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En un terreno austero como fue el 2020 para el cine, MINARI sembró pura y exquisita belleza. La familia Yi, es una pareja de inmigrantes coreanos con hijos nacidos en Estados Unidos, que se mudan a un nuevo estado a principios de los años 80. El sueño del padre es instalarse como granjero mientras que la madre preferiría vivir en una ciudad. Entre conflictos, la dinámica familiar cambiará por completo con la llegada de la abuela de los niños que traerá nuevos viejos aires suavizando la innegable resistencia de la familia a formar lo que realmente hace un hogar. Minari es una típica planta coreana capaz de adaptarse a los ambientes más austeros. Es clara la metáfora que nos presenta aquí Lee Isaac Chung, su director, quien escribió esta historia inspirada en su propia infancia. Esta familia es trasplantada a un nuevo terreno. Pero esta especial y prolífera planta también es cotidiana. Como es cotidiano el desarraigo de muchas personas. Y esta primera capa es la que nos habla sobre la inmigración en US, y una segunda nos habla sobre reconocer nuestras raíces, nuestra identidad. Pero en el corazón de esta película nos encontramos que por sobre todo habla de la familia. La individualidad de cada miembro aparece cuando están juntos, sin embargo, cuando están fuera son vistos como una misma cosa. Con sus conflictos como creencias religiosas, brechas generacionales y por supuesto el choque de culturas, pero también con sus deseos contrapuestos y frustraciones con los que cualquiera puede empatizar. Los mensajes que manifiesta la cinta no se limitan sólo al título de la misma. También los hallamos en formas más sutiles. Desde la dificultad que tiene cada integrante al entrar a la casa, hasta el meticuloso trabajo idiomático en donde la mezcla de lenguas nos cuenta la lucha cultural de cada miembro. Capas en la que deberemos, nosotros los espectadores hurgar. El cariño con que está realizado el film puede palparse. Todos los elementos confluyen simbióticamente a la perfección sin destacar uno sobre otro: un inteligente guion que evita los lugares comunes, una música que se manifiesta como si fuesen postales que quedarán grabadas en la memoria de esta familia, una delicada fotografía y certeras actuaciones. Todo fluye acompañando este relato nostálgico y de ensueño mezclado con el naturalismo que implica la realidad que afrontan aportando un sello sutilmente único. A24 sigue colocándose como uno de los bastiones del buen cine de estos últimos años con esta coproducción Estados Unidos-Corea. MINARI nos ofrece sencillamente una masterclass de relato cinematográfico. Se estrenó en 2020 y sembró belleza. Llega a nosotros este 2021 cosechando premios y nominaciones. Por Matías Asenjo
ASÍ EN EL CINE COMO EN LA FAMILIA Según relata la abuela Soonja (Youn Yuh-jung, habitual del cine de Hong Sang-soo), el minari es un vegetal que nace en cualquier lado, que pueden comer tanto los ricos como los pobres, algo popular y dueño de una belleza simple que lo vuelven sofisticado. No inocentemente el director Lee Isaac Chung llamó a su película como ese vegetal. Porque Minari está compuesta de esas mismas sustancias, tiene esas características, una película asequible para todos los públicos que baja a lo llano experiencias cinematográficas que pueden ser más arduas para algunos. Hablamos de esos dramas rurales a lo Terrence Malick, repletos de códigos religiosos, o esos dramas familiares coreanos que habitualmente tienen otros tiempos narrativos pero que aquí son asimilados por Chung con la estética del melodrama norteamericano. Desde esos conceptos, Minari juega todo el tiempo al borde de la puerilidad, pero increíblemente toma las decisiones correctas al convertir al relato mismo en una adecuada representación de los dilemas de esa familia: lo bajo y lo alto. Claro que la de Minari no es cualquier familia, el relato nos mete en el centro de la experiencia de un matrimonio de inmigrantes que con sus dos hijos (el más chico tiene un problema cardíaco y hace las veces de punto de vista de la película) se mudan a la zona rural de Arkansas. Son los 80’s de Reagan, la situación laboral y social en Estados Unidos es compleja y el padre de familia decide que ese destino es el mejor para ellos: piensa desarrollar una granja para vender productos coreanos a la amplia masa de inmigrantes que llegan de aquel país. Minari está punteada por pequeños eventos que modifican el día a día del grupo, muy especialmente la llegada de la madre de la mujer, que se instala allí con hábitos y costumbres que no son los imaginados: “No sos una abuela de verdad” le dice el más chico, porque la abuela no cocina galletas ni cumple con tareas tradicionales. La respuesta del niño, entonces, será servirle a la señora un tazón con orina. Discusiones, dolores, distancias, alegrías, momentos placenteros; Minari más que una película es un recorrido por la experiencia grupal de una serie de individuos que deben motorizar sus deseos individuales en un plan superior: el gran y complejo plan de los inmigrantes de cualquier país y en cualquier tierra. Minari también está repleta de símbolos. La familia, a disgusto de la esposa, habita una casa de esas que parecen más un conteiner que un hogar. Podría tener ruedas y salir a la ruta y la aventura, pero se sostiene sobre pilares y un viento fuerte, de esos que acechan Arkansas, podría arrastrarla al demonio. Y hay, fundamentalmente, muchas referencias religiosas, desde las explícitas con los personajes yendo a misa o el vecino que reza y carga una cruz inmensa de madera por la ruta cada domingo (Will Patton en un personaje tan exuberante como fascinante), hasta otras que aparecen como signos y señas que marcan la experiencia familiar: una víbora que ronda por ahí, la lluvia, el fuego y un padre que se llama Jacob. Lee Isaac Chung logra un film sensible, una película siempre al borde del descalabro que logra una centralidad meridiana. Así en el cine como en la familia.
El progreso está en la familia . Crítica de “Minari” El cineasta Lee Isaac Chung traza un espejismo intimista y realista de la inmigración coreana Florencia Fico Hace 3 mins 0 0 El filme “Minari” perfila el panorama emigrante con un registro dramático, humorístico y bien acompañado musicalmente, delineado por el director Lee Isaac Chung. Sobre una familia que atraviesa, el mismo escenario de unas miles que vienen, por el sueño estadounidense y se encuentran, con el único motor certero de su residencia: sus parientes. Por. Florencia Fico. Crítica de Minari Historia de mi familia: Película de Lee Isaac Chung El argumento de la película estadounidense, “Minari”, se ancla acerca del personaje de David un chico coreano – americano de 7 años, quien observa a mediados de la década de los 80′ su vida transformarse del día a la noche; en el momento que su papá toma la decisión de trasladarse con toda su familia a una región rural en Arkansas para iniciar una granja con la meta de llegar al sueño americano. Minari. Historia de mi familia (2020) crítica: una pequeña gran película que muestra otra cara del sueño americano La dirección de Lee Isaac Chung entabla un filme con notas semi – autobiográficas en el que la comedia, el drama familiar y una cierta dosis de musical; se conjugan para resultar en una película conmovedora, donde el espectador y su familia se van a ver identificados genuinamente. Premios Oscar: La Sexta Nominada 9x10 - Análisis de 'Minari' El guion de Lee Isaac Chung dispone una narrativa por medio de conversaciones que sitúan al público sobre el contexto de la transición, que tienen muchos emigrantes en éste caso coreanos instalándose en Estados Unidos en la época de los años 80′. Donde la mano de obra barata era necesaria en el territorio estadounidense y de ellos se servían por su potencial económico y productivo. En la película de Chung se amplían los diversos márgenes en los cuales él en su ficción; exhiben a la inmigración que anhela “salvarse” financieramente. Y se encuentra con una realidad alejada a la idílica vida estadounidense. Donde los padres Jacob y Mónica luchan por establecerse y conformar una familia; en empleos temporales y precarios en fábricas agrarias. Aunque con su inventiva quieren desarrollarse autónomamente; iniciando su propio negocio con una granja y cosecha coreana. Con la sabiduría de la vida rural no se quedan con las ofertas estadounidenses; si no que buscan alternativas propias para obtener los recursos y crecer en su emprendimiento. Los contratiempos y las dificultades también aparecen ya sea por su asentamiento carenciado. El déficit de agua, inundaciones e incendios lo que a veces perjudica el riego de la siembra. La cancelación de los pedidos y el costo de la vida diaria. Los servicios médicos también para la enfermedad cardíaca de David son elevados y más en Estados Unidos donde se lo considera una inversión aparte. Chung pone en discusión la tan promocionada imagen exitista por sobre la permanencia familiar. Minari: ¿la película que la Academia no incluirá en la categoría como Mejor Película? - Diamond Films - Noticias - Noticias
El ponderamiento de lo inocuo Hay planos lindos, muchos, con el preciosismo marca Terrence Malick y seguramente con la venia de Brad Pitt (acá productor ejecutivo, que a diferencia de la creencia popular no es el inversor sino el que labura). Esos planos lindos para cualquier abuela de cuento seguramente no lo sean para alguien como el personaje más interesante de Minari (2020), Soonja (Youn Yuh-jung), que como remarca varias veces el niño/ punto de vista David (Alan S. Kim), no es el estereotipo de abuelita querendona. La vieja es un quiebre en el relato y en la lógica misma de la película. Llega desde Corea para ayudar y para que los padres de David y de su hermana puedan laburar más tiempo en su granja del sur profundo estadounidense, pero se queda tirada en el piso viendo tele porque la productividad y la explotación que requieren el suelo y el sueñito americano no le importan en lo más mínimo. Pero al resto de los protagonistas sí, y a la película misma también, por eso cayó diez puntos entre los delivery de galardones: hay sueño americano, hay planos lindos y obvios de exposición perfecta, hay musiquita que acompaña ese sol brillante que quema los bordes con su generoso e infernal porvenir, y hay, sobre todo y como en toda película digna de un Oscar, una historia de superación. Otro personaje piola y que bien podría ser malickeano es el de Will Patton, un tipo con oficio dentro y fuera de la diégesis; un fanático religioso outsider que carga su propia iglesia en sus espaldas y que se come el descanso de los chicos del pueblo, menos el de David claro, álter ego del director que se retrata a sí mismo como un chico bueno e inteligente. El título de la película es una hierba coreana que la abuela trae desde su país y que planta cerca de un arroyo y termina siendo un símbolo de progreso, otro punto a favor para ganarse a los organizadores de la temporada de estatuillas. Lo mejor de esta historia oscariana es obviamente lo narrativo; lo conservador de las formas con sus elipsis claras, sus raccord de manual y las actuaciones de gente que estudió, todo genera cierto magnetismo que no puede no ser bueno, sobre todo para el que goza del clasicismo. Hay un mercado siempre activo para ciertas películas del Hollywood actual cargadas de mundos tibios de pretensión intimista. Para el final, una pareja de nuevos jipis, de esos que ya no fuman faso ni toman ácido, seguramente susurrarán a dúo mirándose con una leve sonrisita: “resiliencia”.
Con varias nominaciones en la pasada temporada de premios e incluso un Oscar a mejor actriz en un papel protagónico para Youn Yuh-jung, Lee Issac Chung construye un relato emotivo desde su sencillez, una historia de familia que atraviesa un cambio radical en su vida y que debe atravesar las dificultades que eso conlleva desde lo económico y lo sentimental. Luego de tomar la decisión de alejarse de la ciudad, una familia oriental se muda a Arkansas con el objetivo de construir una granja y vivir el “sueño americano”, o por lo menos intentarlo. A través de los muy bien delineados personajes, se pueden ver las esperanzas, miedos y el desconcierto que este cambio impacta en cada uno de ellos. La llegada a la casa de la abuela (Youn Yuh-jung), quien viaja desde Corea a Arkansas para ayudar a cuidar a los chicos, le aporta a la película la frescura y el humor necesarios para contra restar la crisis que el matrimonio atraviesa. La relación de esta abuela tan particular con el nieto menor, un adorable Alan S. Kim, que le da vida a un ocurrente y travieso niño que padece de una anomalía cardiaca que le impide hacer grandes esfuerzos, es sin duda la piedra angular de esta película. Ambos actores interpretan escenas cargadas de poesía y emotividad. Desde la cotidianeidad de su relación, estos personajes crecen y ofrecen diferentes matices. Por otro lado, Steven Yeun y Han Ye-Ri interpretan personajes con fuerza y emoción. Sobre sus personajes se encuentran las problemáticas adultas que el matrimonio se plantea al ver que las metas no se alcanzan y que la forma de pensar de cada uno de ellos no apunta a una misma dirección. Lejos de transformarse en un relato lineal que podría caer en la monotonía, “Minari” se transforma en una historia valiosa, intima y entrañable de una familia que debe buscar su fuerza interior para poder lidiar con lo que les sucede. Es una película que nos habla de la importancia de la unión familiar frente a las adversidades.
Siempre estuvo el miedo del espectador a que se termine lo original. Esta inseguridad de que algún día todo va a ser lo mismo, y nada va a ser diferente. Es más, esos terrores ya están pasando en la industria en la actualidad. Sin embargo, siempre va a existir la salvación, lo diferente, aquello que no se destaca, pero sí se diferencia. Eso es ‘Minari‘, que entre todas las nominadas a los premios Oscars 2021 a Mejor Película, no destaca solamente por ser una producción coreana, sino también por su maravillosa historia y su manera de contarla. La nueva película de Lee Isaac Chung cuenta la historia de una familia proveniente de Corea que migran hacia Estados Unidos para establecerse y se ubican en el estado de Arkansas. Problemas vienen y problemas van, ya sea el drama familiar de intentar mantener una familia económica y emocionalmente, así como el afán de pertenecer a una sociedad desconocida. ‘Minari‘ se presenta así misma como un drama familiar sobre la vida de una familia coreana y sus intenciones de insertarse en la sociedad, avanzar como familia y sentar sus bases en Estados Unidos. Son cuatro integrantes: el padre, interpretado por Steven Yeun, que lleva a cabo un papel que debería opacar a los demás, pero que deja el suficiente espacio para que se luzcan los demás interpretes. La madre, interpretada por Yeri Han, que lleva a cabo un personaje fuerte, que pocas veces se deja manipular y que su única manera de ver las cosas es con la realidad. La hija, que es encarnada por Noel Cho, en un papel que destaca por sí solo pero no termina siendo tan significativo. Y por último se encuentra Alan Kim en el papel del hijo, un trabajo espectacular por parte del joven actor coreano. Todos ellos se nos presentan como personajes en crisis. Personas sin rumbo que tienen que enfrentarse únicamente al día a día. Con todos y cada uno de ellos es casi imposible no simpatizar. Se llegan a entender a estos cuatro personajes, se nos meten en la vida durante casi dos horas y formamos parte de su historia también. Esta familia tiene en contraparte una etapa llena de cambios. Sus integrantes se tienen que acostumbrar, adaptar y hasta se intentan amoldar a una vida sumamente diferente. Sin embargo, muy por detrás y de a poco, la familia se está desmoronando. La película se centra al ciento por ciento en sus personajes. ‘Minari‘ se encuentra a disposición de esta familia que se mueve en conjunto, todos buscan algo en común y también buscan algo particularmente. El progreso es una de las preocupaciones más presentes en la historia. El personaje de Yeun intenta levantar a su familia lanzándose a cultivar por sí mismo. Un personaje que siempre se centra en mirar y actuar por el lado positivo de las cosas. En el fondo tiene sus inseguridades y defectos pero siempre está en busca de ayudar y de avanzar. Por el otro lado, el personaje de Han es todo lo contrario, una mujer con una visión realista de todo. Es, quizás, el golpe de la realidad al plan de Yeun. Que va a terminar siendo su cable a tierra de todas formas. Los hijos funcionan como pilares de todo. Es por ellos que los padres siempre van a buscar lo mejor. Una historia real y que funciona Lee Isaac Chung no dirigía un largometraje desde el año 2015, luego del documental ‘I Have Seen My Last Born’. La vuelta de Chung lo consagra como uno de los directores pilares del nuevo cine coreano. En ‘Minari‘ presenta una dirección muy destacable, que, por momentos, prefiere demostrar antes que contar, pero que termina resultando llevadera para el espectador. Si bien al principio puede parecer lenta, cuando se termina de adaptar, la historia se llega a entender de lleno y se puede desarrollar perfectamente. En un momento dado, la historia te termina llevando por sí misma. Chung presenta una película intima, que explora temáticas muy personales, y lo hace muy bien. La puesta en escena resulta admirable para el tipo de producción que se manejó. La dirección de fotografía, para no dar más vueltas, es espectacular. Puede parecer que decae en el final presentando un clímax, en cierta manera, rebuscado. Pero termina siendo un final desgarrador y emocionante. El final termina dando inicio a algo más. Esta cinta cumple, y muy bien. El clímax llega a ser algo inesperado, que shockea al espectador y que el final le da el respiro a algo que no tiene desenlace. Como conclusión, si se hace en familia, se termina bien.
Hay que regresar más de un año atrás para encontrar el estreno de Minari, allá en el inicio del 2020 en el reconocido Festival de Sundance, donde se alzó con el máximo galardón. Este punto resulta importante, porque no es para nada común que estos films con impronta de autor terminen colándose en la ceremonia de los Premios Oscar. Mucho menos con 6 nominaciones. Pero claro está, que @theacademy está en pleno proceso inclusivo y no se iban a perder una historia como la dirigida por Lee Isaac Chung. Celebrable sin dudarlo, aunque con cautela ante una posible politicidad forzada, esta producción comandada por Brad Pitt justifica en sus 115 minutos gran parte de su reconocimiento. • Con ejes claros en su narrativa, como lo son el desarraigo y la búsqueda del sueño americano, "Minari" nos cuenta la historia de una familia coreana que migra hacia una zona rural de Arkansas, Estados Unidos. Esperanzados con lograr realizarse económica y socialmente, comenzarán a chocarse con la dura realidad de la inmigración en la década del '80. Aunque algo empalagosa por momentos, "Minari" logra transmitir sus ideas de forma sutil sin caer en lo grotesco ni en lo efectista. Lee Isaac Chung consigue trasladar al espectador momentos de mucha sensibilidad donde la ilusión y la soledad de confunden a cada instante. Toda la narrativa será atravesada por la dinámica social de dos duetos que son los que marcan el ritmo del film. Uno es el del matrimonio en crisis, como son Jacob y Monica, y otro es el de la disparidad cultural-generacional entre abuela y nieto, como son David y Soonja. Estos últimos protagonizan las mejores escenas de la película desarrollando un vínculo inigualable. En cada una de sus apariciones el nivel de lo proyectado se dispara. • Es cierto que "Minari" tiene una ritmo tan pausado que por momentos es difícil de sobrellevar, más que nada en la primera mitad del metraje. Pero también es cierto que su historia necesita mucho trabajo en la pantalla para que logre consolidarse. Un drama rural que a fuego bajito se consolida como una gran historia familiar.
David, un niño coreano-americano de 7 años, ve cómo su vida cambia cuando su padre decide mudarse junto a toda su familia a una zona rural de Arkansas para abrir allí una granja, con el propósito de lograr alcanzar el sueño americano. Los Yi llegan a un nuevo hogar. Jacob (Steven Yeun) planea trabajar la tierra para así cultivar un futuro prometedor, pero su mujer Mónica (Yeri Han) no dejará de recriminarle si esta nueva aventura es propicia para los pequeños Anne (Noel Cho) y David (Alan S. Kim). Rodeados por una tierra llena de nuevas posibilidades, muy diferentes a las obtenidas anteriormente, los sueños de crecer luchan por la búsqueda de la estabilidad, tanto económica como emocional. Luego de la llegada de Soon-Ja (Youn Yuh-jung), la madre de Mónica, que viene a convivir junto con la familia y de que Jacob emplee al colorido Paul (Will Patton), el film nos presenta un visionado acerca de la rutina de una familia coreana trabajando en suelo extranjero, y de cómo el contacto con las raíces de un país ya lejano se transforma en un viaje hacia lo desconocido. Escrita y dirigida por Lee Isaac Chung (Lucky Life, Abigail Harm), la película nos transporta a la Arkansas de los ’80, donde el progreso es para aquel que tiene que apostar a ganar y el fracasar no es sinónimo de rendirse, sino de volver a intentar. Poniendo en esta línea a Jacob como protagonista, Minari nos muestra de qué forma la rigurosidad y el abuso como violencia disciplinaria son parte de los valores que envolvían el accionar por aquel entonces: hay que aceptar los propios errores, y es uno el que tiene que remendarlos. Hacerse cargo del presente, sin voltear la cabeza. En contraste con esto tenemos la línea de David que, habiendo nacido en suelo estadounidense, es partícipe de cómo, paulatinamente, las raíces de una Corea distante desaparecen para ser reemplazadas por botellas de Mountain Dew. A partir de la llegada de Soon-Ja, David entra en choque con ella. Es una extraña que pone en juego los valores pasados, ya que aquella imagen construida de una abuela que cocina galletas no se presenta; al contrario, es parte de un imaginario que lo acompañó en esta tierra que tanto se diferencia de su cultura originaria. Es acá donde el film pisa fuerte, mostrándonos el otro lado de la identidad como sujetos sociales. David deberá, a lo largo de la historia, comprender su verdadero ser frente a esta realidad fragmentada. En donde la película pisa sin dejar huella es en el ofrecernos escenas de transición montadas con cierta música simpática y melosa, donde se recae en una síntesis más «oscarizable» que dramática. Lo mismo sucede con algún que otro diálogo esclarecedor, que viene a explicar lo que tan bellamente se explayó en imágenes anteriormente. A pesar de estos traspiés, tanto el elenco -destaco la labor de Youn Yuh-jung y Will Patton- como el camino de sus personajes trasciende para hacernos sentir las desdichas del día a día, nos marcan un contraste entre el pertenecer a un pasado satisfecho o a una nueva realidad tan incierta como risueña. En este ring, donde se disputa la Familia contra el Oficio, los combatientes deberán luchar por equilibrar la balanza: comprender hasta dónde pelear y cuándo dejarse ayudar por aquellos que nos rodean con su amor. ¿Hasta dónde llegar, si finalmente voy a llegar solo? ¿Hasta dónde pelear, si la pelea la genero yo mismo? Minari es sobre el abrazar los orígenes, a la familia con la que nacemos, la que adoptamos. Trata de aceptar quiénes somos. Es en el intento y el fracaso donde debemos aceptar el fuego abrazador, para luego renacer de las cenizas. Es sobre aceptar al extraño, entregarse a lo desconocido y comprender que hasta la planta más pequeña e insignificante puede crecer en la impredecible Arkansas.
Una conmovedora película estadounidense con alma coreana Se acercan los premios Oscar 2021 y Minari, la película de Lee Isaac Chung, es una de las grandes favoritas. En los últimos tiempos el cine surcoreano ha estado creciendo mucho en calidad y expandiéndose hasta Occidente, movimiento que se potenció con las múltiples consagraciones de Parasite, la sátira de Bong Joon-ho que hizo historia cuando ganó como Mejor Película de habla no inglesa y obtuvo también el máximo galardón a Mejor Película en la misma gala de los Oscar 2020. Por este motivo y por mérito propio es que Minari se posiciona como una de las grandes favoritas para la entrega de este año, pese a tratarse en realidad de una producción estadounidense que cuenta la conmovedora historia de una familia del país asiático y que mantiene todos esos rasgos tan característicos de la filmografía del territorio. Crítica Minari oscar 2021 Minari se centra en David, un niño coreano-americano de 7 años, y en toda su familia. Es un relato más de una familia que escapa de los conflictos que se viven en su país de origen y llegan a los Estados Unidos en busca del “sueño americano”. Mientras su madre Mónica (Han Ye-ri) trabaja en una empresa avícola, su padre, Jacob (Steven Yeun), hace lo mismo a la par que lucha por tener su propia granja de vegetales coreanos. David y su hermana intentan adaptarse a la nueva vida cuando llega Soonja (Youn Yuh-jung), su malhablada y excéntrica abuela que con su peculiar personalidad cambia la historia de la familia en más de un sentido. La película de Lee Isaac Chung es estadounidense, sí, está financiada por Plan B Entertainment y distribuida por A24, puros gringos; sin embargo, su espíritu, su esencia, su alma es surcoreana. Bastan unos minutos con esta entrañable familia como para darnos cuenta de que, más allá del origen de sus protagonistas, estamos ante una obra digna del cine del país asiático. Esta forma minimalista de contar la historia, ese trato del día a día de sus personajes, ese cuidado por los detalles que hacen realista al relato, esa iluminación natural constante que alimenta una fotografía de lo más exquisita. Los fanáticos del cine surcoreano y quienes lo estén descubriendo en el último tiempo no tendrán nada que extrañar de las obras concebidas allí y es más, podrán disfrutar de una ligera mezcla con elementos occidentales que aportan los personajes nativos de los Estados Unidos, cierta calidez y rusticidad que le hace muy bien a este duro drama. Crítica Minari Lee Isaac Chung Porque sí, Minari es un drama, la historia de una familia que lucha de principio a fin. Lo bueno es que su director ha dejado de lado ese humor propio del cine de su país de origen que muchas veces puede desentonar con el relato y hacer que el espectador promedio pierda empatía con sus protagonistas, generando un camino verosímil que poco a poco y casi sin darnos cuenta logra que nos encariñemos con el David y toda su familia, incluso llevándonos a momentos de lágrimas y otros de una tensión que a más de uno tendrá con las manos en la cabeza. Como no podía ser de otra manera todos estos personajes son posibles gracias a un reparto extraordinario, digno del mejor cine de Corea del Sur, con maravillosas interpretaciones de Han Ye-ri, Alan S. Kim (David), el toque norteamericano de Will Patton (Paul) y por sobre todo la gran performance de Steven Yeun, que vuelve a demostrar al igual que en Burning, su calidad como actor. El viaje de David se tiñe constantemente con luces y sombras, con una atmósfera generada que nos lleva al lugar para vivir esta mezcla de tristezas y esperanza, en parajes que por momentos quisiéramos vivir y por otros del que quisiéramos escapar. La música, una preciosa banda sonora compuesta por Emile Mosseri suma constantemente en este tira y afloje que es un fiel reflejo de la vida misma, cuando las personas intentan ganarse la vida y saben que para llegar a su fin deben hacer ciertos sacrificios, muchas veces más de los esperados. Es el cuerpo cansado al final de un largo día de trabajo, los pequeños alicientes de obtener los resultados esperados, la tristeza que abunda después de un día en el hospital, los roces que se generan cuando las cosas no salen bien, es el amor por quienes tenemos al lado por encima de todo. Minari es la historia de una familia coreana en busca del famoso sueño americano. Es un drama conmovedor que nos lleva a las lágrimas a través del inevitable cariño que generamos hacia sus protagonistas. La película de Lee Isaac Chung es estadounidense en el sentido literal de la palabra, pero su alma surcoreana le permite tomar todo aquello que ha hecho que el cine de ese país conquiste a tanto público occidental en el último tiempo. El amor por los detalles, el realismo de su relato y la belleza de sus imágenes nos acompañan desde el principio hasta el final, a través de la incesante lucha de David y su familia.
Inspirada en la propia historia del realizador, la propuesta, ganadora del Gran Premio del Jurado en Sundance, está plagada de lugares comunes y estereotipos, sin salir de su zona de seguridad y logrando sólo por momentos, trascender la pantalla. A los primeros minutos de Minari (2020) las imágenes que se suceden remiten a producciones animadas del Studio Ghibli, teniendo en los estilizados trazos de, por ejemplo, Hayao Miyazaki, el más claro referente, pero también en la épica que atraviesa la presentación de los protagonistas, seres nómades, desarraigados, que deberán enfrentar un drástico cambio en pos de conseguir un mejor futuro. Así, una joven pareja, con sus dos pequeños hijos, llegan a un perdido pueblo de la América profunda, esa donde el dinero escasea, el agua es uno de los bienes más preciados, y los secretos ancestrales de la cultura oriental sólo sirven para aferrarse al recuerdo de aquello que no se tiene más. En la encarnadura de estos personajes protagónicos, donde el lugar común prima, la idea de sacrificio para cumplir sueños, funciona como motor impulsor de la narración, pero que por acumulación resiente la potencia con la que se quiere relatar los sucesos cuasi biográficos. Lee Isaac Chung habita el relato con respeto, con una progresión que reposa en un guion clásico con sus tres actos marcados a fuego, remitiendo, por momentos a propuestas como Viñas de ira, en ese afán de emular sin proponer algo nuevo, el derrotero de un hombre que con sus propias manos quiere moldear la vida de su familia. La irrupción de la irreverente abuela (Youn Yuh-jung) descomprime la incisiva propuesta del guion de apelar a golpes bajos, en donde la crisis matrimonial por el presente lejos del idilio de otros tiempos, la enfermedad de uno de los hijos, y la escasez de recursos, son los temas subyacentes en la trama. La llegada también de un “empleado” (Will Patton) para ayudar en las tareas rurales, con ideas un tanto desafortunadas, pero con humor y la sabiduría de los excluidos del sistema, revierten de la lágrima fácil de una propuesta que claramente conoce del cine clásico, que utiliza elementos como el fuego, la tierra y el agua para santificar, castigar y reconstruir, pero que no logra escapar de la propia falta de profundidad que requiere para persuadir al espectador. Correcta en cuanto puesta y manufactura técnica, no hay mayores puntos destacables en este relato predecible, que sólo por algunos momentos permite conectar, más allá de la adaptación de la familia, con ese idílico estadio de la vida de los infantes, en donde un trago de Mountain Dew o ir a dormir a la casa de un amigo, pueden ser el mejor plan para evadir la dolorosa realidad que en el seno familiar se vive.
Este drama nominado a seis premios Oscar y ganador en la categoría mejor actriz de reparto se centra en las experiencias de una familia de origen coreano-estadounidense que, en los años ’80, se muda a una granja en el medio de Arkansas e intenta sobrevivir allí pese a infinitos contratiempos. Jacob Yi debe haber crecido en Corea con su propio sueño americano en la cabeza, seguramente generado a partir de haber pasado su infancia rodeado de soldados estadounidenses. Lo cierto es que cuando debió irse de su país por la severa situación económica de entonces –ahora parece raro pensarlo por su pujante economía, pero Corea fue un país muy pobre hasta hace apenas unas décadas– supuso que al llegar a Estados Unidos las cosas le saldrían bien. Pero no, no fue tan así. Si bien se fue ya casado y ahora tiene dos pequeños y simpáticos hijos, su trabajo en California separando pollitos por sexo no se parecía en nada a lo que imaginaba. Al arrancar MINARI, el tozudo y trabajador Jacob (Steven Yeun, de BURNING) ha decidido mover a toda su familia a vivir al medio del campo, nada menos que en Arkansas, donde piensa armar una granja y vender sus productos. Estamos a principios de los ’80 y si bien el paisaje deleita con su verde a lo Terrence Malick, la casa que Jacob compró para vivir es una móvil, rodante, pero de esas grandes que se apilan sobre troncos y parecen más gigantescos containers que otra cosa. Monica, su mujer (Yeri Han), está poco menos que espantada. La casa es fea, frágil (un tornado podría llevársela por los aires), tiene problemas de todo tipo y está alejada de todo, algo que es un inconveniente ya que el pequeño David (Alan S. Kim) tiene un soplo en el corazón y puede llegar a requerir atención médica. Los chicos, correctos y modositos, no parecen molestos. Al contrario, disfrutan de la libertad de movimientos de los enormes espacios que los rodean para jugar. Pero no será fácil para Jacob sacar adelante la granja ni para Monica adaptarse al lugar, al trabajo (en paralelo, ambos siguen separando pollitos por sexo) y a la soledad del lugar elegido por su marido. La tensión entre ambos crecerá y pronto decidirán traer de Corea a la abuela Soonja (Youn Yuh Jung, ganadora del Oscar a mejor actriz de reparto por este rol), la madre de ella, a la que David no conoce y dice que no parece una abuela. En un sentido tradicional, es cierto. Es una mujer bastante libre, graciosa, desorganizada y poco adepta a las convenciones de lo que una familia tipo de la época podría esperar de una abuela (no sabe cocinar, por ejemplo) y eso al principio al pequeño David no le cae nada simpático. MINARI tendrá dos ejes en paralelo. Por un lado será la historia de Jacob, de sus esfuerzos y complicaciones para sacar adelante la granja sin perder a su familia en el camino, especialmente porque Monica prefiere volver a la ciudad y no cree que los cultivos de vegetables coreanos (que es la especialidad a la que se dedica el marido, tras analizar la cantidad de familias coreanas que llegan a Estados Unidos por año) les de réditos económicos. Y, por otro lado, es el coming of age del pequeño David (la historia es autobiográfica y sin duda la del chico es la mirada del director), a quien las circunstancias lo llevarán a tener que crecer más rápidamente que lo esperado. La de Cheung es una película pequeña y emotiva, un drama realista que va de la épica trabajadora de ciertos films de John Ford a cierta inspiración poética (visualmente al menos) que lo acerca al Terrence Malick de EL ARBOL DE LA VIDA o sus películas de los ’70. Y también incorpora el modelo de melodrama familiar asiático –y específicamente el coreano– en el que varias generaciones de una misma familia comparten una casa y lidian con los contratiempos que se presentan o que ellos mismos generan, algo que puede asemejarse al cine del japonés Hirokazu Kore-eda. La película –nominada a seis premios Oscar y ganador de uno de ellos– está tan concentrada en la experiencia familiar interna que, pese a sus casi dos horas de duración, es muy poco el tiempo que dedica al mundo exterior. Veremos algunos situaciones confusas o de ligero racismo en la iglesia pero acaso la única relación constante que la familia tendrá con los locales será la que mantendrá Jacob con Paul (el gran Will Patton, irreconocible), un peculiar ex combatiente –precisamente de la guerra de Corea– que es muy religioso y trabaja con él en la granja. Salvo en sus últimos minutos, en los que la tensión y el drama crecen, MINARI se caracterizará por mostrar la experiencia migratoria particular de los Yi en su cotidianidad más absoluta: desayunos familiares complicados, momentos tensos ligados a la falta de agua, alguna visita al médico, un simpático domingo en la iglesia y no mucho más. Un eje recurrente tiene que ver con que David moja la cama y otro está ligado al vegetal específico que da título al film. El «minari» es una suerte de perejil muy popular en Asia que crece y resiste casi en cualquier lado. Y en algún momento particularmente problemático de la experiencia ese vegetal salvaje se volverá relevante en la historia y fuerte metáfora de la experiencia en sí. Una especie de memoir de la infancia del director, MINARI va creciendo lentamente en su dimensión dramática y los problemas de la familia se van haciendo más severos e intensos con el correr de los minutos. Pero la película no opta por ningún tipo de grosero golpe bajo con intención de recargar las tintas. Al contrario, los problemas que empiezan a aparecer tienen que ver con la lógica de los personajes y son realistas en función de las circunstancias que ellos atraviesan. Seguramente parte del éxito de MINARI se funda en el hecho de ser una de las pocas películas estadounidenses en reflejar la experiencia inmigratoria, especialmente la de una comunidad asiática. Hablada casi todo el tiempo en coreano, la cuarta película de Cheung adhiere a la épica de la clase trabajadora, una historia centrada en el esfuerzo, el sacrificio, los contratiempos y problemas de una familia que quiere construir una vida allá donde poca gente ha logrado hacerlo. Como el minari, los Yi son un ejemplo de la resiliencia a la hora de enfrentar los contratiempos que hacen que el sueño americano por momentos se parezca mucho a una pesadilla.
Quinto largometraje de Lee Isaac Chung, guionista y realizador norteamericano de ascendencia oriental. Cinta de tintes autobiográficos para el director de “Lucky Life” (2010), una de las favoritas en la última entrega de los Premios Oscar retrata el viaje de una familia coreana, migrando hacia Estados Unidos en busca de la tan mentada tierra prometida. La obsesiva conquista del sueño americano sustenta un relato familiar dramático. Una narración persigue el detalle para destacar la idiosincrasia de sus raíces y la construcción de los vínculos, si bien en más de una ocasión pecará de extrema literalidad para dar a conocer la sabiduría del mensaje que sustenta: rangos etarios como metáforas no otorgan mayor dimensión de análisis. Con producción de Brad Pitt, quien retoma la labor desde productos como “Moonlight” o “Doce Años de Esclavitud”, “Minari” hereda el devenir de la vida de retratos íntimos autoría de Hirokazu Koreeda. Ganadora a su estreno en la última cita de Sundance, la íntima visión comprende obstáculos como parte de la vida, consumando el enésimo y previsible simbolismo en la planta asiática que da título al film. Mientras puntos de vista contratados en personajes claves nos presentan una pugna ideológica entre inmigrantes progresistas y conformistas, la idea del florecimiento y el crecimiento personal en un territorio ajeno, proyecta la vida del inmigrante, trasladando a las acciones humanas la sabiduría natural el ‘minari’. Bajo la idea del progreso colectivo con un fin en común, la meta a alcanzar mostrará a enjundiosos y laboriosos seres capaces de adaptarse a una realidad tan ardua como desconocida. Prefigura una mirada poética, adueñándose de momentos emotivos francamente poderosos. No obstante, pecando de cierto didactismo, acaso las semillas coreanas sembradas en suelo americano auguren una buena cosecha. Mayor corrección, imposible.
Reseña emitida al aire en la radio