ENTRE HOJAS "Film impredecible, alegórico a lo que estamos transitando como humanidad. Mantiene al espectador intrigado. Relata una historia que observamos de reojo, sin profundizar ni involucrarnos lo suficiente... por miedo? egoísmo? Indiferencia? porque nunca nos tocó de cerca? En tal caso, el público es el que experimentará una intensa y desesperante búsqueda junto a la protagonista, en esta excelente y diferente propuesta de la Directora y Guionista Alejandra Marino" Ojos de arena, 2020. Carla y Gustavo están separados desde que ella, psicóloga forense, perdió a su pequeño hijo cuando estaba protegiendo a una joven captada por la trata. Alguien se lo llevó. La foto de una niña perdida pocos días después puede ser una pista y se reúnen para seguirla. Llegan a la casona de Inés y Horacio, padres de la niña. Una vidente ronda por la zona buscando a su nieta secuestrada y desconfía de Horacio. El camino es búsqueda incesante y aunque la verdad sea un espanto, echa luz sobre la esperanza. La directora y co guionista ALEJANDRA MARINO sigue a Carla (Paula Carruega). Su dirección es excelente en todo sentido, con flashbacks, que enfatizan el momento en el que su vida se detuvo. Consiguiendo escenas poéticas, simbólicas y secuencias cuyas connotaciones contienen ricos matices. Delinea su fino estilo, con el manejo de contrastes naturales, formas y colores con el agua, flores y hojas; delineando con sutileza, su estilo, sobre todo en los planos detalle y suaves movimientos de cámara. Indudablemente lo que más disfruté es el respeto y conocimiento hacia el guion, logrando una comunicación permanente con la historia. En este caso, al ser un relato sombrío y angustiante, no es sencillo de sostener. Por supuesto que las actuaciones son impecables, destaco a Carruega y a Ana Celentano. Un buen casting. La música es la atinada, y los silencios y miradas aun más. Utiliza una iluminación natural, nos confunde, involucrándonos con el relato, en donde abundan las situaciones extrañas, aunque correctas, al estilo europeo. No nos otorga lo que esperamos; no obstante lo cual, consigue nuestro interés de principio a fin. Investigamos a través de pistas, como si fuese un rompecabezas, vamos armando las piezas y, además, nos desconectamos de la realidad. "Pocas veces, el nombre del film está tan bien elegido, pero si opino los porqué, estaría spoileando. Es muy recomendable por su original manera y ejemplo de una directora segura de lo que quiere contar y como, sin ser indulgente. Lo interesante es recorrer el camino junto a los protagonistas y cómo nos atrapa, sin forzarnos en lo absoluto. Con un ritmo diferente quizás, al que no estamos acostumbrados, y que en lo personal, es el que elijo." Clasificación: 8/10
Por el encuentro de alguien que los ayude a mirar lo que nadie se atreve. Crítica de “Ojos de arena” La cineasta Alejandra Marino con un thriller poético simboliza el abandono a las familias en la búsqueda de sus parientes perdidos Florencia Fico Hace 38 mins 0 2 La película “Ojos de arena” dirigida por Alejandra Marino, aborda un tema complejo la desaparición de niños; con toques de misterio, dramas introspectivos y alarmas sobre casos de redes de prostitución de menores o trata. Por. Florencia Fico. Victoria Carreras y Paula Carruega en "Ojos de arena" El argumento de la película “Ojos de arena” se centra en las figuras de Carla (Paula Carruega) y Gustavo(Joaquín Ferrucci) quienes se encuentran separados desde que Carla, psicóloga forense, perdió a su hijo en el momento que estaba asistiendo a una joven capturada por la trata donde el denunciado es Salinas (Pablo Razuk). La fotografía de una chica pequeña perdida a pocos días luego de la desaparición de su hijo puede ser una pista y se reúne con Gustavo para seguirla. Van a la casona de Inés(Ana Celentano) y Horacio (Manuel Callau), papás de la chica. Una vidente Graciela(Victoria Carreras) circula por la zona queriendo hallar a su nieta secuestrada y descree de Horacio. Ojos de arena”, ausencia y búsqueda La dirección de Alejandra Marino se desplaza en un thriller dramático con giros poéticos, metafóricos y consigue una mirada desenmascarada de la trata de personas. La ignorancia inoperante del Estado en los casos de desaparición de personas y las consecuencias psicológicas, económicas y vinculares en las familias. Un registro que sigue la impronta de Marino cuando enlaza historias y problemáticas como lo hizo en: El sexo de las madres(2012) y Hacer la vida(2020). Ese sello de Marino cuenta inevitablemente con lazos azarosos o premeditados asimismo esa correspondencia empática por la justicia social. Cines Argentinos | La web de cine más visitada de Argentina El guion de Marcela Marcolini y Alejandra Marino cuenta con una narración literaria que rastrea los puntos críticos de un tema multicausal como es la ausencia de una persona. Marconi y Marino convergen en su película segmentos retóricos, simbólicos y alegóricos. Como pueden ser las plantas de Ines en representación de lo que nace, crece y se va como su hija, una casa en miniatura que construye Gustavo es la idea de cómo se ve convulsionada la estructura familiar, un tren o una remera como amuletos que conectan a Carla con su hijo desaparecido. Un rosario de Graciela que lo trae en su trayecto para depositar su deseo de ubicar a su nieta. Todos ellos Ines, Carla, Gustavo están unidos por una misma causa, surge entre ellos una comunión de intereses comunes y se arriesgan a meterse en los espacios oscuros y relacionarse con personas del círculo criminal o testimonial para saber dónde están sus parientes. En Carla, es recurrente la utilización de flashback que le hacen repasar sus momentos más críticos y a veces las ensoñaciones cuasi pesadillas que se mezclan en su búsqueda desesperada. Cines Argentinos | La web de cine más visitada de Argentina El texto de Marconi y Marino deja espacio para la revisión de los casos de desaparecidos en especial; los menores de edad en los cuales los jueces, policias, fiscales y militares miran para otro lado. Las denuncias por trata o prostitución de niños son subordinadas, archivadas y se suman las irregularidades en los casos y las complicidades de autoridades con los delincuentes. Las víctimas de ello, por presiones deben quitar las denuncias por extorciones y aprietes de los proxenetas. Lo que anula las investigaciones y su curso que a la vez es ineficaz. Aunque Marconi y Marino no escapan a la realidad y lo demuestran con sus diálogos punzantes, interpelantes e inquietantes. Ojos de Arena', una película de Alejandra Marino. Estreno: 15 de Abril – Con Pochoclos La encargada de la fotografía, Connie Martin emplea tomas giratorias en el parque que se perdió Lucas el hijo de Carla y Gustavo. Lo que se vuelve una espiral recurrente en los pensamientos de los familiares. Las tomas cenitales en distintos momentos se vuelven un toque distintivo ya que en las miradas se deposita: el anhelo, la esperanza, el descontento, el llanto, la alegría, las frustraciones, la ira, la furia, el impulso, la observación constante, la desilusión y la añoranza. Los traveling físicos dan dinamismo a las secuencias de peritaje que hacen Gustavo y Carla en su investigación sobre el paradero de su hijo. Y los fundidos, en los pies de Carla sobre la arena, que se le escurre en la travesía de su viaje para descubrir dónde está Lucas; como las gotas de sus lágrimas que se son tan escurridizas, resbaladizas y esquivas como el seguir los rastros o pistas sobre su hijo. La iluminación roja en algunos fragmentos pone en relieve al sospechoso y su desenvoltura irritante. Una toma realmente conmovedora es cuando, Carla se acerca a un cuarto, con un centenar de fotografías de niños perdidos; y en una toma en detalle de sus manos, sobre el retrato de su hijo y su reacción desgarran el corazón del espectador. Ojos de arena”, ausencia y búsqueda La musicalización de Pablo Sala utiliza instrumentación a base de cuerdas como piano y violín lo que da una sensación más abrumadora, triste e intrigante. Crítica de “Ojos de arena”, film que denuncia el entramado detrás de la desaparición de niños | EscribiendoCine El elenco está compuesto por la actriz Paula Carruega en la piel de Carla quien dota a su personaje de un carácter contestatario, sensible, increpante y provocativo. Su colega, la artista Ana Celentano, como Inés, le aporta a su papel una personalidad enigmática, indescifrable y arrebatada. El actor, Joaquín Ferrucci , como Gustavo le da un porte enternecedor. La actriz, Victoria Carreras en el papel de Graciela la vidente y adivina entrega un personaje una esencia magnética, mística y espiritual. El actor, Manuel Callau como Horacio el esposo de Inés compone un papel duro, malévolo y desinteresado. En el mismo tono de su colega Pablo Razuk; quien interpreta a Salinas el mayor sospechoso le agrega una gestualidad despiadada y una corporalidad salvaje. Entrevistas | EscribiendoCine El filme de Alejandra Marino vivifica en un filme de suspenso dramático el trasfondo de las redes de trata y proxenetismo en niños, con trazos de realismo social y refleja una crónica comunitaria que se forma entre los familiares de desaparecidos y sus averiguaciones. Puntaje:75
“Ojos de Arena” es una película tan actual y pertinente, hablándonos con marcado lirismo acerca de emociones tan a flor de piel como lo son encrucijadas afectivas y deseos contenidos, dolores prolongados y causalidades del destino que unen a dos parejas de padres con un motivo en común. El tiempo cronológico que transcurre y se escapa “como arena entre los dedos” sirve como declaración metafórica que emplaza este film bajo un cariz poético, ahondando en climas atravesados por vínculos rotos y panoramas desconcertantes. Técnicmente lograda y bajo el formato de thriller dramático, un guión escrito por la directora Alejandra Marino -a dúo junto a Marcela Marcolini- nos habla acerca de la consecuencia de la trata de personas y de la toma de conciencia que este tipo de sensibles temáticas requiere en el ojo de cada espectador. Este dilema de profundo trasfondo psicológico, siembra pistas a lo largo de la incesante pesquisa que establecen los protagonistas del relato, activando una trama rica en matices simbólicos: el cambio de paisaje que muta de lo urbano a lo rural, espeja la reconstrucción del vínculo de pareja, acaso, la desaparición que afrontan ambos explora la culpabilidad y los riesgos de un hecho nos atañe en lo social: la soledad ante el aparto judicial nos llevará a empatizar íntimamente. En la motivación en común de la búsqueda por descubrir la verdad se resguarda el valor intuitivo que hace frente a aquellos miedos que suelen paralizarnos, ante el desasosiego de una pérdida que pareciera irreversible. Sin morbo ni golpes bajos en lo emotivo, que victimicen en el cliché a sus criaturas, la justicia moral que la directora ejerce para con ellos -ante el desamparo del aparato que debería protegerlos- nos ilustra acerca de su gran pulso narrativo y su fina concepción cinematográfica.
UN THRILLER INVEROSÍMIL Y SOLEMNE Ojos de arena parece replicar cierta estética del cine norteamericano que logra imbricar temas trascendentes en el marco de películas de género, una superficie más fácil de asimilar por un espectador masivamente habituado a un tipo de lenguaje. Aquí tenemos a una pareja distanciada desde que el hijo de ambos fue raptado y desaparecido. Sin embargo, algunos indicios dan la pauta de que tal vez puedan estar cerca de descubrir qué pasó y dónde está el chiquito. Lo que sigue es un film que flirtea con el policial y el relato de misterio, además del thriller psicológico. Y, de fondo, intenta aportar una mirada política sobre sectores vinculados con el poder y representativos de lo más bajo. Alejandra Marino (Hacer la vida) es una directora que construye sus historias desde una evidente buena intención: aquí el objetivo es hablar de la trata de personas y el secuestro de niños. El problema, como siempre en el cine, es la forma. Y el problema de la directora es que no logra encontrar la manera de hacer que el discurso cinematográfico se imponga. Ojos de arena está repleta de torpezas de guion, desde una situación inicial absolutamente inverosímil (la estadía de los protagonistas en la casa de una pareja a la que también le secuestraron una hija) hasta giros esotéricos que convocan a la risa involuntaria, incluyendo algunas metáforas subrayadas. Seguramente muchos de los elementos que Marino mezcla en su película aparecen en cientos de thrillers. El problema es que no parece tener el oficio suficiente como para construir una puesta en escena que vuelva verosímil lo que ocurre en la pantalla. O que al menos acepte que el ridículo es un territorio apto para el disfrute cómplice pero nunca para la solemnidad.
A veces, en el cine como en la vida, la intención es lo que vale. Pero no siempre. En el caso de Ojos de arena la loable pretensión de las guionistas Marcela Marcolini y Alejandra Marino, contar a través de una trama policial la relación entre la trata de mujeres para la explotación sexual y el secuestro de jóvenes y niñxs, no se concreta en la película, que apenas supera este ínfimo resumen. Carla es psicóloga y trabajaba en una fiscalía. En ese contexto se comprometió personalmente con el caso de una joven rescatada de una red de trata. Fue entonces cuando, mientras jugaba en una plaza, fue secuestrado su pequeño hijo Juan. Esa situación destrozó su matrimonio, atravesado por la culpa y el reproche. Luego de un tiempo ella y su ex pareja, Gustavo, encuentran una pista para seguir buscando al niño. Así llegarán al caserón de Inés y Horacio, una extraña pareja que también había perdido a su hija. Ella podría ser víctima de la misma red, y de la misma persona que había amenazado a Carla. En ese barrio, oh casualidad, se comunica con ellos, a través de una red social, una vidente que busca a su nieta. Ella los invita a su casa para compartir información. La trama policial se completa con las vinculaciones de Horacio con prostíbulos, un remisero que aparece cuando Carla anda por ahí caminando, muertes extrañas y sospechas barriales. La película se construye como un thriller sutil, sin violencias explícitas y con un conjunto de premisas basadas en partes iguales en realidades y arbitrariedades. Estas últimas permiten que las piezas encajen para que la trama avance. El trazo grueso en la construcción de los personajes, las formas de consumo de las clases medias, los vicios de los poderosos y el silencio de los testigos, son herramientas que el guion usa de forma casi recurrente. El contexto y la reconstrucción de la trama delictiva de los secuestros y explotación está presente en el relato, y esa intención inicial, sumada a la búsqueda de montarla en un relato policial que no priorice la violencia ni los excesos, son reconocibles en la película. Sin embargo, un guion que no profundiza en las relaciones del poder, ni en la construcción de los personajes, y que articula sus acciones definitorias mediante arbitrariedades, impide que aquella intención inicial se expanda, más allá del deseo manifiesto de sus realizadoras. OJOS DE ARENA Ojos de arena. Argentina, 2020. Dirección: Alejandra Marino. Guion: Marcela Marcolini y Alejandra Marino. Intérpretes: Paula Carruega, Ana Celentano, Joaquín Ferrucci, Victoria Carreras y Manuel Callau. Fotografía: Connie Martin. Música: Pablo Sala. Arte: Ana Julia Coquet. Producción: Jorge Rocca. Duración: 92 minutos.
Film que denuncia el entramado detrás de la desaparición de niños La nueva película de Alejandra Marino (Hacer la vida) aborda un tema tan sensible como la desaparición de niños y niñas y las consecuencias humanas al respecto. Un grito ahogado. Lágrimas que exponen dolor. Un desprendimiento incalculable, una parte de ti que ya no está. Podríamos nombrar miles de oraciones, pero ninguna se acercaría al sentimiento que viven los padres y las madres por la desaparición de un hijo. Ojos de arena (2020) utiliza los recursos del thriller para adentrarse en los efectos emocionales que esto produce. Paula Carruega (Lxs mentirosxs) interpreta a Carla, una joven psicóloga que luego de implicarse en un caso de trata sufre la desaparición de su hijo. Un tema abordado desde lo sentimental, que deja de lado la venganza, para detallar un duro relato en convivencia con una justicia que no reacciona. La actriz brilla este rol. Recordada por los papeles en La última fiesta (2016), Veredas (2017) o Lxs Mentirosxs (2019), Carruega logra traspasar la pantalla gracias a su frescura y emocionalidad. Su interpretación es uno de los puntos más destacados del film. En Hacer la vida (2019), Marino nos retrató, a partir de un relato coral, la importancia de la toma de decisiones en la cotidianidad. Los vínculos formaron parte trascendental de aquella obra. Tomando el guante desde lo sentimental, pero profundizando en la delicadez de la temática, Ojos de arena satisface desde lo técnico y se arriesga desde la concepción. La película pretende abordar varios géneros a la vez, lo cual, mal administrado, podría subrayarse como una falencia. La intriga, el drama, el cine de género y el suspenso no terminan de fundirse. La sensación es de, por momentos, la existencia de escenas fragmentadas que poseen su propio clima e identidad. Ana Celentano (Arpón), Victoria Carreras (Luciferina), Joaquín Ferrucci (Hacer la vida) y Manuel Callau (Cuando yo te vuelva a ver) completan el elenco de esta valiente película que, lejos de la espectacularidad, encuentra desde la simpleza las razones para expresarse e involucrarse.
Hay temas que atraviesan dolorosamente nuestra sociedad y que lamentablemente naturalizamos. Sin embargo una directora tan comprometida como Alejandra Marino decidió investigar y asumir temas como la trata, el rapto de mujeres y niños, que todos los días alimentan la crónica policial de todos los medios, para demostrar muchas cosas. Primero lo errores que suelen cometerse como que una denunciante de maltrato se cruce con su agresor en el juzgado y se sienta intimidada y luego la enorme ausencia del estado y la desprotección que sienten los padres de chicas y niños que fueron robados. A tal punto, que deben iniciar investigaciones propias, también la realidad nos da ejemplos muy claros al respecto. La directora junto a Marcela Marcolini y un elenco de excepción formado por Paula Carruega, Ana Celentano, Manuel Callau, Victoria Carrera entre otros, investigaron muchos casos reales para profundizar con sabiduría en un tema tan desgarrante, sin morbo pero de manera realista. El film es una confluencia de géneros que desemboca en un thriller que permite seguir el derrotero de seres abandonados a suerte pero que nunca bajan los brazos porque no les queda otra opción.
Alejandra Marino (Hacer la vida) vuelve a la pantalla grande dirigiendo una mirada precisa sobre la justicia en el país a partir de la desesperada búsqueda de un niño por parte de su madre (Paula Carruega). El relato transita la difícil tarea emprendida por la mujer en una narración que mixtura géneros para un relato que vibra al compás de los pasos de la protagonista, en una historia valiente y necesaria.
Nuevo trabajo de Alejandra Marino que puede verse a partir de hoy en salas porteñas. La directora rosarina ya ha mostrado su capacidad en «El sexo de las madres» (2012) y «Hacer la vida», estrenada el año pasado en plena pandemia vía CineAr y vuelve a la pantalla grande con un relato sobre trata de personas y búsquedas desesperadas. Carla (Paula Carruega) ha dejado la fiscalía donde oficiaba de psiquiatra y perito. Está separada de Gustavo (Joaquín Ferrucci) y vive un tremendo hecho traumático en su vida: en un arenero, su hijo fue secuestrado hace un tiempo y aún no hay datos sobre su desaparición. La cruda circunstancia ha llevado a su pareja a una encerrona difícil. Sin embargo, la foto de una niña perdida en un escenario similar, abre la oportunidad de unir fuerzas e intentar desentrañar la verdad detrás de esta cortina de indiferencia judicial y policial. Llegarán entonces a una casona de las afueras donde Inés (Ana Celentano), la mamá de la nena perdida, les ofrecerá apoyo para seguir la búsqueda. Sí, ella vive con su esposo, Horacio (Manuel Callau) y su situación no es precisamente normal. Está fuertemente medicada y su angustia la supera. En ese contexto, la aparición de una vidente con información valiosa, puede suponer encontrar la solución de los dos casos: Carla está convencida que la respuesta podría desbaratar una gran operación de trata. La trama fluctúa entre el thriller de suspenso y el drama familiar. Se percibe una intención de utilizar los modestos recursos técnicos para potenciar un clima íntimo que funciona de manera dispar. Los trabajos de Celentano y Callau son sólidos y ofrecen el valor de una experiencia necesaria para este tipo de realizaciones, al igual que Victoria Carreras como la clarividente que hará un aporte central para desentrañar el misterio. Sin embargo, otros roles no cumplen con la intensidad requerida para una propuesta tan emocional. Si bien la cinta transita por lugares comunes al cine nacional, Marino ofrece una actitud de compromiso social importante, haciendo de vocera a su protagonista y poniendo en relieve un tema doloroso para la sociedad: el tráfico de personas y la indiferencia (o complicidad) de las autoridades para resolver los justos reclamos de la gente. «Ojos de arena» es un trabajo que consolida la edificación de un perfil de cineasta personal necesario para nuestra escena local. Puede verse desde hoy en el complejo INCAA Gaumont y en los Showcase Norte y Haedo.
La cuarta película ficcional de Alejandra Marino que se estrenó el pasado jueves es “OJOS DE ARENA”, drama protagonizado por Ana Celentano, una película cuyas intenciones son, en principio, nobles. El eje está en contar una historia sobre la trata de personas y la búsqueda desesperada que afrontan familias enteras. Toda una serie de temas trascendentales (y actuales) que se ven empañados por una producción que antepone siempre un mensaje subrayado por los diálogos y una excesiva banda sonora. Lo noble se transforma en manipulador, porque es la dirección quien inclina lo que sentimos. OJOS DE ARENA toma al espectador de rehén de un modo bastante torpe. Se supone más de lo que es, pero en un mal sentido. Dentro del trazo grueso que maneja OJOS DE ARENA, quién se destaca es Ana Celentano, que le da veracidad y un enorme corazón a su personaje, dosifica fuerzas en cada línea para que nada se sienta impostado. Un filme con mejores intenciones que resultados.
Una valiente historia ruidosamente ejecutada El nuevo largometraje de Alejandra Heredia, estrenado en salas argentinas, es un thriller que a pesar de contar con los elementos suficientes para ser una propuesta tan atractiva como reflexiva, se estanca en diversas decisiones formales y argumentales que, posiblemente, confundan e irriten al espectador. Carla (Paula Carruega) y Gustavo (Joaquín Ferrucci) son una ex pareja que culminó su relación tras la desaparición del pequeño hijo que tenían en común. Carla es psicóloga forense, aunque en el presente solo se dedica a atender de manera particular, con una actitud fría y distante hacia sus pacientes. Pero hace no mucho tiempo, la casi absoluta protagonista de la historia llevaba a cabo de manera decidida su especialidad en una fiscalía penal. A través de pequeños flashbacks, la película se detiene en uno de los últimos casos tomados por Carla, mientras protegía a una joven captada en una red de trata de personas. Presuntamente, ese caso podría estar vinculado a la desaparición del menor, a quien Carla perdió de vista por unos segundos en una plaza pública. Tras ese fragmentado contexto que se irá presentando en la primera parte del film, el conflicto surge una vez que en el turbado presente de la pareja protagónica aparezca la foto de otra niña perdida, tomada pocos días después de la desaparición del hijo de ambos. Esta pista conducirá a Carla y Gustavo a la casa de los padres de la niña, Inés (Ana Celentano) y Horacio (Manuel Callau), un matrimonio de clase alta tan convulsionado como inquietante. A su vez, en los alrededores de la casona que albergará a Carla y Gustavo, ronda una vidente (Victoria Carreras) que busca a su nieta desaparecida y desconfía de Horacio. La película dirigida y producida por la realizadora nacional Alejandra Heredia (Hacer la vida), y escrita conjuntamente junto con Marcela Marcolini, presenta a priori todos los tópicos propios de un thriller. De hecho, el desarrollo de la película responde claramente a la estructura habitual del género, aunque de manera muy temprana surjan factores que puedan alejar al espectador de las sensaciones que deberían ser habituales en un thriller mínimamente correcto. En primer lugar, antes de que surja el disparador sobre el que se concentrará todo el relato, se presentan algunas situaciones o diálogos que parecerían haber sido pensados de manera aislada e insertados posteriormente en la historia, como si cada escena solo se ocupara de asentar de manera explícita la denuncia que corresponda al pasaje del film, sea a un victimario o las mismas instituciones que día tras día quedan expuestas en este tipo de casos. Si bien la historia logra encontrar un eje único tras la llegada de Carla y Gustavo a la casa de Inés y Horacio, el mismo solo concede una unidad de decisiones en la anécdota narrativa, pero cada una de ellas, amén de responder a un criterio específico, desconectan, confunden y hasta evidencian cierta subestimación hacia el espectador. Por ejemplo, que la primera línea de un personaje de clase alta consista en disculparse por no contar con servicio doméstico disponible, adhiere a una estereotipación poco conducente y seria para un texto que busca profundizar en una temática tan sensible como la trata de menores. Por otra parte, también resulta extenuante la utilización del diálogo (uno de los elementos más caóticos de la película) como medio para resaltar la victimización de los protagonistas. La tragedia por sí misma debería resultar suficiente para que el espectador sufra a la par de Carla y Gustavo, pero, sin embargo, cada línea que se focaliza en aclarar la falta de ayuda o dejar en claro que “las personas no desaparecen” (a pesar de que adhiramos al sentido de la frase) reduce a la película al estrato más elemental e inconsistente de la denuncia. Tampoco se presume acertada la decisión argumental de que haya aproximaciones de lo fantástico en la aparición de una vidente que, tras ser presentada como tal (antes que como abuela de una joven desaparecida), insinúa una participación casi inevitable en lo que podría ser el clímax del film. Claro está que cualquiera podría coincidir en que ante estos casos es más fácil adherir a milagros o a la creencia en lo fantástico antes que en la efectividad de las instituciones estatales. Pero cinematográficamente, la cuestión dista de funcionar. En líneas generales, la historia de Ojos de arena cuenta con los suficientes lugares y giros para posibilitar un thriller atractivo, y aunque las intenciones de la obra sean loables y valientes, la mayor parte de la película se ve opacado por absurdas decisiones que, aunque se encuentran inmersas en lo que parece intrascendente, terminan prevaleciendo en todo el film como consecuencia de la reiteración y el innecesario melodrama efectista.
En su anterior película, Hacer la vida, Alejandra Marino convertía el patio de un viejo caserón porteño en el teatro de una comedia humana. Ahora le llega el turno a una señorial mansión del conurbano convertida en el escenario de un thriller, coda obligada para la historia de Carla (Paula Carruega) en la búsqueda del paradero de su hijo desaparecido. Marino y su co-guionista Marcela Marcolini sitúan la tragedia de Carla en el marco de la trata de personas. Psicóloga y asistente de una fiscalía, Carla defiende a una joven denunciante de sus captores y termina convirtiéndose en blanco de una venganza. Marino envuelve ese pasado que aloja la misión trunca y el rapto del hijo en una puesta enrarecida, algo previsible y efectista, pero que por lo menos instala un quiebre interior respecto al ominoso presente. Pero cuando Carla y su exmarido Gustavo (Joaquín Ferrucci) se internan en una pesquisa sobre otros niños desaparecidos, la película se convierte en otra cosa: mansiones góticas, videncias y premoniciones, secretos prostibularios. La trata de personas se revela apenas como la excusa para los juegos del policial, las actuaciones se tornan forzadas, las resoluciones, inverosímiles. Marino se interesa por las posibilidades de la puesta en escena en ese espacio cerrado de la casona, como lo había hecho con las formas de la comedia en Hacer la vida. Pero la pátina de solemnidad que adhiere al tema de fondo ofrece como único resultado la gravedad de los diálogos, el subrayado de las explicaciones, la dimensión carcelaria de un género al que nunca accede más allá de su cáscara.
Ojos de arena es una película argentina dirigida por Alejandra Marino, que aborda desde el thriller la temática de la trata de personas y la desaparición de niños. Y para ello cuenta con un elenco encabezado por Paula Carruera, acompañada de Joaquin Ferrucci, Ana Celentano, Victoria Carreras y Manuel Callau, entre otros. Escrita por su directora, junto con Marcela Marcolini, cuenta la historia de Carla (Carruera), una psicóloga que busca a su hijo desaparecido, y junto a su exmarido (Ferrucci) visitan a un matrimonio que también sufrió la desaparición de su hija, porque sospechan que los dos casos están conectados. Y contando además con la ayuda de una vidente, descubren que la desaparición de ambos está vinculada a la trata de personas, y que la verdad puede ser más terrible de lo que esperaban. Vale la pena destacar las buenas intenciones de esta película, de retratar esta cruda realidad utilizando el formato del thriller, pero no se aprovechan sus recursos narrativos, como sí lo hizo Las esclavas, película de culto del destape argentino en la década del 80. Porque comete el error de estancarse en el segundo acto, dándole prioridad a la subtrama de la segunda desaparición, distrayendo al espectador y haciendo que pierda efecto el efecto concientizador pretendido. Un párrafo aparte merecen las actuaciones, donde el único que convence es Manuel Callau, como este personaje complejo, que esconde un secreto detrás de su amabilidad. Pero la pareja protagónica no logra generar la empatía necesaria con el espectador, porque si bien en el primer acto se da a entender de manera efectiva su conflicto recurriendo a escenas surrealistas y al tango que forma parte de la banda sonora, tienen conductas inverosímiles en el segundo, como ocurre con la casa de muñecas, que no cumple ninguna función trascendente en la trama. En conclusión, Ojos de arena es una película que no funciona a pesar de sus buenas intenciones, un caso similar al de Bruja, que abordó el asunto recurriendo al realismo mágico. Y esto se debe al desvío de la atención que genera la subtrama del segundo acto y a las conductas inverosímiles de sus personajes a partir del entonces. Dejando así la sensación de que se desperdició la idea de lo que pudo haber sido una película muy interesante.
El filme de la directora Alejandra Marino, con guion coescrito junto a Marcela Marcolini, denuncia la desaparición de niños como práctica habitual y aparentemente tolerada por las autoridades estatales. Si bien el filme comienza como un drama, a medida que el relato avanza irá incorporando elementos del thriller. Ojos de arena pondrá al descubierto cómo operan y actúan en la clandestinidad las redes de trata dedicadas a la prostitución de menores. Carla (Paula Carruega) es una psicóloga forense que trabaja en una fiscalía asistiendo a víctimas de trata, casualmente una de ellas acaba de denunciar a Salinas (Pablo Razuk), un tratante con el que se encuentra implicada. En represalia, acorde al típico actuar mafioso, Salinas amenaza a Carla y le advierte que mejor cuide a su familia. Más tarde, en la plaza, su hijo desaparece en un momento de distracción en el que la protagonista se encontraba jugando con él. A partir de la desaparición de su hijo Carla y su ex pareja, padre del niño, Gustavo (Joaquín Ferrucci) se embarcarán en la búsqueda del pequeño por cuenta propia, sin la ayuda estratégica de autoridad alguna y sin contar con los medios económicos para hacerlo. De hecho, Carla no tiene el suficiente dinero para pagar un cuarto de hotel, al igual que Gustavo, que convierte a su laptop, en instrumento y arma de búsqueda de su hijo. Y en este punto reside una de las aristas más interesantes del filme: muestra el desamparo, la indefensión y la deriva en la que se encuentran los familiares que han perdido niños o menores de edad a manos de las redes de trata. Las autoridades, que deberían ponerse al servicio de la búsqueda y de la detección de redes para desarticularlas y rescatar a las víctimas cooptadas, parecerían estar en connivencia con las mafias que actúan y siguen actuando bajo el amparo de las mismas autoridades que deberían combatirlas. Carla y Gustavo emprenden la búsqueda llevando adelante la pesquisa por sus propios medios sin contar con recursos o protección para dar con la red que ha capturado a su hijo. En el recorrido, y gracias a una foto de una niña desaparecida unos días antes de la desaparición de su hijo, conocerán a los padres de la niña, supuestamente víctima de la misma red. Inés (Ana Celentano) y Horacio (Manuel Callau) sufren la pérdida de la niña de distintas formas. Inés está en estado de shock, medicada con pastillas, se refugia en el cuidado de un vivero quizás porque sea lo único que la mantiene conectada con la vida. Horacio, el marido, por su parte, intenta negociar el rescate con los captores pidiendo inútilmente a cambio de dinero pruebas de vida de su hija desaparecida. Hasta que finalmente se suma un personaje fundamental para hacer avanzar la trama hacia el desenlace final. La vidente (Victoria Carreras) que ha llegado al lugar como una forastera ha decidido quedarse a vivir allí, en el afán de encontrar a su nieta que también resulta ser otra de las víctimas de la trata. La vidente dará con el lugar en donde supuestamente se encuentra la hija desaparecida del matrimonio. Ante la indiferencia de las autoridades, policía, poder judicial, fiscalías, este pequeño grupo de víctimas, padres y madres de niños desaparecidos, se hará referencia a Missing Children, se une y se empodera para llevar adelante no sólo la búsqueda de los niños desaparecidos, poniendo en riesgo sus propias vidas, sino que logran descubrir una de las cuevas utilizadas por las redes que mantienen en cautiverio a menores con el fin de la explotación sexual. La narración discurre entre la sobriedad de las acciones y los diálogos. La melancolía del paisaje se ajusta perfectamente al estado emocional de los personajes. La atmósfera desolada de la casa en la que transcurre gran parte de la trama da perfecta cuenta de la angustia que tiene sujetos y atrapados a los protagonistas. Aunque los verdaderos responsables de la trata y de la prostitución de menores, y de las desapariciones de niños, es decir, los mafiosos que mantienen bien aceitado el funcionamiento de las redes brillan por su ausencia del mismo modo en el que aparecen escamoteadas todas las instancias de poder que contribuyen al encubrimiento, a la complicidad y a la misma existencia de las redes de trata.
La oscura trama detrás de la trata Un niño desaparece mientras jugaba con la arena en una plaza y ya nada volverá a ser como antes. Alejandra Marino, la directora de “Hacer la vida”, apostó a visibilizar la oscura trama detrás de la trata de personas y la red de venganzas que se originan sobre alguien que, simplemente, busca justicia. Carla es psicóloga forense de un juzgado penal y en medio de un caso polémico de trata y prostitución secuestran a su hijo Lucas. Junto con Gustavo (Joaquín Ferrucci), su ex pareja, se lanzan a una búsqueda compleja y caótica. Hasta que creen encontrar la punta del hilo que arrastra la madeja. Es allí donde la historia cae en algunos errores de guión, con diálogos algo forzados, actuaciones poco creíbles y situaciones que no tienen la suficiente sintonía emocional que el tema amerita. En ese contexto, intérpretes de la talla de Ana Celentano, Manuel Callau y Victoria Carreras nunca dan el tono adecuado y apenas aportan chispazos de sus roles apoyados en su oficio. Sin embargo, vale destacar la labor de la protagonista Paula Carruega (Carla), quien compone un personaje logrado y es quien lleva adelante la historia con su angustia a cuestas y su impotencia hacia un sistema social y judicial que la oprime. Marino acertó en el tema, pero no en la manera de contarlo. Quizá con menos giros del guión el resultado y el mensaje hubiese sido superador.