionó a la artista, manifestándole su admiración en privado y cuestionando la legitimidad de su método de shock, dada su presunta frivolidad y consumismo. Ésta es una de las cuestiones claves que el documental de Loveridge desarrolla, a partir de material filmado por la propia M.I.A., que antes de estrella pop fue artista visual y documentalista. ¿Es Matangi una artista pop que no renuncia a su compromiso civil como oriunda cingalesa (gentilicio correspondiente al nativo de Sri Lanka)? ¿O es, por el contrario, una pusilánime, dueña de un vestuario casi más grande que su pequeño país de origen (se nacionalizó británica) y posando sin embargo como mujer comprometida? Uno de los méritos capitales de Matangi/Maya/ M.I.A. es que no ofrece soluciones, brindando en su lugar un vasto collage de la compleja personalidad (o personalidades) de la protagonista. El espectador deberá armar el rompecabezas, si es que éste tiene todas las piezas. Tal vez la perspectiva más pertinente sea ver en el documental –que se presenta como una suma de pedazos heterogéneos, viajando de forma continua hacia delante y atrás en el tiempo– el retrato partido de una identidad en permanente estado de mutación, como consecuencia de una indoblegable fidelidad a los propios deseos. Cómo no va a mutar una persona partida entre su propio país y Occidente, que deja atrás una guerra atroz y un padre clandestino y se lanza a conquistar orgullosas capitales que la rechazan (sobre todo en Estados Unidos, donde el racismo asoma directa e indirectamente). Matangi/Maya/M.I.A. viene a sumar una nueva cuenta al llamativo rosario de las estrellas pop, presuntamente frívolas y lanzadas a desaforados ego trips, que eligen la cámara de cine para arrancarse el maquillaje, confesarse públicamente y exhibir sus zonas más débiles. Esa serie, que empezó con la aquí llamada A la cama con Madonna, siguió más recientemente con la magnífica Lady Gaga: Five Foot Two (está en Netflix), Demi Lovato en Simply Compicated (puede verse en YouTube) y halla en Matangi/Maya/ M.I.A. su última estribación hasta la fecha. Es de suponerse que esta saga de antiheroínas continuará.
Apasionante documental sobre la estrella hindú M.I.A en el que conoceremos la lucha por llegar de la cantante, su auge, apogeo y el cachetazo que la fama y la industria le dio cuando comenzó a predicar por causas nobles y afines a su lugar de origen. Un relato sólido y por momentos en primera persona que atraviesa la pantalla. Gran trabajo del realizador Steven Loveridge.
El documental sobre la cantante conocida como M.I.A. no es un típico rockumental sino que explora su persona desde cada una de sus facetas, prevaleciendo aquella que tiene que ver con sus raíces en Sri Lanka. Con mayor parte de filmaciones caseras, la película dirigida por Steve Loveridge es un collage, por momentos algo caótico, sobre una mujer llena de aristas y contradicciones, por lo tanto, imposible de pasar desapercibida. Conocida popularmente como M.I.A., Mathangi “Maya” Arulpragasam deja su país a los nueve años para irse a Londres. Su padre, uno de los fundadores de una organización revolucionaria en Sri Lanka que más tarde se conocería como los Tigres Tamil, volverá varios años después a vivir con ellos. A Maya se la ve siempre como una joven inquieta, y en esa búsqueda por expresarse llega a la música. El documental entonces muestra la ascendente carrera que la convertiría pronto en M.I.A., desde su participación con la banda Elastica, pasando por Kala, siendo elegido el mejor álbum del año por la revista Rolling Stone, hasta la polémica performance en el show de medio tiempo del Super Bowl junto a Madonna (uno de los mejores momentos del film es eso que pasa después de, quizás sin pensar, enfundada en su actitud de niña rebelde, le muestra el dedo del medio al público norteamericano que se siente especialmente atacado). Pero también muestra a Maya volviendo a su lugar de origen y levantando la voz ante lo que pasa en un lugar que nadie parece tener en foco. Su forma de decir las cosas le da fama de rebelde pero también la convierten en el centro de muchas críticas, siendo incluso censurada y acusada de terrorista. M.I.A., sin embargo, nunca cede a la presión por convertirse en una cantante pop como tantas otras, como le aconseja algún conductor de noticias: “que se dedique a lo que sabe”. Steve Loveridge intercala todas estas capas y construye un documental que pone en el centro a la mujer que puede ser artista, activista, madre y todo lo que quiera al mismo tiempo. Que puede quejarse del genocidio en Sri Lanka y también disfrutar de los lujos que se ha ganado con su carrera musical.
TODA MÚSICA ES POLÍTICA Crear, filmar, sobrevivir, hacer, no olvidar las raíces, evolucionar, volver a casa. Hacerse escuchar, hacerse notar, hacer ruido… y no solo musicalmente. Nos estamos refiriendo a M.I.A, la artista, cantante, directora de cine, multifacética. De nombre original Mathangi “Maya” Arulpragasam, conoceremos más de su vida, su trayectoria y la impronta profundamente política y personal que traspasa todas y cada una de las disciplinas que ha trabajado esta artista que se ha criado en Sri Lanka, estado atravesado por una guerra civil interminable, en la que su familia tendría un papel importante gracias al documental dirigido por Stephen Loveridge titulado Matangi / Maya / M.I.A. Esta situación y su posterior exilio a Londres, marcarán las formas y los sentidos políticos de las expresiones artísticas de M.I.A. El documental es interesante desde el planteo que propone para conocer a Maya, ya que no es solamente a través de la palabra directa de la propia artista, sino que fundamentalmente se da a conocer a Matangi desde su propia producción, desde aquella que ha sido su rama artística inaugural: el documentalismo. A través de videos caseros grabados por ella misma, conoceremos la cotidianeidad, la producción estética, los intereses, deseos, sufrimientos y frustraciones que M.I.A fue atravesando en su camino a convertirse en la artista que es actualmente. En este recorrido, la Maya más actual acompaña los propios fragmentos fílmicos con una voz en off explicativa del detrás de escena de esas mismas secuencias y como estas aportaron en su formación y en su camino de descubrimiento político ideológico que acompañará sus producciones. De esta forma conoceremos el antes (Matangi), durante (Maya) y el después de la conformación de una artista internacionalmente conocida y polémica al mismo tiempo (M.I.A). De esta forma, no solo nos muestra el film cómo M.I.A fue encontrando una voz y una forma artística propias, sino también cómo la propia historia cultural de su familia, su país y su colectivo emigrado y reunido en Londres la han llevado a cargar, sobretodo en la lírica de sus canciones, con un fuerte sentimiento de denuncia de la situación de violencia intrínseca que ha sufrido su país de origen y las dificultades que han tenido que sufrir aquellos, que como su familia, han podido emigrar y encontrar refugio en otras ciudades. Todo esto no solo se lo ve a través del soundtrack que acompaña las imágenes sino también documentado en las diferentes secuencias filmadas de la cantante volviendo a su pueblo natal, reencontrándose con su familia, con su padre, un conocido dirigente del movimiento de liberación llamado Tigres de Liberación del Eelam Tamil, que estuvo activo desde su fundación en 1976 hasta el fin de la guerra civil en 2009 y nunca abandonó Sri Lanka, estando alejado de su familia durante el exilio de la misma. Lo mismo descubrimos a través de la voz de Maya, que explica por momentos las imágenes que se observa: cómo fue abandonar su casa, cómo recibió Londres a su familia y cómo sufrían la discriminación de ser refugiados en un país ajeno a sus problemáticas. Matangi / Maya / M.I.A es un interesante abordaje de una figura artística compleja y completa, como, tanto a través de la propia producción de la artista como de la necesidad de esta cantante de explicar su devenir en distintas disciplinas para expresar su posición político, su forma de entender el arte y su pensamiento sobre las cosas que la rodean.
¿Cuál es el verdadero rostro de un músico popular? ¿Cómo conciliar la fama y la riqueza material con lo espiritual o la ayuda humanitaria o el activismo? Éstas y otras preguntas han atravesado la historia del rock y otros géneros. Tal vez, lo único que parece dar alguna certeza es que un artista posee un carácter polifacético. El cine ha representado estas contradicciones. Martin Scorsese lo hizo en Viviendo en un mundo material, documental sobre George Harrison; Todd Haynnes integró esa idea a la forma en que eligió hablar de Bob Dylan en I’m Not There. Porque la música popular tiene como rasgo inherente la imposibilidad de salir del sistema, de quedar inscripta en un circuito comercial. Una vez que se pone el cuerpo, no faltará mucho tiempo para que se haga la plancha. No es el mismo aquel Bono de U2 cantando sobre domingos sangrientos que el Bono que se reúne con los líderes del peor neoliberalismo, como tampoco fueron los mismos Sex Pistols de los setenta los que terminaron juntándose por millones de dólares. Obviamente, hay matices. Bono se hace el gil; John Lydon te lo escupe en la cara. Todo lo anterior también es parte de Matangi/Maya/M.I.A, la película de Steve Loveridge que, desde el título mismo, invita a observar el proceso de transformación de una joven refugiada en Londres a una artista de Hip Hop famosa a nivel mundial (pese a que en Argentina no tuvo demasiada repercusión). En efecto, antes de la fama, la chica en cuestión es Matangi Arulpragrasam, nacida en Sri Lanka en 1976, y apodada prontamente por los familiares como Maya. Justo en el año de su nacimiento comenzó una feroz guerra civil y su padre se transformó en el referente de la resistencia tamil contra el gobierno. Este indicio no es menor dado que determinó gran parte de la naturaleza contradictoria de Maya, desde la problemática aceptación de ser hija de un terrorista hasta defender muchos años después la causa a raíz de las atrocidades que las autoridades cometieron contra las etnias (horrores indescriptibles). Su llegada a Londres en 1995 confirma el inicio de un camino consagrado a la música como forma de exorcizar el dolor y al cine como terapia. El documental da cuenta de ello de manera fragmentaria, con uso (y abuso, por momentos) de archivos caseros, respetando siempre la primera persona como motor enunciativo. A medida que pasan los minutos se percibe una tensión interesante entre dos posibilidades. La primera es la más obvia y la más peligrosa: ¿estamos ante otro caso de una joven asimilada por el mundo occidental que interpela sus orígenes y las causas políticas de su padre desde la comodidad europea?, o ¿asistimos a la formación de una artista en medio de la adversidad? Lo interesante es que Loveridge pone en escena ambas cuestiones, confronta puntos de vista y no le esquiva a la discusión. El inicio presenta a la protagonista en diversos contextos. Dentro de un patrón estético que se reconoce libre de restricciones en cuanto a la prolijidad, el registro nunca abandona el tono casero, se nutre de testimonios y arma un perfil complejo a partir de la inclusión de diversos marcos enunciativos que van desde la pobreza más absoluta y la indiferencia de los ingleses hasta la fama como cantante de Hip Hop. En este sentido, hay un arco que se direcciona desde los primeros intentos por formarse como realizadora de videos experimentales hasta cantar con Madonna en el Super Bowl. En el medio se muestran todos los cuestionamientos de la prensa vampírica que no le perdona la fama y el activismo a los artistas, y menos si son extranjeros. Hay pasajes de ninguneo televisivo, de censura en cadenas como la CNN, de maniobras oscuras en la edición de reportajes y reproches desde los sectores más conservadores. Sin embargo, M.I.A resiste. No solo canta sino que desafía también los lugares cómodos. En medio del número con Madonna, ante millones de televidentes, lanza un fuck you que inmediatamente se transforma en un acoso de las autoridades y de la moral norteamericana. La reacción es como una pasada de posta: Madonna, la joven revulsiva de otros tiempos y a la que ahora digitan como una muñeca en este tipo de espectáculos, le cede el lugar a M.I.A, aun sin proponérselo. Este gesto incómodo para la organización es el signo que marca el punto de vista también del director. La balanza se inclina hacia la admiración por la naturaleza problemática y contestataria de una mujer que, a pesar de haber ganado un Oscar y una reputación en el mundo de las discográficas, no la caretea y tiene en claro algo fundamental: se puede ser parte del circo del espectáculo, pero lo más importante es cómo molestar dentro del mismo y que ello repercuta para bien en otras esferas. Solo de este modo puede entenderse el dilema irresoluble de convivir con la fama y con el horror de su tierra natal. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Genial, rebelde y glamorosa Con material de archivo y nuevas filmaciones, un documental da rienda suelta a la vida artística y militante de M.I.A., la gran estrella que no pudo ser. Después de los edulcorados biopics sobre dos estrellas de rock británico, un documental sobre la más rebelde y controvertida estrella de la más reciente música británica llega como paliativo. Mathangi Arulpragasam, nacida el 18 de julio de 1975 en Sri Lanka, arribaría a los once años a Londres como emigrada de la lucha civil entre tamiles y cingaleses (la etnia que por entonces ostentaba el poder), y diez años después se convirtió en M.I.A., acrónimo de missing in action: desaparecida en acción. Ese ha sido un poco el modus operandi de M.I.A. en su carrera, conquistando titulares en los grandes medios para después generarles rencor, seducirlos con su crudo a la vez que elaborado ritmo, mezcla de hip hop, ritmos asiáticos y punk rock, para después dejarlos boquiabiertos con sus declaraciones políticas. Ahora que Mathangi se ha tomado un respiro en su carrera, este documental sirve como un atinado manifiesto, el de alguien que pudo heredar la corona de Madonna pero prefirió seguir siendo fiel a sus principios y su visión. Mientras su padre, Arular, seguía al frente de la guerrilla tamil contra el gobierno de Sri Lanka, en 1986 Mathangi y su familia llegaban al Reino Unido como refugiados. Durante los noventa estudió arte y diseño en el colegio Central Saint Martins, cuando un día, al regresar a su casa en el sur de Londres, descubrió que estaban siendo expropiados todos los bienes familiares, incluyendo la radio en la que escuchaba pop norteamericano por las noches. Sin ese artefacto que la conectaba al mundo, la adolescente tamil se recostó en su cuarto y escuchó los boom boom boom de un bajo que retumbaba en el cuarto de al lado. Así descubrió a Public Enemy y el hip hop de la edad dorada. “Fue la primera vez que me había sentido occidental a través de la música”, declararía. “La música se había convertido en mi medicina”. En la primera parte, el documental se sostiene en base a filmaciones caseras de M.I.A., bailes y bromas con sus compañeros de colegio en Saint Martins, su productiva amistad con Justine Frischmann, la cantante y líder de Elastica, en momentos en que el grupo se colaba entre las aristas de Blur y Oasis, reyes del britpop. Mathangi sabía que sus intereses musicales pasaban por orillas completamente opuestas, pero a mediados de los noventa realizó el video de “Mad Dog God Dam” y aplicó como cineasta experimental para obtener un visado que le permitiera regresar a Sri Lanka. Una temporada con su familia en el país asiático la reconectó con sus raíces, la envolvió en el dolor pero también en su música, y al regresar a Londres pudo plasmar todo eso en su portaestudio, con la ayuda de cuatro Roland 505. Poco después consiguió un contrato en XL Recordings y grabó Arular, su álbum debut, al que contribuyó también el arte de tapa. Después de Boy In Da Corner, del pionero del grime Dizzee Rascal (otro artista de XL), Arular es el disco que mejor consigue retratar la vida londinense de los suburbios, sus múltiples costuras étnicas, a través de un tramado rítmico heredado del hip hop. Mathangi ya es M.I.A., y lejos de la fama dedica su tiempo a experimentar con el stencil sobre fotografías de la guerrilla en Sri Lanka, a la portaestudio, a las filmaciones caseras y a consolidar su relación con Diplo, el productor de música electrónica radicado en Filadelfia. M.I.A. extiende su influencia a los Estados Unidos, graba el video de “Sunshowers” en la India y recorre los cinco continentes para testear su próximo material. Cuando en 2007 edita Kala, el disco es considerado la obra más importante del año por Rolling Stone. M.I.A. seduce a la prense alternativa como a la mainstream. Pero entonces desacelera. Entra a escena Ben Bronfman, el músico y empresario con quien tendrá un hijo, y hay un breve receso en su carrera. En 2009 se muda con Ben a Los Ángeles. Queda encinta y es nominada a un Oscar y un Grammy en el mismo año. Es un momento para celebrar, pero algo se lo impide. “Cuanto mayor es el éxito que obtengo”, dice en una entrevista televisiva, “peor es la situación en Sri Lanka”. La prensa norteamericana no le perdona ser glamorosa al mismo tiempo que crítica social. Durante una entrevista en CNN, el conductor se burla de sus preocupaciones y el especial termina dejando afuera todo su alegato contra el genocidio en Sri Lanka. M.I.A. responde con más fuego. Para el video de “Born Free”, filma a un pelotón de marines secuestrando y luego aniquilando a un grupo de jóvenes colorados. En la escena más fuerte, un niño es asesinado en el rostro a sangre fría, una cita a la famosa foto del asesinato de un manifestante en la Guerra de Vietnam. Su alegoría de limpieza étnica resulta revulsiva para la sociedad yanqui. El video es censurado en YouTube. La editora del New York Times Magazine la entrevista en buenos términos y el resultado es una obra maestra del ridículo. Entonces hace su aparición Madonna. En 2012, la reina del pop la invita a participar de un video y compartir el escenario del Super Bowl. El show muestra un despliegue coreográfico nunca antes visto en similares circunstancias, pero en algún momento M.I.A. cede a Mathangi y muestra su dedo sobresaliente al público, un fuck you que las cámaras, ni lerdas ni perezosas, se ocupan de capturar. El escarnio pasa de los grandes medios a la Rolling Stone, que anuncia una demanda de la NFL por 16,6 millones de dólares contra la cantante por haber estirado las falanges de su dedito, una conducta impropia, menos para una mujer que ni siquiera es norteamericana. “No sé por qué lo hice”, declaró filmándose a sí misma, en una suerte de autoentrevista. “Madonna era mi ídola, y verla ahí matoneada, ponéte así, movete para allá… toda esa mezcla de machismo y xenofobia… Creo que reaccioné contra eso”. Compaginando material de archivo y filmaciones actuales, el director Steve Loveridge consiguió un fresco que retrata de manera perfecta el carisma pop de la cantante con sus intereses políticos. En “Borders” el tema/video que muestra su actual preocupación por los migrantes, M.I.A. resume todo lo que ha pasado por su vida, tanto personal como artística, a modo de epílogo: “Nos hacen culpables del Brexit, somos la excusa para construir un muro, pero las personas siempre se han mezclado y se han desplazado. Y gracias a eso pasan cosas interesantes”.
Lo primero que sorprende de este documental es la cantidad de material previo a la fama de M.I.A. que posee. No es porque estuviera planificando su camino, sino porque hay, año tras año, cada vez más registro de la vida de las personas. Dos décadas de vídeos caseros nos revelan la vida de M.I.A., primero como refugiada en Londres huyendo de la guerra en Sri Lanka y luego como estrella con fuertes ideas políticas Cineasta de vocación, como ella misma dice, M.I.A. empezó a grabar hace veintidós años su vida y la de su entorno en el sur de Londres, donde su familia, de origen tamil, se había refugiado escapando de la guerra. Esto permite que el documental puede seguir su camino sin necesidad de mayores aclaraciones o trucos. Parte de la vida londinense, M.I.A. se abre paso poco a poco hasta que su falla explota de forma notable. Sin duda ella es una pionera dentro de las nuevas formas de difusión del material musical. Es todo un hallazgo verla junto a la banda Elástica sin saber todavía cuá sería su enorme futuro, incluyendo grandes premios y colaboraciones con los músicos más famosos del mundo.