El eterno conflicto de la vida en pareja Los inconvenientes matrimoniales ya son un tema común en el cine, siempre resulta atractivo observar esas historias de parejas conflictivas que chocan con un sumo parecido al de la vida real: desde Domicilio Conyugal de François Truffaut, Escenas de la Vida Conyugal de Ingmar Bergman o Una Mujer Bajo la Influencia de John Cassavetes, para mencionar algunas de las más destacadas...
Poco inspirada libremente en... Seguramente el peor pecado de Matrimonio sea su ambición. Se decidió promocionarla como “una adaptación libre de El Ulises de James Joyce” -que es conocido por ser una de las ficciones más complejas de la literatura universal- “con la ciudad de Buenos Aires como background”. Parece demasiado pretencioso para una historia de una pareja de esposos con más de 20 años de casados y sus problemas cotidianos. Y como si esto fuera poco, publicitar apuntando a la capital de nuestro país cuando el espacio urbano se presenta en el filme de manera desprolija y desordenada, tampoco pareciera ser la mejor forma de presentar esta película...
Amargo y melancólico Molly (Cecilia Roth) y Esteban (Darío Grandinetti) conforman un matrimonio en crisis. O, aún peor, desgastado por la rutina, erosionado por el tiempo, dominado por el hartazgo y la resignación, de esos que siguen juntos tras más de 20 años a puro “piloto automático”. El es un obsesivo y neurótico publicitario que no tiene las agallas suficientes como para plantear el divorcio; ella es una compositora musical traumada, que vive entre la hipocondría (ataques de pánico permanentes), la depresión y la tentación de un affaire. Tienen una hija que está en Viena, pero la hipocresía hace que le digan que está todo bien. Jaureguialzo (Tres pájaros) plantea con trazo bastante grueso esta típica situación y luego expone 24 horas en sus vidas desde la perspectiva de cada uno de ellos. Hay algo de estructura de guión “moderno” (con esa idea del primer Tarantino en la que la misma historia se narra desde diversos puntos de vista), pero en el contexto de una película de “cámara”, de reminiscencias bergmanianas, que luce un poco avejentada, bastante demodé en su impostación, con ciertos diálogos y pensamientos (trabajados con voz en off) demasiado obvios y solemnes. El director y su guionista dicen haberse inspirado nada menos que en el Ulises, de James Joyce, “con la ciudad de Buenos Aires como background”. Ni semejante referencia literaria ni las locaciones urbanas son aprovechadas en un film que resulta correcto y cuidado desde lo formal, pero que jamás alcanza la intensidad emocional buscada (o necesaria) y que desaprovecha no sólo las posibilidades del dúo protagónico sino también a unos buenos intérpretes que deben conformarse con personajes secundarios sin un mínimo desarrollo ni interés. Un film que no irrita, es cierto, que no da vergüenza ajena, pero que tampoco logra trascender una medianía permanente con su mirada intimista y psicologista, el rostro desencajado de Roth, la mueca triste de Grandinetti y las melancólicas melodías de piano. Demasiado poco para la expectativa que generaba la presencia de dos figuras importantes del cine de las últimas tres décadas.
¿Hasta que la muerte nos separe? El matrimonio y el cine tienen una relación de larga data. Desde el drama a la comedia se pueden nombrar una importante lista de films que dedican sus historias a esta famosa institución. Matrimonio (2011) es una más de ellas y lo hace desde un tono mayormente intimista, tratando de penetrar en la profundidad de sus personajes, y mostrando ese péndulo que va de lo interior a lo exterior, como si de la búsqueda de una verdad se tratase. ¿Qué pasa después de veinte años de matrimonio? Esteban (Dario Grandinetti) y Molly (Cecilia Roth) parecen estar viviendo en el limbo en el que los deja dicha pregunta. Esteban es un creativo publicitario y Molly compositora musical, pero el bloqueo que padecen ambos en sus vidas cotidianas por la crisis de su relación acapara sus mundos. Esteban lo manifiesta a través de charlas con el psicólogo o con una inesperada borrachera. Por su parte, Molly, en un estado depresivo que no la deja salir de la cama, pide ayuda a su amiga médica para que le “diagnostique” sus ataques de pánico. El posible o imposible momento del (re)encuentro entre ellos dos es la gran incógnita que abre el film. Matrimonio habla mayormente de sentimientos: de duda, de culpa, de miedo, de amor. Pero también de la incomunicación que padece la pareja frente a la duda sobre su continuidad. Por eso Molly y Esteban casi no aparecen juntos en el film, y apenas pueden coincidir en un mismo plano. En este sentido, el director consigue que la manera de encarar el relato refleje gran parte de ese gran desencuentro que viven los personajes. Frecuentan los mismos lugares pero no se cruzan, se llaman por teléfono pero no se atienden y apenas consiguen cruzar una mirada. Una hija en el exterior pareciera ser lo que todavía los mantiene juntos, aunque nunca se termina aclarar que el deseo y el amor estén apagados por completo. La película de Carlos M. Jaureguialzo tiene puntos a favor: el planteo sobre la crisis de los matrimonios desplegados a través de la reflexión y la emoción promueven un clima sensible que claramente se necesita en una historia como esta, sin caer en un dramatismo excesivo que desentonaría con la totalidad. Fuera de este aire intimista la película tiene escenas que resultan un tanto forzadas cuando pretende seguir a los personajes en su modo errático de andar por la vida y relacionarse con otra gente. Hay episodios un poco inverosímiles y hasta diálogos que, si bien buscan alejarse del drama, no resultan del todo eficaces. La fortaleza del film reside en su determinación en el planteo. ¿Todavía existe el amor después de tantos años? ¿Es la separación una posibilidad? Estas preguntas, si bien no explicitadas, acosan a Molly y Esteban durante toda la película. Y ante la falta de respuestas a grandes preguntas, aparece la ficción.
Pensamientos en voz alta La ópera prima de Carlos M. Jaureguialzo se sumerge en la historia de una pareja de más de veinte años de casados con el marco escenográfico de una Buenos Aires que acompaña las penurias, la rutina y los sinsabores de los protagonisas. Ambiciosa en su planteo -está libremente inspirada en Ulises, de James Joyce- el realizador expone los pensamientos íntimos de sus personajes a lo largo de un día a través del relato en off, y estructura el film en dos partes bien diferenciadas. De este modo, asoman Esteban (un monocorde Darío Grandinetti), su mundo interno, su postura frente al matrimonio y Molly (Cecilia Roth), la esposa que habla -computradora mediante -con su hija radicada en el exterior y siente los síntomas de una relación que parece terminada. Ahí es donde la película crece en intensidad, cayendo luego en una rutinaria mirada sobre lo que ha mantenido unida a la pareja a través de los años. Los personajes secundarios sólo aparecen para quebrar el desarrollo de una historia que no es otra cosa que eso, una travesía emocional, con paseos en subte, algunos toques de humor a cargo de Roth y una visita a la clínica cuando la hermana de Esteban tiene familia. El resto llega sin emoción de la mano de la dupla que actualmente también protagoniza Una relación pornográfica en los escenarios porteños.
Encuentros y desencuentros El matrimonio de Esteban y Milli atraviesa una crisis importante luego de 23 años de casados. Con una hija ya emancipada que está estudiando fuera del país, la pareja debe afrontar la dura tarea de redescubrirse y reencontrarse. En ese extraño contexto en que cada coincidencia agranda la impresión de alienación y extrañamiento como si el destino se encargara de destacar una fatalidad, el relato reconstruye un día entero en la vida de estos personajes que deambulan por la ciudad buscándose. Inspirada libremente en la novela Ulyses, de James Joyce, con guión de Marcela Silva y Nasute, el director Carlos M. Jaureguialzo ha sabido construir en Matrimonio una estrategia narrativa inteligente y con buen ritmo, lo cual resulta un doble mérito si se tiene en cuenta que el argumento prácticamente descansa no en acciones, sino en impresiones, sensaciones y diálogos en off, poniéndose todo el énfasis dramático en la tarea de los actores protagonistas. El modo en que el enunciador nos da a entender que comienza el flashback con la experiencia del día del segundo personaje es ya toda una muestra de sobriedad y consistencia en el uso de los recursos formales. Cabe destacarse las excelentes actuaciones de Darío Grandinetti y Cecilia Roth, y vale la pena mencionar además el empleo expresivo y muy bien dosificado de los decorados en exteriores.
Laberintos de una obsesión La crisis de una pareja de 23 años de casados, con Darío Grandinetti y Cecilia Roth. Una historia íntima en la rutinaria vida de una “pareja” que lleva 23 años de casados. Esteban (Darío Grandinetti) es un dibujante publicitario que no le encuentra la vuelta (o no quiere hacerlo) en la creación de una campaña para un perfume de mujer. Está estancado, como en su relación con Molly (Cecilia Roth), una compositora musical sumida en una profunda depresión. Desde el vamos, Matrimonio plantea una trama plana, sin profundidad. Los protagonistas, que en la intimidad casi no se hablan y cuando se encuentran parecen extraños -a pesar de convivir-, sin embargo se extrañan, se buscan, están obsesionados uno con el otro. Desde el nickname del chat hasta la grabación del contestador telefónico figuran de a dos, una simple pantalla de Esteban y Molly. El, siempre se mostrará con un tono monocorde, como si fuese un robot oscuro donde la voz en off (que refleja los pensamientos) empalaga en el recurso. Ella, se refugiará entre las sábanas, no se animará a cortar la relación o a sumergirse en una aventura extramatrimonial. La pareja peca de timidez. El segundo largometraje de Carlos Jaureguialzo (Tres pájaros, 2002) muestra la tibieza de los que se extrañan, pero no se animan a solucionar las cosas, lo único que los une es el amor por su hija, que reside en Viena. En el filme que se vende como “inspirado libremente en Ulises, de James Joyce” el guión carece de intensidad aunque tiene chisporrotazos de risas (sin llegar a la comedia), el sonido se pierde en la melancolía del piano (parece que Cecilia jamás tocó uno o Fito no le enseñó) y hasta cae en los clichés del desamor como el del peculiar violinista urbano que cita un fragmento de Amor se llama el juego, de Joaquín Sabina. Es rescatable en Roth la actuación de los síntomas del inefable ataque de pánico (miedo a la muerte, presunta taquicardia, agorafobia, hipocondría, ahogos) como así también -aunque sea un recurso ya utilizado en varias películas- la repetición del día desde la óptica de él y ella donde en algún momento habrá conexión. Matrimonio navega en lo detallista (planos de manos, objetos, paisajes), lo melancólico y, al igual que la pareja, jamás se anima a jugársela desde la narrativa, ponerle pimienta y tensión al asunto exprimiendo las cualidades actorales del dúo teatral que encarna Una relación pornográfica.
Relación devorada por el tiempo El matrimonio es, sin duda, una experiencia que muchas veces oscila entre la comprensión, el hastío, la difícil convivencia y el amor eterno. Dentro de estos elementos transitan Molly y Esteban, una pareja que ya llevan más de veinte años de casados y que, al parecer, el tiempo dejó hondas huellas en esa relación. El es un experto en preparar perfumes mientras que ella se aferra a una depresión que, a pesar de ser compositora de música clásica, se deja vencer por la monotonía cotidiana. Los días son, para ambos, aburridos y tristes. Apenas dialogan, se muestran indiferentes y dejan que las horas transiten sin alegría ni pasión. Esteban posee como único apoyo sus semanales visitas a un analista para tratar de que su problematizada existencia conyugal pueda tener una esperada solución. A Molly, entre tanto, le cuesta mucho trabajo dejar la cama y tratará de buscar, a través de casi silenciosas charlas telefónicas con un hombre, un cambio en su aburrida existencia. El marido recorre despaciosamente la ciudad tratando de desentrañar esa diaria tristeza, a la par que su mujer decide también cambiar su casa por paseos por las calles donde hallará personajes que le van abriendo la posibilidad de que todo pueda cambiar. Conocidos lugares de Buenos Aires son testigos de estos recorridos, mientras que ambos intentarán desentrañar qué es lo que los ha mantenido unidos a través de los años. En esas calles, y como en un laberinto emocional, se sucederán encuentros y desencuentros que descubrirán, finalmente, que la pasión no está muerta del todo. Inspirado libremente en Ulises , de Joyce, el film habla del amor en la madurez y de los imperfectos y contradictorios lazos que pueden unir a dos personas. El director Carlos María Jaureguialzo, que tiene en su haber Tres pájaros , rodado en 2004, logró insertarse en esos dos personajes a los que dotó de un carisma muy particular, de una sensible calidez y de una emoción que surge sin caer en lo melodramático ni en lo simple. El realizador, apoyado por una excelente fotografía de Miguel Abal, reconstruye la diaria lucha de la pareja que, en definitiva, tratará de que los años de convivencia puedan todavía surgir de la monotonía cotidiana. Para ello supo elegir a sus intérpretes, ya que tanto Cecilia Roth como Darío Grandinetti logran impregnar de soledad y de resquemores a sus respectivos papeles. Matrimonio , pues, debe verse como el retrato de tantas relaciones devoradas por el tiempo.
Cuando la crisis tiene muchos puntos de vista No da la impresión de que haya que recurrir al Ulises de Joyce para narrar 24 horas en la vida de un marido y su mujer en crisis. Sin embargo, así lo han creído el realizador Carlos M. Jaureguialzo y su guionista y coproductora, Marcela Silva y Nasute, en este film que más que a aquel hito de la novela moderna recuerda a los psicodramas de la Recoleta que en los años ’70 filmaba Raúl de la Torre. No es la trama lo que da singularidad al Ulises sino su carácter de parodia de La Odisea, su ruptura de la linealidad y la peripecia, la revulsiva puesta en relación de mito clásico y crasitud cotidiana, la imposición, como modo narrativo de algunos de sus fragmentos más famosos, de lo que dio en llamarse “fluir de la conciencia”. De todo ello, en Matrimonio sobreviven apenas, como restos de un naufragio, dos o tres nombres, un funeral sin mayores resonancias, un par de simultaneidades y un par de monólogos internos, parecería que más por compromiso que por alguna clase de necesidad interna. “Me voy, Molly”, anuncia a primera hora de la mañana Esteban (Darío Grandinetti) a su esposa (Cecilia Roth), a quien deja en la cama matrimonial, cubierta de sábanas hasta la cabeza. Molly atraviesa una seria depresión, desde hace días que prácticamente no se levanta y ni hablar de componer. Desplazamientos, variaciones: aunque se llame Esteban, como Stephen Dedalus, el personaje de Grandinetti trabaja de publicista y tiene una esposa llamada Molly y una hija Milly, como Leopold Bloom en la novela. La depresión de Molly tiene preocupado a Esteban que, aunque quiere dar con el jingle para un perfume, no lo logra. Qué motiva esa depresión, por dónde pasa la crisis matrimonial, qué les pasa a ambos: poco se sabrá de ello. La primera parte está contada desde el punto de vista de Esteban; la segunda narra el mismo lapso, y en ocasiones los mismos hechos, desde el de Molly. Simultaneidad que, desde Tarantino, González Iñárritu y otros en adelante, forma parte del equipamiento narrativo del cine contemporáneo. Como todo relato de viajes –aunque sean interiores, como en la obra de Joyce–, Matrimonio está organizada de forma episódica. Pero lo que en Joyce daba lugar a la eventual epifanía, aquí es un simple desfile de personajes –todos ellos reflejos o refracciones de sus antecesores narrativos–, que pasan como máscaras vacías. Trátese de la madre algo reprochona y la hermana embarazada de Esteban, su socio (Manuel Vicente), su psicoanalista (Rafael Spregelburd), una amiga médica que viene a calmar a la hipocondríaca Molly (Andrea Garrote); Milly, hija de ambos, y hasta los mismos protagonistas. Como Graciela Borges en Crónica de una señora (1971) o Heroína (1972), Roth y Grandinetti accionan sus presuntas angustias sin que la cámara, pendiente de encuadrar los señoriales interiores del piso o semipiso matrimonial, pueda ver más allá de la superficie de sus rostros.
La historia de una crisis Las ambiciones que animan a Matrimonio no son pocas. Desde lo estético, el film plantea un comienzo con especial interés en el plano detalle, en parte para resaltar que todo, incluso un matrimonio, está hecho de dichos detalles. Pero en parte porque también quiere guiar al espectador por los caminos de un largometraje con dos puntos de vista. El realizador dice haberse inspirado en el Ulises de Joyce y aunque hay algunas referencias y punto de contacto, claramente es sólo una inspiración, ya que no reconocerá el espectador el libro en esta historia. Matrimonio es la historia de una crisis, la historia de Molly –como en el libro de Joyce– interpretada por Roth, y de Esteban, interpretado por Grandinetti. Son un matrimonio que parece haber llegado a un punto de no retorno y el film narra un día, el mismo día pero por separado, en la vida de ambos. No hay especial sutileza en el relato y hay cosas que quedan expuestas de forma demasiado directa. La inverosimilitud de muchas de las escenas y de los personajes secundarios que aparecen entran en contradicción con la crudeza realista con la que se describe la amargura de la vida conyugal. Son lo peor de la película los diálogos con esos personajes secundarios, lo forzado de la propuesta con el fin de que la lógica del relato cierre perfecto. Aun así, y con limitaciones y fallas, algunas de estas ideas llegan a encontrar un sentido no exento de emoción e inteligencia. Los actores protagonistas tienen sobrado oficio y pueden jugar bien los roles que sin duda sostienen la trama, pero eso solo no alcanza. Quien apuesta se arriesga a perder y aunque hay aciertos en Matrimonio, el arte se mide por los resultados y aquí hay que decir que son regulares.
Un día más contigo Una melodía inconclusa, una campaña publicitaria que se quedó sin ideas, un matrimonio en crisis. Molly (Cecilia Roth), y Esteban (Darío Grandinetti) son este matrimonio en cuestión. Una pareja de más de veinte años, con una hija brillante haciendo carrera en el exterior, y hasta lo que la familia y amigos consideran ya un slogan “Esteban y Molly”, ese ente autárquico en el que se fusionan las dos personas, al menos ante los ojos de los demás, aunque sus miembros sienten que se ahogan en la pérdida de individualidades. El filme se detiene en un día en particular en la vida de estos dos personajes centrales. La narración presenta primero el punto de vista de él, y luego el de ella. Así, algunos hechos se van entrelazando y los personajes se mueven desencontrados aunque compartiendo el mismo escenario. Surgirán los planteos con respecto a sus vidas, y en especial, a la vida del matrimonio. La separación, los amantes, la edad madura, y la gran pregunta: si queda algo por rescatar entre ellos. El director Carlos Jaureguialzo logra un filme intimista, sencillo, de ritmo un tanto lento, especialmente el segmento de Esteban, en el que abundan las reflexiones internas del personaje en voz en off. El pilar son las excelentes actuaciones de Roth y Grandinetti y un buen trabajo técnico, por sobre todo el de fotografía. Si bien no lo aborda con gran profundidad, la película desarrolla un tema con el que es fácil identificarse, en todo o en parte, ya que hay pocas cosas tan universales como las relaciones de pareja.
Una pareja ganada por el hastío Filme formalmente correcto, con dos actores como Cecilia Roth (Molly) y Dario Grandinetti (Esteban), que se refugian en papeles difíciles, quizás demasiado interiores como para ser exteriorizados, mientras se pasean por nuestra ciudad, acompañados por un fondo musical a media voz. El filme plantea una relación sentimental que parece estar agotada. Pasaron veinte años desde que Molly (Cecilia Roth), compositora y Esteban (Darío Grandinetti), publicista, se conocieron. Se amaron. Tuvieron una hija, ahora adulta, que vive en Viena. Pero todo parece haberse terminado. Aunque ellos intentan fingir ante los demás que sus vidas no se han modificado. La cámara de Carlos Jaureguialzo sigue a ambos protagonistas, a lo largo de un día, por las calles de Buenos Aires y los acompaña con un relato en off que exhibe sus pensamientos. Cada uno hace sus cosas, ve o intenta ver, pensar, o sentir lo que le está pasando, mientras transitan por lugares comunes, pero en los que no se ven. DE UN LADO A OTRO "Matrimonio" es una película intimista en la que sus personajes se mueven de un lugar a otro, sin llegar nunca a una conclusión, a un final. A lo largo de las veinticuatro horas en que transcurre la historia, Molly y Esteban ven pasar distintas personas a su lado, mínimas circunstancias los rozan, pero ellos siguen volcados hacia adentro, sin enfrentarse. La película dice estar inspirada en el "Ulises" de James Joyce, eso sí, en versión libre y el nombre de la protagonista es uno de los pocos rastros que aluden a la famosa novela de James Joyce. Historia de amor, un ensayo acerca de la convivencia, entre un hombre y una mujer que buscan desentrañar que es lo qué los mantiene unidos. Es, en síntesis, una historia acerca del amor en la madurez y los contradictorios lazos que pueden unir a dos personas. "Matrimonio" gana más en las imágenes que en las palabras, que suenan menos creíbles que lo puramente visual. Filme formalmente correcto, con dos actores como Cecilia Roth (Molly) y Dario Grandinetti (Esteban), que se refugian en papeles difíciles, quizás demasiado interiores como para ser exteriorizados, mientras se pasean por nuestra ciudad, acompañados por un fondo musical a media voz. El director Carlos Jaureguialzo debutó en 2002 con "Tres pajaros".
La vida conyugal con melancólica ironía Es probable que sólo la fuerte presencia de Cecilia Roth y Darío Grandinetti en la pantalla pueda llevar adelante una película como ésta, hecha de pequeños detalles, alusiones sutiles, momentos absurdos, tono de irónica melancolía y recursos arriesgados (no siempre logrados). Los autores, Carlos Jaureguialzo y su guionista Marcela Silva y Nasute, describen con ellos un día más, o también puede ser un día especial, en la desgastada vida matrimonial de una pareja. El es un publicitario bloqueado en su crisis personal, ella una compositora depresiva tapada por las sábanas, pero todavía capaz de sobrevivir cuando se arma de cierto espíritu irónico. Esta variación anímica permite a Roth un mayor lucimiento, y al público un renovado interés en la historia cuando a cierta altura ya todo parece tan apagado como el fuego del amor en la pareja. ¿Pero estará del todo apagado? Al final puede que queden algunas brasas para reavivarlo, o quede simple y sinceramente solo el miedo al frío de la soledad cuando llegue la noche. ¿Qué irá a pasar? Antes de saberlo, y de apreciar mejor los variados sentimientos de estos dos personajes, pasan varias cosas, que cada uno vive por su lado, como la asistencia formal a un entierro, incomodidades laborales, vagabundeos, posibles coqueteos, la visita al analista, un accidente callejero, fastidiosas charlas con parientes cercanos, incluyendo una hija lejana, y otras situaciones naturales, de esas que habitualmente uno olvida al llegar a casa, pero dejan su marca. Y también hay un momento vivido entre los dos: la distendida espera de la noticia de un parto, ambos como recordando sensorial, emotivamente, otros tiempos. Pequeño detalle: lo de "emotivamente" se da dentro de las reticencias del caso. Cualquier matrimonio maduro entiende esto. Es en la pincelada fina donde la película consigue sus mejores logros. Y es en algunos antojos de estilo donde arriesga perderse. Por su parte, el espectador culturoso, el frívolo cinéfilo solo interesado en minucias de estilo y renombre, también puede perderse de otra forma, con los guiños que la libretista fue diseminando en su relato, y que interesan especialmente a esa clase de distraídos. Sucede que la reducción de la historia al transcurso de un solo día, algunas andanzas, algún escarceo, la estructura que nos hace ver primero lo de él y luego, volviendo en el tiempo, lo de ella, el uso del monólogo interior, el nombre de alguien, el desconcierto de ir por un lado y aparecer en otro, todo eso, y algo más, remite al "Ulises" de Joyce, que humildemente emplea Silva y Nasute como franca referencia y quizá también como chiste. También se relaciona con ese libro la canción de cierre, "Love's Old, Sweet Song", que puede ser enteramente triste o un poquito alegre, según se la interprete, y en todo caso es tiernamente consoladora, y enteramente hermosa. La versión que se escucha en la película es tierna, hermosa, y un poquito alegre.
Una muy interesante película de Carlos Jaureguialzo, con guion de Marcela Silva y Nasute, donde un matrimonio con una hija adulta que vive en el exterior enfrenta una crisis de relación. Se cuenta lo que ocurre con él (espléndido Darío Grandinetti) y luego lo que siente ella (frágil Cecilia Roth). Dos mundos que giran sobre dolores y frustraciones a borde de abismos. Y un final abierto.
La cinta de Carlos Jaureguialzo tiene un gran logro: dura exactamente lo necesario, ni un minuto más. En la era en donde todas las películas rozan las dos horas, que un fresco de la disolución de una pareja pueda contarse en menos de noventa minutos se agradece, y mucho. La película, con Cecilia Roth y Darío Grandinetti al frente del elenco, es una fotografía de un momento puntual en la vida de este matrimonio. Cuenta un día en la vida de una pareja que lleva más de veinte años de casados y se pregunta cómo se puede mantener ese amor inicial, de qué manera la convivencia, los años, el desgaste, la alta de sorpresa atetan contra ese mismo amor y cómo, tal vez, la separación es la única manera de continuar conservando un excelente recuerdo del otro. A lo largo de todo ese día, con la excelente decisión de mostrarnos la misma historia dos veces pero apreciada desde los diferentes puntos de vista, Molly y Esteban tratarán de descubrir qué es lo que los ha mantenido unidos a través de los años. Una película concisa, directa, concreta, que cuenta solamente lo que se propuso, sin discursos forzados ni echar mano de grandilocuentes muestras de un amor exagerado y cursi. Aquí todos son personas normales que sufren, aman, se alegran e intentan construir sus vidas de la mejor manera posible.
Matrimonio alla Joyce La referencia a la obra Ulises de James Joyce es omnipresente para la crítica de cine -ya sea a través de la misma información de prensa como en las notas de los colegas- pero absolutamente insignificante para el público en general. Sin embargo es un buen modo de iniciar una nota sobre una película intrascendente. Es bueno tener elementos que hagan lucir al crítico frente a una película que carece de todo brillo. Matrimonio, el segundo largometraje de Carlos Jaureguialzo, cuenta un día en la vida de una pareja que lleva 20 años de casados. Para hacerlo, la narración se construye en una primera instancia asumiendo el punto de vista de Esteban (Grandinetti). La segunda mitad de la película contará la misma realidad desde la mirada de Molly (Roth), su esposa. En ambos casos recurre al relato interior, el fluir de la conciencia de los personajes, en un corto camino de un día hacia la noche, en el cual los relatos se encuentran y el punto de vista se aleja y se hace exterior a ellos. En la frase “tal vez lo mejor sería separarnos” con la que comienza el relato interior de Esteban, se marca la tensión que afecta al matrimonio. Molly atraviesa una depresión intensa y se niega a salir de la cama, mientras Esteban se encuentra perdido en medio de lo cotidiano, la familia, el trabajo creativo y las presiones laborales. Esteban y Molly son (eran), para propios y ajenos, casi una marca registrada, un par indivisible. Esteban sufre la tensión que genera la dialéctica entre esta indivisibilidad y el presente de crisis en la pareja. ¿Cómo sería que esa relación que nadie imagina rota? ¿Cómo imaginar el aroma de un perfume sin probarlo en la piel de Molly? Marcado por el relato interno articulado por el uso de la voz en off, en el capítulo relatado por Esteban este recorre Buenos Aires como un fantasma, por momentos hostilizado por esa ciudad que no comprende el dolor por una pérdida. Molly se debate con su depresión, la atención a un hombre con quien se promete un encuentro amoroso más imaginario que real y una profunda hipocondría. Su tiempo en el relato es el tiempo de la mirada. Molly mira las situaciones como si todo le fuera ajeno, como si el mundo fuera un puro exterior que no puede ni quiere aprehender. Podría decir que mientras Esteban debe hablar, debe pensar el mundo, Molly necesita mirarlo. La situación, relatada con libertad, sin anclajes concretos y sin afirmaciones clásicas, adquiere su forma y sentido en el encuentro con el espectador. Sin embargo el film es anodino, segmentado, esquemático. Esta contradicción entre aparente libertad y esquematismo constructivo produce un desacople entre las intenciones estéticas declaradas en el modelo “alla Joyce” constantemente aludido y la estructura del relato. Matrimonio tiene un pobre guión, con apenas un par de escenas logradas. Y con un guion intrascendente, por más que se cuente con las mejores intenciones, difícilmente se logre hacer una buena película.
Ellos construyeron una familia, su hija se independiza y se aleja durante un tiempo del hogar, luego llega la melancolía y la incertidumbre. Esta es la ópera prima del cineasta Carlos M. Jaureguialzo (Ayudante de dirección: "1 peso, 1 dólar", 2006; "La mosca en la ceniza", 2010), con el guión de Marcela Silva y Nasute, nos intentan introducir en las vidas de un matrimonio que lleva más de veinte años de casados, y que vive en medio de rutina, sufrimientos, trabajo y lo que significa vivir en Buenos Aires. Gran parte del relato es en off :Esteban (Darío Grandinetti), se encuentra publicitando la fragancia de un perfume y Molly (Cecilia Roth), una compositora, después de tantos años de convivencia, su hija Milly tiene 20 años, se encuentra radicada en el extranjero y vive en pareja con un hombre de unos 30 años. Ellos van mostrando que las cosas no se encontraban del todo bien, sus lazos no son lo suficientemente fuertes porque la relación comienza a resquebrajarse. Su relato muestra la intimidad de los protagonistas, donde él intentando salir de la rutina, siente cierta incertidumbre concurre al psicoanalista (Rafael Spregelburd), en su casa piensa y en algún momento sufre alguna borrachera; en cambio ella despierta mayor misterio, se encuentra depresiva, y pasa gran parte del día en la cama tapada hasta la cabeza con una sábana, casi ni habla con su marido, en algún momento habla por teléfono a escondidas, habla cuando puede con su hija por Skype y hasta puede llamar a su amiga médica Molly (Andrea Garrote), cuando sufre algún ataque de pánico. Sus vidas son rutinarias, aburridas, no comparten, no tienen dialogo, no salen, con un fuerte estado emocional y con toques de humor y todo se va desarrollando en un tiempo; aparecen otros personajes secundarios que aportan: la suegra de ella (Susana Lanteri), la cuñada embarazada (Eugenia Alonso), este último personaje quizás represente la luz de esperanza, entre otros, pero los mismos no aportan demasiado. Todo gira alrededor de los protagonistas de la historia además de ser buenos actores actualmente se encuentran trabajando juntos en teatro en “Una relación pornográfica. Cuenta con la muy buena fotografía de Miguel Abal. El director ofrece al espectador buenos planos, con los que pretende crear buenos climas, pero por momentos resulta rutinaria y monótona.
Esta producción, que según dicen esta minimamente inspirada en el “Ulises” de James Joyce. Habiendo terminado de serla uno podría decir que está imperceptiblemente “aspìrada” en la que para muchos es la máxima expresión literaria de la lengua inglesa del siglo XX. Con esto quiero decir que descubrimos muy pocos elementos de la obra aludida, ello sin considerar la traslación de un lenguaje a otro, es decir del literario al cinematográfico. ¿Que componentes permanecen? Muy pocos, algunos nombres que se mantienen, situación irreprochable, principalmente el de Molly (Cecilia Roth), pero querer trasladar el recurso que utiliza Joyce de manera asidua durante la mayor parte de la novela, el del monologo interior de sus personajes, y hacerlo en cine mientras el personaje ejecuta la acción que los espectadores están viendo, termina por ser no sólo redundante sino al mismo tiempo, y por repetición del recurso, distrae. Algo así como que si me está diciendo con voz en off, (voz del pensamiento, fuera de cuadro) lo que esta haciendo mientras lo muestra, dejo de mirar, hago otra cosa y escucho. Peor aun cuando el director cuenta con la capacidad actoral de la pareja protagónica y la desperdicia de esta manera. Si esto fuera todo no estaría mal, el problema es que estamos frente a la radiografía de la muerte de la sorpresa que sostiene el amor de una pareja que cayo en las redes del acostumbramiento, y la rutina es la vedette de la relación. Todo transcurre, supuestamente, en un día, que comienza cuando se despierta el marido y ella no da acuse de recibo, continuará tapada con la sabana, ¿durmiendo? Esteban (Darío Grandinetti) es un publicista que afronta una crisis de creatividad que podría estar directamente relacionada a la crisis de vivencia familiar, no sólo de la pareja sino el tener que constituir con “optimismo” el enfrentarse al síndrome del nido vacío: la hija vive en otra ciudad, en otro país, de otro continente, así de lejos. Por su lado Molly atraviesa, según las primeras imágenes, un síndrome depresivo grave, alguien preguntaría ¿personalidad “bipolar”? La respuesta es no, no viven en ninguno de los dos Polos, viven en Buenos Aires. Más allá de la chanza esa falta de asesoramiento con profesionales de la salud mental también se ve reflejada en la escena de la sesión psicológica. En que ambos, paciente y terapeutas, están sentados en paralelo, pero no hablan, sólo escuchamos el diálogo entre ambos. ¿Adivine como? Acertó, con voz en off ¡UF!!! Pero por si esto fuera poco, una persona en ese estado hace nada, pues la pérdida del pasado lo ha dejado sin futuro. Uno no se puede recuperar en tanto el otro no se vislumbra. ¿Para qué me voy a levantar de la cama? El personaje no sólo lo hace, sino que destruye lo construido con acciones que contradicen su estado. La narración comienza con el intento de mostrarnos la vida desde el punto de vista de él, para luego, sobre la mitad del metraje, virar sobre ella. En realidad lo que sucede es que lo que vemos no es desde los distintos puntos de vista, sino lo que les ocurre a los personajes. Así aparece construido todo el texto y si hay detenimientos en detalles que querrían significar lo que construye una relación, “son aquellas pequeñas cosas” diría Serrat, pero el resultado es otro, el de la redundancia y previsibilidad. Qué es lo que llevo al estado de situación de cada uno, y al de ambos en forma conjunta, nunca lo sabremos, no se trata de que sea necesario justificar las acciones pero ante la poca información entregada no plantea un misterio, sino que aburre. Podría haberlo realizado en montaje paralelo, o alterno, hacer que los personajes secundarios vayan a la deriva, aunque encuadrados en segmentos determinados en realidad están a la deriva, con cierres abruptos o ausencia de los mismos. Pero nada de eso importaría demasiado cuando lo que falla en primer lugar es el guión, y en segundo termino la estética y estructura elegida. El relato cierra de forma inesperada con un giro sacado de contexto, tan injustificado como el resto, como reza la canción. “Uno de mi calle me ha dicho que tiene un amigo que dice conocer un tipo que un día fue feliz.” (Otra vez, ¡Gracias Nano!) Nada alterará le mediocridad del producto, ni la buena dirección de fotografía, ni las anteriormente mencionadas buenas actuaciones.
Veinte años en un día En tono de drama y de comedia, la ficción artística abunda en historias que reflejan a la institución matrimonial en sus diferentes facetas. En el cine, desde las comedias del neorrealismo italiano a las introspecciones bergmanianas, las hay superficiales, divertidas, corrosivas y reflexivas en torno de la pareja conviviente. Están los directores que la abordan desde la parte más exterior y los que se adentran como Rossellini con su emblemática Viaggio in Italia (1954), protagonizada por Ingrid Bergman y George Sanders. Esta película argentina (realizada por el matrimonio que también componen el director Jaureguialzo y la guionista Marcela Silva Nasute), parece inspirarse en el mismo modelo, donde la acción fundamental se encuentra en el interior de cada uno de los personajes, que no dejan escapar al exterior más que indicios de su desafuero interno, pequeños detalles de su desesperación, retazos ínfimos de su pasión aún latente. En “Matrimonio”, Esteban (Darío Grandinetti) y Molly (Cecilia Roth) son una pareja que superó los veinte años juntos; él diseña publicidades y ella es compositora musical pero la crisis se ha instalado en su convivencia, un tema del que no hablan entre ellos pero sí con otros, con la médica de ella o el analista de él. El posible o imposible momento del reencuentro entre ambos es la gran incógnita que abre el film. Dulce y diáfana El relato reconstruye un día entero en la vida de estos personajes que deambulan por la ciudad buscándose y perdiéndose. Inspirada muy libremente en la novela Ulises, de James Joyce, se advierte una estrategia narrativa inteligente y con buen ritmo, lo cual resulta un doble mérito si se tiene en cuenta que el argumento descansa más que en acciones, en sensaciones y diálogos en off, poniéndose todo el énfasis dramático en la tarea de los actores protagonistas. Molly y Esteban aparecen en pocas escenas juntos en el film y aun menos compartiendo un mismo plano. Esto acentúa el gran desencuentro por el que atraviesan los personajes, pero desde su inicio la película crea un clima sensible que remarca una cotidianidad dulce y diáfana, desde el gato que se desliza entre partituras y los objetos con dinámica propia que gotean su melancolía como la tinta de una lapicera o el agua que derrama una canilla rota. La suavidad de la luz y la intimidad de la música van evitando los excesos trágicos y dan lugar a algunas pausas para el humor, como la imperdible escena del ascensor o la de la escalera en el hospital, con la interrupción de la suegra siempre entrometida en la relación. Todo en un día La película significativamente incluye como trama secundaria, un velorio y un nacimiento (las dos caras de la existencia). Además se divide en dos partes bien diferenciadas que describen los mismos momentos de un mismo día, pero vistos desde perspectivas y subjetividades distintas, la de Molly (Roth) y la de Esteban (Grandinetti), que se preguntan acerca de qué los mantiene unidos después de tanto tiempo. “El hecho de que se cuente dos veces lo mismo, desde dos miradas y perspectivas, les da a los hechos más peso y profundidad en una película que habla del amor en la madurez y de los sentimientos encontrados que se producen entre los miembros de una pareja de edad mediana. Lo hace describiendo el conflicto interno de los protagonistas, su monólogo interior, el fluir de su conciencia. El estado de ánimo de los personajes es el eje desde donde se articulan los movimientos de estos grandes actores que son Roth y Grandinetti con mucha personalidad como para transmitir por dónde pasa su interioridad. La película es muy ascética en el relato, sin irse por las ramas, y eso pasa también con la luz y el sonido en una estructura ajustada como para mostrar claramente lo que pasa en un día que abarca no sólo el devenir cronológico sino el tiempo que no se puede medir con los relojes.
Publicada en la edición digital #249 de la revista.
Cecilia Roth y Dari Grandinetti son ya dos actores consagrados que han pululado por personajes diversos. En esta oportunidad les toca hacer de marido y mujer, con 20 años de matrimonio, un saberse de memoria, y un desconocerse de todas formas. Como ella misma dice, refiriéndose a la personalidad de alguien: son capas, y capas, y capas. Y la peli nos deja intuir estas tantas capas, esos conocimientos y esas incertidumbres, los malestares conjuntos, y los individuales. Las crisis, y las uniones. Todo esto esta mostrado en un solo día de sus vidas. Un día que si bien puede asemejarse a muchos otros, éste esta elegido por algo particular, en él se ve como condensado, muchos de los conflictos. Y sin develar nada para los que no la vieron, esta muy bien elegida la primera escena y la última. Una transcurre en una mañana, la otra en un anochecer. Pero en su contenido muestran además otras cosas, que exceden a la mañana y la noche. Si algo hay que criticar es que la estructura del guión, aunque buena, nos muestra mucho la mano del guionista. Los momentos en los que unió las cosas, algunas de manera muy buena, otras de manera algo inverosímil. Lo cierto es que el conjunto resulta una película, no solo amena sino que en un punto emociona; y esos entrelineas que tienen toda pareja, toda relación en sí entre seres humanos, pero más las de pareja, están narradas de forma precisa, de frente, con soledades, con huecos, con planos de partes, y que el espectador arme la pareja. O mejor dicho, la sienta. Una recomendada peli para pensar en el amor, y el amor en los años, y los años en el amor. De corte intimista, aunque contiene varias locaciones, mantiene una dirección cercana a los personajes y al espectador. Sencilla. Y honda. Todo en un día de estos dos personajes que se quieren y no. ¿Se quieren o no? Para eso tendrán que verla.