Mundo Marino Océanos (Oceans, 2010) es una suerte de continuación de su antecesor La tierra (Earth, 2009), en el cual los recorridos de las cámaras por los diferentes espacios geográficos rebelaba un mundo animal con sus propias reglas, limitaciones y posibilidades. En esta oportunidad, los directores Jaques Perrin y Jacques Cluzaud, sumergirán las cámaras en la inmensidad de los océanos. Y como si esto no diera suficiente muestra de la conciencia ambientalista de Disney, las imágenes también tomarán partido sobre los peligros que corren las especies marinas, señalando al hombre como principal culpable de dichos daños. La voz en off que guía el film es la de un abuelo que responde a su nieto la pregunta que despierta su interés y por supuesto la del film: ¿qué es el océano? Por tanto la película se abre con la mirada del niño puesta en esta gran incógnita y desde allí el film nos sumerge literalmente en las aguas marinas. El espectador no podrá más que admirar y sorprenderse con cada una de las escenas. Las ballenas, las focas, los delfines y demás animales son captados en su hábitat natural; y su conducta (que cinematográficamente se convierte en significativos gestos, movimientos y miradas), parece por momentos una puesta en escena de un film de ficción más que de un documental. Esta idea ya aparecía en La tierra y sigue logrando la misma eficacia que en aquella película. No deja de despertar ternura cuando se lo propone o bien rechazo hacia las conductas salvajes que en el mundo humano son condenables: la conocida ley de la selva. A medida que avanza el recorrido por el mundo oceánico también se avanza en rareza de especies. Algunos peces parecen verdaderos engendros marinos y otros despliegan una belleza de colores y formas digna de ser admirada. El acercamiento extremo con cámaras al mundo animal nos conduce irremediablemente a establecer comparaciones con los documentales del Discovery Chanel o Animal Planet que la mayoría de nosotros ya conocemos. Sin embargo, en Océanos hay una rigurosidad y un planteo cinematográfico que no tienen aquellos y que por tanto la alejan del registro televisivo. Por otra parte, en su afán por promover al film a este lugar diferente surge esta intención moralizante respecto del hombre y su maltrato a los animales. Esta idea se concreta con el recorrido del abuelo y el niño por un museo de especies extinguidas y por otro lado, se muestran los buques pesqueros en plena matanza de los grandes peces que minutos antes nadaban libres por el mar. Sería engañoso no mencionar al posible espectador de este film que la hora y media de duración puede resultar un poco larga y por momentos soporífera, a lo cual el color azul predominante colabora bastante. Teniendo en cuenta dicha mención este documental merece considerarse porque su realización resulta tan majestuosa como aquello que se desea mostrar y esto le aporta un interés extra.
Jacques Perrin es un conocido actor francés que en los últimos años se rebeló como uno uno de los mejores directores que trabajan en el género documental con peliculones increíbles como Microcosmos y Tocando el cielo, que tuvieron las suerte de pasar por las salas argentinas. Perrin nos sumergió en el mundo de los insectos y luego las aves con una intimidad que no había logrado el cine hasta entonces y este año creo que presenta su trabajo más ambicioso. Océanos es un documental bastante especial del sello Disney Nature, donde el director francés abordó el género desde una óptica distinta. El film es una experiencia para sentir. Lo que vas a vivir con este estreno sólo lo podés conseguir en una pantalla grande de cine y es imposible de recrear en tu hogar por más grande que sea el televisor que tengas o el sistema de sonido con el que cuentes. La película es un fantástico paseo por todos los océanos del planeta con la particularidad que vas a vivir y sentir el mundo de las especies marinas como nunca lo hicistes con anterioridad. Este es un filme especial de Perrin por dos motivos. En primer lugar lo hizo pensando en los chicos. De hecho, la historia arranca con un pibe que quiere saber qué son los océanos. Ese es el puntapié inicial del viaje. En la actualidad tenemos canales de televisión que emiten 24 horas documentales sobre estos temas. Sin embargo a diferencia de sus trabajos anteriores a Jacques no le interesó darle a los chicos una lección de biología, donde les llenara la cabeza de infomación, su intención fue que vivieran el mundo marino como nunca lo experimentaron en una película. La información técnica creo que se puede conseguir en otro lado. Ahí es donde entra en juego el talento de este maestro. Océanos recorre 50 países (incluido Argentina) y captura también las riquezas de los mares y las especies marinas como si la cámara fuera un ser vivo más que pertenece a ese ambiente. Muchos momentos espectaculares que a lo mejor duran segundos, como las secuencias de las ballenas, llevaron meses de planificación. Por supuesto, el film hace hincapié también en los desastres que el hombre genera con la pesca ilegal y la contaminación. Sólo hay una escena, bastante dura de ver, donde el director recrea las masacres que los pescadores hacen con los tiburones. Todo eso se hizo con animación computada pero es tan real que mucha gente piensa que toda la película es igual. Pobre Perrin con su equipo estuvieron cuatro años laburando en este ambicioso film y la gente después cree que todo son efectos especiales. Me pareció genial la manera en que se trabajó el mensaje ecológico. En lugar de llenarle la cabeza a la gente con lo mal que están las cosas y más mensajes apocalípticos, el director trabajó su mensaje haciendo hincapié en la belleza de los océanos y las especies que viven en ese ambiente. Es como que Perrín expresa “esto es por lo que vale la pena pelear y cuidar”. Esto es por lo que vale la pena comprometerse, esto es por lo que vale la pena hacer algo para detener el daño que generamos en los mares y océanos como humanos. De regreso en las casas o las aulas después se puede profundizar sobre las cuestiones técnicas de las especies, pero esa no es la intención del film. Como mencioné antes Océanos se hizo para sentir. La única crítica negativa que tengo con este estreno, pero no va afectar mi calificación, ya que no tiene que ver con el laburo del director, es que a la versión para el continente americano Disney le corto 20 minutos. En Europa la van a ver completa y es una pena porque la película es tan grossa y está tan bien realizada que genera intriga el material que quedó afuera. Más allá de eso Océanos es un gran estreno para no dejar pasar en los cines.
Una experiencia hipnótica Tras la apertura con impactantes imágenes del oleaje marino, este peculiar documental lanza una pregunta: ¿Qué es el océano? Se equivoca el espectador si espera que este film responda al interrogante. En cambio, tendrá poco más de 90 minutos de extraordinarias imágenes acuáticas y de infinidad de especies animales que habitan los mares. Información, ninguna. Nunca se menciona un solo nombre de los peces y pájaros bellamente fotografiados, ni se informa cuál es el océano que se está mostrando, ni cuando se pasa sin advertirlo, de uno a otro; tan sólo a la hora de los créditos sabremos que este film de presupuesto varias veces millonario fue realizado en los mares de todos los continentes. Mucho menos espere el público conocer algo sobre corrientes marinas, ni sobre las mareas, o incluso tener alguna muestra de la riquísima flora marítima. No es éste un documental de información, sino que se ha optado por ofrecer una hermosa exhibición visual, acompañada de una sobresaturada banda musical, con el agregado de algunos efectos sonoros, que nada tienen que ver con el silencio del fondo del mar, tan impresionante, tan único. Imágenes que muestran las variadas especies, mostradas de modo que llegan a producir un efecto hipnótico, en tomas que juegan hábilmente con formas, tamaños y colores de las distintas especies ictícolas. Ocasionalmente, una voz irrumpe entre la música, la mayoría de las veces para decir lo obvio, lo visible, como cuando informa que en el mar se producen carreras y competencias, mientras un hábil y ágil montaje imprime velocidad a impactantes tomas de una cacería de peces por parte de las aves desde el aire y de peces mayores desde la profundidad, o se advierte sobre el peligro de la contaminación, mientras se muestra una corriente de plásticos no degradables y un gran pez nada alrededor de un carro de supermercado, anclado en el fondo marino. También se habla de encuentros armoniosos, durante un bello plano en que hombre y tiburón nada juntos a la par, acompasadamente. Es curioso: tanto los afiches de promoción de la película como la gacetilla de prensa abundan en información de la cual el film carece, y no apelan a su mayor valor: la extraordinaria fotografía. Se utilizó un arsenal de equipos técnicos sofisticados para lograr impresionantes tomas de los barcos sacudidos por un feroz océano en medio de la tormenta, o de las masacres de animales que llevan a cabo los pescadores, o las más plácidas, que muestran los desplazamientos de las diversas especies en los distintos mares del mundo, sin ninguna relación orgánica entre sí, pero de una belleza única. De todas maneras, se trata de un film valioso, que merecía tener un guión. Y verlo en momentos en que se está produciendo la mayor catástrofe de contaminación marina causada por el hombre, agrega un plus a la experiencia cinematográfica.
Un espacio de ilimitada libertad Océanos, un viaje fantástico que se distancia del documental convencional "¿Qué es el océano?" La pregunta del chico ante el imponente espectáculo es tan natural en su ingenuidad como dificilísima de responder, tan ilimitada es la riqueza y la diversidad que ofrece el mar, tantas sus caras, tantos los posibles puntos de vista para abordarlo. Perrin y Luzaud eluden la fórmula del texto ilustrado; en lugar de tomar distancia para echar una mirada objetiva, describir el fenómeno desde afuera, y explicarlo, eligen el camino opuesto: invitan a introducirse en el océano, a presenciar la vida tal como se manifiesta en ese espacio de ilimitada libertad, a sentir la sensación de convivir con quienes lo habitan (desde criaturas familiares como ballenas, focas o sardinas hasta seres extraordinarios de todas las formas, tamaños y colores imaginables), conocer su hábitat, sus rutinas, sus modos de supervivencia y hasta los "santuarios" donde ningún equilibrio natural ha sido alterado. Los guías de este viaje fantástico, que no tiene hoja de ruta porque en la inmensidad del mar todos los rumbos son posibles, serán los propios animales marinos. Haber podido resolver la dificultad central -¿cómo acompañar con las cámaras sus veloces desplazamientos?- es uno de los grandes aciertos del equipo multidisciplinario que trabajó años en la concreción del film. Pero la proeza técnica no debe distraer de otros méritos destacables. Uno de ellos reside en la aplicación del lenguaje del cine a este homenaje a la naturaleza. En Océanos caben todos los géneros: hay acción, por supuesto, con veloces persecuciones y ataques fulminantes; suspenso en el peligroso descenso hacia el mar de las tortuguitas recién nacidas; coreografías dignas de un musical en los movimientos de los cardúmenes y la elegante plasticidad de solistas que pueden ser ballenas, mantarrayas o medusas; batallas épicas como la de los cangrejos, un ataque aéreo con las aves precipitándose en picada sobre un banco, cine catástrofe en la impresionante secuencia de la tempestad. Además, los delfines dan clases de surf y las iguanas marinas, así como otros bichos insólitos, aportan un toque de ciencia ficción. El film ahorra palabras (para algunos, quizá demasiado), pero a cambio ofrece imágenes elocuentes: la de un buzo nadando junto a un tiburón, y su contrapartida, el ataque de pescadores a otro escualo, devuelto al agua tras cortarle las aletas. Un changuito de supermercado en el fondo del mar también habla del daño que el hombre inflige a la naturaleza. Al esplendor visual debe sumarse la bella música de Bruno Coulais.
En el reino de Poseidón Con un alto nivel de preciosismo visual y debilidades en lo narrativo, el documental busca generar conciencia acerca de los efectos devastadores de la humanidad sobre el equilibrio natural del planeta. Como ya dijo Homero Simpson en su película, no hay motivo para pagar en el cine lo que en la televisión es gratis. Mucho menos por un documental de animales. O sí, en realidad hay uno, el de siempre: el ritual mismo del cine (eso ya sería suficiente), y la promesa de encontrarse con imágenes que revelen una postal secreta de la naturaleza, mucho más allá de lo visto ya en las clásicas ediciones de La aventura del hombre que todos los lunes Mario Grasso presentaba en los ’80. Justamente es ése el valor agregado que ofertan (más que ofrecer) una serie de trabajos que han decidido probar suerte en la pantalla grande a partir del Oscar al Mejor Documental obtenido en 2006 por la francesa La marcha de los pingüinos. Pero no es mucho más que eso lo que distingue a estos productos de sus parientes catódicos. O al menos es lo que puede decirse de las tres o cuatro súper producciones del género apoyadas por Disney o la BBC, cuyo mayor exponente es La Tierra, estrenada el año pasado, a la que ahora se suma Océanos. Si bien es cierto que todos ellos alcanzan un alto nivel de preciosismo visual, en lo narrativo no consiguen dejar de ser una versión acromegálica de Animal Planet. A partir de un escenario marino, Océanos busca lo mismo que en La Tierra se intentaba de manera integral: generar conciencia acerca de los efectos devastadores de la humanidad sobre el equilibrio natural del planeta, con el lente puesto en las maravillas que esa acción hiere sin remedio en la morada de Poseidón. El intento en sí mismo no es lo criticable, como tampoco lo es (en general) el contenido de Océanos: es loable que un proyecto bregue por la protección de aquello que, amenazado, no tiene defensa. Sin embargo (siempre es incómodo encontrar unos cuantos sin embargos en proyectos con objetivos tan nobles) no se puede dejar pasar por alto la dudosa validez de algunos de los recursos elegidos para conseguir esa toma de conciencia en el espectador. Objeciones que minimizan la virtud innegable de su despliegue visual. La película abre con una iguana nadando en el mar como un Godzilla en miniatura y ése, entre otros, es un hallazgo simpático que revela hasta qué punto la naturaleza ha inspirado al cine. Pero el obstáculo más notorio de Océanos es el concepto sobre el que se ha construido, el intento de regir la narración con los mismos elementos ya devastados por la tele. ¿Cuántas veces más un director de documentales probará conmover con la clásica escena de las crías de tortuga que, devoradas por las gaviotas, nunca llegan al mar? Todavía menos necesaria es la escena en que un tiburón, mutilado por quienes codician sus famosos cartílagos pero aun con vida, se hunde en el agua como un tronco para acabar desangrado en el lecho marino. La pregunta duplicada vuelve a ser ¿por qué?: por qué tanto desprecio del hombre por la naturaleza pero, también, por qué tanta saña del realizador con el público. Sin dudas el documental es uno de los géneros más complejos y difíciles de realizar, sobre todo por su esencial pretensión de ser espejo fiel de la realidad. O, al menos, tan fiel como puede serlo cualquier construcción de la expresión humana, naturalmente tendenciosa. Desde ahí, nadie puede negar que la realidad es tanto más cruel que apenas ese único tiburón en medio de un holocausto marino y que sin dudas hay escenarios mucho más aberrantes que ése. Tan cierto como que Werner Herzog no necesitó más que su talento para presentar sus dilemas ecológico-existenciales en Encuentros en el fin del mundo (2007), con un lujo visual que nada le envidia a Océanos. A la que, por otra parte, no se le deben restar sus méritos como hipnótico retrato de la vida allá en el elemento mismo que la vio surgir, hace ya millones de años.
Tocando el cielo, desde lo profundo del mar Muchos se acordarán de Jacques Perrin como la versión adulta de Totó en Cinema Paraiso o el adulto Pierre de Los Coristas, pero más allá del intérprete versátil que ha demostrado ser a lo largo de sus 50 años de carrera, Perrin se ha consolidado como uno de los productores más eficientes del cine francés (desde Z hasta Estado de Sitio, ambas de Costa-Gavras), y ha logrado sorprender como un visionario documentalista ambiental / ecológico. Varios críticos han caído en la trampa de clasificar Océanos, como un producto impersonal de Discovery Channel y Disney, en la rama de La Tierra. Incluso, yo mismo he creído esto, por lo cual desistí de ir a verla a en la función para la prensa (por favor, está el mundial). Grave error. Océanos, a diferencia de los documentales hechos por canales geográficos (llámese Discovery o National Geographic) no nos presenta familia de animales siendo documentados durante un año (en realidad son varios, pero ficcionalizan el relato) con imágenes “tiernas” para que los chicos puedan sentir empatía por dichos animalitos. El precepto de estar doblada al español puede ser engañoso. Si bien el propósito de Perrin y su co director, Cluzaud, es claramente concientizador y didáctico, el tratamiento narrativo y visual es realmente demasiado impactante, y realista para ser exhibido por menores que sean impresionables. Y está bien que así sea. No se debería ficcionalizar la naturaleza. Demasiado mano mete el hombre sin la cámara para tener que armar un argumento humano y familiar alrededor de la fauna marina. Perrin, aprendió de una de sus producciones, la mítica Microcosmos de la dupla Nuridsany – Pérennou a observar la naturaleza, lo más cerca posible a través de una excepcional fotografía, paciencia y excelente uso de lentes y microcámaras, pero no interceder en la vida animal. A penas, quizás, en el montaje, usar algunos efectos de animación y computarizados, para atar algunos cabos narrativos. De esta manera efectuó la maravillosa Tocando el Cielo, donde sus ojos se posaban en las migraciones de las aves de todo el mundo, con un despliegue visual, de innagotable belleza. En Océanos redobla la apuesta. No hay una historia, apenas un relato en off del propio Perrin (que más tarde se justifica con la presencia de su nieto, y de él mismo en un museo contemplando animales embalsamados), que tiene una función más bien poética / reflexiva, que una explicación obvia y soza sobre el comportamiento animal. Es verdad, que si no hubiese puesto una sola voz humana, la película serían deleitantes imágenes puras, pero tampoco molesta demasiado, ni siquiera el hecho de ser doblado. No se nombra en algún momento que especie estamos viendo en pantalla, ni hay entrevistas aburridas a oceanógrafos o biólogos, zoólogos, o algún científico parecido. Los protagonistas son netamente las criaturas de los océanos en todo su esplendor y belleza. Podría durar más o menos, pero nunca cansa. ¿La razón? Porque no se trata de una película, sino de un viaje por todo el mundo, acompañado por una épica banda sonora a cargo de Bruno Coulais, realmente emocionante y penetrante. Los coros, los trombones: cada instrumento eleva la magnitud de las imágenes. Se trata de un espectáculo digno de ser admirado en pantalla gigante. No se trata solamente de seguir los pasos de Jacques Cousteau (ambos directores inclusive comparten nombre de pila con el innovador del género). La primera parte es contemplación pura. Es meterse en un microsubmarino y recorrer, conocer, admirar los misterios acuáticos. Admito que creía que mis conocimientos en fauna marina eran amplios, pero esta película me dejó con la boca abierta. Hay hermosos especímenes que nunca vi en mi vida… y ahora desearía conocer en persona. No hay violencia, pero sí se puede ver con detalle como el pez grande se come al pez chico. Ni en los noticieros argentinos vemos estos símbolos políticos exhibidos con tanta libertad. La segunda parte, es la reflexión. Ahí empiezan a aparecer japoneses cazando tiburones (supuestamente estas escenas son falsas y recreadas en la post producción. Si es así aplaudo a los ingenieros porque me comí el truco), buzos nadando como si nada a la par de los cetáceos. La película no solamente apuesta por encontrar el equilibrio ecológico y respetar a las especies, sino a mostrar que se puede convivir sin peligro alguno con estos gigantes de los océanos, e inclusive con el “monstruo” de la película de Spielberg. Son todos prejuicios insanos. Pero si mantenemos este razonamiento peyorativo e hipócrita con el vecino de al lado, como vamos a poder convivir con estos seres prehistóricos, a los que les tememos tanto como al vecino (y sino creen que la naturaleza puede ser cruel, incluso con los fanáticos de los animales, recuerden lo que pasó con Steve Irwin). La película fue criticada por la misma insensatez de siempre: narrativamente tiene un guión fluctuoso, es demasiado didáctica, etc. Pero, lo repito Perrin no quiere hacer un documental sino compartir una visión emocionante, con el espectador. Ir más allá de Mundo Marino. Por que no solamente es un espectáculo cinematográfico, sino que es un ballet, un concierto acerca de la vida y la muerte, de manera más salvaje, verosímil y real que pueda haber sido filmada jamás. Desde Alaska hasta la Antártida, Perrin y Cluzaud, finalmente logran no solo cumplir con los preceptos instaurados por Cousteau, ir más allá de la baranda del “Calypso”, sino que además, siguen los pasos del primer observador cinematográfico que hubo de la naturaleza y su relación más básica con el hombre, Robert J. Flaherty (Nanuk el Esquimal) Pienso que la importancia de un film como Océanos en la cartelera porteña, reside en la sensación me que dejó al salir de la sala. A pesar de cierto mareo (no sé si fueron las olas que “salen” de la pantalla o un inminente resfrío), lo que realmente me enfermó fue el furor adolescente provocado por vampiros y hombres lobo de cartón. Sí, antes que codearme con las fanáticas de la saga Crepúsculo, prefiero nadar entre tiburones. Son más silenciosos y menos peligrosos.
Abordando el reino animal submarino como pocas veces lo ha hecho antes el cine, Océanos combina documental con toques de recreación ficcionada para ofrecer una obra con un poderoso y conmovedor mensaje ecológico. Con realizadores y producción diferentes, resulta complementario a Terra, el otro gran documental presentado el año pasado por Disney Nature y, condensando largos años de elaboración en mares de los cinco continentes, se trata del film en su género más caro de la historia de Europa y quizás del planeta. A propósito de planeta y de dinero, da la sensación que está justificado cada centavo puesto en su realización, la segunda como director del reconocido intérprete francés Jacques Perrin, ahora dedicado a la manufactura de este tipo de propuestas junto a Jacques Cluzaud, el verdadero cerebro de esta proeza audiovisual. Aquí ambos elaboran un verdadero y deslumbrante redescubrimiento de la vida acuática, con la breve participación de Perrin como un abuelo que contempla junto a su nieto museos y acuarios que conservan numerosas especies desaparecidas por la acción del hombre o a punto de extinguirse. También estrujan el alma las mutilaciones y matanzas de tiburones, delfines y ballenas, y los fuertes párrafos sobre la contaminación; pero aún así, y con más silencios que palabras, Océanos apuesta a la esperanza antes que al vaticinio apocalíptico.
La magia del documental En el amplio y profundo azul del mar habitan criaturas inimaginables y las cámaras de los realizadores franceses Jacques Perrin y Jacques Cluzaud captan ese universo como nadie antes lo hizo. Apoyados por la última tecnología, los directores cuentan una historia cuyos protagonistas son deflines, lobos marinos, tortugas y tiburones. La riqueza de las imágenes y el mensaje aleccionador sobre el cuidado del planeta y las especies son el plato fuerte de este documental ideal para disfrutar en familia. Lo que para otros cineastas e investigadores parecía imposible, esta dupla lo hace real y lo transmite con emoción a la platea.
Un mar de lágrimas Océanos es un documental y quiere documentar algo. Se nos muestran los mares, la variedad de formas de vida que albergan (¡albergan!), la majestuosidad de ballenas saltando con música clásica y la violencia de las olas que pueden destrozar un barco, para que con temor y temblor sintamos eso que hay de sagrado en una vida que nos precede por miles de años. Está bien. Hace de marco para la película el relato de un abuelo-voz en off al nietecito rubio, que aprende con asombro (y el nietecito rubio seríamos nosotros, absorbiendo sabiduría). Toda la marejada de imágenes juguetonas (animales en poses tiernas, delfines haciendo travesuras), violentas (tormenta con barcos, lucha entre cangrejo y bicho rarísimo que lo hace pedazos), impresionantes (matanza de delfines y ballenas) y toda la lista de adjetivos larguísima que podría inventarse, se va por un embudo hacia el mensaje, clarito como el agua, que la película quiere dejarnos. Hay que cuidar los mares, hay especies extinguidas, nuestra vida en la tierra depende de la vida en el mar, seamos responsables. Punto. No se dice muy bien en qué consiste ese cuidar ni en qué consistiría esa responsabilidad (en una de esas no tirar detergente ni botellitas de Seven-up al río). No creo en ninguna ecología que no reponga relaciones políticas y que derive en la responsabilidad individual (el granito de arena) la salvación del mundo sin decir quiénes arruinan, cómo contaminan, qué países y qué legislaciones permiten esa contaminación, qué sistema económico necesita destruirlo todo para seguir creando, seguir creando qué. La ecología separada de la economía es como la moral abstracta: hay que ser buenos. El mismo grado de inutilidad, de bonachonería. Acá se pretende que el mundo se salva a golpes de belleza: qué lindo es el mar, cómo lo vamos a arruinar, mejor no lo arruinemos. Pero como se sabe, entre la intención más o menos explícita de una película y lo que las imágenes pueden hacer en los ojos del que mira, hay una distancia que se mide en muchas millas marinas. A bordo de la recepción se puede dar la vuelta al mundo, y la mar en coche (ejem, perdón). Por eso, Océanos me encantó, y lloré como hace mucho tiempo que no lloraba con una película (ni siquiera Toy story). Mares de lágrimas. Más allá del discurso, de la enseñanza del abuelo al nieto, o por el borde, hay algo que se derrama. Océanos trata sobre el agua. El agua es muda. Para una humanidad perfeccionada (y alimentada) que pudiera entender la materia, bastaría con que una película ponga sus micrófonos al servicio de captar los mínimos ruiditos de las patas de los animales caminando por el fondo arenoso, o del agua chocando contra las piedras. La lección no pasa por lo que nos digan, sino por lo que se nos da a experimentar. Porque en el agua no queda otra que ser otro. Para eso sirve ver a los habitantes de ese medio tan diferente al nuestro, con su manera particular de moverse, con las posibilidades impensadas de la vida en un medio distinto, que siempre nos expulsa, aunque por un ratito se nos deje estar (no tengo aire). Hace siglos que los seres humanos –por suerte- imaginan otras vidas, y el cine es un medio poderosísimo para ensanchar nuestra experiencia, ese ensanchar de la mirada que se estira, a veces tan doloroso (medio: no tanto el martillo para clavar el clavo, sino lugar adonde estar). El agua también. Hace más de diez años, cuando cursé Griego, el profesor nos enseñó una cosa o dos sobre un poeta que se llamaba Píndaro. Lo único que me acuerdo de Píndaro es un verso, que nunca supe por qué retenía pero que varios años después –en el medio me hice buzo- cae como una pieza en su lugar, y (¡qué alegría cuando pasa eso!) produce sentido. “Lo mejor es el agua”. Así empieza la primera de las Olímpicas de Píndaro. El profesor nos explicaba, me acuerdo, que hay múltiples hipótesis con respecto a ese comienzo, tan críptico, de un poema que después se va para otro lado. Mmm. Si fuera la que soy ahora y estuviera de nuevo en esa clase, levantaría la mano y le diría al profesor si quiere saber qué quiso decir Píndaro vaya y tírese en una pileta, en vez de pensar tanto. ¡Sáquese los zapatos! Claro que no funcionan así las cosas, pero qué lindo sería. Que exista una cosa transparente, que adopta la forma del recipiente que la contiene, que es imposible de agarrar de ningún modo pero que nos sostiene, y es de una suavidad imposible de verificar con segundas caricias, no necesita justificación. Lo mejor es el agua. El agua es el lugar en el que la naturaleza se desnaturaliza a sí misma (sí, desnaturaliza, esa palabra que nos gusta usar para decir que se revela como tal la ideología), mostrando su variedad, su arbitrariedad, y cómo las formas que nos parecen fijas a fuerza de costumbre se revelan como ocurrencias casi azarosas de las que existen versiones similares y desconocidas (ah, ¿entonces nosotros, qué somos?). Y las personas, que somos parte de la naturaleza cuando no nos queda otra, en el agua no tenemos opción: o somos animales o somos animales, que tratan de adaptar sus manos con ese montoncito de dedos inútiles a la utilidad de una paleta. Pero también, en esa circulación distinta que permite el agua, se trata de una cuestión (meta) física. No quiero ni decir las dos palabras porque me niego a que sean distintas. Aprender a moverse de otra manera es aprender a pensar de otra manera, y para eso hay que cambiar de medio: tenemos que aprender a pensar con los pies. Para todo lo expuesto, Océanos hace lo que tiene que hacer: pone la cámara ahí, adonde no podemos ver, y con suerte se calla. Lo mejor es el agua, y el cine también (Píndaro no podía saberlo). Si por una vez las dos cosas se juntan, yo les digo que vayan.
Azul Como un nuevo intento de exhibir las bellezas del Planeta Tierra y buscando generar conciencia ecológica en la gente, el documental de Jacques Perrin y Jacques Cluzaud llamado Océanos presenta impactantes imágenes de las diferentes especies que conviven dentro de la gran masa acuática de nuestro mundo. Este film nos lleva a un viaje a través de los cinco océanos del planeta, para descubrir lo que nunca antes se ha visto, a través de los ojos de las criaturas que viven en él, y conocer las historias que conectan su mundo al nuestro. La exhibición del mundo acuático se presenta de una forma inmediata, concreta e impactante, con imágenes que resultan increíbles por la cercanía en la cual fueron realizadas, mostrando la gran tarea de construcción de esta cinta. La película se caracteriza por contener pocas palabras de la “típica” voz en off que acompaña a los documentales naturalistas, intenta que el espectador comprenda el objetivo del film mediante las imágenes, las cuales se encuentran tan brillantemente realizadas que el trabajo logra alcanzar su misión. El espectador no puede hacer más que rendirse ante tanta espectacularidad visual, la cual es lograda por una sobresaliente fotografía y una admirable labor de cámaras. A la destacadísima tarea visual, se le suma el mensaje ecologista, muy necesario por estos tiempos, que a algún espectador le resultará molesto o agobiante, pero en esta época donde el ser humano no parece darse cuenta de la realidad en que vive el Planeta, el cual se encuentra en una situación compleja, resulta oportuno intentar despertar esa conciencia naturalista que se necesita para poder aspirar a cambiar la realidad que nos toca vivir. Que en pocos años será peor aún. Volviendo al film, quizás la principal falencia que la falta de un hilo conductor, un orden preciso y coherente, ya que en varias oportunidades resulta fragmentado, reiterativo y sin una organización lógica. A pesar de esta falla, Océanos impacta por su contenido visual, el cual es tan potente que logra superar cualquier error guional. Se espera que a los espectadores les llegue el mensaje ecologista que transmiten esas admirables imágenes, las cuales contienen una belleza aún mayor: la vida del Planeta.
El silencio del mar. 1. Al principio del documental se dice que los océanos y los mares son un misterio, y el mayor mérito de la película es la coherencia frente a ese postulado que los directores consiguen mantener durante la hora y media de duración. Contra cualquier pronóstico posible, Océanos explora y se asombra pero rara vez alecciona, y cuando lo hace, la película se nota forzada, como pulsando cuerdas que no le pertenecen en absoluto. Podría pensarse que la enorme cantidad de tomas subacuáticas y terrestres, que se deleitan maravilladas en la vida marina y sus conflictos, tienen que justificarse desde un lugar ecológico: como si las imágenes no alcanzaran, una película que hable de los océanos necesita además sí o sí elaborar un discurso concientizante sobre la contaminación y la extinción animal. Pero Océanos viene a poner en crisis ese lugar común: la película no está interesada en la explicación o los discursos graves sino en la observación del mundo y sus criaturas, y las pocas irrupciones de la voz en off parecen cumplir a desgana, casi como si se tratara de un trámite, de una obligación molesta, con las dosis mínimas de didactismo que pide el género. 2. Los directores Perrin y Cluzaud pueden elaborar una visión del mundo que contempla un amplio espectro de posibilidades. Si la vida submarina es, como ya se dijo, un misterio, o como dice el narrador, algo inefable, entonces la película no va a tratar de definir a su objeto; en cambio, lo deja ser frente a la cámara y nunca trata de encerrarlo en alguna etiqueta científica o cinematográfica. El resultado es ni más ni menos que la poesía: al no haber una voz en off que intente traducir las imágenes, agotar su riqueza y reducirla a unos pocos lugares comunes (como pasa en la gran mayoría de los documentales con tono didáctico), los planos de animales, plantas y choques de especies se ofrecen opacos. No sabemos el nombre de un pez blanco y negro, no conocemos sus características, su dieta, su relación con otros animales, pero nos maravillamos con sus colores, sus movimientos, sus contactos fugaces pero cargados de tensión con otras criaturas. Algo similar se aprecia cuando un tiburón irrumpe sorpresivamente y caza una foca: las imágenes son de una crudeza impresionante, pero al no haber un discurso que las ubique dentro de un esquema conocido (cadena alimenticia, reglas naturales, etc.) la escena trasluce un nervio puramente cinematográfico, y la escena siguiente, con las focas refugiadas en la costa que observan imperturbables el agua, parecen hablarnos de un drama antiguo, milenario, que se juega más en el terreno de la tragedia que en el de las ciencias naturales. 3. En la propuesta de Océanos, los villanos son los que se resisten al misterio acuático e intentan, a su manera, reducirlo. Son los hombres que pescan especies en extinción, que barren con el suelo marino y arrasan con todo. La película se cuida de hablar de pesca ilegal o de describir a los pescadores. Al contrario, los pocos planos en los que se los muestra, los hombres aparecen borrosos y desdibujados: no importa quiénes son ni qué pescan, sino que no aceptan el secreto del agua, porque en su indeterminabilidad leen significados precisos, como la posibilidad de arrancar del océano recursos preciosos para el comercio terrestre. Es en ese momento cuando la película se arriesga a todo o nada: de un barco pesquero se tira al agua un tiburón vivo con las aletas y la cola cortada, que se desploma, convulso e impotente, hacia el suelo. Otro plano lo muestra todavía vivo, agonizando en el fondo del mar: se agita, abre la boca y le sale sangre por las branquias, todo en un estertor terrible e interminable. Los planos, construidos de manera impecable, generan la duda por la forma en qué se obtuvieron las imágenes: si el tiburón es real y sus heridas también, ¿hasta dónde se habrá llegado para conseguir ese travelling que recorre el cuerpo sufriente del animal? Más allá de ese interrogante, el hecho de que la escena no esté en función de un discurso aleccionador sino de un drama cinematográfico, que se dirime en la pantalla y no en el campo de la enseñanza ecologista, salva a la película de la condena por la obtención y embellecimiento de esas imágenes.
El 13 de julio próximo, el francés Jacques Perrin cumplirá setenta años de una vida consagrada con enorme fervor al cine. Algunos lo recordarán por su actuación en “Z”, el extraordinario film de su amigo Costa-Gavras, que también lo dirigiera en “Crimen en el coche cama”, debut cinematográfico del realizador griego. Otros lo tendrán presente por su aparición en “Cinema Paradiso” en el rol de Salvatore Toto (adulto). Los más memoriosos rescatarán su etapa italiana con films tan famosos como “La muchacha de la valija” (junto a Claudia Cardinale), “Dos hermanos, dos destinos” (con Marcello Mastroianni) y “El desierto de los tártaros”, todas de Valerio Zurlini. El múltiple actor, productor (más de 30 films) y más recientemente director de documentales como el inédito “Le peuple migrateur”, vuelve a este último rol con “Océanos”, junto a su colega Jacques Cluzaud. Se trata de una producción muy costosa al utilizar técnicas de filmación aéreas y sobre todo marinas con sofisticados equipos y cámaras, muchos especialmente creados para esta película. “Océanos” se inicia y cierra con un trío de preguntas: “¿Qué es el mar?, ¿Qué es el océano?, ¿Cómo describirlo?”, que un niño le hace a su auténtico abuelo, el propio Jacques Perrin. Lamentablemente la voz que se escucha no es la de éste, ya que la versión presentada en Argentina es en español y la expresividad de quien hace el doblaje deja mucho que desear. Pero el reparo anterior no se limita a esto ya que el mensaje ecológico sólo llega recién al final de los algo repetitivos y extensos (para un documental) cien minutos de duración. Del lado positivo, lo primero a señalar son las increíbles imágenes submarinas con especies, algunas conocidas como delfines, tiburones, ballenas, pulpos y rayas y otras de peces que habitan las profundidades de los mares y cuyo aspecto exterior hace pensar en animales antediluvianos. A ello se agregan tortugas, cangrejos, medusas, iguanas, focas y numerosos pájaros marinos. El sonido, sobre todo en el fondo del mar, es otro elemento gravitante aunque por momentos parece algo artificial y su utilización puede aparecer algo abusiva. Esa es, al menos, la impresión de este cronista, ya que distrae la atención del valor más singular del documental, que es el visual. Una imagen repetida y dramática es la que se resume en el célebre aforismo: “el pez grande se come al chico”. Delfines y tiburones que se comen a increíbles cardúmenes y verdaderos “vórtices” de pececitos pueden afectar a los espectadores más pequeños. Más patética aún es la escena en que gaviotas, que parecen aviones en picada, atrapan y matan a indefensas tortugas pequeñas. Recuerdan a la película “La familia suricata”, donde otras aves depredadoras hacían algo parecido con los animalitos que dan título a ese film. Quizás hubiese sido conveniente evitar la reiteración de escenas donde mueren tantos animales indefensos. Pese a todo, la película es visualmente muy original y es una pena que recién al final se vean imágenes de mares contaminados con envases de plástico y hasta un carro de supermercado en el fondo del agua! Si el mensaje era la amenaza ecológica y la extinción de especies, llega demasiado tarde en el film y es superado por la realidad reflejada por la prensa en este mismo momento al referirse a la contaminación de petróleo en el sur de la costa norteamericana. En conclusión, esta producción muy exitosa en Francia y otros países europeos, puede verse por sobre todo por el poder de sus imágenes, muchas inéditas.
Si bien estamos acostumbrados a trabajos donde la cámara se coloca en lugares imposibles y la fotografía captura una paleta de colores inusual, el mundo animal es tan sorprendente en formas y en estética que siempre hay algo nuevo por ver. Noticia de último momento: un documental sobre la naturaleza que no utiliza la voz en off para psicoanalizar animales y dar lecciones de vida. Solo esto ya eleva el film por sobre la media. Océanos funciona en oposición a La marcha de los pingüinos o La familia suricata: mientras estos deconstruyen el mundo animal como si fuera el humano, este trabajo de Jacques Perrin y Jacques Cluzaud apuesta sus cámaras alrededor de la fauna marina y se detiene a observarla. En exclusiva. Lo que se ve en Océanos es maravilloso. Si bien ya estamos acostumbrados a este tipo de trabajos, donde la cámara se coloca en lugares imposibles y la fotografía captura una paleta de colores inusual, el mundo animal es tan sorprendente en formas y en estética que siempre hay algo nuevo por ver. Si bien falta cierta organicidad que justifique la sucesión de secuencias, el preciosismo visual alcanza como para que la experiencia de verla en un cine resulte satisfactoria. Ahora -y siempre hay un pero-, pasa algo particular con este tipo de documentales sobre la naturaleza que se han puesto de moda en los últimos años. Por un lado, el género fue tan abordado por la televisión que cuesta encontrar algo nuevo: básicamente este trabajo se justifica por la utilización de la pantalla grande y la precisión de las cámaras; y por otra parte la militancia acerca de políticas ambientales termina convirtiendo a estos documentales en nada más que un agregado, un envoltorio para causas mayores. Si bien decíamos que la voz en off no trataba de psicologizar actitudes animales, derrapa por otro costado: el de la bajada de línea. Océanos, en su última parte, busca cerrar el concepto que había quedado preciso con las imágenes y se repite en el pedido de conciencia al humano que mira. Lo hace demasiado subrayado desde lo oral y, encima, aporta unas imágenes algo cruentas e innecesarias. El problema con esta voz en off es que resulta la mayoría de las veces innecesaria y reiterativa respecto de las imágenes, y sensacionalista en su fase aleccionadora. Entendemos que la concienciación es necesaria, pero no a costa de lastrar un producto artístico. Más cuando Perrin y Cluzaud demuestran gran habilidad para encontrar lo maravilloso ahí, donde surge espontáneamente. La imagen de un tiburón nadando plácidamente junto a un ser humano es mucho más efectiva que esas otras de la masacre que genera el hombre en el mar. Mostrar la belleza de este espacio, azul y profundo, alcanza para que comprendamos la necesidad de conservarlo por sobre todas las cosas.
En los océanos viven millones de especies marinas, de las cuales muchas todavía no se han descubierto y otras que nunca se podrán revelar por la acción del hombre sobre las aguas. Este documental, tal como lo fue "La Tierra" en el 2009, es una experiencia cinematográfica sorprendente, con emoción, belleza y un mensaje muy fuerte.
INUSUAL BELLEZA EN UN DOCUMENTAL La biología marina estudia los seres vivos que habitan los ecosistemas marinos. Los océanos cubren el 71 por ciento de la corteza terrestre, y se estima que sólo se ha investigado, hasta ahora, un 5 por ciento de la vida en los mismos. Jacques Cousteau fue un oficial naval francés, explorador e investigador que estudió el mar y varias formas de vida conocidas en el agua. Reveló la vida submarina a través de más de 115 documentales de televisión y películas para el cine, desde los años 50 en adelante. En este joven siglo 21 y con inusual belleza en este tipo de documentales, otros dos franceses también llamados Jacques, los directores Jacques Perrin y Jacques Cluzaud, utilizaron 4 años de sus vidas para presentar este impecable documental sobre la vida en los océanos, y parecen hacer actuar a muchos de los protagonistas de este distinguido filme, dado que se presencian situaciones que parecen ficcionadas entre los habitantes de la fauna marina, como si los directores les indicaran qué hacer cuando la cámara se enciende. Con inmenso cuidado en la composición de encuadres, ya sea terrestres, aéreos o submarinos, nada parece librado al azar, todo parece recreado para la película: la cruenta pelea del cangrejo que le cuesta la vida; la horda de delfines surcando las olas por arriba y por debajo de la superficie; la desesperada carrera hacia el mar de las pequeñas tortuguitas recién nacidas que son alcanzadas por las gaviotas que se precipitan sobre ellas… La cámara cobra vida al igual que la fauna que retrata: fraterniza con los delfines, bailotea con las ballenas, nada con los atunes, juega con los cardúmenes… Con elementos de registro de alta generación, ya sea cámaras de alta definición especialmente diseñadas para el mundo submarino, hasta mini-helicópteros con cámaras de 35 mm o una grúa con cabeza giro-estabilizada para filmar el mar embravecido al ras de las olas, “Océanos” invita a un mundo (aparentemente) conocido por todo el público a través de cientos de documentales televisivos. Sin embargo, y como dicen sus propios autores, el filme “quiere ser una sinfonía natural donde la diversidad y los colores de la fauna salvaje aparecen en total libertad”. Indudablemente, lo cumple con creces, e invita a ser disfrutado (muchísimo más) en pantalla de cine. Casi finalizando el filme, en la galería de un museo de historia natural, los ojos de cristal de la enorme cantidad de especies marinas extintas, parecen interrogar a un anciano y a un niño (el mismo Perrin con su nieto) que los están mirando. Con un fuerte mensaje ecológico, la película resulta un regocijo para la vista y los oídos, pero también un fuerte alerta sobre la convivencia en paz entre el hombre y la enorme, vasta y bella fauna marina.
EL FIN DE LAS ESPECIES Una película cuya única defensa pasa por la belleza de un pulpo, un festín darwinista que parece una escena bélica en altamar de Pearl Harbor, un “barrio” en el fondo del mar en el que está de moda el mimetismo y unas medusas impetuosas. Después de un majestuoso plano cenital del mar se ve a unos niños y preadolescentes corriendo hacia el mar: “¿Qué es el océano?”, dice el narrador en off, omnipresente pero no siempre parlante, mientras un chico contempla la inmensidad del océano. La respuesta, lógicamente, es la totalidad de la película, un conjunto de registros asombrosos con los que se intenta conjurar una noción utilitarista de la naturaleza (marina). Una iguana emergiendo de las profundidades es la primera criatura visible. ¿Es un buzo por otros medios? En sus ojos, minutos más tarde, se reflejarán las emisiones de un cohete espacial, lo que sugiere una tesis: el cielo aún inexplorado tiene su correlato en las profundidades del mar. Son dos cosmos fascinantes: lo que es arriba es abajo. “Llegará un día que nos habremos hastiado de estas cosechas de imágenes desconocidas”, decía André Bazin sobre El mundo del silencio, de Cousteau, un pionero en el género. Perrin y Cluzaud ofrecen miles de imágenes de la vida en el mar. Casi todas sorprenden: un pulpo anaranjado, las medusas, una mantarraya y miles de criaturas que sólo un biólogo especializado podrá reconocer contradicen la advertencia de Bazin. Un “ejército” de cangrejos rumbo a una batalla es un pasaje admirable, y la secuencia de un navío en altamar luchando por mantenerse a flote resulta misteriosamente poderosa. No hay efectos especiales, y nuestra especie allí parece vulnerable. Océanos no se priva del sermón proteccionista, ni de apelar a la culpa de especie, ni de explicitar empatía con las criaturas marinas antropomorfizándolas. Si bien el darwinismo es la filosofía que develan las imágenes, al final se invita a creer en la reconciliación de las especies y en la armonía universal, algo subrayado por un hombre que se desliza al lado de un tiburón como si se tratara de un camarada ecológico. Océanos habría sido extraordinaria si hubiera prescindido del discurso y de su música (berreta), y hubiera creído enteramente en sus protagonistas sin lenguaje.
Muestra cabal del lenguaje del cine descubriendo a la naturaleza El film comienza con una pregunta de un nieta a su abuelo, "¿Qué es el océano?" esta pregunta, ¿retórica? (en el mal uso del término) es respondida por las imágenes. Nos encontramos directamente frente a un majestuoso espectáculo natural, tan colosal es la riqueza, la variedad, tan poco explorada y por ende tan desconocida. Los realizadores, y posiblemente algunos espectadores salgan disconformes, decidieron narrar casi exclusivamente con las imágenes, hay muy poco texto acompañando lo que se muestra. Se sabe como una verdad insoslayable que una cámara puesta a registrar eventos naturales secciona la realidad, y en algunos casos hasta la podrían modificar, cuando de conductas animales hablamos. Sin embargo las imágenes incitan al cinefilo a dejarse llevar, a introducirse en el mundo acuático, a ser testigos de la vida natural y de la búsqueda de equilibrio, en lugares donde el hombre todavía no pudo alterarlo El lenguaje del cine al servicio de la naturaleza, hasta se podría hablar de una mezcla de géneros realizada por gente que sabe de este lenguaje, acción, suspenso, drama, tragedia. También aprovechan para instalar un discurso, mostrándonos que los verdaderos depredadores de la naturaleza es el animal humano, no todos por supuesto.
Las Maravillas de la Vida En el 2001, los franceses Jacques Perrin y Jacques Cluzaud estrenaron "Tocando el cielo" (Winged migration / Le peuple migrateur), un increible doc sobre el vuelo y la acciones migratorias de las aves por el mundo, y si esa vez nos deslumbraron, ahora redoblaron la apuesta con esta joya sinigual llamada "Océanos". Hoy un documental que llevó 4 años hacerlo, era obvio que precisaba una narración nunca antes vista, es decir una magnífica odisea a través de los océanos del planeta, con imágenes infrecuentes, sencillamente espectaculares, lo cual hace que sea casi de obligada visión en las pantallas grandes de las salas cinematográficas, ya que fué realizada en "Cinemascope", lo cual realza y eleva su disfrute. Lejos a su vez de esos documentales acostumbrados de los canales de tevé específicos sobre naturaleza, con una fotografía sofisticada y acorde a las técnicas y cámaras de registro de hoy día, así conforma una sinfonía de tamaños, formas y colores, donde no hay casi palabras en off, ni datas, tan solo un marco musical adecuado y el descubrir por ejemplo de interminables cantidades de delfines que saltan y juegan en su travesía sobre un atardecer rojizo, o la dimensionalidad increíble de un gigantesco tiburón que pacificamente comparte nado con un buzo y ni que decir de los descubrimientos de un mundo oscuro y profundo en el suelo de los mares, adonde nunca antes llegó el ojo humano. Ver este doc es acrecentar el placer por la vida, de una. Es paladear la estética del cine en su más depurada exploración, es ser partícipe de las maravillas que desconocidamente nos rodean. Por otra parte también el filme se hace difusor de un mensaje ecologista, mostrando la inconsciencia del ser humano que destruye y contamina los ríos que desembocan en los mares. Por eso funciona, en lo didáctico y en lo inherente. Como data digamos que la version que la Cía Disney Nature ha presentado está reducida en minutos, algo así como 20, por lo cual habrá que intentar acceder -en algún momento- a la original francesa.
Los documentales de Jacques Perrin y Jacques Cluzaud (“Microcosmos”, “Mirando el cielo”), apuntan, cada vez, a una mirada nueva sobre el mundo que nos rodea. Ahora le toca el turno a la fauna submarina. Pero, más allá del esplendor visual que lucen estos emprendimientos laboriosos (este llevó 4 largos años), se nota la intención de preservar el equilibrio ecológico y defender el orden natural, castigado por la actitud depredadora del hombre. El film abre con un amanecer soleado sobre ese mar que prodiga barracudas y atunes rojos. Sin darles tregua, leones marinos y delfines irrumpen para darse un suculento banquete. Luego del festín renace la calma, pero todo es tensión y lucha por la supervivencia en ese espacio que tan poco conocemos. La mayoría de las especies marinas están ferozmente amenazadas por el hombre que, implacable, caza, persigue y agota recursos sin la menor culpa. Los habitantes del mar viven en estado de alerta y en perpetua fuga. Se saben condenados. Un testimonio revelador.