El fútbol como instrumento político y liberación social Que el fútbol es un instrumento de manipulación política (y no sólo de las dictaduras militares) es algo que los argentinos conocemos (y no sólo por el Mundial '78). En Uruguay ocurrió algo similar con la Copa de Oro (el Mundialito) que en 1980 convocó a cuatro campeones mundiales (Alemania, Brasil, Argentina y el anfitrión) y a Holanda en reemplazo de la renunciante Inglaterra. Los dueños de casa, se sabe, se quedaron con el triunfo y se desató el festejo masivo por las calles en medio de uno de los regímenes militares más largos (1973-1985) y represivos del mundo (la proporción de asesinados, desaparecidos, torturados, presos y exiliados en relación con la población total fue altísima). El director Sebastián Bednarik se basa en una sólida investigación, en lúcidos testimonios y en una narración clara e inteligente, combinando la "justa deportiva" con la pretensión de los militares uruguayos de perpetuarse en el poder mediante un plebiscito para modificar la constitución (terminarían perdiendo por el 57 por ciento de los votos). La contradictoria situación de los presos políticos, los incómodos recuerdos de los jugadores de aquella selección, la presión sobre los periodistas deportivos (la figura de Victor Hugo Morales tiene un papel importante), la aparición de insólitos financistas con fondos de dudosos orígenes en una trama que llegó hasta Silvio Berlusconi o la infame presencia del por entonces mandamás de la FIFA Joâo Havelange son algunos de los tópicos que Bednarik maneja con gran sagacidad y pericia, en un relato que se sigue siempre con interés más allá de cierto lenguaje que por momentos parece más televisivo que cinematográfico. Un pequeño gran documental sobre hechos que ocurrieron del otro lado del charco, pero que bien reflejan lo que pasó también en nuestra sociedad. Nota: En los créditos finales se indica que el ex presidente Tabaré Vázquez -por entonces tesorero de la organización del Mundialito- y Julio Grondona -eterno presidente de la AFA- fueron los dos únicos que no quisieron prestar su testimonio para el film, algo que sí hicieron decenas de personas, incluidos los ex mandatarios Jorge Batlle y Luis María Sanguinetti y el actual José "Pepe" Mujica.
El fútbol es, según el historiador Gerardo Caetano, "un gran escenario de construcción de mitos uruguayos". Como tal, a Sebastián Bednarik y a su coguionista y productor Andrés Varela les llamó la atención el silencio que rodea a una página tan importante como el Mundialito que organizó y ganó Uruguay en 1980. Se sabe que existió, pero permanece en una suerte de nebulosa. "Como un hijo no reconocido", dice el director; no forma parte de esas hazañas recordadas permanentemente, como el Maracanazo o la primera copa del mundo ganada en 1930 en Montevideo. Precisamente, el cincuentenario de aquel acontecimiento fue la excusa para que se realizara la llamada Copa de Oro de Campeones Mundiales, donde participaron todos los ganadores del trofeo excepto Inglaterra, que fue reemplazada por Holanda. Ese curioso silencio (la Asociación Uruguaya de Fútbol no lo menciona en su página web y la FIFA no lo considera un torneo oficial) llevó a los realizadores del film a revisar la situación política, social y deportiva del momento en que se desarrolló el Mundialito y todos los intereses que se movieron detrás de él. Una extensa investigación los llevó a consultar a dirigentes, jugadores, periodistas, políticos, militares, empresarios, ex presos políticos y artistas y armar con sus testimonios y con rico material fílmico de la época (más el hilo conductor provisto por Caetano, historiador y ex futbolista), una esclarecedora reconstrucción de la época y de sus personajes. Poco antes, la dictadura militar había convocado a un plebiscito sobre la reforma constitucional con el que buscaba su legitimación: el Mundialito sería la fiesta donde se celebraría el triunfo que daban por descontado. Pero el no a la reforma dio vuelta los planes y en el Centenario, con la consagración de Uruguay en la final, la fiesta fue para los que habían votado por el no y ahora empezarían a cantar "Se va a acabar?". Cada uno de los entrevistados hace su propia lectura, que a veces incluye un descargo ("Yo no hago política; hago deporte", dice un adusto Havelange), un rescate de la gesta deportiva o alguna sabia reflexión (como la del brasileño Sócrates). El film alude a la manipulación del deporte por parte de los gobiernos y entrega elementos valiosos para alimentar la polémica, pero no toma partido, aunque el inteligente montaje suele hablar por sí mismo al oponer opiniones discordantes (aun entre dos ex presidentes del mismo partido), revelar abundantes contradicciones y apuntar a descubrir los porqués del silencio que aún rodea al torneo.
Recuerdos del “no” a la dictadura charrúa El dictador uruguayo Aparicio Méndez fue una de las nefastas presencias en el Palco Oficial del estadio Centenario cuando el 10 de enero de 1981 la Celeste le ganó la final del Mundialito a la selección de Brasil. Ese estadio, que había sido testigo mudo de tanta algarabía popular en 1930, cuando Uruguay logró el primer campeonato del mundo, era ese día la sede donde concluyó el certamen organizado por la Asociación Uruguaya de Fútbol, en el que participaron todas las selecciones campeonas del mundo, excepto la de Inglaterra (que fue reemplazada por la de Holanda, dos veces finalista hasta aquel momento). Se sabe que la relación entre deporte y política es tan antigua como el origen del fútbol. Basta mencionar cómo la dictadura argentina utilizó el Mundial de Fútbol 1978 para intentar tapar ante el mundo las atrocidades cometidas por esos militares asesinos. En el caso de Uruguay, la historia indica que, en principio, ese Mundialito no le caía muy simpático a la dictadura del país oriental porque podía atraer a la prensa mundial, que los pondría en un aprieto. Pero pronto cambió su postura y buscó aprovecharlo. ¿Cómo? El gobierno de facto de Aparicio Méndez decidió realizar un plebiscito un mes antes del Mundialito con el objetivo de hacer una consulta por una reforma constitucional que legitimara a los militares en el poder. Y ese minicampeonato mundial podía, entonces, ser la excusa para festejar el triunfo en las urnas. Pero la jugada les salió mal a los dictadores, porque el 57 por ciento de la ciudadanía uruguaya votó por el “No” a la reforma. El cineasta uruguayo Sebastián Bednarik decidió investigar qué relación existió entre aquel campeonato y el plebiscito. La particularidad de Mundialito es que no arriba a una única conclusión, sino que presenta una diversidad de voces que incluyen a tres presidentes constitucionales (Julio María Sanguinetti, Jorge Batlle y el actual José “Pepe” Mujica), empresarios que invirtieron en el certamen, ex dirigentes, representantes de la dictadura uruguaya, ex jugadores, periodistas y militantes presos de aquella dictadura que trazan un panorama de los sucesos. Mundialito es un audiovisual de cabeza parlante, pero esta modalidad tan usada en documentales con poca precisión es, sin embargo, una decisión acertada por parte de Bednarik, ya que contrapone opiniones de unos y otros como si se tratara de un careo en el que muchos no quedan bien parados. Sin recurrir a la voz en off, Mundialito tampoco es el típico documental de denuncia, sino que se caracteriza por esa heterogeneidad de miradas de los hechos. Sin embargo, no es neutral, porque a lo largo de la hora y pico que dura el documental, el espectador se encontrará con interrogantes que quedarán planteados. Por ejemplo, cómo fue la relación entre el mundo empresario y los militares uruguayos en torno del evento deportivo, y algo más profundo aún: el apoyo civil a esa dictadura. Esa diversidad de opiniones pone en evidencia a quienes justifican lo injustificable. Tampoco puede señalarse que Mundialito sea exclusivamente un documental televisivo, porque los testimonios –muy bien editados y lo necesariamente sintéticos, sobre todo– se complementan con un importante material de archivo visual que le aporta una cuota de estética imprescindible a la hora de pensar cine. El mayor aporte de este film es el valor de documento para las nuevas generaciones que no vivieron los tiempos en que el totalitarismo intentó adueñarse de la vida de las personas que lo rechazaron en las urnas.
Filme sobre un torneo de fútbol que intentó utilizar la dictadura uruguaya. A ntes de verlo, a la corta o larga distancia, Mundialito , de Sebastián Bednarik, parece ser un documental convencional, de tesis, políticamente correcto. Otro más. Otro, sobre dictaduras manipulando al fútbol. En este caso al Mundialito: torneo que se jugó en Uruguay, con los campeones mundiales de fútbol más Holanda, en 1980, meses después de un plebiscito con el que los militares pretendían darles un manto legal a los gobiernos de facto. Otro elemento para el prejuicio: la película cuenta con más de treinta testimonios. Cabezas parlantes que, uno supone (mal), sostendrán posiciones obvias, maniqueas. Y que, editadas de un modo didáctico, desembocarán en una denuncia contra la manipulación de las masas bondadosas por parte de unos pocos personajes perversos. Pero no. Mundialito no busca confirmar lo obvio ni refrendar lugares comunes tranquilizadores. Al contrario: aborda -aun desde la inevitable, saludable subjetividad- el complejo entramado cívico-militar que hace posibles las dictaduras, la falta de homogeneidad en las posiciones del llamado “pueblo” (hoy, “la gente”), la multiplicidad de voces y miradas acerca de un mismo fenómeno social, muchas de ellas contradictorias. Para decirlo de una vez: Mundialito apunta a la inteligencia y la libertad del espectador. Algo infrecuente en el cine. Y sobre las cabezas parlantes, que suelen causar urticaria en los vanguardistas, hay que decir que tienen un tratamiento que las hace funcionar también como cuerpos parlantes: como personajes, muchas veces graciosos. Ejemplo: un empresario que negoció los derechos de televisación del Mundialito con un joven Silvio Berlusconi. Este hombre, Angelo Vulgaris, habla aferrado a una copa -presumiblemente con bebida alcohólica-, hurgándose la nariz y acomodándose los genitales, como si se le salieran de cauce. Su modo de decir las cosas habla tanto o más que sus palabras. Y, a pesar de lo reprobable, causan gracia. Otro logro de Bednarick: su desdén por lo solemne; su utilización de un humor por momentos triste, por otros absurdo: bien uruguayo. En la película hablan ex presidentes y presidentes (José Mugica), militares retirados y militantes que estuvieron detenidos, futbolistas que se sintieron usados y futbolistas que se quejan porque no se les rinde tributo por aquel torneo. No hay voz en off, aunque la línea “oficial” sea la del historiador Gerardo Caetano. Cuando el Mundialito parece a punto de tener una explicación clara y redonda, Bednarick mismo la pone en duda, a través de un montaje autoconfrontativo . Así la realidad se torna más difusa, menos clara, más rica: tal como es fuera de los cines.
Curioso registro de dos hechos uruguayos Dos sucesos muy singulares enlaza este trabajo, ambos ocurridos en Uruguay 1980 con sólo un mes de diferencia: el único referendum que perdió una dictadura en todo el mundo (57% en contra, encima el recuento se transmitió en vivo y en directo), y la Copa de Oro, torneo de campeones internacionales organizado para celebrar los 50 años del Mundial 1930 (Uruguay campeón, Argentina sub) y los 30 del Maracanazo (Uruguay campeón, Brasil sub). El mencionado referendum quería habilitar el traspaso del gobierno cívico-militar impuesto por un golpe, a otro cívico-militar impuesto por elecciones de candidato único. El material de archivo muestra la presentación oficial, jingles, una discusión televisiva muy bien conservada y muy civilizada, donde los del gobierno asocian política con corrupción y los opositores habilitados asocian a los colaboracionistas con rinocerontes (¡y uno de los polemistas fuma!, ¡qué tiempos aquellos!). Muestra también la gente votando y opinando, y, por supuesto, los partidos más interesantes de la Copa, donde compitieron Alemania, Argentina, Brasil, Italia, Holanda (en reemplazo de Inglaterra) y el dueño de casa. Refiriéndose a uno y/u otro tema, aparece una treintena de personalidades, entre ellas el entonces capitán de navío y presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol Yamandú Flangini, el incombustible Joao Havelange, dos ex presidentes, publicistas, periodistas deportivos, algunos detenidos políticos de entonces, el divertido empresario que consiguió la plata vendiéndole los derechos a Silvio Berlusconi (luego también detenido, pero por narcotráfico), el botija que sirvió de mascota, y varios jugadores, entre ellos Hugo de León (ex River), Venancio Ramos (ex Independiente), Waldemar Victorino (ex Newells y Colón) y el zurdo Rubén Paz, luego ídolo de Racing de Avellaneda. Y Sócrates, el doctor Sócrates, entonces capitán brasileño. Cada uno de ellos dice lo suyo, a veces contradiciendo un poco a los demás. Ahí, precisamente, está la gracia del relato. Unos le ven al torneo un trasfondo político, otros destacan la buena organización, los futbolistas se declaran apolíticos, un relator dice que la gente salió del estadio cantando contra los militares (aseveración largamente discutida en varios correos de lectores), etc., y entre medio de todo, en registro de archivo, un joven Maradona ya se queja, dice que le tiran piedras, aunque la imagen muestra cómo la gente lo palmea por la calle. Resumiendo, un trabajo entretenido, ilustrativo, acerca de dos fiestas históricas y un solo festejo, ya que todo el mundo salió a celebrar el triunfo celeste, pero a celebrar el de los opositores muy pocos se animaron. Hoy, en cambio, es común destacar el fin de la dictadura, pero el legítimo triunfo deportivo de ese encuentro pareciera injustamente teñido de vergüenza. Dicho sea de paso, acá pasa lo mismo. En los relatos, Gerardo Caetano, historiador y en aquel entonces miembro del seleccionado juvenil uruguayo. Director, Sebastián Bednarik, autor de otro documental muy simpático, «Matinée», sobre una murga de vecinos septuagenarios.
El fútbol y la política En el comienzo de este documental de Sebastián Bednarik, el joven historiador, Gerardo Gaetano, dice que "el fútbol en Uruguay ha sido siempre un escenario de constructores de mitos". Lo que sigue es una descripción del escenario social y político alrededor de esa Copa de Copas, en Uruguay, que fue organizada en 1980, en plena dictadura militar y cuya cercanía con el convocado plebiscito constitucional lo hubiera convertido en el marco triunfal ideal para celebrar una legitimación del régimen militar. Mientras el torneo fue un rotundo éxito, donde Uruguay se consagra frente a Brasil, el plebiscito constitucional resultó un fracaso para el gobierno militar. EL TORNEO El torneo fue bancado por un misterioso broker llamado Angelo Vulgaris y en el grupo hasta habría intervenido Berlusconi, dueño de la televisión de Montecarlo en esa época y entusiasta partícipe de un proyecto que le diera cierta preeminencia internacional. Rehén del grupo militar reinante por un lado y del propio pueblo uruguayo por el otro, el Torneo Mundial, apoyado por FIFA, tuvo la participación de lo mejor del futbol argentino, brasileño, alemán, italiano y holandés, consagrándose Uruguay por un rotundo triunfo sobre Brasil. LOS GOBIERNOS Con el formato documental el realizador, Sebastian Bednarik ha utilizado una documentación visual y sonora rica en imágenes y testimonios. Tapas de diario, noticieros de la época, reportajes a distintos individuos que estuvieron de ambos lados, militares, militantes comunistas, presos políticos y figuras tan importantes como Batlle, Sanguinetti, jugadores de fútbol (Maradona, Rodolfo Rodríguez, Sócrates), periodistas deportivos (Victor Hugo Morales, Jorge Crosa), empresarios y publicistas que, de una manera u otra, intervinieron en las campañas del Mundialito. Los gobiernos usan el deporte para asociar éxitos -dice Sanguinetti-. Y como ilustración de esos conceptos se suceden momentos del Torneo conmemorativo del primer mundial de la historia (1930), que alcanzó increíbles momentos como cuando el sentimiento unifica a todos y hace desaparecer la realidad cotidiana (testimonio de un militante preso, cuando cuenta que ante los goles transmitidos por radio para toda la cárcel, guardianes y detenidos gritaban jubilosos y al unísono ante un gol uruguayo). "El mundialito" está muy bien filmada y el material utilizado enriquece la película, que es otro documento que permite establecer comparaciones y asociaciones con la Argentina y su Mundial 78, distintos momentos que utilizan el fútbol como instrumento político ideológico en momentos de crisis.
Cada cual a su juego De la misma forma que la dictadura argentina usó el mundial de fútbol de 1978 para tapar lo que en realidad pasaba durante esos años atroces, Uruguay tuvo lo propio con el olvidado Mundialito de 1980. Torneo que se realizó en conmemoración de los 50 años del primer campeonato mundial mientras la dictadura buscaba perpetuarse en el poder eternamente. El film documental de Sebastián Bednarik rearma a través de diferentes testimonios la olvidada historia del Mundialito, campeonato organizado conjuntamente entre la FIFA y el gobierno dictatorial uruguayo con motivo de la conmemoración del primer campeonato mundial realizado en 1930 y que coronó a Uruguay como campeón del mundo. En el Mundialito fueron invitados a jugar todos los equipos ganadores de los diferentes mundiales de fútbol. Al unísono el gobierno organizó un plebiscito para legitimarse en el poder. Mientras el primero es aceptado fervientemente por la población el segundo es rechazado por una amplia mayoría. Dicotomías que el film expone e intenta aclarar Mundialito (2010) se estructura a partir de un relato documental clásico con formato periodístico en donde diferentes entrevistados van dando testimonio para armar un especie de rompecabezas político-deportivo para dejar muy en claro las responsabilidades dentro de ambos sectores y a su vez se diferenciarlas. Así vemos alegatos de quienes a pesar de sufrir las consecuencias de la dictadura ven con buenos ojos su realización y viceversa. Bednarik refleja de manera explícita esa disyuntiva que 30 años después pareciera ser que la mejor explicación que encuentra es el olvido o la negación de que existió. ¿Por qué el Mundialito no es parte del inconsciente colectivo? Es la pregunta que carece de respuestas y que la película trata de responder desde el lugar que puede. En Mundialito se deja bien en claro que fútbol y política casi siempre van de la mano y que nada mejor que un deporte de masas para calmar a las fieras cuando parece que todo va a sucumbir. En este mundo las cosas parecen ser así. O alguien opina lo contrario. En los títulos finales aparece una leyenda en donde se deja constancia que Julio Grondona y Trabaré Vázquez no quisieron dar testimonio para el film. ¿Por qué será?
Crónica de un Circo Olvidado A comienzos de la década de los ochenta, casi toda Sudamérica estaba monopolizada por gobiernos dictatoriales de lo más siniestros que recuerda su historia. El mundial jugado en Argentina en 1978, fue un circo que no sólo reforzó al gobierno militar, sino que funcionó como una gran fiesta para exhibir ciertas “virtudes” del régimen. El Mundialito fue un torneo organizado por la FIFA en 1980, donde congregaba a todos los campeones mundiales hasta ese momento, en el país que había sido la primer sede del mundial allá por 1930, Uruguay. Nuestra nación vecina estaba bajo el mando de una nefasta dictadura militar desde 1973. Un mes antes que se realice la competencia, el gobierno de facto había llamado a un plebiscito al pueblo uruguayo, para que le autoricen a reformar la constitución y así legitimarse aun más en el poder. Estos acontecimientos son los que construye este interesante documental charrúa, que da cuenta del vínculo no casual que hay entre las grandes fiestas deportivas y los intereses políticos para maniobrar a las masas. Se vale de los recursos clásicos en este tipo de metrajes: entrevistas y piezas de archivos, muchas de ellas inéditas. Las entrevistas cuentan con valiosos e interesantísimos testimonios de gente muy diversa, y hasta con argumentos muchas veces contradictorios. Observamos a un molesto Joao Havelange, cuando le hacen una pregunta política; a dos ex presidentes uruguayos y al actual mandatario, algunos de los jugadores de la selección celeste, campeona de ese mundialito, periodistas deportivos, ex presos políticos, la estrella de fútbol brasilera Sócrates, conductores de televisión, etc. El montaje del material de archivo, nos permite acceder a planos donde vemos imágenes de los noticieros de la época, fotografías, segmentos de la publicidad, la portada de los diarios, y los grandes momentos futbolísticos del torneo, relatados por Víctor Hugo Morales. Disfrutamos de golazos hechos por Ramón Díaz y Maradona, y también unas declaraciones de un jovencísimo Diego, con un discurso tan polémico como en la actualidad. Lo más rico, son las hipótesis que se van tejiendo con el panorama político imperante. Al comienzo del documental, declara el ex presidente Julio María Sanguinetti: “siempre los gobiernos han tratado de usar el deporte como un modo de asociarse al éxito o a la inversa, y los gobiernos autoritarios mucho más”. Así, vemos como se despliegan las dudas iniciales de los militares si organizaban el torneo o no; o la manipulación que hicieron del mismo con el plebiscito propuesto; la canción oficial que intentaron imponer pero la que finalmente se impuso fue otra, algo más disimuladamente contestataria. Como la oposición, silenciada y a escondidas, también usó el campeonato, para hacer campaña por el No al referéndum; el intento para alcanzar la señal de televisión a color. El plebiscito para el gobierno militar era un partido ganado, no había antecedentes que un régimen autoritario haya perdido una elección de este estilo, y con el mundialito casi pegado, era un golazo. Afortunadamente les salió el tiro por la culata y el pueblo que disfrutó, cantó y festejo la victoria uruguaya, también le dijo NO a la dictadura. Algo muy palpitante es que mientras la hinchada festejaba la Copa de Oro que había obtenido la celeste, cantaba en las calles “se va a acabar, se va acabar, la dictadura militar”. Un documental que recupera una página borrada de la historia uruguaya, rescata un torneo que permitió el abrazo conjunto entre presos políticos y guardias carceleros; un pueblo que no se dejó enceguecer por el circo romano armado por la dictadura, pero que eso tampoco le impidió disfrutar de la gloria deportiva; una copa ganada, que quedó en el olvido, ni siquiera aparece entre los laureles de la Asociación Uruguaya de Futbol. Mundialito es una apuesta a la reflexión y a recuperar la memoria pérdida del inconsciente colectivo, desde las más diversas voces y posiciones ideológicas.
Contando con un material muy poco difundido que gira alrededor de una suerte de Mundial de Fútbol reducido que tuvo lugar a fines del año 1980, Mundialito ofrece un más que interesante documento acerca de toda un época. Ya de por sí los videos y fílmicos que registran ese poco recordado y a la vez histórico torneo futbolístico, que se realizó en esa única oportunidad, justificaban un film del género, pero esto se complementa con los testimonios y el concepto puesto en juego en el documental. El director uruguayo Sebastián Bednarik unió dos hechos que en su momento estuvieron unidos pero que no trascendieron demasiado en otras latitudes: un plebiscito constitucional que la dictadura uruguaya organizó para perpetuarse con mayor legitimidad en el poder, que iba a tener su correlato en ese inédito mini-campeonato mundial organizado con el aval de la FIFA con equipos representantes de la elite futbolística. La idea del gobierno de facto era que el resultado favorable del plebiscito sea coronado por un gran éxito deportivo, pero ambos emprendimientos adquieren simbolismos muy diferentes a los esperados. Ese núcleo ideológico del film se ve enriquecido por sustanciosas reflexiones de jugadores, dirigentes, presos políticos y otros protagonistas de esos singulares sucesos.
Mundialito, un documental sobre dos gestas Dos gestas en un mismo año. Ganar la Copa de oro en el Cincuenta Aniversario del Mundial del 30' y decirle NO en el plesbicito a la perpetuaciòn de la dictadura en uruguay. Una marcha militar con ecos deportivos da inicio al documental de Sebastián Bednarik que indaga un período oscuro, uno más de los que nuestra América latina atravesó durante sus dictaduras militares. En 1980 y en ocasión de cumplirse los 50 años del Mundial del 30’ que Uruguay ganó para la Historia, surge la idea de organizar un Mundialito que se llamaría Copa de oro. Así, la dictadura al frente de Aparicio Méndez, proponía un mes después con la venia de la FIFA (en los archivos se puede ver a un sempiterno Havelange y al enquistado Julio Grondona) dar el OK para que el evento se lleve a cabo. Mientras las obras tendientes a dejar en condiciones para recibir a las delegaciones europeas se llevaba a cabo, la dictadura preparaba el plebiscito que de ganar el Si, le daría el plafond suficiente para reformar la Constitución uruguaya y quedarse en el poder de manera indefinida. Una gran tarea de montaje de Guzmán García permite apreciar los matices en los que se mecen los diferentes actores sociales de ese segmento temporal, presos políticos, exiliados, militares, civiles, deportistas, políticos, etc. El film da cuenta de cómo se recaudaron los fondos que Uruguay necesitaba y cómo se consiguieron los primero equipos de transmisión de TV Color que serían para afuera y no para el país rioplatense, evidenciando el detalle de la entrada de Berlusconi en el juego de las grandes ligas al adquirir los derechos primero para desembarcar en el TV 5 de Italia y luego en la RAI. Si el lector piensa en monopolios o corporaciones, es mera coincidencia… Lo que no es coincidencia es que un hecho como el fútbol esté aportando valor agregado a un gobierno de facto que necesitaba como el de Argentina, un hecho de movilización popular que llevara fervor y agradecimiento aunque en las cárceles, los presos se apilaran de a cientos (estos son los que tuvieron suerte de sobrevivir a la tortura y la muerte) y aunque la propaganda del régimen tratara de manera infructuosa de mostrar hacia fuera de sus fronteras una paz de un silencio sepulcral. El fútbol como bien señala el historiador Gerardo Gaetano, en distintos segmentos del documental es un gran escenario de construcción de mitos en torno a los cuales se fabulan ciertas historias que luego proyectan distintas consecuencias sobre el imaginario de los pueblos. Durante la hora y diez minutos del film, se pueden contrastar no sólo los testimonios, y regresaré sobre esto, de los actores locales, sino una muy interesante reflexión de Sócrates de la Selección Brasileña de Fútbol que indica que al comprar el periódico y llevarlo a la concentración lo dividía en dos partes, por un lado el suplemento deportivo y por el otro el resto del diario ¿qué cree usted que leían los jugadores? Abogar por una formación política integral es un hecho destacable toda vez que el fútbol mueve no sólo billones de dólares sino también millones de almas. Decía que el film permite contrastar los testimonios de militares, presos, y hasta del hoy presidente de Uruguay Mujica, que escuchó por radio y de lejos desde su celda de preso, los avatares de la copa. El testimonio tiene un valor fundamental porque desde su origen (testigo) da cuenta de sucesos que suponen un valor de verdad sagrado. Establecer un paralelo con nuestro mundial es fácil pero no es el motivo de esta nota. Usar de modo peyorativo el término populismo para caracterizar las maniobras de los dictadores argentinos en el 78’ y uruguayos en el 80’ cuando 30 días antes del comienzo del mismo se haría el referéndum por la reforma constitucional es una cita obligada. Demagogia para la perpetración. Sólo que Uruguay cumple muy bien aquí con sus dos causas, gana el Mundialito y revive la gesta del Maracaná pero antes le dice NO a la dictadura de Méndez y el gol de Victorino que le da el triunfo final es el disparador para que 60 mil gargantas calladas puedan gritar ¡Uruguay, Uruguay! Seguido de “Se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar!... el verdadero golazo, los uruguayos lo hicieron antes que Victorino venciera la valla de Brasil, la verdadera gesta, fue el NO. La que levantó la copa, consecuencia de la segunda, es una más pequeña, tanto que los protagonistas no encuentran archivos de ella en la Web, como si hubiera sido invisibilizada, como si también fuera mentira que ese fue el único día que prisioneros políticos y soldados festejaron por lo mismo y como si no siguieran existiendo y actuando en connivencia con macabros poderes actores conocidos por todos que aún manejan los destinos del fútbol en estas latitudes, porque como menciona Víctor Hugo Morales el fútbol es fundante para los pueblos pobres como los nuestros porque con cualquier trapo se puede hacer una pelota y soñar que se es Maradona. Goles de película, testimonios que desandan tramas de poder y dinero, olvidos de la dictadura, recuerdos del triunfo en un gran trabajo documental que permite pensar qué es el fútbol cuando no hay construcción ciudadana que ayude a pensar cuáles son las reglas de oro de cualquier democracia o la consecución de ella.
Campeones del olvido. Quizá muy pocos lo recuerden, dado que el hecho ni siquiera figura en el sitio web de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) ni es reconocido oficialmente por la FIFA, pero a fines del año 1980 se llevó a cabo en el país vecino un extraño experimento llamado Mundialito. Entusiasmada por el exitoso ejemplo de Videla y sus amigotes, la Junta Militar uruguaya quería tener su propio Mundial 78. La idea había sido de João Havelange, por ese entonces presidente de la máxima entidad del fútbol. Entrevistado para este documental, Havelange recuerda: “Cuando se jugó el primer mundial, en Uruguay, yo tenía catorce años. Cincuenta años después quise conmemorarlo en ese mismo lugar, con un torneo que reuniera a todos los campeones”. En efecto, al certamen fueron los consagrados Italia, Alemania, Brasil y Argentina. En reemplazo de Inglaterra se sumó Holanda. Todas estas selecciones jugaron con sus grandes estrellas (Maradona, Kempes, Sócrates, Toninho Cerezo, Rummenige, Briegel, etc.) y sin duda se vieron partidos de altísimo nivel. No obstante, el Mundialito permanece en la memoria colectiva como una especie de fantasma, un recuerdo intangible cuyas huellas parecen haberse esfumado. Fue este olvido lo que decidió a Sebastián Bednarik a revolver el cajón de los recuerdos y relatar una historia fascinante. El torneo había sido pensado no sólo con el fin de demostrarle al mundo que los uruguayos eran “derechos y humanos” sino también como una gran fiesta popular por el éxito inminente de un plebiscito de los militares que impulsaba una reforma constitucional para otorgarle un poder imperecedero a las Fuerzas Armadas. En este contexto, la organización del Mundialito estuvo rodeada de situaciones insólitas. Ángelo Bulgaris, un excéntrico empresario que fue entrevistado por los directores mientras cumplía una condena de prisión domiciliaria por narcotráfico, terminó viajando a Europa para venderle los derechos de televisación a Silvio Berlusconi, cuyo imperio recién comenzaba a insinuarse. Por medio de maniobras dudosas, infinitas especulaciones y pactos de última hora entre funcionarios castrenses, hombres de negocios y popes de la FIFA (incluyendo a un joven Julio Grondona, pichón de Havelange si los hay), el mejor fútbol del mundo volvió a la Sudamérica de las dictaduras. Los testimonios de los consultados (un completísimo corpus que además de dirigentes, militares y empresarios incluye a presos políticos, presidentes uruguayos, periodistas y jugadores de fútbol, y del que sólo lograron escapar Berlusconi y… Don Julio) no son explícitamente rebatidos por Bednarik y el guionista Adrián Varela. Estos simplemente dejan que los protagonistas hablen. El resultado de esta metodología echa luz sobre las controversias más notables que rodean el recuerdo del Mundialito. En primer lugar, la posición del propio Havelange: “Yo no hago política, hago deporte. Los problemas de su país, resuélvanlos ustedes”, una especie de marca registrada FIFA para justificar la relación del organismo con las sangrientas dictaduras de los 70. En segundo lugar, la opinión de los uruguayos. Porque las Fuerzas Armadas, contra todos los pronósticos, perdieron el plebiscito unos días antes del comienzo del torneo que, para colmo, ganó el local. La gente salió a las calles a festejar y a cantar contra el gobierno de facto de Aparicio Méndez. ¿Fue este triunfo el principio del fin de la tiranía, o apenas un grito en la oscuridad? En tercer lugar, el documental interpela la figura del futbolista y su rol en el millonario circo del fútbol. Mientras algunos se contentan con “haberle dado una alegría al pueblo en momentos tan terribles”, otros justifican haberle garroneado un automóvil a los militares “considerando la importancia que tenía el Mundialito para ellos”. Como reflexión final queda la palabra del gran Sócrates, acaso el más lúcido, al ponderar aquello en que debería consistir la función social del jugador sudamericano, nacida sobre la base de un estrellato instantáneo. Formarse culturalmente, asumir la responsabilidad, no ser títere del poder de turno. Quién sabe qué tan distintas hubieran sido las imágenes que indirectamente remiten a nuestro horroroso pasado reciente de no haber aprovechado los represores el éxito deportivo de sus selecciones nacionales. Mundialito es una obra impecable en todos sus aspectos, tanto por su elección de un evento casi olvidado como por sus recursos argumentativos y estéticos, merced a un impresionante material de archivo. La imagen reconstruye una época y nos transporta a aquel lejano 1980, con sus antiguas y elegantes transmisiones en color (las primeras en la historia de Uruguay), sus viejas grabaciones en VHS y sus diarios amarillentos. No hay aquí un rescate emotivo, sino tan sólo un rescate, y la importancia ineludible de la memoria. Esto es lo que pasó, esto es lo que se hizo, lo que se dijo y lo que se vio. No es poco.
Atenta mirada retrospectiva a una realidad caída en el olvido Da bronca a veces ver algo que está bien hecho que lamentablemente tanga pobre difusión. Con mucho esfuerzo por cierto, pero pobre. Acá entraríamos en la discusión entre grandes cadenas y salas independientes, pero no viene al caso. Lo digo para puntualizar que se va a perder una buena realización si no se acerca al Cosmos, al Artecinema (Espacio INCAA Km3) o al cine Monumental, en la peatonal Lavalle. El film de Sebastián Bednarik pone luz sobre un hecho casi olvidado por la sociedad. No recuerdo en 20 años haber estado en algún asado, reunión, cumpleaños, o cualquier otro evento, en donde se tocara el tema fútbol, y por arrastre el Mundialito que organizó y ganó Uruguay en 1980. Realmente ha quedado en el olvido. La producción comienza haciendo una pequeña introducción con imágenes de la construcción del estadio Centenario, de Montevideo, del mundial de 1930 y el de 1950 que Uruguay ganó en Brasil. Mientras, Gerardo Caetano, ex futbolista y actual historiador, va enunciando algunos de los conceptos que definen el fútbol y lo que este representa en la sociedad de uruguaya. Al espectador podría parecerle un documental de manual, pero justo cuando esta idea empieza a pergeñarse aparece la frase: “el mundialito fue un circo”. Este llamado de atención, que corta la excelente música del trío Ojos del Cielo, sirve para dejar al espectador con una inmediata ansia de saber lo que sigue. Y lo que sigue es una fabulosa compilación de imágenes y entrevistas que a su debido metraje nos ubica en tiempo, espacio, contexto histórico, político y social. La realización incluye unos treinta apreciaciones respecto de aquél certamen aportadas por políticos, futbolistas, periodistas, presos políticos, hasta el mismísimo Joao Havelange, quien dejan los habituales puntos grises a los que la FIFA nos tiene acostumbrados. Cabe señalar que Julio Grondona, presidente de la AFA, se negó a ser entrevistado. Poco a poco andar el documental va recorriendo los meses previos a la organización del evento. Lo hace en paralelo con otro hecho significativo en la vida uruguaya de entonces, la famosa convocatoria de la dictadura militar (en el poder desde 1973) que mediante un plebiscito por el SI o el NO intentó modificar la Constitución para dar marco legal a su intervención, pero el lapidario rechazo significó también frustrar el intento de postularse como gobierno en las siguientes elecciones libres. Los resultados de ambos emprendimientos fueron muy diferentes. La Constitución que promueven los militares es rechazada por la ciudadanía. En cambio, el apócrifo torneo mundial del que sólo participan, además del dueño de casa, los también campeones mundiales Argentina, Brasil, Alemania e Italia, más el dos veces vice campeón Holanda en sustitución de la renunciante Inglaterra, se convierte en un éxito doble, o triple. En la cancha, Uruguay obtiene el trofeo; fuera de ella, tanto el gobierno como la silenciosa y silenciada oposición encuentran méritos para apropiárselo. Sebastián Bednarik no deja ningún recoveco de la historia sin mirar, y realiza su documental con una precisión y calidad pocas veces vista. Su capacidad de observación de la sociedad llega a un punto álgido y brillante, produciendo el mejor y más irónico momento entre su realización y el espectador: Dentro de las imágenes y audio de archivo recopiladas para “Mundialito” están los relatos de Víctor Hugo Morales con las imágenes de la transmisión televisiva. Pese a resaltar muchas veces lo terrible del momento, y las intenciones de la dictadura al organizar este evento deportivo, el espectador futbolero no podrá evitar desviar su atención al relato, al partido, y hasta cual fue el resultado. Todas las entrevistas tienen una gran riqueza en contenido, por ejemplo, la del futbolista Sócrates, quién se encarga de aclarar que al jugador de fútbol no le importa la política poniendo él mismo un ejemplo contundente, además de contar su cruzada para tratar de modificar esa realidad. Reconocimiento aparte para el sonido de Daniel Márquez y Fabián Oliver. Tantas veces despotrico contra la calidad de este rubro en muchos documentales, ahora, nobleza obliga:, gracias a los dos técnicos el espectador no se pierde ni la respiración de los entrevistados, además de un perfecto balance con los audio de archivo. Al menos esto pude percibir en la hermosa sala del Artecinema en donde la vi. Salvo una mejor y merecidísima exhibición no le falta nada a esta muy buena realización, cuyo objetivo de rescatar una parte de la historia se cumple con creces. El cine, agradecido.
El principio del fin de la dictadura uruguaya Alentados por los resultados “patrióticos” del Mundial '78 en Argentina, los militares en el gobierno en Uruguay promovieron en 1980, por un lado, un plebiscito que los erigía constitucionalmente en garantes de la atribulada democracia oriental, y por el otro, junto a la AFA uruguaya y a la Fifa, la Copa de Oro con las selecciones campeonas del mundo, al que se llamó “Mundialito”. Tal el nombre del documental que a través de entrevistas a diferentes personalidades de ayer y de hoy intenta no sólo reconstruir los hechos antedichos sino también poner en tela de juicios los relatos de uno y otro bando político con respecto a ese evento deportivo. La cuestión es que la dictadura esperaba ganar la consulta y festejar la victoria con el certamen, pero la perdió y la gente salió a la calle a celebrar el triunfo uruguayo en el estadio Centenario y a pedir el fin del gobierno de facto. Con un relato lineal, una estética propia de la investigación histórica (en la que se mechan antiguas y nóbeles imágenes muchas veces sin las referencias a sus orígenes) y (debido a esto también), una narración quizás demasiado uruguaya, el filme consigue su objetivo: poner en palabras al Mundialito, aunque atravesado por la ideología, los intereses y las visibles mentiras de sus protagonistas. De este modo, políticos, ex presos políticos, dirigientes (entre los que están incluidos el histórico presidente de la Fifa, Joao Havelange), futbolistas y otros adelantados (como un sospechoso financista griego que negoció los contratos de televisación) enhebran una historia que continúa, dice la película, en una nebulosa en la memoria del pueblo uruguayo. Cabe destacar que los únicos que se negaron a ofrecer sus testimonios fueron el ex contador del certamen, Tabaré Vázquez, y el presidente de la AFA, Julio Grondona. ¿Qué ocultarán?