Paraíso: Ni olvido ni perdón. Andrei Konchalovsky nos trae una nueva visión del holocausto con un relato ambicioso y cargado de solemnidad. Tuve la suerte de disfrutar de este film en la pasada edición del Festival Internacional de Cine de Mar Del Plata, sin conocer demasiado sobre la trama del film. Si bien me había enterado que había logrado el galardón a la Mejor Dirección en el Festival de Venecia, fui a ver la película sin ningún conocimiento previo sobre la obra. Esto ocasionó llevarme una grata sorpresa luego de su visionado. Es difícil, hoy en día, encontrar algún relato novedoso o con una mirada más profunda sobre el holocausto. Por lo general siempre se tocan las mismas cuestiones, y he aquí el gran logro de Andrei Konchalovsky (Escape en tren, Tiempo de amar, Gente como nosotros, Tango & Cash), que consigue darnos una mirada intimista y arriesgada sobre la memoria. La película sigue los pasos de tres personas cuyos caminos se cruzan en los terribles tiempos de la II Guerra Mundial. Olga (Yulia Visotskaya) es una aristócrata rusa miembro de la Resistencia Francesa que es arrestada por la policía nazi por ocultar a dos niños judíos durante una redada. Arrestada y enviada a la cárcel en espera de una decisión final, en prisión conoce a Jules, un funcionario francés colaboracionista que debe investigar su caso. Allí también se encontrará con Helmut (Christian Clauss), un alto oficial de las SS, que hace muchos años fuera su amante y que todavía parece mantener sentimientos por ella. El director nos propone esta historia abordándola como si fuera una especie de falso documental, a partir del cual los personajes son entrevistados y develando poco a poco el rompecabezas que compone la trama. Llevando la historia de manera sutil y emotiva, el contexto va coqueteando con lo onírico. El film está muy bien encabezado por la soberbia interpretación de Yulia Visotoskaya la cual protagoniza los momentos más poderosos del film, a través de algunos diálogos desgarradores que propone el cuidado guion de Elena Kiseleva y Andrey Konchalovsky. La fotografía monocroma y su relación de aspecto de 1:1,33 proponen un marcado recurso estético que le dan un toque especial a la narrativa y la decisión del director de determinar el encuadre. La fotografía de Aleksandr Simonov es otro de los grandes logros del film, la cual nos remite un poco a La Lista de Schindler. Konchalovsky logra mezclar hechos ficticios con cuestiones reales de uno de los periodos más terribles de la historia, de manera sutil y siempre tratando todo con un gran respeto. Al igual que en el film lo que se espera del espectador es que se reflexione y realice su propio juicio. Resumiendo, Paraíso es una película de visión obligatoria que sorprenderá a los espectadores por su extraña belleza y por la visión individual que presentan los distintos personajes sobre los hechos narrados. Una buena forma de tener presente a esa época nefasta y reflexionar sobre el poder y la necesidad de la memoria.
En 1942, una aristocrática rusa y miembro de la resistencia francesa es detenida en París debido a que les dio asilo a dos niños judíos. Negada a confesar, y luego de un giro inesperado, es enviada a un campo de concentración para trabajar. Así comienza “Paradise”, película dirigida por Andrzej Konchalovsky. El nazismo es un tema elegido constantemente como argumento de un film; una época oscura no solo para Alemania, sino para toda Europa y el mundo. Es por eso que muchos cineastas buscan retratar este hecho histórico, con el objetivo de hacer reflexionar al público y mantenerlo en la memoria para que no se vuelva a repetir. “Paradise” busca contar esta época a partir de una mezcla entre ficción y material de archivo, centrándose en la historia de tres personajes muy distintos, cuyas historias se irán entrelazando poco a poco. La actriz Julia Vysotskaya quien interpreta a Olga, realiza una labor impecable, digna de ser destacada. La cinta nos propone una historia dura y fuerte, filmada íntegramente en blanco y negro para darle una intención más dramática. Asimismo, el intercalado de imágenes propias del argumento con confesiones de los personajes a modo de entrevista, le asigna un valor más importante al film, cuyo resultado final termina siendo el adecuado. “Paradise” es un film que despliega los hechos ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial de una manera conmovedora e informativa. El espectador se verá inmerso en esa realidad durante alrededor de dos horas de duración, transitando por sensaciones y sentimientos variados hacia los personajes principales. Una manera de tener presente esta época oscura, aprender sobre de los hechos históricos ocurridos y reflexionar acerca de las acciones de los personajes y las consecuencias que generan cada una de ellas, tanto en esta vida como en el más allá.
La venganza de los humillados Las atrocidades cometidas durante el Holocausto son un material inagotable para el cine, aunque de estas millones de tragedias se extraen además historias de vida y de supervivencia no dejan de ser importantes en materia de reflexión o análisis sobre la dualidad de la condición humana en sus fases más extremas, tanto en la perversión como en la abnegación. Los matices de abordaje histórico o dramático suponen siempre por parte de los directores un posicionamiento ligado a los valores y a la ética artística para representar (porque en esencia se trata de una representación) el horror humano. En ese sentido, el nuevo opus del cineasta Andrei Konchalovsky, Paraíso, es un cabal ejemplo de una obra artística y contundente que pone relieve en la utilización dramática de los elementos cinematográficos y deja establecida la distancia y el encuadre como una toma de posición moral. No es un dato menor que estemos ante una película cruda, de una estética blanco y negro que cala los huesos y de un tratamiento majestuoso de la imagen, elementos que no necesitan del movimiento de cámara para transmitir fuerza y vitalidad. Concentrada la historia en la idea de destino de tres personajes atravesados por el contexto de los campos de exterminio alemanes, el registro casi documental propuesto desde la puesta en escena por el director de Tango y Cash no sólo desarrolla el derrotero de una condesa rusa (Yuliya Vysotskaya) condenada al campo de concentración por haber escondido a dos niños judíos, sino los pormenores de la tarea colaboracionista de un francés y el pensamiento aberrante de un joven nazi, encargado de limpiar la corrupción de los jerarcas en puntos estratégicos, donde la aceitada máquina de matar en las cámaras de gas se veía saturada por la cantidad de trenes con prisioneros que arribaban hora tras hora. El despojo de lo humano desde la racionalización y la eficacia contrasta con algunas de las intervenciones de la condesa y su testimonio a una cámara que nos interpela de manera constante como espectadores, aspecto que nos obliga a escuchar atentamente el infierno, sin imágenes y morbo que lo respalde. Por eso Paraíso genera mayores emociones en el público y busca con armas nobles sacudir al espectador de la pasividad de la butaca en un ejercicio de memoria implacable, con el objeto de que la historia jamás se vuelva a repetir pero sobre todas las cosas que el cine sirva para generar conciencia sin perder de vista su capacidad artística.
Paraíso Perdido El film Paraíso (Ray, 2016) del ruso Andrei Konchalovsky aborda al Holocausto desde una perspectiva inusual: sus protagonistas son colaboracionistas nazis, todos moralmente reprobables, pero representados al fin y al cabo como seres humanos. Hannah Arendt escribió sobre “la terrible banalidad del mal”; Paradise la muestra. Planteada como una serie de entrevistas a cámara (¿quién o qué está tras ella?), los personajes cuentan sus historias con naturalidad, sin hacer excusas ni buscar simpatía. Son Jules (Philippe Duquesne), un burócrata regordete y hombre de familia al servicio de la Gestapo en la Francia nazi; Helmut (Christian Clauss), un apuesto joven de sangre azul con una ambigua pero prometedora carrera en la SS y Olga (Yuliya Vysotskaya), una princesa rusa encarcelada en un campo de concentración por proteger a una pareja de niños judíos. La película - fotografiada por el gran Aleksandr Simonov - no sólo ha sido filmada en blanco y negro y maquillada con los ardides del celuloide inestable y una banda sonora resquebrajada, generando un efecto retro e incómodamente documental, sino que se presenta en el claustrofóbico formato 4:3. Mutilado así el ojo de la cámara, quedamos sujetos a la poderosa sensación de que estamos espiando la intimidad de estos nefastos personajes. Problemáticamente, gran parte de la película transcurre sin un foco muy claro en ninguno de los personajes o un hilo narrativo central. Jules, el personaje más magnético y fascinante, es descartado abruptamente, y la historia de Helmut es tan episódica que nunca estamos seguros dónde comienza su arco hasta que se cruza con Olga en el campo de concentración que le toca auditar. Entonces descubrimos la vieja relación entre ambos, documentada silenciosamente en carretes de 8 mm que imitan el tipo de algarabía danzarina que ya era nostálgica para 1942, y el resto es historia. Paraíso es un film de momentos y sentencias impactantes, complicado por una narrativa desenfocada y una breve pero clave instancia en la que Andrei Konchalovsky acude al golpe bajo. El film le valió el León de Plata a la dirección en la 73 Mostra de Venecia, lo cual es una medida más eficiente que otorgar premios individuales al poderoso trío protagónico, si bien menos justa. La intención de Paradise parece ser mostrar a estos personajes en toda su honestidad y sus contradicciones, reflexionando sobre sí mismos y sus acciones, mostrándolos complacientes e inseguros, como si su propio juicio de valor importara más que el de la película.
Otro estreno importante de esta semana es el de ¨Paraíso¨, film del ruso Andrei Konchalovsky, ganador del galardón como Mejor Director en el Festival de Venecia el año pasado. Se trata de tres monólogos a cámara (y en blanco y negro) de tres personajes: Olga, una aristócrata rusa emigrante y miembro de la Resistencia francesa; Jules, un colaborador francés; y Helmut, un oficial de las SS. Un film que, lejos de la mirada (a menudo edulcorada) hollywoodense sobre el Holocausto, retrata sin anestesia aquellos tiempos siniestros. Lo valioso de ¨Paraíso¨ es su carnadura real y conmovedora, aunque no siempre sea pareja en la fuerza narrativa. Un largometraje ineludible del director de ¨El cartero de las noches blancas¨. (También emitido por AM 910, Radio La Red y Radio Uno, FM 103.1)
Paraíso, de Andrei Konchalovsky Por Gustavo Castagna La larga y (muy) despareja filmografía de Andrei Konchalovksy (también conocido como Andrei Mijalkov Konchalovsky, es decir, el hermano de aquel director ruso de La esclava del amor y Ojos negros) no avizoraba una rotunda novedad, una genialidad concebida por alguien al borde de cumplir 80 años. En efecto, desde Siberiada (1979), un título importante, pasando por Los amantes de María, Escape en tren y Tiempo de amar, hasta llegar a Tango y Cash (¡!) y luego mezclar todo aquello con algo serio y fallido como fue El círculo del poder (1991), la obra del cineasta exhibe puntos fuertes, débiles, mamarrachos estéticos, películas de encargo, films olvidables, otros discretos. De todo. Paraíso se ubica en una pudorosa zona media que oscila entre otra vuelta más al tema del Holocausto y el oportunismo en conectarse a la polémica causada en su momento por El hijo de Saúl (2015, Laszlo Nemes). Konchalovsky, quien ya había explorado el tema en otros films, ahora construye una trama que conecta a tres personajes: una aristócrata rusa aliada a la resistencia francesa, un policía del mismo origen que colabora con el nazismo y un integrante de las SS encargado de la supervisión de un campo de concentración. Con este trío protagonista, la película expresada, por momentos, en un radiante blanco y negro (al estilo La lista de Schindler), combina ironía y solemnidad cuando describe al colaboracionismo, la ocupación nazi, los dilemas morales de los personajes, las acciones que están obligados a hacer y aquellas que sí realizan por su proceder ético. Como si se tratara de un tardío ejemplo de documental ficcionalizado, el director muestra en varias ocasiones cómo el trío protagónico se expresa frente a cámara, tal como si estuviera en un confesionario o ante un interlocutor mudo (nosotros mismos) dispuestos a escuchar los relatos. En ese punto, la película ofrece un grado de representación bastante banal y presuntuoso en sí mismo, ya que en algunas oportunidades la imagen y el sonido “se ensucian” a propósito con la idea de estar observando un interrogatorio o confesión a cámara filmado durante el tiempo verdadero del conflicto. Esa apuesta por el artificio convierten a Paraíso en un extraño artefacto, desparejo y a contrapelo de muchas banalizaciones que se hicieron sobre el tema, pero también, excesivamente planificado y calculado para la corrección política de un cine universal que no exige riesgos ni novedades sobre un tema fagocitado al extremo. En ese punto, la tensión temática que propone El hijo de Saúl se impone al riesgo (auto)controlado del film de Konchalovsky. En oposición a esa puesta en escena crudamente artificial se destacan los trabajos actorales, en especial, el de Yuliya Vysotskaya, el personaje más sugerente y ambiguo de los tres, encarnado por una hermosa mujer, también esposa del veterano cineasta. PARAÍSO Ray. Rusia/Alemania, 2016. Dirección: Andrei Konchalovsky. Intérpretes: Yuliya Vysotskaya, Christian Clauss, Philippe Duquesne. Guión: Andrei Konchalovsky y Elena Kiseleva. Música: Serguei Shustitskiv. Fotografía: Aleskander Simonov. Montaje: Serguei Taraskin y Ekaterina Vesheva. Producción: Aleksander Brovarets, Florian Deyle y Loesva Gidrat. Duración: 133 minutos.
El veterano realizador de Tío Vania, Los amantes de María, Escape en tren, Tiempo de amar, Gente como nosotros, Una extraña amistad, Tango & Cash, El círculo del poder y La gallina de los huevos de oro se sumerge en cuestiones relacionadas con el Holocausto con resultados muy estimulantes que le valieron en Venecia (Mejor Dirección), Mar del Plata (Mejor Guión) y Gijón (Mejor Actriz y Fotografía). En el penúltimo día del Festival de Venecia 2016, Andrei Konchalovsky presentó un drama sobre el Holocausto que transcurre en la Francia ocupada por los nazis. Paraíso relata la historia de dos hombres y una mujer (de tres ideologías distintas), que se inmiscuyen en asuntos políticos para ‘mejorar’ la realidad que les rodea. La película está protagonizado por una aristócrata rusa que se une a la resistencia francesa –interpretada por una radiante Yuliya Vysotskaya–, un policía francés que colabora con los nazis (Philippe Duquesne) y un miembro de las SS, también aristócrata, destinado a supervisar las actividades de un campo de concentración (Christian Clauss). Durante el curso del relato, los tres protagonistas pondrán su vida y la de otros en peligro siguiendo sus ideales. Incómodo, nihilista y profundamente filosófico, el nuevo largometraje del veterano director ruso se aproxima al Holocausto para destapar las lacras de un mundo regido por el relativismo moral. Ante todo, debemos señalar que la excelente Paraíso –heredera del espíritu de Dostoievski– no es otra película de historias cruzadas con doble moral y una trama similar a La lista de Schindler. El acercamiento ficcionado de la Shoah propuesto por Konchalovsky es uno de los más osados desde la singular, aunque menos conseguida, El hijo de Saúl. El autor galardonado con el León de Plata de Venecia 2014 por la dirección de El cartero de las noches blancas alertó en la conferencia de prensa que el cine ha banalizado y prostituido el Holocausto. Para no ser partícipe de la frivolización de una de las mayores catástrofes de la Historia, Konchalovsky no sitúa entre sus prioridades dotar de una férrea lógica al desarrollo de la acción –de hecho, la trama que une a los tres personajes es más bien tópica y predecible– y, a cambio, profundiza sobre las escenas en las que se describen, a veces a medias, las motivaciones de su comportamiento (sobre todo, veremos diálogos entre dos individuos que pertenecen a la misma ideología). Por si esto no fuese suficiente, Konchalovsky añade otras imágenes que simulan una especie de interrogatorio, donde los tres protagonistas narran, por separado y mirando a la cámara, la historia de su vida frente a una suerte de juez-inspector, cuyo nombre no será revelado hasta el final de los títulos de crédito.
Las miserias del nazismo En la carrera del veterano Andréi Konchalovski hay de todo: desde adaptaciones cinematográficas de obras de próceres de las letras rusas como Turguénev y Chéjov hasta películas con Stallone (Tango & Cash, de 1989). Hijo de una familia de aristócratas -y hermano de otro cineasta reconocido, Nikita Mijalkov-, el director moscovita retoma en Paraíso un tema muy recorrido en la historia del cine, las miserias del nazismo. Y lo hace con una película estilizada y pomposa producida por la televisión estatal de su país y dedicada a homenajear a los exiliados del comunismo soviético que protegieron niños de la cacería alemana durante la ocupación en Francia, entre 1940 y 1944. La narración está caracterizada por constantes saltos en la temporalidad y es articulada por una serie de testimonios que los personajes protagónicos ofrecen mirando a cámara, a manera de confesión ante un interlocutor improbable que se revelará recién al final. Las historias de una refinada y bella aristócrata rusa, un lascivo policía francés y un joven oficial de las SS fascinado con la personalidad de Hitler se cruzan en el sombrío contexto de la Segunda Guerra Mundial, una trama que Konchalovski teje con excesivo apego a los subrayados y los trazos gruesos, probando involuntariamente que aun con un objetivo noble (mantener viva la memoria del horror del Holocausto), una película puede sumergirse en el tedio.
Tres miradas sobre el horror El director soviético Andrei Konchalovsky hizo un filme sobre el Holocausto, en blanco y negro, que evita los estereotipos. Filmar otra película más sobre el Holocausto, aportar una mirada diferente, decir algo nuevo sobre un tema tan remanido: qué difícil. A punto de cumplir 80 años, el ruso Andrei Konchalovsky, que trabajó tanto en la Unión Soviética como en Hollywood y trazó un arco laboral que va desde Tarkovsky hasta Stallone, declaró que acaba de empezar una etapa más contemplativa y reflexiva en su carrera, y consideró a Paraíso -que el año pasado le valió premios a la dirección en Venecia y al guión en Mar del Plata- como el segundo capítulo de esta reinvención, tras su aclamada El cartero de las noches blancas. La novedad que propone el hermano de Nikita Mijalkov es contar la Segunda Guerra Mundial desde tres diferentes puntos de vista: el de un policía francés colaboracionista, el de una inmigrante rusa que lucha en la Resistencia francesa, y el de un oficial de las SS. Como respondiendo preguntas de un entrevistador invisible, cada uno de estos personajes habla a cámara contando su historia familiar, sueños, ideales, motivaciones: un confesionario de intimidades reveladas a los espectadores. Entre esas narraciones se ven algunos de los hechos en los que estuvieron involucrados; de vuelta a los testimonios, los personajes suman una opinión o explicación a lo que acabamos de ver. Como si el color pudiera banalizar la gravedad del tema tratado, Konchalovsky recurrió a un pudoroso blanco y negro. Su maestría visual potencia una narración que en otras manos habría sido demasiado convencional. Al mostrar la subjetividad de cada personaje, su idea es evitar los estereotipos y entrar en una zona de grises: escaparles tanto a la glorificación de las víctimas como a la condena visceral de los victimarios. En ese intento, Konchalovsky da unos rodeos interesantes alrededor de dos caras de la misma moneda: el idealismo y el pragmatismo, el fanatismo y la capacidad de adaptación del ser humano, siempre atento a su supervivencia y conveniencia. Pero, dentro del espinoso terreno del Holocausto en blanco y negro, el camino que toma se aleja de una joya como Ida y conduce al mismo destino que La lista de Schindler. Es decir: los personajes tienen matices, sí, pero no deja de haber buenos y malos, y está muy claro quién es quién. Algunos monólogos y escenas son demasiado explicativos y, por si quedan dudas, al final hay un grosero subrayado. También conspiran contra el conjunto las imágenes de nazismo explícito: un alemán pateando a una prisionera de un campo de concentración, fotos de judíos masacrados... ¿eran necesarias?
Tres personajes e historias cruzadas durante la Segunda Guerra Mundial y bajo el imperio del nazismo componen el relato de Paraíso del director ruso Andrei Konchalovsky. Filmada en un áspero blanco y negro, Konchalovsky (director ruso que ha colaborado con Tarkovsky) decide contar la historia de tres personajes cuyas vidas se cruzan bajo el nazismo: Olga, una aristócrata y periodista de moda rusa que es miembro de la Resistencia Francesa; Jules, un policía francés colaboracionista que comienza a gestionar la detención de Olga y Helmut, un oficial alemán de alto rango en la SS. Las historias están contadas a través de escenas ficcionalizadas pero también se intercalan, con asiduidad, imágenes de cada uno de estos tres protagonistas dando testimonio a cámara, un recurso documental que rompe el ritmo sin comprometerlo. Sin dudas la interpretación que sobresale es la de la actriz Julia Vysotskaya, capaz de transitar muchas emociones distintas a lo largo del film. Otro acierto del filme es que los personajes son complejos y de una construcción llena de contradicciones, así uno puede empatizar con ellos para luego arrepentirse de haberlo hecho. Los malos no siempre parecen malos, los buenos también hacen cosas malas. Y todo esto se sucede sin juzgarlos. A través de las más de dos horas de duración, Konchalovsky logra que el interés nunca decaiga, aunque en un principio puede confundir hasta hacernos entrar en su ritmo. Pero mientras cuenta con escenas a nivel narrativo mejor logradas que otras, la fotografía de Aleksandr Simonov es hermosa y elegante. Lamentablemente sobre el final se opta por el camino más fácil y accesible y terminan sobrando algunos planos. Dato de color no menor: Paraíso es la película que Rusia envió como representante para los pasados premios de la Academia. Es un cine de autor arriesgado, diferente y con un estilo definido.
HORROR CON MENSAJE SUPERFICIAL Paraíso tiene, en el mejor de los casos, todo aquello que puede hacer defendible a una cantidad enorme de films: una fotografía impecable en blanco y negro, buenas actuaciones, oficio en la dirección, momentos de impacto emotivo, entre otras cualidades que cuadran dentro de lo políticamente correcto en los cánones del buen gusto. Pero toda esa enumeración no deja de ser parte de un diagnóstico superficial. El problema es que la suma de esas cualidades inmersas en un contexto visto infinidad de veces, termina siendo una ilustración más del horror del Holocausto con una estética asimilable que, en el peor de los casos (es hora de decirlo), parece una actualización, más de cincuenta años después, del famoso artículo de Rivette sobre el travelling de Kapo, la ya famosa y citada película de Pontecorvo. Y lo que es peor, con mensaje. Una mujer rusa de clase aristocrática, un joven oficial nazi y un policía colaboracionista son los protagonistas de este drama donde quedan igualados por un doble y cuestionable procedimiento. Pese a sus diferencias ideológicas, los tres ven trastocadas sus identidades a partir de decisiones que los podrán en riesgo (visto una y mil veces); por otro lado, más allá de la historia en sí ambientada en los campos, con sus imágenes bellamente encuadradas de personajes transitando ese infierno e iluminadas con claroscuros para apaciguar la violencia, sin los movimientos abruptos de una cámara que mira con elegancia, se alternan tramos donde los tres involucrados confiesan ante una autoridad fuera de campo que los interpela. Por momentos, los testimonios parecen sacados de archivos documentales, aunque hacia el final (el peor segmento del film de Andrei Konchalovsky) sabremos otra cosa. Con reminiscencias a series al estilo de Holocausto y films como La lista de Schlinder, Paraíso atrasa unos cuántos años en su tratamiento. De ahí que termine siendo una película tan redundante como intrascendente.
El Holocausto en rigurosa película de corte teatral Una aristócrata rusa exiliada en París que protegió a dos pequeños judíos. Un funcionario de la policía francesa, colaboracionista. Un refinado oficial alemán que antes de la guerra fue amigo suyo. Cada uno creía sinceramente en lo que estaba haciendo. Ahora cada uno está declarando ante un posible instructor de justicia, o un juez, o acaso el Juez, a quien no vemos. Este es un drama intenso expuesto de modo singular. Confesiones, reflexiones y reconstrucciones se alternan en el relato, como se alternan los sentimientos en el público, a medida que va percibiendo los detalles del infierno y los dudosos alivios del purgatorio que han vivido estos tres infelices. También nosotros podemos juzgar, y acaso comprender. Película fuerte, vagamente emparentada con "Kapó" y "Portero de noche", pero de música envolvente, recursos brechtianos, formato cuadrado a la manera de aquellos tiempos, sugerencias amplias como puede haber en estos tiempos, filmada en imponente blanco y negro de tonos grises, igual que esas criaturas ante los ojos de la historia, y muy bien interpretada. Autor, Andrei Konchalovsky, que hizo algunas películas malas, pero muchas buenas y muy buenas, como "El primer maestro", la inmensa "Siberíada", "Romance de enamorados", "Los amantes de María", "Escape en tren", "El cartero de las noches blancas" y este "Paraíso" que es una verdadera obra de madurez. Hablando de eso, el 20 de agosto Konchalovsky cumple 90 años, y sigue filmando (y su esposa, la notable Yuliya Vysotskaya que protagoniza esta película, tiene 44).´"Paraíso" obtuvo el Astor de Plata al Mejor Guión en el Festival de Mar del Plata 2016.
El realizador ruso Andréi Konchalovski nos ofrece un relato exquisito donde cuenta las vidas de tres protagonistas (Olga, Jules y Helmut) asfixiados y las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial y su título “Paraíso” hace referencia a esos momentos. Ayuda bastante el flashback, una gran recreación de la época y un buen diseño de producción. Toda filmada en blanco y negro, goza de una gran estética, los monólogos que ofrecen sus protagonistas frente a la cámara son impactantes, con soberbias interpretaciones, situaciones desgarradoras y hasta intimistas y con interesantes giros en un guión que resulta coherente. Tiene un ritmo pausado y algunos planos innecesarios. Cosechó 13 premios y 14 nominaciones, incluyendo un premio en el festival de Venecia y 3 en de Gijón en 2016.
Un melodrama ambientado en la Segunda Guerra Mundial, con una mujer acusada de ocultar niños judíos, un francés que abusa de ella, un militar alemán de campo de concentración que quiere salvarla y el telón de fondo de los crímenes nazis. El tema siempre es importante, la realización, más allá de las buenas actuaciones, es antigua y farragosa. El blanco y negro viste bastante lo que, en el fondo, es menos de lo mismo.
El soviético Andréi Konchalovski se me presentaba como un director con una carrera irregular (hizo "Tango y Cash" allá por el 89' aunque en su defensa hay que decir que en los últimos años sus trabajos han sido bastante buenos) que había ido forjando una carrera exenta de títulos legendarios pero con cierta ascendencia en su medio. Debo reconocer sin embargo que el abordaje de "Ray" (Paraíso), me sorprendió favorablemente y me confirmó que Konchalovski tiene mucho para decir, sobre su tierra y la áspera historia europea del siglo pasado... Aquí, en "Paraíso" el cineasta demuestra que posee un talento particular para organizar el racconto del pasado cercano, que puede experimentar y proponer una cierta conexión con el espectador de manera cruda y física y que es audaz para establecer una historia, alternando material real con otro ficticio, enriqueciendo y potenciando el marco presentado para convencer de la verosimilitud de ese potencial conflicto. Esta "Paraíso" es una cinta con tres personajes principales: Olga (lejos la mejor del film, Yulia Visotskaya, mujer del veterano director), una mujer rusa de la alta sociedad que es miembro de la Resistencia Francesa e inicia su derrotero cuando es capturada por los nazis y acusada de proteger a niños judíos en una redada, Helmut (Christian Clauss), encumbrado oficial de la SS y que fuera su amante en tiempos pasados y un colaboracionista francés (Jules, jugado por Phiippe Duquesne) quien se encarga de observar e investigar sobre su caso. Los tres forman parte del escenario, establecido en un incómodo blanco y negro, en el cual se jugarán complejas reflexiones sobre el valor de la guerra, las relaciones personales y las pulsiones puestas en juego en un conflicto de tamaña dimensión. La mirada sobre el Holocausto de cada uno, el entendimiento tácito de las alianzas secretas y la fuerza de cada discusión, son puntos fuertes del guión que escribió el mismo Konchalovski. Iremos desgranando recuerdos, asistiendo a reuniones con oficiales nazis y conociendo más de su perspectiva desde los distintos sectores involucrados, quienes se corporizarán en las figuras de los tres protagonistas. Hay juegos temporales, escenas crudísimas y un relato que también incorpora confesiones y relatos a cámara frente a frente, de manera de coquetear con el espíritu de un falso documental para potenciar y dar fortaleza al verdadero enigma que rodea el final, del que no anticiparemos aquí. Konchalovski sorprende y como siempre decimos, el cine debe rescatar la historia y problematizarla. Es su labor. "Paraíso" es un film sólido, incómodo y necesario, que es cita obligada para los amantes del buen cine.
El veterano realizador ruso de “Escape en tren” regresa con una premiada película en blanco y negro sobre el Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial que, si bien no logra estar a la altura de sus ambiciones, al menos propone un original y poco común punto de vista sobre el tema. El veterano y cambiante realizador ruso, quien ha atravesado muy diversas etapas en su larga carrera, vuelve con un drama sobre la Segunda Guerra Mundial que toma a tres personajes centrales, quienes son “entrevistados” a lo largo del relato en una suerte de falso documental que solo sobre el final se adivinará dónde transcurre. La principal es Olga, una mujer rusa quien es detenida en Francia por esconder y cuidar a dos chicos judíos. Ella se niega a dar nombres y a reconocer su acto, por lo que es llevada a un campo de concentración. Otro personaje es un jefe de la policía parisina que trabaja a las órdenes de los ocupantes nazis y que se propone negociar (sexualmente) la liberación de esta mujer hasta que algo fuera de su control se lo impide. El tercer personaje es Helmut, un noble alemán que se vuelve fanático del nazismo, crece en puestos de poder y le encargan el campamento en el que Olga está encerrada. Al verla reconoce en ella a la mujer con la que tuvo un affaire años atrás de la llegada de Hitler al poder y trata de conquistarla y ayudarla a escapar de allí, algo de lo que ella se aprovecha para poder huir, aunque es claro que no todo será tan sencillo. El desarrollo de la historia está mezclado con las entrevistas constantemente y esas entrevistas en muchos casos no se corresponden ni con la lógica ni los tiempos del relato. La confusión que eso puede generar tendrá luego su explicación, pero durante buena parte de la película no será más que un incordio. O un escape para respirar fuera del agobio de los campos. Filmada en blanco y negro y con un formato clásico (4:3), la película del director de ESCAPE EN TREN, con 50 años de carrera encima, no logra quebrar las limitaciones de representación del Holocausto, apostando por poner el eje en tres personajes de dudosa actuación en críticos momentos, pero convirtiendo a Olga en la heroína de la historia, quien más allá de sus permanentes coqueteos con el enemigo el filme siempre justifica ya que los suyos son intentos de salvación ante la masacre (los otros dos actúan como actúan desde una posición de poder) segura. Un par de vueltas de tuerca sobre el final explicarán porque la película está dedicada por su autor a la resistencia rusa frente al nazismo. La película en sí no logra combinar bien todos los elementos que pone en juego pero sí posee momentos poderosos y observaciones sobre la manipulación que existía entre estos personajes que no son las clásicas víctimas ni victimarios de las películas sobre el Holocausto. Hasta el propio Helmut parece sobreactuar su pasión por el nacional socialismo con la intención de él también salvarse, cuando lo que más le importa parece ser la mujer de sus sueños. Pero nada ni nadie es del todo confiable en lo que dice. Se sabe que en las entrevistas importantes todos mienten un poco…
Segunda Guerra Mundial, Holocausto en curso, todos parecen moverse: la gente escapa, muere o persigue a otros. Las historias de tres personajes se cruzan: una mujer rusa es detenida y acusada de esconder a dos chicos judíos por un jefe de policía francés que sabe cómo sacar rédito de la ocupación alemana. La película muestra la crueldad de un mundo en descomposición en un blanco y negro discreto y con unos encuadres exquisitos: a uno le parece estar viendo una película de Haneke, tal vez una continuación de La cinta blanca. Pero algo de esa contención se disipa de a poco a medida que el relato deja espacio a los estallidos afectivos que son la marca del cine de Konchalovsky. Otro personaje, un militar alemán de origen noble, hace su entrada: el tipo es enviado a un campo de concentración a vigilar que la administración sea más o menos eficiente. Lo que sigue a partir de ahí resulta curioso: la película adopta el punto de vista de Helmut y el horror de los campos es menos un problema humanitario que de orden y gestión. Desde la mirada del protagonista, la distancia con la que la película observa a sus criaturas arrastrarse y regresar a un estado casi animal se vuelve el signo del fracaso del régimen nazi. No se trata de una cuestión de empatía con la miseria humana, sino de desesperanza ante la inviabilidad de un proyecto político y de una filosofía de vida. Paraíso encuentra su camino por esa senda un poco retorcida: Konchalovsky no quiere hacer otra película sobre el Holocausto, sino contar el drama de un hombre que asiste al fin de un mundo. Al igual que en El círculo del poder, la historia del fanático que descubre la verdad acerca de sus líderes es acompañada por el relato de una víctima de ese poder. El personaje de Olga tiene un derrotero esperable: exiliada de Rusia a causa de los bolcheviques, encuentra en la Alemania nazi el mismo terror. Es encarcelada, vejada y aprende a sobrevivir, aunque sin perder una pequeña dosis de humanidad. Ella encarna la fábula eterna con la que el cine representa a las víctimas del nazismo. Helmut se vuelve el benefactor de Olga y la devuelve de a poco al confort elemental de los perfumes, la ducha y el sueño. En algún momento de ese trayecto, Konchalovsky, director desparejo, pero también imprevisible y, por eso mismo, un poco sorprendente, vuelve sobre un motivo de su cine: el de los seres consumidos por pasiones que los desbordan. Cuando Helmut decide salvar a Olga y le comunica la noticia, a ella le agarra una crisis de nervios y empieza a acariciarlo, abrazarlo, besarlo, se tira al piso, le dice que es alguien divino, elogia la causa nazi; en esto no hay cálculo o estrategia, se trata solo de una reacción incontrolable ante la promesa de una vida normal lejos de las atrocidades del campo. Después, Olga vuelve a su barraca con las demás prisioneras a esperar el aviso del escape, pero allí encuentra que la kapo, que resiente su ascenso, descarga contra ella su furia quitándole el cuidado de dos chicos y obliga a otras mujeres a sujetarla y hacerle comer a la fuerza un mejunje que pasa por comida. En esa escena, Konchalovsky borra el mapa moral que suele organizar las películas sobre el nazismo: no hay víctimas abnegadas y militares viciosos, sino seres reducidos a un primitivismo brutal que reaccionan movidos por pulsiones. El tono general de contención trasluce de tanto en tanto un sustrato de emociones y deseos que anula la repartición esperada entre héroes y villanos. El final, sin embargo, parece demandar alguna suerte de armonía narrativa, y el relato cede ante un acto de sacrificio predecible. Paraíso sería bastante más impresionante si al director no se le hubiera ocurrido la idea del dispositivo del confesionario, rareza que genera algún interés, pero que encauza narrativamente el desborde pasional de los personajes y atenta contra la visceralidad de la película.
¿Acaso Dios sea ruso? Esto parece plantear Paraíso (Rai, 2016), la última película de AndreiAndrei Konchalovsky, desde una perspectiva sosegada de la Segunda Guerra Mundial. Tres personajes narran su punto de vista del estallido vivido entre los años bélicos. “Me odio cuando temo”. Así se confiesa Olga (Yuliya Vysotkaya) en este plano medio fijo que, entre una fotografía de grises pálidos, nos va mostrando su desesperación. Olga, aristócrata rusa perteneciente a la Resistencia Francesa, cuenta su sobrevivencia y sus vínculos con Jules, un colaborador francés, y con Helmut, un oficial de alto rango de la SS. De alguna manera, ella tienta a estos personajes, se enamoran cuando se cruzan en distintos momentos de su vida. Ahora, el verdadero pivote de Olga -y, en realidad, de la película-, es el cuestionamiento de la propia identidad nacionalista de ellos tres. A través del filme, que se desencaja e interrumpe las narraciones, Konchalovsky golpea con frecuencia el discurso de las tres voces. ¿Desde dónde narran? La fotografía rigidiza sus gestos. Pareciera que hablan desde una cárcel. Visten ropas de tonos claros. Se confiesan, se cuestionan. ¿La cárcel del alma? Está la sugerencia evidente de que hablan desde el paraíso. Si es así, no es el paraíso engañoso del superhombre que pretende ser Helmut, sino desde la mujer religiosa que es Olga. “¿Quién le escribe a una mujer que no responde?”. El filme -ganador del León de Plata a Mejor Director en la edición del año pasado en Venecia y Mejor Guión en el Festival de Mar del Plata-, es una carta a tres voces, más que sobre la guerra, sobre la identidad. Se podría pensar que hay una predilección a la visión rusa porque santifica a Olga, una suerte de ángel que entrama vínculos a través del sufrimiento que vive. Si la película falla, es más porque ésta subraya la inocencia de Olga y olvida los matices que había mostrado antes. Emigrar no despoja a los personajes de lo que fueron. Más bien reafirma lo que son ahora que hablan desde este limbo. Queda preguntarse, y no por relativizar, cuál país sale mejor parado si consideramos aquellos tiempos y éstos. La profundidad del alma rusa permanece plena en la película cuando Helmut menciona sus lecturas desesperadas y discusiones con sus camaradas, además de los intentos de Olga por salvar a los dos niños que rescató. Ahora, ¿nos salva la literatura o nuestras acciones? Es aquí donde el filme no opta por las medias tintas. La identidad se forma por las acciones y no sólo por las lecturas.
El paraíso según los nazis Andréi Konchalovski con sus jóvenes 80 años, y una extensa trayectoria como guionista de varias películas que no eran de su autoría, entre las que figuran: “La infancia de Iván” (1962), “Andréi Rublëv” (1965), “Bolshoy fútil” (La gran mecha, 1964) y como director y guionista de casi la mayoría de sus obras, entre ellas: “El primer maestro” (“Pervyy uchitel”, 1965), “Dyadya Vanya” (Tio Vania, 1971), “Siberiana” (“Siberjada”, 1979), “Gente como nosotros” (“Shy Poeple”, 1987), “Homer and Eddie” (Una extraña amistad), “El círculo del poder” (“The inner circle”, 1991), “Bitva za Ukrainu” (La batalla por Ucrania, 2014) “Belye nochi pochtalona Alekseya Tryapitsyna” (“El cartero de las noches blancas”, 2014) y el año próximo estrenará totalmente hablada en italiano y filmada en coproducción de Rusia con Italia: “Il peccato” (El pecado). “Paraíso” es su última producción y está vista desde la perspectiva de un mundo ideal, el de los fanáticos, que en este caso se relacionan con el nazismo, pero también podrían ser los del comunismo, porque en materia de represión y muerte ambos corrieron una carrera paralela. El mitólogo Joseph Campbell explica que la palabra paraíso deriva del persa “pairi +daeza”, que significa jardín cerrado, una visión muy diferente al concepto que se tiene del paraíso en la cultura occidental y cristiana. Desde la mirada persa sólo acceden a él los elegidos, los que realmente poseen la convicción de que ese es su lugar de pertenencia. Por lo tanto el fanatismo nazi sostenía que una vez implementada su doctrina el mundo se convertiría en un paraíso, un lugar cerrado del cual se excluiría al resto. Entre otras implicaciones el “paraíso” del título se refiere al idilio ario, que el opresor nazi llama sueño motivador. Ese universo oclusivo es el que reflejó Andréj Konchalovski en, “Paraiso”, un filme que se centra en una mirada que aborda el Holocausto, pero sobretodo en la relación de tres personajes con ese horror. “Paraíso” relata la historia de dos hombres, dos verdugos, y una mujer, la víctima, (con ideologías diferentes) que intentan mostrar los sucesos de la guerra según su visión. Con un insólito formato narrativo que entremezcla la visión de un documentalista y la de un ficcionador, en donde los personajes relatan, en determinados y contados momentos, su historia frente a una cámara estática, que además va acompañada de bruscos cortes entre frases, y simulacros de defectos de sonido en esos saltos, con las que Konchalovski añade un plus de un, casi, análisis filosófico al tema de la conciencia. En donde el enfoque es a la manera brechtiana, con un distanciamiento a tal extremo en que no se sabe bien donde se ubicaron a los personajes, si en una prisión o en la antesala del juicio final, ya que al interrogador no se lo ve. Rompiendo las convenciones y regresando a un formato semejante al cine de Sergéi Eisenstein, cuadrado, en un glacial blanco y negro, más ligado a “La cinta blanca” (“Das weiße Band”, 2009) de Michel Hanekee, figuras casi estáticas como las de “¡Que, Viva México!” (1930), Andréi Konchalovski lleva al espectador a ser voyeur de un universo que pertenece a un tiempo lejano, que está muerto y que sólo puede revivir en los recuerdos. Con diálogos en alemán, ruso y francés, este filme es esencialmente un viaje al pasado de individuos cuyos caminos se cruzan en circunstancias apocalípticas. Éstos son los de Olga, una aristócrata detenida por esconder a dos niños judíos, Khelmut, un joven soldado alemán rendido al poder seductor del nazismo, y Zhyul, un colaboracionista francés que a la hora del juicio rechaza haber pertenecido a la SS. Con ellos se entrelazan en la historia propuesta por Konchalovki tres destinos que están unidos por determinados flashbacks. Después que la cámara inmersiva en primera persona del húngaro László Nemes en “El hjijo de Saúl” (“Saul fia”, 2014), que ofreció un nuevo punto de vista visceral sobre los horrores de los campos de concentración nazis, Konchalovski se planteó dar una vuelta de tuerca más potente con una estética autoconsciente clásica para representar lo que ya fue ampliamente filmado. Pero también existe cierta reminiscencia con “Kapó” (1960) de Gillo Pontecorvo, cuya protagonista fue Susan Strasberg, hija de Lee Strasberg. La película comienza en 1942, cuando una inmigrante rusa, la aristocrática condesa Olga (Yuliya Vysotskaya), editora de moda de “Vogue”, que presta servicios a la Resistencia francesa en París, es arrestada por la Gestapo por albergar a dos niños judíos en su apartamento. Es asignada al jefe de policía y colaborador franco-nazi Zhyul (Philippe Duquesne), un afable hombre de familia, en apariencia, pero lascivo y cruel, que promete mejor trato a Olga a cambio de favores sexuales. Sin embargo, cuando ella no acepta determinados procedimientos, es trasladada a un campo de concentración de máxima crueldad, donde se reúne con los dos niños que protegía, y allí se da cuenta que no debe albergar ninguna esperanza de vida. Con ellos entrelaza una historia centrada en la unión de estos destinos, narrada a modo de flashbacks y en la que el director ruso logra hacer visible para el espectador su enorme potencial escénico. Este se basará en herramientas que dosificarán al film de un fuerte atractivo, tanto en el nivel emotivo, con una sequedad absoluta del drama, dejando que tanto diálogo como miradas organicen la acción de esa sensiblería orquestada por el melodrama. Andréi Konchalovski da pequeños guiños a historias olvidadas o poco conocidas, como en el encuentro de Khelmut (Khristian Klauss) y un compañero de estudios y la conversación que mantienen sobre la suerte que sufrirá Dunia Efros, primera novia de Chejov, que había emigrado a Francia, en 1943, y a pesar de sus 80 años, la policía de Vichi la envía a la cámara de gas. Lo mismo sucede con la visión de Heinrich Himmler (Víctor Sukhorukov), que a pesar de ser tangencial su aparición en él se observa, por lo que expresa, los giros históricos en los que se apoyó el nazismo para avanzar sobre Europa. La detallista iluminación del director de fotografía Aleksandr Simonov acentuó aquellas referencias que aumentaban la belleza del encuadre, y le otorgaron una serena severidad visual a los horrores que se exhiben. La propuesta de Konchalovki – Simonov es que todos serán ser juzgados, y el blanco y negro, además de ser una alusión a los recursos técnicos de la época, es un recordatorio de la alternancia inevitable entre el bien y el mal, y de la necesidad de impedir el olvido de esa pesadilla que fue la guerra de exterminio fascista. La visión general de Andréi Konchalovski es la de un mundo en descomposición, en el cual sobrevivir es la única prioridad, sin importar que ideología se tenga, ni que perdón fuera posible. Para descubrir ese mundo, para penetrar tras las perspectivas de su orfebrería, para llegar a ese imaginario del cineasta a través de los pequeños espacios del filme, es necesario ser uno con él, e interpretar aquel momento histórico desde una reconstrucción, que apela a la conciencia de aquellos que aún albergan simpatía por el nazismo.
A través de varios relatos con encontramos con un film en blanco y negro, con un formato cuadrado, que nos remite a las antiguas pantallas de cine, hoy mucho más panorámicas, lo que a mi entender plantea una sensación de material de archivo. Y justamente son testimonios que conoceremos de los tres personajes principales de la historia, que irán alternándose con momentos recreados de esas mismas confesiones. Encontraremos a Jules (Peter Kurth), un jefe de policía francés colaboracionista con las fuerzas de ocupación alemanas en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, También conoceremos a Olga (Yuliya Vysotskaya) , una mujer, aristócrata rusa, residente en París y comprometida con la salvación de niños judíos, y por último a Helmut (Christian Clauss) , en este caso un joven alemán de “pura raza aria”, con estudios, fortuna y hasta emparentado con el pensador Friedrich Nietzsche, embelesado por la causa nacionalsocialista. Hablan a cámara, a modo de interrogatorio y van apareciendo los miedos, las justificaciones que tuvieron que tomar, en una especie de juicio ante alguien que no conocemos. Pero constantemente pasamos de esos testimonios a reforzar recreando hechos que sucedieron, y que no debemos olvidar. La etapa del Nazismo fue muy cruel y despiadada como para olvidar. Esta película obtuvo los siguientes galardones : mejor Dirección en el Festival de Cine de Venecia, Mejor actriz, Fotografía y premio del Jurado Joven en el Festival de Gijón, mejor Guion, Astor de Plata, en el Festival de Cine de Mar del Plata, entre otros. Es un drama con un relato muy duro y excelentes actuaciones. Siempre nos quedamos con una sensación de amargura por el desarrollo de los hechos y en el final la resolución nos desconcierta y nos alegra, y revaloriza todo lo que comprendimos del relato. Una película necesaria, imperdible y reflexiva para no volver a cometer los mismos errores.
El horror es en blanco y negro A partir de tres personajes que se narran el film organiza un recuerdo compartido donde el horror toca al presente. Las imágenes del Holocausto son, prioritariamente, en blanco y negro. La ausencia de color resulta inherente, de lo contrario podría sugerirse un registro diferente, a veces ligado al cine de géneros. Más aún, el aspecto cuadrado de la imagen que propone Paraíso quita cualquier rasgo panorámico, sin espectacularidad posible. A través de planos recortados sobre los protagonistas, dedicados a contar sus historias a cámara, es el fuera de cuadro lo que prima. Un plano medio los retrata, sentados a una mesa desde la cual narran, uno por turno. Luego se intercalan. No está claro desde dónde hablan, pero sí a quién: el espectador. El director ruso Andréi Konchalovski enmarca tres testimonios que parecen narrados desde la confidencia. De esta manera, la alternancia estará dada por tres miradas, determinadas por un policía francés, un oficial de las SS y una aristócrata rusa. Cada relato oficia como arista de los otros, y conforman un fresco de espanto. Hay, sí, una elección que es punto de partida estético, así como ética fílmica: Paraíso está dedicada a los migrantes rusos que protegieron niños judíos durante el Holocausto. En esa elección temática ‑que la película recrea entre el horror general‑, Konchalovski descubre una vertiente que se abre hacia el recuerdo y se repliega sobre el presente. Por un lado, porque los niños del relato son los adultos actuales, espectadores del film; y por el otro, porque la película deposita en los niños, sígnicamente, la confianza. De este modo, el film del director ruso pareciera interpelar el presente, un presente que ‑¿evidentemente?‑ no está a la altura de lo vivido. Pero nada de esto está subrayado o explicitado. Paraíso es un film de título ambiguo, contradictorio. Si el "paraíso" mentado por las religiones es una meta a alcanzar, lo que seguramente esté más cerca y palpable sea su opuesto. Hay, por eso, un rasgo que es ejemplar, que quita del medio cualquier atisbo de arrepentimiento o cosa parecida: cuando el policía francés o el oficial nazi rememoran, se fascinan. El recuerdo es embriagador. El tiempo pasado surge de forma idealizada, como un esplendor de arrebato cegador, añorado. Pero hay también matices, retenidos en gestos imprevistos, de consecuencias no deseadas. Como lo supone la carga semántica que desprende la doctrina del "übermensch", que este oficial enamorado del régimen no sabrá ya cómo soportar. Más aún cuando sus miradas encantadas hacia uno de sus compañeros de armas delaten en él una pulsión homoerótica, que lo sitúa bien lejos de satisfascer las virtudes de la "raza elegida". El policía francés, por su parte, parece encontrar una satisfacción cansada en el rol que le toca cumplir, como en una rutina diaria desprovista de tensiones; mientras, observa con su hijo un hormiguero gigante, al que visitan cotidianamente, como meros observadores. Habrá algo, desde ya, que sacuda tal pasividad, para permanecer como eco final en el rostro aterrado del mismo niño. Por otra parte, la notable interpretación de Yuliya Vysotskaya (mujer de Konchalovshi) ofrece un cuerpo progresivamente desvencijado, de una aristocracia caída, suspendida entre el recuerdo de una vida disipada ‑que viejas filmaciones hogareñas recuerdan‑ y el horror de un día a día sin mañana. La condesa en desgracia procurará, en vano, rememorar cómo era vestir de otras maneras, cómo era eso de pintar los labios y resultar sensual, pero con el fin puesto en una supervivencia finita, limitada a lo inmediato. Paraíso se construye, de esta manera, como un tramado de pequeñas acciones que indefectiblemente repercuten entre sí: así como las maneras deliciosas con las cuales Himmler explica los grabados del anillo que le obsequia a su nuevo pupilo de las SS. El pulso narrador del cineasta hace que el encuadre, a lo largo de todo el film, contenga al espacio fílmico de modo apretado, sólo suscripto al protagonismo de sus tres personajes centrales. Queda al espectador completar la enormidad de los campos de concentración (y su misma insuficiencia, dada la cantidad sobrehumana de vivos y muertos que hacinar) así como el hedor que ventanas abruptamente abiertas o rotas ‑por el viento o por bombas‑ ya no logran contener.