Sólo un océano nos separa Decisiones que por más extremas e irracionales que sean, denotan un compromiso con una causa imposible de evadir, del que difícilmente surja un arrepentimiento. Mika e Hipólito Etchebehere las han tomado en su vida y hoy, los directores Fito Pochat y Javier Olivera se encargan de que sus historias no queden borradas por el tiránico paso del tiempo. Mika, mi guerra de España (2012), documental co-dirigido por Fito Pochat y Javier Olivera que cuenta la historia Mika Etchebehere, una argentina que llegó a España, junto con su pareja y compañero de vida Hipólito Etchebehere, apenas unos días antes de que se desatara la sangrienta guerra civil que duraría hasta abril de 1939. Ambos habían iniciado su camino desde muy jóvenes en el Trotskismo, en la Argentina. Luego, tras haber juntado el dinero suficiente para emigrar, viajaron a Europa, donde ellos creían que se encontraba más encendido el espíritu y los valores de la revolución, que pregonaban y según los cuales construían su día a día. Primo fue Alemania, donde según Mika “la posibilidad de la revolución estaba ahí nomás”, hasta que como ya sabemos, el nazismo llegaría al poder para aplastar toda idea revolucionaria. Luego, fue España y su propia guerra. En 2007, un libro llega a manos de Fito Pochat. Se trata de “Mika, mi guerra de España”, escrito por ella misma, con el agregado de que Hipólito era ni más ni menos que el tío abuelo de Pochat. A través de una excelente recopilación de imágenes de archivo, acompañada por el relato en off de la actriz Cristina Banegas, las palabras escritas se recrean fielmente en la pantalla. Al mismo tiempo que Arnold, sobrino de los Etchebehere, nos muestra la España de hoy, por medio del viaje que realiza para recordar en mi primera persona el indeleble paso de sus tíos. A lo largo del documental, conocemos la historia de un libro, la historia de una pareja de argentinos que no vio otra alternativa moral que viajar al epicentro más oscuro del hombre en ese entonces. De todos modos, siempre que nos interiorizamos con este relato, lo hacemos desde una mirada en la que la el intimismo propio del vínculo familiar triunfa sobre el registro periodístico en el que se privilegia pluralidad de fuentes, aunque sea en su cantidad. Mika, mi guerra de España nos permite viajar a la península ibérica una vez más. Pero se pudo haber aprovechado mucho más este viaje de Arnold en el presente para indagar aún más en sus antepasados, en Mika y en definitiva en las secuelas de una guerra que involucro a todo un país durante casi tres años.
Cuando uno se topa con una historia épica y ancestral de amor y lucha, ¿qué más que llevarla a la pantalla grande a modo de homenaje? Esto deben haber pensado Javier Olivera y Fito Pochat al codirigir “MIKA, mi guerra de España” (Argentina, 2013) luego que un ejemplar del libro que da título a la película, escrito por Mika Etchebehere, llegara a sus manos. La reconstrucción de los hechos narrados en el ejemplar fue realizado con solidez a través de impactantes imágenes de archivo con las que los jóvenes realizadores pudieron hilvanar la vida de Mika y su marido Hipólito. Estos dos militantes de izquierda, marxistas hasta la médula y que tras deambular por diversas ciudades del mundo , fueron testigos del surgimiento de la Guerra Civil Española, llegando a convertir a Mika en la única mujer capitana de las fuerzas republicanas, son puestos en el centro de la historia con fotografías personales. La principal fuerza y valor del documental radica en la energía que decanta por sí sola porque Mika es un personaje en sí misma. La cámara (en entrevistas de archivo) la ama, y ella lo sabe. La mujer, dueña de una verborragia única, hace que sus palabras posean una continuidad en el relato a través de la voz en off de Cristina Banegas (siempre correcta) sobre las imágenes en blanco y negro de los jóvenes revolucionarios de la época. El correcto timming con el que Pochat y Olivera introducen las imágenes son elocuentes con algunas frases de Mika. Así, si ella dice mirando a cámara “la revolución nació con los cantos y la alegría”, los cuerpos que se muestran en pantallas son los de unos jovencísimos soldados acompañados por mujeres y familias en plan festivo pero con la convicción de una lucha que brotaba por sus poros. En cambio si la estoica mujer afirma “una vez más me descubro capitana, madre de familia que vela por sus soldados”, la música incidental acompaña escenas relacionadas con la naturaleza o simplemente planos de actividades más “humanas” dentro de lo que se puede decir “humano” en una instancia de guerra y revolución. Pero no sólo de imágenes de archivo y de fotografías sepias filmadas se compone “Mika, mi guerra…”, sino que el otro hilo conductor, además de la voz en off que leerá pasajes del libro durante todo el metraje, será su sobrino nieto Arnold Etchebehere el que transitará aquellos lugares en los que Mika e Hipólito desplegaron su historia de amor y lucha. Si bien por momentos se extraña la implementación de recursos que quizás hubiesen modernizado la construcción narrativa, en la simpleza del documental es que también se puede rescatar la potencia de la historia. Las entrevistas de Mika (realizadas obviamente con anterioridad en Francia y España, ya que Mika falleció en 1992) bien por sí solas podrían haber sido una posibilidad de narrar. Pero los realizadores fueron más allá, no solo al incluir pasajes y fragmentos del libro con el narrador omnisciente, sino que al incorporar a un personaje real y ligado a la pareja, el verosímil se potencia para bien. El recurso de la voz en off no cansa, porque además los párrafos escogidos por el dúo de realizadores son contundentes, y si aún así, estos no hubiesen acompañado la acción verbal con imágenes de archivo las solas palabras como “hay olor a pólvora en las calles madrileñas, la derecha está planeando algo” “hablan” por sí solas. Las ganas de investigar más sobre Mika con las que uno sale de la sala son increíbles, y si pasa esto con uno es porque la función y finalidad de los directores se logró. Película para repasar uno de los momentos más tensos y representativos de la historia reciente que duele, “Mika, mi guerra de España” es un homenaje sentido para uno de los personajes más icónicos de la fuerza femenina en los procesos revolucionarios.
La guerra de una mujer sola Mika, este documental inusual, empieza como un misterio. En los primeros minutos, después de alguna información de rigor, un plano se cierra sobre las aguas del Sena. Debajo del agua, o más bien esparcidos en las aguas, perdidos y recuperados líricamente para la película, yacen los restos de Mika, la protagonista. Mika es un verdadero enigma que nunca terminará de resolverse: una chica argentina de clase más o menos acomodada, que en los años veinte abraza la idea de la Revolución y recorre a partir de allí una parte importante de la historia sísmica del siglo. La palabra Revolución es intimidante, va con mayúscula porque encierra un ideario, una causa cósmica, un modo de vida y una poética que le es afín. La película reconstruye fragmentos de Mika a través de viejas entrevistas a la protagonista y, sobre todo, de pasajes de su libro Mi guerra de España leídos por la voz en off de la actriz Cristina Banegas. Mika conoce en esos años a un joven llamado Hipólito Etchebehere. Se casan, van primero al sur argentino, donde tienen que inventarse una manera de subsistir (ya que ambos son jóvenes y burgueses, poco acostumbrados a vivir del aire), se ponen a estudiar, fabrican prótesis dentales, juntan el dinero que pueden y parten a Europa. Primero van a Alemania, donde a principios de los años treinta, según consigna Mika en su relato, los militantes comunistas tenían fusiles y ametralladoras en sus habitaciones y estaban listos para tomar el poder por las armas de un momento a otro. Después, frente al ascenso del Nacionalsocialismo, parten a España, donde esperan poder ver realizado el ideal revolucionario pero son sorprendidos por la rebelión franquista. Mika es una historia constante de derrotas que se sortean con el ímpetu de una pasión cerril llamada militancia. Es curioso que casi no figure la palabra “obrero” en la prosa fluida y afiebrada del libro cuyos fragmentos lee Banegas, siempre con énfasis beligerante y soñador. El relato, en cambio, echa luz profusamente sobre la conformación de los grupos de milicianos a favor de la República, describe los movimientos de tropas, el clima de camaradería, el fervor patriótico, evalúa la calidad del armamento, recuerda el sonido de las canciones y el entusiasmo cincelado en los rostros a veces imberbes de los que marchan al frente. Es el relato de una guerrera convencida. Pero también, como contrapartida necesaria, ese relato se demora con especial dedicación en la descripción de su marido. Hipólito Etchebehere aparece en las palabras de la mujer lleno de luz, despidiendo de su rostro la fosforescencia de una gracia sobrenatural, un aura que encandila a quienes lo rodean y transforman de inmediato en un líder indiscutido a ese muchacho de salud siempre precaria, que había entrado a la militancia “como se entra en una secta religiosa”. La militancia es un credo, entonces, y quizá también una forma de locura sin clasificar. En tanto, las filmaciones de archivo que registran momentos de la guerra –gente que huye, familias que esperan un reparto de comida, soldados que arrastran cadáveres– operan casi como significantes puros y ponen, tal vez incluso a su pesar, un paréntesis liberador en el misticismo bélico que se desprende del texto y constituye la columna vertebral de la película. Un fragmento especialmente largo de Mika describe –siempre mediante la voz en off– el momento en que el grupo integrado por la protagonista es perseguido por las tropas que responden a Franco y debe refugiarse en una iglesia. Hipólito Etchebehere ha muerto unos días atrás –“la bala le partió el corazón, murió con una sonrisa en la cara” le indican quienes lo vieron caer, y uno se imagina enseguida una imagen beatífica, la mueca congelada de un mártir. Mika, esta extranjera, la única mujer, ha quedado al mando de un grupo de soldados cansados y a punto de morir de hambre. El caso es que pasan allí encerrados un tiempo que parece una eternidad. Les disparan con ametralladoras y obuses. Tienen pocas balas, no tienen comida ni medicinas. Entre los refugiados hay civiles, niños, mujeres embarazadas, viejos. Algunas mujeres empiezan a dar a luz y no hay con qué atenderlas. Las escenas que se describen parecen salidas de una novela alucinante sobre el desvarío de la guerra o un cuadro de Goya. Por momentos dan ganas de dejar la película e ir a buscar el libro, para leer sin intermediarios las páginas de esa mujer que asegura que estaba decidida a salir al aire de la noche para recibir los balazos de sus enemigos antes que quedarse a morir como un perro, bajo los techos y las columnas incrustadas de oro de la iglesia. Es poco probable que los directores hayan hecho a sabiendas el retrato fascinante de una persona que no parece estar del todo en sus cabales, cuyo interés genuino reside más en su carácter esencialmente indescifrable, a su manera poético (apto para el cine, justamente por ambas cosas) que en el de constituirse en presunto modelo de ciudadano comprometido con la suerte de sus semejantes. En realidad, todo en la película lleva a concluir que se trata de una adhesión absoluta al personaje a partir de un ideario revolucionario más bien confuso pero que se acepta de antemano sin replicar. No hay nada parecido a teoría política alguna en Mika; no se explica en qué consiste una revolución, cómo se hace para conseguirla ni de qué manera esto redundaría en una mejora en las condiciones de vida de los oprimidos. Para la película la Revolución es una cuestión de fe, algo que atañe solo a los conversos y cuyo supuesto se da por descontado en el espectador. La Revolución aquí es poesía de la guerra, es un montón de palabras arrebatadas, son destellos que iluminan por dentro a los personajes y les arden en la mirada. En tanto, casi por fuera de la película, persiste el misterio de esa mujer, al margen de su dimensión mítica aprovechable para la causa revolucionaria (sea lo que esto fuere). Acaso el mérito mayor de Mika es rozar los bordes fantasmales del personaje y traer de vuelta los retazos de su voz como si fueran ecos, una música perdida: esa clase de cosas esquivas que parecen ser la materia fundamental del cine.
La gran capitana Mika, mi guerra de España es el retrato íntimo de una pareja argentina cuyo destino cruzó la Historia del siglo XX. Un destino revolucionario, cargado de pasión y muerte. Elegido. Porque Mika Feldman e Hipólito Etchebéhère, que se conocieron en Buenos Aires militando por la reforma universitaria de 1918, decidieron combatir en cualquier lugar en donde se peleara por un mundo nuevo. El cayó bajo las balas franquistas, durante la Guerra Civil Española; ella, condujo tropas republicanas: fue capitana, la única mujer con mando. “Una mujer dirige la compañía y los milicianos lavan sus calcetines. Para revolución, ya es grande”, recuerda Mika que le dijo alguien durante su “guerra de España”. Lo recordó, en realidad, en su libro de memorias (reeditado ahora por Eudeba), leído en off -o deberíamos decir: interpretado en off- por Cristina Banegas, quien nos hace sentir que Mika –muerta en 1992, a los 90- nos habla en primera persona, con un lirismo y un coraje dignos del Che. Otros elementos fuertes de la película son las imágenes de archivo: fotos de la pareja -que decidió no tener hijos para luchar sin condicionamientos-, escenas de los combates en el frente, y dos entrevistas a Mika: una, hecha por la televisión española; la otra, en blanco y negro, por la francesa. Este filme, realizado por Fito Pochat y Javier Olivera, sobrinos nietos de Hipólito, no procura salirse de lo convencional: sabe que la historia que cuenta tiene la fuerza y el interés suficientes. Mika comenzó siendo anarquista, luego fue marxista y finalmente trotskista. Luchó contra el nazismo, el fascismo, el franquismo, hasta que también confrontó con el stalinismo. Es raro, o no tanto, que ella e Hipólito no sean muy conocidos. Este documental y la reedición del libro intentan reparar esa injusticia histórica.
Retrato de una militante convencida La vida de Mika Etchebéhère -o Micaela Feldman de Etchebéhère, como se prefiera- estaba destinada a llegar al cine, no sólo por la dimensión de su figura como combatiente consagrada a una causa revolucionaria por la que luchó gran parte de su vida, sino también por la inusual trayectoria que desarrolló en cumplimiento de ese compromiso, que había asumido cuando apenas había superado la adolescencia, y por el papel que desempeñó cuando le tocó tomar parte en la Guerra Civil Española, capítulo decisivo en su vida que supo resumir en un libro bellamente escrito y titulado como este documental que le dedican dos de los sobrinos nietos del que fue su compañero en la militancia, en la acción guerrera y en la vida: Hipólito Etchebéhère. Nacida en Moisés Ville, Santa Fe, la primera colonia agrícola judía independiente de la Argentina, Micaela estudió odontología en Buenos Aires y desde esos años militó en grupos políticos anarquistas, socialistas y comunistas. Fue allí donde se vinculó con Hipólito, estudiante de ingeniería perteneciente a una familia francesa. Militantes marxistas ambos y convencidos de que se debían a la causa de la revolución, juntos se unieron al Partido Comunista. Por poco tiempo, ya que fueron expulsados por sus desacuerdos con la política estalinista y sus simpatías con la figura de Trotski. Juntos anduvieron, primero, por la Patagonia, reuniendo dinero para viajar allí donde las circunstancias lo aconsejaran. En 1931, fue Berlín, donde veían las condiciones ideales para el esperado estallido revolucionario. El ascenso de Hitler los llevó a Francia, donde se vincularon con grupos trotskistas, y más tarde, tras el triunfo del Frente Popular, a Madrid, pocos días antes del inicio de la contienda, con una columna de milicianos del Partido Obrero de Unificación Marxista, el POUM, con el que se sentían bastante identificados. Mientras tanto, en Hippo seguía avanzando su antigua tuberculosis, pero no cedió a la enfermedad: cayó por un proyectil de ametralladora en la toma de Atienza, el primer combate del que participaban, en agosto del 36. Ahí fue donde la joven viuda aceptó ocupar su lugar, pero con la condición de continuar el combate. Los hombres que lucharían a sus órdenes mostrarían una disciplina, una resistencia y un valor reconocidos por los soldados profesionales de grandes ejércitos. La capitana se había ganado el rango con justicia: "Los protejo y me protegen -escribiría ella en su libro-. Son mis hijos y al mismo tiempo son mi padre. Les preocupa lo poco que como y lo poco que duermo y, a la vez, encuentran milagroso que resista tanto o más que ellos los rigores de la guerra". El libro es la inmejorable guía que sigue el valioso documental de Pochat y Olivera. Pero no son sólo los bellos textos de Mika dichos por Cristina Banegas los que dan conexión y coherencia al relato. La cámara acompaña a Arnold, sobrino de los Etchebéhère, en su recorrido por los lugares donde se desarrolló la trayectoria de la pareja, y esas imágenes de hoy se enlazan con el material extraído de documentales y con tramos de dos largas entrevistas (una en español, la otra en francés) en las que quien evoca episodios y sentimientos es la propia Mika. Resulta atrapante el retrato de esta militante convencida cuyo compromiso no disminuyó con el tiempo (no faltó a los episodios de mayo del 68 en París, donde vivió después de la Segunda Guerra y donde falleció, en 1992). Al cumplirse veinte años de su deceso, la escritora argentina Elsa Osorio dio a conocer el libro que le dedicó: La capitana.
Al rescate de una figura histórica Basado en las memorias de Micaela Feldman, que ahora resucita en la voz de Cristina Banegas, el documental de Pochat y Olivera echa luz sobre una militante argentina que llegó a comandar una columna del POUM durante la Guerra Civil Española. ¿Qué tiene que hacer o tener una persona para que se convierta en un símbolo popular o, al menos, en alguien reconocido a nivel histórico? Resulta difícil desentrañar los mecanismos por los cuales esto sucede, pero si hay un caso en el que los engranajes de la maquinaria de la historia fallaron de manera inusitada fue con Mika Etchebéhère, quien tuvo todas las característcas para figurar hasta en los manuales escolares. Sin embargo, eso no sucedió y esta mujer heroica sigue siendo injustamente desconocida en la Argentina, excepto por la imprescindible novela Mika, de la escritora Elsa Osorio, cuya profunda investigación vino a echar luz allí donde había un agujero negro. Ahora, es el cine el que se encarga de retratar la vida de la primera mujer –argentina, ella– que fue capitana de una columna del Ejército Republicano durante la Guerra Civil Española. Y a través del documental Mika, mi guerra de España, de Fito Pochat y Javier Olivera, puede asegurarse que estos directores contribuyen a quitarle aún más el velo a la historia. Micaela Feldman –tal su apellido de soltera– había nacido el 14 de marzo de 1902 en Moisés Ville (Santa Fe) y en su juventud decidió estudiar Odontología en Buenos Aires. En la universidad conoció a Hipólito Etchebéhère, estudiante de Ingeniería. Y juntos militaron por la Reforma Universitaria sobre finales de la primera década del siglo XX. El amor los unió y fueron pareja, pero también los conectaba el deseo por la causa libertaria de los pueblos. Para poner en práctica sus ideas, se afiliaron al Partido Comunista (del que luego fueron expulsados por disidencias) y sensibilizados por la Semana Trágica y, además, debido a la tuberculosis padecida por Hipólito, ambos recalaron en la Patagonia, donde investigaron la masacre contra los obreros. Pero Mika e Hipólito tenían grandes sueños revolucionarios y, como la Argentina no parecía el lugar más propicio para hacerlos realidad, viajaron a Alemania, donde proliferaba un espíritu de lucha a través de las organizaciones obreras. Con el ascenso de Hitler al poder, tuvieron que huir. Previo paso por París, la pareja decidió unirse a la lucha republicana en España y formó parte de una columna del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), al mando de Hipólito, que luego murió en combate. Fue Mika, entonces, quien se encargó de comandar la tropa de esa columna hasta que fue detenida y luego liberada. Tras la caída republicana, se estableció en París. Cuatro décadas después, escribió sus memorias en el libro Mi guerra de España, hasta que murió, el 7 de julio de 1992, a los 90 años. Pochat y Olivera cuentan esta historia basándose en el libro de Mika. La voz en off de la actriz Cristina Banegas les da vida a los relatos de Mika que, por la minuciosidad con que están escritos, dan la impresión de haber sido volcados en el papel al calor de la lucha, aunque no fue así. Pero Banegas no oficia de locutora, sino que utiliza su potencia dramática para crear un personaje histórico con una solidez interpretativa que hace más que amena la narración de los fragmentos del libro. Sus lecturas enlazan correctamente con dos entrevistas realizadas a Mika, una de ellas en España y otra en París (donde vivió hasta su muerte). Allí describe cómo comenzó su militancia y recuerda por qué ella e Hipólito creían que era posible hacer la revolución en Alemania, pese a la fractura posterior de este sueño. Pero por sobre todo, Mika brinda detalles sobre el significado de la Guerra Civil Española y de los días de combate. Esta entrevista es, a la vez, un documento histórico muy valioso, perfectamente concatenado temáticamente con los relatos de Banegas, casi como si no hubiera saltos narrativos. El documental se completa con el testimonio del sobrino de la pareja, Arnold Etchbéhère, quien realiza un viaje siguiendo las huellas de sus ancestros. Un importante material de archivo muestra imágenes y fotografías combinadas con lo que se escucha, formando una relación coherente entre palabra e imagen para retratar la vida de esta mujer que ya con 66 años ayudó a los estudiantes parisienses a levantar barricadas en el Mayo Francés y que en 1976 organizó la primera protesta en Francia contra la dictadura argentina. No es poco, entonces, para merecer un lugar en los anales de la historia.
Una memoria hecha de verdad Es un interesante documental dirigido por sobrinos nietos de la pareja protagónica (Fito Pochat y Javier Olivera), con la expresiva voz de Cristina Banegas, leyendo pasajes del libro que escribiera Mika. Mika Feldman e Hipólito Etchebéhere se conocieron en Buenos Aires en época de la Reforma Universitaria, fueron testigos de la Semana trágica y la Universidad los presentó como estudiantes y simpatizantes de un socialismo de izquierda. Eran muy jóvenes en la década de 1920 y querían hacer la revolución. El militaba políticamente y ella lo secundaba. Se fueron al sur en la época de la Patagonia trágica y luego a Berlín, donde militaron ante sindicatos fuertes, pero el ascenso de Hitler los expulsa y parten a España, donde van a constituirse, durante la Guerra Civil Española, él en jefe militar del POUM, grupo con el que simpatizaban y ella, en Capitana con mando de tropa. La lucha los asaltó en distintos momentos de la brutal guerra desencadenada en España. La muerte de Etchebéhere en el sitio de Atienza da un corte a sus treinta y seis años; Mika continúa la lucha y es detenida por trotskista. Posteriormente ella viaja a París, interviniendo en las barricadas del 68, al lado de los estudiantes y organizando en 1976 la manifestación en el Pont Neuf, para denunciar los excesos del gobierno, en la Argentina. EMOCION CONTENIDA "Mika. Mi guerra de España" es un interesante documental dirigido por sobrinos nietos de la pareja protagónica (Fito Pochat y Javier Olivera), con la expresiva voz de Cristina Banegas, leyendo pasajes del libro que escribiera Mika y un sobrino ya mayor, Arnold, que recorre los lugares en que sus tíos desarrollaron su aventura de vivir. De fondo, los increíbles registros documentales de la Guerra Civil Española, algunos nunca vistos en la Argentina, pues se ha recurrido inclusive a materiales del Museo de la Resistencia de Turín, Italia, y a algunos archivos españoles, poco difundidos. Fotos fijas, valiosos fragmentos documentales, incluso reportajes a Mika hechos en Francia y España dan un atrapante testimonio de la memoria libertaria de estos protagonistas que se fueron a edades diferentes. El, a los treinta y seis años, en Atienza, en medio de la embestida de guerra con varios tiros en el cuerpo, en una España de luto. Ella ya con una vida activa de militancia y orgullo en el París del "92, cuando se consagra oficialmente la Unión Europea con el Tratado de Maastricht. En síntesis, un documental de impecable ejecución formal, con una música que acentúa sus sesgos emocionales
Una deuda histórica y una deuda familiar. Los sobrinos nietos de Hipólito Etchebehere, los realizadores, y su esposa Mika, en el período en que ella se transformo en la primera mujer con grado de capitana del ejército republicano durante la Guerra civil española. Una historia increíble contada de primera mano.
Yo fui testigo... Mika Feldman nació en 1902 en Santa Fe. Con apenas 19 años, participó en las huelgas de la Semana Trágica, signo inequívoco de su involucramiento con grupos e ideales anarquistas. Ideas más o menos parecidas a las que tenía Hipólito Etchebéhère, con quien compartiría un viaje a Europa. Primero, recalaron en Berlín, después en París y finalmente en España. Allí llegaron en 1936, pleno albor de la Guerra Civil, donde ambos se alistaron con los republicanos. Él cayó en la batalla, pero ella no sólo sobrevivió a la guerra, sino que más de dos décadas después participó en el Mayo francés. La historia de la particular pareja es el eje central de Mika, mi guerra de España. Dirigida a cuatro manos por Fito Pochat -quien además es el sobrino nieto de Hipólito- y Javier Olivera, la película asienta sus bases sobre un recorrido cronológico por la vida de ella, centrándose particularmente en la experiencia española a través de jugosas imágenes de archivo y fragmentos de la autobiografía de Mika escrita en 1976 -y que Eudeba reeditará en estos días- recitados por Cristina Banegas. A todo esto se suma la presencia de uno de los sobrinos del matrimonio mostrando cómo está la realidad española actual y cuánto quedó -o no- de aquellos ideales pregonados por Mika e Hipólito. El film tiene los mismos defectos y virtudes de gran parte de los documentales nacionales estrenados en los últimos años. Esto es: un formato más cercano al televisivo que al cinematográfico, una puesta en escena más bien descuidada y una narración clásica y sin demasiado riesgo; pero al mismo tiempo posee la capacidad para auscular en los recovecos de los libros para dar con historias tan pequeñas como interesantes. En ese sentido, Mika, mi guerra de España alcanza su cometido de difundir la historia de un matrimonio que atravesó gran parte del siglo pasado sin negociar sus ideales.
Excelente documental con capitana republicana Durante la Guerra Civil Española, muchas mujeres lucharon codo a codo con los hombres del Ejército Republicano. Y una de ellas, pero solo una, llegó a convertirse en oficial al frente de las tropas. La capitana Mika Etchebehere. Odontóloga santafesina. Esta es su historia, y la del amor de su vida, el mecánico dental Hipólito Etchebehere, muerto al frente de los suyos apenas a un mes de comenzada la guerra. Juntos habían vivido las luchas por la Reforma Universitaria, el sueño anarquista, la amistad con José Ingenieros y Alfonsina Storni, la aventura de dentistas en la Patagonia, hasta Esquel y el Futalaufken, las simpatías troskistas, el viaje a Paris y Berlin, las indecisiones de la Internacional Socialista y la consecuente caída de la República de Weimar. Apenas empezó la guerra se integraron al Partido Obrero de Unificación Marxista, un grupo antiestalinista. Y salieron al frente de 150 hombres. "Me quedo aquí porque ésta es mi guerra", se dijo al quedar viuda, y enamorada para siempre de un recuerdo. Y se bancó lo peor, dando ejemplo de valentía y castidad, como ella misma lo dice: el sitio de Sigüenza bajo los bombardeos alemanes, la defensa de Madrid durante dos años terribles, la represión comunista del Poum, el fin de la 14° División del legendario Cipriano Mera, el exilio. Más adelante vendrían otras luchas, hasta la muerte en Paris a los 90 años. La película sigue las páginas de excelente prosa de su libro de memorias, que Cristina Banegas lee con voz apasionada, alternando con la propia Mika, tal como podemos verla en un par de reportajes, uno de ellos para Paolo Gobetti, ex partisano y periodista, creador del Archivio Nazionale Cinematografico della Resistenza. La abundante ilustración incluye fotos familiares, material del Archivo General de la Nación, Filmoteca Española, etc., y algunas recorridas por diversos lugares, bajo la guia del sobrino Arnold Etchebehere, que aporta sus comentarios. O, simplemente, nos acompaña a lugares que lo dicen todo con su sola existencia, como el Gedenkstatte der Sozialisten, el memorial de los socialistas, en el viejo cementerio de Friedrichsfelde, Berlin, donde, desde hace pocos años, también se ha levantado una lápida en honor de los izquierdistas muertos por el estalinismo. Quedan para el público la reflexión, la admiración y el íntimo dolor. La melancólica música de Alfonso Herrera Mora contribuye un poco a esto último. Autores, Fito Pochat ("Un tren a Pampa Blanca", sobre el tren sanitario) y Javier Olivera ("El visitante"), que además han impulsado la edición argentina del libro de memorias, con el prólogo que Julio Cortázar escribió especialmente para la primera edición de 1976 en Francia y España. En él, Cortázar define al libro como "bello, necesario y eficaz". Así también es este documental. Vale la pena saber también lo siguiente. El escritor conoció a Mika cuando él era un simple viajero, y ella lo ayudó dándole unos trabajos como traductor. Los directores conocieron el libro en el 2007, cuando alguien les reveló que son los sobrinos nietos de Mika e Hipólito. En toda la película esto ni se menciona. Mérito destacable, frente a tantos que en circunstancias similares aprovecharían a hablar de sí mismos (una moda actual). Aún más, ella fue cuñada de Alberto Etchebehere, histórico director de fotografía a quien, entre otras cosas, se debe la invención del subtitulado. Y pariente politica de Héctor Olivera, autor de aquel gran elogio del anarcosindicalismo llamado "La Patagonia rebelde" (y que también ignoraba el parentesco). Diseño del afiche y los títulos, bien estilo años '30, Martín Lehmann.
Ideales que no mueren Los protagonistas de esta historia de amor y guerra son Mika Etchebéhère y su esposo Hipólito, ambos comprometidos desde muy jóvenes con la política pero sobre todas las cosas con las causas que intentaban reducir la brecha de la injusticia en el mundo. Así, lo describe el documental Mika, de Fito Pochat y Javier Olivera, con una protagonista singular, revivida en la sentida pero profunda interpretación que la voz de la actriz Cristina Banegas nos regala valiéndose de textos extraídos de las páginas del libro Mi guerra de España, publicado en los 70, elemento que forma parte del operativo de reconstrucción de las vivencias de su autora Mika junto a Hipólito durante su participación en la Guerra Civil Española como parte de la resistencia contra las fuerzas franquistas. Un relato que por momentos parece apresurarse en la cadencia estrepitosa como si la memoria buscara ganarle la batalla al olvido para contar una guerra en primera persona luego de muchos años y con las reflexiones que el corazón calla para que las heridas no sean tan profundas. El material de archivo que los realizadores eligieron rigurosamente ubican el contexto y entonces las palabras cobran un sentido distinto, así como las fotos o los segmentos de una entrevista para conocer otros aspectos de esta mujer, quien fuera capitana durante la época de la guerra y activa luchadora, desde todos los frentes, por convicción más que ideología política. La amplitud del documental y los recursos cinematográficos al servicio del relato para trazar una silueta compleja más allá de su contorno permiten llegar a conocer cómo pensaba Mika Etchebéhère, que con sus 70 años formó parte del Mayo francés desde su incansable militancia por la vida y la justicia social. Vale la pena conocerla como testimonio de una época difícil que cinematográficamente quedó coronada en el documental Morir en Madrid y que ahora reaparece desde un lugar muy diferente gracias a esta obra.
Mika, a woman raging war with her times Though many accounts and figures related to the Spanish Civil War are quite well known, it’s most likely that the story of Mika Etchebere remains somewhat in the dark to those who are not connoisseurs. This is arguably one of the main reasons to see the skillfully crafted Argentine documentary Mika — mi guerra de España ( Mika – My Spanish War), directed by Fito Pochat and Javier Olivera. Moreover, not many are the documentaries that manage to delve into a complex topic while making it accessible to general audiences. Born in 1902 in Santa Fe, Argentina, to Russian Jewish immigrants, Mika first became an anarchist at the young age of fifteen. In time, she would turn into a fervent Marxist militant, that is to say, during her years at the university in the 20s when she met Hipólito Etchebere, whom she almost instantly fell in love with. As did he with her. Hipólito and Mika later get married, but prior to that they became involved in many different anarchist, communist and socialist organizations. Among other activities, they took part in the creation of a political group based on the Insurrexit magazine. They also joined the Argentine Communist Party in 1924, but because of strong differences with the leadership of the party, they were kicked off after only two years. However, as was to be expected, their activism went on untouched as they embarked on long trips through Patagonia during the late 20s; then, in 1931, they moved to Europe, first for a brief stay in Spain and France, only to finally settle in Berlin in 1932. They saw the climb of Nazism and the defeat of Socialism, so in turn they decided to go live in Paris. Once there, they got into Que Faire, a Trotskyist revolutionary group. By the time the Spanish Civil War began, Mika and Hipólito had switched cities once again and were residing in Madrid. This event proved to be a major turning point in Mika’s life — and we’re talking about a life with many turning points. From being the wife of a political leader, she became no less than the only foreign woman to command POUM militia during the war. Thus started a whole new period in her life, which ended in Paris in 1992, when she was 90 years old. If you think the above synopsis gives away much of what Mika — mi guerra de España is all about, you are wrong. It so happens that there’s so much to account for that one documentary would not be enough. Nonetheless, Fito Pochat’s and Javier Olivera’s opus smoothly overcomes this potential problem and provides viewers with both the big picture as well as the most meaningful smaller facets. It does so in a conventional yet most effective manner by turning to taped interviews with Mika, conducted both in France and Buenos Aires; archive footage from the Spanish Civil War, but also personal photos of Mika, her husband, friends and relatives; current footage shot in the open skies and vast fields of Patagonia and Spain; and a voice over narration by renowned Argentine actress Cristina Banegas as she reads passages from Mika’s autobiography, Mika — mi guerra de España. So picture a properly edited feature with the right tempo to immerse you into a universe unlike any you’ve probably known before, the universe of a very special, multifaceted woman that went crossed many frontiers, time and again, to leave a most indelible mark in the history of the Spanish Civil War. Imagine old photos that speak of far-away times when Mika and Hipólito were getting to know each other and the world around them, documents of a past that can only be reached through words and images. Expect an informative feature that will give you all the information you need (and more) to get familiar with an exceptional woman without ever becoming overwhelming, repetitive or redundant. Most important, and this is perhaps where the film’s biggest asset lies, Mika — mi guerra de España, is a documentary that pulls off a very difficult task: it’s revealing and intimate at once. It’s not really about facts, but about people. It’s the humanistic side what makes the difference here. In this regard, special credit is due to Cristina Banegas who conveys emotions and sentiments that prompt viewers to envision Mika as a real life person instead of a figure with no flesh and blood.
Una mujer, su amor y su lucha Mika, mi guerra de España es un hermoso documental que coquetea con formas narrativas que escapan a las convenciones más comunes del género. Lo hace utilizando las propias palabras de Micaela Feldman, publicadas en su libro autobiográfico, que será prontamente editado en la Argentina, donde esta mujer argentina, nacida a principios del siglo pasado, cuenta su apasionante historia, plagada de lucha militante durante diversas etapas de gran importancia histórica en todo el mundo. La vida de Mika, como le decían, puede ser vista como la vida de muchos. Es una historia dura, donde establece una mirada muy visceral, bien desde el llano, desde el lugar de los luchadores que casi siempre quedan en el anonimato. En su juventud, mientras estudiaba odontología, conoció a Hipólito Etchebéhère, con quien formó pareja, militando ambos por la Reforma Universitaria. Luego se mudaron a la Patagonia, afectados en su profunda sensibilidad por los sucesos de la Semana Trágica. Cuando percibieron que el frente de su lucha estaba en otros lugares, se mudaron a Alemania, para colaborar con las organizaciones obreras. Pero se encontraron con el ascenso imparable del nazismo, sufriendo a la vez la desilusión por la chance desperdiciada de una realización virtuosa del socialismo, a partir de la falta de intervención de la Unión Soviética. Finalmente decidieron unirse al bando de los republicanos en la Guerra Civil Española. Hipólito falleció en combate, con lo que Mika quedó al frente de una columna integrada por 150 hombres. Fue detenida y luego liberada. Después de la derrota republicana, se estableció en París, donde escribió sus memorias, hasta que falleció en 1992, a los noventa años. El film de Fito Pochat y Javier Olivera utiliza no sólo el material literario -potenciado por la magnífica voz de Cristina Benegas, quien desde el espacio en off crea un personaje de maravillosa complejidad-, sino también fragmentos de dos entrevistas a la propia Mika, el testimonio de Arnold Etchbéhère -sobrino de la pareja, quien realiza un viaje siguiendo el itinerario de los protagonistas- y una rica variedad de material de archivo. El resultado es un relato fragmentario y fluido a la vez, que usa los documentos visuales, textuales y sonoros para ir construyendo una ficción propia, una interpretación/adaptación propia de los hechos, donde el discurso político, ideológico, se va hilvanando a través de una historia romántica como pocas. Es que Mika, mi guerra de España es básicamente una gran película de amor: por la ideas, por el prójimo, por los débiles y oprimidos, por lo que parecía imposible pero se creía posible y, esencialmente, en lo físico y espiritual, por el hombre que se tiene al lado, por el compañero de toda la vida, al que se ama desde el primer momento. Como pocas veces en el cine, una mujer, una luchadora, pudo decir en voz alta cuánto amaba a un hombre. Ese dulce feminismo, que sale de la pura femineidad, tan sutil como potente, coloca a Mika, mi guerra de España en un lugar de privilegio. Es cine militante esperanzado y esperanzador como pocos.
Calidad de realización para evocar la historia de una mujer inamovible en sus ideales Pantalla en negro, letras blancas: “Entre el 17 y 18 de julio de 1936 un sector del ejército español se alzó en armas contra la II República de España. A este acto se lo conoce como el inicio de la Guerra Civil Española” Con el comienzo de lo que podría ser un título de manual de historia de primaria, el guión de “Mika, mi guerra de España” está redactado para jugar con tres elementos a la vez: dos entrevistas a Mika Etchehevere, hechas una en los ‘70 y la otra en 1984; los textos del libro escrito por ella misma, narrados en off (voz de Cristina Banegas) sobre imágenes de archivo de las guerras; finalmente el testimonio en Buenos Aires de uno de los descendientes de Mika, o sea el nexo entre presente y pasado que sirve como puente de la unión Argentina- España a ser transitado primero por los directores, luego por el espectador. Este documental de “Fito” Pochat y Javier Olivera presenta una estructura convencional en cuanto al armado, es decir entrevista + archivo + metraje propio, todo debidamente compaginado para darle un orden lógico y didáctico. Empero “Mika, mi guerra de España” tiene algunas sutilezas en el material filmado como, por ejemplo, los encuadres de la arquitectura de Madrid y de Buenos Aires para establecer vínculos sólidos e históricos. También, apoyados en el libro hay una clara historia de amor entre Mika e Hipólito (su pareja y mentor) ponderada al mismo nivel del contenido principal. Gracias a esta decisión la obra posee tintes dramáticos que sumen al espectador provocando ese extraño deseo de que todo termine bien, como pasa en todo romance bien contado. Pero tal vez el hallazgo más importante sea la voz en off de Cristina Banegas, que remite mucho a lo hecho por Rita Cortese en “La República Perdida II” (1986). La actriz hace propias las palabras de la militante revolucionaria otorgándole, junto a la música de Alfonso Herrera Mora, una coloratura nostálgica, personal, contundente. Una vez entendido quién es quién, la narración se entrega al texto e imágenes ilustrativas para hacer un recorrido emotivo por la militancia, los ideales, el terremoto fascista de la década del ‘30 en todas sus formas, con epicentro en Alemania, España, y la historia de una mujer idealista entregada a sus convicciones. Por cierto, el nivel de producción es notable en cuanto a despliegue, traslados e incluso la post producción. Todos estos elementos, hacen fundamental la visión de esta obra que por su claridad y ensamble debería ser material de proyección obligatoria en los colegios. Es cierto que se refiere a una persona en particular, pero desde ella se desprende un material invaluable para entender el hoy como consecuencia del ayer. Así quizás no repitamos esa parte de la historia, aunque sí vale repetir la visión de esta película.
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Fito Pochat y Javier Olivera encontraron en Mika un personaje fascinante que reúne todos los componentes para hacer un documental sustancioso tanto en lo histórico como en lo personal: Mika Feldman, nacida en la Argentina termina luchando en las brigadas del POUM, (Partido Obrero de Unificación Marxista) en la Guerra Civil Española, una guerra que se caracterizó por la importante acción de extranjeros que se sumaron a la lucha republicana. Su autobiografía, Mika, mi guerra de España, nunca editada en Argentina, es el material que da el hilo vertebral al documental desde la voz magistral de Cristina Banegas: esa voz narradoraconmovedora o firme, emotiva o risueña, va construyendo desde la primera persona las experiencias de la mujer, la esposa, la amante, la “capitana”, la militante comprometida con su batallón. La figura de Hipólito Etchebehere, también argentino, muerto en batalla, esposo de Mika, y mirado desde sus ojos que invitan a mirar también a través de los ojos del espectador en las fotografías de archivo que van pasando bajo la voz narradora. Una historia de amor que está por debajo de una historia politica: una pareja troskysta que va a materializar aquello de la revolución internacional: primero llegan a la Berlin pre-nacional socialista, el triunfo de Hitler es la primera derrota. En España la derrota de la República y la adscripción a la a resistencia que inicia la Guerra Civil es el caldo ideal: “Hipolito muere con los ojos abiertos y una sonrisa en la cara”. Nada podía distraer al matrimonio del compromiso revolucionario: atrás quedó una vida en la Patagonia, una posible familia con hijos. Una entrevista en blanco y negro, nos pone frente a una Mika ya anciana que desde un perfecto francés da detalles de distintos momentos de su acción en Sigüenza o Madrid. Tambien ahi aparece la firmeza y la melancolía. La trama de la derrota de la guerra civil se despliega en el documental con complejidad a la vez que con claridad: no escapan los detalles del sitio en la catedral de Sigüenza, el quedar librados a su suerte por el comunismo, la entrega final. En la París actual, el sobrino nieto de Mika: Arnold Etchebere es la conexión que los directores utilizan con el presente, logrando que la narración logre un interesante diálogo entre los rastros en el presente de aquella lucha. Entre las cosas que ocurrieron en el festival de Mar del Plata donde se preestrenó: un público tan cálido como la película que se vio, no terminaba de irse de la sala, contando testimonios de sus propios padres, republicanos que vinieron a la Argentina. Y emocionando a toda la platea. El estreno del documental uenos Aires, viene acompañado del libro original que comienza a distribuirse Eudeba por estos dias. EN CINES Gaumont (consultar horarios) y MALBA (sábados de marzo 18hs) SALAS DE CINEGAUMONT