Explotación en el presidio Lamentablemente el grueso de la animación europea contemporánea sale a competirle a los productos hollywoodenses en su mismo terreno y desde el mismo catálogo de referencias, lo que genera que una y otra vez nos topemos con obras que técnicamente no están a la altura de las norteamericanas y que apenas si ajustan algún que otro detalle argumental para acercarse un poco a la sensibilidad más circunspecta del viejo continente, aunque sin profundizar demasiado en las rupturas porque la idea primordial por detrás de esta línea de montaje -destinada al segmento familiar e infantil- es que cuanto más estandarizado/ nivelado esté el film en cuestión, más chances posee en los confines del mercado planetario y la exportación de siempre. De este modo, casi todas las propuestas se parecen y los rasgos individuales brillan por su ausencia en lo que termina siendo una pauperización incesante. A diferencia de lo que ocurría en otras épocas más interesantes, procaces y tendientes a la experimentación y/ o al quiebre de las reglas no escritas de lo supuestamente “comercial” (pensemos en los opus del británico Martin Rosen o el francés René Laloux), nuestros días ofrecen pocas gratificaciones para el espectador ávido de una animación verdaderamente de peso, rica en cuanto a su dimensión discursiva… no importa si es para niños, adultos o el target que sea. La presente Ozzy (2016) confirma sin sutilezas lo anterior: hablamos de una triste coproducción española- canadiense que incluye una base narrativa clásica de la parcela infantil (el perder el contacto con la familia y tener que sobrevivir por fuera del amparo del hogar) y un contexto inusualmente agresivo que apunta a los mayores (aquí tenemos referencias varias a los campos de concentración y las películas bélicas de escape). El núcleo del relato es el perro del título, un beagle que vive junto a una familia amorosa que se ve en la necesidad de encontrar un refugio transitorio para el animal ante un viaje imprevisto a Japón de todos los integrantes del clan. El asunto deriva en que Ozzy sea dejado en un albergue que bajo una fachada de lujo esconde un régimen de explotación y un presidio para perros controlado por perros, con un san bernardo como director de las instalaciones. Pronto el protagonista termina en el medio del enfrentamiento entre el “capo mafia” del lugar, un chihuahua, y el susodicho director en torno a unas carreras caninas que se celebran en un galgódromo interno, frente a lo cual Ozzy responde embarcándose en un plan de huida que involucra a varios cómplices/ compañeros de encierro, léase un salchicha miope, un fox terrier con sus patas traseras incapacitadas y un antiguo pastor inglés mudo. Se podría decir que a rasgos generales la animación está bien pero las inconsistencias de la historia dejan poco margen para el disfrute, a lo que se suman diálogos un tanto remanidos que respetan a rajatabla la típica fórmula centrada en el grupito de excluidos que planea desquitarse de esos campeones del bullying que los atormentan. En este sentido, resulta curioso que en el desarrollo también quede algo desdibujada la “característica por antonomasia” de Ozzy, su velocidad, ya que el convite se vuelca progresivamente hacia la estructura de Escape a la Victoria (Victory, 1981). Dentro del campo positivo, se debe elogiar la predisposición de choque de algunas escenas vinculadas a la tortura lisa y llana, aunque las pocas ideas de fondo de los realizadores Alberto Rodríguez y Nacho La Casa, y del guionista Juan Ramón Ruiz de Somavía, nos condenan a un producto intercambiable con tantos otros del espectro cinematográfico actual, una obra que -como señalábamos anteriormente- apuesta sin cesar por los estereotipos y la repetición más trivial y anodina…
Una película muy poco recomendada para los más pequeñines de la familia. No creo que sea muy divertido que los chicos tengan que ver como el perrito es rechazado en un lugar por ser un novato, escenas de tortura en un lavarropas, o como lo amenazan con quebrarle...
La huida española Tomando como punto de partida la vida de un grupo de pequeños perros caídos en desgracia Ozzy: Rápido y peludo (Ozzy, 2017), película de animación española dirigida por Alberto Rodríguez y Nacho La casa, cuenta cómo de un día para el otro el perro que da nombre a la propuesta, ve su vida transformada en una pesadilla. Amado por su familia, malcriado por la niña de la casa, Ozzy es dejado en custodia en un supuesto “hotel cinco estrellas para perros” mientras sus dueños viajan a Japón a una feria internacional de cómic. Lo que no sabían es que detrás de ese hotel se esconde una siniestra organización en la que la explotación de los canes, son cosa de todos los días. Así, la película pasa de una tierna historia de amistad entre un perro y su niña, a un pseudo drama carcelario en el que Ozzy debe intentar regresar a toda costa al hogar en el cual supo ser feliz. La película española de animación, que en su versión original contó con la voz de Dani Rovira, una de las estrellas más ascendentes de la renovación del firmamento español, trabaja sobre el refuerzo de estereotipos para construir su fábula y moraleja. El perro sí o sí debe acercarse a sus padres en esa cárcel para poder de alguna manera regresar sano y salvo a su casa, y en el camino no sólo deberá sortear a los humanos que esconden el siniestro plan detrás de la fachada del hotel, sino también a una serie de perros que adscriben al plan. Si bien la animación no destaca por su virtuosismo ni realismo, es en la generación de los vínculos entre los personajes en donde Ozzy: Rápido y peludo puede hacerle frente a los competidores de industrias mucho más establecidas y productivas. Los recientes casos de éxito como Planet 51 (2009) o la saga iniciada con Tadeo el explorador perdido (2012), posicionan al cine animado español como uno de los más activos y originales de los últimos tiempos. La película se inclina por el target adulto en la multiplicidad de referencias a la cultura popular que despliega. De hecho uno de los canes villanos se hace llamar Vito, coincidiendo en su temperamento con el padrino Corleone, y también en la manera que dirige a sus secuaces dentro del penal en el que todos están encerrados. Además, trabaja con tópicos presentes en el género “películas de cárcel”, para escapar de lugares tradicionales de la animación y potenciar los arquetipos al momento de definir, con trazo grueso, a muchos de los personajes secundarios. Ozzy: Rápido y peludo tal vez no sea el producto ideal para los más pequeños, pero en la traducción a dibujo del género “carcelario” hay un intento por salir del lugar común y pensar la animación con otra propuesta, más adulta y menos infantil.
Ozzy (Guillermo Romero) es un cachorrito que vive feliz junto a sus dueños, una pareja dibujante de comics y su pequeña hija Paula (Michelle Jenner), quienes juntos comparten una hermosa amistad y varias travesuras. Un día les llega la invitación para asistir a una convención de comics en Japón, pero lamentablemente no pueden llevar a Ozzy así que deciden dejarlo en un lujoso hotel para perros llamado Blue Creek, pero lo que no saben es que en realidad el lujoso hotel es una prisión para perros de la cual Ozzy debe escapar y ayudar a sus nuevos amigos a llegar a su casa. En cuanto a la historia, podemos decir que es entretenida para el público infantil y deja un lindo mensaje acerca de la amistad, la perseverancia y ayudar a los otros. Por momentos la trama se vuelve un poco aburrida pero para el público que está dirigida se hace mas llevadera. Los chistes son divertidos y los personajes se hacen querer enseguida. No tiene demasiadas complicaciones y todo se resuelve de manera efectiva, teniendo siempre en cuenta que es una película apuntada cien por ciento al público infantil. La animación sí por momentos se nota desprolija y tiene sus fallas, que a veces se hace demasiado obvia al ojo del espectador. En conclusión, “Ozzy: Rápido y Peludo” entretiene, pero en la parte de la animación tiene varias fallas a mejorar, es una linda película para compartir en familia.
Ozzy – Rápido y peludo: Sueños de Libertad. Esta semana llega un nuevo film animado producto de una coproducción entre España y Canadá. Ozzy (2016) representa un gran desacierto como película. Por lo general, han salido grandes producciones del viejo continente en materia de animación, que proponían historias más ricas, discursivamente, que las norteamericanas. Sin embargo, últimamente no viene cumpliéndose esa hipótesis y se presentan proyectos poco originales y sin ningún atractivo. El film sigue la vida de Ozzy, un simpático y pacífico beagle, que se ha criado en el marco de la familia Martin. Su vida cambiará drásticamente cuando su familia no puede llevarlo a un largo viaje lejos de su hogar, y lo terminen dejando en lo que creen que es la mejor guardería canina, Blue Creek. Pero la perfecta estampa del lugar resulta ser una fachada urdida por su villano propietario, y otro destino bien distinto aguarda a Ozzy: éste irá pronto a parar al verdadero Blue Creek, una cárcel para perros, habitada en su mayoría por duros canes, donde prevalece la ley del más fuerte. Allí dentro Ozzy tendrá que esquivar el peligro, encontrar fuerzas donde no creía tenerlas y aprender a apoyarse en Chester, Fronky y Doc, los nuevos amigos que lo acompañarán en esta aventura para intentar regresar sano y salvo. Además de presentar una animación tosca, poco fluida y bastante desactualizada en materia de CGI, el guion es bastante convencional y un poco contraproducente. Una historia que apunta a los niños más pequeños, los únicos que quizás puedan disfrutar de un producto así, pero no obstante tiene algunos toques demasiado siniestros para ellos. Un relato que mezcla la historia infantil con una especie de “drama carcelario perruno” (al estilo de Shawshank Redemption). Un contexto innecesariamente agresivo donde se usa la ya conocida premisa del protagonista que se aleja de su familia y tiene que sobrevivir en un contexto adverso (Por ejemplo: Home Alone -1990, Lejos de Casa -1995) pero llevándolo a un extremo, tal que su premisa puede hacernos pensar en campos de concentración o campos de trabajo forzado. En síntesis, Ozzy (2016) es un film que pese a tener unos personajes rescatables (a excepción de los villanos que tienen poco peso y están bastante estereotipados) y con los que uno puede llegar a simpatizar, termina siendo poco recomendable por todo lo demás. Un entorno insensible, una narrativa deficiente y una animación sin alma.
¿Se puede combinar una película para un público infantil y que al mismo tiempo funcione como un homenaje a los films carcelarios donde se planean grandes escapes? Se puede y esta producción española con aporte canadiense lo demuestra. Los perritos y su aventura para los mas chicos y “momentos de tributo” para los adultos. Los directores Alberto Rodríguez y Nachao de la Casa, con guión de Juan Ruiz de Somavia, armaron un buen entretenimiento. La historia de un perrito Beagle, que vive mimado en su casa, y como su familia se va de viaje, lo deja en un lujoso spa perruno, arranca en realidad cuando de inmediato se descubre que el spa es una pantalla y que todos los huéspedes van a parar a una cárcel con trabajos forzados para enriquecer al dueño, celdas de castigo, feroces guardianes, celdas de castigo, clanes, líderes y sueños de libertad literales. Desde allí toda la animación es para distintas razas de perros. Hasta que la organización de una carrera pinte como la gran oportunidad. Un grato entretenimiento.
Un perro con poca gracia y menos trucos Ozzy es enviado a un spa para perros porque su familia humana se va de viaje a Japón. El spa resulta ser una prisión para canes, en la que hay muchos chuchos violentos, bravucones, patoteros. Abundar en los detalles sobre cómo Ozzy aprende unas cuantas cosas lejos de su hogar no tiene mayor sentido, porque ese sería el centro del relato: el camino de Ozzy. Esta película hispano-canadiense lo cuenta con una animación nada deslumbrante, una narrativa arenosa y una tendencia irreversible hacia la ausencia de gracia y las soluciones visuales y argumentales sin imaginación. Por último se puede detectar una confianza excesiva en el poder de sus guiños a clásicos del cine.
“Sólo come y disfruta el silencio”, le dice un compañero de prisión a Ozzy. La comida podría ser también, además de alimento, una suerte de complicidad que desata afinidades. ¿Acaso anhelamos la libertad o sólo una impresión aparente de ella? Ozzy: Rápido y Peludo (2016) trata de la familia Flyn que tiene un perro de raza Beagle llamado Ozzy. La familia se va de viaje y se ven obligados a dejarlo en un aparente hotel con todos los lujos, sin sospechar que el dueño en realidad maltrata a las mascotas que son hospedadas ahí. Surge así, más que el deseo y el plan de escape ideado por el compañero de celda de Ozzy, una muy buena relación canina. Aunque la película acentúa el valor de la amistad como factor cómplice, fracasa en parte porque ubica su resolución en un discurso contradictorio de Ozzy: la libertad está evocada por los collares como objetos de liberación. Acaso sea cierto que el vínculo entre la mascota y su dueño sea una complicidad similar a la que se entrama entre los perros en la prisión. Los collares también evocan la historia de cada mascota y la manera como es humanizada la fidelidad de los animales a través de sus nombres y los objetos con los que los rodeamos. Los amantes de los perros posiblemente vean que ciertas razas caninas están retratadas según las relaciones que se entablan a lo largo del filme. Así, el jefe de la prisión es un macilento San Bernardo al que le cae mucha baba del hocico. Y el compañero de celda de Ozzy es un simpático teckel, comúnmente llamado perro salchicha. La película se afianza en ello, si bien la animación no permite explorarlo del todo. De todas maneras, la ingenuidad de algunos chistes y los detalles de la animación también retrasan el ritmo del filme. Los matices asomados por las relaciones caninas se pierden porque los chistes consisten más en torpezas de los personajes. Y la animación delata el artificio técnico. La animación computarizada en esta película carece de la atención al detalle de los objetos y personajes trabajados. Probablemente sea en el detalle de la comida donde resida la agudeza del guión. También la mamá fracasa en prepararles tostadas, y no quemadas, a su familia. Como si en esta torpeza de la comida o el comentario que le hacen a Ozzy en la prisión se descubriera que las mascotas buscan las maneras de aliviar las tensiones familiares.
Crítica publicada en la edición impresa.
La animación por computadora ha avanzado un largo trecho durante los últimos años. Aun con este avance, no todos los carbones resultan ser diamantes. Ozzy: Rápido y Peludo, producción española-canadiense del género, es un tropiezo narrativo y técnico que prueba que -en lo que al sector de habla hispana refiere- nos queda mucho por recorrer y mucho más por aprender. Una vida de perros: Ozzy es un perro que vive contento con su familia en los suburbios. Pasa sus días correteando alegremente con los perros de su crítica de Ozzy: Rápido y Peludovecindario y haciendo travesuras. Un día, cuando dicha familia debe irse de viaje a Japón y no tengan con quién dejarlo, va a parar a una perrera manejada por caninos de los más agresivos. Durante su estadía, Ozzy encontrará la manera de escapar. Mientras tanto debe usar su talento para correr en apuestas, jugando a dos puntas entre el San Bernardo que tiene como guardiacarcel y el Chihuahua cabecilla de la comunidad de presos. El guion de Ozzy: Rápido y Peludo es bastante estándar, con unas vueltas narrativas que pueden verse con demasiada anticipación, un ritmo carente de fluidez e intentos de hacer comedia que no terminan de cerrar del todo. Por otro lado, plantean un verosímil demasiado difícil de comprar para el espectador: en un mundo donde queda claramente establecido ––sin fachadas o secretos–– que los perros están subordinados a los humanos, podemos aceptar con facilidad que los canes hablen entre sí como lo harían seres humanos, pero que versiones antropomorfas de estos sean figuras de autoridad carcelaria en lugar de otros humanos ya es demasiado pedir (incluso para un género con un largo historial narrativo y humorístico, que no en pocas ocasiones ha tenido esta diferencia y ha conseguido que nos olvidemos de ella). Lamentablemente, no es el caso de esta película. El costado técnico no es lo que se dice mucho más favorecedor. No todas las películas de animación deben ser Pixar, pero hay condiciones que uno no puede pasar por alto. Ozzy: Rápido y Peludo, aparte de contar con una animación demasiado acartonada, tiene un severo problema de lip-sync. La cantidad de palabras escuchadas supera con facilidad a los movimientos de la boca necesarios para emitirlas. Un punto en contra, en materia calidad, tan severo como notorio. En el costado actoral, y visto que la versión exhibida en la función privada fue la doblada al español, sólo puedo decir que es eficiente. Ningún trabajo de voz, por versátil o conocido que sea, puede salvar a esta película de sus defectos por más nobles que sean sus intenciones. Conclusión: Ozzy: Rápido y Peludo es una fallida y predecible propuesta de animación. El público infantil quizá le saqué más provecho; el público adulto no tendrá otra alternativa más que aguantar. De llevar los chicos al cine, esta es una opción por la que me inclinaría después de haber barajado y/o visto otras propuestas de la cartelera.
El filme español-canadiense propone una animación modesta pero efectiva. Maneja un buen cruce de géneros, de una comedia familiar a un drama carcelario. La naturalidad con la que pasa de un género a otro, su capacidad para poner en juego elementos aparentemente irreconciliables sin afectar la tensión del relato y su noble historia de solidaridad entre amigos son algunos de los méritos que tiene Ozzy: rápido y peludo, una coproducción española-canadiense dirigida por Alberto Rodríguez y Nacho La Casa que llega como la opción infantil de la semana. La animación es modesta pero efectiva a la hora de entretener, con lugares comunes bien administrados que funcionan como atajos y giros para que la historia avance con fluidez. La incursión que la película hace en distintos géneros es verdaderamente meritoria, pero no por la mera convivencia de géneros, sino por cómo los trabaja, cómo los fusiona y cómo los hace funcionar. Ozzy: rápido y peludo empieza como una típica comedia familiar canina, con un perro que sale corriendo de su casa con cara de haberse metido en problemas. Después de un viaje que tiene que realizar la familia con la que vive, la historia vira hacia una película de terror, con la aparición de un lujoso spa para perros llamado Blue Creek, lugar donde los dueños de Ozzy, el adorable beagle del título, deciden dejarlo hasta el regreso del viaje. Pronto nos damos cuenta de que algo raro se esconde detrás de tanto brillo y lujo. Y efectivamente, el spa es una trampa. Pero cuando creemos que la trama se va a adentrar en el más puro terror, de la mano del administrador poco confiable del establecimiento, la animación hace otro cambio de género y se convierte en una película carcelaria pero en clave canina: el can novato que llega injustamente a una cárcel dominada por otros perros, donde conocerá a quienes serán sus amigos y con quienes planeará la fuga. La particularidad de Ozzy es que es veloz para correr, cualidad de la que pronto se entera Vito, el perro mafioso de la cárcel que lo usará para que corra una carrera a su favor, lo que hace que la película también incorpore elementos del género deportivo. Es cierto que el uso de recursos trillados puede cansar un poco, pero que Ozzy: rápido y peludo respete a rajatabla ciertos lugares comunes se puede tomar como un gesto didáctico de sus directores, para que los chicos se familiaricen con los elementos habituales de los géneros mencionados.
Pensada para los más pequeños de la familia, perrito veloz, divertido y tierno. Pero su guión resulta flojo, los diálogos superficiales, resulta un poco fuerte la escena que Ozzy va a la cárcel para perros, hay algunos guiños de películas para adultos, tiene una pobre paleta de colores en el que se utilizan los grises, verdes opacos y algún otro.
Esta película de animación hispano canadiense, pero cuya acción sucede en Estados Unidos, con evidente pretensión comercial, sigue al beagle al que la familia deja por vacaciones en lo que parece ser un magnífico spa canino pero resulta un oscuro sistema carcelario. Con una animación esforzada pero con agujeros, está plagada de citas al cine clásico de ese género, el de presidiarios, que parece tan poco idóneo como material para una película para chicos, ¿no?
Correcta película de humor animada sobre un pobre perro que cae en una cárcel canina y debe huir de ella para reencontrar a su familia. En varios momentos los efectos de humor cumplen con su cometido, aunque no en todos. Y mucho parece imitación de otras películas que ya hemos visto. Pero cuando aparece el espíritu anárquico del cartoon, la cosa funciona. Sí, es para chicos, sí.
Los humanos solemos humanizar a las mascotas, especialmente a los perros, que son los más dependientes y sociables con las personas. Con dicho concepto básico los españoles y canadienses coprodujeron éste dibujo animado dirigido por Alberto Rodríguez y Nacho La Casa, basado en la vida de Ozzy y, en menor medida, la de los perros vecinos y otros compañeros de aventuras. Ozzy es un simpático y juguetón perro de raza Beagle, que vive con un matrimonio de historietistas y su pequeña hija, tranquilos y felices, hasta que la pareja recibe una invitación para viajar a Japón, relacionada con la revista que dibujan. El problema es que no tienen con quien dejar al perro, ven la publicidad televisiva de un albergue canino y allí lo llevan. Pero lo que en principio parecía ser un modelo a seguir, por la hospitalidad y el confort que le brindan a sus huéspedes, inesperadamente, sin fundamentos lógicos, lo trasladan a una cárcel con todos los condimentos vistos en otras ocasiones. Donde está el jefe carcelario malo, el guapo presidiario que controla y maneja a los demás, en este caso encarnado por un chihuahua, el bueno, el solidario, etc. Gran parte del film transcurre en el presidio y los padecimientos e intentos de fuga mantienen la atención del espectador, a la espera de ver si logran con su cometido. La calidad de imagen y sonido es impecable. La producción no tiene nada que envidiarles a los grandes estudios. Es una historia bien contada, con un buen guión de acuerdo a la narración que vemos, donde no hay golpes bajos, ni momentos lacrimógenos. El protagonista es un héroe de bajo perfil, pero, aun así, lo demuestra en cada escena, convirtiéndose en un líder impensado. Tal vez el inconveniente más importante por el cual la película es incongruente se deba a la injustificada acción del dueño del pensionado a hacer lo que hace y, por otro lado, que los perros no realizan travesuras propias de su género sino que a sus actividades las representan como personas, pero siendo animales de cuatro patas. Tanto los buenos como los malos y eso provoca el efecto contrario, no resulta tan simpático como se pretende.
UN PERRO FIEL AL MAINSTREAM España es uno de los productores de cine animado periférico a Hollywood que más desarrollo ha tenido en los últimos años, pero a diferencia de las animaciones asiáticas, francesas o belgas (por nombrar a aquellas que logran tener estreno en Argentina), que tienen sus particularidades a pesar de que por acción u omisión refieran al mainstream norteamericano, los films animados españoles carecen de cualquier tipo de identidad que las distinga: vean aquí por ejemplo esos suburbios donde viven los protagonistas, muy poco españoles. Son películas pensadas para un público global, con un diseño tanto narrativo como visual que busca a toda costa emparentarse con los productos de Pixar, Dreamworks o el que sea, y que en última instancia terminan cayendo presos de esa impersonalidad. Ozzy: rápido y peludo -coproducida con Canadá- es el más reciente eslabón de esta débil cadena de películas que recorre un camino previsible y forzado sin la mayor perspicacia como para que, aún en la repetición, se observe algo que valga la pena. En la película, Ozzy es un perro que vive lo más tranquilo con su familia humana y que es enviado a una guardería perruna cuando aquellos tienen que irse de viaje. Pero el lugar no es el paraíso que las publicidades mostraban, sino una suerte de cárcel regenteada por perros vigilantes que someten a otros pares en lo que es en realidad una fábrica de frisbee. Digamos que si no original, la historia aporta al menos algunos elementos delirantes como para que la película estalle por los aires el disparate y la anarquía de la mejor tradición del cartoon clásico. Cosa que no sucede porque en contrapartida los directores Alberto Rodríguez y Nacho La Casa eligen el camino más previsible, el de la historia de auto-descubrimiento que va transitando progresivamente todos los lugares comunes de la animación contemporánea y sin el nivel de efectividad de las principales compañías. Lo que queda es un film con sus momentos de comicidad, sus comic-relief, sus villanos lineales, y su final abruptamente emotivo, como forzando todas las piezas que -se supone- no pueden faltar porque son las que el público/consumidor busca. Ozzy: rápido y peludo tiene un prólogo mal narrado (con un truquito temporal innecesario) y un epílogo que busca subrepticiamente la emoción sin que se haya generado a partir de la experiencia de los personajes. Pero, igualmente, ese nudo narrativo ubicado en la cárcel tiene algunos pasajes divertidos, especialmente gracias a un perro salchicha miope especialista en fugas fallidas y a una subtrama deportiva que remeda a la de Escape a la victoria y que enfrenta a presidiarios con carcelarios. Situaciones que si bien evidencian por momentos una animación de calidad dudosa, a partir del montaje imponen el ritmo que el resto de la película añora. Son esos momentos, en los que Ozzy: rápido y peludo homenajea al subgénero de películas carcelarias donde el film encuentra un recipiente mejor donde trabajar su dependencia cultural audiovisual. Porque en definitiva Ozzy: rápido y peludo es una película que sólo se sostiene en el andamiaje de un cine cuyos códigos están excesivamente digeridos y masificados, su producción es seriada y saturada, y su aceptación es tan inmediata como fugaz.
Ozzy, rápido y peludo es una película de animación con tinte de comedia ligera, dirigida por la dupla Alberto Rodríguez y Nacho La casa, destinada para todo amante perruno pese a su específico recorte inicial de público infantil que, con el correr de los minutos, seguirá atentamente el ritmo aventurero. La trama narrativamente gira en torno a cómo la vida perfecta del perro Ozzy se transforma en un calvario cuando sus dueños viajan por un mes a una convención animé en Japón y lo dejan al cuidado de un hogar canino que aunque luce como un lujoso spa en un comercial televisivo, esconde detrás del fetiche publicitario un fraude que cambiará sus vidas a un giro de 360 grados apenas Ozzy ponga una pata adentro. A grandes rasgos, la premisa centra su génesis en develar el lado oscuro del emblemático Hotel-Spa canino Blue Creek y el relato pivotea en dos ejes. Por un lado, muestra cómo el spa deviene en una cárcel y denuncia el maltrato animal del que Ozzy, sin justa causa, será rehén. Este beagle encantador al que su guionista define como rápido y peludo tiene una clara misión: No rendirse jamás. Sin embargo, a sabiendas el consentido integrante del clan se ha criado en el ceno de la familia Martin constituida por el matrimonio de Susan y Ted, dos artistas que tienen adoración por su mascota, a punto tal que basan las tiras de sus cómics en la entrañable relación del can y su hija Paula. Ozzy deberá encontrar el valor de superar la separación de su familia y sociabilizar con sus pares caninos, los parlanchines Fronky, Chrester y Doc, para convertirse en aliado de la manada e influenciarlos a planificar el escape y regresar a sus hogares… ¿Será capaz de transformar su tristeza en fuerza y coraje para librarse de su presente? Esta incógnita será el puntapié inicial para que el espectador empatice con los encantadores personajes de diversa raza y carácter que conforman el team: Ozzy caprichoso, alegre e inteligente; Fronky perseverante, jamás dará por perdida una batalla; Doc es dueño de una filosofía de vida hippie y transmite armonía junto a Chrester que, por ser el mayor, aporta sabiduría. Este cuarteto enfrentará a Deckler (la autoridad, militante, de Blue Creek) y al pequeño chihuahua Vito que, irónicamente, lidera la mafia circundante. Por otro lado, fiel al estilo de los cortometrajes españoles en formato 3D que estila realizar Rodríguez, la puesta en escena, falsacionista, tiene como finalidad desenmascarar el mensaje. Así la figura perruna representa los prisioneros, rehenes del trabajo esclavo, en una fábrica que produce juguetes para perros y predica la metodología fordista. En este marco, al estilo George Orwell -cual ojo que todo lo ve- éstos serán vigilados por perros adiestrados, cual policía, para castigar al que desobedece el orden establecido y premiar a quien acate la ley. Es así como intrínsecamente la visión del relato que en un principio aparenta la trillada saga Beethowen, de Brian Levant y sus derivados, se aleja de este clásico y se alista a la frialdad de Disney en El Rey León (1994). En síntesis, el guión es correcto y denota las claras influencias en materia estilística y artística de las películas El Gran Escape (1963) y Fuga de Alcatraz (1979) cuando establece semióticamente el concepto del mensaje detrás del mensaje; un híbrido entre el reino animal y humano donde ambos universos son fuertemente atravesados por mensajes subliminales, como por ejemplo: la inutilidad de los tiempos muertos, el concepto de ser dueño y la impotencia de la esclavitud de un sistema encadenado a la ley del más fuerte. Párrafo aparte para la producción que con un presupuesto de 8 millones de euros realizó un éxito en taquilla española; la artística que logró animaciones convincentes y acentuó los ejes plasmados mediante la mixtura de luz y color que dan impronta al vecindario de los Martins y la prisión Blue Creek; y la banda sonora compuesta por Fernando Velázquez (El orfanato, Un monstruo viene a verme) que da ritmo al relato con música acorde. Sin más preámbulos, Ozzy deja su huella. La dupla Rodríguez-La casa lo convierten en ícono y foto del valor de la amistad, amor y fidelidad. A su vez, este lindo telón de fondo remarca la necesidad de dejar el pasado atrás y enfrentar la realidad para crecer. Partiendo del proceso de liberación, adaptación, aceptación y superación del ser que, en ocasiones, puede ser más llevadero con una mascota aliada. En definitiva ellos son los verdaderos amigos, fieles, que con tan sólo un gesto reconfortan el alma; ayudan a afrontar los problemas y confiar en uno mismo.