Buscando mi interpretación En su nuevo film, el joven y prolífico director Iván Fund aborda los límites entre realidad y representación y se interpela sobre la ontología del cine. Me perdí hace una semana (2012) es una película que desconcertará a más de un espectador. Iván Fund no teme experimentar. Más bien lo contrario: con cada película da la sensación de que teme a lo convencional, lo rechaza. Los labios (2010, co-dirigida con Santiago Loza), en ese sentido, es hasta la fecha su experimento más convincente; conceptual pero a la vez subyugante. En su nuevo film vuelve al cada vez más tenso (y por lo tanto, interesante) límite entre la ficción y el documental. La idea de “registro” se desestabiliza: ¿qué es lo que se representa? En consecuencia: ¿cuál es el texto y cuál es la glosa? Librada a la materialidad de los actos, su película se torna un juego entre aquello que los actores/personajes hacen y la posibilidad de que estén sintiendo, más allá del lugar que ocupen. Esos seres que conforman el relato son cuatro: una pareja de jóvenes que están por separarse (aparentemente, los actores que los encarnan atraviesan el mismo estado), una policía, y un tarotista gay que ostenta el mayor histrionismo en el film, y que busca –sin mucha suerte- a su perrito perdido. Los cuatro viven en el mismo barrio, y conforman el universo que Fund explora y que en algunas secuencias complementa con voces en off de los mismos intérpretes. Más que hermética, Me perdí hace una semana es una película enigmática. Y eso no es un problema, sino –a priori- una virtud. Lo que desconcierta es la intrascendencia de algunas secuencias que se extienden en demasía, y que más que complementarias a la premisa del film terminan siendo disruptivas: cuesta encontrarles un sentido. Menos arbitraria es la decisión de yuxtaponer imágenes de objetos o locaciones en medio del discurrir reflexivo de los actores. Una propuesta que implica a un espectador no sólo activo, sino capaz de concretar una operación asociativa similar a la que hacen los propios intérpretes en torno a lo real y a lo ficcional (aún sin que sepamos bien cuál es cuál). Se trata de preguntarse, una vez más, sobre la trascendencia del cine en un mundo plagado de actos intrascendentes.
El que busca no encuentra No es nuevo decir que el cine de Iván Fund se origina en una eterna observación y expectación de los seres que plasma en celuloide, y en "Me perdí hace una semana" (Argentina, 2012) el objeto narrativo serán seres que deambulan en las calles tratando de encontrar al perro perdido al que alude el título del filme, pero también a ellos mismos. Cuatro seres (Eva, Michi, Juan y Yasmin) intentan dentro de sus rutinas encontrarle la explicación al porqué de algunos de sus actos y la inasibilidad de las pulsiones que día a día los mueven a levantarse de la cama. Algunos son más claros en lo que quieren, como Eva (Eva Bianco, enorme como siempre, y vista recientemente en "Historia de Teresa" de Doce Casas, de Santiago Loza), una mujer policía que sola enfrenta la vida. Otros la tienen más complicada, como Yasmin y Juan (Yasmin Malanca y Juan Nanio), quienes en la convivencia aún no saben cómo acercarse al otro. Y hay uno que la tiene más que clara, como Michi (Michi Espinoza), el explosivo y verborrágico, guía espiritual de los anteriores, aunque en su interior esconde una gran soledad. Fund trabaja con planos detalles de los personajes y destaca el contraste entre el adentro/afuera, no solo de ellos, sino de los espacios. Afuera son seres vulnerables, a la deriva, tanto como Ernesto, el perro perdido de Michi. Adentro son seres que no pueden ni saben cómo expresar lo que sienten. Película de atmósferas y climas, "Me perdí hace una semana" es una buena oportunidad para acercarse al cine de Fund, un cine de planos estáticos, de no acción, que invita ala relfexión luego de la expectación y que en el fondo habla de seres y lugares quedados en el tiempo, pero que aún intentan cumplir sus sueños y anhelos más profundos. PUNTAJE: 7/10
Con Eva Bianco, Juan Nanio, Yasmín Malanca, Hugo Fund y José María Espinoza. Guion: Iván Fund y Eduardo Crespo, con la colaboración de Santiago Loza. Música: Mauro Mourelos y Juan Nanio. Edición: Lorena Moriconi. Dirección de arte: Adrián Suárez. Sonido: Guido Deniro. Duración: 70 minutos. Apta para todo público. En el Espacio INCAA KM 0 - Gaumont (Rivadavia 1635). Híbrido entre ficción y documental, este largometraje de Fund trabaja sobre una idea interesante. La película se centra en una pareja a punto de separarse, una mujer algo más grande sin chicos y un hombre que ha perdido su perro y trata de encontrarlo. Todos son vecinos de una muy pequeña ciudad. El film cuenta sus historias interconectadas pero, al mismo tiempo, el realizador va entrevistando a los actores acerca de su experiencia al hacer la película y cómo se van sintiendo en relación a sus personajes. Esto es especialmente intenso en la parte de la pareja a punto de divorciarse que, supuestamente, estaría siendo interpretada por una pareja real en similar situación sentimental. Los conceptos son fascinantes, la mezcla entre ficción y documental está bien hecha, pero la película no termina de funcionar del todo. Hay grandes escenas y otras largas en las que no sucede nada demasiado interesante. Da la sensación, como en otros trabajos, que la cámara de Fund intenta captar pequeños momentos y epifanías, pero en varias ocasiones se queda sólo en el gesto.
Así en la realidad como en la ficción En un momento de Me perdí hace una semana, el Michi, un tarotista gay convertido provisionalmente en vocero de la conciencia que regula el cine de Iván Fund, cuenta lo que él siente: "hay una desconexión entre lo que uno es y la ficción". Allí está cifrada una clave fundamental de esta película pequeña y provocativa que es también la crónica de un fracaso. O de dos. El de la joven pareja protagónica, en un lento proceso de descomposición que la película acompaña al mismo ritmo, y el del propio proyecto de filmación, puesto en cuestión por casi todos los que rodean a Fund durante el rodaje, como el propio director se encarga de dejar en evidencia. Y es justo que sea el Michi -que también aparece en AB, la otra película de Fund estrenada esta semana- el personaje a cargo de la revelación. Porque unos segundos después, travestido, se luce con una sentida versión de "Amor entero", una melodramática canción romántica de la puertorriqueña Lucecita Benítez. Con él habrá también una muy buena escena que transcurre en una noche de copas en la casa de la pareja en conflicto. Con una cámara inestable que es reflejo no sólo del presente de los personajes, sino también de la relatividad de los límites entre ficción y documento en su cine, Fund logra momentos más verdaderos que la mayor parte de los que el cine mainstream argentino produce cuando se pone serio. En la película aparecen también una mujer policía (Eva Bianco, quien ya había estado en Los labios, codirigida por Fund y Santiago Loza, con quien la actriz trabaja habitualmente) y su hijo, conviviendo en una subtrama deliberadamente desdibujada en la que una vez más aparecerá involucrado el Michi, médium de otra convicción del director: "Yo sigo adelante, no me interesa. Si se viene el mundo abajo, que se venga". La frase sintetiza muy bien la obcecación de Fund en seguir su propio sistema. Esas historias donde los vínculos, los géneros y las etiquetas son necesariamente imprecisos.
Un minimalismo arrollador Estrenadas en el Festival de Mar del Plata 2012 y en el Bafici 2013, respectivamente, Me perdí hace una semana y AB retratan la rutina de una serie de personajes sometidos a los efectos de situaciones ordinarias. Dos películas retroalimentadas por sus similitudes formales y temáticas. Dos películas que afirman y reafirman la decisión de complejizar un universo artístico propio mediante la expansión sensorial de sus protagonistas. Dos películas teñidas del mismo espíritu crepuscular que, como se lee acá al lado, invadía a su director. Dos películas con una cámara que filma emociones, que se mueve con la suficiente sabiduría para detectar el pulso de las situaciones, el peso de los silencios, la preponderancia del gesto, la autenticidad no sólo de la mirada, que se permite mirar y capturar las particularidades del entorno. Estrenadas en el Festival de Mar del Plata 2012 y en el Bafici 2013, respectivamente, Me perdí hace una semana y AB son historias de un minimalismo arrollador dedicadas a retratar la rutina de una serie de personajes sometidos a los efectos de situaciones ordinarias. Pero Iván Fund, parafraseando a Sun Tzu en El arte de la guerra, entiende que la clave está en hacer extraordinario aquello que a priori no lo es, convirtiendo a los aquí y ahora de sus films en el punto exacto en que el pasado se va para convertirse en un futuro hasta entonces inminente. Los cuatro protagonistas de Me perdí hace una semana parecen haberse perdido hace bastante más tiempo que el indicado por el título. La joven pareja, quizás desde el inicio de la convivencia. Se entiende, entonces, el laconismo de ella y los abrazos silenciosos de él, como si supiera que la aventura del techo común no es lo que debería ser. Michi lo está desde que busca a su perro, mientras que el quiebre de Eva (Eva Bianco, también vista en Los labios) llegó ante la certeza de la soledad y el deseo de ser madre otra vez. Fund muestra el entrecruzamiento del cuarteto, dedicándoles el tiempo necesario para oírlos y acercando la cámara hasta convertirla en un sismógrafo de sus sentimientos y angustias –la escena del baño es notable en ese sentido–, todo atravesado por disquisiciones en off de los mismos personajes acerca de las motivaciones detrás de un ejercicio creativo. Disquisiciones que son, tal como afirma el cineasta, las suyas. Así, Fund continúa, como desde la notable Los labios, dirigida junto al aquí coguionista Santiago Loza, explorando, indagando y amalgamando documental y ficción sin que esto implique la conversión de su film en un ejercicio académico o formalista. Surgida de un programa de coproducciones del festival Cph: dox, AB está filmada a cuatro manos junto al danés Andreas Koefoed, pero es una acentuación de todas las constantes del cine del santafesino. Acentuación y depuración. Quizás por la metodología comunitaria o por la cercanía del realizador con las situaciones argumentales, Me perdí hace una semana tendía a un cierto grado de dispersión sobre el desenlace, como si el propio director no supiera muy bien qué hacer con sus personajes. Aquí, en cambio, la preocupación humanista alcanza el punto más alto en toda la filmografía de Fund. Centrada en el acompañamiento de dos amigas (Araceli y Belén, las mismas de Hoy no tuve miedo) a las que se les avecina el final de una adolescencia forjada al calor del compañerismo y la simbiosis generada por miles de hora de rutina compartidas, AB es un sensible retrato elegíaco sobre las elecciones y los cambios de rumbo que éstas conllevan. Su desenlace, atravesado de punta a punta por un extenso relato en off escrito por Loza, es quizás la mejor clausura posible para la etapa de un cineasta a quien, al igual que a sus personajes, se le presenta un futuro pleno de posibilidades delante de sus ojos.
Momentos de sencilla hondura entre largas y tediosas planicies Se estrenan en forma conjunta dos películas de Ivan Fund, prolífico autor de un cine más raro que bueno, donde aparecen momentos de sencilla hondura entre largas planicies poco atractivas. Siempre piezas breves, filmadas con no-actores en las afueras de Crespo. "Me perdí hace una semana" muestra a una parejita medio abúlica, una señora joven que suponemos madre y policía, y un tarotista amanerado que busca a su perro perdido quién sabe dónde. Este es el único personaje con algo de fuerza, los otros son unos desvaídos. Detalle curioso: cada tanto, los intérpretes ofrecen sus impresiones respecto al trabajo que están haciendo, y la sintonía que encuentran con sus propios estados de ánimo. El problema es que, según les oímos decir, "la vida es intensa a tu alrededor pero uno se queda mirando a donde no hay nada". La misma película incorpora un ejemplo de lo dicho: la cámara sigue por la calle a una de las actrices que camina en la tarde nublada con cara de nada, y se cruza con unas niñas que están jugando y gritan, felices, "¡Nos filmaron!", "¡Nos filmaron!" Ese momento intenso en la vida de las niñas, una panorámica nocturna al comienzo, y un breve capítulo del tarotista en un quincho, con su posterior expresión de soledad, son lo más destacable. Más llevadera es "AB", por Arita y Belencha, dos muchachas ya medio creciditas. Se presentan a cámara, se abrazan, y recorren el pueblo ofreciendo en adopción siete perritos todavía lactantes. Hay escenas simpáticas, medianamente improvisadas, con gente tranquila, cordial, que vive con la puerta abierta sin problemas, y evoca sus perros anteriores. De ahí quiere irse una de las chicas, rumbo a la gran ciudad, aunque el novio no pueda acompañarla. La otra visita un monasterio. Hacia el final surge un costado a lo Terrence Malick, con resumen de imágenes mientras una voz en off recita un largo poema sobre la unión del ser en el universo y en la figura amada, la ternura divina, y otros asuntos en forma sentenciosa, alternando con particulares silencios. Esa última parte está en 3D, tal vez para darle al texto mayor profundidad, recurso que alcanza cierto atractivo durante una breve toma a lo largo del túnel subfluvial. No hay mucho más para contar.
También de Ivan Fund, que decidió estos dos estrenos en simultáneo. Título inspirado en los carteles de perros perdidos. Aquí, el adiós se preanuncia en una pareja, en las complejidades de la maternidad y las pérdidas.
Cabezas parlantes Sin llegar a la equilibrada AB, repitiendo al menos en lo conceptual el juego entre ficción y documental, con Me perdí hace una semana se confirma que Iván Fund es un realizador en permanente estado de búsqueda más allá de lo estético y que toma al cine y a la cámara como medio más que como fin. Jugar al extremo con la idea de representación al romper un código y exponer de manera explícita el artificio de la cámara implica en este caso que los actores que interpretan los personajes expresen sus emociones o cuenten experiencias a cámara. El microuniverso de un barrio en el que coexisten una pareja a punto de separarse, un tarotista gay que busca ser el alma de la película y a veces lo consigue y una mujer madura que no desea ser madre son los pilares temáticos en los que se apoya el opus de Fund. S in embargo, un carácter disruptivo y cierta digresión a la hora de unir las pequeñas anécdotas arrebatadas a la realidad sin permiso le juegan en contra a la propuesta y a veces la tornan un tanto críptica o la envuelven en un hermetismo poco saludable. No obstante, Me perdí hace una semana que también se conecta con perros, búsquedas y pérdidas -como ocurre en AB- logra por momentos crear climas de intimidad y verdad únicos, algo que a esta altura tratándose de Iván Fund no es mera casualidad y refleja un agudo poder de observación y síntesis difícil de emular.
Gran parte del cine argentino de las últimas décadas se caracterizó por ser un cine de situaciones, de un retrato temporal en el que las acciones son dejadas -en gran parte- de lado. Películas con una concepción estética que transita diversos colectivos sociales para enmarcar su filosofía como obra artística en torno a los universos de turno. En Me Perdí Hace una Semana, Iván Fund retrata el transcurrir de ciertos personajes en un barrio humilde: un hombre que ha perdido su perro y su vínculo con una pareja joven que se acaba de mudar al lugar y una mujer policía que vive junto a su pequeña hija. El film no hace otra cosa que girar en torno a las relaciones humanas y en cierto punto la cotidianidad de sus protagonistas y sus luchas más internas consigo mismos. Con climas bastante desolados, la ausencia de música incidental y una estética que transita entre el documental y la ficción, Fund crea un mundo envuelto en una percepción sumamente realista. El inconveniente es que a pesar de sus setenta minutos, la película se torna densa. Entre distintos registros con cámara en mano y largos planos que se dividen en silencios y extensos diálogos pasatistas, en conjunto el relato adquiere un carácter realista pero sin lograr apuntalar una historia atrapante y un desarrollo más fluido de la narración. Da la sensación de que Me Perdí Hace una Semana nunca logra abarcar su propio universo para dimensionarlo en una historia de interés, sino que se pierde en climas y sensaciones que resultan intermitentes y hacen que el relato se torne intrascendente. El film de Fund parece no poder desenmarañarse entre los conflictos entre su forma y contenido, en función de lo cual nunca llega a construir una narración homogénea, principalmente por carecer de un núcleo argumental fuerte que sirva como punto de inflexión en relación a los hechos que irán transcurriendo.
Dos para mirar el interior Es una idea más que acertada estrenar juntos dos films de Iván Fund, prolífico cineasta argentino, para visionar un mundo y un criterio de puesta en escena con ejes en común. Es una idea más que acertada estrenar juntos dos films de Iván Fund, prolífico cineasta argentino, para visionar un mundo y un criterio de puesta en escena con ejes en común. Codirector junto a Santiago Loza (Los labios) o a solas (La risa), frecuente partícipe de las últimas ediciones del Bafici y del Festival de Mar del Plata, el cine de Fund bucea en la interioridad de los personajes y en las combinaciones del documental con la ficción. Me perdí hace una semana, por un lado, es un relato coral donde se describen las vivencias de un tarotista, una pareja joven y una mujer policía, ubicados en una geografía de barrios carenciados donde la noche es muy oscura. En tanto, en la road-movie a pie que narra AB, Arita y Belencha, en un pueblo de provincia, planifican una hipotética ida de su lugar de origen. La calidez de ambas historias, breves en su duración, invade las vidas de estos personajes, lejos del peligroso miserabilismo en esta clase de relatos. Más aun, entre Arita y Belencha, amigas que se quieren desde el primer día que se conocieron, subyace una sutil historia de amor, que concluirá cuando una de ellas reflexione ante la posibilidad de recluirse en un monasterio. Si AB, por lo tanto, construye un relato en el que las dos amigas se fusionan en una sola, Me perdí hace una semana está más cerca de un film-confesionario con cámara en mano, donde se registran los relatos de Pepo y Yesu (la pareja joven), Michi (el tarotista) y Eva (la mujer policía, interpretada por Eva Bianco, estupenda actriz). Aparecen muchos perros en las dos películas: recién nacidos, encerrados, sueltos por calle, protegidos por los protagonistas. Pero, a diferencia de El perro de Carlos Sorín, la mirada de Fund presenta pedazos de vida, noches que parecen eternas, carencias afectivas que no se relamen en la miseria y una honestidad simple y concreta que convierte a uno grupo de personajes ordinarios en seres extraordinarios. Ambos films se exhiben desde hoy en el espacio INCAA cine Gaumont.
Extraños primeros planos Iván Fund es el director de Me perdí hace una semana, un film de apenas 70 minutos de duración que posee la particularidad de resultar muy difícil de ser sometido a un análisis severo, no porque lo que se exponga sea complejo ni mucho menos, sino por el modo de manifestarse que posee el realizador a través de la cámara y de las escenas que nos presenta. La película apela a los silencios, a cabezas gachas y a miradas que dan la sensación de abstraerse en la nada misma. Fund nos enseña distintos personajes que se relacionan o dialogan sin demasiada trascendencia. Michi es un tarotista gay que ha perdido a su perro. Probablemente los momentos de mayor calidez estén bajo su cargo, por su impronta, espontaneidad y chispa para intentar sacar adelante secuencias en donde las charlas parecen no dirigirse hacia ningún lado. Michi se conecta con la gente que vive en su barrio. La inexpresividad de los personajes procura que detectemos que cada uno de ellos no se siente netamente realizado. Los primeros planos abundan, se hacen extensos y no le aportan mayor profundidad al relato. No hay una trama definida, la proyección no busca precisar una historia determinada sino ahondar en las relaciones interpersonales. Lo que consigue Fund es ganar realismo, puesto que cada una de las instancias que monta expresa la cotidianeidad, los quehaceres y lo intrascendente que puede resultar una simple cena, un despertar, o una caminata por los alrededores del vecindario. Lo mismo ocurre en los diálogos; cada vez que observamos a los intérpretes sentados en una mesa manteniendo una plática la impresión que tenemos es que alguien ha dejado encendida la filmadora sin que los participantes se hayan dado cuenta de ello, para registrar la ocasión. Sin embargo, pese a la elevada cuota de naturalidad que acarrean los acontecimientos (muchos de ellos bastante alargados), la narración no conduce hacia un puerto de enlace para con el espectador, tornándose el asunto todavía más trivial. LO MEJOR: los momentos del personaje de Michi. LO PEOR: film frío, lento, manso y que se hace pesado a pesar de su corta duración. Diálogos que no conducen hacia ninguna parte. PUNTAJE: 3
Un cine llamado a no concluir Siempre en el cine que más importa nos perdemos en las imágenes. Perderse quiere decir habitar el plano, hacernos parte de él; no leer una historia –los denominados “contadores de historias” podrían ser la plaga más insospechada del cine actual– sino quedarnos parcialmente a oscuras con nuestras preguntas, mirando siempre, a mitad de camino entre la ilusión y el desaliento, sin saber nunca del todo cómo reaccionar. En Me perdí hace una semana el espectador afortunado se pierde, acompañado por esa cadencia tan característica de las películas de Fund, esa convicción forjada plano por plano, como un presentimiento o una segunda piel. En la película vemos unos cielos de atardecer flotando sobre Crespo, el pueblo de Fund; vemos ropa mal colgada (no tendida) sobre un alambre; vemos unos chicos que dejan de jugar cuando advierten el paso de la cámara y de pronto nos miran. También vemos las casas bajas, el paisaje gris en contraste con el rojo discreto, a un costado del plano, del sol que baja entre nubes en el horizonte. Tenemos una pareja de jóvenes en crisis y una película que falló, o no se pudo filmar, o fracasó en medio del rodaje. Una película imposible, e invisible, como aquella de la segunda parte de Hoy no tuve miedo. El director dispone la voz en off de los protagonistas para aludir a la historia de esa película, o a un intento de esa historia: fragmentos indóciles de relato cuya dignidad esencial consiste en no completarse nunca, en ser siempre una vacilación, incluso una negación. Enseguida se advierte que Fund no inventa nada para agregar a su propio sistema, sino que se dedica a volver sobre él con la perseverancia de un maratonista, reacomodando piezas, contemplando la posibilidad de pequeñas variaciones, probando un punto de vista, observando y sopesando la necesidad de otro. Ocurre que en realidad ya inventó casi todo lo necesario: su cámara parece mirar todos los detalles contenidos en el plano con una transparencia clarividente pero, a la vez, cada segundo transcurrido nos recuerda que no sabemos qué va a pasar en el siguiente. Hay un efecto muy hermoso y muy logrado, en esta y en el resto de sus películas, que consiste en dejarnos atrapados en cada minucia de las brevísimas peripecias que se despliegan delante nuestro: ¿qué hará ahora ese perro que salta delante de la cámara? Mirar un plano que se sostiene durante un tiempo que desafía nuestras expectativas significa que no se alude al tiempo sino que se está inmerso en el tiempo, tanto el del espectador como el de los personajes o el paisaje. Fund no trabaja sobre una idea de progresión, ni de intriga; no tiene una historia que contar sino un tono, una especie de emoción sostenida siempre contra todo obstáculo y todo cálculo. La principal insolencia del director, si se puede hablar de insolencia, es la de hacer un cine minoritario, poblar la pantalla de imágenes cuya única esperanza es la de sostener un cierto asombro, una cierta curiosidad, una cierta duda; incluso una cierta cualidad especular: acercarse a lo que no se sabe mediante una mirada no conclusiva, un discurso que tampoco sabe, que balbucea y vive siempre en peligro, a merced de una única convicción que es la de seguir en funcionamiento –seguir “hablando”– sin importar qué pase. Como siempre, el aire conmovedor que atraviesa sus películas surge en buena parte de la gracia impasible con la que cada objeto o ser vivo (en su cine abundan los perros, por ejemplo) parece discurrir delante de cámara, esperando tal vez ser filmado. Pero lo mejor de todo –ese pequeño tesoro que se guarda y que es bueno recordar que se tiene– es que el cine de Fund no luce para nada trabajoso; sus imágenes son fluidas, la naturaleza de las escenas es estremecedoramente orgánica y legible, pero no renuncia nunca a una vocación por el misterio, por no cerrar nada, por no terminar, por no sacar nada en limpio. No es difícil ver que hay una especie de fatalismo en Me perdí hace una semana: las películas fracasan, no se concluyen, no terminan, no están llamadas a reconfortarnos sino a sumirnos en la incertidumbre. Nunca sabemos bien qué estamos viendo: una película, el ensayo de una película, un esbozo de historia, un borrador. Las películas de Fund son como la conciencia del cine después del cine, la puesta en escena de la imposibilidad de un relato y la obstinación melancólica con la que se registra esa imposibilidad.
Una meseta creativa En su nueva película, el director Iván Fund se concentra en un pequeño grupo de personas y sus vivencias: una pareja en crisis, un tarotista que perdió a su perro, una mujer policía. Sin embargo Me perdí hace una semana significa una meseta creativa dentro de su original filmografía, una obra en la que evidencia una fuerte carencia de ideas, que sólo sabe disimular a través de la impostación. Alrededor de esos personajes, el realizador propone un dispositivo que pretende reflexionar sobre el proceso de filmación, la relación entre ficción y realidad, la cámara inmersa dentro de lo cotidiano. El problema es que esos tópicos ya vienen siendo transitados desde hace décadas y lo único que parece aportar Fund es pereza narrativa. La historia nunca avanza, los personajes jamás adquieren espesor y el espectador es condenado al puro aburrimiento. Me perdí hace una semana es una película con muy poco para decir, que vuelve a poner en cuestión los métodos y razonamientos de las instituciones que promueven apoyo financiero y logístico. Si se sigue financiando y promoviendo cine como este, no vamos a ningún lado. NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el BAFICI.
“Me perdí hace una semana” es la nueva película del director de “La Risa” y “Hoy no tuve miedo” que se estrena al mismo tiempo que otra película suya, “AB”. Hablamos de Iván Fund, quien además junto a Santiago Loza había dirigido “Los Labios”. En este caso, el director vuelve a hacer dos cosas que lo caracterizan: una, experimentar con las imágenes, los sonidos, las sensaciones, con la idea de dejarlos ser a los protagonistas, hasta tal punto de casi no distinguir la ficción de la realidad; y otra, la de hacerlo siempre de un modo intimista, sin explicar, sin dar nada por sentado. Así, transforma a la película en una experiencia rara, en la que un espectador poco activo se sentirá desconcertado y no terminará de conectarse nunca. La premisa de la que parte el argumento es muy simple, podría resumirse en un perro que se perdió. Pero además hay una pareja de jóvenes a punto de separarse, una policía que además es madre y, en el centro, un tarotista, el dueño del animal perdido. “La instancia de filmar siempre es buena. Aunque la película después resulte mala. Una siempre espera que suceda algo”, se relata en algún momento. Y parece ser eso lo que más importa en este film, la idea de sentir que hay algo, algo que aparece solo, que no se lo busca pero se espera que aparezca. Se habla de una sinceridad con los conflictos y de que por el simple hecho de insistir algo va a aparecer. En este caso, a “Me perdí hace una semana” se la termina sintiendo muy experimental y así como funciona bien, con cierto mérito (ir a lo seguro puede llegar a tornarse aburrido), también se muerde un poco su propia cola. Es difícil terminar de conectarse cuando las escenas no siempre siguen un eje coherente, cuando aparece un narrador que le habla directamente al espectador y luego escenas actuadas con tal naturalidad que nos hacen sentir testigos de una privacidad ajena. Resumiendo, la película de Iván Fund es una experiencia interesante pero que no termina de cerrar, por momentos se la siente un poco perdida, que de tanto dejarla ir no se sabe a dónde va. Un film que se interpretará siempre de diferentes maneras, según los ojos que se posen sobre él. Pero la búsqueda de su autor está ahí, sigue en camino de probar a dónde lo puede llevar el cine, de un modo no tradicional que se agradece, así como también su duración, apenas más de una hora.
Por suerte el cine argentino no es solo Bañeros 4. Este film de Iván Fund narra la historia de una pareja en un barrio humilde, pero también cuenta ese contexto social sin idealizarlo ni demonizarlo, algo bastante difícil. Es simplemente la historia de gente que va construyendo un lazo -como todos- a partir de las carencias y de las emociones. La mirada de Fund es precisa y no subraya nada. Su mayor mérito consiste en dejar vivir a sus personajes.