Creer o reventar Esta nueva película del cotizado director de Pi, El luchador y El cisne negro es muchas cosas a la vez, aunque en ninguna de sus múltiples aristas alcanza una dimensión suficiente que la redima en su totalidad. Es, claro, una épica bíblica solemne (probablemente no convencerá a muchos estudiosos de la religión con sus no pocas licencias); es un entretenimiento en 3D a gran escala (130 millones de dólares de presupuesto, 138 minutos de duración) que se torna demasiado tortuoso para un público “familiar” masivo; y es -en línea con otro film de Darren Aronofsky como La fuente de la vida- una bajada de línea ecologista/naturista/new-age muy a tono con estos tiempos. ¿Y qué propone Aronofsky? Una mixtura (por momentos un cocoliche) entre sueños lisérgicos (bah, pesadillas premonitorias), actuaciones a pura gravedad (Russell Crowe está en su salsa), secuencias a puro despliegue de CGI (las procesiones de los animales, el arca en plena tormenta, las escenas de masas), concesiones al cine de aventuras hollywoodenses (como el malvado súper cruel que con mucha dignidad encarna el gran Ray Winstone), situaciones tomadas prestadas de El señor de los anillos (vean sino a Los Vigilantes, esos gigantes de roca que defienden a Noé y los suyos); secuencias “líricas” a-lo-Terrence Malick; citas a Ray Harryhausen; algunos momentos fuertes de canibalismo, pánico, caos y descontrol social; y videoclips bien grasas y didácticos en los que se resumen los “grandes éxitos” de la Biblia (el Génesis de Adán, Eva, Caín y Abel for dummies). En Twitter -ámbito ideal para la ironía y el cinismo- bromeaba con chistes fáciles jugando con términos como milagros, inundaciones (hacer agua), naufragios y diluvios. Pero así como no me sumo al coro góspel de críticos estadounidenses que aclamaron la película en medios como Variety, The New York Times o Rolling Stone, tampoco da para la burla. Aronofsky es un narrador que pone garra, que se arriesga y, si bien Noé está claramente tironeada entre lo que quiere y lo que debe ser, y termina siendo demasiado contradictoria (no es ni una cosa ni la otra), también tiene unos cuantas escenas para admirar, celebrar y discutir. Es bastante más de lo que logra la mayoría de las películas del cine contemporáneo.
Hay que reconocerle a Darren Aronofsky que es un tipo que le gustan los riesgos. Venía de una exitosísima joya como "Black Swan" (aquel thriller psicológico con Natalie Portman), éxito en cuanto lugar se haya exhibido (con más de 300 millones de dólares de recaudación a nivel global), y tenía todas las alternativas para continuar con una carrera lógica, sin demasiados contratiempos. Pero no. Decidió arriesgarse con una libre (pero respetuosa) interpretación del Antiguo Testamento y reunir a un cast fantástico para generar un film de gran calado que quizás actualice un género olvidado por Hollywood en estos tiempos: el del cine épico-bíblico de gran presupuesto. Aronofsky claramente utiliza a Noah como ícono de humanidad: esta es una película sobre la fe, el costo de sostenerla y la responsabilidad que debemos tener para no destruir aquello que recibimos para habitar (nuestro mundo). Aquí, "Noé" (Russell Crowe), descendiente de Abel, se encuentra viviendo aislado del resto, en una tierra desolada. Los herederos de Caín se han apoderado del mundo y han utilizado los recursos de la naturaleza, sin límite ni freno alguno. En ese contexto, nuestro protagonista junto a su familia (su mujer -Jennifer Connelly-, sus tres hijos varones y una niña abandonada -Emma Watson cuando crece-) ve como el hombre va cavando su propia fosa: se agotan los suelos, la comida no alcanza y el uso de la violencia es moneda corriente. Sus visiones (en sueños), le auguran un triste final. Es por eso que parte a visitar a Matusalén (Anthony Hopkins) para pedirle consejo: ha recibido instrucciones de que debe salvaguardar a los inocentes (los animales) de lo que viene: sencillamente, el exterminio. La lluvia sin límites. El fin del mundo que conocen. El viejo sabio le da las respuestas que necesita para entender el significado de su tarea y es ahí cuando el comienza a encarar la etapa de preparación del viaje hacia el nuevo paraíso. Las señales están ahí y Noah comienza a construir su arca, ayudado por los Vigilantes, otrora ángeles, que ahora son monstruos de piedra que no cuentan a los humanos entre sus aliados. El resto, seguramente lo conocen y no escapa a lo que todos leímos (los animales de diversas especies, machos y hembras que poblarán el nuevo mundo van llegando a la nave, el tiempo va marcando el cierre de una era de caos y excesos, los hombres buscan llegar al arca de cualquier modo para salvarse, etc) aunque aquí también hay una historia familiar fuerte, de pasiones y religiosidad que conviene no anticipar pero que es de lo mejor de la película. Aunque Aronofsky se guarda alguna sorpresa en la construcción del clímax, buscando tal vez que el relato no pierda interés para quienes se acercaron a la cinta como entretenimiento puro, lo cierto es que lo más fuerte de la película es el mensaje que transmite, muy ligado a la protección del medio y el respeto a la naturaleza. Hay en la progresión del conflicto y en su resolución, algunos detalles que quizás no estén bien desarrollados (la historia de Cam, para mi gusto) pero la ampulosidad del escenario en que se desarrollan los eventos, esconde bastante esas debilidades y quizás para el gran público pasen desapercibidas. Actoralmente, hay una adecuada dirección que tiene su punto más alto en el trío Crowe-Connelly-Watson, quienes viven la historia con gran oficio y sostienen la estructura dramática con gran solvencia. "Noah" es un film que no pasa desapercibido. Sin embargo, carece del "charme" de los clásicos de su género del siglo pasado. Parte de una premisa de aggiornamiento obligada (el formato en esta época debe adecuarse a los tiempos que corren) y decide respetar, a rasgos generales, la trama que nosotros conocemos desde las Escrituras. Sin embargo, algunas licencias discutibles y el poco peso de los secundarios la alejan de una alta calificación. Bievenido Noé, si abre el mercado para nuevas obras en este género. Hay muchos espectadores ávidos de ellas. En definitiva, un film que no hace agua y propone un largo viaje que llega a tierra firme.
En la previa al lanzamiento mundial de “Noé”(USA, 2014), y luego de él, hubo un sinfín de voces encontradas criticando, antes de ver siquiera una imagen, el posible “sacrilegio” que se estaba por cometer. Luego del estreno las críticas continuaron en la línea del respeto o al evangelio o a la fidelidad sobre la historia original (extraída obviamente de La Biblia), pero también hubo un grupo de detractores de esta nueva versión relacionado al apego que existe sobre las películas bíblicas que el Hollywood de oro plasmó en celuloide. Obviamente las cintas realizadas por maestros como Cecil B. DeMille no entran en discusión, pero así como este último grupo se ha quejado por las recientes remakes que se han realizado de clásicos de los años setenta y ochenta, es hora de hablar de la posibilidad de una nueva lectura que se puede hacer sobre el género y que este año con varias películas colmará las pantallas. “Noé” es el producto de un Darren Aronofsky más convencional y menos delirante. En la epopeya que narra sobre el personaje que construye un arca para salvar una pareja de animales de cada especie, hay una humanidad que hasta el momento ningún otro realizador pudo lograr ni plasmar. Esta película no podía hacerse en otra época. Russel Crowe es un Noé bien actual, que independientemente de la tarea divina que le encomendaron debe luchar contra sus propios miedos y fantasmas. Hay un trabajo sobre la psicología del personaje que excede la historia del milagro. En la exacerbación de los gestos, como así también en la dureza con la que se relaciona con su mujer Naameh (Jennifer Connelly, una asidua colaboradora de Aronofsky) y sus hijos Sem (Douglas Booth), Cam (Logan Lerman) y Jafet (Leo McHugh Carroll), es en donde el director nos habla de otra cosa. Ya no nos cuenta la conocida historia llevada una y mil veces a la pantalla grande (hasta en argentina se realizó una versión animada), sino que explora la naturaleza humana frente a diferentes situaciones. El pueblo que pasa una hambruna generalizada (con imágenes crudas y realistas), y vive en el caos y el pecado, es aquel con el que Noé deberá luchar para evitar que se suban a su construcción salvadora. Pero también Noé deberá luchar con sus impulsos y deseos más profundos, aquellos que se disparan luego de cada “comunicación” que tenga con Dios. En este punto es importante la utilización ya no sólo del 3D (que dota de más presencia a la épica tradicional), sino de la animación digital, creando un sueño que se repite a lo largo de todo el filme y que nos ubica en un lugar de conocimiento mayor que los propios allegados a Noé. La paleta de colores que escoge el director para narrar es la misma que ha utilizado en filmes como “Requiem for a dream”, salvo que en esta oportunidad, el gris y el azul, dejarán lugar para aquellos momentos que se inician posterior al diluvio universal a colores vívidos e impactantes como el verde y el rosa. En “Noé” también hay otros dos personajes claves en esta historia (más allá de su familia), y son Matusalén (Anthony Hopkins) e Ila (Emma Watson), que lograrán quebrar y torcer algunas de las decisiones extremas que Noé quiere llevar hasta las últimas consecuencias cegado por sus propios tormentos. Tormentos impermeables que ni siquiera algo como la lluvia, descripta como “el fin de todo y el principio de todo”, o como aquello que “limpiará todo lo malo”, siendo los animales los únicos seres “honestos y puros” que pueden salvarse, pueden eliminar. Dentro del arca (otro acierto del filme, una megaconstrucción símil nave espacial) el agua no llega, razón por la cual el mal y los pecados siguen latentes convirtiéndose en los conflictos vectores del filme. El vuelo de algunas escenas (el relato de la creación), algunas actuaciones (Crowe, Watson, Connelly), como también la elección de ciertas estrategias discursivas cinematográficas(paneos, planos detalles, ubicación de la cámara), hacen de “Noé” una propuesta interesante, de un realizador que antes transgredía pero que en esta oportunidad ha decidido ceñirse a las leyes de una industria que intenta recuperar un género en decadencia y nada más que eso.
Soy creyente de Dios, pero no en el que la iglesia nos pinta. Ni tampoco creo que la biblia deba tomarse al pie de la letra, y sin embargo, hay muchas historias que tienen buenas reflexiones y buenas moralejas como cualquier otro libro sagrado, que se deben tomar como lecciones. Lo curioso es que pareciera que muchas de ella parecen no tener un tiempo definido y aplican para cualquier época. El arca de Noé es una de ellas. Russell Crowe interpreta a Noé, un hombre que ha seguido la línea "correcta" de Dios, 10 generaciones después de Adán, el primer hombre en la tierra. No asesina animales (de hecho, no come carne), sólo usa lo que necesita y no ve más allá que el bienestar de su familia. Es por eso que Dios lo elige para rescatar a los inocentes de la exterminación de la raza humana, quien se ha corrompido demasiado. Mientras avanzamos por el filme, con unos excelentes efectos especiales y otros no tanto, encontramos tantas referencias y discursos que nos preguntamos si en realidad estamos hablando de tiempos bíblicos o tiempos de la actualidad. En un tema un poco ambientalista y humanitario, nos damos cuenta de que estamos otra vez en ese camino: destruyendo la tierra y todo lo que queda de ella y tomando más de lo que necesitamos. En ese apartado el filme funciona bastante como una crítica a la sociedad actual. En donde realmente falla, y mucho, es en el toque Aronofsky. Después de obras maestras como El Cisne Negro o Réquiem por un Sueño, Noeh se siente demasiado sobreactuada. Desde Russell Crowe, hasta Emma Watson, quererle dar un toque dramático a una historia por demás simple se siente forzado. Y lo que para algunos ha sido motivo de polémica, el hacer una adaptación libre de la historia, es decir, poner cosas en la historia que la biblia no dice, y extenderse en otras termina por hacer un filme un poco tedioso. Hay excelentes secuencias de fotografía, como la creación del universo que son un deleite, y la inundación que también es una secuencia espectacular, pero que no salvan al filme de caer en un bache en la obra del realizador.
Hace décadas, en un extraordinario artículo publicado en partes, el notable crítico uruguayo Homero Alsina Thevenet se mofaba con altura de Cecil B. DeMille y de su cine bíblico y mastodóntico: entre otras ocurrentes invectivas, lo acusaba de que la historia de Moisés y los Diez Mandamientos carecía de suspenso, ya que era algo resuelto hacía miles de años. Tenía su gracia, sobre todo por la escritura de extraordinaria precisión de Alsina Thevenet. Pero, obviamente, era una acusación no sólo aplicable a De Mille: cualquier ilustración audiovisual no revisionista de historias bíblicas tiene esos problemas, esas carencias al acecho. Ya todos sabemos, al menos a grandes rasgos, la historia de Noé, su arca y el diluvio. Y allí va Darren Aronofsky, especialista en personajes obsesivos y potentes, con su Noé y su decisión de seducirnos mediante la apuesta por el gran espectáculo y, a la vez, por la necesidad aparentemente incontenible de establecer Grandes Ideas y de dialogar con La Biblia. Para esto procede con una batería de recursos y elementos disímiles en calidad y en cantidad: algunos de los gráficos digitales más espantosos que se recuerden en el cine mainstream (la serpiente y todo el Edén en general), por más que citen biblias ilustradas; un Russell Crowe consistente (y grueso, con forma y cuello de oso), un Anthony Hopkins (Matusalén) con demasiado acento británico, muchos animales (digitales y poco logrados) pero de escaso tiempo en pantalla y poca relevancia dramática; alguna propaganda pro vegetarianismo, crueldad, unos muy simpáticos gigantes de piedra (a medio camino entre Star Wars y El cristal encantado), el siempre efectivo Ray Winstone como malo, Emma Watson usada como sostén de grandes elipsis, música atronadora de Clint Mansell (que supo brillar en Réquiem para un sueño). También pueden señalarse un Sem con un poco verosímil look de líder de banda de rock sensible, un Jafet demasiado elfo, imágenes de cadáveres y más agua y mucha tormenta en modo Titanic pero breve y sin profundidad, una dosis de luchas y gritos como en Corazón valiente, pero sin capacidad narrativa para la acción, y hasta algo de Star Wars descremada en ese primer segmento exploratorio en tierras semidesérticas (a la vez posapocalípticas y preapocalípticas). Aronofsky, que pudo sostener un disparate como El cisne negro gracias a un nivel de intensidad y locura extremas, aquí fracasa. Lo hace porque nunca se decide por el delirio, nunca se juega, y así su Noé queda aguachento y quebrado. Hasta la llegada del agua, la narración al menos avanza -a los trompicones y a pesar de múltiples debilidades- gracias a la potencia del best seller original. La segunda parte, dentro del Arca, es un melodrama familiar bastante espantoso y torpe, en el que la intensidad tiende al ridículo con demasiada frecuencia. El cine de Aronofsky siempre tuvo cerca los riesgos de la grandilocuencia y del vacío a pesar de su tuteo con los grandes temas. Aquí no logra evitar ninguno de esos peligros y entrega un film abrumador y visualmente muy feo en demasiadas secuencias. El milagro para los ojos, como es habitual, reside en la belleza de Jennifer Connelly.
En la senda bíblica de Cecil B. DeMille El film del director de Pi reevalúa la figura de Noé, construida esencialmente en la tradición judeocristiana, pero a la cual se le adosan características de personaje de tragedia clásica y, en no poca medida, de héroe de acción. Como si el fantasma de Cecil B. DeMille le hubiera susurrado en el oído, el neoyorquino Darren Aronofsky sorprendió a más de uno con la noticia de que su sexto largometraje sería una adaptación de un pasaje del Antiguo Testamento. Nada más alejado, en principio, de los universos de Pi, Réquiem por un sueño o El cisne negro. Lo cierto es que las intenciones y el formato de Noé no difieren demasiado, en esencia, de aquellas superproducciones bíblicas (o pseudo bíblicas) con las cuales el director de Los diez mandamientos pasó a la historia del cine (relegando otra parte más rica e interesante de su filmografía). Tampoco es ésta la primera vez que la odisea de Noé y los animales salvados del Diluvio Universal es trasladada al cine (Michael Curtiz dirigió en 1928 una versión semisonora). Pero siempre en estos casos se trata de darles una lavada de cara a circunstancias conocidas, presentar novedosamente a una nueva generación de espectadores –ateos, agnósticos, creyentes, poco importa– un relato ideal para la profusión de efectos especiales, escenas de masas y el catártico encanto de la catástrofe en la pantalla. A Aronofsky parece interesarle poco y nada la tribuna del predicador: no hay en Noé intenciones evidentes o discretas de convertir a nadie a la práctica religiosa. En ese sentido, habita en el film un particular sincretismo que reevalúa la figura de Noé, construida esencialmente en la tradición judeocristiana, pero a la cual se le adosan características de personaje de tragedia clásica y, en no poca medida, de héroe de acción. El costado trágico es precisamente el que más parece haberle interesado a Russell Crowe, quien en la piel del profeta se envuelve de gravedad e incluso adopta una postura física que transmite pesadumbre a cada paso. Y, eventualmente (dadas las circunstancias divinas, algo entendible), duda existencial. El texto original, con su alta carga alegórica y la posibilidad de que el lector complete mentalmente las imágenes a las que se alude, es una cosa. Pero el cine, medio visual y realista por definición –más allá de que las imágenes representen los sueños más salvajes de la imaginación–, es otra muy distinta. Noé se impone como un relato realista de circunstancias extraordinarias, en el cual las escenas de acción física conviven con el melodrama filial y donde el protagonista termina instalándose como un héroe peculiar en un mundo corrompido. Las licencias a la hora de relatar uno de los más famosos pasajes del Génesis son muchas, aunque tal vez sea mejor dejarles la enumeración a teólogos y estudiosos de la Biblia. Lo cierto es que aquí la fantasía reina y gobierna: Matusalén (Anthony Hopkins) posee poderes mágicos, Adán y Eva son retratados en un flashback como seres de luz, Tubalcaín (Ray Winstone) es transformado en un archivillano de manual e incluso hacen su aparición unos seres enormes hechos de roca, primos lejanos de los árboles de El señor de los anillos. El resultado es extraño, pero nunca fascinante; espectacular, pero no ameno; circunspecto, pero poco profundo. Y un poco chabacano, como un ejercicio práctico de escuela religiosa con presupuesto de varios millones de dólares. Noé, sus hijos Sem, Cam y Jafet, su esposa Naama (Jennifer Connelly) y una joven adoptada por el patriarca (Emma Watson) se embarcan entonces en el arca más famosa con un polizonte inesperado, voltereta de guión que permite –no hace falta aclararlo– una última escena de acción antes del epílogo. A todo esto, los animales poco y nada tienen que hacer, dormidos como están durante todo el viaje. Con alguna que otra imagen tomada de grabados de Doré, El Creador (la palabra Dios no es pronunciada en todo el metraje) hace borrón y cuenta nueva y es allí, a partir de una atractiva secuencia calidoscópica, donde el realizador afirma con enjundia algo sobre el estado actual del mundo. Soldados de diversas épocas en la historia de la humanidad luchan y se aniquilan mutuamente: nada ha cambiado y el ser humano continúa siendo tan codicioso, maledicente, envidioso y sanguinario como en los tiempos bíblicos. ¿Llegará la era de un nuevo diluvio? La película no lo dice explícitamente, pero entre su poco velado ecologismo y los mentados cambios climáticos, la extrapolación es más que tentadora. Tal vez Aronofsky sea, a fin de cuentas, un apóstol en potencia.
DARREN ARONOFSKY se toma varias licencias para narrar esta cinta épica, lejana a las clásicas historias bíblicas. Un filme de corte apocalíptico, más cercano a MAD MAX que a los filmes legendarios de CECIL B. DEMILLE. Y es que además de explorar en el cine catástrofe, el realizador de PI centra su relato en la parte humana y el interior de sus personajes. Hay una fusión de géneros y un balance entre religiosidad, aventuras y cine intimista. CROWE, con sus limitaciones físicas a cuestas, logra una interpretación sentida, su Noe, cercano a la locura genera compasión y temor, JENNIFER CONNELLY le da dulzura al papel de esposa del profeta y EMMA WATSON al igual que LOGAN LERMAN cargan con las interpretaciones más dramáticas. Atravedia, pasional una rara y original fusión entre cine experimental y de autor con tanque pochoclero. NOÉ podrá ser amada u odiada por igual, pero no pasará inadvertida por la cartelera.
Darren Aronofsky posee una historia personal que lo liga a la figura de Noé, en su adolescencia escribió un poema sobre esta historia de la Biblia que incluso llegó a ganar un premio nacional y desde entonces la realización de un film sobre este personaje ha sido uno de sus proyectos más anhelados. Por su parte en el año 2011 la editorial belga Le Lombard publicó un comic realizado por el mismo, en colaboración con Handel y Henrichon, que relataba los eventos ocurridos con anterioridad al evento diluviano. Pero fue el éxito obtenido con " El cisne negro”, junto con el reconocimiento internacional, lo que posibilitó la realización del film que hoy se estrena. En las sagradas escrituras el personaje de Noé en sí mismo no es desarrollado en detalle, centrándose el relato en los hechos que lo tienen como protagonista.Es por ello que el enfoque de Aronofsky se centró en la tarea de dotar de los suficientes conflictos internos a este hombre para generar las líneas argumentales que le dieran una profundidad interesante en términos cinematográficos. Así junto con Ari Handel terminó forjando el perfil de hombre justo, padre de familia, vegano al cual en extraños sueños nocturnos se le revela la necesidad de salvar al mundo. La historia de Noé y el diluvio universal, conocida a grandes rasgos por todos, es enfocada desde un estilo que no se define ni como revisionista ni como apegado a los relatos bíblicos. Y tal vez en esto resida su principal desacierto: la falta de coherencia. Por momentos la grandilocuencia de la industria de Hollywood se hace presente en escenas con gran desarrollo visual (a través de la utilización de CGI) y por otros la tosquedad de animaciones nos recuerda a los stop motion de la factoría Ray Harryhausen (particularmente en el caso de los vigilantes de piedra que ayudan a Noé a construir el arca). Este pastiche estético que por momentos nos hace sentir su abultado presupuesto y por otros nos hace creer que estamos en presencia de un film independiente atenta seriamente contra la cohesión del relato La primera mitad del film (la etapa previa a la catástrofe) fluye moderadamente gracias a las actuaciones de sus intérpretes y a la presentación de los personajes y el conflicto. Un mundo carente de valores, desordenado y caótico cuya única salida parece ser la extinción para luego refundar la tierra. En esta fase no se escatiman escenas de violencia extrema, canibalismo y barbarie filmadas con una crudeza que ayuda a crear el clima para la limpieza por venir. Pero luego de acaecido el diluvio los enfrentamientos que se suceden dentro del arca entre Noe y sus hijos Sem, Cam, Jafet y su esposa Naama se ven forzados y estirados hasta el hartazgo. El patriarca retratado por el director se muestra como un hombre despótico, firme y autoritario, dispuesto a matar a su propia sangre con tal de satisfacer la voluntad de El Creador , casi como un esquizofrénico con arranques esporádicos de ternura seguidos por la más terrible de las violencias. El resultado final del film (más allá de las correctas actuaciones de Emma Watson, Jennifer Connelly , Logan Lerman ) es un producto desparejo que parece tratar de ser una fábula vegana de los tiempos por venir, con referencias a mundos caóticos carentes de valores donde la única solución es la aniquilación. Un pastiche cinematográfico con elementos de cine catástrofe, relato intimista, presupuesto de mainstream y postura de cine indie que no convence y termina navegando en aguas turbulentas que lo hunden en la indefinición estética.
Siempre que llovió, paró "Noé". Combinación de pretensión artística y espectáculo, el filme de Darren Aronofsky plantea más preguntas que respuestas. Es la primera producción hollywoodense en casi medio siglo inspirada en la Biblia, y dista mucho de ser literal o rendir pleitesía al texto original, como sí fueron Los diez mandamientos, con Charlton Heston o El manto sagrado, con Richard Burton. El Diluvio fue uno solo. Pero son otros tiempos. Aquí Noé es un Russell Crowe que ha trabajado su musculatura, aunque no todo pasa por las peleas cuerpo a cuerpo que, sí, libra el hombre elegido. Tampoco es que la Biblia sea fácil de llevar al cine, y aunque pueda parecer ciertamente “maleable” en cuanto a las interpretaciones, Noé no es un personaje de cómic como para pensar en una saga exitosa. Si Noé, la película, tiene suerte en la taquilla, pronto veremos a Brad Pïtt como Poncio Pilato y otros menos conocidos enfundados en togas o ropa de hace veinte siglos. Sí: vendrán caras extrañas. Noé no va a gustar a los conservadores. Eso se sabe. Lo que no se sabe es si gustará a quienes se acerquen por el “cine catástrofe” por el Diluvio universal. Entre tantas cosas, Noé tiene un mensaje ambientalista. “Sólo recolectamos lo que necesitamos”, le dice a uno de sus hijos, en onda cuidemos el planeta . Al Elegido por el Creador (no se menciona a Dios) lo ayudan en la construcción del Arca Los Vigilantes, ángeles caídos del cielo -es increíble la motricidad fina que tienen estos seres de piedra, antecesores de los Transformers-. “El agua limpia, separa lo malo de lo puro”, se escucha. La tormenta no se puede parar -pero se puede sobrevivir-, y la primera semilla del Jardin del Edén se la da Matusalén, su abuelo (Anthony Hopkins) a Noé. Para Darren Aranofsky (El cisne negro) Noé recibe las instrucciones en forma de inquietantes visiones, alucinaciones. Es algo así como el último hombre bueno sobre la Tierra. El preservará las distintas formas de vida animal. El y su núcleo familiar se salvarían, dejando a los débiles y los malos. Empezaría una nueva humanidad, siempre y cuando hubiera una mujer fértil. Y es allí cuando la telenovela se entremezcla con el drama y el cine catástrofe. Porque si está el enemigo de Noé, Tubal-cain (Ray Winstone), descendiente de Caín, y también están los hijos, la esposa (Jennifer Connelly) y la hija adoptiva (Emma Watson), que es infértil. O era . Noé es un luchador que, torturado, cuestiona al Creador, pero lo sigue de manera mesiánica. Si los hombres, en general, llevaron al caos y la ruina, piensa y dice Noé, no merecen salvarse. Y no los deja subir al Arca, sean niños o mujeres. La pregunta es ¿Noé está obedeciendo a Dios, o se cree Dios? El pecado y la fe son dos temas que Noé pone adelante. Aronfsky se los enrostra al espectador, mientras los efectos juegan con el agua. Una sabia decisión fue que los animales sean adormecidos y terminen como hivernando, así es fácil la respuesta de por qué no se comieron entre sí... Aronofsky busca conjugar lo artístico, sus preguntas existenciales, con el espectáculo, lo rimbombante. Otra sería la película si en vez del musculoso Russell Crowe -que recuerda más a su personaje en Gladiador, por la fiereza de su mirada- estuviera, por ejemplo, Tom Hanks. Es que este Noé es un Noé siglo XXI. A los tibios, se sabe, los vomita Dios.
Noé es uno de los personajes bíblicos que no cuenta con tantos antecedentes en la pantalla grande. La primera película sobre este relato la dirigió Michael Curtiz, el responsable de Casablanca y El Capitán Blood, en 1928. Una de las grandes pioneras de lo que más tarde se conocería como el cine catástrofe, un subgénero que explotaría en los años ´70. Lo cierto es que Noé después desapareció de Hollywood durante muchas décadas hasta que regresó en 1999 con una miniserie protagonizada por John Voight. Salvo por El Arca (2007), la película de animación argentina, no hubo muchos proyectos que abordaran este tema. El nuevo trabajo de Darren Aronofsky es el film más importante que se hizo desde 1928 y seguramente disgustará a más de un purista religioso. Durante la primera media hora, donde se presenta a los protagonistas, el director adaptó esta historia como si fuera un cuento de El Silmarillion, de Tolkien, en el que Noé es retratado como un digno descendiente de Beren y Aragorn. La película trabaja con elementos fantásticos atractivos, como los ángeles caídos que se convierten en gigantes de piedra, algo que ya desató la furia de aquellos espectadores y críticos que esperaban encontrarse con una película clásica de Charlton Heston. Un detalle importante que no se puede omitir es que este film no es una adaptación de la historia de la Biblia, sino del cómic homónimo que el director publicó este año. Por consiguiente, la trama es una interpretación libre y más fantástica del relato que se conoce popularmente. Creo que las virtudes de esta producción se encuentran principalmente en los aspectos visuales y la intención del director en hacer algo distinto con esta historia. La interpretación de Russell Crowe, quien tiene muy buenos momentos, se aleja por completo de la clásica imagen de Noé, quien solía ser retratado como el viejito amante de la naturaleza. El Noé de Aronofsky posee una personalidad mucho más compleja y oscura y por ese motivo el rol de Crowe termina siendo más interesante, debido a los distintos matices que presenta su carácter. Todo el mundo que construye el director previo al diluvio es fascinante y en término visuales la película sobresale por la fotografía de Matthew Libatique y la realización de las secuencias de acción. El problema que tiene este film es que el interés que genera en un comienzo luego se debilita cuando la trama se enfoca más en el melodrama. A partir del momento en que el arca emprende su viaje, la película se vuelve larga y aburrida y la experiencia no llega a ser tan satisfactoria para quienes podían esperar más de un gran realizador como el que estuvo a cargo de esta producción. Dentro de la filmografía de Aronofsky creo que Noé será recordada como una rareza mainstream que no está al nivel de sus trabajos más aclamados. No es para nada una mala película. Está muy bien hecha y todos los miembros del reparto brindan buenas actuaciones, pero no es una propuesta que logre apasionarte e inspire a recomendarla con entusiasmo. EL DATO LOCO: Según una leyenda urbana de Hollywood, uno de los motivos por el que no hubo tantas películas de Noé desde 1928 es que esta historia es considerada en el cine lo que Macbeth en el teatro. En otra palabras, un bicho de mala suerte. Esto surgió a partir del grave accidente que ocurrió en el film de Michael Curtiz donde cientos de extras terminaron con heridas graves durante la recreación del diluvio. Hubo personas que tuvieron que ser amputadas y la protagonista, Dolores Castello, sufrió un severo caso de neumonía. Luego de este hecho, que contribuyó después a mejorar las medidas de seguridad en la filmación de secuencias de acción, la historia de Noé quedó en el freezer en Hollywood y muchos productores durante décadas prefirieron no volver a trabajar este relato para no tentar a la mala suerte.
Un waterworld bíblico Luego de las críticas de algunos sectores debido a las licencias bíblicas que se toma la película, llega la nueva creación de Darren Aronofsky, el realizador de Réquiem para un sueño y El Cisne Negro. Noé (Russel Crowe) es el devoto carpintero azotado por pesadillas premonitorias sobre el diluvio universal que debe construír una embarcación bajo los designios de Dios para salvar a su familia y a dos animales de cada especie del planeta. Este "volver a empezar" de Aronofsky navega entre las películas de gran presupuesto con sus ingredientes de cine de género y un tono ecologista que además mantiene el oscuro universo de un personaje celoso y cegado por la titánica misión que debe llevar adelante. Noé enfrenta a su cuñado (Ray Winstone, el villano de turno), no lo deja subir al arca que los llevará a la refundación de La Tierra, y hasta se convierte en una suerte de justiciero divino cuando decide la suerte de sus nietos. Noé tiene buenos momentos, pero también concentra secuencias que desconciertan y desentonan con el tono que el relato debía mantener desde el comienzo. Los "gigantes de piedra" que defienden al personaje central y su familia parecen salidos de El señor de los Anillos y ese costado fantástico no se abandona y resta interés y potencia a lo que vendrá después. Por otro lado, la estética psicodélica o el resumen de Adán y Eva, Caín y Abel, no terminan de convencer en esta película de gran presupesto que pelea constantemente con los caprichos de "cine de autor". Quizás no es el corte final que Aronofsky hubiese soñado pero es el que finalmente se estrena. En el medio del caos, la lluvia constante, el hambre, la corrupción y la visión ambientalista aparecen animales, serpientes que cambian su piel en alusión a la transformación, buenos efectos visuales y un 3D que no aporta demasiado. Lo mejor está en el elenco: Crowe, Connelly, Watson, Lerman, un clan con conflictos y luchas internas que se desatan dentro de la embarcación. Y Hopkins aporta lo suyo en su breve intervención de Matusalém.
Un film en problemas En el siglo XXI llevar la pantalla la historia del Arca de Noé es más problemático de lo que parece. Por un lado, el público ya no asume esa historia como una realidad indiscutible, al contrario. Y por otro lado, las personas más religiosas, no quieren que Hollywood juegue con la Biblia. En menudo problema se metieron al hacer Noé, sin duda. Pero al final de todo, la historia del Arca es una gran historia para el cine catástrofe y aun siendo una fantasía, la idea de los animales transportados en ella sigue siendo de interés para los niños del mundo. No fueron pocos los problemas que tuvo su director, Darren Aronofsky, al hacerse cargo de semejante producción. Si los grupos religiosos se quejaron, por suerte las asociaciones protectoras de animales no. Los animales que aparecen en la película son todos creados digitalmente. Un problema menos. Asumiendo su idea de ficción, no exenta de metáforas religiosas, Noé debe ser analizada como una película, porque después de todo, eso es lo que es. La historia es la de los descendientes de Adán y Eva, más concretamente del tercer hijo, Set. Noé y los suyos, son los que han seguido el camino de los justos, mientras que una inmensa mayoría que proviene del linaje de Caín, ha convertido a la Tierra en un infierno. Sobreviviendo junto con su esposa e hijos, Noé recibe del creador el anuncio de un diluvio que arrasará con la humanidad y la orden de construir un arca para proteger a las especies animales. La película no se ocupa casi nada de dicho diluvio ni de los animales, sino más bien de todo el conflicto de Noé y su familia, así como también de sus enemigos. Dicho conflicto está teñido por el tema religioso. La idea de un creador que hizo todo, la convicción de la existencia de un paraíso, el pecado, el castigo de dicho creador a la humanidad, todo eso como guión cinematográfico es otra cosa. Noé apuesta por una lectura religiosa sin vueltas, aunque brevemente juegue con la desmitificación de la creación, y las escenas resultan, religiosas o no, algo falsas. La película adolece de una notable falta de convicción, posiblemente porque debe explorar ideas religiosas en combinación con realismo cinematográfico contemporáneo. De dicha tensión la película no sale bien parada y el cine en general tampoco.
Muy seria y nada espectacular
Misión impasible El truco es viejo. Tomar un tema sensible a algunos sectores religiosos, agitar el ambiente y esperar a que la polémica se genere, no sin ayuda de algunos medios. Lo que resta es esperar el resultado de un negocio que exige inversiones millonarias y necesita facturar para recuperarlas. No hay nada espiritual ni místico en esto, sino apenas una película de acción y aventuras que toma una parábola del Antiguo Testamento para versionarla libremente, cruzándola con traiciones, intrigas y las acciones de un villano impiadoso, necesario para imponer un conflicto bien hollywoodense, como dios manda. Noé (Russell Crowe) tiene una misión divina, y busca cumplirla a como de lugar. A los ojos del creador la humanidad está perdida, hace falta limpiar al mundo y para ello nada mejor que el agua. Solo Noé junto a su familia, más parejas de cada especie animal que habita sobre la tierra, podrán estar en el arca que deberá construirse para su salvación cuando el diluvio arrecie. Aronofsky se toma libertades varias, desde el vestuario hasta la creación de personajes ajenos a la parábola, para crear su visión de Noé y su épica aventura. Acorde a los tiempos que vivimos el relato es redundante y tiene su punto máximo casi en el final cuando uno de los personajes explica, muy didácticamente, lo que tan claramente se había mostrado antes. Oscura, densa, violenta y -sobre todo- extensa, es esta película que tiene unos pocos destellos de ese director atrevido que solía ser Darren Aronofsky.
Darren Aronosvsky es un hombre que toma riesgos. Lejos de films como “El cisne negro” o “El luchador”, fue consciente de que meterse con temas bíblicos siempre trae aparejado un tono solemne que recuerda viejas películas del tema que se repetían durante Semana santa. Algo de eso tiene ese film con explicaciones naif y resoluciones fáciles. Pero también escenas muy bien resueltas. Por otro lado hay alardes de escenas creadas por computadoras, como la llegada de los animales o el comienzo del diluvio, que son espectaculares. Y por si fuera poco gigantes de piedra que parecen salidos de “El señor de los anillos” que defienden el arca. Mucha mezcla, es un tanto larga además, pero, en definitiva, se deja ver.
La indefinición como género Con mayor o menor nivel de profundidad y fidelidad hacia el relato que nos narran las escrituras bíblicas, todos conocemos “la trama” de Noé, su arca y el diluvio. En este caso, una de las historias más conocidas de la humanidad es llevada al cine por Darren Aronofsky (El cisne negro), quien directa o indirectamente se preparó para esta producción desde tiempos que se remiten a su niñez, con poemas, comics, y demás elementos que lo fueron acercando más y más a este proyecto. El trayecto hasta llegar a la película que hoy se estrena estuvo plagado de inconvenientes desde su pre producción, filmación y posterior prohibición en diversos países. Así, podemos pensar a la película como dividida en dos fragmentos: la primera con un Noé que sueña el pedido del ser superior por la salvación, momento donde la narración avanza más coherentemente y la segunda parte, cuando el diluvio ya es inminente y la trama se sitúa dentro del arca. Esta última mitad, funciona más como un melodrama familiar mal logrado que coquetea con el ridículo, y donde se pierde la fuerza de lo que se está relatando, por lo que se apela al exceso de efectos, buenos y malos por igual. El conflicto con Noé en particular reside en mezclar demasiadas características y elementos a la vez, y no salir airoso de esta iniciativa. Por un lado tenemos obviamente la cuestión bíblica (que se toma bastantes licencias a la hora de la narrativa, hecho por el cual muchos religiosos ortodoxos estarán abiertamente en contra a la propuesta de Aronofsky), por otro, los grandes despliegues de artillería artística típica de las mega producciones de Hollywood (en este caso el uso excesivo de CGI- procesiones de animales, el arca en plena tormenta), por otro animaciones “que hacen ruido” por su precariedad espantosa (principalmente en las escenas sobre la construcción del arca), y además, como si fuera poco la película también cuenta con una suerte de bajada de línea sobre un estilo de vida ecofriendly, vegano, new age, etc. Es decir, que nos encontramos con muchas y fuertes contradicciones ya que se pierde la coherencia entre el relato y la forma de contarlo, y esto dennota la indecisión y tibieza del realizador a la hora de tomar decisiones artísticas sobre como encarar esta producción que oscila entre el vacío y lo rimbombante, sin definirse por ningún costado. ¿El resultado? Una película que por momentos toma elementos de cine catástrofe, por otros apunta al melodrama familiar e intenta acercarse al relato intimista, pero que como relato general aburre. Tal vez lo mejor y más destacable de este largometraje sean el componente actoral femenino, con Jennifer Connelly y Emma Watson como únicas intérpretes que no fuerzan sus roles, en comparación a Russell Crowe y al matusalén de Anthony Hopkins.
Narra un hecho bíblico del Antiguo Testamento, cuando Noé escucha al Creador y construye un arca para salvar a su familia y a los animales antes del diluvio. Esta es una adaptación de la historia bíblica del Arca de Noé, llevada a la pantalla grande por el cineasta norteamericano Darren Aronofsky (45) el mismo de:"Pi"; "Requiem for a Dream"; "La fuente de la vida"; "El luchador" y “El cisne negro”, entre otras. Este proyecto constituye una superproducción de unos 150 millones de dólares; a pesar de todo esto en algunos lugares fue censurada su exhibición como en: Qatar, Baréin, Emiratos Árabes Unidos, Jordania, Kuwait y Egipto, entre otros, quienes argumentan que no se puede representar físicamente a un profeta. Todo comienza con una breve reseña en los tiempos que no había nada, luego llegan los tiempos de la creación, aparecen Adán y Eva, la tentación, el pecado original y el castigo, después Caín y Abel( aquí surge el primer asesinato según el relato bíblico), luego pasan muchísimos años y nos encontramos con la figura de Noé ( el descendiente de Set, el menor de los hijos de Adán y Eva) interpretado por Russell Crowe, que vive con su esposa Naameh (Jennifer Connelly) y sus tres hijos Ham (Logan Lerman); Shem (Douglas Booth) y Japheth (Leo McHugh Carroll). El mundo está lleno de maldad, violencia, crueldad, odio, venganza y en medio de la destrucción un día encuentra una niña Ila (Emma Watson) mal herida, que con el tiempo será su hija adoptiva y parte de la familia. Él soporta visiones apocalípticas que se le manifiestan en distintos momentos y le revelan que se acerca un diluvio universal y debe salvar a su familia y a los animales que son seres inocentes, dignos y puros. Para ello, lo ayudan unos monstruos de piedra conocidos como “Vigilantes” (son gigantes que colaboran) y su familia junto a quienes construye el arca a pedido por Dios. Vale aclarar que su narración no es fiel al antiguo testamento y se han tomado libertades narrativas. El personaje va sufriendo distintas encrucijadas, el director presenta otros elementos que no son bíblicos, le pone mayor dramatismo a varias escenas, tiene mensajes ecológicos y que promueven el respeto a la naturaleza, habla de la crueldad, la maldad, muestra al hombre como el único animal que mata a otro no por comida sino simplemente por el hecho de matar. Un villano detestable lo constituye Tubal-cain (Ray Winstone, de muy buena actuación), otros de los personajes importantes son: Methuselah, es el Abuelo (Anthony Hopkins, su actuación es correcta y aparece poco), Ila (Emma Watson) y Samyaza (Nick Nolte) quienes conforman situaciones claves y ofrecen una serie de mensajes. Ayuda mucho la tecnología actual, que aporta buenos efectos especiales y fotografía, una buena paleta de colores, existen momentos de tensión y algún sobresalto, la banda sonora se ubica en los momentos precisos con mayor intensidad ante el drama y más suaves para la armonía y la tranquilidad. Tiene algunos hechos que no se resuelven, errores de filmación, ambientación y actuaciones poco creíbles, pero resulta un buen entretenimiento con una impronta bien hollywoodense.
La Última Tentación de Noé En un principio Noé (Noah, 2014) es una épica película de catástrofes (divinos en vez de naturales), pero su historia mantiene un valioso eje humano, el mismo que se encuentra en todas las películas de Darren Aronofsky: la obsesión del hombre por honrar su propio credo, y cómo ello resulta en su autodestrucción. Más allá de su monumental escala, la historia subyacente es tan intimista como las de El Luchador (The Wrestler, 2008) o El Cisne Negro (Black Swan, 2010). La película se inspira, por supuesto, en ciertos capítulos del Génesis bíblico. A eso suma material apócrifo, como el Libro de Enoc, por ejemplo, y el Midrash judío. Plantea a Tubal-Caín como un contemporáneo – y fiero enemigo – de Noé, mientras que elimina a otros personajes del Viejo Testamento, y ofrece explicaciones para algunos de los pasajes más oscuros de la Biblia. Como La última tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, 1988), la película no busca ni censurar ni alabar el canon teológico sobre el cual se inspira, sino ofrecer una nueva mirada. En el principio de los tiempos el mundo se divide en dos tribus. Por un lado se encuentran los descendientes de Set, Noé (Russell Crowe), su mujer Naama (Jennifer Connelly, de vuelta la sufrida pero obediente esposa de Crowe) y sus tres hijos. Por otro lado se encuentran los descendientes de Caín, una tribu minera consumida por su afán de lucro y liderada por el feroz Tubal-Caín (Ray Winstone). Gran parte de la película se sostiene sobre la tensión entre Noé y Tubal-Caín: Noé sólo quiere salvar a “los inocentes” del diluvio (los animales) porque así decreta Dios; Tubal-Caín quiere salvar a su pueblo, o al menos a sí mismo, porque “el hombre elige su destino”. El segundo acto revuelve entorno al asedio del arca de Noé. El conflicto es, pues, Dios y su relación con el hombre – si el hombre ha de observar su mandato ciegamente, y hasta qué punto. El tercer acto, a bordo del arca durante aquellos famosos “cuarenta días y cuarenta noches”, problematiza la figura de Noé con una mirada original, dramatizando su relación con su resentido hijo Cam (Logan Lerman) y su yerna Ila (Emma Watson), a quien Noé percibe como una amenaza al sacrificio de la humanidad. Crowe no es una decisión de casting obvia pero imbuye una poderosa determinación al papel, así como Winstone como su némesis. Hay alguna confusión sobre cuán literal pretende ser la película. Nada que la arruine si se suspende el pensamiento lógico. La cuestión es que la propia película alterna entre lógica y “magia divina” sin decidirse del todo por una o la otra. Llenar un arca de 300 por 50 por 30 codos con dos animales de cada especie es una hazaña imposible (“¿Cómo estoy tan seguro? ¡Pruébenlo!”, como dice Eddie Izzard), pero en la película se reduce a un acto divino. Por poco imaginamos a Dios chasqueando los dedos para que el reino animal enfile pacíficamente dentro de la pequeña arca. Sin embargo, Noé y su mujer tienen que inventar un incienso a base de hojas y raíces para poner a dormitar a las criaturas dentro. ¿Por qué? Dios ya reunió, amigó y dirigió a todos los animales en la faz de la Tierra. ¿Por qué dejarlo ahí? Tampoco se nos explica cómo Adán y Eva – dos personas literales a efecto de la película – logran poblar el mundo entero, de dónde sale la progenie de Caín, o si efectivamente Set yace con su madre. La película tampoco ofrece explicaciones sobre cómo repoblar el mundo luego del diluvio. Inquietudes válidas a la hora de interpretar la Biblia, pero necesarias si se la va a literalizar e infundir de cierto realismo científico. Un intrigante fotomontaje nos muestra el proceso evolutivo que va desde los organismos unicelulares submarinos hasta los primeros primates, pero funde a blanco antes de mostrar efectivamente su ramificación en homo sapiens. El resultado es una teoría creacionista que no satisface ni a la ciencia ni a la religión, y mezcla ambas a ojo sin jugarse por ninguna. De lo único que la película está absolutamente convencida, y lo subraya con la sutileza de una caricatura, es sobre la virtud del vegetarianismo, y que matar animales para comer es maligno. Como versión revisionista del relato siempre infantil del “arca de Noé”, el film de Aronofsky eleva el concepto a nuevos niveles de drama y espectáculo. De notable mención son los ángeles caídos, enormes criaturas de seis brazos rebozadas con piedra que ayudan a construir y proteger el arca. Podrían estar sacadas de cualquier película de fantasía. Ciertos detractores han decidido concentrarse en su presencia y otros detalles fantásticos para criticar la espectacularidad de la película, como si el texto original no fuera espectacular por sí solo. “Había gigantes en la tierra en aquellos días,” después de todo. Gen 6:4.
Waterworld A Darren Aronofsky le gusta decir cosas importantes (léase como: graves y solemnes). Los personajes en su cine son seres apesadumbrados, así que después de todo, contar una historia de la biblia no suena tan extraño. Y que esta sea una superproducción tampoco, sus películas no han escaseado en estrellas. Pero si algo queda claro, es que el señor Aronofsky se toma muy en serio. Esta versión del relato bíblico del arca de Noé, y de la inundación que (casi) borró a la humanidad, resulta una experiencia confusa. Desde el vamos uno no sabía bien con que iba a encontrarse: el drama de un hombre, una aventura fantástica/épica, un mamotreto bíblico infumable. Bueno, es de todo un poco, y muchas veces, demasiado de todo. Están las intros para el ignoto bíblico: la explicación de la creación del mundo, el Edén, la historia de Caín y Abel, y la gran “este engendro a aquel” como para no dejar afuera a nadie. Están unos descendientes de Caín que viven como salvajes (en plena transformación a Orcos salidos de LOTR), hay ángeles caídos (seres gigantes incrustados en rocas), y un matusalén que parece es un místico con poderes. Y además, un drama familiar que incluye a Noé, su esposa (Jennifer Connelly), sus tres hijos, y una hija adoptiva que rescataron de camino a ver al loco Matusalén (Anthony Hopkins). Russell Crowe encarna a Noé y su interpretación es acertada. Contribuye con un personaje dispuesto a un salto de fe para abrazar la locura de actos que van más allá de su comprensión. Las actuaciones no desentonan con el film. Todos con el entrecejo fruncido. El Noé de Russell Crowe es acertado. Proporciona un personaje dispuesto a un salto de fe para abrazar la locura de actos que van más allá de su comprensión. Una mole (está bastante abultado el australiano) que puede jugarse como defensor o destructor según se lo requiera. Además, el tono de gravedad no le resulta ajeno, ya en Gladiador (Ridley Scott, 2000) interpretaba a un tipo carente de sonrisa, y en Los Miserables (Tom Hooper, 2012) se sentía a gusto en una Francia decadente hecha para nuestro sufrimiento (y no solo por sus dotes para el musical). El otro que destaca en Noé es el personaje de Tubal-caín, un Ray Winstone que defiende la destrucción humana con una vehemencia implacable. El trío de hijos que conforman Sem, Cam y Jafet no logran lucir, y Emma Watson, a pesar de sus limitaciones, sale airosa con su interpretación de la hija adoptiva de Noé. El que parece no tomarse en serio lo que está pasando es Anthony Hopkins en el papel de Matusalén, el único que le da un poco de oxígeno al relato. La primera parte de la historia es la presentación de ese mundo sumido en lo apocalíptico: mucha ceniza, desamparo y desolación. La familia de Noé es la única que mantiene el espíritu de bondad en el mundo, y además, son vegetarianos (filtrando un mensaje de que uno merece el infierno por destruir la naturaleza o comer carne). En ese comienzo, el aspecto visual, gracias a las locaciones y visiones de Noé, resultan atrayentes. La aparición de Los Vigilantes (ángeles caídos prisioneros en rocas) le insertan una impronta que es difícil de asimilar inicialmente, pero que ayudan a un vuelco fantástico en la construcción de la historia. Hasta ahí, uno se suma a la travesía. Cuando la famosa arca empieza a tomar lugar, la expectativa por la marea arrasadora transmite cierta tensión. Para cuando el agua llega, y la historia decanta a una tragedia familiar (que ya se veía venir), uno abandona el barco. Porque a pesar de cierta distancia con los estrictamente religioso (Dios es El Creador) y la ambivalencia de los personajes, uno ya acumuló suficientes primeros planos, sufrimiento y solemnidad. Y cae en cuenta de que lo que está viendo es un bodoque, de una pretensión tan grande, que se hunde por su propio peso.
El director de “Requiem por un Sueño” y “Cisne Negro” estrena esta epopeya bíblica protagonizada por Russell Crowe, película polémica por las críticas recibidas de sectores católicos y censurada en Qatar, Bahrein y Emiratos Árabes Unidos. Adaptando de Adán a Noé Cierto es que la adaptación de textos sagrados no es fácil, no sólo por la carga cultural que poseen sino también por la complejidad y múltiples interpretaciones que éstos tienen. Pero Aronofsky, como un Cecil B. De Mille del siglo XXI, se arriesga y hace una adaptación del Génesis -primer libro del antiguo testamento que comparten las tres religiones más importantes de occidente- redoblando la apuesta y rompiendo el conservadurismo que solía darles Hollywood. Noé (Russell Crowe) queda huérfano de chico cuando su padre es asesinado por los hijos de Caín -hombres apartados de Dios y corrompidos que se multiplicaron por la tierra-, pero ya adulto forma su propia familia junto a su mujer (Jennifer Connely), con la que tiene tres hijos y adopta a una pequeña huérfana (Emma Watson). A través de sueños y visiones, Dios le encomienda al patriarca construir un arca ya que ha decidido exterminar a los hombres por la violencia y el envilecimiento que reina mediante un diluvio. Instrucciones en casos de diluvios (SPOILER: Si bien la historia es conocida por todos, me di cuenta viendo los trailers y las sinopsis de “Noé” que hay elementos de la adaptación que no se mencionan pero que ocurren desde el primer acto y de los que voy a hablar, así que es responsabilidad de ustedes continuar o saltar directamente a la Conclusión) Estableciendo un espectro temático de las adaptaciones y/o historías próximas a los textos sagrados partiendo del boom de la década del `50 con películas tradicionalistas como “Sansón y Dalila”, “Los Diez Mandamientos”, “Ben-Hur” y “Quo Vadis?”, entre otras, hasta las más controversiales como “La Vida de Brian” de Monty Python, “Water” de Deepa Mehta sobre el hinduismo y “La Última Tentación de Cristo” de Scorsese, podríamos ubicar a Darren Aronofsky en el medio. Su película es bastante fiel con una interpretación, para mí, demasiado literal y mitológica que incluye en “Noé” gigantes de piedra llamados “vigilantes”, que son seres expulsados de los cielos y luego traicionados por los humanos en la tierra. Es cierto que en las escrituras dice “Existían entonces los gigantes en la tierra…”, pero creo que la elección de incluirlos dentro de la trama resulta rara a la diégesis de la película. Pese a esto hay ideas interesantes como la preocupación y rivalidad de los hijos de Caín contra la familia de Noé, o la de presentar al patriarca un poco más humano, dubitativo, alguien que lleva la enorme responsabilidad de salvar a todo el reino animal en la tierra. Conclusión “Noé” es densa pero no por su duración sino por cómo se desarrolla la trama. Es una película que tiene tantos aciertos como desatinos en el momento de su adaptación, sobre todo por lo anteriormente mencionado, aunque el film de Aronofsky profundiza sobre esta historia bíblica con una visión singular ajena a dogmas.
Curiosidades de la cartelera cinematográfica porteña: el mismo día que larga un Festival de Cine Independiente que demuestra cómo sin millones de dólares existen también grandes películas, Hollywood envía desde el cielo (y con la firma de un supuesto gran autor como garantía) un paquete que confirma lo dicho, a través del ejemplo contrario: una cinta enorme en producción -ciento treinta millones de dólares-, diminuta en valor artístico -ciento treinta y ocho minutos de tedio, pomposidad y absurdo. Darren Aronofsky, en verdad, hace lo que siempre hizo, sólo que ésta vez con paupérrimos resultados: apostar al grotesco (consciente o inconscientemente, ya no se sabe), a los excesos y, sobre todo, a las líneas de diálogo más absurdas que se hayan visto en mucho tiempo. Ya sucedía con su Black Swan (El Cisne Negro, 2011) y una Natalie Portman descontrolada, girando como un trompo y mirando a cámara con mirada demoníaca, en una transformación extraña que, sin embargo, funcionaba gracias a la labor de la actriz y una mirada al menos atípica por parte del realizador. La misma fórmula surte un diferente efecto en Noé: a la épica bíblica le sobran interpretaciones bizarras, ya que hay monstruos de roca salidos de La Historia Sin Fin pero a la vez, parientes lejanos de los Ents del Señor de los Anillos, y mientras el protagonista construye su famosa arca a pedido de un Dios iracundo, peleas a lo Gladiador se suceden en una escalada de violencia que culmina con especies de animales muertas, un mensaje entre lo místico y el vegetarianismo y, lo que es peor, una de las peores muestras de la mediocridad de los FX digitales, encarnada en la serpiente que tentó a Adán y Eva y promovió su expulsión del paraíso. No, no es que quien escriba sea ingénuo: posteriores ofidios en la misma película demuestran que no fue un error de FX, sino una concepción artística para éste particular animal tan representativo para la historia. Es, entonces, simplemente un tremendo error de diseño. Noé lucha a puño limpio contra reyes de capa caída, turbas iracundas y hasta consigo mismo cuando se debate si terminar o no el mandato del Señor. Del evangelio quedan cosas sueltas, algunas libres interpretaciones, y pasajes que remiten más a anteriores adaptaciones cinematográficas que a las escrituras mismas. La inundación rebalsa la pantalla de griterío y angustia, pero no alcanza jamás el asombro (poniéndolo en contexto) de un Cecil B. Demille, ni la profundidad a través de la relectura de una Última Tentación de Cristo (Martin Scorsese). Noé es la Biblia+El Sr. de los Anillos+Gladiador+Matrix Recargado, todo batido en un mismo producto que dará como resultado un "¡Dios mío, por favor que termine!" que puede ser emitido tanto por católicos, judíos, musulmanes, ateos y cualquier ser pensante, aburrido de las proporciones épicas de Hollywood, cada vez más vacías de contenido.
Teología de efectos especiales Salvo por la actuación de Russell Crowe, "Noé" resulta una versión ecologista y absurda de la leyenda bíblica del arca y el diluvio. La única virtud de Noé es confirmar que Russell Crowe puede interpretar cualquier rol que le propongan. De hecho, en esta sola película encarna consecutivamente, siempre en el cuerpo del personaje de Noé, a un visionario, un padre de familia, un soldado, un patriarca y un psicópata religioso. No se le escapan los matices de ninguna emoción y de ninguna acción. Parece contener en sí mismo, en sus ojos, en sus gestos, en su presencia masiva e invasiva, la evidencia de que todo es posible. Todo: incluso una historia tan mal contada y tan inverosímil como esta versión de Darren Aronofsky de ese famoso pasaje del Génesis sobre el arca y el diluvio. Pero por muy sublime que sea la interpretación de Crowe, no basta para sostener una narración de más de dos horas que divide libremente la leyenda en tres partes bien diferenciadas, cada una menos fiel que la otra a la letra y al espíritu del libro original. Primero, hasta la construcción del arca incluida, es un relato épico fantástico que parece guiado por un nieto no reconocido y new age de Tolkien: hay sueños premonitorios, ángeles convertidos en monstruoso rocosos y combates multitudinarios. Segundo, ya en el arca, y con el texto bíblico definitivamente distorsionado, se transforma en una tragedia protoshakesperiana. Pululan los deseos de venganza, los sentimientos filiales y paternos ambiguos, y Noé se vuelve una especie de patriarca trastornado por una misión que lo excede. Tercero, una insípida coda final de reconciliación entre todos los sobrevivientes termina de hundir a la película en la misma masa de agua donde navegó el arca. En definitiva, imposible decidirse acerca de qué resulta más insoportable de Noé: el ecologismo anacrónico de su director, su protestantismo inconsciente o involuntario (Aronofsky se declara ateo) proyectado al antiguo testamento en la idea de predestinación, o su teología de efectos especiales que intenta convencernos de que lo sobrenatural (por imaginario, mitológico o supersticioso que sea) puede ser reducido al orden de la imagen.
Flor de tsunami Dicen que a Dios le llevó siete días crear el universo y a Darren Aronofsky le alcanzó con 138 minutos para convertirse en un cineasta obvio y poco atractivo, dato preocupante tratándose de este autor que por ejemplo abrazó el misticismo con su película La fuente de la vida allá por el 2006, o se atrevió a exponer los lados más oscuros de la condición humana en la perturbadora El cisne negro (2010). Noé es un film que pese a su mirada poética y libre del personaje bíblico aquí devenido héroe trágico parece perseguir el objetivo de conformar a todos para evitar controversias teológicas o acusaciones de blasfemia al tomar tan libremente un apartado del Génesis para ilustrar el diluvio universal. Melodrama familiar con madre culposa y padre dispuesto a cumplir los designios de la máxima autoridad sobre la tierra, el relato es sumamente lineal y más que nada poco profundo a la hora de indagar sobre los aspectos menos elementales de la parábola del arca y la historia de este salvador. La idea de jugar la carta del antagonista Tubalcaín (Ray Winstone) en representación al hombre en su esencia maligna, egoísta y destructora ante un compasivo humanista como el personaje interpretado por Russell Crowe es un tanto pobre para desarrollar la trama, pero efectiva en función de las escenas de acción donde el foco está puesto en los efectos visuales y las escenas de grandes movimientos de masas. Los animales digitalizados dan vergüenza quizá es por ello que durante todo el metraje permanecen dormidos en el arca susodicha e incluso en pleno batuque cuando se viene el agua. No hay que dejar de destacar ese vestuario absolutamente alejado de la época donde ocurrió el supuesto diluvio y mucho menos el aspecto pulcro del pelo de los personajes, que seguramente no se bañaban todos los días. La alegoría que busca estrechar lazos entre aquel diluvio y uno futuro si la humanidad continúa destruyendo el mundo legado por el creador resulta simpática ante tanta falta de ideas en Noé, así como su mensaje ecológico subyacente que se refuerza en el último tramo del film. Quien se roba la película y opaca al resto del elenco es Anthony Hopkins en una composición memorable de Matusalén, híbrido entre un mago escapado de Harry Potter y un anciano con demencia senil. La premisa es literal: se viene el agua y no el fuego como estaba previsto y el bueno de Noé se pone en campaña, junto a su familia y los gigantes de piedra prestados por J. R. R. Tolkien, para construir el arca y alejar su propio rebaño de la chusma humanidad que se portó mal por querer parecerse al Creador. Luego, mucha agua y gritos y dolor y angustia y al final la luz que le hace pito catalán a la oscuridad. En síntesis: con Noé a Darren Aronofsky también lo tapó el agua.
Darren Aronofsky es uno de los directores más interesantes (o al menos para mí) que tiene la industria cinematográfica en este momento... Ha dirigido películas como "El Cisne Negro", "Réquiem para un Sueño", "La Fuente de la Vida", "Pi", "El Luchador" y demás... Pero este 2014 llega, finalmente (luego de ver varios trailers que nos han dejado boquiabiertos) con su "Noé". Un elenco de lujo, como lo es contar con Russell Crowe, Jennifer Connelly, Emma Watson, Anthony Hopkins y varios más, que se ponen la película al hombro y el resultado es satisfactorio. Para empezar, los efectos especiales, por momentos, son impresionantes, sobre todo el momento de la gran inundación. Las actuaciones, a mi parecer, están correctas (algo que sobresale es la química de la parejita joven, interpretada por la hermosa de Emma Watson y el fachero de Douglas Booth). Lo más importante es que no defrauda, porque cuando un director se tira a la pileta (hablando de agua) en una superproducción como lo es "Noé", teniendo en cuenta sus películas anteriores, siempre hay miedo de que no lo logre, pero Aronofsky es genial y de seguro seguirá brindándonos películas interesantes año a año.
El arca y los animalitos obedientes Pocos momentos más lamentables -por didáctico, moralista, reaccionario, lleno de "mensaje"- del cine último como el montaje por asociación entre la familia de osos -entre otros animalitos- y la de Noé, reunidos tras el diluvio. Es decir, si Hollywood es decadente, Noé lo rubrica, a la vez que expone el gesto genuflexo de su realizador, Darren Aronofsky. La propuesta de Aronofsky ubica la historia bíblica de Noé y su arca en un contexto cinematográfico de eco fácil con ejemplos cercanos. Es decir, aún cuando (la cada vez mejor) Emma Watson ya sea de un espíritu ajeno a la serie Harry Potter, su presencia la vuelve nexo ineludible, junto al leit motiv juvenil, con barbas prolijas y miradas publicitarias, que cunde entre tanta novelita sobrenatural. El Noé de Russell Crowe se mueve entre estas aguas, de reconocimiento rápido para el espectador. En este sentido, la apariencia "Señor de los Anillos" que la película propone, no llama la atención, sino que opera en relación a lo señalado. Hay un mundo de cine de fantasía (digital) al que este profeta viene a sumarse. La obra de Tolkien, a su vez, no deja de ser lugar de encuentro perfecto, dado su catolicismo asumido. El film de Aronofsky lo expone en sus ángeles petrificados, caídos y monstruosos, ayudantes de Noé en la construcción del arca, así como en los travellings aéreos, que remedan la Nueva Zelanda, "postdiluvio", de Peter Jackson. Dado el cariz fantástico, Noé plantará una habichuela mágica con la que encontrar, entre tanta desolación, un bosque que talar. Quien mete la mano en esto es el legendario Matusalén (Anthony Hopkins), su abuelo, quien guarda secretos de tiempos del Edén así como gestos y rituales conceptivos. Que la pátina mágica se cuele en el relato es, dado el caso, lo mejor. Pero, de manera acorde con una sapiencia conciliadora, la prédica final habrá de volver coherente el mito bíblico con el ejercicio de la razón. Este es, justamente, el relato que Noé hace a sus hijos, el de la creación, el de los siete días, mientras el montaje apela a nociones visuales cercanas al Big Bang, a la teoría de la evolución, y a la comprensión de que "allí donde se dicen tantos días en realidad se apela a muchísimo tiempo". Llegado este punto, nada más fácil que explicar acerca de la maldad de los hombres, de los peligros ecológicos, y de una primera oportunidad perdida. Es increíble que se trate del mismo realizador de Réquiem para un sueño (2000), allí donde los vínculos se disgregaban porque nunca nada es demasiado fácil, los gritos de ayuda suelen ser ignorados, y quien vive una adicción sobrevive a un infierno. Sin arcas salvadoras a la vista.
Darren Aronofsky es esa clase de director de cine que se recibió de “autor” -o fue recibido como tal- con su primerísima película, Pi. Pero es evidente que, a veces, la restricción “industrial” opera de tal modo que el artista, el verdadero, se revela. En Noé permanecen las constantes de su obra (el personaje obsesivo movido por una fuerza irracional que no comprende; la fragilidad de los lazos familiares) y aparece la necesidad del gran espectáculo. La gran presencia fílmica de Russell Crowe -de esas personas que nacieron para ser filmadas- logra que todo se integre: desde las (bellas) secuencias de alucinación hasta las (rutinarias) secuencias de batalla con gigantes de piedra y todo; desde la primera visión del Arca -que parece un homenaje a 2001-Odisea en el Espacio- hasta la un poco cursi representación de Adán y Eva; desde la autoridad de Emma Watson hasta la autoridad de Anthony Hopkins. Aronofsky decide poner la historia que narra y sus habitantes por delante de su firma, lo que no deja de ser un acto de madurez y, paradójicamente, de riesgo.
Apocalipsis, por favor Por Cristian Ariel Mangini Mientras veía Noé no podía dejar de pensar en la voz de Matt Bellamy entonada con un cinismo sobrecogedor, burlándose del asunto (“Come on it´s time for something biblical / to pullus through / and pullus through / and this is the end / this is the end of the world”), como si el tema de Muse fuera la banda sonora impensada de esta versión del episodio bíblico del Génesis, llevado a escalas épicas por Darren Aranofsky, director que tiene un sello innegable sobre su obra pero que no siempre consigue resultados globales tan interesantes como lo pretenden sus aciertos formales o estéticos -que no pocas veces son opacados por guiones irregulares-. Este nuevo film de Aranofsky es, antes que la multitud de ideas que pueda disparar su visionado, un caos de proporciones épicas que se disuelve con facilidad en los para nada escasos 138 minutos que se extiende. Nuestro héroe es, previsiblemente, el Noé de Russell Crowe quien, tal como señala la biblia, recibe el llamado de Dios anunciándole que va a provocar un diluvio para “acabar con todo ser que respira y vive bajo el cielo” (Gn 6:17). El fragmento es uno de los más conocidos del libro religioso y adaptarlo ya era de por sí algo polémico: si añadimos que Aranofsky basó su guión en un cómic del otro guionista de la película, Ari Handel, tendremos la razón por la cual Noé ha levantado tanta polvareda entre sectores religiosos. En primera instancia: Handel no sólo ha utilizado la Biblia, sino que también utilizó el Zohar (libro central de la cabalística) y se tomó algunas libertades en la construcción de personajes para dar a entender un mensaje ecologista. Este detalle que debió alienar a una multitud de cristianos, es también una de las causas que llevan a la película a resultar un caos que se diluye rápidamente por personajes insustanciales y secuencias aisladas en una narración desordenada con personajes chatos salvo, irónicamente, el antagonista Tubal – Caín, de Ray Winstone. Este antagonista sobre el cual se puede llegar a escribir un texto en su defensa, enfrentando a la voluntad individual y pragmática con la aceptación de Noé, tiene una vertiente filosófica ecologista y new age por un detalle: Tubal - Caín representa a los demonios del industrialismo y la corrupción, quizá en la línea del Sauron de El señor de los anillos, antes que la mención escueta de la Biblia sobre esta figura. Probablemente lo más interesante de la película resida en la experimentación con la que Aranofsky ilustra algunos segmentos. Al mantener a la entidad de Dios completamente fuera de campo, tanto desde el sonido como desde lo visual -a pesar de sus ocasionales manifestaciones-, incurre en el time-lapse y secuencias oníricas para describir distintas visiones. Algunas de ellas son pesadillescas y notables, como en la que observa las consecuencias del diluvio, o el time-lapse que narra las consecuencias del asesinato de Caín, proyectando el devenir bélico de la humanidad con siluetas. Pero más allá de estas ideas dispersas, lo que queda es una mixtura entre una épica solemne y contemplativa y el tono de una película de aventuras que nunca termina de cuajar. Caótica e insulsa a pesar de algunas secuencias notables, este nuevo film de Aranofsky representa un caos donde las ideas no logran determinar una línea narrativa para los personajes que pueblan la pantalla.
Historia de una tempestad Crítica en PDF.
Más allá del diluvio… Sólo basta con chequear las banalidades que suele escribir la crítica mundana para darse cuenta que el grueso de la prensa no posee la formación multidisciplinaria adecuada y todavía continúa perdiendo tiempo valioso con el patético fetiche onanista de venir a “iluminarnos” en función del rescate del bodrio hollywoodense y/ o periférico de turno. Así las cosas, por lo general las obras que se ubican en una región intermedia entre el mainstream de izquierda y la independencia actitudinal terminan cayendo rápidamente en una incomprensión nutrida por la ignorancia e inmadurez de buena parte del periodismo. En el campo de las anomalías cinematográficas a las que nos referimos, Noé (Noah, 2014) resulta un ejemplo paradigmático porque pone en evidencia la mediocridad cultural reinante y la nula amplitud de criterios a la hora de juzgar propuestas abstractas y en verdad extremistas, que se mofan de las paupérrimas expectativas del espectador promedio. Hoy estamos ante la primera película industrial que pudo finiquitar Darren Aronofsky, un realizador extraordinario que a lo largo de los años tuvo que enfrentar numerosos proyectos fallidos y disputas con los productores del momento en pos de imponer sus convicciones. Gracias a la “solvencia económica” demostrada en las geniales El Luchador (The Wrestler, 2008) y El Cisne Negro (Black Swan, 2010), los capitales llegaron y a duras penas consiguió el corte final en esta epopeya mística de raigambre melodramática, hermana de su también marginada La Fuente de la Vida (The Fountain, 2006). Aquí el director toma como punto de partida la fábula bíblica del Arca, sustentada a su vez en registros varios babilónicos y sumerios, para construir una historia profundamente espiritual que indaga sobre las fronteras concretas del porfiar subjetivo y la penitencia de escala ecuménica. Respetando esa antigua fantasía hollywoodense del apocalipsis purificador, Noé (Russell Crowe) recibe en sueños el designio divino de salvar a los animales, los únicos inocentes en esta crónica, ya que siguen coexistiendo como en el Jardín del Edén mientras que los hijos de Caín no hacen más que matarse entre ellos (diatriba ecologista radical que en esta oportunidad se da la mano con un humanismo de tintes agridulces). Relativizando todo fundamentalismo religioso y centrándose en la dicotomía ideología particular/ inconsciente social, el film analiza la fe ciega en contraposición al canibalismo colectivo intransigente. Aronofsky lee las Sagradas Escrituras con ojos de ateo, desde una dialéctica estructuralista de ecos antropológicos, y optando por una perspectiva estrechamente cinematográfica, en la que la pentalogía de Werner Herzog con Klaus Kinski constituye el horizonte inmediato, en especial Aguirre, la Ira de Dios (Aguirre, der Zorn Gottes, 1972), Fitzcarraldo (1982) y Cobra Verde (1987). El neoyorquino reproduce la configuración narrativa del soñador y el lunático, con una primera mitad en la que se nos presenta la quimera del protagonista y una segunda parte que sistematiza los sacrificios involucrados y los alcances de su vehemencia. Resulta maravilloso y muy gratificante descubrir el grado de identificación entre las figuras masculinas delante y detrás de cámaras, ambos en plena lucha contra un entorno plagado de palurdos conformistas que no pueden ver más allá de su propia nariz y el diluvio que se avecina. Combinando la ciencia ficción y el cine de aventuras con el drama familiar y las alusiones a la filosofía budista, Aronofsky nos ofrece una oda a los parias y apátridas que defienden sus ideales ante toda eventualidad, esos inadaptados autoconscientes que escupen -como él- sobre la trivialidad pasatista, los profetas de cotillón y sus palabras anacrónicas…
No me resulta tan curioso, como a otros, que un director como Darren Aronofsky se haya puesto a filmar una película como NOE. Suponer que su historial como realizador “independiente” lo inhabilita para este tipo de superproducciones es, por lo menos, una consideración en exceso inocente. Pero lo fundamental es que Aronofsky ha dado sobradas muestras que un universo como el de la película le cae al dedillo. En filmes como PI o EL CISNE NEGRO es más que obvio que le fascinan los personajes obsesivos que no distinguen demasiado bien entre la realidad y sus propios delirios. Y en películas como LA FUENTE DE LA VIDA (y también la propia PI) es más que claro que cierto misticismo new-age acerca del origen del mundo es un tema que lo fascina. Claro, aquí hay más presupuestos, más expectativas comerciales y, en ese sentido, la apuesta podía fallar. Y la película camina, como era esperable, entre el delirio, la obsesión y el ridículo, todo englobado por un gran “what the fuck” que uno, como espectador, se plantea todo el tiempo ante ciertas elecciones formales del realizador. Es que Aronofsky eligió para esta película una combinación entre drama familiar, épica histórica y superproducción de efectos especiales a los que le agregó momentos casi de película “avant garde” (algunas secuencias de montaje, efectos “baratos” de libro troquelado o wallpaper de PC) que le dan a toda la propuesta una rareza que la torna bastante particular. noah_aronofsky_0De cualquier modo, esos pequeños inserts no terminan de transformarla en algo radicalmente distinto al “ladrillo” épico-histórico que finalmente es NOE. El realizador de EL LUCHADOR extiende la saga del diluvio y el Arca a un melodrama familiar con hijos rebeldes, nueras conflictuadas y esposas devotas, le agrega un ejército de villanos salvajes (los herederos de Caín, digamos) y unos gigantes de piedra que cumplen el rol de los Ents en EL SEÑOR DE LOS ANILLOS, pero lo que finalmente le interesa es transformar la lucha de Noé por salvar al mundo de los humanos rescatando todo tipo de animales del inminente diluvio y subiéndolos al arca en la historia de una obsesión casi delirante de un hombre. Russell Crowe es Noé en plan poseído, recibiendo supuestos mensajes de El Creador (jamás se usa Dios, ni Jehová, ni nada parecido, y tampoco le habla) a través de sueños y algunas situaciones que le permiten ver que se vendrá una catástrofe y que hay que salvar todo menos a los corrompidos humanos. Y su familia está en el medio, claro. Serán parte de la salvación, sí, pero si Noé sigue los supuestos designios de El Creador, tampoco debe permitir que ellos continúen vivos ni procreen. Ese, en buena medida, será el conflicto del filme: la “misión” de Noé frente a la realidad de sus propios afectos. NOAH Darren-AronofskyPara llegar a eso la película se dividirá en varias etapas. Una primera en la que, casi como si fuera una versión 8-Bits de EL ARBOL DE LA VIDA, de Terrence Malick, Aronofsky nos regalará sus ideas visuales acerca del Génesis. Luego pondrá sobre la mesa la fuga de la familia, la aparición del abuelo Matusalem (un Anthony Hopkins al que todo parece importarle tres pepinos) y la complicada construcción del arca (para la que los gigantes de piedra son una gran ayuda). Esa primera parte del filme es la más gris y trabajosa. Pero luego, gracias a algunas imágenes poderosas, Aronofsky comenzará a tomar el pulso narrativo con más firmeza al pintar el mundo cruel de los humanos, la explosión de los conflictos familiares internos y la batalla campal que se genera cuando el resto de los humanos intenta “colarse” en el arca. En el medio, curiosamente tratándose de una película “ecologista” que pone en primer plano la idea de salvar a los animales y al mundo de la rapacidad del hombre, los animales en cuestión aparecen poco y nada. Entran al arca, majestuosa o velozmente, una vez adentro se duermen, y punto. Ni siquiera se los ve arribar al “mundo nuevo” (no es spoiler, vamos, la Biblia fue escrita hace bastante), por lo que hay una curiosa incoherencia en esa parte. NOAH CONNELLYEs que Aronofsky “cuela” una pelea entre bandos en medio del viaje en el arca que le parece dramáticamente más interesante, pero no lo es. Sí funciona un poco mejor, dentro del arca, el drama familiar: su “nuera” (Emma Watson) está embarazada y Noé está dispuesto a matar a las criaturas si son mujeres para evitar que el género humano se reproduzca. Sí, eso no está en ningún lugar de la Biblia, pero si le pagaron un buen sueldo a Hermione más vale que la usen para algo… En medio de todo, Aronofsky lanza sus photobombs audiovisuales en forma de sueños recurrentes: Caín y Abel en sombras, visiones luminosas de Adán y Eva, y una secuencia animada en la que se recorre la creación desde “En el principio…” y en la que se combinan, otra vez, algunas imágenes formalmente virtuosas y otras que apuestan al collage tipo feria de ciencias de escuela secundaria. Todo junto es, claro, un plato tal vez indigesto que hace combustión espontánea. Pero, a la vez, en medio de tantas superproducciones hechas con un mínimo sentido del riesgo (o de la personalidad propia, la “marca de autor”), es innegable que NOE es, en ese sentido, un filme 100 por ciento Aronofsky. Para bien o para mal…
“Noah”: ciencia ficción bíblica Mucho se especuló con esta nueva superproducción antes de su estreno, ya que levantó opiniones opuestas en los medios y alrededor de todo el mundo. El director neoyorquino de origen judío, Darren Aronofsky, tomó una historia del génesis del libro sagrado religioso más importante en todo el mundo y la rearmó adaptando así una historia que puso nerviosos a los más ortodoxos y capturó la atención de la mayoría de los fanáticos de su cine. De esta manera, el hombre que se terminó de ganar el respeto de la Academia tras llevar a “Black Swan” (2011) a los premios Oscar, nos presenta ahora la historia de Noé, definido por él como el primer ecologista de la tierra. El drama ya lo conocemos todos, la trama principal de la película gira en torno a este personaje y a la construcción de un arca para salvar la vida en el mundo. La misión que se le encarga, la relación con su familia y los sueños visionarios que tiene son los que guiarán a las principales acciones. En esta ocasión, Noé es un tipo recto, solidario y que lucha por el progreso de la creación divina. Aunque por momentos se encuentra corrompido por la bestialidad humana y adoctrinado por el poder de Dios, este personaje está lejos de ser alguno de aquellos desquiciados que nos presentó Aronofsky en sus anteriores películas. En sus antecesoras nos metió en la vida de un enfermo por las matemáticas (Sean Gullette en ‘Pi’), en la de un loco por la heroína (Jared Leto en ‘Requiem for a Dream’) y hasta en la de una adicta profesional a la danza (Natalie Portman en ‘Black Swan’). Sin embargo, el personaje que encarna Russell Crowe, con su espíritu eterno de gladiador, no nos sumerge en el nivel de tragedia que se nos tiene acostumbrados. Otro detalle es que con este nuevo protagonista, Aronofsky nos invita a pensar que el hombre es el mismo prácticamente desde que comenzó la historia de la humanidad, siendo éste el único ser en el planeta que mata a otro no por comida, sino simplemente por matar. Además, el reparto lo completan otros grandes nombres. La más sólida es Jennifer Connelly, que hace de esposa del personaje de Crowe, con quien ya había estado casado en “A Beautiful Mind” (2001). Por su lado, a Anthony Hopkins, que se pone en la piel de Matusalén, le cae como anillo al dedo su papel de viejo decrépito que en su momento supo ser importante. Para alegría de los más sensibles emocionalmente, también trabaja Emma Watson, quien nos enamora con sus tiernas pecas pero deja bastante que desear si hablamos de actuación, excepto cuando sufre y llora de dolor, que es lo que mejor le sale. Entre los otros hijos de Noé, se destaca el personaje de Logan Lerman, que trabaja un personaje indeciso y sumamente controvertido. Me atrevo a decir que quizás esta película pueda significar el inicio de un nuevo camino para el séptimo arte que toma a La Biblia como su principal fuente de inspiración y la desestructura convirtiéndola en un mundo donde reina el pecado y la codicia. Además, la inclusión de criaturas desconocidas y la aparición constante de la muerte sin piedad terminan de redondear a esta nueva modalidad que convierte a la obra en un relato bélico, dramático, y por qué no, de ciencia ficción. Aunque no considero que sea lo mejor de Aronofsky, se merece las felicitaciones ya que presenta una historia conocida de manera original y logra sorprender con sus escenas oníricas que ponen con los pelos de punta a toda la sala. La película seguramente sea el fastidio para los críticos que les gusta encasillar al arte en géneros pero será un goce para aquellos que saben que el cine es mucho más que eso. A disfrutarla.
GÉNESIS REMIXADO Cuando aparecieron en pantalla los créditos finales, luego de dos horas y diez minutos de ese particular pastiche que es “Noé”, hubo algún que otro aplauso perdido en la lejanía y también uno o dos tímidos abucheos. La reacción del público fue tan ambivalente como sincera: es muy difícil definir qué se siente frente a un film que, de tan ambicioso, termina siendo indefinible. Estamos ante uno de esos casos en los que podemos perder amistades si recomendamos su visionado, pero tampoco podemos decirle que no así nomás a la primera incursión en la épica bíblica de Darren Aronofsky. La historia la sabemos todos: el Creador (ojito, que la palabra Dios no aparece en toda la película) le anuncia a Noé que enviará un diluvio para resetear el mundo y empezar todo otra vez. Tanto él como su familia deberán construir un arca para poder paliar la tempestad y salvar a los animales que, a diferencia de los hombres, no se han corrompido. Russell Crowe (patriarca a más no poder) y Jennifer Connelly (a quien le agradecemos su retorno a la pantalla grande después de un 2013 sabático) vuelven a hacer de marido y mujer luego de la ya lejana “Una mente brillante” y serán los que velen por la seguridad de sus hijos Sem, Cam, Jafet y su hija adoptiva Ila. Algunos gigantes de piedra (!), tan aparatosos y nobles como los ents de la Tierra Media, se sumarán al proyecto y le harán frente a la tribu de Tubalcaín, quien hace oídos sordos al mensaje ecofriendly del film: si Noé le enseña a sus hijos a no cortar las flores porque sí, Tubalcaín le responde que el hombre domina la naturaleza y puede disponer de ella a su antojo (homicidio y antropofagia incluídos). Si a esto le sumamos segmentos dignos de MTV que ilustran pasajes del Génesis como la historia de Caín y Abel y tomas de la vida animal que bien podrían encontrarse en documentales de la National Geographic, no será el diluvio lo único que ahogue al espectador. Refranes como “nos tapó el agua” circulan por la web para describir la experiencia de ver la sexta película del director de “El cisne negro”, pero quizás el más adecuado sea el que dice que muchas manos en un plato hacen mucho garabato. “Quien mucho abarca, poco aprieta” también se aplica. Y es que a la “Noé” de Aronofsky le pasa lo que al “Árbol de la vida” de Malick: sus grandes momentos quedan neutralizados por otros francamente ridículos. La filosofía new-age y la música, abrumadora y redundante, hacen de esta una comida exótica, sí, pero excesivamente condimentada. Aronofsky, como el Creador, también ha fallado, pero es una falla nacida del riesgo, de ahí que pueda generar cierto atractivo. Que Noé, cual John McClane, se cargue él solito a una decena de malos, es novedoso. Que su esposa pregunte si es realmente necesario que las víboras se salven logra arrancarnos una sonrisa. Pequeños fragmentos, como hilos de agua aflorando de la tierra seca, que prueban que este apocalipsis del pasado merecía ser contado con menor gravedad.
Uno de los estrenos esperados en este 2014. Darren Aronosfky se las toma con el clásico bíblico acerca del diluvio universal, pero lo hace a su manera: es ecléctica en todo sentido. Culebrón desfasado, lisérgica, vegana y ecológica. Rara.
Es sabido que la traslación al cine de un relato conocido, del cual el final es inmodificable, implica ciertamente la necesidad por parte de sus responsables, guionista y director, de hacer uso de varias o muchas licencias literarias. En el caso de la historia de Noé, en su original sólo sabemos que de todos los hombres de la tierra Dios lo elige como sobreviviente por ser bueno y justo (tzadik, en el texto). Noé, su mujer, sus hijos y las esposas de sus hijos se salvaran del diluvio, pero deberá construir un Arca. Todos los personajes de relativa importancia que aparecen en esta producción son mencionados en el libro sagrado. La primera licencia que se toman la observamos en relación a la construcción de la historia del protagonista, ya que nada sabemos de la vida de Noe hasta que es elegido por Dios. Por lo que, para instalar algo de lo creíble en términos de verosímil, nos lo presentan ya desde niño, siendo testigo del asesinato de su padre y, elipsis de por medio, él con su hijo mayor haciendo gala de su condición de vegetariano. Paréntesis casi necesario. En el antiguo testamento Dios le dice a Noé que debe albergar en su Arca a una pareja de cada uno de los animales impuros, mientras que de los animales (kasher) puros para el consumo deben ser siete parejas. Entonces ¿Por qué vegetariano? También nos presenta encuentros con su abuelo Matusalén, el hombre más longevo de la historia de la humanidad, quien en la visión de los responsables de la realización posee dotes de mago, entre otras vicisitudes, que será el que lo impulse a cumplir con el mandato del creador. Es de observar que la palabra “Dios” no aparece en ningún momento del filme. Darren Aronofsky halla en la leyenda de Noé un ejemplo inestimable para desarrollar un entretenimiento admirable en representaciones de imagen, al mismo tiempo que términos de concordancia con muchos de los relatos post-apocalípticos, al que el cine de los últimos años nos tiene acostumbrado, aunque en el caso de su personaje debería decirse pre-diluviano. El personaje de Noé termina siendo modificado, transformado, en un héroe de las producciones de acción, encerrado en el género de catástrofe, pugnado por el melodrama familiar con ribetes fantásticos, dentro de un discurso que hoy podría ser leído como ambientalista. El punto es que, por todo esto, presenta confusa la historia que narra, ya que no queda en claro cuál es la variable que desea desarrollar y que, a las pruebas me remito, finalmente no logra adueñarse de ninguna de las que propone, por lo que se torna por momentos no sólo indefinido, sino aburrido. El punto más débil de ésta producción se encuentra en la justificación de las modificaciones al relato. Sí, como se dijo, nada tiene de suspenso, por un final conocido de antemano, debería haber estado respaldado por una trama que pudiera sustentarla desde dentro al armazón con el que se presentan anticipatoriamente los acontecimientos. Muchos ejemplos es dable observar en al historia del cine sobre estas cuestiones, por ejemplo “Titanic” (1997) tiene como tal una trama que termina siendo la principal, desplazando en el interés al hundimiento ya sabido, esa es una historia de amor…inventada, que no desplaza en espectacularidad la escena del cataclismo naviero. En el orden de citas, o recurrencias a otras realizaciones, está plagado de las mismas, desde la idea que parece estar haciendo referencia a las grandes historias bíblicas contadas en la década del ‘50, como así también producciones más cercanas en el tiempo, por ejemplo tenemos la saga de “El señor de los Anillos” desde un concepto estético. Nadie podría negar la capacidad narrativa del responsable de producciones como “PI” (1998), “Requiem para un sueño” (2000), “El Cisne Negro” (2010), ni de sus búsquedas en cuanto a nuevas formas y reglas de escritura, sin dejar de lado los contenidos, siempre tomando riesgos y hasta ahora saliendo airoso. Ateniéndonos a la historia relatada en la obra que nos ocupa, ésta se circunscriba a mostrar un mundo asolado por los pecados humanos, en el que Noé (Russell Crowe), descendiente de la rama de Set, tercer hijo nombrado de Adán y Eva, un hombre pacífico que sólo desea vivir tranquilo con su mujer Naameh (Jennifer Connelly), recibe una misión divina: construir un Arca para salvar a la creación del inminente diluvio. Todo comienza cuando, cada noche, Noé tiene el mismo sueño: las visiones de muerte provocada por el agua, seguidas de nueva vida en la Tierra, situación que es aseverada por su abuelo Matusalén (Anthony Hopkins). En el momento de la construcción del arca Noé es ayudado por unos Ángeles caídos, convertidos en montañas de piedras con luz interior (resolución de género fantástico). Simultáneamente se hace presente Tubal Cain (Ray Winstone), descendiente de la rama de Cain, rey de la comarca, dirigiendo un ejercito de pecadores, para reclama el derecho sobre la misma, constituyéndose en el antagonista físico de Noé, ya que el filme plantea, tergiversando otra parte del relato bíblico, la disyuntiva de que no sobrevivan los humanos, pero al quedar embarazada Ila (Emma Watson), la única nuera de Noé, dentro del navío, cree que el mandato incluye el matar a la criatura por nacer, pues sus otros dos hijos, según ésta narración, no tienen esposas. Nada de todas estas licencias que se toman son tan molestas como el diseño de vestuario, nada de túnicas, taparrabos, o sandalias de desierto, son vestuarios más acorde a Pret a Porter, y uno puede dar cuenta de esto a medida que se aburre con el devenir de las escenas, salvo aquellas pertenecientes a cine de aventuras, acción o catástrofe, muy bien filmadas por cierto, pero que se cierran sobre si mismas sin producir otro efecto que el placer visual. La otra variable de sostén debería correr por cuenta de los actores, casi lo logran, Russell Crowe esta en su salsa, con construcción de personaje más cercano al tipo “Gladiador” (2000) que a “El informante” (1999), en tanto que Ray Winstone cumple con creces en su versión de villano por antonomasia, Mientras Emma Watson demuestra una vez más que es mucho más actriz de lo que parecía en la saga de Harry Potter, por ultimo Jennifer Connelly no sólo muestra que su belleza sigue intacta, sino que despliega una cantidad increíble de recursos histriónicos que la vuelven a colocar como una de las mejores actrices de la actualidad. Pero todo esto tampoco alcanza. Con los antecedentes del director, el diseño y costo de producción, incluyendo a éstos actores, se esperaba mucho más.
"Esta va a ser una crítica valiente, que les puede gustar mucho o la pueden odiar, porque le voy a poner el cascabel al gato, a Darren Aronofsky, a su filme Noé y al Génesis. Este es un filme que tiene una historia ridícula, basada en un libro rídiculo que es el Génesis, el 1º libro de la Biblia...." Escuchá la crítica completa en el reproductor (click en el link)
Noé naufragó en los cines Grandilocuente y fantasiosa aproximación al texto bíblico por una industria de cine que necesita desesperadamente argumentos y cuanto más espectaculares, lejanos e improbables, mejor. El realizador Darren Aronofsky aborda un tema que está a mucha distancia de sus anteriores e interesantes trabajos (“El cisne negro” fue una alegoría sinuosa), pero en lugar de aportar una mirada distinta y arriesgada, como se esperaba, decidió apostar al cine catástrofe y al festival de efectos especiales. Su “Noé” es oscuro, en muchos sentidos, con grandes altibajos narrativos, pesado en su desarrollo, un producto que acude a extravagantes resoluciones argumentales y grandotes de piedra para tratar de darle más extensión y espectacularidad a este ultimátum que recibió la pobre humanidad allá lejos. Está el arca por supuesto y el diluvio, pero la historia va insinuando que la maldad empezó con el hombre, que no se fue más y que los monstruos de ayer lamentablemente se han ido reciclando. Por suerte está Noé, un padre ejemplar, un marido modelo, pero sobre todo un super héroe imbatible a la hora de liquidar enemigos, que por otra parte, abundan en número y tamaños. El filme de Aronofsky está lleno de muerte y sufrimientos. Sugiere que los padecimientos empezaron con la desobediencia de Adán y Eva y que nosotros, sus descendientes, la hemos seguido alimentando. Por eso algunas estampas sueltas nos llevan una y otra vez al paraíso perdido y la manzana tentadora. Noé, en el cine, naufraga sin atenuantes.
Reinventar el mundo Después de refinar la técnica de los hermanos Dardenne y pasarles la posta a otros realizadores estadounidenses (como David O. Russell), Darren Aronofsky pegó el volantazo en “Noé”, una reinterpretación de un tramo del Antiguo Testamento relativamente visitado pero sin versiones demasiado canónicas (a diferencia de “Los diez mandamientos”, con la cara de Charlton Heston). La historia de Noé es compleja por varios motivos, empezando porque es anterior al pacto de Abraham con Yahvé, diez generaciones después de Adán y Eva. Según esta versión, los descendientes de Caín hicieron prosperar una civilización protoindustrial que se dispersó por el globo, depredando la naturaleza, ayudados por unos ángeles bajados a la Tierra (los Vigilantes) a los que traicionaron. La descendencia de Set, el tercer hijo de los Caídos del Paraíso, es la única que mantiene la armonía con la naturaleza (son vegetarianos, según parece) y con Dios (los otros le reprochan la expulsión). Ese linaje pasó por Enoc y Matusalén, y cuando Lamec quiere pasarle la posta a su hijo Noé es asesinado. A las escondidas de todos estos seres brutales pero interesados en la forja y en talar árboles, Noé crecerá, formará una familia, y un buen día empieza a recibir visiones. Consultando con su abuelo Matusalén (de proverbial longevidad), confirmará que hay que hacer el arca para salvar a los inocentes, que son los animales: la vida de su familia será en algún momento algo instrumental al servicio de la causa. Ayudado por los Vigilantes, dedicará unos años a talar un bosque (crecido ad hoc) para hacer la embarcación (ya parece la canción de Les Luthiers sobre las guitarras y los árboles). Al final tendrá que enfrentar el miedo natural del resto de la humanidad, que quiere salvarse, y del rey Tubal-caín, el villano de ocasión. Y después sigue más o menos como enseñaron las clases de religión y la sabiduría popular, pero más o menos nomás. Épica Los anglosajones, ingeniosos a la hora de poner nombres, llamaron sword & sorcery (espada y brujería) al género cinematográfico que se centraría en la fantasía épica (o épica fantástica, como caracterizaría nuestra Liliana Bodoc), y sword & sandals (espada y sandalias) a las bíblicas, con hebreos y romanos, en las que Heston hizo papeles estelares (antes del papel lamentable que desgraciadamente le tocó en “Bowling for Columbine”). Obviamente, desde hace unos años, el primero de los géneros ha sido resignificado totalmente desde que Peter Jackson empezó a adaptar la obra literaria de J.R.R. Tolkien: el neozelandés supo sacar provecho de los límpidos paisajes de su país combinados con la tecnología de punta de su empresa (Weta), para volver natural la combinación de personajes fantásticos, sobrenaturales, en escenarios amplísimos: la dinámica de una superproducción actual. Y por ahí va el viaje de Aronofsky: lejos de la fotografía granulada y los primeros planos con cámara en mano, apuesta a enormes paisajes intocados (rodados en Islandia) y una fotografía luminosa pero fría por momentos. Ese mundo parece de fantasía épica: hay animales fantásticos; los “malos” se la pasan forjando y talando (como los secuaces de Sauron); los Vigilantes, forrados en piedra tras su caída, se mueven y pelean como los Ents; y Noé pelea como si se tratara del mismísimo Aragorn Elessar. Todo muy tolkieniano, aunque probablemente al profesor Tolkien (un devoto católico preconciliar) le hubiese parecido una versión demasiado libre. Lejos del misericordioso creyente que predicó en vano, este Noé es un misántropo fanatizado por cumplir con la misión que le ha sido encomendada tal como la ha interpretado, incluso a costa de su propia descendencia, lo cual lo vuelve un personaje bastante temible por momentos. Patriarcas Fuera del diseño de producción de Mark Friedberg, la dirección de arte de Dan Webster y el vestuario de Michael Wilkinson (alejado de la imaginería semítica), lo que hace funcionar este aparato es en principio Russell Crowe, que suele volvernos creíble todo lo que hace, y aquí tampoco falla: su Noé es implacable y fatal como corresponde a los personajes del Antiguo Testamento. A partir de él, se arma una serie de juegos de pares opuestos: Jennifer Connelly como su bella esposa Naama, fiel como nadie, pero piadosa como ninguna otra: su firmeza y sus lágrimas construyen el verosímil. Ray Winstone como Tubal-caín, un villano entre iluminista y nietzscheano, más que vicioso: piensa en el hombre como centro de la creación y se pelea con un Dios que no le habla. Y Logan Lerman como Cam, el hijo que desafía al padre en todo momento, y que buscará su propio camino. Seguramente a Anthony Hopkins le habrá llevado cinco minutos componer a su Matusalén, es algo que le fluye pero que atrapa. Emma Watson nos distrae de lo bonita que es con su Ila, esposa de Sem que defiende a la prole que le estaba negada: gran escena cuando pide tiempo para “calmar a sus bebés”. Douglas Booth completa la familia como un buenazo Sem, y Nick Nolte pone voz de Samyaza, el Vigilante que apuesta a que un descendiente de Adán pueda revertir las cosas. Con todo esto, Darren Aronofsky se anima a reinventar el relato bíblico, algo que le traerá varias críticas pero que es menos complejo que reinventar el mundo como hizo Noé. Y de paso nos renueva el stock fílmico para Semana Santa, lo que tampoco viene mal.
La mística de la piedad. Los mitos son interpretaciones socioculturales sobre acontecimientos del pasado de una comunidad. Estas construcciones configuran la estructura ideológica e imaginaria de una sociedad, llegando a convertirse en una sustancia onírica que abre una puerta oculta a los secretos del inconsciente colectivo. Noé (Noah, 2014) retoma el mito bíblico del diluvio universal desde una interpretación fantástica y mágica para reconstruir a partir de fragmentos de diversas estructuras mitológicas una historia sobre el perdón, la piedad y la necesidad de destruir para crear. Una vez asesinado Abel, Caín huye y comienza junto a un grupo de ángeles caídos una sociedad violenta pre industrial cuya ideología pretende que corrompa la tierra, destruyéndola. Los hederos del tercer hijo de Adán y Eva, Seth, mantienen una relación de respeto por la naturaleza, con lo cual los herederos de Caín viven en ciudades y los de Seth en las llanuras infértiles. A través de sueños, Noé (Russell Crowe) recibe de parte del creador una visión acerca del inminente fin de la humanidad y decide emprender un viaje por la tierra yerma y baldía junto a su familia para buscar a su abuelo Matusalén (Anthony Hopkins). Noé recibe de su abuelo unas semillas del jardín del Edén que hacen brotar un río y un bosque alrededor para construir el arca que le permitirá salvar a una pareja de cada animal para repoblar la tierra una vez que el creador la purifique a través de la inundación. Los indicios de la inundación, la hambruna y la obra megalómana de Noé atraen a los descendientes de Caín, liderados por Tubal-Caín (Ray Winstone), y confirman la resolución de Noé de que la humanidad no merece sobrevivir al diluvio.
Noé es un fiasco para los amantes de lo clásico, pero posiblemente interesante y audaz para los amantes de lo novedoso. Se trate sobre Noé o de cualquier otro, el guión es aburrido y pesado, a pesar de haberle dado cierto aire de la saga de El señor de los anillos y de incluir unos gigantes de roca similares a los Transformers. Con lo que respecta al diluvio en sí, creí que la excusa...
NOÉ LO QUE EL AGUA SE LLEVÓ Sergio “Brujito” Olivera Lejos parece haber quedado el Darren Aronofsky apocalíptico y pesimista de PI (1998) o RÉQUIEM POR UN SUEÑO (2000). Y remarco el “parece”, por una cuestión simple. Puede que en esta esperada nueva película del director estadounidense, el planteo que haga del mundo y la visión que le imprima al acontecer de los hechos sean distintas a las que yo percibí. Creo firmemente en que hay directores que merecen siempre el beneficio de la duda. Y Aronofsky es uno de ellos. Pero vuelvo al principio. Cuando me enteré de NOÉ (NOAH, 2014), empecé a sentir una cierta inquietud, en relación al cómo trataría este director un tema bíblico que todos conocemos. Es sabido que el Viejo Testamento es un afluente de historias sobre la lucha arquetípica de la maldad contra la bondad, sobre el heroísmo, sobre los valores morales correctos para la sociedad Occidental y Cristiana, entre otros tópicos comunes. Lo que, a primera vista, resultaba conflictivo era la visión del mundo que Aronofsky plantea en su filmografía y el mensaje final que suelen tener las historias provenientes de la fuente bíblica. Alerta spoilers, los malos son castigados. Lógicamente, con toda la crueldad que pueda emanar del relato, una historia como la de Noé y su famosa arca persigue un tema conciso y fácilmente diferenciable: el castigo de la maldad en los hombres. Es decir, si bien hay una bajada de línea que merodea durante toda la historia (la original, no la película), también hay un mensaje moral y esperanzador. Aquellos que sean buenos serán perdonados y/o salvados. Claro que, ser bueno equivale a hacerle caso a Dios. Y, a veces, los pedidos que vienen de arriba son un tanto complicados de llevar a cabo por los protagonistas de las historias. El lado humano cobra fuerza cuando se decide hasta donde se le hace caso a esa figura que “gobierna”. Y la exploración de este lado humano era la riqueza que podía explotar un director como Aronofsky en una historia como la de Noé. Y las ideas previas se cumplieron. Al menos, estas dos ideas que yo llevaba conmigo a la sala del cine. En primer lugar, la visión pesimista del mundo del director entró en conflicto, en cierto punto del relato, con la historia en sí. Si bien, el director se esfuerza por humanizar a sus criaturas, el maniqueísmo no deja de estar presente y la lucha del bien y el mal cobra demasiada significación. La idea del mensaje esperanzador sigue presente, de un modo raro, retorcido, pero presente. La idea de la magnificencia de Dios cubre todo el relato, siendo exaltado en varias partes. Las obras de Dios, los milagros, los elementos fantásticos del relato religioso, lejos de ser tratados con sutileza son puestos en un pedestal. Reafirmados. Noé no construye el arca con madera conseguida a la vieja usanza. Los ángeles caídos se la construyen con madera sacada de un bosque milagroso que Dios genera en el desierto. Y es desde esta perspectiva, desde este planteo de realzar lo “mágico” en una película que intenta explorar la humanidad de sus personajes, que me permito dudar de lo que quiso hacer el director. Puede que su intención, haya sido simplemente resaltar su idea de Dios. Puede que, por el contrario, haya buscado ironizar sobre la obra divina mediante la grandilocuencia. Admito que no puedo decidirme entre estas hipótesis. Lo que sí me resulta claro, es que esta indefinición le juega en contra a la película en su totalidad. El segundo preconcepto que llevaba para ver la película era la capacidad de explorar en la humanidad de los personajes que siempre mostró Aronofsky. De antemano, resultaba interesante ver como plantearía este director, personajes tan arquetipados como lo son aquellos que pertenecen a los grandes relatos de la religión. Y aquí le doy la derecha al realizador, porque el resultado final de los personajes de la historia es brillante. Al menos de los de la familia de Noé, porque el antagonista no deja de ser un personaje chato, la encarnación misma del villano unidimensional. Pero en sí, la familia de Noé muestra muchos rasgos atrapantes y novedosos en su construcción. Novedosos en la construcción de un personaje bíblico, aclaro. Claramente, el acento está puesto en Noé y su relación conflictiva con Dios y sus designios. Y vista desde este punto, la película resulta tremendamente apasionante. Claro que también se contamina del mensaje moralista y adoctrinador. Y aquí pierde su interés. Si bien mantiene elementos de la filmografía de Aronofsky (las imágenes aceleradas, el tremendo estetismo del tipo para retratar los lugares y las sensaciones), ésta se siente su película menos personal. O al menos, la película más blockbuster de su carrera. No digo que esto esté mal, sólo que es un poco decepcionante y doloroso empezar a aceptar que todos (o casi todos) los directores que amamos caen, tarde o temprano, en la tentación de la grandilocuencia. Aronofsky, al menos, le dio la mano a Dios para dar ese paso.
Sale a flote, pese a las dificultades En un mundo asolado por los pecados humanos, un humilde carpintero llamado Noé es encomendado por el mismísimo Dios a construir un arca para salvar a la creación del inminente diluvio. Noé debe, además, proteger a las especies inocentes y rescatarlas de la devastación de la naturaleza y la decadencia del planeta para iniciar, luego de la depuración, una nueva vida. El relato del Antiguo Testamento sirve de parábola para tiempos actuales, donde la crisis de valores y los riesgos medioambientales inspiran a investigadores de primer nivel a buscar nuevos planetas a habitar y "arcas" espaciales. Derivar en esto implicaría irse muy lejos de lo que ocupa estas líneas, aunque nadie duda de que los temores de la humanidad invitaron a la Paramount a interesarse en este capítulo de La Biblia para golpear y romper récords en boletería: 44 millones de recaudación hasta el fin de semana pasado le dan crédito. Con dirección de Darren Aronofsky --director de El cisne negro--, libro del guionista de Gladiador --protagonizada por un Russell Crowe varios años más joven--, 125 millones de dólares de presupuesto, un elenco donde lucen los notables y las previsibles oposiciones de los cultos islámicos, esta cinta viene a ofrecer un show épico, acompañado de una sensación perturbadora, si se busca fidelidad a La Biblia. Su director advirtió: "Noé es la cinta menos bíblica que he hecho". Descartada la tan compleja cuestión a esquivar --la religiosa--, la narración procurar abarcar la complejidad humana junto con lo divino y transita por una diversidad de tonos difícil de amalgamar. Es, no obstante, la clase de relatos que disfruta el adepto al cine de catástrofe, que encuentra en este material una experiencia temeraria, sensacionalista en el mejor sentido, que se profundiza con la visión en 3D.
Una imagen: un montón de gente subida (colgada) a una roca gigante que asoma por sobre el nivel del agua, las olas golpean contra la piedra llevándose a muchos, y en el fondo, además del agua que parece haberlo consumido todo, un barco-fortaleza se aleja. El plano es bello y atrapa el ojo, pero tiene una funcionalidad propia, se basta a sí mismo y no dialoga con la forma del resto de la película, más interesada en el realismo que en esta diagramación pictórica estática y separada de los otros planos por obra del preciosismo. Aronofsky no tiene mucha conciencia del destino al que se encamina su película; es como si en sus manos cada recurso cinematográfico careciera de un plan o incluso de una memoria elemental de lo hecho unas pocas escenas antes. El director de Réquiem para un sueño puede apelar a una secuencia onírica que abusa del simbolismo; una batalla multitudinaria y pésimamente filmada; unos monstruos hechos a puro CGI que, curiosamente, parecieran tratar de homenajear la técnica de Ray Harryhausen; un melodrama familiar; personajes marcadamente unidimensionales que, en algún momento, aspiran a cobrar profundidad y peso en la trama (sin éxito); a retratar escenas de la Biblia como la perdición de Adán y Eva, etc. Noé es una película sin horizonte, que anda a ciegas y echando mano a cualquier cosa que tenga en frente suyo. Ese pastiche no estaría tan mal si Aronofsky no tratara de hacer una película de gran espectáculo con fuertes dosis de solemnidad, a la manera del cine bíblico de la era clásica: la ampulosidad de los diálogos y los temas se vuelve ridícula si no hay una estructura más o menos sólida que la sostenga, y Noé no tiene idea de cómo procurarse algo de credibilidad. Las alucinaciones y visiones del futuro que sufre el protagonista rayan en la parodia, y un ecologismo fanático, que espera que nos lamentemos por la muerte de un animal y que no juzguemos a Noé por asesinar a tres hombres (uno de ellos, herido y desarmado), nos expulsa rápidamente del mundo de los personajes. A medida que el relato avanza, uno de los pocos punto de interés que se mantienen intactos es, justamente, la locura del personaje interpretado por Russell Crowe, que se insinuaba al comienzo disfrazada por un discurso nihilista aprendido y recitado casi automáticamente pero que ahora, con cada nueva escena, se agota y deja a la vista la crueldad y precariedad mental de Noé. Por eso es que la secuencia final del arca, claustrofóbica y torpe, que construye el suspenso a los tumbos, a pesar de todo resulta atractiva: el protagonista se convierte en un tirano que decide sobre la vida de los otros, capaz de decretar la muerte sobre cualquiera amparado en una supuesta misión divina. Esa es la parte más física de la película: después de todos los animales en CGI, de todos los humanos de la ciudad observados desde lejos y que nunca llegan a ser criaturas de carne y hueso, de todos los gigantes de piedra que se mueven robóticamente (como si fueran una especie de Transformes del neolítico), finalmente, la película se atreve a filmar con cuidado algo material, tangible, aunque sea el cuerpo enorme y pesado de un Russell Crowe temible en plan asesino. Fuera de esa secuencia, que debe su encanto más al trabajo actoral de Crowe que a aciertos de la puesta en escena, Noé probablemente no será recordada salvo por el hecho de haber querido contar un relato bíblico pero tomándose licencias que no aportan nada al conjunto (las “ciudades industriales” fundadas por Caín jamás se muestran), y tal vez, por haber tratado de mostrar en clave realista el diluvio universal mientras ensaya un lirismo místico de una grosería difícil de imaginar (los dedos que se tocan por las puntas y brillan, como en E.T. el extraterrestre), sobre todo viniendo del mismo director de El luchador, hasta la fecha su mejor película por lejos.
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¿De cuántas formas puede llevarse a la pantalla un hecho bíblico? Solemos tomar las historias de la biblia como algo dado. Se han retomado tantas veces, simplificándose a su mínima expresión, y si no somos estudiosos de la cuestión tenemos en la cabeza trazos muy gruesos. Esto vale tanto para la vida de Jesús como en el caso de Noé y su arca. Y digo esto porque el último film de Darren Aronofsky tiene algo de la osadía que tuvo el acercamiento que Mel Gibson hizo con “La pasión”. No se trata de una puesta tan gráfica y literal; Aronofsky se ve más seducido por lo alegórico y onírico –lo que explica algunas de las libertades que se toma respecto del texto original- pero el relato está trabajado con suma seriedad. Cabría preguntarse si con demasiada. El elenco, soñado, tiene a Russell Crowe como Noé, una Jennifer Connelly que se luce mucho y aportes de lujo de Anthony Hopkins, Ray Winstone, Logan Lerman y Emma Watson. Los dos jóvenes actores -superestrellas para su corta edad- vienen de compartir cartel en “Las ventajas de ser invisible”, donde los papeles les calzaban perfecto. Personalmente, no los hubiese imaginado atacando tal grado de solemnidad a esta altura de su carrera, y aunque esperé descolocarme o tentarme, ambos son tan buenos que eso no sucedió. Lo concreto es lo siguiente: Aronofsky trae una “Noé” épica, sufrida, lenta y dramática hasta la médula que -una vez más- no es exactamente lo que vende su trailer, pero tiene como aliado al infalible 3D. El formato saca a relucir los paisajes y destaca el elemento onírico del film. Por otro lado, entre tanta solemnidad el director intenta mantener viva la noción de lo que sucede como si fuese un simple cuento. No se trata de quitarle a los diálogos profundidad y simbolismo -un camino evidentemente inquebrantable para la película- sino de reconocer que la síntesis y los esquemas son necesarios a la hora de explicar el mundo. Este Noé es un dedicado padre de familia (un cruce tribal entre cavernícola y chamán) que, por más conectado que esté con la tierra y el cielo y, aunque le haya tocado una misión importante, tiene que contarle a sus hijos el cuentito. Ellos tienen que entender en qué consiste salvar el mundo…y la Creación, y Adán y Eva, y la manzana. A eso iba al comienzo de la crítica: todos sabemos ‘de qué va’ la cuestión, pero muchas veces tenemos una idea general que olvida las particularidades. En esos detalles está la riqueza de estas vivencias y entiendo que, aún en medio de una superproducción, el director busca rescatar algo de ese espíritu (con licencias, ya se dijo también). Pero es todo muy denso, pesado, intenso, y por más que sea loable la intención, es imposible dejar de pensar que el camino pudo haber sido otro. Se estrenó en un feriado, pero si compite con una de terror y con “Betibú”, lo más lógico es que se posicione al tope de la taquilla. Aunque no sea realmente una buena película.
Épicamente Indeciso "Noé" es una película extraña, que quiso combinar el cine mainstream con el independiente y no lo logró, al menos no de una buena manera. Este último film del director Darren Aronofsky ("El cisne negro", "Requiem para un sueño") aborda la historia del personaje bíblico Noé de una forma libre, bastante libre, mostrándonos los grandes desafíos que debió sortear para llevar a cabo la tarea que le encomendó Dios. Entre estos desafíos podemos encontrar problemas familiares relacionados con la envidia, el deber y la adolescencia de los hijos, otro obstáculo que se le presenta tiene que ver con un grupo de nómades que lo enfrenta para poder entrar en el arca y por supuesto, el desafío más grande tiene que ver con los dilemas morales a los que se ve expuesto para cumplir con la profecía del creador del mundo. Hasta ahí el cóctel se presenta muy atractivo pero a la vez complejo, teniendo que mezclar cuestiones filosóficas y religiosas con la acción y aventura de un film pensado como blockbuster hollywoodense. Acá es donde le pifia don Aronofsky. Desde la complejidad de las interrelaciones familiares y los dilemas morales se plantea una trama densa y profunda en contenido, con diálogos complicados que pueden resultar aburridos para el espectador más comercial que decidió ir a verla al cine por la espectacularidad de su trailer y se esperaba algo más cercano a "Robin Hood" que a "Pi". Por otro lado, los efectos visuales son muy dispares, con momentos realmente épicos como la inundación del mundo y otros bastante berretas como los que muestran el Edén y los que dan vida a los gigantes de piedra. El proyecto quiere abarcar tantos temas distintos que se queda a mitad de camino con la mayoría, sobre todo con el principal, el religioso. Algunos críticos lo alaban por su interpretación de la historia de Noé, pero la verdad es que yo no vi que se jugara para nada en su exposición. Por momentos se ponía muy creativo y hasta desafiante con lo que se cree de la historia del personaje y en otros momentos volvía a ser bastante conservador y correcto, como queriendo equilibrar la cuestión. Trascendió durante su promoción a nivel mundial que Aronofsky no estaba para nada contento con la edición final del estudio y algunas imposiciones que le hicieron respecto del film. Admiro bastante al director y me gustaría pensar que el pobre resultado haya sido producto de la intervención de gente que sabe más de números que de cine. Ojalá así sea y se redima con su próximo proyecto. Amén.
Diluvio, obsesiones y deseos Noé emerge con la imagen de Russell Crowe a la cabeza y bajo la manga de ese polémico director llamado Darren Aronofsky, encargado de imprimirle su sello a un relato bíblico, con todo lo que ello puede implicar. El realizador de Pi: Faith in Chaos, Black Swan y aquella durísima y excesiva obra de culto titulada Requiem for a Dream, entre otras, ha sabido ganarse acérrimos defensores y también detractores a lo largo de su carrera. Su cine no tiene medias tintas, divide aguas. Y este tipo de narraciones no escapa a la excepción, puesto que puede generar controversia dependiendo de qué lado se encuentre el espectador en cuanto a creencias y modos de ver los acontecimientos. Aronofsky, para muchos visionario, para otros un provocador, se toma sus libertades a la hora de representar en la gran pantalla la historia del Arca. Más allá de las opiniones diversas que pueda suscitar, resulta como mínimo cautivante observar con cautela y curiosidad la plasmación de los hechos desde la mirada del creador de The Fountain; el nacido en Brooklyn no se ata ni se encierra en lo literal y se anima, una vez más, a abrirle las puertas al debate. Para ello cuenta con un Russell Crowe de gran interpretación, con una conducta obsesiva y tenaz, encarnando a un Noé que muta y se enceguece con su cometido. También, con autonomía, le da vida a unos rocosos seres denominados Los Vigilantes y juega, favorecido por una estética más que sugerente, a brindarnos una serie de pasajes oníricos. Tampoco le tiembla el pulso al momento de añadirle una cuota de salvajismo y de crudeza a algunas que otras secuencias. El film, casi apocalíptico y con una inspección crítica hacia la conducta y la naturaleza humana, tiene sus intermitencias y declives. Si bien mayoritariamente la proyección se percibe interesante y hasta con buenas dosis de tensión, las más de dos horas de metraje le restan algunos puntos en lo que concierne a fuerza de enlace. El director nos libra de la armonía y se inclina hacia un espectáculo visual con instancias o tintes de cine pochoclero, y a la vez le agrega oscuridad a muchos de sus personajes, los mismos que motivados por sus deseos cultivan lenta e interiormente un espíritu rebelde. Noé es atrayente de antemano, desde el vamos, por tratarse de un texto sagrado, con todo lo que ello conlleva, y por la particularidad con la que un realizador controversial como Aronofsky pueda volcar su perspectiva, su panorama y su siempre especial estilo. LO MEJOR: propuesta jugada. Buenas actuaciones, principalmente de Crowe. Gran puesta en escena. Se presta a debates. LO PEOR: se hace algo extensa. Le sobran algunos minutos. PUNTAJE: 6,5
Pasado por agua Con el estreno de Noé, el director Darren Aronofsky navega (para usar un término acorde) por primera vez en las aguas de una superproducción que tuvo un costo de más de 130 millones de dólares (casi un palo verde por cada minuto proyectado). La cinta sigue el camino de dos carriles que tienen sus películas anteriores como El cisne Negro y Réquiem para un sueño, porque se trata de una realización basada en el personaje bíblico, que ahonda por momentos en las oscuridades del mismo con muchísimas licencias artísticas, y que tiene una estética extraña en la que se mezclan varios estilos. Todo el mundo conoce la cuestión de fondo: el mundo está lleno de pecadores, y Dios decide castigar a la humanidad tapándolo todo con agua. Pero debe haber una salvación posible, alguien que encuentre la redención a través de una tarea heroica como la de salvar a las especies en un arca gigante. Y para eso, nadie mejor que Russel Crowe. Habría que preguntarle a Aronofsky si con algunas de las secuencias que abundan en efectos especiales tomó la decisión de hacerlas toscas a propósito. Noé, en ese aspecto, provoca la rara sensación de hacerle sentir al espectador que por momentos se encuentra ante una obra maestra y por momentos frente a un cambalache cercano a las ya antiguas imágenes de MTV. Cuando la película se mete con las contradicciones de los protagonistas, con la crudeza del mundo antediluviano y con el proceso que desemboca en la finalización del arca, la historia parece andar sobre rieles. Y parece que está a punto descarrillar con varias escenas digitalizadas, cuando peca de poética o tiende a la moraleja ecologista. Sin dudas uno de los principales aciertos estuvo en la elección del elenco, punto en el que no se anduvo con vueltas: además del mencionado Crowe, le dan fuerza a la historia Jennifer Connely (esposa de Noé), Emma Watson (una chica abandonada que vive con ellos) y Anthony Hopkins interpretando al anciano Matusalén. Con algunas vueltas de tuerca, una gran libertad para aggiornar el relato en función de lo que se pide por estas épocas y algunas escenas fallidas, Noé no deja de ser una opción interesante para acercarse a una sala de cine.
No hay lectura literal de la biblia, es todo interpretación, la colección de folklore mitológico fue escrito así y conservó durante su continua reescritura a través de los años el tono convenientemente ambiguo lo cual revela su carácter de “cadaver exquisito” milenario. Esta es la mejor noticia que puede tener un director/guionista a la hora de adaptar una historia y como plus en esta tampoco se pagan derechos de autor. Los religiosos acusaron al film de promover valores anti cristianos, pero el Génesis -sabemos- menciona a los hijos de Noé, pero casi no hay referencia a su esposa, sin una mujer no hay conflicto familiar habrá pensado Aronosfsky, ni rol estereotipado habrán pensado en el estudio, la sensibilidad femenina que busca hacer entrar en razón a un Noé que en nuestra era hubiese sido un talibán auto-bomba. El drama humano se desarrolla en un contexto de fantasía para contar una parábola de como la humanidad debe actuar, por ende el film necesitaba un malo y allí entra el guionista y reescribe la historia incorporando a Caín y sus seguidores. Caín se vuelve la voz de la razón, la voz quizás del director, la voz que no está en el viejo testamento. Transformando decisiones divinas en decisiones humanas. El absurdo del escrito sagrado da lugar para los vigilantes, ángeles caídos en desgracia que recuerdan a Bárbol de Lord Of The Rings. La quintaesencia del experimento social: Dios te ordena que salves al mundo, pero si en el proceso pierdes tu alma, lo harías?. Que clase de persona salva al reino animal y su familia y deja ahogarse al resto de la humanidad?. Cuando Noé ve que sus propios hijos son “impuros” tal vez se da cuenta que el bien y el mal no juegan separados, más bien conviven en todos y cada uno de los humanos junto con el libre albedrío (que descubrirá luego, cuchillo en mano) y eso no es otra cosa que la prueba que no necesitamos Dios, lo somos.
Epopeya atípica Tuve mis dudas cuando Darren Aronofsky surgió como el encargado de llevar este proyecto a la pantalla grande, porque no es el tipo de director que hace una película épica por encargo, sino todo lo contrario; es un cineasta sensiblemente comprometido con el estilo y el mensaje de sus filmes. Mi escepticismo duró poco, quizás los 15 o 20 minutos que me llevó darme cuenta de que, llamativamente en esta industria, a Darren los productores no han podido modificarle el gusto. Noah no es una película épica comercial, sino otra pieza oscura y siniestra de un director que no se cansa de explorar la naturaleza humana con una profundidad inaudita. ¿Qué mejor que el antiguo testamento como fuente de inspiración? La huella del director está intacta, tanto en lo técnico como en lo narrativo. La edición es, por sobre todas las cosas, lo que sin dudas define a un filme de Aranofsky visualmente; esas secuencias de imágenes rápidas y superpuestas de alto impacto sensorial en el espectador. Hay, entre todas ellas, una secuencia de la creación del universo que sinceramente lo deja a uno con la boca abierta de comienzo a fin. En cuanto a lo narrativo, Noah es una película con un mensaje violento y poco esperanzador, cuyo epicentro argumental radica en la oscura naturaleza humana. Lo escatológico, si bien está presente en todo momento, es más bien circunstancial y atmosférico. La historia se enfoca en cómo su protagonista interpreta la voluntad del creador, y no tanto en el creador en sí, lo que me ha parecido fascinante. Los diálogos de la película son sustanciosos y contundentes, como parte integral de un guion muy bien pensado. Noah no es la epopeya bíblica que quizás los religiosos estaban esperando, sino más bien una adaptación con muchísimos grados de libertad. Es una película íntimamente comprometida con la esencia humana desde la misma creación, cuyo mensaje es tal vez sombrío, pero realista. Es una película difícil de recomendar, que seguramente con el tiempo será más valorada por el público. El arca de Noé es una historia que despierta pasiones en mesa, pero el cine de Aronofsky no es para todo el mundo. Quienes disfruten de Aronofsky y no tengan paradigmas religiosos inflexibles, van a saber apreciar Noah.