Es lógico que Mujer nómade empiece por una confesión. Esther Díaz narra un hecho trágico de su vida mientras un conjunto disperso de imágenes añade signos que la anécdota límite narrada por la notable filósofa argentina no dice. Son unos 10 minutos introductorios a todo o nada: el sexo, las drogas, la vida y la muerte tiñen el discurso confesional, una forma de oración personal que desconoce aquí la tradición católica; Díaz se alinea con otra tradición, antes de postular que la conciencia se dirige a un fisgón cósmico responsable de todo, capaz de castigar o amar. La confesión es aquí una tecnología del yo, como le gustaba decir a Michel Foucault, filósofo que para la protagonista es un modelo de inspiración.
“Mujer nómade”, de Martín Farina Por Marcela Gamberini Martin Fariña construyó a lo largo de su carrera cinematográfica un mirada única y personal. La cercanía con sus personajes se hace distante en lo estético aunque esto parezca una paradoja. Es inevitable no preguntarse por la elección de sus temáticas, de sus protagonistas absolutos, de sus registros. Tal vez, si hay algo que es necesario relevar en primer lugar es la maravillosa intuición –que pocos directores tienen- acerca de la pertinencia y el interés que destilan sus retratados. Entender que en el cuerpo y en la voz de Ester Díaz hay una historia posible de ser contada y a la vez posible de ser interesante es un acto intuitivo fenomenal. Recorrer la intimidad de Ester Díaz es como adelantarse a un paso del abismo. Filósofa no solo de carrera con un Doctorado otorgado por la Universidad de Buenos Aires, sino filósofa de alma, de esas mujeres que no cesan de reflexionar acerca de su presente y su pasado constantemente. Una historia familiar compleja. Una sexualidad más que activa. Años y años de diván. Un cuerpo intervenido a favor de lograr la belleza perenne. Un padre que logró que la pequeña Ester de nueve años sintiera la soledad más absoluta, sensación que no la abandonará jamás. Una hija enferma que marca la necesidad de tocarle la cabeza y recuperar así un poco de la maternidad casi nunca ejercida. Todo esto en la voz y en el cuerpo de Este. Una voz rápida que se atraganta las palabras, los autores, las citas, que salen como municiones finas, que lastiman, que la lastiman, y que en definitiva es la única manera de curarse. Todo siempre a través de la palabra. Por y a través de la palabra. Por encima de ella, por debajo de ella. Siempre la palabra. Y con la palabra el cuerpo. Ese cuerpo que expone su temor al abandono en todo sentido; el abandono de la belleza, del sexo, de las caricias, de las sensaciones más originarias, de los hijos, de las parejas. Las rejas del comienzo y del final de la película establecen una clave de lectura; atravesarlas será entrar en la intimidad más profunda de Ester, Farina filma el interior de Ester, sobre todo cuando filma en su casa. En sus almohadones, en su ropa, en su baño, en su ventana. ¿Cómo se desentraña la intimidad de alguien que, además, es conocido en el ambiente intelectual? ¿Cómo se lo desnuda? ¿Cómo se muestran sus miedos, sus angustias, sus excesos? ¿Alguien sabe lo que puede un cuerpo? Dice Farina, que dice Díaz que se dice de la tragedia griega; que el choque de fuerzas es el conflicto en sí mismo, que nunca hay solución, solo destrucción. En la vida, por el contrario, dice Ester que tampoco hay solución, pero siempre hay conflicto, permanente, que no cesa. Tal vez esa sea la fuerza que nos hace seguir, el conflicto que siempre es deseo insatisfecho o satisfecho por momentos. Esa contradicción interna y externa que nos pone locos y nos hace pelearnos con nosotros mismos todo el tiempo, en cualquier espacio. Daniel Farina logra lo que pocos logran: distanciarse de esa figura tan cercana para él y volverla un individuo, filmarla como tal; extrañarla para desnudarla (literal y metafóricamente), filmarla en sus espacios privados, en sus escenas privadas, en sus contradicciones privadas. La filma en su sexualidad que es uno de los modos, de las maneras de habitar este mundo tan hipócrita. En su capacidad de ser nómade sin moverse del lugar. Planos cortos en general, muestran el rostro de Díaz con su maquillaje permanente, su cuello siempre enfundado en alguna chalina vistosa, su ropa fuera de lo común, sus zapatos incontables. Algunos encuadres fragmentados –marca del cine de Farina- muestran lo fragmentario del personaje retratado. En definitiva, es Ester Díaz en los ojos de Farina, es la femineidad de Díaz en los ojos de un director que puede extraer de ese rostro, de esos ojitos pequeños todo el dolor, la frustración, el deseo, las contradicciones. La película es un escenario pedagógico, donde la maestra (como Sócrates) entiende que el quid del proceso de enseñanza parte del cuerpo y de la voz, de la manera en que se mueve, de la manera en que se entona, en sus apariciones y sus desapariciones. De su particular manera de estar en el mundo, de su deseo y del deseo como máquina. Finalmente, Mujer nómade es en sí misma un “precepto” concepto deleuziano que Díaz cita poniendo como ejemplo la roldana que cuelga arriba de su “máquina” de hacer ejercicios físicos. Si cualquiera mira esa roldana, es una percepción, justamente la percepción que se tiene de la vida cotidiana; sin embargo cuando esa roldana se enfoca con otras motivaciones, desde una cámara fotográfica, desde una filmadora – por ejemplo- se vuelve un “precepto” deviene de percepción en “hecho estético”. Sin dudas, Mujer Nómadees un precepto, un verdadero hecho estético, artístico que deviene de la cotidianeidad de la compleja y dolorosa vida de Ester. MUJER NÓMADE Mujer nómade. Argentina, 2018. Dirección y guion: Martín Farina. Intérpretes: Esther Díaz con Juan Manuel Martino, Verónica Argenzio, Norberto Farina, Walter Canet, Javier Riera, Daniel Lesteime. Música: Jorge Barilari, Coiffeur. Fotografía: Martín Farina. Sonido: Martín Farina, Tomás Fernández Juan. Duración: 73 minutos.
Martín Farina es un cineasta joven de edad y en franco crecimiento. Mujer nómade, además de ser notable, ratifica un método de observación documental cada vez más depurado, creativo y sensible. El desafío, a priori, era importante, no solo por la naturaleza de la protagonista (Esther Díaz, Doctora en Filosofía y autora de varios libros en los que analiza los mecanismos de control y la relación con nuestra identidad, entre otros temas) sino por el vínculo que el mismo director ya sostenía con ella a través de programas radiales compartidos, clases y actividades afines. Sin embargo, la gran intuición del cineasta fue pensar en que había algo allí capaz de inmortalizar en pantalla. Y no se equivocó. Al igual que en sus películas anteriores, es sorprendente cómo establece una relación con las personas en cuestión y de qué modo encuentra en ellos los personajes que construyen los documentales, siempre tensionando los límites de la representación, pero sobre todo, respetándolos, conviviendo y descubriendo las posibilidades que tienen en pantalla, sin estar por encima nunca. El gran trabajo técnico y de registro queda disimulado por la potencia y la energía que transmite la voz y el cuerpo de Esther Díaz. Todo comienza con una pregunta que el mismo realizador confirma en la charla posterior a la proyección: de qué modo la filosofía puede atravesar el cuerpo. Es la inquietud cuyo resultado se transforma en pantalla en un ensayo feroz, conmovedor y envuelto en diversas capas enunciativas donde imagen y cuerpo no se despegan jamás, y donde la misma intimidad es parte de la puesta en escena. Un relato en off se planta de entrada con una fuerza increíble mientras visual y musicalmente se genera la distancia necesaria para procesar. Esa escena primigenia establece un pacto con el espectador y al mismo tiempo lo cobija, lo atrapa discursivamente. Quien habla y se muestra lo hace sin pudor, consciente de que, como reza el epígrafe, “en Hollywood los dramas se resuelven pero en la vida los finales son trágicos”. Entonces, para semejante sentencia, no puede haber medias tintas, y tanto la protagonista como la cámara lo saben, y el documental entra y se mantiene en una zona de intensidad, pasión y dolor, sin concesiones, con decisiones audaces, donde tanto el lenguaje del cine como el del pensamiento intelectual se postulan políticamente contra la liviandad estética y racional. Dos momentos. En uno de ellos, Díaz hace ejercicios de pilates (una de las tantas actividades para tapar una grieta profunda en su existencia), se concentra en el movimiento de una polea y cita a Deleuze en torno a la distinción entre percepción y percepto. En otras palabras, cómo diferenciar el hecho de mirar cotidianamente algo a transformarlo en arte. La intervención bien podría pensarse como núcleo de sentido para la labor del mismo Farina, capaz de crear a partir de una jugosa experiencia de vida, el enorme personaje que vemos en pantalla (más allá de la realidad misma y de la admiración que despierta escuchar hablar a Esther Díaz). El otro se da en medio de una conferencia donde se cita a Sócrates como el primer eslabón del pensamiento racional, aquel que progresivamente irá perdiendo la sensibilidad de los cuerpos. Pensé inmediatamente en la operatoria de esta película a raíz de esa reflexión, puesto que despliega antes que nada, antes que los conceptos mismos, una enorme sensibilidad por lo que retrata. Y su principal respuesta es no escatimarle al goce corporal, y a la intensidad con que se vive más allá de las dificultades. El tramo final es el corolario de todo esto (además de la audacia que muestra): hay tragedia pero siempre que haya pasión, también hay vida. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
La inclasificable Esther Díaz, tal vez una de las pensadoras actuales más radicales, es reflejada por Martin Fariña en una descomunal y única obra que interpela al espectador de una manera ineludible. Acompañando a la filósofa en el día a día, entre el juego de ficción y documental, descubrimos a Díaz como una de las intérpretes necesarias del presente, y desde sus reflexiones, poder al menos, entender alguna parte de todo lo que nos sucede.
Este documental surgió a partir de una pregunta: ¿Cómo atraviesa la filosofía un cuerpo? Martín Farina, estudiante de Filosofía, supo ver en Esther Díaz el personaje para un documental, y sacó lo mejor que pudo de ella. Díaz es una reconocida profesional que ha indagado en las posibilidades del pacer y el goce de los cuerpos en nuestra cultura, a partir de su doctorado en Foucault y estudios sobre Deleuze, Spinoza y los griegos. Pero no es este un documental conceptual, sino el retrato íntimo y respetuoso de una mujer que lucha contra los mandatos de una cultura patriarcal represiva. Un documental excelente, que presenta en sucesivas capas superpuestas a su protagonista bajo distintos aspectos: en la intimidad, con toda su coquetería, sus operativos técnicos de embellecimiento y rejuvenecimiento plástico, su elección del guardarropas, su peinado y maquillaje, pero también sus pérdidas afectivas, sus tragedias familiares, sus carencias afectivas. Porque Mujer nómade, a partir de las teorías de Deleuze, puede devenir cualquier otra cosa. Múltiple, en todo caso, como lo es Esther Díaz, decidida a liberar a su cuerpo de las ataduras culturales, y vivir el placer. Díaz promueve la erotización del todo el cuerpo; en su caso, con hombres jóvenes, en lo posible. Vemos también su trayectoria académica, los múltiples libros que ha publicado, su búsqueda en el teatro, el dominio de escena que ha logrado en la cátedra. Pero lo más impactante sucede cuando esta mujer tan clara, tan precisa y contundente, aparentemente tan potente, presenta su otra cara, se quiebra y muestra su lado oscuro, dolido, su desesperación. Y deviene otra.
Una forma de vivir: Filosofía y sexualidad La nueva película de Martín Farina (Fulboy, Taekwondo, Cuentos de chacales) es un documental ficcionalizado sobre la filósofa Esther Díaz. La óptica que elige para retratarla son sus estudios y ensayos sobre los discursos y las prácticas sexuales contemporáneas. Los universos de Farina y Díaz se fusionan en este trabajo. La doctora en filosofía, ensayista y epistemóloga, Esther Díaz relata un momento clave en su vida, cuando después de una noche de experimentar con drogas y pretender cumplir deseos sexuales, termina en un intento de suicidio. Así arranca Mujer nómade (2018), directo al grano, con el discurso en primera persona de una sobreviviente. Farina elige esta manera de acercarse a la figura de Esther Díaz y su planteo filosófico. Lo hace desde situaciones límites que ponen en crisis reflexiones filosóficas, existenciales. Díaz es una mujer de vivencias, así se define a sí misma y el film es una exploración de sus textos sobre el sexo, el amor y la experimentación en el cuerpo de una sobreviviente. Ella no estudia en abstracto sus dilemas, los vive, los siente. Y aquí también los actúa, consciente de la imagen que proyecta y de que todo relato es representación. Farina despliega su universo erótico de films anteriores y grafica con imágenes los relatos de Díaz, algunas veces conjugando imagen y sonido, otras generando un contrapunto que enriquece o resignifica lo dicho. Esther Díaz ha expresado: “no tengo una vida al margen de la filosofía. Mi modo de vida es la filosofía”, y la película lo demuestra en sus encuentros sexuales, en sus visitas recurrentes a la clínica y en sus discursos académicos. Momentos que parecen no tener conexión entre sí, el relato con la locución de Díaz los unifica. Sus últimos trabajos académicos “Entre la tecnociencia y el deseo. La construcción de una epistemología ampliada (2007)”, “Posmodernidad (2008)”, “La sexualidad, esa estrella apagada. Sexo y poder (2009)”, “Las grietas del control. Vida, vigilancia y caos (2010)”, e “Investigación científica y biopoder. Epistemología, metodología y biopolítica (2012)”; son reflejados en Mujer nómade. Una exploración de los límites, en la búsqueda constante del encuentro con el deseo.
Es un documental tan excepcional como su protagonista Esther Díaz. Es lo que logra el joven director Martín Farina con un grado de complicidad y profundidad sorprendente. Es el retrato de esta filosofa, investigadora de la sexualidad y el placer en la represora cultura patriarcal, autora de libros, conferencista de éxito. Una mujer que permite que la cámara la recorra y se desnuda ante ella, desde sus confesiones y tragedias personales, a sus placeres concretos con hombres jóvenes, a sus dolores más profundos, pasando por su obra reconocida y admirada y el brillo de su inteligencia Farina la acompaña en sus rituales de belleza crueles e íntimos, en la importancia de su obra, en sus conceptos fundamentales, en un juego sexual, en sus conferencias, entre multitudes y soledades. El resultado es fascinante, imperdible. Por la protagonista tan enorme. Por el realizador talentoso.
Tras las miradas intimistas entre vestuarios de Fulboy y la vida de un fabricante de ladrillos en el sur con El hombre de Paso Piedra, Martín Farina arremete de lleno con el que es su trabajo más ambicioso a la fecha: el retrato de la filósofa, escritora y profesora Esther Díaz, quien tras un desgarrador monólogo se presenta como una mujer sobreviviente, una figura trágica cuasi almodovariana que de tan crudo relato parece ficticio, pero es creer o reventar con la valentía en pantalla de esta septuagenaria.
Rompecabezas curiosamente homogéneo La autora de Posmodernidad es centro de un film sin concesiones, por momentos en carne viva pero orgullosa de sus elecciones. El duelo y el orgasmo. El hedonismo y la tragedia. Las marcas añejas y la remodelación quirúrgica. La soledad y los centenares de amantes. La producción intelectual y el imperio del cuerpo. Entre esos extremos se mueve la Esther Díaz de Mujer nómade, retrato documental en movimiento que, siguiendo a la protagonista, fusiona confesionalismo a corazón abierto con representación, monólogos preescritos y filmaciones crudamente documentales, llantos en cámara y sueños filmados, sincericidios varios y la puesta en escena de fantasías íntimas. Recibida en Filosofía y Letras después de los 50 años, autora de incontable cantidad de libros de la especialidad incluso desde antes de graduarse, propagadora temprana del concepto de Posmodernidad y respetada especialista en la obra de Michel Foucault, a los 70 y pico esta nativa de Ituzaingó (como Raúl Perrone, a quien el realizador Martín Farina dedicó un retrato previo) no es la señora llena de canas, con anteojitos y aire venerable que uno podría imaginar. Desde hace tiempo que Díaz luce rostro aggiornado, corte post punk, cuero, tachas y una asumida preferencia por el sexo casual y con hombres mucho más jóvenes que ella. Mujer mónada. Nada más lejos de una biopic que Mujer nómade, cuyo tiempo narrativo es el presente. Aunque tal vez sí, podría considerársela una biopic en pedazos y sin el más mínimo interés por la cronología. En el momento en que Martín Farina la filma, Esther Díaz viene de sufrir una tragedia familiar que se blanqueará casi sobre el final. Y está por sufrir un par más, de las que informa un cartel de cierre. Además, las autoridades universitarias acaban de negarle la maestría. Tal vez todo eso la ponga en un momento particularmente triste y tenso, con una voz trabajosa que se quebrará en dos o tres ocasiones, cuando el dolor venga a abatirla. Está claro que la autora de La filosofía de Michel Foucault y Posmodernidad no tiene ninguno de los pruritos que cualquier otro entrevistado podría tener, por lo cual no vacila en contar la “previa” a una orgía (finalmente no concretada), un intento de suicidio, la internación en un neuropsiquiátrico, la condición de adicta de su hija, su ruptura con su madre centenaria o el conteo de 500 amantes jóvenes que lleva hasta la fecha. Intersectadas con estos relatos, que a veces son en cámara y otras en off, las visitas de la muy considerada epistemóloga a distintas clínicas, para atender una apnea de sueño y una puesta a punto del rostro. Entre la tecnociencia y el deseo se llama uno de sus libros más conocidos, y la propia Díaz parece pasar de la teoría a la praxis al recurrir al bisturí eléctrico para la aplicación de botox. “Intento llenar el vacío con estas boludeces”, dirá más tarde, en una crisis de narcisismo herido, “pero sigo estando igual de sola”. Pero ni ella parece dispuesta a un “cambio de vida” (si eso existiera) ni el de Farina es un documental “de conciencia”, si ese género fuera concebible. Por el contrario, no retrocederá ante ese tallerista treintañero que parece salido de la revista Muscle y que la viene cercando desde el comienzo de la película. Tampoco reculará la autora del libro de cuentos eróticos El himen como obstáculo epistemológico a mostrarse cabalgando sobre ese chongo soñado. Sin embargo, en su fantasía Díaz se desespera ante la falta de cariño del partenaire, y discurre sobre esa cuestión en off. Mujer nómade adopta la estructura que el personaje pedía: la de un rompecabezas. Es por lo tanto, necesariamente, uno de esos documentales cuya forma final surge del montaje, a partir de decenas de miles de metros grabados. Debe haber sido largo y complicado este montaje, llevado a cabo por el maratónico Farina, quien además de la dirección, el guión y la edición se hizo cargo de la fotografía, la producción, la dirección de arte y, en forma compartida, el sonido. O sea, todo menos la música. Esa estructura no prefijada, al menos en su totalidad, acrecienta el valor de homogeneidad plástica y visual de la película, cuya secuencia inicial, para poner un ejemplo notorio, unifica varios espacios físicos en un único espacio cinematográfico, usando como conector visual la ligazón entre distintos ascensores. Signo del cuidado plástico que Farina puso en la puesta en escena, y que da por resultado otro alarde de edición, es la escena en la que Díaz expone una de sus heridas más abiertas ante un contertulio ocasional, el espectador y uno o más públicos condensados por la edición.
Martin Farina, director de “Fullboy” y “El hombre de Paso Piedra” y codirector de “Taekwondo” se lanza a una nueva aventura documental, “MUJER NOMADE” en donde emprende un retrato exhaustivo de Esther Díaz, Doctora en Filosofía, ensayista, epistemóloga y autora de varios libros sobre una notable diversidad de temas que van desde el pensamiento de Foucault, Deleuze y la epistemología, a otros que pareciesen estar en las antípodas como la sexualidad y el poder, la violencia de género, la posmodernidad y la posciencia. Con este abanico de temas indagados por Díaz, sumados a su magnética y huracanada personalidad, es imposible resistirse a la tentación que propone Farina de ir indagando más y más hasta el punto de convertirse en un voyeur de los momentos privados y pensamientos más íntimos de esta filósofa contemporánea. Farina propone un viaje en donde no solamente nos sumergimos en la vida profesional sino también en la vida personal de Esther Díaz y la complicidad que logra con su cámara es de una potencia tal que su personaje se entrega en voz, en cuerpo y en alma. Esta simbiosis perfecta entre director y la personalidad retratada, hace de este registro documental un trabajo tan intenso como atractivo. Pero si tuviésemos que definir a este nuevo documental de Martín Farina con una sola palabra, sin lugar a dudas, la palabra ideal para describirlo es AUDAZ. Partiendo de una pregunta sobre el modo en que la filosofía puede atravesar el cuerpo, el recorrido quedará vinculado a cuestiones de la sexualidad y el placer dominantes en una cultura patriarcal e introducirá el interesante concepto desde la perspectiva del posporno. Una mujer que ha cumplido con lo que dictaba su deseo dentro de un mundo netamente masculino (padre, parejas, esposo, amantes, colegas académicos) que no ha llegado a doblegarla: una mujer nómade en la búsqueda de su propio territorio. Es así como somos testigos de confesiones profundamente personales sobre hechos tan contundentes como el vínculo con sus hijos, las drogas, sobredosis, el lenguaje de los cuerpos, el sexo, el deseo. También abordará sin tapujos la idea de la vejez, la muerte, las pérdidas, el deseo, el contacto con el suicidio y el desamor, interpretados por algunos estudiosos de su obra como el precio que a veces debe pagarse, por la transgresión de las normas impuestas. La narración en primera persona de situaciones completamente límites, abordadas sin tapujos, claramente y absolutamente despojadas de cualquier prejuicio, hace que el material con el que Farina va trabajando su tercera película, crezca a medida que la figura de Esther Díaz va rompiendo barreras. Ella puede hablar de cualquiera de estos temas por los que ha atravesado, protagonizando cada hecho sin la menor victimización, siendo dueña de su experiencia vital y sin buscar la conmiseración ni la indulgencia. Lo que potencia más aún el trabajo de Farina es el hilo sutil que divide el documental de la forma de docuficción, y mientras se van “confundiendo” ambos territorios, es donde se enriquece aún más el material y se agiganta, jugando en forma permanente con ese límite difuso y desafiante. Lo dicho en la propia voz de la protagonista -jugando generalmente como una voz fuera de campo que va acompañando, relatando y potenciando las imágenes- enhebra minuciosamente las diferentes capas que se quieren ir descubriendo, hasta lograr una intimidad inusitada, atrevida, despojada, inteligente y carnal. Completa. Es así como el registro documental se vuelve una experiencia intransferible. Audaz, una sola palabra que vuelve a resumirlo todo.
Para Hitchcock, el documental era obra de Dios, o mejor dicho, de la vida misma, la casualidad, el destino (una ficción, en cambio, era obra del director, convertido en Dios). Jacques Rivette, mientras tanto, no distinguía entre categorías: para él, toda película era un documental de su filmación, de la cultura y los actores involucrados. Ahora bien, si toda película es un documental, entonces todo documental tiene algo de ficción, porque hay una cámara, un recorte de tiempo y espacio. Esto siempre fue evidente pero nunca tanto como ahora, donde cualquier persona con un celular puede volverse un documentalista de su existencia cotidiana. Un posteo en Instagram o en Snapchat da cuenta de hasta qué punto todo momento se ficcionaliza al ser fotografiado. Mujer nómade, aunque esté lejos de ser un video para redes sociales, es parte de nuestra actualidad audiovisual. Se presenta como un documental sobre la ensayista y filósofa Esther Díaz. Pero no solo es sobre ella, sino también de ella. Aunque el director sea Martín Farina, Díaz se perfila como coautora. Ya lo avisó en 2016, cuando arrancó el rodaje, en una entrevista para Página/12: “Martín me dijo que es la primera vez desde que hace documentales que el objeto de su investigación, que soy yo, lo está ayudando”. De hecho, Mujer nómade podría pensarse como una versión cinematográfica de los ensayos de Díaz. No hay un registro periodístico de su vida. Muchas escenas están explícitamente actuadas, especialmente sus conversaciones con otros, por teléfono o durante una cena. Y cuando habla, suele mirar al lente. No responde las preguntas de un entrevistador, sino que expone sus pensamientos. Más que nada, reflexiona sobre el cuerpo, cualquier cuerpo pero también el suyo, su piel, sus órganos, sus puntos erógenos, el cuerpo como campo de batalla y de experimentación. Díaz se ofrece como ejemplo. Vemos cómo le inyectan botox, cómo le cortan el pelo, cómo hace ejercicio, cómo se encama con un hombre más joven que ella (y su juventud es un dato importante, que ni la cámara ni la propia filósofa dejan de resaltar). “Martín me planteó que le daría mucho volumen a la película si aparecen cosas sexuales. No tengo ningún problema, le dije, me tenés que conseguir el chongo”, había adelantado Díaz en la entrevista ya mencionada. Y efectivamente, le consiguieron un chongo. No hay voyerismo, porque ella parece controlar -al menos, en parte- cómo se la muestra. Por un lado, su voz en off comenta lo que vemos (es lo más flojo de Mujer nómade; la relación entre lo visual y lo verbal resulta a veces demasiado literal y torpe). Y por otro, su cuerpo no es observado; ella se exhibe. Hay una dimensión performativa, como si expresara físicamente sus palabras. Lo privado se vuelve una performance, o más de una. Hay usuarios de Instagram que mantienen dos cuentas: la primera para todos sus contactos, con las fotos más cuidadas y pulidas; y la segunda para su círculo íntimo, con imágenes menos glamorosas y -supuestamente- más reales. En ambos casos, hay una curaduría de lo cotidiano. Se le muestran ciertos contenidos y cuerpos a ciertos públicos. Esta dinámica se refleja en Mujer nómade. Hay una Esther Díaz sobre el escenario, en una conferencia; otra en el quirófano; otra bajo la mirada de su chongo; otra cuando expone en frente de la cámara. En un momento ella dice que un objeto cualquiera, al ser enfocado, se transforma en un hecho estético. Lo mismo un cuerpo, sea el de ella o el de un usuario en línea. La pregunta es siempre: ¿Qué hago con mi cuerpo? ¿Qué recibe -qué like o cariño o droga o dildo o inyección- y qué comunica y para quién? Es un tema perfecto para el cine, y el documental de Farina y Díaz lo aprovecha.
Documental de Martín Farina en donde recorre la vida de Esther Díaz, estudiosa de la obra del pensador Michel Foucalt y libertina quien disfruta de su vida y de su sexualidad. Esther Diaz es un emblema, una autora de varios miles libros y numerosos ensayos, una especialista en la obra de Michel Foucalt que se recibió de la carrera de Filosofía y letras pasado los cincuenta años. Se trata pues de una de esas personas que vivieron la vida y siempre es interesante escuchar y leer. Este documental de Martin Farina así lo entiende. Pero antes de ver por primera vez a la protagonista oímos su voz y vamos reconstruyéndola mentalmente mientras ella cuenta fragmentos de su vida, de sus deseos, pasiones y miedos. La cámara recorre distintos puntos de una casa pero no podemos hacernos una idea del todo clara de que es aquel lugar. Entonces la vemos a ella, una mujer lejos de la imagen que uno podría tener de una mujer de tercera edad. Tiene el pelo corto, usa tachas, su aspecto es el de una punk y nos hace pensar en una Patti Smith. Este documental es una biopic digna del escándalo, ya que Esther Diaz no le tiene miedo a nada. La cámara la sigue a ella mientras nos cuenta desde truncadas, hasta intentos de suicidio, pasando por la cantidad de amantes que tuvo, incluso y creo que es uno de los momentos más personales que captura Farina, la adicción a las drogas de su hija. Uno de los grandes logros de esta película tiene que ver con el papel múltiple que hizo su director ya que se encargó de todos los aspectos técnicos a excepción de la música. Se puede entonces suponer que se trata de uno de esos proyectos personales que también hablan del que lo realiza. Y no lo hace solo de manera correcta sino que une todos estos materiales para darles distintos sentidos. Es una película experimental, cortita que apenas supera los sesenta minutos, lo cual a la vez la vuelve accesible para todo aquel que esté interesado en la figura de Esther Diaz.
Combinando el cine con la filosofía, el joven cineasta Martín Farina (Fulboy, Taekwondo) presenta Mujer nómade, una docuficción que recorre la vida de la filósofa Esther Díaz. La protagonista en cuestión relatará en primera persona su historia. Esther Díaz es una filósofa y ensayista argentina, a quien se le atribuye haber realizado una importante contribución en lo que respecta a la introducción de la filosofía de Michel Foucault. En Mujer nómade el cineasta Martín Farina recorre de punta a punta la vida de este personaje. Esther Díaz no sólo relata en primera persona su historia, sino que también la actúa. La protagonista se pone en su propia piel para reencarnar escenas de su pasado y de su presente. Martín Farina y Esther Díaz se unen para hablar, principalmente, de amor, sexo y filosofía. Mujer nómade comienza con la voz en off de Esther Díaz. La protagonista hace foco en una noche particular de su vida, la cual involucra sexo, drogas y hasta un intento de suicidio. La filósofa no escatima en detalles, repasa el minuto a minuto de ese día. La intensidad de este relato se complementa de manera perfecta con un montaje frenético. Imágenes estáticas combinan con el relato. El sonido de fondo realza la historia y todo el montaje en sí. Cada elemento parece ir incrementándose hasta llegar al punto cúlmine: el primer plano de la protagonista. Si bien el documental está construido en base a los ensayos escritos por Díaz, y también, en gran parte, por sus vivencias/tragedias, Martín Farina muestra otros aspectos de la protagonista. Mujer nómade recorre además el “cuidado” estético de la filósofa. Se la ve realizándose un tratamiento de embellecimiento y rejuvenecimiento plástico, su paso por la peluquería, etc. Es que la potencia del cuerpo es clave en este relato. Esther Díaz se entrega por completo a la (su) historia. Se desnuda, tanto física como emocionalmente, sin pudor alguno. Díaz habla desde los trágicos episodios de su infancia -como una anécdota que conlleva su pérdida de confianza en las personas- hasta las complicaciones que debió enfrentar como madre. También se desnuda frente a la cámara sin miedo alguno, muestra cómo goza del sexo con alguien 26 años menor y también se deja ver disfrutando una película pornográfica.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Filosofía de vida. Esther Díaz, una referente en el ámbito de la cultura y la filosofía contemporánea, nos acerca junto a Martin Farina, director y guionista, una muestra contundente sobre lo que significa para ella transitar la existencia y el descubrimiento a través del devenir constante, en transformaciones permanentes e incesantes en relación al cambio y adaptación a las circunstancias, ligadas a una percepción que consigue vivenciar una actividad tan fascinante y comprometida como el pensamiento. Farina (Fulboy, 2014) obtiene varios aciertos con este documental: la atinada elección de la locación del hogar de Díaz, -generando una atmósfera íntima-, un inicio que cuenta con confesiones fuertes y reveladoras, y el momento adecuado de ambas partes que coinciden en comunicar las mismas ideas desde diferentes lugares. La música de Jorge Barilari y Coiffeur le imprimen ritmo y carácter a este dinámico e intrínseco relato. Para la filósofa, interpelar al público sobre ciertos prejuicios machistas que están naturalizados, como la edad para tener sexo, ser deseables y la libertad con respecto a la elección de lo que deseamos, se mimetizan con la capacidad del director en brindarle a la protagonista la comodidad necesaria que se traduce en una absoluta franqueza y espontaneidad en la narración. “El deseo, en sí mismo, es nómade. Se alimenta con fragmentos libidinales, se potencia, se agiganta. Cuanto más inconsciente, más gigante. Pero la libido no pasa a la consciencia sino en relación con cuerpos o personas determinadas. Se trata de puntos de conexión. Son los puntos en los que (con los que) hacemos habitualmente el amor. Creemos que hacemos el amor con uno. Aunque, en realidad, hacemos el amor con muchos. Mejor dicho, normalmente hacemos el amor con una sola persona. Pero esa relación es posible por toda la potencia que se ha cargado a través de miradas, roces, pensamientos, lecturas, sueños, y la infinita variedad de estímulos, que recibe cualquier ser vivo. El sueño de la razón engendra monstruos. Hacemos el amor con las infinitas máquinas que potenciaron nuestro deseo proveniente de múltiples personas, animales y objetos. Maquina ojo-ojo, máquina gesto-mirada, máquina roce-escalofrío, máquina miembro-miembro, máquina labios-pelo, máquina mano-nalga, aunque normalmente, sólo lo concretamos con una persona por vez. (o para siempre). No obstante, con esa persona, también se establecen circulaciones y cortes. Hay algo estadístico en nuestros amores. Pero tanta estadística, casi siempre, se conecta con un solo partenaire. La pareja es el enanismo del deseo.” (Esther Díaz, sobre “Gilles Deleuze: postcapitalismo y deseo) https://www.estherdiaz.com.ar/textos/deleuze.htm